Ciertamente, nunca he sido muy dado
a mirar el santoral, sin embargo, hoy se me ha ocurrido mirarlo y me he llevado
la sorpresa de que es el día de Santo Thomas o Tomás Beckett.
La verdad es que ya le dediqué
otro de mis artículos en 2017. No obstante, hoy me apetecía hacer otro y ahora
voy a explicar el por qué. Además, no voy a poner ninguna imagen.
Como suelo decir, la Historia es
algo que suele repetirse, si se dan las mismas o unas condiciones parecidas
para ello.
Para que se me pueda entender
mejor, voy a empezar por narrar la historia de este curioso personaje.
Thomas Beckett nació en 1118, en
Londres. Su familia pertenecía a la clase acomodada del reino y no eran
sajones, sino normandos.
Por el contrario, en la famosa película
Beckett, dirigida en 1964 por Peter Glenville, se afirma que era sajón, pero
eso no es cierto.
He de decir que esa película fue
la que, hace muchos años, me llevó hasta este personaje. Sobre todo, lo más recomendable
de la misma es el duelo interpretativo entre Peter O’Toole y Richard Burton,
dos de los mejores actores británicos.
De hecho, la película está basada
en la obra teatral de Jean Anouilh, “Becket o el honor de Dios”, estrenada en Londres
en 1959.
Volviendo a nuestro personaje, la
temprana muerte de su padre hizo que su familia pasara ciertos apuros
económicos. Eso dio lugar a que abandonase sus estudios y se pusiera a trabajar
a las órdenes de Theobald, arzobispo de Canterbury.
Parece ser que se hizo muy amigo
del clérigo y éste lo envió a que estudiase Derecho en la prestigiosa Universidad
de París. Incluso, lo nombre archidiácono de su catedral.
Por lo visto, muy pronto se
dieron cuenta de su gran valía como negociador, así que Theobald recomendó a
este joven al rey Enrique II de Inglaterra, el cual no tardó en nombrarle
canciller del reino. Más o menos, lo que ahora es el primer ministro o un
presidente del Gobierno.
Para el que no le suene mucho
este monarca, seguro que lo recordará si menciono que fue el segundo esposo de
la tan famosa Leonor de Aquitania, aparte de ser el suegro de Alfonso VIII de
Castilla, el vencedor de la batalla de Las Navas de Tolosa.
Como se puede ver en la citada película,
el monarca y Becket, aparte de trabajar juntos, se hicieron muy amigos. Este
último se dedicaba a satisfacer todos los deseos del rey. Inclusive, si se
metía con la Iglesia. Es más, solían
irse juntos de cacería y de juerga y parece que se lo pasaban muy bien.
Por otro lado, como el rey se
metía en muchas guerras, andaba muy mal de tesorería y puso los ojos en los bienes
de la Iglesia. Sin embargo, estos estaban bajo la protección del arzobispo
Theobald y también del Papado.
Tanto el rey como su canciller se
pasaban el tiempo buscando cómo hacerse con los bienes de la Iglesia, pero no
había manera de “hincarles el diente”.
Sin embargo, como Theobald ya era
muy anciano, falleció y había que buscarle un sucesor. Así que al rey no se le
ocurrió a nadie mejor que nombrar para ese puesto a su fiel canciller Becket.
Era una forma de meter a alguien
de los suyos para hacer su voluntad dentro de una institución, como es la
Iglesia católica. Seguro que ya veis por dónde voy.
Parece ser que Becket le suplicó
al rey que no lo hiciera, porque ahora tendría que obedecer a otro Señor. Sin embargo,
parece que el rey se lo tomó a broma e impuso su voluntad.
Contra todo pronóstico, el
juerguista Becket se tomó muy en serio su nuevo papel. En cuanto fue ordenado
sacerdote, se deshizo de todas sus propiedades y hasta de sus elegantes ropajes,
regalándolos a los pobres.
Hay que decir que era alguien que
había acumulado grandes riquezas y había hecho siempre ostentación de ellas,
como aquella vez que fue de viaje a Francia, llevando 250 personas del personal
de servicio. Además, tenía una especie de pequeño ejército, compuesto por unas
700 personas.
Sin embargo, quiso mantener unas buenas
relaciones con el rey, pero sabía que muy pronto iba a tener problemas de todo
tipo. No obstante, dimitió de su puesto como canciller, aduciendo que no podía
compaginar ambos cargos.
Los nobles normandos,
descendientes de aquellos que acompañaron en 1066 a Guillermo el conquistador en
la conquista Inglaterra sólo pensaban en apropiarse de todos los bienes de los
sajones.
No hará falta decir que eran descendientes
de los vikingos y que lo primero que hizo Guillermo fue ordenar la elaboración
de un catastro de todo el territorio para comprobar las riquezas que había
allí.
Así que, en cierta ocasión, esos nobles
se metieron con algunos frailes. Incluso, llegaron a asesinar a uno de ellos.
Por tanto, a Becket no le quedó más remedio que tomar cartas en el asunto y
exigir que esos nobles fueran juzgados por un tribunal eclesiástico.
Evidentemente, un rey que estaba acostumbrado
a hacer lo que le daba la gana no estuvo de acuerdo con eso y ahí empezó todo.
Porque otra de las cosas que buscaba el rey era quedarse con las muchas multas,
que solían imponer los tribunales eclesiásticos.
En un principio, el rey quiso
deshacerse de él por medio de los tribunales civiles. Sin embargo, Becket no
admitió la autoridad de unos tribunales civiles sobre él. Dicho de otro modo,
al rey le salió el tiro por la culata.
No obstante, como conocía muy
bien al monarca, optó por exiliarse en Francia, donde gozó de la protección del
soberano de ese país.
Sin embargo, como el Papa
Alejandro III no parecía muy dispuesto a excomulgarlo, para no enemistarse con
el monarca inglés, fue el propio Becket quien lo hizo. Eso se puede ver en una
secuencia muy elaborada de la citada película.
En aquella época, eso de que
excomulgasen a un rey no era ninguna tontería. Significaba que ya no tenía el
respaldo de Dios y, por tanto, cualquier noble con ambiciones podría destronarlo
y coronarse como nuevo rey.
Ya en tiempos de los romanos
existía la idea de que los gobernantes tenían que tener a los dioses de su
parte, porque, de lo contrario, el pueblo podría derrocarles y poner a otro en
su lugar.
No obstante, en 1170, el Papa le
convenció de que había hecho las paces con el monarca inglés y que podría regresar
a Inglaterra. Sin embargo, muy pronto pudo comprobar que las posiciones de
ambos seguían en el mismo sitio donde las había dejado antes de exiliarse.
Parece ser que, en un arranque de
ira, cuando el rey estaba rodeado de algunos de sus nobles, se le ocurrió decir
“¿no habrá nadie capaz de librarme de ese cura turbulento?”
Por lo visto, cuatro de esos nobles
se lo tomaron como una petición real y fueron a buscar a Becket.
Tal día como hoy, 29 de diciembre,
pero de 1170, éste se hallaba celebrando las vísperas en la catedral de
Canterbury. Enseguida, fue rodeado por estos cuatro tipos, los cuales le hicieron
lo único que sabían hacer, matar a los adversarios.
Le dieron varios tajos con sus
espadas en la cabeza y en la espalda. Por eso, se le representa con una espada
en la cabeza.
Parece ser que sus últimas
palabras fueron: “Muero gustoso por el nombre de Jesús y en defensa de la
Iglesia católica”.
Por lo que se ve, en aquella
época, todavía quedaba gente, como Becket, que sabía a las órdenes de quiénes
estaban y no eran, como ahora, la voz de su amo.
Este asesinato tuvo una
repercusión tremenda en toda la Cristiandad. Hasta el mismo rey se asustó de
sus consecuencias.
El propio Papa Alejandro III se
apresuró a canonizarlo y, hoy en día, hay multitud de templos dedicados a ese
santo, muerto como mártir. También llamado Santo Tomás de Canterbury.
Hoy en día, los gobernantes, utilizan
otros métodos que llamen menos la atención para deshacerse de los rivales
políticos, como lanzarlos desde una ventana de un hotel de Moscú y otras cosas
por el estilo.
Volviendo a nuestro tema de hoy,
la conmoción llegó a tal extremo que el propio Enrique II tuvo que hacer
penitencia. Se desplazó hasta el lugar donde había sido asesinado Becket. Tuvo que
pasar por un pasillo hecho por los frailes, los cuales le fueron azotando hasta
que entró en el templo. Luego tuvo que orar en el lugar del asesinato y junto a
la tumba de Becket.
También para lavar su imagen ante
la Iglesia, hizo abundantes donaciones a iglesias y conventos de todo su reino.
Por lo visto, su tumba fue
trasladada a otro lugar en el siglo XVI. No obstante, en el lugar donde se
hallaba su relicario todavía tienen una vela encendida y los arzobispos ofician
una misa en ese mismo lugar, ya que también es un santo de la iglesia
anglicana.
Precisamente, Alfonso VIII y Leonor
Plantagenet, hija de Enrique II y Leonor de Aquitania, se casaron el mismo año
de 1170.
Así que supongo que Leonor pidió
que dedicaran algunos templos castellanos a la memoria de Becket, porque supongo
que ella lo había conocido. Por eso mismo, hay algunos templos dedicados a él o
con pinturas o grabados, donde se escenifica su asesinato.
También hay varias obras literarias
y películas dedicadas a la vida de este santo. Incluso, Los cuentos de
Canterbury, de G. Chaucer, empiezan narrando una peregrinación hasta esa
catedral para rezar ante la tumba del santo.
Así que, con esto quiero decir
que no hay que perder la esperanza, porque siempre habrá alguien que sepa cumplir
bien con su trabajo y ser leal a su pueblo y no al que lo ha elegido sólo para
que haga lo que le convenga.
¡¡OS DESEO UN
FELIZ AÑO 2023!!
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