domingo, 23 de septiembre de 2018

EL CASO DE BALDOMERA LARRA Y SU FAMILIA


Seguro que, al leer el título de este artículo, a más de uno le habrá sonado este apellido. Pues habrá acertado, porque se trata de una de las hijas del gran escritor romántico español Mariano José de Larra.
Para el que no le suene de nada, hay que decir que Mariano José de Larra fue uno de los grandes escritores españoles del siglo XIX. Vivió entre 1809 y 1837.
Escribió bajo varios seudónimos. Quizás, el más conocido es el de Fígaro, aunque también usó otros que le hicieron muy famoso, como el del “Pobrecito hablador”.
Nació en Madrid, pero, como su padre era seguidor de las ideas de Napoleón, se le consideró afrancesado. Aparte de que era médico de la familia real de José I Bonaparte. Así que, al final de la Guerra de la Independencia, toda la familia tuvo que exiliarse en Francia, hasta 1818, año en que se decretó una amnistía para estos exiliados.
Parece ser que su familia volvió antes que los demás exiliados, porque su padre era el médico personal del infante Francisco de Paula y éste exigió regresar con su médico a España.
Empezó a ser famoso gracias a sus artículos satíricos, que publicaba en varios periódicos. En ellos criticaba las costumbres de la época.
Gracias a su dominio del francés, por haber vivido exiliado varios años en ese país, también se ganaba la vida traduciendo obras escritas en esa lengua.
En 1829 se casó con Josefa Wetoret y Velasco, pero el matrimonio nunca se llevó muy bien. Así que terminaron separándose, en 1834. No obstante, de ese matrimonio 
nacieron tres hijos: Luis Mariano, Adela y Baldomera. Parece ser que en un artículo titulado “Casarse pronto y mal”, narra lo que le había ocurrido durante su vida matrimonial. Por lo visto, siempre se refería a su exmujer como “la difunta”.
Lo cierto es que tampoco podía meterse demasiado con la sociedad del momento, debido a la dura censura, que existió durante el reinado de Fernando VII.
Como ejemplo de su mentalidad, este rey, decretó el cierre de todas las Universidades y, en cambio, autorizó la apertura de una escuela de tauromaquia.
Parece ser que, en 1832, cuando enfermó gravemente el monarca, su esposa tomó su puesto. Se trataba de la reina regente María Cristina. Ella fue la que dio la orden de aflojar la censura y permitir que regresaran miles de exiliados liberales.
Por aquella época, Mariano José, había conocido a una mujer joven, llamada Dolores Armijo, de la que se enamoró perdidamente.
Parece ser que estaba casada con un militar y él la siguió a algunos de los lugares a donde iban destinando a su marido.
Hasta llegó a presentarse por el Partido Moderado, o sea, los conservadores, él, que siempre había sido un liberal radical. Quizás, la razón haya que buscarla en que se presentó como diputado por Ávila, que era la ciudad donde residía en ese momento Dolores.
Debió de salir muy deprimido, tras su fracaso en su única experiencia en la política, donde también se vivió el famoso intento de golpe de Estado de los sargentos en La Granja.
Así, en 1836, escribe un artículo titulado “El día de difuntos de 1836”. En él, su personaje, Fígaro, se ve solo y ve Madrid como un inmenso cementerio. Hasta ve un sepulcro en su propio corazón, cuya lápida dice: “Aquí yace la esperanza””.
A mediados de febrero de 1837. Concretamente, martes de Carnaval, recibe, en su casa, la visita de Dolores, acompañada por una amiga, la cual le comunica que se va a ir con su marido, que ha sido destinado a Filipinas y le pide que le devuelva sus cartas.
Parece ser que es lo peor que le podían haber dicho, porque, nada más irse Dolores, Mariano, va a por su pistola y se suicida disparándose un tiro en la sien.
A su entierro asistieron miles de personas, que lloraron su pérdida. Ya se sabe que, en España, a una persona sólo le reconocen sus méritos cuando se muere.
Curiosamente, un joven poeta, llamado José Zorrilla, ganó cierta fama a partir de ese momento, tras haber leído algunos de sus versos, dedicados a Larra, durante el entierro del finado. No olvidemos que, posteriormente, Zorrilla, fue el autor de la famosa obra “Don Juan Tenorio”.
Parece ser que Dolores Armijo también murió, pocos meses después, al hundirse el barco que la llevaba hasta Manila, para reunirse con su marido.
Una vez visto el padre, ahora pasaremos a conocer a sus hijos. Luis Mariano de Larra fue el hijo mayor de nuestro escritor. También se dedicó a la Literatura, como su padre, aunque nunca ganó tanta fama. Como ya he mencionado, lo normal en este país es que no te reconozcan tus méritos hasta que te entierren. Así que se dice que algunos le llamaban “Larra el malo”.
Escribió artículos en la prensa y muchas comedias, con desigual éxito. Sin embargo, destacó como autor de zarzuelas. Quizás, la más conocida, sea “El barberillo de Lavapiés”. En ésta, como en otras tantas de las suyas, la música corrió a cargo del maestro Barbieri.
Parece ser que la primera que descubrió el cadáver de su padre fue su hija Adela, que entró en su despacho para saludarle. Supongo que la pobre chiquilla se llevaría un buen susto, porque entonces sólo tenía 4 años.
Lo de su edad es un detalle que no está muy claro, porque unos dicen que nació en 1831, mientras que otros afirman que fue en 1833.
Durante su juventud, parece que fue una mujer muy hermosa. Así que el rey Amadeo I de Saboya, que reinaba en España, no perdió el tiempo y se le conoció un romance con ella. Incluso, le proporcionó una casa en pleno Paseo de la Castellana, donde la visitaba a menudo.
Hay que decir que Amadeo vino a España sin su esposa, la reina María Victoria, porque ésta se hallaba en Italia, reponiéndose del parto del segundo de sus hijos.
Según parece, Adela, fue una mujer morena, de mediana estatura y abundante pelo, que le caía por delante de las orejas. Así que algunos la apodaban “la de las patillas”.
Parece ser que Adela conoció al rey, porque el médico personal del monarca era su cuñado, Carlos de Montemayor, casado con su hermana Baldomera, de la que hablaremos más adelante.
Cuando el rey llegó a España tenía sólo 26 años, mientras que ella tenía entre 36 y 38, según los autores. Aparte de que ella ya estaba casada con un ricachón, llamado Diego García Nogueres y también habían nacido tres hijos de ese matrimonio.
Por lo visto, esa relación acabó muy mal. Como el rey era muy mujeriego, se encaprichó de la esposa del corresponsal del famoso periódico británico The Times, durante las vacaciones de la familia real en Santander.
Evidentemente, eso no le hizo ninguna gracia a Adela. Así que le ofreció las cartas que le había enviado el rey a un redactor del periódico El Imparcial.
Parece ser que esto llegó a oídos de la corte y uno de los ayudantes del rey compró esas cartas a cambio de una importante cantidad de dinero.
Por lo visto, ella se dedicó a seguir al rey por todo Madrid hasta que éste dio la orden de que la desterraran de la ciudad, pero nadie se atrevió a hacerlo por el prestigio que tenía su familia y por la impopularidad del monarca.
Así que esa relación se fue enfriando, hasta que, en 1873, la situación obligó al rey a abdicar y marcharse en un tren, con la reina, camino de Portugal. Por lo visto, no se fueron hacia Valencia, que sería el camino más corto para volver a Italia, porque no se fiaban mucho de los españoles.
En cambio, en Portugal, los acogerían mucho mejor, porque allí 
vivía una hermana de Amadeo, la reina María Pía de Saboya, casada con el rey Luis I de Portugal.
Tras la caída de la monarquía de los Saboya, llegó la I República española y no se sabe mucho más acerca de Adela Larra.
Parece ser que este rey, mientras estuvo en España, también se encaprichó de una cantante llamada Teresa Pombo. En cierta ocasión, le pidió dinero al monarca. No sé si sería para no irse de la lengua. Éste le dio nada menos que 2.000.000 reales, que era una cantidad importante, pues entonces la moneda española todavía tenía una buena cotización.
Por lo visto, con el beneplácito del Gobierno, esa cantidad fue detraída del presupuesto para suministros del Ejército español destinado en Cuba. Así que no es de extrañar que nuestros soldados pasaran muchas penalidades en esa isla.
Curiosamente, la cantante, hizo aprisa y corriendo sus maletas y se fue a París. Por lo visto, no pudo gozar de esa fortuna, pues, nada más llegar a la capital francesa, fue atropellada por un coche de caballos y murió en el acto.
Por supuesto, no se me ha ocurrido, en ningún momento, pensar que ese “accidente” hubiera sido preparado por alguien, desde Madrid.
Ahora ya voy a entrar a narrar la vida de Baldomera Larra Wetoret. Nació en Madrid, en 1833, y fue la tercera y última de los hijos del matrimonio de Mariano José de Larra con Josefa Wetoret. Lo curioso es que algunos autores afirman que no fue reconocida por Mariano José como hija suya, pero no explican la razón de este hecho.
Parece ser que fue bautizada como María Dolores. Sin embargo, al confirmarse, le cambiaron su nombre por el de Baldomera. Algunos afirman que fue en honor del famoso general Baldomero Espartero.
Lo cierto es que, como ya he mencionado anteriormente, Baldomera, se casó con el sevillano Carlos de Montemayor, médico personal de Amadeo I.
Así, que, cuando salieron huyendo los Saboya, Montemayor también vio que estaba en peligro y no se le ocurrió otra cosa que exiliarse en América. Ni siquiera se llevó a su mujer ni a sus hijos. Así que, de la noche a la mañana, Baldomera, se encontró sin dinero, sola y con sus tres hijos.
Como uno de sus hijos cayó enfermo, en su desesperación, no tuvo más remedio que ir a pedir dinero a un prestamista usurero, el cual le prestó 16 duros al increíble interés del 100%. Lo que fue todavía más increíble es que ella devolviera los 32 duros a su vencimiento.
Por lo visto, lo que hacía era pedir préstamos en varios sitios e ir pagando cada préstamo con el siguiente y así, sucesivamente.
En una época como aquella, azotada por una grave crisis política y financiera, esa noticia se propagó por todo Madrid. Así que mucha gente le fue a ingresar o prestar dinero, porque ella siempre cumplía y devolvía puntualmente el nominal más los intereses.
Así, en mayo de 1876, creó la Caja de Imposiciones, que estuvo ubicada en varios lugares, hasta que terminó en la Plaza de la Paja, en el interior del desaparecido edificio del Teatro España.
Lo único que tenían que hacer sus clientes era personarse en ese lugar con los fondos que quisieran depositar y rellenar un impreso. Ella les aseguraba, nada menos que un 30% mensual. Así que se formaban unas colas más largas que las del paro.
Algunos afirman que hasta los niños fueron a depositar lo que tenían ahorrado en sus huchas. Llegó a ser famosa a nivel internacional. Es más, la llegaron a llamar “la madre de los pobres".
Incluso, si alguno dudaba, le solía decir: “mi garantía es el viaducto”. O sea que, en caso de que el negocio fallara, ella se suicidaría tirándose desde un puente muy alto, que está junto al Palacio Real, en Madrid.
Otras veces, les decía que obtenía esos intereses de los beneficios de unas minas que explotaba su marido en América. Cosa que, como es de suponer, era totalmente falsa.
Realmente, su supuesto negocio era una típica estafa piramidal. De hecho, se la considera la pionera en ese tipo de estafas. Es decir, le pagas a un cliente con lo que te ingresa el siguiente. El problema es cuando dejan de ingresar, porque ya no puedes hacer efectivos esos pagos.
En diciembre del mismo año, cuando intuyó que la cosa no le estaba yendo tan bien, escapó de Madrid con 20.000.000 de reales rumbo a Francia. Otros dicen que sólo se llevó 6.000.000 de reales. Por lo visto, dejó aquí a unos 5.000 estafados.
No está claro si volvió voluntariamente o fue extraditada por el Gobierno francés. Lo cierto es que volvió 2 años después, en 1878, y confesó que se había marchado, porque hubo una campaña de prensa contra su negocio, lo cual implicó que hubiera menos ingresos.
Parece ser que, antes de su huida, se había mostrado en su palco del Teatro de la Zarzuela. Supongo que lo haría para acallar los rumores. Sin embargo, salió antes del final de la obra para coger un tren con destino a Francia.
Su hermano, Luis Mariano, fue una víctima indirecta de los negocios turbios de Baldomera, pues, cada vez que estrenaba alguna de sus obras, se presentaban en el teatro un grupo de afectados por la estafa para patear en el suelo. Dando a entender que la obra era muy mala.
Baldomera fue juzgada y condenada a una pena de 6 años de prisión, acusada del grave delito de alzamiento de bienes. La sentencia fue ratificada por la Audiencia Provincial de Madrid.
Sin embargo, cuando recurrieron al Tribunal Supremo, se hicieron con los servicios de un notable abogado, llamado Felipe Aguilera.
Curiosamente, éste basó su defensa en que esos contratos de depósito eran nulos de pleno Derecho.
En aquella época, las mujeres españolas casadas, no podían ejercer el comercio, ni firmar ningún contrato, si no disponían de un permiso por escrito de su marido.
Así que, como ella estaba casada y no disponía de ese permiso, que le deberían de haber exigido sus clientes, esos contratos eran nulos y, legalmente, no se podía hablar de acreedores.
De esa forma tan sutil, Baldomera, se escapó de ir a la cárcel y también de devolver lo que se había llevado, porque los jueces del Supremo aceptaron la tesis de la defensa, sentenciando, en febrero de 1881, que “no existían esas obligaciones legítimas”.
Incluso, alguno de los jueces, se permitió indicar un voto particular, manifestando que esa conducta era moralmente reprobable, pero que, jurídicamente, no podía ser sancionable. Así que fue absuelta y aprovechó para huir otra vez de España. Por supuesto, sin devolver nada de lo que le habían depositado sus clientes.
No sé si a más de uno le suena eso de que, en la España actual, la mayoría de los que han robado importantes cantidades a los particulares o al Estado no han devuelto nada.
Precisamente, en esa época se hizo famosa una coplilla que decía: “El dinero que era nuestro/ Baldomera se llevó/ Baldomera ha aparecido/ pero nuestros cuartos, no”.
A partir de aquí, se cuentan diversas versiones. Se dice que huyó a Cuba, para reunirse con su marido y que luego se fue a Buenos Aires, donde se supone que murió. Incluso, se habla de que se cambió de nombre para poder regresar a España y no ser reconocida.
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miércoles, 19 de septiembre de 2018

LA ESCALOFRIANTE MASACRE DE PETERLOO


Como ya he dicho en otros de mis artículos, los británicos, se caracterizan por tener una memoria muy selectiva y esconder “bajo la alfombra” todo aquello que no les interesa que los demás conozcan sobre su Historia. Así que no está de más que, de vez en cuando, se cuenten las cosas que no les interesa recordar.
Como todos sabemos, las guerras sólo han traído hambre, muerte y desolación.
Eso mismo ocurrió durante las famosas guerras napoleónicas, en las cuales se luchó, prácticamente en todo el continente europeo.
Sin embargo, esta vez fue mucho peor, pues, desde finales del siglo XVIII, se venían produciendo una serie de erupciones volcánicas, unidas a alteraciones en las manchas solares, que dieron lugar a la llamada Pequeña
Edad del hielo. Así que el hambre fue brutal, porque el clima cambió, las cosechas se perdían y la gente se moría, literalmente, de hambre.
Precisamente, en 1816, llamado “el año sin verano”, debido a ese fenómeno, las cenizas de los volcanes cubrieron los cielos y el clima se enfrió en toda Europa.
Curiosamente, por esa misma razón, cuando se citaron la escritora Mary Shelley y su marido con Lord Byron y su pareja en una localidad de Suiza, para pasar allí sus vacaciones veraniegas, no pudieron apenas salir a tomar el aire. Así que decidieron hacer una especie de concurso de relatos breves sobre temas de terror y allí nació la famosa novela “Frankenstein”.
Está claro que, cuando la situación económica va bien, nadie se molesta por entrar en política. Sin embargo, cuando va mal, surgen los radicalismos de todo tipo, que parecen estar dispuestos a aparecer en cualquier momento, como las setas.
También es verdad que, como siempre ocurre en la Historia, las cosas no surgen de la noche a la mañana y ésta también tuvo un precedente.
Hace tiempo, escribí un artículo sobre los luditas y os animo a que lo leáis. 
Lo cierto es que en 1809 el Gobierno británico revocó una serie de normas, que se habían creado para limitar el uso de la maquinaria en los talleres. De esa forma, muchos obreros se vieron en el paro de la noche a la mañana.
Incluso, obreros especializados, con amplia experiencia, que, poco tiempo antes, se veían mimados por sus patronos, ahora se veían desplazados por otros obreros, que carecían de esa experiencia y que sólo habían sido formados para manejar esas máquinas. Por supuesto, cobrando mucho menos que los especializados.
Ciertamente, las reivindicaciones de los luditas eran mayoritariamente laborales. Tales como un salario mínimo ordenado por el Gobierno, procurar que los jóvenes no fueran explotados; compromiso, por parte del Estado, para intentar encontrarle un trabajo a quien lo perdiera por culpa de la introducción de esas máquinas; derecho a organizarse en sindicatos, etc.
Sin embargo, la intolerancia de los patronos y del Gobierno dio lugar a escenas violentas y a la destrucción de la maquinaria.
Es posible que todo esto nos suene a algo del pasado, pero ya veremos lo que va a ocurrir dentro de poco, cuando las fábricas se llenen de robots y la gente se vaya al paro, tal y como les ocurrió a los obreros británicos en la época de los luditas.
Siguiendo con nuestro relato, parece ser que estos movimientos obreros preocuparon a las
tradicionales clases dirigentes. Tanto fue así que el temor hizo que conservadores y liberales, tradicionales enemigos acérrimos en el Parlamento, esta vez se unieran para tomar medidas a favor de los empresarios, que perjudicaron seriamente a los obreros.
El movimiento ludita fue fácilmente derrotado por falta de unión entre ellos, ya que no todos los obreros se veían perjudicados de la misma forma. Aparte de que esos movimientos sólo solían darse en Londres y algunas ciudades importantes, pero no en todo el país.
Aunque parezca mentira, fueron algunos liberales los que crearon los llamados Club Hampden. Le pusieron este nombre como homenaje a John Hampden un antiguo parlamentario, que fue uno de los primeros que desafiaron al rey Carlos I, durante la Revolución Inglesa, que tuvo lugar en el siglo XVII.
En principio, estos clubs fueron pequeños grupos de personas, tanto obreros como gente de la clase media,
que se reunían semanalmente para debatir sobre política y otras cuestiones de interés. Evidentemente, lo hacían de forma clandestina, pues no podían ser legalizados como si fueran un partido o cualquier tipo de asociación.
A pesar de que el primero de ellos se constituyó en Londres, muy pronto se generalizaron por todo el país, especialmente, por el norte de Inglaterra y Escocia. Uno de sus fundadores fue John Cartwright, del que hablaremos más adelante.
También la clase dirigente vio con preocupación este tipo de reuniones. Así que aprobaron en el Parlamento una serie de normas legales, como la Ley de Reuniones Sediciosas, de 1817, que consiguió que nadie les cediera un local para sus reuniones.
Incluso, en algunas ciudades, como Manchester, muchos de ellos fueron detenidos. Así que la gente empezó a tener miedo y dejó de asistir a esas reuniones, pues también se 
sabía que el Gobierno había enviado algunos agentes infiltrados para identificarles más fácilmente. Con esto, el Gobierno, sólo logró que la gente se radicalizara, como veremos más adelante.
Por otra parte, como en todos los sitios hay gente que aprovecha estos momentos para enriquecerse aún más, así que los terratenientes, mayoritariamente aristócratas, subieron considerablemente el precio de los cereales.
Casualmente, en ese momento, se hallaban gobernando sus socios conservadores. Por ello, no tuvieron ningún problema para aprobar las infames Corn Laws, por las que se aplicarían
fuertes aranceles a los cereales importados de otros países. A fin de que no les estropearan el negocio. Parece ser que argumentaron que el Reino Unido no podía depender de los alimentos llegados del exterior.
Lógicamente, esto dio lugar a un gran descontento popular, porque la gente no podía pagar esos precios tan altos por los alimentos. No hay que olvidar que todavía no existía ningún movimiento obrero de carácter organizado, como los actuales.
Por cierto, uno de los políticos más conservadores fue el famoso general Wellington, que luchó en la Península Ibérica contra las tropas napoleónicas y luego les volvió a vencer en Waterloo. Llegó a ser primer ministro en 1828.
Estos aranceles sobre los cereales no fueron totalmente abolidos hasta 1846, tras una dura campaña realizada por la Liga anti-aranceles contra esa ley, la cual fue apoyada por los industriales y por representantes religiosos.
Parece ser que el principal motivo que alegaban los empresarios industriales es que esas subidas de precios daban lugar a continuas peticiones de subidas de salarios, que ponían en peligro la competitividad de la industria nacional.
En medio de todo este jaleo, surgió un magnífico orador, llamado Henry Hunt. Se mostraba partidario de la derogación de esos aranceles y de hacer una serie de reformas para dar más representación a la clase popular. Alegando que ni los conservadores ni los liberales estaban haciendo nada por solucionar los problemas del pueblo.
No era partidario de utilizar la violencia, sino de forzar esas reformas a base de presionar continuamente al Gobierno mostrando los miles de personas que lo apoyaban.
Realmente, ellos no pensaban formar instituciones nuevas, sino recuperar las que siempre habían existido en Inglaterra y que fueron abolidas tras la Edad Media, como los terrenos comunales de cultivo o el sufragio universal y una representación proporcional a la población de cada lugar.
Hasta la llegada de la Revolución Industrial, en el Reino Unido, habían existido instituciones de protección social, una regulación muy firme de los precios del mercado y una normativa muy estricta para ingresar en los gremios artesanos. Todo eso se vino abajo y mucha gente se vio en la pobreza más absoluta.
En aquella época, había un periódico local, llamado “Manchester Observer”, que se dedicaba a propagar esa serie de ideas.
Así que los redactores de este periódico, junto con algunas personas más, fundaron la Patriotic Union Society, cuyo objetivo era avanzar hasta obtener las reformas parlamentarias deseadas.
Esta asociación invitó a Henry Hunt y al comandante John Cartwright, ambos conocidos partidarios de esas reformas, a hablar en una reunión a celebrar en una zona rural cercana a Manchester, llamada Saint Peter’s Field. Desgraciadamente, el comandante no pudo desplazarse hasta allí a causa de su avanzada edad.
El 16/08/1819, se dieron cita en ese lugar miles de asistentes. Incluso, familias enteras. Algunos hablan de unas 60.000 personas, en un ambiente plenamente festivo. De hecho, se pidió que nadie portara armas de ningún tipo.
Parece ser que esto puso muy nerviosas a las autoridades. Sobre todo, a Willian Hulton, presidente de la Corte de Justicia de aquella zona, que vigilaba a la multitud desde lejos.
Así que no se le ocurrió otra cosa que llamar al Ejército para impedir esa reunión. Hay que aclarar que, en ese momento no existía la Policía encargada de ese tipo de cosas.
Es preciso recordar que este tipo ya tenía fama de duro, pues, unos años antes, había aplastado a sangre y fuego una revuelta de los luditas, encarcelando a varios de ellos y ahorcando a cuatro. Uno de estos era un niño de tan sólo 12 años.
Lo cierto es que hasta ese lugar llegó una unidad de Caballería, acompañados por un grupo de jóvenes nobles, también a caballo, a los que nada menos que se les ocurrió la barbaridad de galopar hacia la multitud y cargar contra ella, atacándoles con sus sables.
A resultas de este comportamiento, se produjeron 15 muertos y se calcula en unos 700 el número de heridos. Por supuesto, entre hombres, mujeres y niños, ya que unos fueron heridos por los sables y otros por atropellos o aplastados por la multitud.
Lo cierto es que este acontecimiento fue divulgado por varios periódicos británicos y esto originó un gran debate nacional.
Sin embargo, al Partido Conservador, que se hallaba entonces al frente del Gobierno, siguiendo con su habitual intolerancia, no se le ocurrió otra cosa que prohibir cualquier manifestación de este tipo. Calificando estas protestas como traición. Al mismo tiempo, se dedicaron a reprimir todos los grupos y periódicos de este tipo. Afortunadamente, muy pronto se abolieron esas leyes y se recuperó el sentido común.
No obstante, mientras estuvieron vigentes, juzgaron y sentenciaron a Hunt y a los responsables de ese periódico a diversas penas de cárcel. Sin embargo, los responsables de la carga de Caballería, que dio lugar a esa gran cantidad de víctimas, fueron absueltos.
Realmente, el incidente de Peterloo no fue un hecho aislado, sino que fue una especie de demostración de fuerza de un montón de personas que querían recuperar una serie de derechos, como los de reunión y asociación, el de manifestarse, la libertad de prensa, el derecho a estar correctamente representados en el Parlamento, etc.
Parece ser que el nombre de Peterloo fue una invención de James Wroe, editor del mencionado periódico, para mofarse del papel que había tenido ese día el Ejército británico, al atacar con sus armas a miles de personas desarmadas. Recordando la célebre batalla de Waterloo, que había tenido lugar pocos años antes. Parece que este nombre no les hizo mucha gracia, pero, hoy en día, se sigue utilizando para denominar a ese infame hecho.
También es verdad que, a pesar de que esta gente siempre se comportó de una manera pacífica, las cosas no debían de ir muy bien en el Reino Unido, porque habían empeñado buena parte de sus finanzas en la guerra contra Napoleón. También se había multiplicado el número de parados, pues muchos jóvenes regresaban de la guerra y se encontraban sin trabajo.

Aparte de ello, en 1812, un tipo que estaba medio loco asesinó nada menos que al Primer Ministro británico, Lord Perceval, dentro del mismo Parlamento. Es el único caso de un político de ese rango que haya sido asesinado en aquel país.
No sé si estaría relacionado con el tema de Peterloo, lo cierto es que en 1820 se detuvo a tiempo a un grupo de conspiradores, de ideología radical socialista, que pretendían asesinar a todo el Gobierno británico. Parece ser que se enteraron de que, ese día, los miembros del Gabinete se iban a reunir en la casa de uno de los ministros. Así que alquilaron un establo cercano. Por eso, se le llamó la Conspiración de Capo Street.
Por lo visto, la Policía londinense, había infiltrado entre sus miembros a uno de sus agentes. Así que éste avisó a sus superiores y pudieron detenerlos a tiempo. También parece ser que entre sus planes estaban ocupar la Torre de Londres y el Banco de Inglaterra. De los 12 detenidos, 5 de ellos fueron condenados a muerte y ahorcados, mientras que el resto fueron deportados y encarcelados en las colonias.
Parece ser que algunos autores afirman que esa reunión ministerial era falsa y que se la inventó la Policía para poder atrapar a estos conspiradores. De hecho, el que aportó las armas para realizar ese atentado fue el agente infiltrado, que también fue el que les dio esas ideas de ocupar esos edificios. Incluso, el propio Gobierno encargó que se publicara en la prensa la noticia de su supuesta reunión en la casa de uno de sus ministros.

Es más, el mismo Gobierno conservador, se basó en esos hechos para justificar las medidas que habían tomado el año anterior, en relación con las medidas de represión que se tomaron para combatir esos grupos radicales.
Por lo visto, un diputado acusó al Gobierno de haber preparado ese complot para no tener que realizar las reformas políticas solicitadas por los grupos que habían conseguido congregar a esa multitud en Peterloo.
Parece ser que la ejecución de esos condenados en la antigua cárcel de Newgate atrajo a bastantes personas. Incluso, algunos de ellos, pagaron una suma considerable por ocupar los asientos preferentes, en las ventanas de los edificios cercanos a esa prisión, desde donde se podía contemplar el patio de la misma.
También se congregó una gran multitud, lo que dio lugar a la movilización de unidades de Infantería, que no tuvieron que intervenir en ningún momento.
Posteriormente, en 1820, tuvo lugar la llamada Insurrección Escocesa o Guerra Radical. Ésta consistió en disturbios generalizados en Glasgow, a partir del 1 de abril. Dos días más tarde, tuvo lugar una huelga general en Escocia, que fue duramente reprimida por medio del Ejército.
Parece ser que esta situación venía de muy atrás. En Escocia estaban muy influenciados por los revolucionarios de Francia y, sobre todo, de USA. Parece ser que su modelo era Thomas Paine.
Incluso, hay quien dice que el famoso escritor escocés sir Walter Scott, aunque tenía una ideología conservadora, escondía en algunas de sus novelas, como Ivanhoe, un mensaje donde daba a entender que había que volver a las antiguas costumbres de los sajones, que fueron eliminadas por los invasores normandos. O sea, los ingleses.
La crisis mencionada, que se produjo tras las guerras napoleónicas, trajo mucho descontento y eso hizo que mucha gente se afiliara a estos grupos radicales. Supongo que la respuesta represiva del Gobierno británico haría que se radicalizaran aún más.

Por otra parte, los terratenientes, temerosos de perder sus derechos seculares, optaron por organizar y armar unidades de voluntarios para luchar contra los radicales.
Aparte de ello, la Policía, infiltró a muchos de sus agentes en esas organizaciones. Se dedicaron a vigilar y, sobre todo, a agitar a esas personas a fin de que cometieran algún acto ilegal para que les pudieran detener y condenarles a duras penas de cárcel.
Esta vez hubo 18 muertos entre hombres, mujeres y niños. También hubo 88 procesados, de ellos, 3 fueron condenados a muerte y ahorcados. El resto fue condenado a diversas penas de prisión en las colonias.
 La situación llegó a tal punto que los radicales llegaron a poner en entredicho la doctrina tradicional de la Iglesia de Inglaterra. Ésta consistía en defender el orden social encabezado por la aristocracia, como si fuera un mandato de Dios.
Afortunadamente, a partir de 1821, la situación económica mejoró y eso hizo que la situación política también lo hiciera. El Gobierno abandonó su política represiva y también impulsó una serie de mejoras en la Economía a favor de los menos afortunados.
También, por esa época, un empresario llamado Richard Owen creó las primeras cooperativas, que tuvieron mucho éxito y donde también se intercambiaron bienes y servicios. Era una buena oportunidad para que los radicales y los cristianos moderados trabajaran juntos para mejorar la vida de la clase trabajadora. De hecho, era un sistema constructivo que se apartaba de las ideas de muchos radicales.
Parece ser que, en la década de 1830, en el Reino Unido se percibió un cierto contagio de la revolución que acababa de tener lugar en Francia. Eso motivó que las clases medias se unieran a las clases dirigentes para intentar frenar el empuje de los obreros. Hay que decir que éstos ya estaban organizados en sindicatos y empezaban a exigir una serie de reivindicaciones como la jornada máxima de 10 horas.
No obstante, las ideas del movimiento radical, siguieron llegando a la gente utilizando otros medios, como la prensa, el teatro, las canciones, etc. Esto hizo que esos medios llegaran a crear una conciencia social para pedir una verdadera democracia y una Economía con unos tintes socialistas.
Dividían a la sociedad en clases productivas y parasitarias y como único valor importante lo que se gana por realizar un trabajo.
Entrando ya en el siglo XX, tras la II Guerra Mundial, alguien con una gran visión de futuro y supongo que también con la vista puesta en la amenaza comunista en Europa, creó el llamado Estado de Bienestar. Éste se caracteriza por el acceso universal a la Educación y la Sanidad, ambas de carácter gratuito y proporcionadas por el Estado. También unas pensiones dignas para los jubilados y unos salarios justos para unos trabajadores, los cuales han de ser aprobados entre los empresarios y los sindicatos.
Sin embargo, tras el paso por la política de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, han surgido una serie de movimientos neoliberales, que sólo dan importancia a los beneficios de las empresas y no se preocupan por la importancia de los trabajadores de las mismas.
Todo esto ha dado lugar a la privatización de la mayoría de las empresas públicas, la globalización del sector financiero, la deslocalización de miles de fábricas, el nulo crecimiento de los salarios, etc. También el incremento de la Educación y la Sanidad privadas a costa de la falta de presupuestos de sus homólogas públicas, por culpa de los recortes impuestos desde la capital de la UE y a propuesta del Gobierno alemán.

También está ocurriendo que, a pesar de tener a una juventud con una gran formación, sólo son contratados para trabajos donde no se necesita casi ninguna, por lo que sus salarios suelen ser muy bajos. Por no hablar de que muchos de ellos no figuran ni siquiera como asalariados, sino como autónomos y así, los empresarios, reducen, aún más, sus costes sociales.
También es una forma de que estos empleados no estén unidos, pues, como “empresarios autónomos” se dedican a hacerse la competencia unos a otros. Así que esto también ha provocado un “olvido” en aquello que se llamaba la identidad de la clase obrera.
Evidentemente, como las empresas se hacen cada vez más grandes, pueden imponer su voluntad a los distintos gobiernos y no al contrario, como había ocurrido hasta ahora.
Algunos economistas pronostican que, a mediados de este siglo, la productividad podría aumentar hasta un 300%, pero se necesitaría muy poca mano de obra, porque la mayoría del trabajo lo harían los robots, que cada vez serían más “inteligentes”.
Así que no sería de extrañar que este estado de cosas diera lugar a nuevas protestas, ahora ya a nivel global, que pondrían a las instituciones internacionales y a los gobiernos en serios aprietos.
De este modo, aunque vivamos en otro siglo, este estado de cosas podría dar lugar a que volviéramos a la situación, que ya he mencionado anteriormente, que se vivía en el
Reino Unido a comienzos del siglo XIX. De hecho, ya han vuelto los movimientos radicales a la política.
Prácticamente, es la única diferencia. Ahora les dejan participar en la política y antes se trataba de movimientos clandestinos.
Incluso, en varios países de Europa ha aumentado el voto hacia partidos ultranacionalistas y de claro sesgo xenófobo, que culpan de estado de cosas a la política de la UE y a la llegada masiva de inmigrantes.
Para terminar, yo creo que la Historia es como un medicamento. Siempre nos saldrá lo mismo, si utilizamos los mismos ingredientes, con las mismas proporciones. Por eso mismo, se repite continuamente y la gente debería de tomar nota de lo ocurrido anteriormente para que no vuelva a repetirse.
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miércoles, 12 de septiembre de 2018

EL INCREÍBLE TESORO DE GUARRAZAR


Estamos a finales de agosto de 1858. Escolástica, una joven de 21 años de Guadamur, un pequeño pueblo de Toledo, vuelve andando desde la capital hasta su localidad.
El motivo de este viaje es que quiere ser maestra y, para ello, se ha desplazado hasta la capital para realizar los correspondientes exámenes para obtener ese título.
Ahora va de vuelta. Le acompañan María Pérez, su madre, y Francisco Morales, su padrastro. No está demasiado lejos, unos 15 km, pero sí para ir andando, pues son unas dos horas de camino, aunque también llevan un asno.
Parece ser que el día anterior había llovido mucho en muy poco rato y eso había hecho que el terreno se removiera y en algunos sitios se produjeran corrimientos de tierra.
Por ese motivo, al pasar junto a la fuente del paraje de Guarrazar, que está al lado de una antigua ermita, y dista unos 2 km de Guadamur, vieron unas lápidas pertenecientes a unos enterramientos visigóticos.
Parece ser que se había movido una de las lápidas que las cubrían y, bajo ella, se podía distinguir un objeto que, por su brillo, les llamó la atención.
La curiosidad les movió a levantar esa losa y pudieron ver que debajo se hallaban una gran cantidad de joyas. Así que se llevaron consigo las que menos pesaban y acordaron volver cuando se hiciera de noche a por las restantes.
Posiblemente, acordaron eso para no ser vistos, porque aquel sitio estaba al lado de un camino muy transitado por los lugareños.
Unas horas más tarde, regresaron ya provistos de un farol para poder ver en la oscuridad. Por lo visto, encontraron varias coronas de oro, gran cantidad de piedras preciosas, perlas y objetos de culto, como cálices, cruces, etc. Todo ello, custodiado dentro de una arqueta cuadrada de 70 cm de lado y enterrada a poco más de 1 metro de profundidad.
Lógicamente, un farol encendido, llama mucho la atención en la oscuridad del campo. Así que otro vecino de la zona, llamado Domingo de la Cruz y apodado “el Macario”, que los había estado observando, cuando estos se fueron, se acercó al lugar, para intentar encontrar alguna cosa.
Parece ser que también tuvo la misma suerte y encontró otra parte del tesoro escondido bajo otra losa de la misma época. O sea, el siglo VII d.de C.
Incluso, algunos familiares de los afortunados, que conocieron esa noticia, hicieron una búsqueda por la zona y parece ser que encontraron algunas cosas más, pero se desconocen esos detalles.
Por lo visto, algo después, el célebre político Amador de los Ríos, quiso excavar la zona, pero sólo encontró un antiguo cementerio visigodo en estado ruinoso o, por lo menos, eso fue lo que se dijo.
Según algunos, al día siguiente, los afortunados, temieron que el propietario del terreno o, incluso, el Estado, les quitase lo que habían encontrado. Seguramente, por eso mismo, Domingo, se dedicó a desmontar las piedras preciosas de las cruces y coronas y las vendió a los joyeros, junto con trozos de oro, resultantes de dividir esos objetos, que fueron fundidos para confeccionar nuevos adornos de oro.
Hoy en día, parece ser que, en esa zona, hay mucha gente que posee joyas, que fueron realizadas con trozos fundidos de ese oro. Así que, por lo visto, las únicas piezas del tesoro que se han conservado son las que extrajeron Escolástica y su familia, y alguna más de “Macario”.
Parece ser que Francisco empezó a sospechar que los joyeros de Toledo les estaban engañando, porque esas piezas debían de valer mucho más.
Así que fue a hablar con un francés al que conocía desde hace tiempo. Se trataba del profesor Adolphe Herouart, que enseñaba su idioma a los cadetes de la Academia de Infantería de Toledo.
Éste le pidió unas cuantas joyas y una cruz de oro y se las llevó a un amigo suyo, llamado José Navarro, que era joyero de la corte de Isabel II.
Parece ser que fue el que se dio cuenta de la magnitud del hallazgo. Le compró estas joyas por unos 70.000 reales. Recompuso 9 coronas y 6 cruces con los restos que pudieron conseguir en las tiendas de varios joyeros y se las vendió al Gobierno francés.
Así que, en un principio, estos objetos fueron depositados en el famoso Museo del Louvre y, posteriormente, fueron exhibidos de forma permanente en el Museo Cluny, situado también en París.
A algunos les podrá extrañar que esas piezas salieran de España. Me permito recordaros que la famosa Dama de Elche salió por el mismo motivo. O sea, porque los franceses pagaban siempre de una forma puntual y por un importe superior al que lo solían hacer los españoles.
Precisamente, el mismo José Navarro, años atrás, habían confeccionado la corona de Isabel II y tardó nada menos que 5 años en poder cobrar sus honorarios. Durante ese tiempo, para poder mantener a su familia, tuvo que empeñar parte de sus bienes en el Monte de Piedad. Algo parecido le ocurrió al dueño de la Dama de Elche. Por eso mismo, se la vendió a los franceses, los cuales le pagaron nada menos que la estimable cantidad de 100.000 francos franceses de la época.
Más tarde, Herouart, compró el terreno donde se habían producido esos hallazgos para evitar reclamaciones de su antiguo propietario y, sobre todo, para realizar excavaciones a ver si pudieran encontrar algo más. Sin embargo, por lo visto, ya encontró muy pocos objetos de interés.
Parece ser que camufló esas excavaciones como si estuviera haciendo unas obras para construirse una casa en ese lugar.
No obstante, como el Gobierno español tuvo conocimiento de esa futura venta, antes de que se produjese, aunque José Navarro ya estaba en París y había firmado un compromiso con el Gobierno francés, el embajador español le estuvo presionando para que no terminara de efectuar esa venta. Incluso, se dirigió a la española Eugenia de Montijo, emperatriz de Francia y esposa de Napoleón III, para que influyera sobre su marido a fin de que no firmara esa compra.
Parece ser que, tras la publicación de la noticia de esta adquisición en los periódicos franceses, en España, se montó un gran escándalo y se culpó al Gobierno de no haber hecho ningún esfuerzo para que esas obras no hubieran abandonado nuestro país.
Parece ser que en varios periódicos españoles se acusaba a Navarro de "ladrón", por haber vendido algo que no era suyo. Sin embargo, él afirmaba que sí lo era, por dos motivos. Primero, porque había pagado por esas piezas y, segundo, porque las había conseguido restaurar desde un estado verdaderamente lastimoso al que se puede apreciar hoy en día.
A partir de ahí, todos estos personajes fueron llevados ante un juez. De esa manera, se pudo saber quién los había encontrado, de quién era el terreno y a quién habían vendido esas piezas.
Por eso, el Ministerio de Fomento, ordenó que se realizaran las excavaciones, anteriormente citadas, de Amador de los Ríos, donde ya sólo encontraron los restos de la basílica y el cementerio con sus lápidas correspondientes.
Por supuesto, el Gobierno español, exigió a sus colegas franceses que devolvieran esas piezas, pero, como siempre, no les hicieron ni caso.
Supongo que, para quedar bien, Francisco y María, devolvieron lo único que no habían conseguido vender. Es decir, un brazo de una cruz procesional de oro, repleto de perlas y zafiros. Por su parte, “Macario”, fue al Palacio de Aranjuez para ofrecer a Isabel II lo único que le quedaba en casa.
Debía de ser un tipo muy espabilado, porque, para no perder el negocio, le llevó una cruz y la corona del abad Teodosio, que estaban intactas y las había mantenido escondidas en una tinaja.
Luego, le narró todas las vicisitudes del hallazgo y negoció la entrega del resto de las cosas que tenían aún en su casa a cambio de una pensión vitalicia y el pago de las piezas, previa tasación de las mismas. De esa manera, consiguió 4.000 reales de pensión y 40.000 por la tasación de la corona de Suintila y otras de menor importancia. Estas se depositaron en la Armería del Palacio Real de Madrid.
Parece ser que no pudieron vender esas piezas, porque les llevaron tal cantidad de objetos de oro a los joyeros de Toledo, que llegó a un punto en que estos se negaron a comprarles más por miedo a que fueran investigados por las autoridades. Tal y como luego ocurrió.
Por esa misma razón, en 1921, esas coronas se hallaban alojadas en una vitrina de la Armería del Palacio Real de Madrid.
Sin embargo, el 5 de abril de ese mismo año, los encargados de ese establecimiento, descubrieron estupefactos que una de las vitrinas había sido abierta. A causa de ello, se echó en falta la Corona de Suintila, un trozo de otra corona y un medallón.
Por lo visto, no había sido un suceso aislado, pues desde 1918, se venían produciendo robos de obras de arte en el Museo del Prado, la Biblioteca Nacional y el Archivo Histórico Nacional. Así que esto tenía pinta de haber sido encargado por un caprichoso coleccionista, que conociera bien estos objetos.
La Policía detuvo a los culpables del robo en el Palacio Real, sin embargo, esos objetos nunca fueron recuperados.
Volviendo al tema de hoy, sólo se han conservado 10 coronas. No obstante, se cree que se extrajeron unas 23. Aparte de ello, se cree que, en el mismo lugar, se encontraron cálices, cruces para las procesiones y hasta una paloma. Todo ello de oro y piedras preciosas.
Hasta hace unos 25 años, no se hizo una investigación exhaustiva sobre este tesoro. La llevaron a cabo miembros del CSIC. Se llegó a demostrar que los zafiros procedían del actual Sri Lanka, mientras que las esmeraldas venían de Austria. Eso nos puede dar una idea de lo activo que era el comercio en esa época.
Actualmente, se cree que todo ese tesoro pertenecía a las diversas donaciones efectuadas a una antigua basílica, que, según parece, estaba situada en esa zona, y se la conocía como Santa María de Sorbaces. La mayoría de esas coronas correspondían a donaciones realizadas por reyes visigodos, como Suintila o Recesvinto.
Otros opinan que podrían ser objetos religiosos de diversos templos de Toledo, la capital visigoda, que fueron escondidos en ese lugar para que no los encontraran los invasores musulmanes, que llegaron a España en el 711 d. de C.
De hecho, en las narraciones de los invasores musulmanes, se indica que encontraron los templos de Toledo llenos de objetos de oro, que, inmediatamente, fueron fundidos para repartirlos entre sus tropas.
No está muy claro para qué servían esas coronas. Incluso, se ha llegado a decir que, con sus reflejos, servían para iluminar los templos.
Otros autores hablan de un simbolismo divino, pues todas las coronas tenían en su interior una cruz de pendía del centro de la misma.
Curiosamente, en 2014, la propia alcaldesa del pueblo de Guadamur, cuando se hallaba
limpiando la zona de barro, encontró nada menos que un zafiro junto a la antigua fuente. Parece ser que, en su momento, Escolástica, declaró que allí es donde habían lavado las piezas antes de llevárselas a casa. Es posible que, en ese momento, perdieran esa pieza, que se ha demostrado que tiene el mismo origen que las demás. Sin embargo, esta vez, la alcaldesa, la ha depositado en el Museo de Santa Cruz, en Toledo.
Increíblemente, después de las citadas excavaciones ordenadas por Amador de los Ríos, nunca más se había excavado en esa zona. Sin embargo, en 2005, se decidieron a excavar de nuevo, siguiendo los estudios de un experto alemán.
Así, unos años más tarde, se descubrieron los cimientos de aquella importante basílica en los terrenos de un olivar, situado en una zona cercana a esos hallazgos.
Afortunadamente, en 1941, ocurrió el milagro. Todo ello, gracias a las gestiones del famoso escritor Eugenio D’Ors ante el Gobierno francés y aprovechando que parte del vecino país estaba ocupado por Alemania y la otra parte estaba gobernada por el general Petain, ambos aliados del régimen de Franco. De esa manera, seis de las nueve coronas que aparecieron en Guarrazar, fueron devueltas por el Gobierno francés a España. Con ellas, también vinieron una Inmaculada de Murillo y la famosa Dama de Elche, que también había sido vendida al Louvre.
A cambio, el Gobierno español, les entregó un retrato realizado por Velázquez, otro del Greco, un cartón de Goya y una colección de dibujos franceses fechados en el siglo XVI.
En un principio, las piezas canjeadas por Francia, fueron depositadas en el Museo del Prado. Sin embargo, en 1943, fueron llevadas al Museo Arqueológico Nacional, que es donde ahora se exhiben.
Las piezas más importantes de ese tesoro son las coronas votivas de Suintila (reinado entre 621-631) y Recesvinto (649-672). Se han identificado claramente, porque sus nombres figuran en unas letras que cuelgan de esas coronas. Desgraciadamente, la de Suintila fue robada en la Armería del Palacio Real y nunca se ha podido recuperar.
En la actualidad, este tesoro se encuentra repartido en tres lugares. En París, el Museo de Cluny, posee aún tres de esas coronas. En Madrid, como ya he mencionado anteriormente, el Museo Arqueológico Nacional, tiene depositadas las piezas que devolvió Francia. O sea, 6 coronas, siendo la más importante la del rey Recesvinto; el brazo de una cruz y un grupo de piedras preciosas no engarzadas. También en Madrid, dentro del Palacio Real, aún se conservan la corona del abad Teodosio, la cruz de un obispo y varias joyas sueltas. Hay que decir que, ese último lugar, sufrió, aparte del robo de 1921, los desmanes producidos durante la Guerra Civil, en la que también robaron otras piezas de esa colección.
Este tipo de donaciones fueron muy habituales en el mundo romano y en el bizantino, influyendo en la cultura visigótica. De hecho, se sabe que el rey Leovigildo copió parte del protocolo bizantino para utilizarlo en su propia corte de Toledo.
Incluso, se sabe de la existencia de esta costumbre en la antigua Grecia para pedir algún don a uno de sus dioses o para agradecer algo, como una victoria en alguno de sus Juegos.
Sin embargo, en el mundo cristiano se veía como una forma de sumisión a Dios. Así aparece en un capítulo del Apocalipsis, donde los sabios ancianos entregan sus coronas a Dios.
En el caso de los visigodos, se conocen otras cruces votivas encontradas en Torredonjimeno (Jaén) y la que menciona donada por el rey Recaredo al mártir Félix de Gerona, mencionada por Gregorio de Tours y Julián de Toledo.
Aunque, desgraciadamente, se haya perdido para siempre buena parte de ese tesoro, se considera al Tesoro de Guarrazar como el máximo exponente de la orfebrería visigoda a nivel internacional.
En resumen, una historia de ambiciones particulares y una mala administración por parte del Estado español, que dio lugar al expolio y destrucción de la mayor colección de orfebrería visigótica de Europa.
También es verdad que, a partir de la llegada de estas piezas a París, los expertos empezaron a estudiar en serio el arte visigótico, al que nunca le habían dado la menor importancia, dentro del Arte Medieval.
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