Antes de nada, he de decir que
pensaba publicar este artículo a final de año, pero se me ha echado el tiempo
encima y no ha podido ser. Así que me parece que también es adecuado hacerlo a
principios de 2023, como si fuera el tradicional mensaje de esperanza, que
suelo publicar al final de cada año.
La razón de partir desde ese
puerto era que, desde que regresó Elcano de su viaje alrededor de la Tierra,
muchos comerciantes se dieron cuenta de la importancia y la rentabilidad del
comercio de las especias. Hay que tener en cuenta que, en aquella época, varias
de estas especias tenían un precio similar al del oro.
Esta expedición se suele llamar
Loaysa-Elcano, porque la comandaban García Jofre de Loaisa y Juan Sebastián
Elcano. También viajaba en ella el célebre Andrés de Urdaneta, el cual, en un
posterior viaje, descubrió la forma de realizar el viaje de vuelta entre Filipinas
y América. El llamado tornaviaje.
Ese descubrimiento fue muy importante, porque luego posibilitó la navegación del famoso galeón de Manila, que venía cargado con todo tipo de productos orientales desde China y Filipinas hasta lo que hoy es México. Luego atravesaban ese territorio por tierra, entre Acapulco y Veracruz, para volver a embarcar esos productos rumbo a la Península Ibérica. Ese viaje se realizó por última vez en 1815.
Parece ser que, los componentes de esta flota, tuvieron muchos problemas con los temporales, que suelen darse en la zona sur de América. Así que las naves se separaron, como solían hacer en estos casos, para no chocar unas con otras.El San Lesmes era una carabela,
que formaba parte de esta expedición. Desplazaba unas 80 Tm y tenía una
tripulación de 50 marineros. Siendo la mayoría de ellos gallegos, aunque
también los había vascos y otros venidos de Flandes. Al mando de la misma
estaba el cordobés Francisco de Hoces.
Milagrosamente, la San Lesmes
consiguió salir airosa de esos temporales. Volvió atrás y atravesó el Estrecho
de Magallanes. Incluso, recogió a algunos de los náufragos de la carabela Santi
Espíritu, que había chocado con otra de las naves. Por eso, se cree que, al
final de su viaje, llevaba unos 60 tripulantes.
De esos 7 barcos, que partieron de Galicia, con unos 450 tripulantes, sólo hubo 4 que llegaron al Pacífico y, de esos, sólo hubo una nave que llegase a su objetivo, las islas Molucas.
Curiosamente, los tripulantes de
la nave Santa María de la Victoria, que fue la única que llegó a las Molucas,
tuvieron que enfrentarse a los portugueses, que habían llegado antes a esas
islas. Sin embargo, desconocían que, en el transcurso de su viaje, se había
firmado un tratado por el que el emperador Carlos V había vendido esas islas a
los portugueses, pero ellos no se habían enterado. Así que estuvieron exponiendo
sus vidas en balde.
Desgraciadamente, antes de llegar
a las Molucas, habían muerto tanto Loaisa como Elcano. Posiblemente, a causa
del escorbuto, que mató a decenas de esos tripulantes.
Como suele decirse que hay
gallegos por todas partes, pues les ocurrió una cosa muy curiosa. Al llegar a
una de esas islas, fueron unos indígenas hacia ellos con una canoa.
Uno de ellos les llamó la
atención, pues les hablo en español. Se trataba de un gallego llamado Gonzalo
de Vigo, superviviente de la primera circunnavegación de Elcano, que había
naufragado y se había quedado a residir en esas islas.
Volviendo a la carabela San Lesmes, el temporal hizo que se desviara del resto de la expedición y todos la dieron por perdida. La última vez que la vieron los componentes de esa flota fue el 02/06/1526.
Sin embargo, a los miembros de
las expediciones llevadas a cabo por los británicos a partir del siglo XVIII,
les llamaron la atención una serie de detalles.
Por ejemplo, muchos de los
miembros de esas tribus no tenían la piel oscura, como era lo natural entre
esos indígenas. Tenían una religión parecida a la cristiana. Las viviendas y
las herramientas eran parecidas a las europeas, etc.
En 1929, hubo más suerte, pues se
encontraron 4 cañones en el arrecife de coral del atolón de Amanu.
En 1969, cuando los franceses
estuvieron haciendo ensayos con bombas atómicas en el atolón de Mururoa,
encontraron otros 2 cañones. Se demostró que eran de fabricación española y habían
sido construidos en el siglo XVI.
Este experto propuso, en un libro
publicado en los años 70, que los tripulantes de esta nave la habían ido
abandonando, al pasar por varias de estas islas y los últimos se quedaron en
Nueva Zelanda, ya que hay tradiciones que afirman que algunos de los habitantes
de esas islas son descendientes de unos náufragos.
Robert A. Langdon era un
periodista australiano, que cubrió la noticia del hallazgo de esos cañones. Le interesó
tanto el tema, que dedicó muchos años a investigar lo que le ocurrió a la San
Lesmes.
De hecho, publicó dos libros sobre esa nave. Uno en 1975, con el título, en inglés, La carabela perdida y otro en 1988, llamado la carabela reexplorada, donde actualizaba los datos de esas investigaciones. Parece ser que esos libros no han sido traducidos al español.
En cambio, Roger Hervé, conservador
de la sección de mapas de la Biblioteca Nacional de Francia, publicó otro libro
en 1982, titulado Descubrimiento fortuito de Australia y nueva Zelanda por los navegantes
portugueses y españoles entre 1521 y 1528. Tampoco ha sido traducido al español.
En esa obra, sostuvo la tesis de
que el San Lesmes siguió navegando hacia Nueva Zelanda y Tasmania, para luego
ascender por la costa oriental de Australia. Con lo cual, llegaron a Australia
antes que el famoso capitán británico James Cook, que lo hizo en 1769.
Parece ser que basó su teoría en
unos mapas de la escuela francesa de Dieppe, donde figuran las costas de
Australia con topónimos, claramente, portugueses y españoles. Así que cree que
los portugueses capturaron a los pocos tripulantes que remontaron la costa
oriental de Australia y, tras sacarles toda esa información, posiblemente, los
mataron, para que no les arrebataran los derechos de haber descubierto esos territorios.
Así que es muy posible que los indígenas de piel blanca, que encontraron, posteriormente, los exploradores británicos, fueran descendientes de los tripulantes del San Lesmes, que se fueron repartiendo por esas islas.
Eso también se aprecia en las técnicas
de construcción de naves y en el uso de la vela latina. Algo anormal en la
mayoría de las islas de Oceanía. Incluso, utilizaban grandes catamaranes. Como
los que se utilizan ahora en las travesías deportivas oceánicas.
Las tradiciones de los propios maoríes afirman que muchos de ellos son descendientes de unos hombres de piel blanca, que llegaron a bordo de un barco. Incluso, hoy en día, utilizan algunas palabras muy parecidas a las españolas.
Curiosamente, en 1772, otra
expedición española, enviada por el virrey de Nueva España, al mando de Domingo
de Bonechea, llegó a Tahití y allí encontraron una gran cruz con un texto
grabado en ella, donde se decía que la habían instalado unos españoles.
Por ello, el marino e historiador
Martín Fernández de Navarrete, al que ya dediqué otro de mis artículos, publicó
en 1825, una obra donde afirmaba que hasta allí podrían haber llegado los
tripulantes de la desaparecida San Lesmes.
Francisco de Hoces se cree que ya
habría muerto, antes de que llegasen a esas islas, así que el nuevo capitán de
esta carabela sería Diego Alonso de Solís.
Hay que decir que en la
expedición de 1772 figuraba un soldado español, llamado Máximo Rodríguez.
Parece ser que, unos años antes, había ido en otra expedición a la isla de
Pascua y había llegado a aprender el idioma polinesio. Así que no le fue muy
difícil hacerse entender con los tahitianos. Incluso, llegó a elaborar un diccionario
español-tahitiano.
Así que, con este artículo, que
debía de haberlo publicado a finales de 2022, os mando un mensaje de esperanza
para 2023 y, de nuevo os deseo
¡UN FELIZ AÑO
2023!
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