ESCRIBANO MONACAL

ESCRIBANO MONACAL
UNA GRAN OBRA MAESTRA REALIZADA EN MARFIL

miércoles, 19 de diciembre de 2018

LOS PRISIONEROS DE LA ISLA DE LA CABRERA


Hoy voy a hablar de un acontecimiento que, normalmente, no se refleja en los libros de Historia, pero que dio lugar al sufrimiento de varios miles de personas.
Quizás, algunos me dirán que vinieron como enemigos de España, pero, ante eso, he de argumentar que ellos seguramente no vinieron por su gusto. Además, eran seres humanos iguales que nosotros.
Seguro que a todos nos habrán enseñado en la escuela que, en 1808, tuvo lugar una batalla en Bailén (Jaén) entre las tropas de Napoleón Bonaparte y las españolas, comandadas por el general Castaños.
De hecho, fue un acontecimiento muy importante a nivel europeo, pues se trataba de la primera derrota importante del Ejército napoleónico y ello dio lugar a la evacuación del rey José I y su familia hacia el norte de España y hasta a la suspensión de algunos asedios, como el de Zaragoza.
Precisamente, en esa batalla combatió en las filas de la Caballería española el que luego fuera uno de los libertadores de Sudamérica, el futuro general José de San Martín. Su actuación en ese combate le valió su ascenso a teniente coronel del Ejército español.
Contra todo pronóstico, el 20/07/1808, las tropas españolas vencieron a las francesas. Hay un cuadro de Casado del Alisal, que retrata el momento de la rendición. En él podemos ver al general Castaños, con su habitual uniforme blanco, que saluda a su huraño oponente quitándose su sombrero bicornio.
Tras esa victoria española, se firmó el llamado Convenio de Andújar. En uno de sus puntos se estableció que los 20.000 prisioneros franceses serían evacuados hasta los puertos de Sanlúcar y Rota, desde donde navegarían hasta el puerto francés de Rochefort.

Como era normal en esa época, se hizo un pacto entre los contendientes por el que los vencidos no volverían a tomar las armas contra España. Algo que, hoy en día, nos parecería algo ridículo. Sin embargo, era muy habitual en esa época.
Estoy convencido que más de uno pensará que le estoy tomando el pelo. Sin embargo, os puedo decir que, en 1883, el incumplimiento de esa promesa le costó la vida al coronel peruano Leoncio Prado Gutiérrez a manos de las tropas chilenas. Tal y como se puede ver en esta ilustración de la época.
Volviendo al tema de hoy, el primer obstáculo fue que no se encontraron los suficientes barcos para devolver a esos prisioneros a Francia. Los únicos que podrían llevar a cabo esa misión eran los británicos, pero ellos no estaban por la labor, ya que no se fiaban de que esos soldados cumplieran su promesa.
De esa manera, sólo los generales y los jefes del Estado Mayor pudieron volver con sus equipajes a Francia, mientras que los oficiales y sus soldados permanecieron en España.
También es preciso decir que esas tropas francesas venían de saquear Córdoba y cometer todo tipo de desmanes entre sus habitantes. Así que es normal que no gozaran de las simpatías de los españoles y de buena parte del Ejército, porque no se habían portado como unos verdaderos soldados.
Por eso mismo, cuando el general Dupont llegó al Puerto de Santa María, se encontró con que la gente se amotinó y le quitó su famoso “equipaje”.
Lógicamente, éste se hallaba compuesto por todo lo que había saqueado en sus correrías por España. O sea, dinero, obras de arte, objetos de culto, etc.
Por lo visto, este general francés se puso un poco chulo y exigió que le devolvieran su equipaje a lo que el capitán general de Andalucía le respondió: “Deponga VE. Semejantes ilusiones y conténtese con que la Nación española, por su noble carácter, se abstendrá de hacer, como dexo dicho, el vil oficio de verdugo”.
Dado que las autoridades españolas no sabían qué hacer con tantos prisioneros, como ya he mencionado anteriormente, a los generales y jefes del Estado Mayor se les permitió regresar a Francia. Un pequeño grupo de soldados fue conducido a las Islas Canarias, donde no les fue muy mal. De hecho, muchos de ellos encontraron trabajo y hasta se casaron y se quedaron a vivir en esas islas.
El resto de esas tropas pasó a ser custodiada en los llamados pontones. Se trataba de una serie de barcos dados de baja para la navegación, a los que se les habían quitado los palos donde iban las velas y se hallaban fondeados en la Bahía de Cádiz.
Posteriormente, las autoridades españolas, decidieron trasladar a los prisioneros al islote de la Cabrera, en las Islas Baleares.
El primer barco del convoy de presos, llegó al puerto de Cabrera el 05/05/1809. Poco a poco, fueron llegando más prisioneros hasta alcanzar los 8.000.
Por lo visto, en un principio, pensaron que estarían allí muy poco tiempo, pues sólo les dieron suministros para 3 días.
En un principio, construyeron unas chozas para guarecerse. Sin embargo, viendo que iban a seguir allí, hicieron luego otras más resistentes, aunque el terreno les era hostil y además no tenían ningún tipo de herramientas.
Parece ser que las autoridades españolas nunca respetaron el pacto para entregar ropa y otros suministros a los prisioneros. Así que, ya cuando llegaron a esa isla, muchos de ellos iban descalzos y con los uniformes destrozados.
Parece ser que habían pactado que cada 4 días llegarían desde Palma de Mallorca los barcos con los suministros alimenticios, pero eso nunca se cumplió a rajatabla. De hecho, se sabe que, a causa de uno de esos retrasos, murieron unos 800 hombres a causa del hambre.
Ni siquiera tenían una fuente de agua potable y nunca se les dio nada de carne.
En su desesperación, unos intentan cultivar huertos, pero no tienen apenas éxito. Otros intentan recoger mariscos o huevos de aves marinas en la playa. Incluso, los que hay que mueren, por comer plantas venenosas.
Por lo visto, para no llamar la atención de los curiosos, las autoridades de Baleares corrieron la voz de que esa gente se hallaba allí en cuarentena a causa de una enfermedad muy contagiosa. Posteriormente, esa malnutrición dio lugar a ciertas enfermedades como el escorbuto y la sarna, que antes no habían padecido.
Parece ser que, en un principio, esas epidemias se pudieron atajar por existir médicos y farmacéuticos entre los prisioneros. Sin embargo, esa situación empeoró tras la evacuación de todos los oficiales en el verano de 1809. Entre los que se hallaban todos esos profesionales sanitarios. Por ello, la media de muertos subió hasta los 15 fallecidos cada día.

En esa situación de precariedad, llegó a establecerse un mercadillo, donde un ratón llegaba a cotizarse a cambio de 5 habas. En cambio, una rata ya podía ser una especie de caza mayor y se pagaban 25 habas por cada una de ellas.
No hay que negar que poseían cierto espíritu emprendedor. Uno de ellos se dedicaba a tallar figuras de vírgenes con la poca madera que había en la isla y se la vendía a los marinos que iban a llevarles los suministros.

También hubo otros cuyas dotes para los trabajos manuales les llevaron a realizar botones con los huesos de los cadáveres de sus compañeros, labores con algodón y cestos de mimbre. Todo eso era comprado por los comerciantes mallorquines y vendido, sacando un buen beneficio en la península.
Los que no poseían dotes manuales, pero sí intelectuales, tampoco perdieron el tiempo. Por todos lados, se crearon escuelas, donde se enseñaban todas las ramas del saber de aquel tiempo.
Incluso, se atrevieron a realizar funciones de teatro, memorizando obras de Molière y hasta consiguieron representar diversas óperas.
Es más, llegaron a darse unas situaciones muy curiosas. Dado que algunos militares solían
llevar con ellos a sus esposas o queridas y como allí sólo había unas 15, pues eran algo muy cotizado. De hecho, algunos de los esposos las vendieron a otros más adinerados, que, posteriormente, las revendían a otros. Incluso, se dio el caso de una que fue el premio de una especie de lotería.
Lógicamente, esto provocó el escándalo de un cura español, que había sido enviado por las autoridades españolas a esa isla.

Por otra parte, organizaron su convivencia, basándola en la costumbre a falta de otras normas legales. Al que pillaban robado, la primera vez, le cortaban las orejas. A la segunda, era ejecutado y tirado al mar. 
No obstante, también es cierto que algunos consiguieron asaltar las naves de aprovisionamiento y escapar por  mar.
Lógicamente, como toda unidad militar, en un principio, obedecieron a sus mandos. Posteriormente, cuando evacuaron a los oficiales, ya hubo que crear un nuevo orden basado en la gente más respetada de la comunidad, que no tenían por qué ser suboficiales, sino que, en muchos casos, eran simples soldados.
No obstante, se dieron algunos casos de canibalismo. Se conoce el caso de un prisionero de origen polaco, que declaró haber matado a varios de sus compañeros, para luego comérselos, ya que no llegaban regularmente los suministros prometidos.
También habría que recordar que, durante y tras la Guerra de la Independencia, España pasó por una situación de hambruna brutal, que dio lugar a epidemias y a una enorme mortandad. Todo ello, agravado, en 1816, por el llamado “Año sin verano”.
No hará falta decir que esta situación fue aprovechada por comerciantes mallorquines. Hombres sin escrúpulos, que sólo pensaban en el enriquecimiento personal sin pararse a pensar que estaban tratando con personas, que vivían en condiciones infrahumanas.
Por ese motivo, muchos de estos comerciantes, a pesar de estar estrictamente prohibido, les hicieron llegar piezas para la confección de calzado. Lógicamente, no para los prisioneros, que seguían descalzos, sino para que esos empresarios los pudieran vender a buen precio en la península, pagando a los prisioneros una miseria. Por supuesto, las autoridades españolas conocían este tema, pero se limitaron a mirar hacia otro lado.
Parece ser que muchos mallorquines no estaban por la labor de que llegaran los suministros a los prisioneros. No sé si era porque escaseaban en la propia Mallorca o para hacer que se murieran de hambre. Lo cierto es que esas barcas de suministros fueron atacadas dos veces, en mar abierto, durante su viaje a la Cabrera, y confiscada su carga.
Por fin, tras el tratado de Valençay, firmado en diciembre de 1813, que permitió el regreso de Fernando VII, los prisioneros empezaron a atisbar una cierta salida para su comprometida situación.
Posteriormente, en mayo de 1814, se permitió que dos goletas francesas se acercaran hasta el islote de la Cabrera para embarcar a los supervivientes y llevárselos de vuelta a su país.
Hay cifras muy dispares sobre cuántos prisioneros llegaron y cuántos pudieron ser evacuados de allí. Unos hablan de unos 14.000 presos de los cuales sólo volvieron unos 3.000. incluso, un autor los cifra en 3.380.
Por supuesto, a estos prisioneros no les importó que esas naves francesas llevaran el nuevo pabellón de Luis XVIII y no la misma bandera tricolor que es la que tiene actualmente Francia.
Por lo visto, unos años después, muy pocos de estos supervivientes quedaban vivos. Las privaciones y las enfermedades sufridas durante esos 5 años pasaron factura y a muchos de ellos les llevó a una temprana muerte. Incluso, se menciona que algunos fueron tratados a su regreso como si fueran espías españoles.
Hoy en día, este episodio es, prácticamente, desconocido en España. Sin embargo, parece ser que, durante varias décadas, las madres francesas, amenazaban a sus hijos, cuando se portaban mal, con enviarlos a Cabrera.
En 2009, hubo un acto de homenaje, durante el cual,  se reunieron en esa isla tropas de los dos países, acompañados de las autoridades de ambos Estados.
Ya sé que no es una historia muy navideña, pero me apetecía contarla. Espero que os haya gustado.

TODAS LAS ILUSTRACIONES PROCEDEN DE WWW.GOOGLE.ES

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