Como parece que ha tenido una
buena acogida mi anterior artículo sobre Martin Guerre, se me ha ocurrido hacer
otro, sobre un suceso similar, pero esta vez ocurrido en pleno siglo XX.
Cuando ya se iba tan contento,
por haber conseguido algo de valor, a fin de venderlo para sacar algo para
comer, fue interceptado por un vigilante del cementerio, el cual lo detuvo y
llamó a los carabineros.
Era un hombre de aspecto fornido
y cuarentón y con una barba muy desaliñada, el cual sólo pronunciaba unas
frases sin sentido. Ni siquiera sabía cómo se llamaba, pero un detalle que
anotaron fue que hablaba en un dialecto propio del Piamonte.
Parece ser que el vigilante
estaba muy atento, porque, en días anteriores, ya se habían producido otros robos
en ese mismo cementerio
Así que lo llevaron a la
comisaría y luego al juez de guardia, el cual decidió ingresarlo en un
manicomio para ver si mejoraba su estado mental.
Así que, en 1927, estos tuvieron
la idea de llevar su historia a la prensa y poner su foto en los periódicos,
para ver si alguien lo podía reconocer.
Un habitante de Verona, llamado
Renzo Canella, al ver la foto en la prensa, se le ocurrió que ese hombre se
parecía mucho a su hermano Giulio, el cual había desaparecido durante la I
Guerra Mundial. Incluso, lo visitó en ese centro, pero le quedaron dudas de que
fuera el mismo.
Para colmo, el paciente llegó a
escribir una carta a Renzo, donde le decía que creía unirle algún vínculo
familiar, pero no lo recordaba.
No obstante, fueron varios amigos
de Giulio a visitarlo al manicomio y hubo división de opiniones.
Parece ser que también fue un católico
ferviente y en 1909 había fundado, con el sacerdote Agostino Gemelli, una
revista dedicada a la visión católica de la Filosofía y también un periódico de
tendencia católica.
Este clérigo, aparte de ser
franciscano, también se dedicó a la Medicina. Por ello, le pusieron su nombre a
uno de los hospitales más grandes de Italia. Donde también suelen recibir
atención médica los Papas.
En 1913, Giulio se casó con una
prima suya, Giulia Concetta Canella, mucho más joven que él y perteneciente a
una familia con muchas propiedades en Brasil. Su padre había emigrado en 1891a
ese país.
De este matrimonio nacieron dos
hijos, llamados Rita y Giuseppe.
La última vez que lo vieron con
vida fue en una batalla en la actual Macedonia del norte, donde los italianos
combatieron contra los búlgaros y él fue hecho prisionero por las tropas
enemigas, tras haber sido herido en la cabeza. A partir de entonces se le dio
por desaparecido.
Evidentemente, su familia estaba
deseando que un día volviera. Quizás, esa fue la razón por la que Giulia se personó
en el manicomio y allí, tras algunas dudas, abrazó y besó al paciente tras
haberlo reconocido como su marido. Curiosamente, él ni siquiera la reconoció.
Parece ser que, para esta primera visita, idearon que ambos debían de pasear, junto a un grupo de gente, por el patio del manicomio, para ver la reacción del paciente.
Sin embargo, durante una segunda
visita, él ya pareció empezar a recordar algo.
Tras una tercera visita, parece
que él empezó a recordar y a reconocerla como su esposa.
También fue reconocido por una
condesa, que había sido compañera de estudios de Giulio.
Así que en marzo de 1927 se lo
llevó a casa. Un acontecimiento que apareció en varios periódicos de la zona.
Hasta aquí todo bien ¿Qué podía
salir mal? Sin embargo, siempre hay ciertos acontecimientos que se nos escapan.
Sólo una semana después del
regreso de Giulio a su casa, un comisario de Turín recibió una carta anónima en
la que le decían que este hombre no era Giulio, sino un tipógrafo anarquista,
llamado Mario Martino Bruneri, nacido en 1886, del cual ya existían
antecedentes policiales. Por lo visto, tenía pendiente una condena de dos años por
estafa.
Sin embargo, él siguió negando conocerlos
y eso dio lugar a varios artículos periodísticos y a que la opinión pública se
dividiera entre los que creían que era Giulio y los que creían que era Mario.
Por el contrario, Giulia seguía
defendiendo que se trataba de su marido y que esto no era otra cosa que una
jugada bien estudiada para meter ruido y sacarle dinero.
Esta vez la Policía quería salir
de dudas y le tomaron las huellas digitales. Como ya tenían fichado a Mario,
sólo tuvieron que comparar las huellas y comprobaron que se trataba de la misma
persona.
Aparte de ello, también hicieron uno de aquellos estudios antropológicos, que todavía se utilizaban en aquella época, y vieron que existían varias diferencias con las fotos de Giulio.
Por lo visto, como el tema no
quedaba aún claro, lo volvieron a ingresar en el mencionado manicomio. Algo que
no gustó nada a Giulia, la cual contrató a un famoso abogado y hasta movió sus
hilos dentro del gobierno fascista que existía entonces en Italia.
A finales de 1927, un juez
dictaminó que era Mario Bruneri y ordenó su salida del manicomio.
Curiosamente, ahora era Rosa, su
mujer, la que no lo quería, porque le había dado muchos disgustos. Aparte de
que todavía tenía pendientes algunas condenas por robos y estafas.
Me viene a la memoria un refrán
medieval que dice: “La buena mujer, que tiene un mal marido a menudo tiene el
corazón dolido”.
El famoso escritor Leonardo Sciascia escribió una novela sobre este extraño asunto, titulada “El teatro de la memoria”. Se refería a que le fabricaron una personalidad para que Mario creyera ser Giulio Canella. Sin embargo, muchos de los que habían conocido a Giulio se dieron cuenta de que la formación de Mario era la propia de un autodidacta.
Aparte de que Giulio hablaba
varios idiomas y tocaba muy bien el piano. Mientras que Mario no sabía nada de
eso. Ni siquiera conocía las notas musicales. Incluso, se las ingenió para no ir
a la guerra.
Independientemente de que este
hombre tuviera problemas mentales, tampoco le interesaba reconocer que era
Mario Bruneri, porque sería un hombre pobre y con varias condenas pendientes.
Mientras que, si decía ser Giulio, sería un hombre rico y viviría con una
familia que le querría.
En 1928 tuvo lugar en Florencia
un juicio para dilucidar quién era. Allí acudieron varios testigos, entre
ellos, estuvo el mencionado padre Gemelli.
Por lo visto, éste dijo que no
era Giulio y Giulia se enfadó muchísimo con él, alegando que querían quedarse
con sus negocios.
Sin embargo, compareció un testigo,
que había sido soldado con el capitán Canella. Dijo que lo había conocido en el
campo de concentración y que le escribía sus cartas. Sin embargo, tras escribir
las suyas personales, solía romperlas entre llantos, porque no conseguía recordar
la dirección de su casa.
Curiosamente, los abogados de
ambas partes elogiaron la personalidad académica de Giulio Canella. En cuanto
al abogado de la mujer de Mario no quiso echar mucha leña al fuego, porque ésta
tampoco quería que fuera a la cárcel.
Parece ser que el tribunal no le
hizo caso a Giulia a pesar de mostrar su barriga de embarazada. Así que ordenó
que Mario cumpliera los dos años de cárcel, que tenía pendientes de cumplir,
aunque luego le rebajaron mucho esa pena, debido a su buena conducta.
Así que tuvieron primero una hija
y luego dos hijos más. Lógicamente, no los podía reconocer como hijos de Giulio
Canella.
lograron inscribirlo como Julio Canella y así pudo reconocer a los hijos habidos entre ambos.
Es de suponer que sobornarían a
algún funcionario para que le hiciera un pasaporte a nombre de Giulio Canella,
porque, si se lo hubieran hecho a nombre de Mario Bruneri no le hubieran dejado
salir de Italia.
Incluso, aprendió a hablar en portugués y hasta se interesó por la Filosofía, impartiendo varias conferencias a lo largo de ese gran país.
Posteriormente, unos expertos
brasileños estuvieron estudiando los rasgos faciales y hasta la dentadura de él
y de los hijos de Giulia y afirmaron que todos podían ser hijos del mismo
padre.
Aquí se podría aplicar otro
refrán medieval: “El amor puede mucho, pero el dinero lo puede todo”.
Giulia seguía empecinada en que
lo reconocieran los tribunales italianos, pero pinchó en un hueso muy duro de
roer. Perdió en 1930 y luego en 1931. Hasta el ministro de Justicia de Italia
se interesó por este asunto. Apelaron hasta al mismo Mussolini.
Así que ya no pudo recurrir más y
se quedaron viviendo en Brasil, donde el nuevo Julio murió en 1941.
Parece ser que la familia de
Giulia tenía muy buenas relaciones con el Vaticano. Así que logró que el Papa
Pío XI reconociera al hombre como Giulio Canella y a todos los hijos como
suyos.
Giulia siguió recurriendo hasta
su muerte, ocurrida en 1977. Por lo visto, llegó a contratar a Francesco
Carnelutti, considerado uno de los mejores abogados de Italia.
Incluso, en los años 50, le
propusieron hacer una película sobre la vida de Giulio, pero no llegaron a
ningún acuerdo.
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