miércoles, 12 de septiembre de 2018

EL INCREÍBLE TESORO DE GUARRAZAR


Estamos a finales de agosto de 1858. Escolástica, una joven de 21 años de Guadamur, un pequeño pueblo de Toledo, vuelve andando desde la capital hasta su localidad.
El motivo de este viaje es que quiere ser maestra y, para ello, se ha desplazado hasta la capital para realizar los correspondientes exámenes para obtener ese título.
Ahora va de vuelta. Le acompañan María Pérez, su madre, y Francisco Morales, su padrastro. No está demasiado lejos, unos 15 km, pero sí para ir andando, pues son unas dos horas de camino, aunque también llevan un asno.
Parece ser que el día anterior había llovido mucho en muy poco rato y eso había hecho que el terreno se removiera y en algunos sitios se produjeran corrimientos de tierra.
Por ese motivo, al pasar junto a la fuente del paraje de Guarrazar, que está al lado de una antigua ermita, y dista unos 2 km de Guadamur, vieron unas lápidas pertenecientes a unos enterramientos visigóticos.
Parece ser que se había movido una de las lápidas que las cubrían y, bajo ella, se podía distinguir un objeto que, por su brillo, les llamó la atención.
La curiosidad les movió a levantar esa losa y pudieron ver que debajo se hallaban una gran cantidad de joyas. Así que se llevaron consigo las que menos pesaban y acordaron volver cuando se hiciera de noche a por las restantes.
Posiblemente, acordaron eso para no ser vistos, porque aquel sitio estaba al lado de un camino muy transitado por los lugareños.
Unas horas más tarde, regresaron ya provistos de un farol para poder ver en la oscuridad. Por lo visto, encontraron varias coronas de oro, gran cantidad de piedras preciosas, perlas y objetos de culto, como cálices, cruces, etc. Todo ello, custodiado dentro de una arqueta cuadrada de 70 cm de lado y enterrada a poco más de 1 metro de profundidad.
Lógicamente, un farol encendido, llama mucho la atención en la oscuridad del campo. Así que otro vecino de la zona, llamado Domingo de la Cruz y apodado “el Macario”, que los había estado observando, cuando estos se fueron, se acercó al lugar, para intentar encontrar alguna cosa.
Parece ser que también tuvo la misma suerte y encontró otra parte del tesoro escondido bajo otra losa de la misma época. O sea, el siglo VII d.de C.
Incluso, algunos familiares de los afortunados, que conocieron esa noticia, hicieron una búsqueda por la zona y parece ser que encontraron algunas cosas más, pero se desconocen esos detalles.
Por lo visto, algo después, el célebre político Amador de los Ríos, quiso excavar la zona, pero sólo encontró un antiguo cementerio visigodo en estado ruinoso o, por lo menos, eso fue lo que se dijo.
Según algunos, al día siguiente, los afortunados, temieron que el propietario del terreno o, incluso, el Estado, les quitase lo que habían encontrado. Seguramente, por eso mismo, Domingo, se dedicó a desmontar las piedras preciosas de las cruces y coronas y las vendió a los joyeros, junto con trozos de oro, resultantes de dividir esos objetos, que fueron fundidos para confeccionar nuevos adornos de oro.
Hoy en día, parece ser que, en esa zona, hay mucha gente que posee joyas, que fueron realizadas con trozos fundidos de ese oro. Así que, por lo visto, las únicas piezas del tesoro que se han conservado son las que extrajeron Escolástica y su familia, y alguna más de “Macario”.
Parece ser que Francisco empezó a sospechar que los joyeros de Toledo les estaban engañando, porque esas piezas debían de valer mucho más.
Así que fue a hablar con un francés al que conocía desde hace tiempo. Se trataba del profesor Adolphe Herouart, que enseñaba su idioma a los cadetes de la Academia de Infantería de Toledo.
Éste le pidió unas cuantas joyas y una cruz de oro y se las llevó a un amigo suyo, llamado José Navarro, que era joyero de la corte de Isabel II.
Parece ser que fue el que se dio cuenta de la magnitud del hallazgo. Le compró estas joyas por unos 70.000 reales. Recompuso 9 coronas y 6 cruces con los restos que pudieron conseguir en las tiendas de varios joyeros y se las vendió al Gobierno francés.
Así que, en un principio, estos objetos fueron depositados en el famoso Museo del Louvre y, posteriormente, fueron exhibidos de forma permanente en el Museo Cluny, situado también en París.
A algunos les podrá extrañar que esas piezas salieran de España. Me permito recordaros que la famosa Dama de Elche salió por el mismo motivo. O sea, porque los franceses pagaban siempre de una forma puntual y por un importe superior al que lo solían hacer los españoles.
Precisamente, el mismo José Navarro, años atrás, habían confeccionado la corona de Isabel II y tardó nada menos que 5 años en poder cobrar sus honorarios. Durante ese tiempo, para poder mantener a su familia, tuvo que empeñar parte de sus bienes en el Monte de Piedad. Algo parecido le ocurrió al dueño de la Dama de Elche. Por eso mismo, se la vendió a los franceses, los cuales le pagaron nada menos que la estimable cantidad de 100.000 francos franceses de la época.
Más tarde, Herouart, compró el terreno donde se habían producido esos hallazgos para evitar reclamaciones de su antiguo propietario y, sobre todo, para realizar excavaciones a ver si pudieran encontrar algo más. Sin embargo, por lo visto, ya encontró muy pocos objetos de interés.
Parece ser que camufló esas excavaciones como si estuviera haciendo unas obras para construirse una casa en ese lugar.
No obstante, como el Gobierno español tuvo conocimiento de esa futura venta, antes de que se produjese, aunque José Navarro ya estaba en París y había firmado un compromiso con el Gobierno francés, el embajador español le estuvo presionando para que no terminara de efectuar esa venta. Incluso, se dirigió a la española Eugenia de Montijo, emperatriz de Francia y esposa de Napoleón III, para que influyera sobre su marido a fin de que no firmara esa compra.
Parece ser que, tras la publicación de la noticia de esta adquisición en los periódicos franceses, en España, se montó un gran escándalo y se culpó al Gobierno de no haber hecho ningún esfuerzo para que esas obras no hubieran abandonado nuestro país.
Parece ser que en varios periódicos españoles se acusaba a Navarro de "ladrón", por haber vendido algo que no era suyo. Sin embargo, él afirmaba que sí lo era, por dos motivos. Primero, porque había pagado por esas piezas y, segundo, porque las había conseguido restaurar desde un estado verdaderamente lastimoso al que se puede apreciar hoy en día.
A partir de ahí, todos estos personajes fueron llevados ante un juez. De esa manera, se pudo saber quién los había encontrado, de quién era el terreno y a quién habían vendido esas piezas.
Por eso, el Ministerio de Fomento, ordenó que se realizaran las excavaciones, anteriormente citadas, de Amador de los Ríos, donde ya sólo encontraron los restos de la basílica y el cementerio con sus lápidas correspondientes.
Por supuesto, el Gobierno español, exigió a sus colegas franceses que devolvieran esas piezas, pero, como siempre, no les hicieron ni caso.
Supongo que, para quedar bien, Francisco y María, devolvieron lo único que no habían conseguido vender. Es decir, un brazo de una cruz procesional de oro, repleto de perlas y zafiros. Por su parte, “Macario”, fue al Palacio de Aranjuez para ofrecer a Isabel II lo único que le quedaba en casa.
Debía de ser un tipo muy espabilado, porque, para no perder el negocio, le llevó una cruz y la corona del abad Teodosio, que estaban intactas y las había mantenido escondidas en una tinaja.
Luego, le narró todas las vicisitudes del hallazgo y negoció la entrega del resto de las cosas que tenían aún en su casa a cambio de una pensión vitalicia y el pago de las piezas, previa tasación de las mismas. De esa manera, consiguió 4.000 reales de pensión y 40.000 por la tasación de la corona de Suintila y otras de menor importancia. Estas se depositaron en la Armería del Palacio Real de Madrid.
Parece ser que no pudieron vender esas piezas, porque les llevaron tal cantidad de objetos de oro a los joyeros de Toledo, que llegó a un punto en que estos se negaron a comprarles más por miedo a que fueran investigados por las autoridades. Tal y como luego ocurrió.
Por esa misma razón, en 1921, esas coronas se hallaban alojadas en una vitrina de la Armería del Palacio Real de Madrid.
Sin embargo, el 5 de abril de ese mismo año, los encargados de ese establecimiento, descubrieron estupefactos que una de las vitrinas había sido abierta. A causa de ello, se echó en falta la Corona de Suintila, un trozo de otra corona y un medallón.
Por lo visto, no había sido un suceso aislado, pues desde 1918, se venían produciendo robos de obras de arte en el Museo del Prado, la Biblioteca Nacional y el Archivo Histórico Nacional. Así que esto tenía pinta de haber sido encargado por un caprichoso coleccionista, que conociera bien estos objetos.
La Policía detuvo a los culpables del robo en el Palacio Real, sin embargo, esos objetos nunca fueron recuperados.
Volviendo al tema de hoy, sólo se han conservado 10 coronas. No obstante, se cree que se extrajeron unas 23. Aparte de ello, se cree que, en el mismo lugar, se encontraron cálices, cruces para las procesiones y hasta una paloma. Todo ello de oro y piedras preciosas.
Hasta hace unos 25 años, no se hizo una investigación exhaustiva sobre este tesoro. La llevaron a cabo miembros del CSIC. Se llegó a demostrar que los zafiros procedían del actual Sri Lanka, mientras que las esmeraldas venían de Austria. Eso nos puede dar una idea de lo activo que era el comercio en esa época.
Actualmente, se cree que todo ese tesoro pertenecía a las diversas donaciones efectuadas a una antigua basílica, que, según parece, estaba situada en esa zona, y se la conocía como Santa María de Sorbaces. La mayoría de esas coronas correspondían a donaciones realizadas por reyes visigodos, como Suintila o Recesvinto.
Otros opinan que podrían ser objetos religiosos de diversos templos de Toledo, la capital visigoda, que fueron escondidos en ese lugar para que no los encontraran los invasores musulmanes, que llegaron a España en el 711 d. de C.
De hecho, en las narraciones de los invasores musulmanes, se indica que encontraron los templos de Toledo llenos de objetos de oro, que, inmediatamente, fueron fundidos para repartirlos entre sus tropas.
No está muy claro para qué servían esas coronas. Incluso, se ha llegado a decir que, con sus reflejos, servían para iluminar los templos.
Otros autores hablan de un simbolismo divino, pues todas las coronas tenían en su interior una cruz de pendía del centro de la misma.
Curiosamente, en 2014, la propia alcaldesa del pueblo de Guadamur, cuando se hallaba
limpiando la zona de barro, encontró nada menos que un zafiro junto a la antigua fuente. Parece ser que, en su momento, Escolástica, declaró que allí es donde habían lavado las piezas antes de llevárselas a casa. Es posible que, en ese momento, perdieran esa pieza, que se ha demostrado que tiene el mismo origen que las demás. Sin embargo, esta vez, la alcaldesa, la ha depositado en el Museo de Santa Cruz, en Toledo.
Increíblemente, después de las citadas excavaciones ordenadas por Amador de los Ríos, nunca más se había excavado en esa zona. Sin embargo, en 2005, se decidieron a excavar de nuevo, siguiendo los estudios de un experto alemán.
Así, unos años más tarde, se descubrieron los cimientos de aquella importante basílica en los terrenos de un olivar, situado en una zona cercana a esos hallazgos.
Afortunadamente, en 1941, ocurrió el milagro. Todo ello, gracias a las gestiones del famoso escritor Eugenio D’Ors ante el Gobierno francés y aprovechando que parte del vecino país estaba ocupado por Alemania y la otra parte estaba gobernada por el general Petain, ambos aliados del régimen de Franco. De esa manera, seis de las nueve coronas que aparecieron en Guarrazar, fueron devueltas por el Gobierno francés a España. Con ellas, también vinieron una Inmaculada de Murillo y la famosa Dama de Elche, que también había sido vendida al Louvre.
A cambio, el Gobierno español, les entregó un retrato realizado por Velázquez, otro del Greco, un cartón de Goya y una colección de dibujos franceses fechados en el siglo XVI.
En un principio, las piezas canjeadas por Francia, fueron depositadas en el Museo del Prado. Sin embargo, en 1943, fueron llevadas al Museo Arqueológico Nacional, que es donde ahora se exhiben.
Las piezas más importantes de ese tesoro son las coronas votivas de Suintila (reinado entre 621-631) y Recesvinto (649-672). Se han identificado claramente, porque sus nombres figuran en unas letras que cuelgan de esas coronas. Desgraciadamente, la de Suintila fue robada en la Armería del Palacio Real y nunca se ha podido recuperar.
En la actualidad, este tesoro se encuentra repartido en tres lugares. En París, el Museo de Cluny, posee aún tres de esas coronas. En Madrid, como ya he mencionado anteriormente, el Museo Arqueológico Nacional, tiene depositadas las piezas que devolvió Francia. O sea, 6 coronas, siendo la más importante la del rey Recesvinto; el brazo de una cruz y un grupo de piedras preciosas no engarzadas. También en Madrid, dentro del Palacio Real, aún se conservan la corona del abad Teodosio, la cruz de un obispo y varias joyas sueltas. Hay que decir que, ese último lugar, sufrió, aparte del robo de 1921, los desmanes producidos durante la Guerra Civil, en la que también robaron otras piezas de esa colección.
Este tipo de donaciones fueron muy habituales en el mundo romano y en el bizantino, influyendo en la cultura visigótica. De hecho, se sabe que el rey Leovigildo copió parte del protocolo bizantino para utilizarlo en su propia corte de Toledo.
Incluso, se sabe de la existencia de esta costumbre en la antigua Grecia para pedir algún don a uno de sus dioses o para agradecer algo, como una victoria en alguno de sus Juegos.
Sin embargo, en el mundo cristiano se veía como una forma de sumisión a Dios. Así aparece en un capítulo del Apocalipsis, donde los sabios ancianos entregan sus coronas a Dios.
En el caso de los visigodos, se conocen otras cruces votivas encontradas en Torredonjimeno (Jaén) y la que menciona donada por el rey Recaredo al mártir Félix de Gerona, mencionada por Gregorio de Tours y Julián de Toledo.
Aunque, desgraciadamente, se haya perdido para siempre buena parte de ese tesoro, se considera al Tesoro de Guarrazar como el máximo exponente de la orfebrería visigoda a nivel internacional.
En resumen, una historia de ambiciones particulares y una mala administración por parte del Estado español, que dio lugar al expolio y destrucción de la mayor colección de orfebrería visigótica de Europa.
También es verdad que, a partir de la llegada de estas piezas a París, los expertos empezaron a estudiar en serio el arte visigótico, al que nunca le habían dado la menor importancia, dentro del Arte Medieval.
Todas las imágenes de este artículo proceden de www.google.es

3 comentarios:

  1. Entre la codicia de los descubridores y el escaso celo de las Afortunadamente, las cosas han cambiado.
    No conocía su blog, me ha gustado.
    Saludos.

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    1. Yo no tendría tan claro eso de que las cosas han cambiado. Posiblemente, ahora no hubieran destrozado esas figuras, porque los coleccionistas les hubieran pagado más por ellas. Tal y como ocurrió con la Cruz de Suintila, que robaron en el Palacio Real.
      En España, hay varias ciudades donde no hay que excavar mucho para encontrar algo. Por eso, la gente que vive allí teme hacer una simple obra de reforma de sus casas, porque, si encuentran algo, los de Bellas Artes, no les van a dejar seguir y hasta es posible que tampoco les dejarían tapar los agujeros originados por la obra.
      Me alegro que le haya gustado el blog. Le animo a leer otros artículos, que he publicado anteriormente.
      Muchas gracias por su comentario y saludos.

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    2. http://www.elmundo.es/cronica/2002/367/1035796424.html

      Esta noticia no tiene muchos años. Aquí se puede ver que nuestro Patrimonio sigue vendiéndose en el extranjero.

      Saludos.

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