martes, 27 de marzo de 2018

HORST KOPKOW, UN PRESUNTO CRIMINAL DE GUERRA NAZI


Como siempre he dicho, alguna vez nos enteraremos de verdad de lo que verdaderamente pasó antes, durante y después de la II Guerra Mundial. Según vamos comprobando, sólo nos hemos ido enterando de lo que les ha interesado comunicar a los vencedores de esa guerra.
Esta vez traigo al blog un personaje con un espantoso historial y que actuó antes y después de ese gran conflicto bélico. 
Ahora no recuerdo si fue en la película titulada “Z” o en “Estado de sitio”, ambas de Costa-Gavras, aparecen en una escena unos policías donde afirman que los gobiernos pasan, pero todos los regímenes necesitan una policía. O algo por el estilo.
En el caso de hoy, vamos a ver la vida de un personaje llamado Horst Kopkow, nacido en 1910, en la localidad de Ortelsburg,  situada en la antigua Prusia Oriental alemana.
Tras el final de la II Guerra Mundial, esa zona se cedió a Polonia y hoy en día esa ciudad se llama Szczytno.
Era el menor de un matrimonio que tuvo 6 hijos. Su padre era comerciante y también tenía un hostal.
Como otras muchas familias europeas, ésta perdió a los dos hijos mayores combatiendo en la I Guerra Mundial. Parece ser que este hecho y los efectos de la derrota sobre Alemania, más las duras consecuencias  del Tratado de Versalles, dicen que marcaron el carácter de Horst.
Parece ser que no fue un mal estudiante y comenzó la carrera de Farmacia, pero pronto la dejó, tras ingresar en el partido nazi. Muy pronto llegó a ser uno de los líderes locales de ese partido. Incluso, conoció a Gerda, su futura esposa, cuando ella era también una de las líderes de la sección femenina del mismo partido.
En su afán por destacar, tras la llegada de Hitler, ingresó en las temidas SS, aquellos grupos que atemorizaban a los alemanes con sus uniformes de color negro. Posteriormente, cuando fueron a luchar al frente, vistieron unos uniformes del mismo color que los del Ejército, aunque conservaron sus distintivos, que denotaban su procedencia.
En 1937, parece ser que sus jefes vieron el potencial de este personaje y lo trasladaron a
la sede central del nuevo RSHA, en Berlín. Esta institución se fundó para centralizar en un solo organismo el mando central de todos los servicios de seguridad del III Reich.
Este organismo tuvo unos directores, que, desgraciadamente, son muy conocidos por todos. El primero fue Reinhard Heydrich. El segundo, Heinrich Himmler. Por último, Ernst Kaltenbrunner.
En 1939, nuestro personaje ya había ascendido a comisario de la temida Gestapo y figuraba como jefe de un departamento encargado de atrapar espías, enemigos del régimen y saboteadores.
En aquella época, Hitler dio una orden en la que obligaba a que todos los que atraparan a este tipo de gente, los mataran en el acto, aunque se les pillara vistiendo sus uniformes militares. Algo que contraviene el Derecho Internacional y todos los convenios sobre prisioneros de guerra.
De hecho, a más de un mando alemán le costó la pena de muerte el haber ordenado el asesinato de los prisioneros de guerra aliados, durante la ofensiva de las Ardenas.
Así que tanto Horst como los agentes a su mando cumplieron esta norma a rajatabla y, tras capturar a este tipo de gente, los sometían a duros interrogatorios para, posteriormente, enviarlos a uno de los múltiples campos de exterminio, donde serían asesinados y hechos desaparecer en sus famosos hornos.
En la posguerra, el servicio británico, denominado SOE, se encargó de llevar a cabo una investigación sobre el final de sus muchos agentes perdidos durante el conflicto. No faltaron testigos, entre los presos de esos campos, que contaron haber visto cómo muchos de esos agentes fueron fusilados o ahorcados en los mismos. A algunas de ellas, como Violette Szabo, ya he dedicado alguno de mis anteriores artículos.
Incluso, en algunos casos, como en el del campo de exterminio de Natzweiler, situado en Alsacia (Francia), algunos testigos afirmaron que varias de estas mujeres fueron conducidas hasta esos hornos, cuando aún se hallaban vivas y lucharon contra los operarios de los mismos para no ser incineradas.
Por ello, muchos de los funcionarios de las SS, que trabajaban en esos campos, fueron llevados ante los tribunales, juzgados y ejecutados. Parece ser que los jueces no tuvieron en cuenta el manido argumento de la “obediencia debida”, que suelen esgrimir estos carniceros en muchos países.
La investigación de estos casos los llevó a cabo una veterana agente del SOE, llamada Vera Atkins. Poco a poco, esta investigadora fue estrechando el cerco y todos los indicios llevaban a pensar que el principal responsable de estos asesinatos era nuestro personaje de hoy.
Durante los interrogatorios, muchos de los agentes de las SS llegaron a confesar que, tras haberle hecho  entrega de varios detenidos a Kopkow, jamás se les volvió a ver con vida.
Lo cierto es que era un tipo muy escurridizo, porque no solía aparecer en los papeles, ni firmar las órdenes que daba, pero había infinidad de testigos que le señalaban como uno de los principales culpables de estos asesinatos. Lo cierto es que las órdenes escritas procedían de su departamento y el único responsable del mismo era él.
Atkins, estuvo realizando sus investigaciones en Alemania hasta mediados de 1946. Posteriormente, regresó al Reino Unido, donde redactó y entregó sus informes, dejando en los mismos que le avisaran en el caso de que alguien conociera el paradero de Kopkow.
Así que, al poco tiempo, alguien le informó de que la persona a la que buscaba ya se encontraba, junto con su secretaria, en poder de los británicos.
Parece ser que lo tenían recluido en un campamento militar británico, situado en la localidad alemana de Bad Nenndorf, donde se dedicaban a interrogar a los que consideraban personajes importantes del régimen nazi.
Lo cierto es que Kopkow les supo vender muy bien sus conocimientos sobre los servicios de espionaje de la antigua URSS. Previsiblemente, el próximo enemigo de los aliados durante la llamada Guerra Fría.
Precisamente, uno de sus interrogadores fue el famoso Kim Philby, que hasta había estado en la Guerra Civil española, donde fue condecorado, por el bando nacional,  por haber resultado herido en un bombardeo.
Muchos años después, se supo que se trataba de un agente de la URSS, infiltrado en la Inteligencia británica, pero no lo pudieron capturar, porque huyó antes de que lo arrestaran.
Evidentemente, durante los interrogatorios, Kopkow,  no mencionó en absoluto su labor durante la guerra, consistente en ordenar el exterminio de todo el que cayera en sus manos.
Parece ser que impresionó muy positivamente a los interrogadores británicos por sus conocimientos sobre el espionaje de la antigua URSS, contándoles muchas cosas que desconocían.
De hecho, algunos de ellos se preguntaron si les estaba contando la verdad o solamente pretendía lograr que los británicos desconfiaran aún más de sus aliados soviéticos.
Más o menos, lo mismo que hizo el general Reinhard Gehlen, al que ya le dediqué otro de mis artículos.
Paradójicamente,  los aliados estuvieron en esos años enjuiciando y condenando a muchos nazis y, por otra parte, llevándose a otros a su país para que colaboraran con ellos.
Evidentemente, eso último no lo hicieron público en su momento, sino muchos años más tarde.
Parece ser que, antes de empezar a hablar, los británicos, habían hecho una especie de trato con Kopkow para que les contara lo que sabía.
Atkins siguió investigando e interrogando a los antiguos presos de los campos. Algunos de ellos recordaban haber conocido a un preso británico, llamado Frank Chamier. Un personaje digno de que le dedique todo un artículo sólo para él. De momento, sólo voy a decir que se trataba de un agente del MI6.
Como llevaban mucho tiempo sin saber nada de él y movidos por la presión que estaban realizando sus familiares, le preguntaron a Kopkow si sabía algo de él. Parece ser que se puso pálido de repente, perdió su habitual compostura y, poniéndose muy nervioso, negó saber nada sobre ese tema. Lo que fue un signo inequívoco de que estaba mintiendo.
Parece ser que llegó a admitir su participación en los duros interrogatorios realizados a Chamier, pero, para intentar salvarse, afirmó que el prisionero había muerto en uno de los muchos bombardeos aliados sobre Alemania.
En la única sesión de los interrogatorios a Kopkow en la que dejaron participar a Atkins, ésta le preguntó dónde habían llevado a los agentes capturados, que no habían aparecido. Él le dijo que habían sido trasladados a un campo de concentración en Silesia, cercano a la Prusia Oriental. Es posible que lo dijera porque sabía que allí no podrían hacer investigaciones los británicos, ya que aquella zona había quedado en poder de los soviéticos.
Seguramente, los del MI6, consideraron que deberían de custodiar más de cerca a su nuevo fichaje, así que lo trasladaron a un centro de interrogatorios, donde sólo podían entrar agentes de esa organización, situado en el Reino Unido.
Como vieron que los investigadores sobre crímenes de guerra se estaban acercando demasiado a su protegido, ante un requerimiento para un nuevo interrogatorio, les respondieron que Kopkow había muerto. Por lo visto, los del SOE, ya habían conseguido que alguno de sus subordinados fuera ahorcado por haber matado a sus agentes. Incluso, alguno de ellos ya había acusado a Kopkow de ser el que ordenaba esos asesinatos.
Así que a los investigadores del SOE no les quedó otra que dar por cerrado el expediente de Kopkow, mientras éste era devuelto a la zona de Alemania ocupada por el Reino Unido. Sólo que esta vez trabajaría para ellos, pero con un nombre falso, el de Peter Cordes. También le buscaron un trabajo como directivo de una fábrica textil en Alemania.
Parece ser que no se le permitió reunirse con su familia hasta dos años después de haber sido capturado. Luego, vivieron juntos, pero haciéndose pasar por un tío de sus propios hijos.
Kopkow siguió trabajando en los años 50 para los británicos. Se cree que trabajó para ellos durante 20 años. A cambio, nadie le volvió a preguntar sobre sus actividades durante la II Guerra Mundial. Parece ser que los documentos que le podrían incriminar fueron destruidos, probablemente, por sus amigos británicos, y nadie pudo probar nada contra él.
Lo cierto es que hay que reconocer que se supo vender muy bien al MI6. En cambio, la mayoría de sus colaboradores fueron encarcelados y muchos de ellos ejecutados por los crímenes cometidos. Se calcula que, Kopkow, estuvo, al menos, implicado en el asesinato de 118 agentes británicos. Probablemente, fue mayor el número de sus víctimas de otras nacionalidades.
Parece ser que también estuvo implicado en la investigación y muerte de muchos de los acusados de estar dentro del complot fallido de von Stauffenberg.

El MI6 sólo dejó que le molestara la Policía alemana cuando, unos años más tarde, quiso interrogarle, dentro de una investigación para conocer el paradero de su jefe, Heinrich Müller, el cual desapareció al final de la guerra y nunca más se supo nada de él.
No obstante, un reportero británico dio con él en 1986. No accedió a ser filmado, pero sí contestó a las preguntas del periodista.
En un momento dado, dejó pasmado al periodista cuando le dijo que sabía que los británicos habían buscado voluntarios en sus cárceles para lanzarlos sobre Francia. Así que él, al eliminarlos, le había hecho un buen servicio al Reino Unido.
Parece ser que le llegó la muerte en 1996 a causa de una neumonía. Su fallecimiento se produjo en un hospital de la ciudad de Genselkirchen.
Todo esto me recuerda un viejo poema de Ramón de Campoamor, el cual dice así:
“Y es que en el mundo traidor
nada hay verdad ni mentira;
todo es según el color
del cristal con que se mira”

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