Hace poco, una de mis lectoras,
me preguntó sobre uno de los artículos, que escribí hace algunos años. Concretamente,
se refería al del obispo Pablo de Santa María, un rabino burgalés, que se convirtió
al catolicismo y, posteriormente, llegó a ser obispo.
Para explicar mejor lo ocurrido
voy a tener que remontarme al reinado de Enrique II de Castilla. Seguro que
todo el mundo recuerda que Enrique II llegó al trono, después de haber vencido
y asesinado a su hermanastro Pedro I el cruel.
Este conflicto fue contemplado de
reojo por Francia e Inglaterra, que entonces se hallaban enfrascadas en la Guerra
de los cien años. No obstante, ambos países enviaron tropas para luchar en cada
bando de esa guerra civil, que estaba teniendo lugar en Castilla.
Sin embargo, hay un tema del que se habla poco y es el de la amistad entre Pedro I y los judíos. Este monarca siempre tuvo mucha amistad con los judíos y a algunos les dio cargos importantes en el reino. Como fue el caso de Samuel Halevy, al que nombró tesorero real.
También los médicos de Pedro I y su familia eran judíos. Así que se le llegó a apodar como “el rey de los judíos”.
Realmente, fue una decisión muy
arriesgada, por parte del rey, pues, pocos años antes, se habían producido
algunos asaltos a las juderías, ya que había llegado la infame peste de 1348,
que provocó una gran mortandad en todos los países y también le echaron la
culpa de ella a los judíos.
Como ya he dicho, entre 1367 y
1369, se produjo la guerra civil entre Pedro I y el futuro Enrique II. Lógicamente,
como Pedro I les había beneficiado en muchas cosas, los judíos le financiaron
para intentar ganar la guerra. Sin embargo, esta vez, esa inversión les resultó fallida.
Como era de esperar, cuando
Enrique II llegó al trono, dictó severas normas contra los judíos. La primera
de todas fue que ellos tendrían que pagar a los mercenarios franceses, que
había contratado Enrique para ganar la guerra.
Aparte de ello, se apropió del
tesoro real, que, como era costumbre en aquella época, se hallaba depositado en
la casa del tesorero, la cual estaba situada en el lugar donde ahora se halla
la Casa del Greco, en Toledo.
Posteriormente, se incautó de todos los bienes de los judíos de Toledo y los vendió
en pública subasta.En este ambiente de
antisemitismo, auspiciado por el propio monarca, comenzaron a destacar algunos
clérigos, cuyas predicaciones antisemitas hicieron mucho daño a las comunidades
judías.
De nuestro personaje de hoy sólo sabemos que se llamaba Ferrán o Fernando Martínez y que era un clérigo, que llegó a ser arcediano de Écija y provisor del arzobispado de Sevilla, o sea, el segundo tras el arzobispo. Ni siquiera sabemos cuándo, ni dónde nació.
Sin embargo, se conoce que fue en
1377, cuando comenzó con sus predicaciones antisemitas. Dos años antes de la muerte
de Enrique II.
Incluso, le llegó una
amonestación, por escrito, de este monarca. No obstante, él no le hizo caso,
alegando que contaba con el beneplácito del propio Papa.
Parece ser que el nuevo soberano, Juan I, apoyaba los intentos de convertir a los judíos al Cristianismo. Así que esto le dio nuevos ánimos a Ferrán para multiplicar sus ataques contra los judíos. A pesar de ello, también le llegó otra amonestación, firmada por Juan I, a la que tampoco hizo ningún caso.
Por lo visto, Juan I siempre se
rodeó de consejeros, procedentes del clero. Su idea era construir una monarquía
católica, para lo cual era imprescindible que los judíos y los musulmanes se convirtieran
al Catolicismo. Sin embargo, el rey y sus consejeros eran partidarios de
hacerlo por la vía de la predicación, mientras que Ferrán y sus fieles eran más
partidarios de utilizar la violencia contra los que se negaran a convertirse.
Por eso, algunos piensan que el
rey le dejó hacer, como si no supiera lo que estaba ocurriendo, ya que las
cartas con las que le amonestaba eran demasiado suaves.
No obstante, el mayor opositor al
arcediano no fue un judío, sino otro clérigo, concretamente, Pedro Gómez Barroso, arzobispo
de Sevilla.
Parece ser que este arzobispo era
muy amigo del futuro Papa, Pedro de Luna, y estaba muy bien relacionado con la
corte papal de Aviñón. Por tanto, era partidario de la predicación pacífica
para convertir a los judíos. Mientras que el arcediano, con sus métodos
violentos le podía estropear su ascenso al cardenalato y hasta un posible nombramiento
como Papa.
Por lo visto, el arzobispo lo
denunció, alegando que, cuando se construyó la nueva sinagoga de Sevilla,
costeada por los judíos, tenían el permiso del Papa, mientras que el arcediano
predicaba que el Pontífice no tenía competencias para ello.
Sin embargo, en 1390, ocurrieron dos cosas que le favorecieron. En julio se produjo el fallecimiento de este arzobispo y en octubre del mismo año también falleció el joven rey a causa de una desafortunada caída de un caballo, dejando a un niño de 10 años como heredero.
Eso dio lugar a un vacío de poder,
que fue aprovechado por el arcediano para atacar a los judíos. Por ello, a partir
de 1391, se dieron lugar las mayores persecuciones contra los judíos, que realizaron sus esbirros, que se autodenominaban los "matadores de judíos".
Parece ser que el arcediano basó
sus actos en una bula papal de 1375, en la que se exhortaba a Enrique II de
Castilla a segregar a los judíos. Tal y cómo se había decidido en anteriores
concilios.
También hay que decir que los
judíos ya habían sido expulsados de Inglaterra y de Francia y en Castilla quisieron
hacer lo mismo con todos aquellos que no quisieran convertirse.
Sus sermones produjeron un número
cada vez mayor de seguidores, tanto en Sevilla como en otras ciudades de
Castilla. De hecho, prometía la salvación eterna a los que matasen a los judíos.
Destruyeron sinagogas, quedándose con todo lo que había en ellas. Asaltaron las viviendas de los judíos, matando a muchos de ellos. No se conoce el número exacto de víctimas, pero se cree que fueron unos 4.000 muertos.
Curiosamente, los corregidores de Sevilla y el conde de Niebla lograron detener a los primeros cabecillas de esos asaltos y fueron condenados a la horca. Después, parece que este asunto se les fue de las manos. Por lo visto, fueron muchos los que se apuntaron a asaltar las aljamas, pensando en las grandes riquezas que podrían obtener en esos barrios.
Así que no es de extrañar que se
produjeran muchas conversiones de judíos al Catolicismo. Precisamente, fue
entonces cuando se produjo la del mencionado Pablo de Santa María, junto con
varios de sus familiares y sus antiguos fieles judíos.
De hecho, llegó a atemorizar
tanto a los judíos, que, cuando alguien gritaba ¡que viene el arcediano! todos
los judíos corrían a esconderse o a convertirse.
Incluso, algunos autores afirman que el arcediano envió a algunos de sus seguidores a otros reinos peninsulares para que fomentasen los asaltos contra las juderías.
No obstante, las mayores y más
importantes aljamas de la Península Ibérica se encontraban en Castilla.
Concretamente, en Toledo, Burgos, Sevilla y Murcia. En esas ciudades
comerciales, la incipiente burguesía veía a los judíos como a unos rivales que
había que eliminar cuanto antes.
Increíblemente, aunque el nuevo
monarca y su madre no eran partidarios de estos ataques, en principio, no se opusieron
a ellos. Algunos autores creen que los reyes no querían amenazar fuertemente a
estos matones, porque les hacían el trabajo sucio con los judíos.
Los judíos se dieron cuenta de
que no iban a estar seguros en los lugares de realengo, o sea, los
administrados por el rey, y se mudaron a los señoríos, donde algunos nobles les
ofrecieron la debida protección. Eso hizo que muchas aljamas se quedaran,
prácticamente, vacías.
Sin embargo, en 1395, cuando el
nuevo monarca, Enrique III, ya llevaba 2 años reinando, al arcediano, se le prohibió pronunciar
sermones y hasta le detuvieron durante unos meses.
También Juan I fue el último rey que
fue coronado. A partir de entonces, todos los reyes de España han sido
proclamados, pero no coronados.
Curiosamente, en aquella época,
el título de príncipe de Asturias, llevaba consigo la propiedad de ciertos
territorios de esa comunidad. Precisamente, esos territorios les habían sido
incautados por Juan I a su hermanastro Alfonso, conde de Noreña, el cual
siempre había apoyado la causa de los descendientes de Pedro I el cruel.
Catalina de Lancaster, esposa de
Enrique III, siempre fue una mujer muy cercana al clero, pero supongo que no le
gustaría nada la forma de actuar del arcediano e influiría sobre su marido para
intentar bloquearle. Así que no sería de extrañar que esa decisión hubiera
venido por esa vía.
Lo último que sabemos de él fue que
dotó de mejores medios al Hospital de Santa Marta de Sevilla. Edificio ocupado,
actualmente, por el Convento de la Encarnación. Poniéndolo, en 1404, bajo el
patronazgo del Arzobispado de Sevilla.
Aunque muchos de los que lo conocieron
lo calificaban de hombre muy piadoso y hasta de un santo, lo cierto es que, a
partir de esas persecuciones casi dejó de existir la convivencia, que siempre
había existido, entre los cristianos y los judíos.
El asalto que tuvo las más graves
consecuencias se produjo en la aljama de Estella. Sin embargo, en ese caso, las
autoridades navarras intervinieron para imponer el orden. Por ello, detuvieron
a todos los implicados y, posteriormente, los liberaron a todos, salvo a
Ollogoyen. Éste fue juzgado y condenado a muerte. Sin embargo, los miembros de
su Orden, le rogaron al rey de Navarra que les permitiera custodiarlo. El monarca aceptó y
este clérigo terminó sus días en un convento de clausura en Olite.
Llegados a este punto, no puedo
indicar la fecha de la muerte de Ferrán Martínez, ni su lugar de enterramiento porque
no se conocen.
Espero que os haya gustado esta
historia. No he podido aportar más datos, porque, sencillamente, no los conocemos.
TODAS LAS IMÁGENES PROCEDEN
DE WWW.GOOGLE.ES
Estupendo artículo Sr. VILA, se ha trabajado el tema.
ResponderEliminarUn saludo de José Manuel
Muchas gracias. Le animo a leerse más artículos de mi blog. Saludos.
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