jueves, 3 de agosto de 2017

LA SOSPECHOSA MUERTE DE RICHARD HUNNE

El caso que traigo hoy al blog se refiere a uno de los acontecimientos que tuvieron lugar en Inglaterra, antes de la llegada de la Reforma Protestante, aunque ya reinaba allí el famoso monarca Enrique VIII. Más conocido, porque se dedicaba a ordenar la muerte de sus esposas.
No hará falta que os diga que este artículo está muy relacionado con el de John Wycliff y a continuación veréis por qué digo esto.
El 29/03/1511 tuvo lugar en Londres, el entierro de un bebé llamado Stephen, el cual sólo  había vivido 5 semanas.
Su padre era un rico comerciante de telas, llamado Richard Hunne, del que, lamentablemente, no disponemos de ningún retrato. El funeral se realizó en la antigua iglesia de St. Mary Matfellon, en el famoso barrio de White Chapel. El mismo barrio donde, siglos más tarde, cometió sus crímenes Jack el destripador.
No busquéis esta iglesia en Londres, porque ya no existe. Fue destrozada por los bombardeos alemanes, durante la II Guerra Mundial y, por ello, posteriormente,  fue demolida.
El sacerdote que oficiaba el funeral se llamaba Thomas Dryffeld. Éste, al final de la ceremonia, exigió como pago por sus servicios el vestido de bautizo con el que había sido
envuelto el cadáver del niño.
El padre se negó a ello. Primero, porque era una prenda muy cara. Segundo, porque, a pesar de que, según las leyes canónicas, el cura tenía derecho a la posesión más valiosa del fallecido, Richard no lo vió así. Argumentó que, según las leyes civiles, ni los niños, ni los fallecidos, poseen bienes propios. Así que el propietario de ese vestido era el padre y no se lo iba a regalar al cura.
No vayáis a pensar que Hunne era un tipo avaro o algo por el estilo, pues tenía fama de ayudar a los pobres. Sin embargo, parece que los curas no le gustaban mucho.
Por si no lo sabéis, a partir de la llegada de la peste, a mediados del siglo XIV y el comienzo de un enfriamiento generalizado, conocido como la Pequeña Edad del Hielo, las creencias de la gente experimentaron un fuerte retroceso sobre las religiones tradicionales y muchos de ellos se afiliaron a otras nuevas, que, posteriormente, se calificaron como herejías.
Es algo normal, porque la gente veía que se iban muriendo sus familiares y sus oraciones no servían para aplacar esas epidemias.
Tampoco olvidemos que, en aquella época, había una gran controversia sobre cuál de los dos Derechos tenía preferencia sobre el otro: el del rey o el del Papa.
De hecho, en 1393, Ricardo II de Inglaterra, promulgó el Gran Estatuto de Praemunire, por el que se podría castigar a todo aquel súbdito inglés, que acudiera a un tribunal eclesiástico para arreglar una demanda que podría solucionar un tribunal ordinario inglés. De hecho, lo que intentaba el rey de Inglaterra era alejar a la Iglesia de Roma de los asuntos de su reino.
Lo cierto es que, en aquel momento, según parece, la gente no estaba muy contenta con la Iglesia. Así que también se estaba debatiendo en el Parlamento una ley para que los miembros del clero pudieran ser procesados a través de los tribunales ordinarios.
Parece ser que el sacerdote Dryffeld no quiso que la cosa se quedara así y denunció a Hunne ante el tribunal episcopal de Lambeth. Para asombro del demandante, el juez no atendió la petición de excomunión y sólo obligó a Hunne a entregar el vestido o su valor monetario.
A finales de 1512, durante la fiesta de San Juan Evangelista, el mismo Hunne, volvió a entrar en esa iglesia, acompañado
por varios amigos. Allí lo vio el capellán de la misma y, parando la misa, que se estaba oficiando en esos momentos, dando voces le ordenó que se fuera de allí, como si lo hubieran excomulgado. Esto, en aquella época, era muy grave, porque nadie querría acercarse a Hunne, por el riesgo a padecer también la excomunión. Incluso, podría influir gravemente en sus negocios.
Así que Hunne denunció al capellán, llamado Marshall, por haberle calumniado en público y poner en juego su honor. Hay que recordar que Hunne no había sido excomulgado.
Se citaron muchas personas para comparecer ante ese tribunal. Entre ellos, los implicados en el juicio canónico, el responsable de ese tribunal y hasta el mismo William Warham, arzobispo de Canterbury. Sin embargo, hay que aclarar un dato muy importante. Este último, aparte de tener ese cargo, también, en ese momento,  era el canciller del rey Enrique VIII de Inglaterra. O sea, que, al menos, teóricamente,  los jueces civiles  estaban a sus órdenes.
El argumento del abogado de Hunne era muy fuerte, porque alegaba que ningún súbdito inglés, siguiendo las normas de Praemunire, podría recurrir a un tribunal eclesiástico y sería un traidor si lo hiciera así, para un asunto que se podría solucionar en los tribunales civiles.
Parece ser que la estrategia seguida por los jueces fue aplazar continuamente el juicio a base de pedir más y más pruebas. Es posible que tuvieran la esperanza de que, al final, Hunne se aburriría, porque el juicio le iba a salir muy caro.
También el Papa se hallaba pendiente de esa ley, que se acababa de aprobar en los Comunes para poder procesar al clero en los tribunales civiles de Inglaterra.
En octubre de 1514, Hunne, fue acusado de herejía y, por ello, encarcelado en la Torre Lollards, la cárcel del obispo de Londres, situada cerca de la antigua catedral gótica de San Pablo. Esta ya no existe, fue destruida durante el incendio de 1666 y tuvo que ser demolida.
Por lo visto, esa torre se llamaba así, porque era donde solían encerrar a los lolardos antes de llevarlos a la hoguera. Ya mencioné a este movimiento en mi artículo sobre John Wycliff.
A lo mejor, todo esto os ha parecido un poco rollo, pero os prometo que ahora viene lo más interesante.
El 04/12/1514, un carcelero llamado Peter Turner, acompañado por dos clérigos,  subió las escaleras de la torre, donde estaba preso Hunne. Al abrir la puerta de su celda, encontró a Hunne, que se hallaba ahorcado, colgado de un cinturón negro.
No se libró el infortunado Hunne del juicio, que se iba a celebrar una semana después. El obispo se empeñó en celebrarlo a fin de probar la culpabilidad del fallecido.
Se llamó a un grupo de testigos y, por último, se mostraron una serie de pruebas, entre las que estaba la famosa Biblia de Wycliff, que, según se dijo, se había hallado oculta en su casa. O sea, que también se le acusó de ser un lolardo, es decir, un hereje.
Por ello, el 16 de diciembre, el obispo de Londres lo declaró culpable y entregó el cuerpo a la Justicia civil para que procediera a ejecutar la sentencia. Así que, el día 20, el cuerpo de Hunne fue quemado en un lugar de las afueras de Londres.
Ya sabéis que la Iglesia nunca ejecutaba a nadie. Los condenaba a muerte y luego los pasaba a las autoridades civiles para que ejecutaran la sentencia.

Dado que el difunto era una persona muy querida entre sus vecinos y sus colegas de profesión, la cosa no quedó ahí. La justicia ordinaria tomó cartas en el asunto y, tras largas investigaciones, se demostró que la causa de la muerte no había sido un suicidio, sino un asesinato.
Fueron acusados de este crimen Charles Joseph, funcionario del tribunal eclesiástico; el campanero y carcelero Spalding y Horsey, canciller del obispo. Los tres confesaron más tarde.
Ya sabéis que en aquella época se solía utilizar la tortura para interrogar a los detenidos. Además, se trataba de una cosa legal, si se realizaba de acuerdo con unas determinadas condiciones. Precisamente, una de ellas era que no corriera la sangre y otra que no muriera el reo durante la misma.
En el caso de Hunne, no se sabe de dónde vino la orden. Lo cierto es que ellos pensaban que el reo pertenecía a una trama y querían saber quiénes eran el resto de sus cómplices.
Parece ser que intentaron torturarle metiéndole un alambre por la nariz, seguramente, se les fue la mano y se asustaron al ver que sangraba mucho. Por lo visto, como lo habían cogido entre los tres y aunque el preso tenía las manos atadas, forcejeó y uno de ellos le rompió el cuello.
Así que intentaron recomponer la escena lo mejor posible. Colgaron el cadáver de Hunne por el cuello, por medio de su cinturón negro. Hasta le cerraron los ojos, le peinaron y le colocaron su gorra.
Sin embargo, dejaron muchos detalles a causa de los cuales se vio enseguida que no era un simple suicidio. La banqueta sobre la que, presumiblemente, se había subido el preso, no estaba en el suelo, sino encima de su cama.

Aparte de eso, no limpiaron el charco de sangre que quedó en el suelo, ni la mancha que había en su chaqueta. Incluso, parece ser que, con las prisas,  uno de los asesinos se dejó allí una de sus prendas.
Parece ser que el carcelero Turner sospechaba que Hunne podría haber muerto y, por eso, pidió a dos clérigos que lo acompañaran hasta la celda.
A la vista de estos culpables, la cadena de responsabilidades podría llegar hasta el propio Fitzjames, obispo de Londres.  Este lo vio claro y apeló al mismo Thomas Wolsey, arzobispo de York y canciller de Enrique VIII, para que se cancelara el proceso contra su canciller, Horsey, y pasar el juicio a unos consejeros menos dependientes del rey.
Hasta el mismo monarca, Enrique VIII, quiso dar su opinión en este proceso y organizó un acto en el castillo de Baynard, donde asistieron obispos, consejeros, jueces y diputados. Parece ser que también lo hizo, porque estaba aumentando el descontento de la población hacia los dirigentes de la Iglesia católica en Inglaterra.
Todo ello acabó cuando se llegó a un acuerdo. Horsey confesaría ser el único culpable del crimen y dejarían en paz al resto de los procesados, aduciendo que no había pruebas suficientes contra ellos. Por ello, fue condenado al destierro en una provincia alejada de Londres. Lógicamente, el obispo,  hizo todo lo posible para que no se condenara a Horsey, porque, antes de ser ejecutado, podría hablar de más e inculparle también a él.
La Cámara de los Comunes del Parlamento intentó hacer una serie de proyectos de ley, para que no se volvieran a repetir hechos de este tipo.
Uno de ellos fue el intento de devolver a la familia de Hunne todos los bienes que le habían sido incautados a éste, tras su detención.
Los otros proyectos consistían en reformar los pagos a los sacerdotes por los ritos fúnebres y la anulación de los fueros a los religiosos, que les permitían no tener que presentarse ante la Justicia ordinaria.
Enrique VIII no quiso promulgar ninguna de estas leyes. Supongo que lo haría, porque así podría presionar mejor a la Iglesia de Inglaterra a fin de que se sometiera a su voluntad, que es lo que, verdaderamente, necesitaba.
Realmente, ese monarca, que siempre fue muy católico, nunca pensó en llevar la Reforma protestante a su reino. Lo único que quería era tener bajo su mando a la Iglesia de su país y lo consiguió.

Este caso es uno de los muchos que aparecen en el famoso “Libro de los mártires”, publicado en 1563, cuyo autor es John Foxe. En él se acusa a la Iglesia católica de miles de ejecuciones y asesinatos sufridos en Inglaterra, cuando aún no se había implantado el anglicanismo.

6 comentarios:

  1. Muy dinamico e interesante la investigación historica como preambulo a la fundación de la Iglesia Anglicana en Inglaterra.

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    1. Celebro que te haya gustado este artículo. Espero que también te gusten otros de los muchos que he publicado ya en el blog.

      Gracias por tu comentario y saludos.

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  2. Hola! Necesitaria una ayuda sobre una consigna de la guerra de los 30 años... podrias resolverla? Xq no me permiten sacarla de internet porque las respuestas son googleadas.... ¿ Cuáles fueron las corrientes y los movimientos que provocan una ruptura en el pensamiento moderno relacionado a la hegemonía del poder de la Iglesia? Si puedes ayudarme te agradeceria!

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    1. La verdad es que no entiendo demasiado tu pregunta, pero intentaré ayudarte. Los principales movimientos religiosos, que rompieron la unidad de la Iglesia cristiana se dieron en el siglo XVI.
      Martín Lutero era un fraile agustino, que también era profesor en la Universidad de Wittemberg.
      El luteranismo tuvo éxito, más bien, porque llegó en un momento adecuado. En aquella época se estaba dando un enorme crecimiento económico y estaba surgiendo el poder económico y político de la burguesía.
      Lutero, junto con Melanchton, jugó a atraérselos diciendo que los ricos eran elegidos de Dios. Todo lo contrario que predicaban los clérigos católicos.
      También surgió en un momento en que se estaba dando una primera toma de conciencia de un cierto nacionalismo germano. Manifestado en el estudio de la resistencia de las tribus germanas al Imperio Romano. Eso mismo lo utilizaron para calificar al poder de Roma como despótico y, por ello, había que luchar contra él.
      También ocurrió que muchos nobles y burgueses se enriquecieron con los bienes que les fueron desamortizados a las órdenes religiosas, en los lugares donde se instaló la Reforma.
      La clave del éxito de la Reforma fue el apoyo del poder político. Donde lo obtuvieron los reformadores fue donde triunfaron sus ideas.
      En 1521 se dictó el Edicto de Worms, pero muchos príncipes se negaron a cumplirlo. Cosa que no ocurrió en otros países, como España, donde se castigó duramente a todos los seguidores de la Reforma.
      El anglicanismo fue introducido por Enrique VIII de Inglaterra. En un principio, este monarca, que siempre fue muy católico, no pretendió romper con Roma, sino tener bajo su poder a la Iglesia de su país. De hecho, una Papa lo nombró Defensor de la Fe. Posteriormente, su hija, Isabel I, ya separó definitivamente a Inglaterra de Roma y el anglicanismo pasó a ser una variante del protestantismo.
      En cuanto a las principales características del luteranismo, podríamos destacar que el hombre se salva sólo por su fe, pues ya está predestinado por Dios. Propugna una Iglesia más participativa. Resta importancia a los Sacramentos y las ceremonias se celebraban en la lengua de cada lugar, sin utilizar ya el latín, que no lo entendía casi nadie.
      En 1555, a partir de la Paz de Augsburgo, se decidió que el Imperio habría de ser dividido entre zonas protestante y católica. Los súbditos tendrían que tener la misma religión que su príncipe o emigrar hasta donde hubiera un príncipe que tuviera su misma religión.
      En el caso de Zwinglio, fue a parar a Zurich. En Suiza no había obispos, ni nobles importantes. Sin embargo, sí que había una burguesía muy importante y una población acostumbrada a vivir de una forma más comunitaria.
      Así que eso le ayudó mucho. Por ello, ordenó una serie de medidas mucho más radicales, como las de suprimir en las iglesias las imágenes, la campanas, las velas y hasta los canciones religiosas. Organizó su nueva Iglesia a base de pequeñas comunidades, que elegían entre ellos a sus pastores. Incluso, se permitió influir en la política. No como en el caso de los luteranos, que estaban al servicio de cada príncipe.

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    2. El anabaptismo era una especie de secta muy radical dentro del Protestantismo. Exigen la comunidad de todos los bienes y la igualdad social. Eso no les gusta a los dirigentes políticos y luchan contra ellos.
      Tenían ese nombre de anabaptistas, porque se bautizaban de nuevo, como señal de que habían entrado en esa secta y porque no le daban validez al bautizo que habían recibido al nacer.
      Era una especie de movimiento milenarista, pues pensaban que se acercaba el final de los tiempos y tenían que seguir con puntos y comas lo que decía la Biblia.
      Calvino fue otro de esos reformadores. Actuó en la ciudad de Ginebra. Allí convenció a los ciudadanos que pertenecer al rito calvinista era casi una garantía de salvación, ya que Dios los había predestinado de esa forma.
      En esa ciudad montó una especie de teocracia, donde acumuló un enorme poder político, religioso y hasta moral sobre sus ciudadanos. Se llegó a montar una especie de policía religiosa que vigilaba las costumbres de la gente hasta en el interior de sus casas.
      El tema religioso llegó a afectar hasta a la seguridad de importantes países como Francia. A la muerte de Enrique II hubo varias guerras de religión, donde unos apoyaban a los candidatos católicos y otros a los protestantes. Esto fue así hasta la conversión del protestante Enrique IV, para poder ser rey de Francia.
      En 1560, en Escocia, un seguidor de Calvino, llamado John Knox, aprovechando que la reina se hallaba ausente, consiguió reunir a los lores en un parlamento. Allí decidieron dejar de obedecer al Papa y, pro supuesto, repartirse entre ellos los bienes de la Iglesia en Escocia.
      A partir de ahí, se llegó al presbiterianismo, que pone en el mismo lugar a los obispos y los pastores. Incluso, llegaban a elegir entre ellos a sus representantes en las asambleas de tipo nacional. Con ello, le restaron mucho poder al monarca.
      Por lo que respecta a Inglaterra, Enrique VIII, necesitaba un heredero varón, pero la reina no se lo podía dar y tampoco se podía divorciar de ella, que, además, era la tía del poderoso emperador Carlos V.
      Así que en 1533 el primado de la Iglesia de Inglaterra anuló ese matrimonio y se casó con Ana Bolena.
      También se castigó con la muerte a todo aquel que se opusiera a este cambio de obediencia religiosa.
      Con el reinado de su hijo, Eduardo VI, el anglicanismos e hizo más protestante, combinando ideas luteranas y calvinistas.

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    3. Durante los cinco años de reinado de la reina María intentó que su país volviera al catolicismo y a la obediencia de Roma. Utilizando continuamente la represión contra los que no quisieron obedecerla.
      Sin embargo, con la llegada de su hermanastra, Isabel I, se asentó definitivamente la Reforma dentro e Inglaterra. A partir de 1559, se restablecieron el Acta de Supremacía y el de Uniformidad.
      Tras su excomunión, en 1570, aumentó su persecución contra los católicos de su reino, a pesar de que éstos gozaron del apoyo de algunos países, como España.
      Sin embargo, los llamados puritanos, que exigían que la Reforma fuera más radical, nunca fueron bien vistos por el poder. La reina se negó rotundamente a abolir el clero, pues estos eran una parte de su poder. A estos les facilitaron la emigración hacia América.
      Lo cierto es que la Iglesia de Inglaterra, hasta el siglo XIX, esencialmente, tuvo creencias de tipo católico, pero con un clero organizado a la manera protestante.
      El caso es que la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) empezó siendo una guerra por ciertos motivos religiosos. Ya que el emperador Fernando II, que era muy católico, pretendió que todos sus súbditos también lo fueran. Esto iba contra la mencionada Paz de Augsburgo.
      Posteriormente, el sistema de alianzas entre los países de Europa y la ambición de los monarcas por tener nuevos territorios, provocaron una gran guerra a escala europea, en la que ya no tenían cabida los motivos religiosos. Verás que muchas potencias tradicionalmente católicas estuvieron luchando en el bando donde había más protestantes y viceversa.
      Espero que te haya servido para algo. Saludos.

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