sábado, 31 de marzo de 2018

EL INFAME EXPERIMENTO TUSKEGEE


Normalmente, cuando se acude a un médico, se hace para que nos cure de alguna enfermedad. Para ello, es fundamental que tengamos confianza en él. Es posible que más de uno, después de leer este artículo, se replantee esa confianza.
En 1932, el Departamento de Enfermedades Venéreas del Servicio 
Nacional de Salud de los USA se planteó si los medicamentos que existían en aquel momento para tratar la sífilis eran adecuados para ello o demasiado tóxicos y podrían dar lugar a otras enfermedades derivadas del uso de los mismos.
Así que, sin pensárselo dos veces, decidieron realizar un programa en el Hospital de Tuskegee, en Alabama, el cual sólo trataba a pacientes negros. Con lo cual, ya os vais imaginando por dónde iba la cosa, porque la sífilis también afectaba de igual manera a los blancos.
Ni que decir tiene que esta investigación se pagó con fondos del Estado y la mayoría de los sanitarios que participaron eran funcionarios del mismo.
Curiosamente, en un principio, sólo estaba pensado que esta investigación durase unos 6 meses, pero luego decidieron alargarla hasta que murieran todos los pacientes. Por eso duró nada menos que 40 años y eso fue porque salió a la luz, pues todavía quedaban pacientes con vida.
Para realizar el estudio, se eligieron a 400 hombres afectados por la sífilis y otros 200 perfectamente sanos. Todos ellos de raza negra y residentes en el condado de Macon (Alabama).
Para empezar, hay que tener en cuenta que, en 1932, la población de USA, estaba sumida en una profunda depresión a causa de la famosa Crisis de 1929.
Así que no tuvieron muchos problemas para seleccionar a sus víctimas a base de poner carteles en todas las esquinas, donde se prometía curación para la “mala sangre”, tratamiento gratis, comida caliente los días que acudieran a revisión y, en caso necesario, sepelio gratis. Incluso, animaban a que acudieran los pacientes con sus familias.
Realmente, la idea de esos médicos no era tratar la sífilis de esos enfermos, sino estudiar el
progreso de la misma. Sin importarles en absoluto que esos pacientes murieran a causa de ella. De vez en cuando, les inyectaban un placebo para que pareciera que les estaban tratando su enfermedad.
Es más, a partir de los años 40, los médicos tuvieron un gran aliado con el descubrimiento de la penicilina. Sin embargo, no se les suministró a este grupo de pacientes y ni siquiera se les informó acerca de la enfermedad que tenían.
Por supuesto, ni se molestaron en pedirles permiso para experimentar con ellos. Quizás, por eso mismo, tuvieron buen cuidado en elegir pacientes que fueran analfabetos.
Sin embargo, les habían prometido que les iban a curar y, como ya dije, en caso de fallecimiento,  les iban a pagar todos los gastos del entierro. Eso sí, estaban obligados a aceptar que, tras su muerte, les harían una autopsia.

Además, para asegurarse de que no acudieran a otros médicos, les dijeron que, en el caso de que lo hicieran, ellos dejarían de realizarles su “tratamiento” gratuito.
No sé si contrataron a Eunice Rivers, una enfermera local de raza negra, para que los pacientes acudieran más confiadamente a recibir su “tratamiento”. De hecho, fue la persona que más años estuvo trabajando en este cruel experimento. Parece ser que su presencia y sus palabras sirvieron  para convencer a muchos pacientes sobre la bondad del tratamiento. De hecho, era una persona de ese lugar y todos se fiaron de ella, porque siempre les había curado.
Además, fue una de las primeras personas de color, que trabajaron en el Servicio Nacional de Salud y fue premiada por su departamento con las más altas condecoraciones por su empeño en esta larga investigación.
Incluso, se dice que, en una ocasión, fue a hablar con un médico privado, al que había acudido uno de los pacientes, para hablar con él y convencerle de que no tratara al enfermo, porque, según dijo, ya lo estaban haciendo ellos.
Como suele ocurrir en estos casos, cuando los descubrieron, muchos de ellos se defendieron con esa manida excusa de que se limitaban a cumplir órdenes.
Curiosamente, es lo mismo que dijeron los guardianes de los campos de exterminio nazis o los militares que mataron a miles de personas, durante las dictaduras militares, que sufrieron varios países de Sudamérica.
Paradójicamente, en esa misma época, varios vecinos de esa localidad, también de color, se hicieron famosos, pues estaban defendiendo a USA, como pilotos, en la II Guerra Mundial
En 1943, el Congreso de USA, aprobó la llamada Ley Henderson, por la se habilitaron fondos para tratar a los enfermos de sífilis con penicilina.
A pesar de ello, los médicos de este experimento se la siguieron negando a sus pacientes. Incluso, les hicieron algunas pruebas dolorosas, como la punción lumbar, argumentando que eran nuevos tratamientos.
En 1964, la Organización Mundial de la Salud, exigió que en los experimentos con seres humanos, se pidiera un consentimiento expreso y firmado, por parte de los pacientes. Sin embargo, estos médicos pasaron del tema y siguieron a los suyo. Como si la cosa no les afectara.
Lo más curioso de este asunto es que no tenía casi nada de secreto, porque, estos médicos, publicaron un montón de artículos, a lo largo de los muchos años que duró este experimento.
Incluso, al entrar USA en la II Guerra Mundial,  unos 250 de esos pacientes fueron llamados para alistarse en el Ejército. Naturalmente, los médicos militares comprobaron que padecían sífilis y fueron declarados inútiles. No obstante, los médicos del experimento siguieron sin proporcionarles medicamentos a pesar de que ya existía una campaña nacional, en ese país, para la erradicación de esa enfermedad.
En 1966, Peter Buxtun, un investigador de origen checo, del servicio nacional de salud,  que se dedicaba al estudio de las  enfermedades venéreas, envió un escrito a sus superiores, donde dudaba de la moralidad de esa investigación. Sin embargo, le contestaron que estaban esperando que murieran todos esos pacientes a fin de hacerles las autopsias para completar ese estudio.

Siguió protestando durante varios años y como nadie le estaba haciendo caso, Buxtun, se decidió por acudir a la prensa. Concretamente, a la famosa agencia de noticias Associated Press.
Así, en julio de 1972, el Washington Star, publicó un artículo sobre este tema y al día siguiente saltó nada menos que a la portada del New York Times.
En aquella época, gobernaba en USA el republicano Nixon. Así que los demócratas, encabezados por Edward Kennedy, llevaron este asunto al Congreso. Hicieron que compareciera Buxtun, crearon una comisión exclusivamente para este tema y se montó tal escándalo a nivel nacional que se prohibió seguir con este cruel estudio.
También se compensó económicamente a los supervivientes y a los familiares que habían resultado contagiados y se les dio un tratamiento médico gratuito. En ese momento, ya sólo quedaban 74 pacientes vivos. Con respecto a los demás, 28 habían muerto de sífilis y otros 100 de las complicaciones producidas por esa enfermedad. También 40 esposas fueron contagiadas por sus maridos y 19 niños ya nacieron con esa enfermedad.
En 1974, todo este tema dio lugar a la promulgación de la Ley Nacional de Investigación, que controla y regula la investigación con personas.
Uno de los médicos que intervinieron en este escándalo dijo de una manera muy cínica: “La situación de esos hombres no justifica el debate ético. Ellos eran sujetos, no pacientes; eran material clínico, no personas enfermas”.
En 1997, el presidente Bill Clinton, se reunió con 5 de los supervivientes de este escándalo y les pidió oficialmente disculpas diciendo que: “No se puede deshacer lo que está hecho, pero podemos  acabar con el silencio. Podemos  dejar
de mirar hacia otro lado, miraros a los ojos y, finalmente, decir, de parte del pueblo americano, que lo que hizo el Gobierno estadounidense fue vergonzoso y que lo siento”.
Lo más increíble de este asunto es que no he visto que a los responsables de esta aberrante investigación les hubiera ocurrido absolutamente nada. Ni siquiera se les vio que se arrepintieran por lo que hicieron. Muchos de ellos afirmaban haber hecho eso “para la gloria de la Ciencia”.
Curiosamente, en la posguerra, los jueces de USA fueron los que más sentenciaron a los infames médicos nazis a la pena de muerte y casi todos acabaron en la horca. De hecho, algunos periodistas le preguntaron a uno de los directores de esa investigación si no veía un parecido con lo que habían hecho los médicos nazis y, sin inmutarse, lo negó.
Sin embargo, cuando detuvieron a los científicos japoneses, que habían hecho lo mismo con prisioneros de guerra, incluidos los de USA, se los llevaron a su territorio, para que les enseñaran sus experimentos y les dieron inmunidad absoluta.
Todavía en 2008, un sacerdote negro fue preguntado si de verdad pensaba que el Gobierno USA podría haber creado el virus del SIDA y él respondió que “es capaz de cualquier cosa”. No me extraña a la vista de lo que ocurrió en Tuskegee.
Así que no es de extrañar que se propagara tan rápidamente el SIDA, ya que los pacientes negros se negaban a ir al médico, por si acaso.
En 2010, se supo que, durante los años 40,  otros médicos de USA habían inyectado una serie de enfermedades venéreas a unos pacientes en Guatemala. Sin decirles nada, claro está.  Esta vez, la que pidió perdón por ello fue Hillary Clinton, entonces Secretaria de Estado de USA.
Como ya dije al principio, cuando uno acude a un médico, aparte de estar enfermo, es porque se fía de él. Aquí ocurrió que muchos pacientes, sobre todo, los de raza negra, dejaron de acudir a los servicios sanitarios por temor a que les ocurriera lo mismo. La verdad es que no me extraña en absoluto.
El Dr. John Heller, uno de los varios directores que tuvo esta investigación alcanzó una gran
fama, siendo elegido presidente de la Asociación USA de Enfermedades Venéreas. Casualmente, Heller, es un apellido de origen alemán. Significa "brillante".
Incluso, entre 1948 y 1960 fue director del Instituto Nacional del Cáncer y consiguió una gran cantidad de fondos estatales para ese organismo.
Desde ese puesto, consiguió que el Gobierno realizara una campaña para disminuir el consumo del tabaco a fin de reducir los casos de cáncer producidos por el mismo.
Precisamente, en 1989, cuando murió, se publicó en el New York Times, un obituario glosando sus grandes logros científicos. Por supuesto, no mencionaron en absoluto lo que había hecho en Tuskegee.
Yo siempre había pensado que España era el único país donde sólo hablan bien de ti cuando te mueres, pero ahora he visto que en USA pasa lo mismo.
Curiosamente, la periodista de Associated Press con la que habló el Dr. Buxtun para denunciar esta cruel investigación, se llamaba Jean Heller, aunque no parece que tuviera ningún parentesco con el médico que he citado anteriormente.

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