ESCRIBANO MONACAL

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UNA GRAN OBRA MAESTRA REALIZADA EN MARFIL

sábado, 29 de abril de 2023

EL ARCEDIANO DE ÉCIJA

 

Hace poco, una de mis lectoras, me preguntó sobre uno de los artículos, que escribí hace algunos años. Concretamente, se refería al del obispo Pablo de Santa María, un rabino burgalés, que se convirtió al catolicismo y, posteriormente, llegó a ser obispo.

Realmente, el siglo XIV, creo que ha sido muy poco estudiado en España, porque fue una época en la que se produjeron muchos cambios, que siguen estando en vigor, hoy en día.

Para explicar mejor lo ocurrido voy a tener que remontarme al reinado de Enrique II de Castilla. Seguro que todo el mundo recuerda que Enrique II llegó al trono, después de haber vencido y asesinado a su hermanastro Pedro I el cruel.

Este conflicto fue contemplado de reojo por Francia e Inglaterra, que entonces se hallaban enfrascadas en la Guerra de los cien años. No obstante, ambos países enviaron tropas para luchar en cada bando de esa guerra civil, que estaba teniendo lugar en Castilla.

Sin embargo, hay un tema del que se habla poco y es el de la amistad entre Pedro I y los judíos. Este monarca siempre tuvo mucha amistad con los judíos y a algunos les dio cargos importantes en el reino. Como fue el caso de Samuel Halevy, al que nombró tesorero real.

También los médicos de Pedro I y su familia eran judíos. Así que se le llegó a apodar como “el rey de los judíos”.

Realmente, fue una decisión muy arriesgada, por parte del rey, pues, pocos años antes, se habían producido algunos asaltos a las juderías, ya que había llegado la infame peste de 1348, que provocó una gran mortandad en todos los países y también le echaron la culpa de ella a los judíos.

Como ya he dicho, entre 1367 y 1369, se produjo la guerra civil entre Pedro I y el futuro Enrique II. Lógicamente, como Pedro I les había beneficiado en muchas cosas, los judíos le financiaron para intentar ganar la guerra. Sin embargo, esta vez, esa inversión les resultó fallida.

Como era de esperar, cuando Enrique II llegó al trono, dictó severas normas contra los judíos. La primera de todas fue que ellos tendrían que pagar a los mercenarios franceses, que había contratado Enrique para ganar la guerra.

Aparte de ello, se apropió del tesoro real, que, como era costumbre en aquella época, se hallaba depositado en la casa del tesorero, la cual estaba situada en el lugar donde ahora se halla la Casa del Greco, en Toledo.

Posteriormente, se incautó de todos los bienes de los judíos de Toledo y los vendió

en pública subasta.

En este ambiente de antisemitismo, auspiciado por el propio monarca, comenzaron a destacar algunos clérigos, cuyas predicaciones antisemitas hicieron mucho daño a las comunidades judías.

De nuestro personaje de hoy sólo sabemos que se llamaba Ferrán o Fernando Martínez y que era un clérigo, que llegó a ser arcediano de Écija y provisor del arzobispado de Sevilla, o sea, el segundo tras el arzobispo. Ni siquiera sabemos cuándo, ni dónde nació.

Sin embargo, se conoce que fue en 1377, cuando comenzó  con sus predicaciones antisemitas. Dos años antes de la muerte de Enrique II.

Incluso, le llegó una amonestación, por escrito, de este monarca. No obstante, él no le hizo caso, alegando que contaba con el beneplácito del propio Papa.

Parece ser que el nuevo soberano, Juan I, apoyaba los intentos de convertir a los judíos al Cristianismo. Así que esto le dio nuevos ánimos a Ferrán para multiplicar sus ataques contra los judíos. A pesar de ello, también le llegó otra amonestación, firmada por Juan I, a la que tampoco hizo ningún caso.

Por lo visto, Juan I siempre se rodeó de consejeros, procedentes del clero. Su idea era construir una monarquía católica, para lo cual era imprescindible que los judíos y los musulmanes se convirtieran al Catolicismo. Sin embargo, el rey y sus consejeros eran partidarios de hacerlo por la vía de la predicación, mientras que Ferrán y sus fieles eran más partidarios de utilizar la violencia contra los que se negaran a convertirse.

Por eso, algunos piensan que el rey le dejó hacer, como si no supiera lo que estaba ocurriendo, ya que las cartas con las que le amonestaba eran demasiado suaves.

No obstante, el mayor opositor al arcediano no fue un judío, sino otro clérigo, concretamente, Pedro Gómez Barroso, arzobispo de Sevilla.

Parece ser que este arzobispo era muy amigo del futuro Papa, Pedro de Luna, y estaba muy bien relacionado con la corte papal de Aviñón. Por tanto, era partidario de la predicación pacífica para convertir a los judíos. Mientras que el arcediano, con sus métodos violentos le podía estropear su ascenso al cardenalato y hasta un posible nombramiento como Papa.

Parece ser que no le caía en gracia. Así que el arzobispo acusó al arcediano de sospechoso de herejía y le prohibió que predicara desde los púlpitos y que juzgase a los judíos. Incluso, le procesó por desobediencia, lo cual podría acarrearle la expulsión del clero.

Por lo visto, el arzobispo lo denunció, alegando que, cuando se construyó la nueva sinagoga de Sevilla, costeada por los judíos, tenían el permiso del Papa, mientras que el arcediano predicaba que el Pontífice no tenía competencias para ello.

Sin embargo, en 1390, ocurrieron dos cosas que le favorecieron. En julio se produjo el fallecimiento de este arzobispo y en octubre del mismo año también falleció el joven rey a causa de una desafortunada caída de un caballo, dejando a un niño de 10 años como heredero.

Eso dio lugar a un vacío de poder, que fue aprovechado por el arcediano para atacar a los judíos. Por ello, a partir de 1391, se dieron lugar las mayores persecuciones contra los judíos, que realizaron sus esbirros, que se autodenominaban los "matadores de judíos".

Parece ser que el arcediano basó sus actos en una bula papal de 1375, en la que se exhortaba a Enrique II de Castilla a segregar a los judíos. Tal y cómo se había decidido en anteriores concilios.

También hay que decir que los judíos ya habían sido expulsados de Inglaterra y de Francia y en Castilla quisieron hacer lo mismo con todos aquellos que no quisieran convertirse.

Sus sermones produjeron un número cada vez mayor de seguidores, tanto en Sevilla como en otras ciudades de Castilla. De hecho, prometía la salvación eterna a los que matasen a los judíos.

Destruyeron sinagogas, quedándose con todo lo que había en ellas. Asaltaron las viviendas de los judíos, matando a muchos de ellos. No se conoce el número exacto de víctimas, pero se cree que fueron unos 4.000 muertos.


Curiosamente, los corregidores de Sevilla y el conde de Niebla lograron detener a los primeros cabecillas de esos asaltos y fueron condenados a la horca. Después, parece que este asunto se les fue de las manos. Por lo visto, fueron muchos los que se apuntaron a asaltar las aljamas, pensando en las grandes riquezas que podrían obtener en esos barrios.

Así que no es de extrañar que se produjeran muchas conversiones de judíos al Catolicismo. Precisamente, fue entonces cuando se produjo la del mencionado Pablo de Santa María, junto con varios de sus familiares y sus antiguos fieles judíos.

De hecho, llegó a atemorizar tanto a los judíos, que, cuando alguien gritaba ¡que viene el arcediano! todos los judíos corrían a esconderse o a convertirse.

Incluso, algunos autores afirman que el arcediano envió a algunos de sus seguidores a otros reinos peninsulares para que fomentasen los asaltos contra las juderías.

No obstante, las mayores y más importantes aljamas de la Península Ibérica se encontraban en Castilla. Concretamente, en Toledo, Burgos, Sevilla y Murcia. En esas ciudades comerciales, la incipiente burguesía veía a los judíos como a unos rivales que había que eliminar cuanto antes.

Increíblemente, aunque el nuevo monarca y su madre no eran partidarios de estos ataques, en principio, no se opusieron a ellos. Algunos autores creen que los reyes no querían amenazar fuertemente a estos matones, porque les hacían el trabajo sucio con los judíos.

Los judíos se dieron cuenta de que no iban a estar seguros en los lugares de realengo, o sea, los administrados por el rey, y se mudaron a los señoríos, donde algunos nobles les ofrecieron la debida protección. Eso hizo que muchas aljamas se quedaran, prácticamente, vacías.

Sin embargo, en 1395, cuando el nuevo monarca, Enrique III, ya llevaba 2 años reinando, al arcediano, se le prohibió pronunciar sermones y hasta le detuvieron durante unos meses.

Recordemos que Enrique III fue el primer heredero del trono de Castilla, que fue nombrado príncipe de Asturias, por exigencia de los ingleses, y que casó con Catalina de Lancaster. De esa manera, volvieron a unirse los herederos de Enrique II y los de Pedro I, pues una hija de este último, se había casado con un heredero al trono de Inglaterra.

También Juan I fue el último rey que fue coronado. A partir de entonces, todos los reyes de España han sido proclamados, pero no coronados.

Curiosamente, en aquella época, el título de príncipe de Asturias, llevaba consigo la propiedad de ciertos territorios de esa comunidad. Precisamente, esos territorios les habían sido incautados por Juan I a su hermanastro Alfonso, conde de Noreña, el cual siempre había apoyado la causa de los descendientes de Pedro I el cruel.

Catalina de Lancaster, esposa de Enrique III, siempre fue una mujer muy cercana al clero, pero supongo que no le gustaría nada la forma de actuar del arcediano e influiría sobre su marido para intentar bloquearle. Así que no sería de extrañar que esa decisión hubiera venido por esa vía.

Por tanto, unos años después, ya sin el apoyo del trono, ni de la propia Iglesia, vemos que el arcediano dejó de lanzar sermones contra los judíos.

Lo último que sabemos de él fue que dotó de mejores medios al Hospital de Santa Marta de Sevilla. Edificio ocupado, actualmente, por el Convento de la Encarnación. Poniéndolo, en 1404, bajo el patronazgo del Arzobispado de Sevilla.

Aunque muchos de los que lo conocieron lo calificaban de hombre muy piadoso y hasta de un santo, lo cierto es que, a partir de esas persecuciones casi dejó de existir la convivencia, que siempre había existido, entre los cristianos y los judíos.

No fue el primero, que recurrió a la violencia contra las comunidades judías. En 1328, un franciscano navarro, llamado Pedro de Ollogoyen, también se dedicó a incitar a la gente a asaltar los barrios judíos.

El asalto que tuvo las más graves consecuencias se produjo en la aljama de Estella. Sin embargo, en ese caso, las autoridades navarras intervinieron para imponer el orden. Por ello, detuvieron a todos los implicados y, posteriormente, los liberaron a todos, salvo a Ollogoyen. Éste fue juzgado y condenado a muerte. Sin embargo, los miembros de su Orden, le rogaron al rey de Navarra que les permitiera custodiarlo. El monarca aceptó y este clérigo terminó sus días en un convento de clausura en Olite.

Llegados a este punto, no puedo indicar la fecha de la muerte de Ferrán Martínez, ni su lugar de enterramiento porque no se conocen.

Espero que os haya gustado esta historia. No he podido aportar más datos, porque, sencillamente, no los conocemos.

 

TODAS LAS IMÁGENES PROCEDEN DE WWW.GOOGLE.ES

2 comentarios:

  1. Estupendo artículo Sr. VILA, se ha trabajado el tema.
    Un saludo de José Manuel

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  2. Muchas gracias. Le animo a leerse más artículos de mi blog. Saludos.

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