domingo, 11 de octubre de 2020

EL CAPITÁN MOHÍNO, AQUEL ABANDERADO REPUBLICANO

 

Hoy me voy a arriesgar a escribir un artículo sobre un personaje del que apenas  existen datos. Así que no puedo contar mucho sobre él

Seguro que todos habréis visto muchas fotos sobre la proclamación de la II República en Madrid, aquel martes, 14 de abril de 1931.

Hay que decir que eso ocurrió tras anunciarse los resultados no de unas elecciones generales, ni de un referéndum, sino de unas simples elecciones municipales, donde no se preguntó nada a los electores referente a un cambio de régimen.

Simplemente, eso vino dado, porque los fundadores de la II República habían dicho que considerarían estas elecciones como un plebiscito y, si ganaban los partidos republicanos, considerarían que los españoles querían que se proclamara una República.

Realmente, los datos de esas elecciones nunca han estado muy claros. Sin embargo, parece ser que, a nivel nacional, fueron mucho más votados los concejales monárquicos que los republicanos. Aunque también, según parece, los republicanos vencieron en las ciudades más pobladas de España.

Todo esto vino, porque tras el final de la Dictadura del general Primo de Rivera, el monarca, Alfonso XIII, había perdido el poco prestigio que le quedaba. No obstante, quiso hacer una especie de borrón y cuenta nueva. Como si no hubiera ocurrido nada.

En principio, el rey nombró al general Dámaso Berenguer, con el fin de que ejerciera una especie de dictadura más atenuada. Lo que se llamó “la dictablanda”, porque no dejaba de ser otra dictadura y tampoco convocó elecciones a Cortes, no respetando la Constitución de 1876, aún vigente.

Parece ser que fue el propio general Primo de Rivera el que lo propuso al monarca para sucederle en el cargo.

Por lo visto, el general Berenguer, era un tipo muy indeciso y de nula experiencia política. Así que sólo consiguió impacientar a la prensa y hasta a los monárquicos de siempre. Ello provocó que algunos se pasaran al campo de los republicanos.

Tanto los políticos republicanos como algunos monárquicos no quisieron ya aceptar a Alfonso XIII como un rey constitucional, pues había avalado o, incluso, provocado, el golpe de Estado del general Primo de Rivera. Por ello, la Constitución de 1876, aunque no fue abolida, sí que estuvo 6 años paralizada, por culpa de la Dictadura.

Así que muchos políticos de los partidos monárquicos tradicionales se negaron a entrar en un gobierno presidido por Berenguer.

Curiosamente, aunque el PSOE había colaborado con la Dictadura de Primo de Rivera y por ello estaba intacto, ahora se oponía fuertemente a la de Berenguer.

Sin embargo, la CNT, que había luchado contra esa Dictadura, había terminado muy maltrecha y en esa época fue cuando comenzó a recomponerse, pues muchos de sus miembros se hallaban encarcelados o en el exilio.

Así que, por ello, a mucha gente consiguieron meterle en la cabeza que la República era igual a democracia, mientras que la Monarquía era igual a Dictadura. De esa manera consiguieron tener el apoyo de la clase media. Entre ellos, la mayoría de los intelectuales y una gran parte de la oficialidad del Ejército. Curiosamente, uno de los mayores logros de esa Dictadura fue el surgimiento de esa clase media.

A mediados de agosto de 1930, tuvo lugar el llamado Pacto de San Sebastián, donde se acordó derrocar a la monarquía. Lo más llamativo fue que a la misma sólo acudieron miembros de partidos republicanos de tipo burgués. Sin embargo, el PSOE, no envió a nadie en representación suya. Sólo acudió Indalecio Prieto en calidad de amigo de los presentes.

Evidentemente, no faltaron los catalanes . Enviaron a 3 representantes para no perderse lo que se pudiera discutir allí y decidir si les podría interesar o no unirse a esa causa.

Posteriormente, en octubre del mismo año, las ejecutivas del PSOE y la UGT, decidieron sumarse a ese pacto. A fin de unir sus fuerzas a las de la burguesía para derrocar a la Monarquía.

Parece ser que, en diciembre de 1930, no se pusieron de acuerdo los responsables del intento de golpe de Estado contra la Monarquía. Por lo visto, no se fiaban mucho unos de otros.

Lamentablemente, cuando quisieron aplazarla 5 días, no le llegó a tiempo el aviso a la guarnición de Jaca (Huesca) y comenzaron la sublevación. Como no les siguieron las demás guarniciones, el intento fue inmediatamente aplastado y sus dos capitanes responsables capturados, juzgados, condenados y ejecutados.

Lógicamente, esto hizo que mucha más gente simpatizara con los republicanos. Ya se sabe lo que dicen los predicadores: “sangre de mártires, semilla de conversos”. Por ello, en muchos sitios aparecieron los retratos de estos capitanes como si se trataran de unos mártires republicanos.

Curiosamente, antes de que se produjera la sublevación, el general Mola, entonces director general de Seguridad, llamó al capitán Galán, al que le unía una buena amistad de sus tiempos en la Guerra de África. En aquella conversación, el general le dijo, al capitán, que le habían informado que se iba a sublevar y le pidió su palabra de honor de que no lo iba a hacer y el otro se la dió.

Posteriormente, esta conversación le costó al capitán el pelotón de fusilamiento y al general, su expulsión del Ejército, cuando fue proclamada la II República.

El general Berenguer propuso convocar unas elecciones generales a Cortes para el 01/03/1931. Sin embargo, tanto los monárquicos como los republicanos exigieron que fueran para Cortes Constituyentes. O sea, para unas cuyo único objetivo sería redactar una nueva Constitución.

Como el rey se negó a ello y Berenguer no obtuvo casi ningún apoyo para su propuesta, presentó su dimisión al monarca, el cual la aceptó y, en febrero de 1931, nombró como nuevo presidente del Gobierno al almirante Aznar, porque ningún político civil quiso aceptar el cargo.

Esta vez se pensó en empezar por abajo, comenzando por unas elecciones municipales. Sin embargo, como ya dije anteriormente, los partidos republicanos aceptaron participar en ellas, pero dándole un carácter de plebiscito sobre la continuidad de la Monarquía.

Sin embargo, en esta ocasión sí que participaron en el Gobierno políticos muy conocidos, como el conde de Romanones, García Prieto o Gabriel Maura, porque el rey ya había aceptado convocar, tras las municipales, elecciones a Cortes Constituyentes.

Así que el domingo 12/04/1931 tuvieron lugar las elecciones municipales, donde, enseguida, los republicanos anunciaron haber ganado en la mayoría de las capitales de provincia y, según su criterio, el pueblo español era favorable a la República.

El monarca puso sobre la mesa la opción de formar un Gobierno de concentración, al objeto de convocar unas Cortes Constituyentes. Sin embargo, el Comité revolucionario se veía más apoyado que el monarca y no lo aceptó.

Curiosamente, el Ejército, que siempre había sido uno de los soportes de la Monarquía, esta vez no quiso salir de sus cuarteles. Por tanto, cuando Alfonso XIII preguntó por el general Sanjurjo, director general de la Guardia Civil y le dijeron que se hallaba reunido con el Comité Revolucionario, ya entendió que su única salida era el exilio. Así que, como le dijeron que tenía que irse antes de las 19.00, se fue sin esperar, ni siquiera, a su familia. Los cuales se marcharon unos días después.

Después de este largo prólogo, para poder entender esta historia, volvemos a nuestro personaje de hoy.

El día 14/04/1931, las calles de España se llenaron de personas celebrando el advenimiento de la II República. Eso se puede decir que era normal. Sin embargo, también vemos a un oficial del Ejército, vestido con su uniforme reglamentario, que enarbola una bandera republicana. Algo que parece muy raro, pues no se vio a ningún militar más por la calle.

El citado militar fue identificado como el teniente de Ingenieros Pedro Mohíno Díez. Parece ser que nació en 1904, pero no conocemos su lugar de origen.

En 1921, aprobó los duros exámenes de la selecta Academia de Ingenieros del Ejército de Tierra, situada entonces en Guadalajara.

En julio de 1927 terminó sus estudios, obteniendo el título de teniente de Ingenieros, según aparece en el Diario Oficial del Ministerio de la Guerra.

Su primer destino estuvo en el Regimiento de Zapadores Minadores nº2, cuya sede estaba en el barrio de Campamento (Madrid).

Parece ser que siempre estuvo bien considerado por sus superiores. Poseía una estatura de 1,72, un tanto por encima de la media española en ese momento.

También, según parece, tenía una buena cultura y dominaba el idioma francés, por lo que fue destinado como profesor de los nuevos alféreces de complemento.

Posteriormente, fue nombrado ayudante del batallón y, más tarde, ayudante del regimiento. Algo llamativo para ser un simple teniente.

Con motivo de la sublevación militar de 1930 colaboró en los interrogatorios a los militares sublevados.

Así que en su biografía no se ve casi nada fuera de lo habitual. Tampoco le dio tiempo a combatir en la Guerra de África, pues, cuando empezó su carrera militar, ya había terminado ese conflicto.

Sin embargo, la cosa sería diferente a partir del 14/04/1931. La mañana de ese martes, concretamente, a las 7 de la mañana, ya ondeó, por primera vez, la bandera republicana en el balcón del Ayuntamiento de Eibar (Guipúzcoa).

Poco a poco, fueron apareciendo esas banderas tricolores en otros ayuntamientos e instituciones oficiales de toda España. Por ejemplo, en la sede central de Correos, hoy Ayuntamiento de Madrid, la bandera fue izada sobre las 15.00.

Sin embargo, sobre las 17.00, en medio de un gran gentío, apareció en plena Puerta del Sol un camión, encima del cual se habían subido varios seguidores del nuevo régimen y, entre ellos, se veía a un militar con una bandera. Ese era Pedro Mohíno.

Posteriormente, el citado oficial, penetró con su bandera en el interior del edificio del Ministerio de la Gobernación, hoy presidencia de la Comunidad de Madrid, y la izó en el balcón principal de ese edificio.

Para su sorpresa, fue la misma bandera que se encontraron los miembros del nuevo Gobierno, al acceder a ese edificio, sobre las 19.00, a fin de realizar el primer Consejo de Ministros de la II República.

Curiosamente, hasta esa fecha, no consta en ninguna parte que este teniente fuera un militante republicano.

Supongo que esa exhibición por parte de un oficial, no haría mucha gracia en el Ejército, pues, por esta vez, quisieron manifestarse totalmente neutrales al cambio político. Sin embargo, a los republicanos les vino muy bien para adjudicarse, en su propaganda, que contaban con el apoyo del Ejército.

Realmente, no se sabe cuál fue la razón por la que se subió a aquel camión, enarbolando una bandera republicana. Él siempre afirmó que fue, más bien, una cuestión de corazón, más que de cabeza.

Es posible que, a la salida de su trabajo, encontrase a algún amigo que le invitase a ir con él a esa celebración en la Puerta del Sol y no le dio tiempo a quitarse el uniforme. No obstante, muchos vieron en ese militar el apoyo del Ejército al nuevo régimen.

A finales de abril de ese mismo año, siguiendo las instrucciones del nuevo presidente del Consejo de Ministros y, a la vez, ministro de la Guerra, Manuel Azaña, que había enviado a todos las dependencias militares, el teniente Mohíno, firmó un documento de adhesión al nuevo régimen.

En ese documento se exigía que los militares prometieran “por su honor servir bien y fielmente a la República, obedecer sus Leyes y defenderla con las armas”.

El impreso tenía una serie de casillas, donde debían ir firmando todos los militares, destinados en cada una de las dependencias. El que se negara a hacerlo, sería expulsado inmediatamente del Ejército.

Ya en mayo del mismo año, su regimiento, como tantos otros, fue destinado a la vigilancia de varios edificios religiosos, pues se estaban empezando a quemar diversos conventos en Madrid.

En junio de 1935 lo vemos destinado en la Guardia de Asalto, lo que ahora se llama Policía Nacional. Supongo que pediría ese destino, porque se cobraba mucho más y sería aceptado porque lo verían muy afín a la causa republicana. Posiblemente, había pesado mucho aquella foto con la bandera en la Puerta del Sol, que salió publicada en muchos periódicos de todo el país.

Sin embargo, parece que aquello no debió de gustarle mucho, pues en marzo de 1936, con motivo de su ascenso a capitán, pidió volver a servir en el Ejército.

Parece ser que esta vez fue destinado a un regimiento de Ingenieros con sede en Salamanca. Sin embargo, a raíz de los disturbios habidos entre militares y civiles en Alcalá de Henares, el Gobierno decidió trasladar dos regimientos de Caballería, que siempre habían estado en esa ciudad, y sustituirlos por un batallón ciclista, procedente de Palencia, y el 7º batallón del regimiento de Ingenieros de Salamanca. Por esa razón, cuando se produjo el golpe del 18/07/1936, el capitán Mohíno se hallaba destinado en esa ciudad desde el 20 de mayo.

Por lo visto, esos traslados repentinos de los dos regimientos de Caballería obedecieron a una petición de la agrupación local del PSOE al propio presidente de la República, que, en ese momento, era Manuel Azaña. Una persona nacida en Alcalá de Henares.

Lo cierto es que es muy extraño que se tramitara con tanta urgencia el traslado, concretamente, el 17 de mayo, de esos dos regimientos de Caballería, a Palencia y Salamanca, para lo cual se utilizaron 15 trenes con un buen número de vagones.

Incluso, hubo algunos plantes de varios oficiales de esos regimientos, que se resistieron a su traslado, alegando temer por la seguridad de sus familias, por lo que fueron encarcelados en prisiones militares. Por ejemplo, el coronel Plácido Gete, jefe de uno de esos regimientos, fue condenado a 12 años de cárcel.

Parece ser que los socialistas de esa localidad habían visto que existían frecuentes contactos entre los mandos de esos regimientos y conocidos políticos de derechas. Por tanto, sospecharían que estarían detrás de los preparativos del golpe. Como quedó demostrado en cuanto empezó el conflicto bélico.

De esa manera, el Gobierno se aseguraba tener alrededor de la capital fuerzas mandadas por militares de una probada reputación republicana.

No está muy claro lo sucedido a partir de entonces. Parece ser que, el 20/07, el teniente coronel Mariano Monterde, jefe del regimiento de Ingenieros, también era el jefe militar de la plaza, por ser el más antiguo de los dos que había.

En la ciudad se suceden los actos violentos. Varios grupos asaltaron unas armerías y se hicieron con armas y municiones. Con ellas se pasearon por las calles.

Entretanto, Monterde, siguiendo las instrucciones del Gobierno, ordenó al capitán Salazar que saliera al mando de una columna en dirección al pueblo de Cobeña a fin de apoyar a las fuerzas republicanas, que luchaban en el Puerto de Somosierra.

Por lo visto, cuando el mismo Monterde se dirigió al cuartel de los ciclistas discutió con los oficiales de ese batallón. Le dispararon y murió en el acto. En el tiroteo, también resultó herido otro teniente coronel, jefe del batallón ciclista, llamado Gumersindo de Azcárate. Un hombre muy amigo de Azaña. No confundirlo con un tío suyo, el célebre jurista y político del mismo nombre.

Parece ser que los capitanes Aguilar y Rubio se negaron a obedecer a los dos tenientes coroneles para partir con sus tropas hacia el frente. Hubo un momento en que discutieron acaloradamente, luego todos sacaron sus pistolas y se produjo un tiroteo, con el resultado antes mencionado.

A partir de ese momento, quedó al mando de todo el comandante Rojo Arana. Sin embargo, parece ser que el capitán Mohíno, sin consultar con sus superiores, ordenó que le siguiera la banda de cornetas y tambores, hasta el Ayuntamiento del pueblo.

Iba enarbolando la bandera de su batallón y gritando: “¡Viva España!, ¡viva la República! ¡viva el Ejército honrado!”. Después, colocó esa bandera en el balcón principal del Ayuntamiento.

Anteriormente, Mohíno junto con el capitán Salazar, habían detenido y encerrado a sus mandos, los comandantes Besga y Fraile y también al capitán Ramón castro, que no quisieron sublevarse contra el Gobierno republicano.

Por lo visto, no les debían llegar noticias del resto de España. Incluso, el teniente coronel Monterde había dado orden de incautarse todos los aparatos de radio de los cuarteles, porque muchos oficiales solían sintonizar Radio Segovia, que estaba en poder de los nacionales. Así que no se enteraron de que ya había fracasado el golpe en Madrid y habían sido detenidos sus responsables.

Siguiendo instrucciones del Gobierno, sobre las 17 horas, un avión militar dio varias pasadas sobre el pueblo, lanzando octavillas, donde notificaba el licenciamiento de los soldados y a los oficiales sublevados les daba un plazo de 24 horas para rendirse.

Al amanecer del 21 del mismo mes, vieron a lo lejos que se iba acercando una columna mandada por el coronel Puigdengolas y compuesta por unos 5.000 hombres, donde también había muchos procedentes de unidades de Ingenieros.  

Seguro que a algunos les sonará el apellido de este coronel, pues fue el mismo que, al mes siguiente, dirigió la defensa de Badajoz.

Tras sufrir un pequeño bombardeo de la aviación republicana, sobre las 11 de la mañana, el comandante Rojo, fue a parlamentar con el coronel Puigdengolas. En esa reunión se acordó respetar las vidas de los oficiales y exculpar al resto de la tropa.

Por lo visto, el capitán Mohíno se autoinculpó como único responsable de la sublevación, para que no fueran castigados el resto de sus compañeros.

Parece ser que Puigdengolas no ejercía un control adecuado de sus tropas, pues los milicianos mataron a dos oficiales e hirieron a otro, cuando les estaban entregando sus armas. Así que este coronel hubo de interponerse para que no corriera más sangre.

Me llama la atención que los 43 oficiales detenidos, siendo todos militares, no fueran conducidos hasta una prisión militar, sino a la Cárcel Modelo de Madrid.

Parece ser que los elementos radicales presionaron al Gobierno para que juzgara y condenara cuanto antes a los presos que se hallaban en esa cárcel. A tal fin, el 22/08, colocaron unas ametralladoras en los tejados y azoteas de los edificios cercanos a ese recinto y, con la excusa de un incendio, ordenaron a los presos que salieran al patio.

En ese momento, abrieron fuego contra los reclusos y mataron a muchos de ellos. Sin embargo, esta vez, Mohíno, tuvo suerte y se escapó por los pelos.

Así que el Gobierno tuvo que nombrar, aprisa y corriendo, un tribunal para juzgar a los militares allí encerrados.

El 24/08/1936 se reunió ese tribunal de urgencia en la propia Cárcel Modelo. Curiosamente, estaba presidido nada menos que por el presidente del Tribunal Supremo, junto con dos magistrados más de la misma institución. Ese presidente fue el mismo que, unos años antes, condenó al general Sanjurjo, también por haberse sublevado contra el Gobierno republicano.

El fiscal era un oficial del Cuerpo jurídico del Ejército, mientras que los abogados pertenecían al turno de oficio del Colegio de Abogados de Madrid.

También se designó un jurado, cuyos miembros eran todos, casualmente, miembros de organizaciones obreras y sindicales.

Los acusados fueron divididos por grupos. En uno de ellos estaban el comandante Rojo Arana y los capitanes Rubio Paz, Aguilar Gómez y Mohíno Díez. Fueron considerados los cabecillas de la rebelión.

Curiosamente, Rubio Paz, participó en 1930, en la famosa Sublevación de Jaca, por lo que entonces fue condenado a varios años de cárcel y luego amnistiado con la llegada de la II República.

Tal y como estaba previsto, todos fueron condenados a la pena de muerte. Ni siquiera esperaron a tener el visto bueno del Consejo de Ministros, según se ordenaba en la Legislación vigente en ese momento.

Al día siguiente, 25/08/1936, los reos fueron conducidos a la Ciudad Universitaria y ejecutados ante un pelotón de fusilamiento compuesto por milicianos. Ni siquiera por soldados del Ejército. Ya se ve que el Gobierno republicano nunca se fió de sus militares.

No está muy claro, pero algunos autores afirman que fueron fusilados en una explanada cercana a la Escuela de Arquitectura de la actual Universidad Politécnica de Madrid, situada en la Ciudad Universitaria.

Unos días después, tuvo lugar el juicio contra los oficiales del Batallón Ciclista, que terminó con 7 condenas a muerte y otras de muchos años de cárcel.

Ya en septiembre, tuvo lugar el juicio contra el resto de oficiales del Batallón de Ingenieros Zapadores. Esta vez no se dictaron penas de muerte. Sin embargo, varios de los oficiales, tanto de Ciclistas como de Zapadores, que continuaban en esa cárcel, fueron asesinados unos meses más tarde, cuando tuvieron lugar los fusilamientos en Paracuellos.

Curiosamente, la bandera del batallón de Ingenieros, que había colocado el capitán Mohíno en el balcón del Ayuntamiento de Alcalá de Henares, fue llevada a Madrid y colocada en el balcón principal del Ministerio de la Gobernación. El mismo sitio donde el capitán Mohíno colocara su otra bandera 5 años antes. La II República dio la espalda a uno de los suyos.

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