martes, 31 de enero de 2023

LA CONJURA DE LOS PAZZI

 

Hoy voy a narrar un episodio histórico sobre el que han corrido ríos de tinta, aunque me parece que nunca ha sido muy bien explicado.

Para empezar, hay que explicar quiénes fueron los Médicis. Se trataba de una familia, cuyos orígenes habían sido modestos, pero que se enriquecieron gracias a la Banca y también al monopolio de un mineral llamado alumbre y que, si lo buscan, verán que sirve para múltiples cosas.

Así, poco a poco, fue adquiriendo poder político en la ciudad de Florencia, que era donde residían. Empezaron por el cargo de gonfaloniero, que era una especie de abanderado y luego crearon una especie de dictadura muy populista, aunque, teóricamente, aquello era una república. Lo cual les granjeó muchas simpatías entre la clase popular y muchas antipatías entre la antigua nobleza florentina.

No voy a mencionar detalladamente todo el linaje de los Médicis, porque eso alargaría demasiado este artículo.

La familia Médicis siempre se mostró más cercana a la incipiente burguesía florentina, que se dedicaba a la manufactura y el comercio de la lana, que a las familias nobiliarias, que siempre habían gobernado esa ciudad.

Ahora ya paso a hablar de Lorenzo el Magnífico. Parece ser que era un hombre con unas ideas muy claras. Teóricamente, siempre respetó las instituciones de gobierno de Florencia. Sin embargo, se dedicó a colocar a sus amigos en esos consejos, para que nadie se pudiera oponer a su política.

Lorenzo tenía, literalmente, comprada la voluntad de la mayoría de sus conciudadanos, gracias a los regalos que solía darles. De hecho, muchos gritaban “Palle e pane”. “Palle” era el nombre de las bolas que figuraban en el escudo de los Médicis y con “pane” se referían a la prosperidad que les habían dado los Médicis. Eso hacía que nadie discutiera las decisiones tomadas por Lorenzo.

Curiosamente, Lorenzo era un tipo muy cercano a sus conciudadanos. Solía pasear por la calle vestido como un florentino cualquiera y la gente se acercaba a hablar con él y a contarle sus problemas.

Sin embargo, como era inmensamente rico, en su palacio solía dar grandes fiestas y también, como mecenas, supo atraerse a los mejores artistas del Renacimiento.

Incluso, se decía que solía bajarse de la acera para cederle el paso a todo el mundo. Cosa que nunca hacían los nobles. Hay que decir que, en aquella época, salvo las aceras, las calles solían estar llenas de barro, pero a él no le importaba mancharse sus botas.

Parece ser que otras de sus cualidades es que sabía escuchar a todo el mundo y tampoco fue un amante de la guerra. Algo muy raro entre los gobernantes de aquella época.

Evidentemente, tenía mentalidad de comerciante y una de las cosas que más les asusta a estos es el estallido de una guerra, que suele provocar la ruptura de los intercambios comerciales.

En su faceta como mecenas, fundó una escuela de escultura, que fue donde empezó a dar sus primeros pasos el gran Miguel Ángel. Allí tuvo como maestros al famosoGhirlandaio y a un menos conocido Bertoldo di Giovanni, un discípulo del gran Donatello.

Parece ser que los nobles florentinos odiaban a los Médicis desde que, en 1378, uno de los miembros de esa familia encabezase una rebelión contra varios nobles partidarios del Papa.

Aparte de ello, Lorenzo nunca se fio mucho de la familia Pazzi, que también eran banqueros y, según parece, más ricos que él. Así que les dictó una serie de prohibiciones, como la de prestar dinero al Papa. De vez en cuando, les enviaba inspectores, algo que no gustaba nada a los presumidos Pazzi.

Así que esta familia ideó una forma de eliminar a los Médicis para quedarse con el poder en Florencia. Para ello, contaron con el apoyo del Papa Sixto IV y con el rey Fernando I de Nápoles.

Para completar el círculo, el Papa nombró a Francisco Salviati nuevo arzobispo de Pisa. Ésta era una ciudad que estaba bajo el protectorado de Florencia y Lorenzo no podía permitir que se produjera un nombramiento sin su beneplácito. Así que no le dejó entrar en Pisa.

Lógicamente, el Papa se enfadó mucho y envió a los conspiradores uno de esos condotieros, que todavía quedaban en Italia. Se trataba de Giovanbatista de Monteseco, el cual organizó las tropas papales y las distribuyó alrededor de las fronteras de la República de Florencia.

Los Pazzi habían contratado a unas 1.300 personas para hacerse con el poder en Florencia. Consiguieron colarlos en la ciudad entre el numeroso séquito que llevó el cardenal Riario, sobrino del Papa, que efectuaba una visita por esa zona.

Curiosamente, Lorenzo solía compartir el poder con su hermano Giuliano. Así que, para derrocarlos, había que eliminar a los dos, pero era muy raro que estuvieran juntos.

Así que eligieron un día en que ambos asistieron a una misa en la catedral de Florencia. Ese día fue el 26/04/1478. El momento elegido para el ataque fue la consagración, porque el ruido de las campanas sería el aviso para que los conspiradores, que esperaban fuera, entrasen en el templo.

Fueron 4 los conspiradores que se ofrecieron voluntarios para eliminar a los dos Médicis y sus guardaespaldas. Uno fue el joven Francesco Pazzi, otro su amigo Bernardo Bandini además de los sacerdotes Antonio da Volterra y Stefano.

Así que, cuando iba a empezar la ceremonia de la comunión, Bernardo Bandini, que estaba arrodillado, se dio la vuelta y apuñaló a Giuliano, éste intentó escapar a pesar de que ya estaba herido de muerte. Por ello, Francesco se echó sobre él y le dio 20 puñaladas. Hasta llegó a herirse él mismo.

Por otro lado, los dos sacerdotes se echaron encima de Lorenzo, pero un amigo de éste quiso separarlos y fue el que se llevó las cuchilladas. Aunque Lorenzo fue herido en el cuello, consiguió escapar hacia la sacristía y desde allí volver a su casa, donde curaron su herida.

Los mercenarios que se habían colado en Florencia, se dirigieron hacia el Palacio Vecchio, al mando del arzobispo Salviati. Intentaron que el gonfaloniero Cesare Petrucci se pasase a su bando. Sin embargo, éste los arrestó.

Parece ser que Petrucci ni siquiera se molestó en consultar con Lorenzo y, ayudado por su guardia, consiguió arrestar a 26 sublevados y, acto seguido, ordenó que los matasen allí mismo.

Los sublevados se llevaron la sorpresa de que los florentinos no quisieron apoyar su causa, pero sí la de Lorenzo.

Como ya he dicho, Francesco Pazzi, se había herido, al coser a puñaladas a Giuliano de Médici. Como vio que estaban fracasando, intentó salir de Florencia para avisar a las tropas papales a fin de que fueran a apoyarles. Sin embargo, no pudo hacerlo. Francesco había perdido mucha sangre y tuvo que ser atendido por un médico.

Lorenzo, ayudado por muchos de sus fieles, consiguió romper el asedio del palacio de la Señoría y desde allí, se dirigió al pueblo. La gente le escuchó y, desde ese momento, comenzó una cacería contra todos los miembros de la familia Pazzi y sus allegados.

La mansión de los Pazzi fue invadida e incendiada. A Francesco lo encontraron tendido en una cama. Se lo llevaron a rastras hasta el palacio Vecchio y lo ahorcaron en una ventana.

Los dos sacerdotes, que quisieron asesinar a Lorenzo fueron detenidos y les cortaron sus narices y orejas para luego matarlos. Algo parecido le hicieron a Monteseco.

La represión llegó a tal punto que los nombres de los Pazzi fueron eliminados de todos los registros, al igual que sus escudos. Los pocos supervivientes tuvieron que exiliarse.

Se calcula que esta sublevación y su posterior represión les costó la vida a unas 80 personas.

Incluso, en el caso de Bandini, que había escapado a Constantinopla, Lorenzo consiguió su extradición y, todavía vestido con ropas turcas, fue colgado de una ventana del Palacio del Bargello. Precisamente, Leonardo da Vinci realizó un dibujo del natural.

Aunque parezca mentira, Lorenzo no fue partidario de estos asesinatos, sino de juzgarlos y condenarlos legalmente. Peo sólo consiguió proteger al cardenal Riario y a varios familiares de los Pazzi.

Curiosamente, su hermana Bianca, estaba casada con uno de los Pazzi y con ellos sí que consiguió que se pudieran exiliar sin sufrir ningún daño.

Como anécdota, cuando los cadáveres ahorcados empezaron a pudrirse fueron retirados de las fachadas de los edificios donde habían permanecido colgados. Sin embargo, para que nadie olvidase esa horrible visión, le encargaron al pintor Andrea del Castagno, que pintase sus figuras en las fachadas. Para esa labor, le ayudó uno de sus discípulos, que luego sería muy famoso, Sandro Botticelli.

Evidentemente, esto no gustó nada al Papa Sixto IV, el cual excomulgó a todos los Médicis y firmó una alianza con Fernando I, rey de Nápoles para derrocarlos.

Sin embargo, en 1480, tuvo que retirar esa orden, pues los turcos amenazaban con invadir toda Italia y se aprestaron a su defensa.

No obstante, al año siguiente, el Papa planeó otra conspiración para derrocar a Lorenzo, liderada por el cardenal Riario, pero fue descubierta a tiempo y detenidos los implicados en ella.

A partir de entonces, aumentó el poder de Lorenzo y fue un personaje con mucha influencia en todos los estados vecinos.

Incluso, consiguió que el Papa Inocencio VIII, con el que se llevaba mejor que con el anterior, crease como cardenal a su hijo Juan, que entonces sólo tenía 14 años y que, más adelante, llegaría a ser el Papa León X.

A partir de esta conjura fracasada se fortaleció el poder de los Médicis. Su Banca llegó a ser la más importante de Europa.

León X fue el primero de una serie de cuatro Papas Médicis: Clemente VII, Pío IV y León XI. En esta familia también hubo dos reinas de Francia: Catalina y María de Médici.

Fueron mecenas de muchos artistas del Renacimiento, como Donatello, Fra Angélico, Botticelli, Verrocchio, Ghirlandaio, Leonardo, Miguel Ángel, etc. Incluso, de insignes humanistas, como Marsilio Ficino o Pico della Mirandola.

 

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jueves, 26 de enero de 2023

EL ASESINATO DE JUAN DE ESCOBEDO

 

Hoy voy a narrar uno de los hechos más escalofriantes que tuvieron lugar durante el reinado de Felipe II.

El personaje de hoy se llamaba Juan de Escobedo. Esa es una de las pocas cosas que tenemos ciertas de su biografía. Para el resto existen muchas dudas.

Parece ser que nació en 1530 en la localidad cántabra de Colindres, aunque los expertos no se ponen de acuerdo sobre ello.

Por lo visto, su padre era un hidalgo, que trabajaba como letrado en el Ayuntamiento de Santander. Es de suponer que allí fue donde nuestro personaje realizó sus primeros estudios.

Se discute si realizó su carrera universitaria en Salamanca o en Alcalá de Henares. Las dos grandes universidades españolas de aquella época.

Incluso, algunos afirman que fue entonces cuando se hizo amigo de Antonio Pérez, lo cual es un poco extraño, porque Escobedo era 10 años mayor que él.

Hay quien dice que Escobedo fue introducido en la corte, porque el príncipe de Éboli, Ruy Gómez de Silva era pariente suyo, pero no indican qué tipo de parentesco.

Sin embargo, Antonio Pérez fue, casualmente, formado en las mejores universidades europeas, a expensas del mismo príncipe, ya que había nacido en sus territorios y hasta se rumoreaba que podría ser hijo natural suyo.

Así que no sé si Escobedo fue introducido en la Corte por ser, presumiblemente, pariente del príncipe de Éboli o por ser amigo de Antonio Pérez.

Parece ser que nuestro personaje, aparte de ir escalando puestos dentro del funcionariado de la Corte, también fue aumentando su prestigio. Sólo hay que ver que realizó su primera boda con una mujer cántabra, como él. Mientras que la segunda la hizo con otra mujer procedente del prestigioso linaje de los Mendoza. Curiosamente, el mismo al que pertenecía la princesa de Éboli.

La carrera de Escobedo empezó con un modesto puesto dentro del Consejo de Hacienda para pasar, posteriormente, a ser secretario del mismo Organismo.

Supongo que sería ahí donde llamó la atención de Felipe II y de su secretario, Antonio Pérez, que, como ya he dicho, tenía cierta amistad con Escobedo.

Parece ser que a don Juan de Austria, hermanastro de Felipe II, que estaba destinado como gobernador de Flandes, le detectaron en la Corte que tenía grandes ambiciones políticas.

Por lo visto, había hecho una gran labor diplomática y, además, había conseguido derrotar al Ejército del príncipe de Orange, el cual tuvo que huir para no ser apresado.

Así que ahora estaba muy animado y pidió a su hermanastro los recursos suficientes para invadir Inglaterra. Evidentemente, esto iba en contra de la política que estaba realizando el monarca en ese momento.

Así que, en 1576, al rey, asesorado por Pérez, no se le ocurrió otra cosa que enviar a Escobedo a Flandes para realizar las funciones de secretario privado de don Juan de Austria. Lógicamente, la idea era que nuestro personaje informase a la Corte de todo lo que estaba tramando don Juan de Austria en Flandes.

Sin embargo, como se suele decir, les salió el tiro por la culata, porque Escobedo se hizo muy amigo y confidente de su jefe y no quiso informar de lo que tramaba.

También se dijo que don Juan de Austria le pidió al monarca que trasladase a Alejandro Farnesio a Flandes. Algunos dijeron que lo que pretendía era dejar a Farnesio a cargo de ese territorio y volverse él a Madrid, porque no le gustaba vivir en Flandes. Aunque no tuviera el permiso del rey para ello.

Antonio Pérez conocía muy bien a su monarca y su manía
de sospechar de todo el mundo. Así que, como Escobedo le estaba empezando a hacer sombra, no le costó mucho trabajo convencerle de que don Juan de Austria quería volver a España para arrebatarle el trono.

Incluso, que se proponía casarse con María Estuardo, reina de Escocia, a la que muchos consideraban legítima reina de Inglaterra. Así, si conseguía fondos y tropas para invadir Inglaterra, podría poner en el trono a María Estuardo y ser también rey de Inglaterra.

La llegada de Escobedo a Madrid, enviado por don Juan de Austria con el objetivo oficial de recabar fondos para esa campaña, aunque sospechaban que se dedicaría a otros asuntos, no fue del agrado de Pérez y mucho menos del monarca.

También creo que, como Escobedo conocía de sobra los asuntos de corrupción en los que estaba metido Pérez, pues, seguramente, a éste no le gustaría que se los fuera a contar al soberano. No obstante, supongo que también se los podría contar por medio de una carta. Incluso, se habló de que Pérez podría haber estado ayudando a los rebeldes flamencos.

Parece ser que Pérez y la princesa de Éboli, entre otras cosas, se dedicaban

a vender secretos de Estado a los banqueros genoveses.

Así que, en un principio, Pérez, dio la orden de envenenar a Escobedo en varias ocasiones. Lo cierto es que no lo consiguió. En una de ellas, se le echó la culpa a una joven morisca, la cual fue condenada y ejecutada por ello.

Cualquiera que hubiera estado en la casa de Pérez sabía que le gustaba vivir muy bien y que llevaba una vida muy por encima de sus posibilidades. Incluso, poseía una de las mejores colecciones de pinturas de toda España. Algo que no podría haber comprado sólo con su sueldo.

Tenía una especie de palacete, al que llamaba la Casilla, situado en las afueras de Madrid, donde vivía con gran lujo. Parte de ese edificio está ahora dentro del Monasterio de Santa Isabel. En la madrileña calle del mismo nombre y cerca del Museo Reina Sofía.

Tampoco sé si Escobedo le querría hacer algún tipo de chantaje, ya que Pérez le prometió un título nobiliario, el ingreso en alguna orden militar o una encomienda, si se iba a Flandes. Sin embargo, no había cumplido, porque no había conseguido convencer al rey de ello.

También hay quien dice que querían matar a Escobedo para que no le dijese al rey que Pérez tenía una relación amorosa con la princesa de Éboli, que ya se hallaba viuda. Según parece, ella también había sido amante del rey.

Por lo visto, Pérez abusó de su amistad con Escobedo para hacerle creer que estaba de parte de don Juan de Austria y así hacer que le contase por carta lo que hacía el gobernador. Teóricamente, no le iba a enseñar esas cartas a Felipe II, pero sí lo hizo.

Incluso, Pérez se permitió dar una serie de órdenes a Escobedo para que, presuntamente, don Juan no siguiera las instrucciones dadas por el monarca. Es posible que Pérez temiera que Escobedo llevase esas cartas al monarca.

Así que Pérez consiguió convencer a Felipe II de la traición de Escobedo y de que sería conveniente matarlo. Algo que aprobó verbalmente el soberano.

Por ello, Pérez les encargó a dos de sus criados más fieles que buscaran a algunos que fueran capaces de cometer ese crimen.

Una vez que los encontraron, el rey aprobó que les ayudasen a huir y les pagaran los fondos suficientes para vivir holgadamente en otros de sus reinos.

En la noche del 31 de marzo de 1578, lunes de Pascua, Escobedo salió de la casa de la princesa de Éboli, después de haber estado varias horas reunido con ella.

Recorrió la pequeña calle de la Almudena a lomos de su caballo y acompañado por 3 sirvientes, que le precedían con antorchas encendidas. Ya sabemos que, en aquella época, no había alumbrado público.

Ésta es una calle perpendicular a la calle Mayor y que bordea el muro izquierdo del Palacio de Abrantes, donde se halla el Instituto Italiano de Cultura. Debía su nombre a que allí se hallaba la antigua iglesia de Santa María de la Almudena, la cual fue demolida en 1869.

También, tal y como indica una de las placas colocadas en esa calle, allí se hallaba el palacete donde vivió la princesa de Éboli, antes de ser arrestada por orden del rey y encerrada en su palacio de Pastrana (Guadalajara).

Precisamente, frente a ese centro cultural está el edificio de la antigua Capitanía general y el Consejo de Estado. En ese mismo edificio era donde se hallaban entonces los diferentes consejos de la monarquía española.

También está muy cerca del actual Palacio Real, que se halla donde entonces estaba el Alcázar de los Austrias, sede de la corte española.

No muy lejos de allí, se halla el Palacio del Cordón, que está situado en el lugar donde estuvo la casa de Antonio Pérez.

Lo único cierto es que 6 tipos les salieron al paso. Uno de ellos consiguió asestarle una estocada, que le hizo caer del caballo, muriendo pocos minutos más tarde a causa de la pérdida de sangre.

Curiosamente, aunque los asesinos huyeron tan precipitadamente que perdieron un arcabuz, un puñal y hasta dos capas, lograron no ser detenidos.

Lógicamente, cuando le comunicaron la noticia al rey, dio a entender que le había sorprendido mucho. Sin embargo, parece ser que se alegró de haber eliminado al “verdinegro”, que era cómo le llamaba, porque solía vestir ropas con esos colores.

Curiosamente, en 1589, cuando el rey ordenó procesar a Antonio Pérez a causa de su corrupción, también dio la orden de que le preguntasen por qué se había empeñado en que Escobedo debía morir y si eran fundadas las acusaciones por las que consiguió que el rey aprobase ese asesinato.

Como ya he dicho, en aquella confesión, obtenida bajo tortura, Pérez acusó a don Juan y a Escobedo de mantener conversaciones diplomáticas con el Papa y el duque de Guisa a fin de que, tras la invasión de Inglaterra, fuera reconocido como monarca de ese reino y luego de España.

Parece ser que la detención de Antonio Pérez y la princesa de Éboli vino tras la muerte de don Juan de Austria, acaecida unos meses después de ese asesinato, pero esta vez a causa del tifus.

Por lo visto, en su despacho encontraron varios documentos que incriminaban, tanto a Antonio Pérez como a la princesa de Éboli.

Así que, tanto la familia de Escobedo como el sacerdote Mateo Vázquez, consejero del rey, le pidieron al monarca que investigase el asesinato y que detuviese a esos dos personajes.


Para terminar, ya sabemos que la princesa de Éboli acabó sus días en su palacio de Pastrana. Sin embargo, Antonio Pérez, a pesar de haber sido detenido en dos ocasiones, al final, logró huir y se exilió primero en Francia y luego en Inglaterra, país en el que falleció.

Una anécdota que no se suele contar es que, unos años antes, la princesa de Éboli se encaprichó con ingresar en un convento. No obstante, se llevó a todos sus criadas para que estuviera tan bien atendida como en su palacio.

Por lo visto, esto no le hizo ninguna gracia a Santa Teresa de Jesús y la echó del convento, que era de su misma orden.

Así que la princesa enfureció y no se le ocurrió otra cosa que denunciarla ante la temida Inquisición. Afortunadamente, los inquisidores archivaron esa denuncia. De lo contrario, le podría haber costado un buen disgusto a la santa.




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lunes, 2 de enero de 2023

EL MISTERIO DE LA CARABELA SAN LESMES

 

Antes de nada, he de decir que pensaba publicar este artículo a final de año, pero se me ha echado el tiempo encima y no ha podido ser. Así que me parece que también es adecuado hacerlo a principios de 2023, como si fuera el tradicional mensaje de esperanza, que suelo publicar al final de cada año.

En julio de 1525, partió del puerto de La Coruña una flota de 7 navíos con el objetivo de llegar hasta las famosas islas de las especias y conquistar las Molucas. Estas, teóricamente, pertenecían a España, según el Tratado de Tordesillas.

La razón de partir desde ese puerto era que, desde que regresó Elcano de su viaje alrededor de la Tierra, muchos comerciantes se dieron cuenta de la importancia y la rentabilidad del comercio de las especias. Hay que tener en cuenta que, en aquella época, varias de estas especias tenían un precio similar al del oro.

Así que, en 1520, con motivo de una visita de Carlos V a Galicia, lo convencieron de la posibilidad de instalar en La Coruña la Casa de la Especiería, porque esa ciudad se hallaba más cerca de los mercados que demandaban esos productos en el centro de Europa.

Esta expedición se suele llamar Loaysa-Elcano, porque la comandaban García Jofre de Loaisa y Juan Sebastián Elcano. También viajaba en ella el célebre Andrés de Urdaneta, el cual, en un posterior viaje, descubrió la forma de realizar el viaje de vuelta entre Filipinas y América. El llamado tornaviaje.

Ese descubrimiento fue muy importante, porque luego posibilitó la navegación del famoso galeón de Manila, que venía cargado con todo tipo de productos orientales desde China y Filipinas hasta lo que hoy es México. Luego atravesaban ese territorio por tierra, entre Acapulco y Veracruz, para volver a embarcar esos productos rumbo a la Península Ibérica. Ese viaje se realizó por última vez en 1815.

Parece ser que, los componentes de esta flota, tuvieron muchos problemas con los temporales, que suelen darse en la zona sur de América. Así que las naves se separaron, como solían hacer en estos casos, para no chocar unas con otras.

El San Lesmes era una carabela, que formaba parte de esta expedición. Desplazaba unas 80 Tm y tenía una tripulación de 50 marineros. Siendo la mayoría de ellos gallegos, aunque también los había vascos y otros venidos de Flandes. Al mando de la misma estaba el cordobés Francisco de Hoces.

Curiosamente, esta carabela llegó a navegar tan al sur de América, que descubrió el paso que hay entre ese continente y la Antártida. Así que, desde entonces, se le ha llamado Mar de Hoces. Aunque las cartografías actuales le llamen paso de Drake a pesar de que no se tienen noticias de que ese pirata inglés hubiera navegado por allí.

Milagrosamente, la San Lesmes consiguió salir airosa de esos temporales. Volvió atrás y atravesó el Estrecho de Magallanes. Incluso, recogió a algunos de los náufragos de la carabela Santi Espíritu, que había chocado con otra de las naves. Por eso, se cree que, al final de su viaje, llevaba unos 60 tripulantes.

De esos 7 barcos, que partieron de Galicia, con unos 450 tripulantes, sólo hubo 4 que llegaron al Pacífico y, de esos, sólo hubo una nave que llegase a su objetivo, las islas Molucas.

Curiosamente, los tripulantes de la nave Santa María de la Victoria, que fue la única que llegó a las Molucas, tuvieron que enfrentarse a los portugueses, que habían llegado antes a esas islas. Sin embargo, desconocían que, en el transcurso de su viaje, se había firmado un tratado por el que el emperador Carlos V había vendido esas islas a los portugueses, pero ellos no se habían enterado. Así que estuvieron exponiendo sus vidas en balde.

Desgraciadamente, antes de llegar a las Molucas, habían muerto tanto Loaisa como Elcano. Posiblemente, a causa del escorbuto, que mató a decenas de esos tripulantes.

Como suele decirse que hay gallegos por todas partes, pues les ocurrió una cosa muy curiosa. Al llegar a una de esas islas, fueron unos indígenas hacia ellos con una canoa.

Uno de ellos les llamó la atención, pues les hablo en español. Se trataba de un gallego llamado Gonzalo de Vigo, superviviente de la primera circunnavegación de Elcano, que había naufragado y se había quedado a residir en esas islas.

Volviendo a la carabela San Lesmes, el temporal hizo que se desviara del resto de la expedición y todos la dieron por perdida. La última vez que la vieron los componentes de esa flota fue el 02/06/1526.

Sin embargo, a los miembros de las expediciones llevadas a cabo por los británicos a partir del siglo XVIII, les llamaron la atención una serie de detalles.

Por ejemplo, muchos de los miembros de esas tribus no tenían la piel oscura, como era lo natural entre esos indígenas. Tenían una religión parecida a la cristiana. Las viviendas y las herramientas eran parecidas a las europeas, etc.

En 1929, hubo más suerte, pues se encontraron 4 cañones en el arrecife de coral del atolón de Amanu.

En 1969, cuando los franceses estuvieron haciendo ensayos con bombas atómicas en el atolón de Mururoa, encontraron otros 2 cañones. Se demostró que eran de fabricación española y habían sido construidos en el siglo XVI.

El investigador australiano Robert A. Langdon llegó a la conclusión de que esos cañones sólo podían ser del San Lesmes. Es posible que encallaran en ese atolón y se deshicieran de varios cañones y lastre para poder reflotar el barco a fin de proseguir su navegación.

Este experto propuso, en un libro publicado en los años 70, que los tripulantes de esta nave la habían ido abandonando, al pasar por varias de estas islas y los últimos se quedaron en Nueva Zelanda, ya que hay tradiciones que afirman que algunos de los habitantes de esas islas son descendientes de unos náufragos.

Esa podría ser la razón por la que, unos siglos más tarde, cuando llegaron a esas islas el navegante portugués Pedro Fernández de Quirós o el inglés James Cook, se encontraron a algunos indígenas que tenían el pelo rubio o pelirrojo y los ojos azules. Incluso, vieron algunas casas con unas formas muy parecidas a los famosos hórreos.

Robert A. Langdon era un periodista australiano, que cubrió la noticia del hallazgo de esos cañones. Le interesó tanto el tema, que dedicó muchos años a investigar lo que le ocurrió a la San Lesmes.

De hecho, publicó dos libros sobre esa nave. Uno en 1975, con el título, en inglés, La carabela perdida y otro en 1988, llamado la carabela reexplorada, donde actualizaba los datos de esas investigaciones. Parece ser que esos libros no han sido traducidos al español.

En cambio, Roger Hervé, conservador de la sección de mapas de la Biblioteca Nacional de Francia, publicó otro libro en 1982, titulado Descubrimiento fortuito de Australia y nueva Zelanda por los navegantes portugueses y españoles entre 1521 y 1528. Tampoco ha sido traducido al español.

En esa obra, sostuvo la tesis de que el San Lesmes siguió navegando hacia Nueva Zelanda y Tasmania, para luego ascender por la costa oriental de Australia. Con lo cual, llegaron a Australia antes que el famoso capitán británico James Cook, que lo hizo en 1769.

Parece ser que basó su teoría en unos mapas de la escuela francesa de Dieppe, donde figuran las costas de Australia con topónimos, claramente, portugueses y españoles. Así que cree que los portugueses capturaron a los pocos tripulantes que remontaron la costa oriental de Australia y, tras sacarles toda esa información, posiblemente, los mataron, para que no les arrebataran los derechos de haber descubierto esos territorios.

Así que es muy posible que los indígenas de piel blanca, que encontraron, posteriormente, los exploradores británicos, fueran descendientes de los tripulantes del San Lesmes, que se fueron repartiendo por esas islas.

Eso también se aprecia en las técnicas de construcción de naves y en el uso de la vela latina. Algo anormal en la mayoría de las islas de Oceanía. Incluso, utilizaban grandes catamaranes. Como los que se utilizan ahora en las travesías deportivas oceánicas.

Las tradiciones de los propios maoríes afirman que muchos de ellos son descendientes de unos hombres de piel blanca, que llegaron a bordo de un barco. Incluso, hoy en día, utilizan algunas palabras muy parecidas a las españolas.

Curiosamente, en 1772, otra expedición española, enviada por el virrey de Nueva España, al mando de Domingo de Bonechea, llegó a Tahití y allí encontraron una gran cruz con un texto grabado en ella, donde se decía que la habían instalado unos españoles.

Por ello, el marino e historiador Martín Fernández de Navarrete, al que ya dediqué otro de mis artículos, publicó en 1825, una obra donde afirmaba que hasta allí podrían haber llegado los tripulantes de la desaparecida San Lesmes.

Francisco de Hoces se cree que ya habría muerto, antes de que llegasen a esas islas, así que el nuevo capitán de esta carabela sería Diego Alonso de Solís.

Hay que decir que en la expedición de 1772 figuraba un soldado español, llamado Máximo Rodríguez. Parece ser que, unos años antes, había ido en otra expedición a la isla de Pascua y había llegado a aprender el idioma polinesio. Así que no le fue muy difícil hacerse entender con los tahitianos. Incluso, llegó a elaborar un diccionario español-tahitiano.

Así que, con este artículo, que debía de haberlo publicado a finales de 2022, os mando un mensaje de esperanza para 2023 y, de nuevo os deseo

¡UN FELIZ AÑO 2023!

 

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