
María de la O Lejárraga García,
que así es cómo se llamaba, nació en diciembre de 1874, en el municipio riojano
de San Millán de la Cogolla. Un sitio muy adecuado para un escritor, pues en el
Monasterio de San Millán de esa localidad, fue donde se descubrieron las
famosas Glosas Emilianenses, datadas de finales del siglo X, que, aunque ahora
está en discusión ese tema, durante muchos años se han considerado como la
muestra más antigua del idioma castellano.

Ella nació y creció en el seno de
una familia culta, pues su padre era un cirujano. Más tarde, se trasladó con su
familia a Madrid, donde su padre siguió ejerciendo su profesión. A su llegada a
la capital, vivieron en el barrio de Carabanchel.
María realizó sus estudios en la
llamada Asociación para la Enseñanza de la Mujer, un organismo fundado por
Fernando de Castro y Pajares. Se trataba de una institución dedicada a formar a
las mujeres procedentes de la clase media. Algo parecido a la Institución Libre
de la Enseñanza. Las dos tenían una ideología tomada del krausismo, mediante la
cual se intentaba formar a la gente para transformar la sociedad desde dentro,
sin tener que recurrir a ninguna revolución ni nada por el estilo. La
diferencia estaba en que en la Institución parece que ingresaban personas de
una clase más alta que en la Asociación.

Precisamente, durante su mandato,
fomentó las llamadas “conferencias dominicales”, que se daban en ese centro, con
entrada libre y gratuita. O sea, igualito que ahora.
Esta Asociación, que tuvo su sede
en varios lugares de Madrid, acabó radicándose, definitivamente, en la calle de
San Mateo, 15. Justo al lado de donde ahora se halla el Museo del Romanticismo.

Todo esto, es posible que lo
desarrolle, posteriormente, en otro de mis artículos, para no alargarme
demasiado con éste.

En 1900, se casó con Gregorio
Martínez Sierra, un joven escritor madrileño al que había conocido poco antes y
que era 7 años más joven que ella. Algo poco habitual en esa época.
En un principio, éste se dedicó a
editar revistas culturales, aparte de escribir poesía. Más tarde, es cuando se
decide por escribir obras de teatro. De esa época data la revista
“Renacimiento”. Por sus páginas pasaron reseñas de obras de autores
modernistas, tanto españoles como extranjeros. Desgraciadamente, no llegó a
durar ni un año.
Parece ser que tuvieron más éxito
con la editorial Renacimiento, la cual duró 10 años, y en la que se publicaron
obras de los autores más importantes de esa época. Tanto nacionales, como
extranjeros.
Es posible que esta revista les llevara
a conocer a los intelectuales más importantes de su tiempo. De hecho, cuando
fundaron otra revista, llamada “Helios”, sus otros socios eran nada menos que
Juan Ramón Jiménez, Pedro González Blanco y Ramón Pérez de Ayala y fueron
asesorados por el mismísimo Rubén Darío.

Para ello, contaron con la
colaboración de gente tan famosa como Falla, Conr ado del Campo,
Turina, Rafael
de Penagos, Sigfrido Burman, etc. Por supuesto, también se añadieron al grupo
una serie de actores que ya descollaban en ese momento, como Catalina Bárcena.
Así, un día tan extraño para un
estreno, como fue el de la Nochebuena de 1916, estrenaron “El reino de Dios”,
una obra firmada por Martínez Sierra, de la cual no sabemos quién fue el verdadero
autor de la misma. El local elegido para ello fue el renovado Teatro Eslava,
situado en la calle Arenal, de Madrid.
Precisamente, ella llegó a tener
mucha amistad con Falla. En sus cartas, le suele llamar “Don Manué” e incluso,
él llega a firmarlas también con ese apodo o también con el de “Don Manué, er
de las músicas”. Algo llamativo para un hombre que tenía fama de ser muy serio.
El éxito de las representaciones
de este teatro se vio truncado por un acontecimiento totalmente inesperado. A
principios de marzo de 1922, una discusión entre dos autores teatrales noveles enfrentados,
sucedida en el saloncillo del teatro, dio lugar al homicidio de uno de ellos,
causado por un disparo del otro.
Unos dicen que la discusión vino
por un asunto de mujeres y otros porque uno de ellos acusaba al otro de ser el
causante del fracaso de una de sus obras, que había sido estrenada en ese mismo
teatro.

Mientras tanto, nuestra
protagonista no había perdido el tiempo. Se dedicó a escribir guiones y
libretos que le fueron encargados por otros autores famosos, como Marquina,
Arniches o Turina.
Por otra parte, parece ser que la
compañía salió ganando, pues fueron acl amados en teatros de
grandes capitales,
como París, Londres o Nueva York. Incluso, varias de sus obras fueron adaptadas
para la realización de películas en Hollywood.
Curiosamente, en aquel momento, los
críticos literarios, ya le calificaban a él como uno de los autores españoles
consagrados. Al mismo nivel que Muñoz Seca, los hermanos Álvarez Quintero o
Jacinto Benavente.
No obstante, en su época se le tenía
por un listillo. Parece ser que, cuando le quedaban pocos años de vida, firmó
un documento, donde confesaba que las obras habían sido escritas con su mujer,
pero no quería renunciar a sus derechos.
Esto es muy llamativo para una
persona como nuestra protagonista, que se tenía por muy feminista. Mientras
tanto, su marido llegó a tener una hija con su primera actriz, Catalina
Bárcena.
Curiosamente, al preguntarle en
una ocasión, a nuestro personaje, sobre
ese tema, ella respondió: “nuestras obras son hijas de un legítimo matrimonio y
tienen bastante con el nombre del padre.”
Lo cierto es que, a causa de la
popularidad de sus obras, no sólo se hizo famoso su marido, sino también la
primera actriz, que era la amante de éste. Mientras que a María no la conocía
casi nadie fuera del mundillo del teatro.
Durante la II República, María se
afilió al PSOE, siendo elegida diputada por Granada y vicepresidenta de la
Comisión de Instrucción Pública de las Cortes.

En 1931, fundó la Asociación
Femenina de Educación Cívica, dirigido a las chicas de la clase media, pues
veía a otra institución, llamada el Lyceum Club, fundado anteriormente por
María de Maeztu, y donde ya había estado ella, como a una institución demasiado elitista.
En cambio, ella cree que las
mujeres pueden llegar a alcanzar su propia libertad a base del trabajo, la
educación y la igualdad en la sociedad. A partir de ahí, nuestro personaje, se
dedicó exclusivamente a la política, durante el periodo republicano.
Al comienzo de la II Guerra
Mundial, se trasladó a Francia, donde, posteriormente, tuvo que residir de una
manera clandestina, para no ser capturada por la Gestapo, y donde pasó mucha
hambre.

En 1947, se produjo el
fallecimiento de Gregorio Martínez Sierra y su única hija, fruto de su relación
con Catalina Bárcena, quiso reclamar para sí los derechos de autor. Así que
María esgrimió ese documento firmado por su padre ante testigos, en el cual
confesaba que esas obras se habían escrito a medias entre ambos.
Por alguna razón desconocida, a
partir de ese momento, empieza a firmar sus siguientes obras como María
Martínez Sierra. Algo inaudito en España, donde las mujeres no pierden sus
apellidos al casarse.


Incluso, cuando su marido se fue
de gira por América, y ella se quedó en España, solía escribirle para pedirle
nuevas obras, donde luego sólo aparecía la firma de él. Es preciso decir que ella
escribió alrededor de 100 obras de todo tipo, donde sólo aparecía el nombre de
su marido.
La verdad es que esta mujer nunca
tuvo mucha suerte. Se cuenta que, en cierta ocasión, enviaron un guion a Walt
Disney y éste no les contestó. Sin embargo, poco después, se estrenó “La dama y
el vagabundo”, en la cual, según dicen,
se puede apreciar que está inspirada en el guion anteriormente aportado.
Algunos autores afirman que esta
autora debería de estudiarse dentro de la famosa Generación del 98, sin
embargo, es posible que no se haya hecho debido a su clara militancia política.
Durante su exilio en Argentina
publicó dos de sus obras fundamentales: “Una mujer por los caminos de España”
(1952) y “Gregorio y yo: medio siglo de colaboración” (1953). En ellas, más o
menos, explica su papel en las obras firmadas exclusivamente por su marido.
Desgraciadamente, nunca pudo
volver a España. Murió en junio de 1974, en Buenos Aires, cuando le faltaban
algunos meses para cumplir los 100 años. Está enterrada en el famoso Cementerio de La Chacarita. Una de sus últimas frases fue: “Las
mujeres socialistas debemos enseñar la solidaridad humana”.