domingo, 25 de junio de 2017

EL REY ENRIQUE IV DE CASTILLA

Hoy le toca el turno a otro rey con muy mala prensa. Se desconoce si lo que comentaban de él era real o un  invento de sus adversarios políticos.
Este rey nació la víspera de Reyes de 1425 en la ciudad de Valladolid. Sus padres fueron el rey Juan II de Castilla y su primera esposa, María de Aragón.

En sus años de infancia tuvo  como paje a Juan Pacheco, que más adelante, cuando llegara al trono, sería su valido.
En 1440, se casó, también en Valladolid, con Blanca de Trastámara, futura Blanca II de Navarra. Hija de Juan II de Aragón y de Blanca I de Navarra.
Este matrimonio ya se había acordado en 1436, para celebrar la tregua firmada 6 años antes entre Aragón, Navarra y Castilla. Por entonces, Blanca tenía 12 años y Enrique sólo 11.
Desgraciadamente, este matrimonio fue anulado en 1453, alegando, el príncipe, no haberse consumado por impotencia de ambos cónyuges. Así que el arzobispo de Toledo, anuló este matrimonio, siguiendo las instrucciones del Papa Nicolás V.
Parece ser que se sospechaba de la homosexualidad de Enrique. Sin embargo, él presentó a algunas prostitutas, que afirmaron haberse acostado normalmente con el rey. Así que, como todavía estaban en la época medieval, alguien echó la culpa a un maleficio y se disolvió el matrimonio.
La historia de Blanca es bastante triste, porque fue repudiada por su marido y encontró muchas dificultades a su regreso a Navarra.
Su madre había muerto unos años antes. Su padre se había vuelto a casar y su nueva esposa no quería a esta chica. Incluso, sus hermanas tampoco la tenían mucho aprecio.
Sin embargo, su hermano, el príncipe Carlos de Viana, que se hallaba en guerra con su padre, porque éste no había respetado el testamento de su madre, donde designaba como heredero a su hijo, sí se prestó a ayudarla. Incluso, redactó un testamento, donde su última voluntad era que ella le sucediese en el trono de Navarra, tal y como había pretendido la madre de ambos.
Su padre, Juan II, intentó que Blanca se casara con el duque de Berry, para que desapareciera de Navarra, pero ella se negó a ello.
Más tarde, la obligó a irse a vivir con su hermana Leonor y su marido, Gastón IV de Foix. Estos la encerraron en una fortaleza, sita en la actual Francia, donde, al cabo del tiempo, murió de una forma bastante misteriosa. Sin embargo, tuvo tiempo de redactar un testamento, donde nombraba heredero al reino de Navarra a su antiguo marido, nuestro personaje de hoy.
Esto no tuvo ningún efecto. Parece ser que Enrique IV no se enteró de que podría ser el nuevo rey de Navarra. Lo cierto es que Juan II de Aragón, siguió siendo rey de Aragón y de Navarra hasta su muerte.
Posteriormente, heredó ese trono Leonor, la esposa de Gastón IV de Foix, tal y como quería su padre. Precisamente, esta fue la que había encarcelado a Blanca, hasta su muerte. Por si os sirve de consuelo, Leonor, murió a los 15 días de haber sido proclamada reina de Navarra.
Volviendo a nuestro personaje de hoy, en julio de 1454, fue proclamado como nuevo rey de Castilla y León.
Lo primero que hizo fue asegurarse la paz con los reinos fronterizos de Navarra y Aragón y, posteriormente, también con el de Francia.
Más tarde, retomó la Reconquista, atacando al reino de Granada, al cual, en 1456, ordenó que talaran los árboles frutales de su vega. Más adelante, tomaron algunas ciudades poco importantes y ahí se quedó todo su ardor guerrero.

Al igual que su padre, tampoco se preocupó por las labores de gobierno y le encomendó este trabajo a su gran amigo Juan Pacheco, marqués de Villena.
Parece ser que el rey, aparte de no dar ni golpe, era muy aficionado a las costumbres de los musulmanes. De hecho, su guardia real estaba formada por moros y él mismo solía vestirse con ropajes propios de los musulmanes.
Esto le granjeó mucha impopularidad entre la gente. Así que le convencieron para que se casara de nuevo. Esta vez, la novia sería  Juana, una hermana de Alfonso V de Portugal.
En 1455, se celebró la boda, sin embargo, ocurrió lo mismo que en el anterior matrimonio. Los reyes no fueron capaces de consumar el matrimonio.
No obstante, esta vez surgió un nuevo personaje. Llevaba ya algún tiempo merodeando por la corte un joven apuesto llamado Beltrán de la Cueva. Algunas malas lenguas decían que ambos cónyuges se sintieron atraídos por él.
Alguien escribió que “demostraba tanto amor al rey, que parecía devoción, y tanta devoción a la reina, que parecía amor”.
Lo cierto es que, por alguna extraña razón, al marqués de Villena, le sustituyó como valido Beltrán de la Cueva. Este último llegaría a ser duque de Alburquerque, conde de Ledesma y hasta gran maestre de la famosa Orden de Santiago. O sea, se dedicó a acaparar títulos, como siempre hicieron todos los validos.
Algunos autores dicen que la razón de este cese estuvo en que el monarca se enteró de que los súbditos de Navarra y Cataluña le habrían ofrecido ser su rey y el marqués de Villena se había opuesto a ello, no habiéndoselo  mencionado, en su momento, a Enrique IV.
En pleno siglo XX, el doctor Gregorio Marañón, hizo un estudio completo de la momia de este rey y comprobó que padecía una enfermedad de tipo hormonal. Parece ser que esto se manifiesta en unas manos y piernas más grandes de lo normal.
Sin embargo, no hace tantos años, un grupo de investigadores españoles del Hospital Ramón y Cajal, de Madrid, afirmaron que Enrique IV podría haber sido el verdadero padre de su hija Juana. Para lo cual, los médicos de la corte habían diseñado una especie de tubo de oro, por donde introdujeron el semen del rey para inseminar de esa manera a la reina.
Según comentaban varios cronistas de la época, esa corte, era lo menos parecido a lo que debía ser. Desde el rey hasta el último de ellos se dedicaban a las relaciones homosexuales y el adulterio sin recato de ningún tipo. Así que no sería de extrañar que Juana tuviera como padre a don Beltrán de la Cueva. Se sabe que el mismo monarca tuvo amantes de ambos sexos.
Tras el cese de Villena, éste se dedicó a intrigar contra el monarca. Así que se opuso, junto con sus partidarios a que el rey nombrara como su sucesora a su hija Juana.
Cuando el rey vio que llevaba las de perder, se reunió con Villena. Parece ser que acordaron que el nuevo sucesor sería su joven hermano Alfonso, a condición de que se casara con su hija Juana.
Cuando se enteraron su esposa y su valido le hicieron romper ese pacto y volvió a nombrar a Juana como su sucesora en el trono de Castilla.
Llegados a este punto, los partidarios de Alfonso, empezaron a llamar la Beltraneja a la princesa Juana.
En 1465, hicieron la llamada “farsa de Ávila”. En la plaza de esta ciudad colocaron un muñeco con las vestiduras propias de un rey. Luego se dedicaron a darle golpes hasta que le quitaron la corona y sus vestiduras y luego lo patearon. Posteriormente, auparon a don Alfonso, como si lo proclamaran nuevo rey de Castilla.
Antes esta situación, ambos bandos se prepararon  para una guerra civil en Castilla. Mientras tanto, Enrique IV, dio el permiso correspondiente para que el anciano maestre de Calatrava, se casara con su hermana, la futura Isabel la Católica.
Afortunada o desafortunadamente, este hombre murió durante el viaje hacia el lugar donde residía la infanta Isabel. Algunos dicen que fue envenenado con ciertas hierbas. Algo muy
común en aquella época.
En 1467, ambos ejércitos se enfrentaron en una batalla en Olmedo. Parece ser que la cosa quedó en tablas, como se dice en ajedrez.
Sin embargo, al año siguiente, los seguidores de Alfonso tuvieron un grave revés, pues se les murió su candidato, posiblemente, también envenenado. Dicen que fue tras haber comido una trucha.
Así es que sólo les quedaba la posibilidad de ofrecer la corona a la infanta Isabel. Ella les contestó que no quería rebelarse contra el rey.
Villena fue a decirle al rey que los rebeldes depondrían su actitud, si nombraba como heredera a su hermanastra, la infanta Isabel.
Así que en septiembre de 1468, se reunieron Enrique IV e Isabel en los Toros de Guisando, Ávila, para firmar un tratado. Por medio del mismo, se reconocía a  Isabel como su sucesora en el trono. Además,  el rey tampoco le podría imponer ningún matrimonio. No obstante, ella tampoco se podría casar sin el consentimiento del rey.
Sin embargo, a Isabel, le propusieron una boda con su tío, Alfonso V de Portugal. Ella rechazó este enlace, aduciendo la gran diferencia de edad entre ambos.
Las conversaciones para llevar a cabo la boda entre Isabel y Fernando,  el heredero de Aragón, se llevaron a cabo de una forma absolutamente secreta.
En 1469, Fernando, apareció en Castilla. Venía disfrazado de arriero, acompañando a cuatro caballeros de Aragón. La cita era en Dueñas, Palencia, donde ya le esperaba Isabel.
El único problema que quedaba para que tuviera lugar la boda era el cercano parentesco entre ambos.
Parece ser que Pedro Carrillo, arzobispo de Toledo, mostró una bula papal, donde se permitía ese matrimonio. Posteriormente, se demostró que era falsa. No obstante, más tarde, el Papa Sixto IV, dio el visto bueno a ese enlace. Supongo que sería después de haber cobrado, como solía suceder en estos casos. Así que se casaron.
Evidentemente, esta boda, realizada sin el consentimiento previo de Enrique IV, violaba el tratado de los Toros de Guisando. Así que el rey rompió ese tratado y volvió a nombrar a su hija Juana, como su sucesora en el trono de Castilla .

En 1473, la cosa se estaba radicalizando. Así que Enrique IV se entrevistó en Segovia con Isabel y se comprometió a volver a reconocerla como su sucesora.
Sospechosamente, en muy corto espacio de tiempo murieron el marqués de Villena y el rey Enrique IV.
También es curioso que ambos fueran enterrados en el Monasterio de Guadalupe. En el caso de Villena es porque murió cerca de Trujillo. Posteriormente, el cadáver de  éste último fue trasladado a una sepultura en el Monasterio del Parral, en Segovia.
Los cronistas dicen que es muy posible que ambos fueran envenenados. En el caso del rey, se sabe que se sintió mal, se acostó y empezó a vomitar sangre, quedándose en los huesos.
Cuando alguien quiso que le aclarara quién iba a ser su sucesor, el rey no quiso saber nada y murió sin decidir nada al respecto. Triste final de un rey que pudo tener un reinado tranquilo y que lo desaprovechó, dejándose llevar sólo por el placer.
A la vista del estado en que quedó Castilla, tras la muerte de su rey, lo mejor que le pudo pasar, a este reino como a toda España, fue que Isabel fuera proclamada reina y se casara con el heredero de la Corona de Aragón.

No obstante, hubieron de pasar 7 largos años de guerra civil, entre los partidarios de Juana, apoyada por el rey de Portugal, con el que se casó, y los partidarios de Isabel. Como todos sabemos, al final triunfó esta última y los herederos de la misma consiguieron reinar en toda España.

miércoles, 21 de junio de 2017

LA CONDESA DE LAMOTTE Y EL COLLAR DE LA REINA

Esta vez voy a intentar narrar una parcela muy conocida de la Historia de la forma más amena e inteligible para todos. Bueno, tal y como procuro hacer siempre.
Evidentemente, no tengo el dominio narrativo de Alejandro Dumas (padre), que, en 1849, publicó una novela titulada “El collar de la reina”, la cual sigue gozando de mucha fama en la 
actualidad.
Ciertamente, como yo no me dedico a la novela, sino a la Historia, pues no me voy a apartar de los hechos, como suelen hacer los novelistas a fin de que la narración tenga más interés para el lector.
El personaje principal de esta historia se llamaba Jeanne de Valois-Saint Rémy. Esta mujer había nacido en 1756, en una pequeña población del noreste de Francia, llamada Fontette, en la región de Champaña.
Aunque su padre era un noble llamado Jacques I, barón de Saint Remy y ser descendiente de un hijo ilegítimo del rey Enrique II de Francia, suegro de nuestro Felipe II, lo cierto es que estaban totalmente arruinados, aunque vivieran en un castillo de la familia.
Su madre, Marie Jossel, era la hija de un criado, que siempre había trabajado en ese castillo. Lógicamente, la familia del barón, que tampoco andaba muy boyante, económicamente, nunca aprobó ese matrimonio y siempre se negaron a ayudarle.
Para el que no se acuerde ya de la Historia de Francia, la dinastía Valois reinó en ese país hasta 1589. El último rey de la misma fue Enrique III, el cual no tuvo descendencia. Su sucesor fue su primo, Enrique de Navarra, conocido como Enrique IV, el jefe del bando protestante, que se convirtió al catolicismo, para poder reinar en Francia. Los dos reyes tuvieron un mismo final. Ambos fueron asesinados, en diferentes momentos, por católicos radicales.
Volviendo a la condesa, hay que decir que su niñez no fue muy agradable. En su casa no tenían para comer, así que solían mendigar por las calles, robar cosechas y cuidar el ganado de los vecinos.
En un principio, fueron seis hermanos. Sin embargo, tres de ellos murieron en la niñez y sólo llegaron a la edad adulta Jacques, Marie-Anne y Jeanne.
A partir de 1762, la cosa fue empeorando, si cabe, aún más. Murió su padre y su madre se dedicó, literalmente, a la prostitución.
Posteriormente, la madre, se buscó una nueva pareja y se fueron los dos juntos a otra parte. Así que dejó totalmente desatendidos a sus hijos a los cuales no les quedó más remedio que dedicarse a seguir mendigando.
Parece ser que la niña tuvo un verdadero golpe de suerte. En una ocasión,  cuando se hallaba mendigando por los caminos, topó con un carruaje. Como hacían habitualmente, lo pararon para pedirles dinero.
La niña mencionó que era “de la sangre de los Valois”. Lógicamente, eso no podía pasar desapercibido para una aristócrata, como la marquesa de Boulainvilliers, que viajaba en el carruaje.
Esta le hizo una serie de preguntas a la niña y se la llevó, junto con sus hermanos. La ascendencia de los chicos fue plenamente comprobada en Versalles, por medio de un especialista en Genealogía llamado Cherin.
En aquella Francia, donde todavía existía una monarquía, no se podía permitir que unos descendientes del rey San Luis vagaran por la calle.
Gracias a ello, a Jacques le permitieron ingresar en una Academia militar, además de abonarle una pensión anual de 1.000 libras.
A las dos chicas las ingresaron en un internado de monjas y les dieron, a cada una, una pensión de 900 libras anuales.

Al terminar su educación, les ofrecieron profesar como monjas en el monasterio. Sin embargo, ellas declinaron el ofrecimiento, volviendo a su región de origen.
Parece ser que estuvieron viviendo en casa de unas costureras, donde las hacían trabajar mucho. Así que se fueron de allí cuanto antes.
En 1780, Jeanne, se casó con un sobrino de los dueños de la casa donde vivía. Parece ser que no acertó con su matrimonio, pues el novio a pesar de presumir de su nobleza, afirmando ser conde, también estaba arruinado y sólo vivía de lo que cobraba como oficial de la Gendarmería.
Por lo visto, la novia se casó estando ya al final de su embarazo, pues dio a luz, sólo un mes después de su boda, a un par de gemelos, los cuales murieron a los pocos días.
La última referencia que existe de los hermanos de Jeanne es que Jacques continuó, durante varios años,  su carrera en el Ejército, hasta su muerte en una colonia francesa. Por
lo que respecta a Marie-Anne, profesó como monja y llegó a ser abadesa de un convento.
Volviendo a Jeanne, intentó volver a explotar su descendencia, como miembro de una antigua casa real de Francia. Así que no se le ocurrió otra cosa que viajar hasta Versalles para pedirle una pensión a la propia reina.
Parece ser que la reina estaba advertida sobre las intenciones de nuestro personaje y siempre se negó a recibirla. Así que se quedó sin cobrar esa pensión.
Algunos autores dicen que sí que consiguió otra pequeña pensión que le dio la hermana de Luis XVI, pero eso no está muy claro.
En la corte de Versalles conoció a otro bribón llamado Rétaux de Villette, que también se hacía llamar “conde”, como ella y su marido, pero que se dedicaba a todo tipo de asuntos ilegales.
Parece ser que él la enseñó a vivir en Versalles y le presentó a muchos cortesanos, que debía conocer para ser aceptada en ese lugar.
Según parece, le contó que el cardenal de Rohan, un eclesiástico que, además, era uno de los más importantes nobles de Francia, estaba deseando ser recibido por la reina, pues ambicionaba un puesto de primer ministro, como lo fueron Richelieu o Mazarino.
El problema es que el cardenal estuvo, anteriormente, como embajador de Francia en Viena y allí se ganó muchas enemistades.
Parece ser que su comportamiento libertino era considerado como muy escandaloso en la corte de la emperatriz María Teresa de Austria, madre de María Antonieta.
Además, en una ocasión, escribió al rey informándole del doble juego de la emperatriz con Francia y Prusia. Esta carta fue interceptada por alguien y leída en la corte, durante una comida, por madame du Barry. Parece ser que en ese escrito, el embajador,  insultaba a la emperatriz.
Todo esto fue tenido en cuenta por la reina y lo primero que hizo tras su boda, fue exigirle a su marido que destituyera a su embajador en Viena. Cosa que hizo.
Esa fue la razón por la que la reina María Antonieta siempre despreció al cardenal de Rohan y nunca quiso recibirle.
También, por aquella época, fueron a la corte dos famosos joyeros, llamados Boehmer y Bassange,  para ofrecerle un hermoso collar a la reina.
Parece ser que este collar había sido encargado por el difunto rey Luis XV para su favorita, Madame du Barry. El problema es que ese monarca había fallecido y ellos no sabían qué hacer con el encargo. La joya a la vez que suntuosa también era muy cara. Así que la reina se negó a comprarla, para disgusto de los joyeros.
Se dice que la reina argumentó que no podía comprar esa joya, cuando la gente estaba muriendo de hambre por las calles. Me da que esa no fue la razón, porque a la reina siempre le importó bien poco lo que les pasara a sus súbditos. De hecho, siempre fue muy impopular en Francia. Como austriaca, en francés, se dice “autrichienne”, ellos usaban un juego de palabras para pronunciar “autre chienne”, o sea,  otra perra.
Otros autores dicen que la reina no lo quiso, porque fue un encargo hecho para una de sus mayores enemigas, Madame du Barry.

Así que la pareja de pillos formada por la condesa de Lamotte y Villette idearon un audaz plan para aprovecharse de esta situación.
El matrimonio de la condesa iba muy mal, aunque los cónyuges seguían viviendo juntos. Así que no tuvo ningún problema en acercarse al cardenal y hacerse su amante y confidente.
Había olvidado mencionar a otro personaje, que también participó en este enredo, más propio de una obra teatral del Siglo de Oro español. Se trata de Cagliostro, cuyo verdadero nombre era Joseph Balsamo, que ejercía como adivino a las órdenes del cardenal y que había sido comprado por la pareja formada por Jeanne y Villette, para que convenciera al cardenal. Cosa que logró a plena satisfacción de ambos.
Lo cierto es que estos pillos  convencieron al cardenal de que Jeanne era íntima amiga y confidente de la reina, aunque la verdad es que sólo la había visto de lejos.

Le comentaron al cardenal que, si quería obtener el favor de la reina, tenía que hacer una gestión secreta para ella.
Le dijeron que la reina se había encaprichado de ese lujoso collar, pero que no quería que se notara que se gastaba dos millones de libras en su compra. Incluso, hicieron unos escritos, falsificando la letra de la reina, donde ésta le pedía ese favor al cardenal.
Así que lo que tenía que hace el cardenal era ir en su busca para comprarlo en nombre de la reina y ella les iría pagando a plazos el collar a los joyeros. Por supuesto, a través del cardenal, para que nadie se enterara.
Como era una cantidad enorme y parece ser que el cardenal no se fiaba mucho de ellos, se molestaron en contratar a una prostituta, que se parecía bastante a la reina, para reunirse por la noche en los jardines de Versalles y confirmarle que las cartas eran suyas.
La verdad es que está muy claro que esta operación estaba muy mal diseñada desde el principio. Aunque sospecho que lo hicieron así para que saltara y se enterara todo el mundo.
Me parece que lo suyo hubiera sido que el cardenal les hubiera comprado el collar a los joyeros y se lo hubiera regalado a la reina. En caso de que ésta no lo hubiera querido, pues lo hubiera vendido a otra persona y ya está. Aunque también es verdad que en aquella época se sabía que, aunque el cardenal ingresaba, periódicamente, una enorme cantidad de dinero, gastaba mucho y casi siempre andaba muy justo.
Lo cierto es que parece que en esta operación todos fueron engañados. Desde el primero hasta el último. Alguien la diseñó para quitarse a esta gente de la corte y para poner en entredicho a los reyes. De hecho, fue una de las muchas causas por las que se rebeló el pueblo hasta concluir en la famosa Revolución Francesa.

Volviendo al tema que nos ocupa. Evidentemente, en cuanto hubo que pagar el primer plazo, la reina no lo pagó y los joyeros quisieron entrevistarse con ella para reclamárselo.Ahí fue cuando se enteró de lo que estaba ocurriendo.
Los investigadores, capitaneados por el barón de Breteuil, enemigo acérrimo del cardenal,  fueron tirando del hilo y acabaron atrapando a toda esta pandilla de pícaros.
No obstante, estos no habían perdido el tiempo. El cardenal entregó el collar a Jeanne, supuestamente, para que se lo hiciera seguir a la reina.
Lo que no sabía es que esa banda se dedicó a desmontar las piedras preciosas que formaban el collar y las habían ido a vender a Londres, donde sacaron un buen precio por ellas.
El 14/08/1785, cuando el cardenal iba a celebrar una misa en el Palacio de Versalles, previamente, es llamado a una reunión con los reyes. A la misma, también asisten el barón de Breteuil y el ministro de Justicia.
El cardenal sólo puede declarar que, desde el primer momento, fue engañado por la condesa de Lamotte. Así que la reina se enfada y le pide a su marido que lo encierre,
inmediatamente, en la Bastilla.
El cardenal le suplica no ser arrestado, por respeto a la Iglesia y al honor de su noble familia. Tampoco podía presentar como pruebas a su favor las cartas falsificadas, pues ya habían sido quemadas.
Así que fue encerrado en la Bastilla y tuvo que dar orden de vender todos sus bienes para pagar a los joyeros. Un siglo después, sus herederos seguían pagando esa deuda.
El monarca cometió el error de dejarle elegir al cardenal si quería un juicio privado ante el rey o un juicio ante el Parlamento, que era como se llamaba al Tribunal Supremo. El clérigo eligió la segunda opción, porque pensó que los nobles que formaban el Parlamento se apiadarían de él, por ser uno de los suyos. El problema es que este juicio fue público y así todo el mundo se enteró de lo que había ocurrido. Asistieron al juicio nada menos que 64 jueces.
De esa forma, el cardenal fue absuelto del robo y de haber cometido un delito contra la reina, por haberse dado cita en los jardines de Versalles para conspirar, supuestamente con ella.
La verdad es que la reina estaba completamente indignada con el fallo del tribunal, porque parecía que la habían puesto en entredicho. Así que convenció a su marido para expulsar
 al cardenal de la corte, enviarlo a una abadía y luego a otra un poco más lejos.
Lo cierto es que quedó muy claro, ante la opinión pública, que la reina había tenido algo que ver en el asunto. Así que su imagen y la del rey, se hicieron muy impopulares entre la gente.
En cuanto a lo que se refiere a la banda de pillos, sólo pudieron capturar a la condesa de Lamotte, pero no a su marido que se hallaba en Londres y se quedó allí. Fue
condenado, en ausencia, a una pena de galeras.

A Rétaux de la Villette, el principal cómplice de la condesa, lo pillaron en Suiza. Declaró en contra de la condesa y su marido. Así que lo condenaron al exilio fuera de Francia. Muriendo unos años después en Venecia.
En cuanto a Cagliostro, sólo fue obligado a abandonar, inmediatamente, el territorio de Francia.
Volviendo a la condesa de Lamotte, fue sentenciada a cadena perpetua en la prisión de la Salpetriere. Aparte de recibir unos latigazos y de marcarle la letra “V” de ladrona en los hombros. Parece ser que, cuando iba a ser marcada, se removió tanto que una de ellas se la marcaron a fuego en uno de sus senos.
Curiosamente, se afirmó que la reina mandó a una de sus damas de confianza a hablar con la presa. Lo que hizo sospechar aún más de la soberana.
Poco después, la condesa consiguió escapar de la prisión, disfrazada como si fuera una niña. Parece ser que algún desconocido la ayudó, abriéndole las puertas de la cárcel.
Posteriormente, se fue a Londres y allí escribió su versión sobre todo este asunto, aunque algunos dicen que la reina le había pagado una gran cantidad de dinero para comprar su silencio. En esa obra, sólo reconoció que ella había sido la amante del cardenal y que la propia reina había estado metida, desde el principio, en este tema.
Lo cierto es que, aunque allí estuvo protegida por los franceses opositores al rey,   la alegría no le duró mucho. En junio de 1791, parece ser que fue perseguida por unos desconocidos, dentro de su domicilio. Por alguna extraña razón, cayó por una ventana, produciéndose múltiples lesiones que, dos meses después, la llevaron a la tumba. Está enterrada en un cementerio de Londres.
Alguien dijo que se trataba de agentes monárquicos franceses, mientras que otros pensaron que se trataba de simples acreedores.
Como ya comenté al principio, algunos autores han dicho que esta historia fue una de las muchas excusas en que se basaron los republicanos para iniciar la Revolución Francesa, que estalló sólo 4 años después de este suceso.

La verdad es que en aquella época era muy difícil desacreditar a un monarca ante los ojos de su propio pueblo. Máxime en un país, como Francia, donde, desde la Edad Media, se creía que sus reyes curaban ciertas enfermedades con sólo tocar a los enfermos y eso hacían de vez en cuando. A lo mejor, por eso, tardaron tantos años en conseguirlo.

sábado, 17 de junio de 2017

EL REY JUAN II DE CASTILLA

Continuando con el ciclo dedicado a los reyes de Castilla y León, hoy le toca el turno a Juan II. No confundirlo con Juan II de Aragón, aunque luego veremos que tuvieron cierta  relación.
Este monarca nació en 1405 en la localidad de Toro, Zamora. Sus padres fueron
Enrique III y Catalina de Lancaster.
Curiosamente, en este chico se daba la coincidencia de ser, a la vez, bisnieto de Pedro I el cruel y de su hermanastro y asesino, Enrique II el de las mercedes. Tal y como había sido previsto, para acabar de una vez con las reivindicaciones de los herederos del rey Pedro.
Lamentablemente, su padre falleció  cuando ni siquiera había cumplido los dos años de edad. Esta vez, la regencia, la formaron su madre y su tío, Fernando el de Antequera, que, como ya vimos en otro artículo, posteriormente,  fue el primer rey de la dinastía Trastámara en Aragón.
Curiosamente algunos nobles castellanos se mostraron partidarios de que Fernando fuera el nuevo rey de Castilla, en lugar de su sobrino, a lo que él siempre se negó, aceptando la voluntad de su difunto hermano.
Siguiendo las instrucciones del fallecido Enrique III, también formaron parte de ese consejo otros miembros, que gozaron siempre de la confianza del soberano. Se trataba de Diego López de Estúñiga o Zúñiga, Juan Fernández de Velasco y Ruy López Dávalos. Algunos autores también citan como consejero a Sancho de Rojas, arzobispo de Toledo.
Según parece, desde un principio, surgieron diferencias entre los dos regentes.
Así que, en 1407, durante las Cortes de Segovia se dividieron el reino.
Catalina gobernaría sobre Castilla y León. Mientras tanto, Fernando, que era partidario de continuar la Reconquista, lo haría sobre las zonas más fronterizas, como Toledo, Extremadura, Murcia y la parte de Andalucía que ya se hallaba en manos cristianas.
Así que, una vez hecho el reparto,  enseguida se puso manos a la obra. Esta vez, comenzó la ofensiva castellana con un ataque de su flota contra la tunecina, al objeto de cortar la vía marítima de suministros, que tenían los granadinos.
Ese mismo año, las tropas de Fernando, atacaron y tomaron Zahara y Setenil, firmando una tregua hasta el año siguiente.
En 1409, las tropas castellanas  concentraron su ataque en la estratégica plaza de Antequera, la cual consiguieron tomar al año siguiente. Esto fue posible, porque los granadinos no consiguieron socorrerla. De ahí vino el apodo por el que siempre se ha conocido al 
futuro rey Fernando I de Aragón, el de Antequera.
En 1410, murió sin descendencia el rey de Aragón, Martin I el Humano. Varios fueron los candidatos que se presentaron para ocupar ese trono. Uno de ellos fue Fernando.
En 1412, tras muchas deliberaciones, los representantes de los diversos territorios de Aragón, firmaron el llamado Compromiso de Caspe, por el que nombraron a Fernando como nuevo monarca de ese reino. No olvidemos que su madre fue Leonor de Aragón y de Sicilia, hija del rey de Aragón Pedro IV el Ceremonioso. Así que estaba bastante legitimado para suceder en el trono al anterior monarca.
Curiosamente, el nuevo rey de Aragón y su esposa, eran  los mayores terratenientes del reino de Castilla y gozaban de una fortuna inmensa. A lo mejor, por eso mismo, votaron a su favor los representantes de Cataluña, aunque, en un principio, les gustó más otro de los candidatos.
No hará falta decir que Catalina de Lancaster, estaba encantada de perderlo de vista, porque nunca se habían llevado demasiado bien.
Sin embargo, no le hizo tanta gracia cuando se enteró que Fernando no quiso renunciar a ser regente de Castilla y, en su lugar, colocó a varios consejeros afines a él.
Desgraciadamente, en 1416, murió Fernando y en 1418, le siguió a la tumba Catalina. Parece ser que de esta última siempre se ha dicho que era demasiado aficionada a la bebida, como muchos de los actuales ciudadanos del Reino Unido.
En 1419, el consejo de regencia, ya dominado por los delegados enviados por Fernando, venidos desde Aragón, decidió que había que declarar la mayoría de edad del rey, aunque éste sólo tuviera 14 años. Se reunieron unas cortes en Madrid para celebrar ese acto.
Incluso, le buscaron una novia. Se trataría de su prima, María de Aragón, hija de su tío Fernando I el de Antequera. La boda tuvo lugar en octubre de 1418 en Medina del Campo, Valladolid.
El matrimonio llegó a tener tres hijas: Catalina, Leonor y María. Desgraciadamente, las tres fallecieron en la infancia. Sin embargo, también tuvieron un hijo, llamado Enrique, el cual reinaría, posteriormente, con el nombre de Enrique IV.
Sin embargo, de este rey no puedo decir lo mismo que dije de su padre. Juan II fue siempre un ser abúlico. Nunca estuvo interesado en la Reconquista, ni siquiera en las tareas de gobierno, que son propias de un monarca. Por el contrario, dedicó su tiempo a estar entretenido en la corte por medio de poetas, bufones y músicos.
Sin embargo, sus parientes, los hijos de Fernando I el de Antequera, aunque eran aragoneses, estaban más interesados en los asuntos castellanos que en los de su propio reino y se dedicaron a influir en las decisiones de Juan II. De hecho, su padre les había ordenado que vigilaran muy de cerca al gobierno de Castilla y a sus inmensas posesiones en dicho reino.

Estos eran Enrique, que se casó con Catalina,  una hermana de Juan II, y, por ello,  fue nombrado duque de Villena. Aparte de ser también Gran Maestre de la Orden de Santiago. Fue nombrado para este último cargo cuando sólo tenía 9 años. Juan, duque de Peñafiel, que luego sería, primeramente, rey de Navarra, por estar casado con la heredera, Blanca de Navarra. Posteriormente, reinaría también en Aragón con el nombre de Juan II. Por último, Pedro, que fue conde de Alburquerque.
Lo cierto es que estos primos del rey, desde un principio, formaron parte de su consejo privado y, debido a la gran ambición de éstos, pronto quisieron rivalizar en dinero y poder con el soberano. Así que, durante su reinado le dieron algún que otro disgusto. Incluso, la propia reina María, se puso a veces de parte de sus hermanos los infantes de Aragón.
Por otro lado, el joven Juan II, desde su infancia, había hecho amistad con otro chico de la misma edad, de origen aragonés, cuyo nombre fue Álvaro de Luna. Siempre estuvieron muy unidos y llegó a ser el hombre de máxima confianza del rey.
Hay que precisar que éste no era un cualquiera, sino que se trataba de un segundón perteneciente a  una gran familia. Era sobrino de Pedro de Luna, arzobispo de Toledo, el cual, a su vez, era sobrino del famoso Papa Luna, Benedicto XIII.
En 1418, falleció la reina Catalina de Lancaster. Así que el rey, que era un simple adolescente, se quedó solo y en manos de sus más cercanos preceptores, el arzobispo de Toledo y el obispo de Sigüenza.
Volviendo a los infantes de Aragón, hay que decir que la ambición y la rivalidad entre ellos llegaron a tal extremo que, en cierto momento, quisieron suplantar el poder del propio rey de Castilla.
El 14/06/1420 se dio un acontecimiento que se ha conocido popularmente como “El golpe o atraco de Tordesillas”.
Aprovechando el infante Enrique que su hermano Juan había viajado para casarse con Blanca de Navarra y sabiendo que el rey no estaría bien protegido, no se le ocurrió otra cosa que raptarlo. Su excusa para realizar esta acción fue que la política del canciller Juan Hurtado de Mendoza no era la adecuada para Castilla y que él lo podría hacer mejor.
Así que, para esta acción, se reunieron muy temprano el infante Enrique, Ruy López Dávalos, Pedro Manrique, Pedro de Velasco y Pedro Niño. Todos ellos iban acompañados de una fuerte escolta, que consiguió romper las puertas de palacio, apresar a Hurtado de Mendoza y llegar hasta el rey, que todavía se hallaba en la cama.
De esa forma, el infante Enrique, llegó a manejar durante unos meses el “timón” del Estado, teniendo secuestrado al propio rey.
Sin embargo, Álvaro de Luna, junto con otros nobles segundones, como él, consiguieron, a finales de noviembre del mismo año, liberar al rey de su secuestro.
Parece ser que, durante una visita real a Talavera de la Reina, Álvaro de Luna, consiguió salir huyendo con el rey hasta el castillo de la Puebla de Montalbán. Hasta allí les siguieron las tropas del infante Enrique, pero tuvieron que levantar el asedio, porque llegaron refuerzos, capitaneados por el infante Juan,  para auxiliar a los sitiados. Así que los sitiadores tuvieron que salir huyendo de allí.
Esta acción fue premiada por el monarca con el título de conde de Santiesteban de Gormaz a favor de don Álvaro de Luna. Primero de una larga serie de títulos y honores que fue acaparando durante toda su vida.
Tras este incidente, varios de los miembros del partido aragonesista dieron con sus huesos en prisión. Incluso, al propio infante Enrique le retiraron algunos títulos, como el
de marqués de Villena.
Parece ser que Álvaro de Luna se cebó, especialmente, con Ruy López Dávalos, condestable de Castilla. Consiguió que le quitaran todos los títulos y honores, muriendo en el exilio en Aragón. Precisamente, su título de condestable de Castilla fue a parar a don Álvaro de Luna.
Lógicamente, esto puso sobre aviso tanto a los infantes de Aragón, que intentaron declararle la guerra a Castilla, como al resto de los nobles castellanos, pues Luna logró acaparar muchos de los títulos y honores a los que ellos siempre habían aspirado. De hecho, el rey nunca supo qué hacer sin él.
En 1422, el rey, por indicación del valido,  mandó que encerraran a su primo, el infante Enrique de Aragón, acusado de estar en tratos con el rey de Granada.
Esto hizo que muchos nobles movieran sus hilos. Así el propio Alfonso V de Aragón, hermano del prisionero, amenazó con atacar Castilla, si no era liberado, inmediatamente,  el infante. Incluso, llegaron a convencer al rey de que reinaría mejor solo, porque la influencia de Luna era negativa para él. Así que, en 1427, consiguieron que el rey desterrara al condestable a sus tierras en el pueblo de Ayllón, en Segovia.
En 1428, el rey, al ver la deriva que estaba tomando su reino, mandó que el condestable regresara de su exilio. Obviamente, volvió con sus poderes reforzados.
Alfonso V volvió a amenazar con invadir Castilla. Sin embargo, esta vez, el condestable se le adelantó. Invadió las tierras de Navarra, para que no pudieran utilizar los aragoneses ese terreno, más favorable para una invasión. Así que el rey de Aragón, cuando intentó invadir Castilla, cruzando el río Jalón,  fracasó.

Todo esto dio lugar, en 1430, a la firma de una tregua entre los reyes de Castilla, Navarra y Aragón y la expulsión de los 3 infantes del territorio castellano.
En 1431, después de esto, librados ya de los problemas con los reinos vecinos,  Castilla se decidió por continuar la Reconquista, obteniendo una importante victoria en la batalla de Higueruela. Sin embargo, no supieron aprovechar este éxito y no fueron más allá. Precisamente, existe una pintura al fresco dedicada a  este hecho en la Sala de las batallas del Monasterio de El Escorial.
En 1438, los infantes de Aragón volvieron a Castilla. Sólo dos de ellos, porque Pedro había muerto en una batalla en Nápoles.
Las intrigas palaciegas dieron lugar a que el valido fuera enviado de nuevo al exilio de Ayllon, mientras los infantes siguieron medrando en la corte castellana.
Sin embargo, en 1444, Álvaro de Luna consiguió volver para recuperar la confianza del rey, que por cierto, nunca había perdido.
Ante esta situación, en 1445, no se les ocurrió otra cosa, a los infantes y sus secuaces, que guerrear contra el rey. Los dos bandos se encontraron en Olmedo. Los infantes perdieron esa batalla y tuvieron que huir a toda prisa hacia Aragón y  Navarra.
Ese mismo año, murió la reina María, así que el valido pensó en buscarle al rey una nueva esposa a la que pudiera manejar más fácilmente. Su elegida sería Isabel de Portugal. El monarca no se opuso a ese matrimonio, el cual se celebró en Madrigal de las altas torres, en 1447.
La verdad es que esta vez, el valido, no acertó con su jugada. La razón está en que la reina se hizo dueña de la débil voluntad del rey y la utilizó contra el condestable.
Los habituales intrigantes de palacio convencieron a la reina de que la voluntad de su marido estaba bloqueada por el poder del condestable. Así que ésta consiguió convencer al rey para que llevara al valido ante los tribunales de Justicia. Fue acusado de robar las rentas de la Corona y reinar en lugar del monarca, suministrándole hechizos para que perdiera su voluntad.
Como los jueces habían sido muy bien seleccionados  y todos eran enemigos del valido, fue muy fácil para ellos condenarle a muerte. Siendo ejecutado en Valladolid, en junio de 1453.
Lógicamente, todo esto provocó una gran depresión en el monarca, cuando, verdaderamente, se dio cuenta de lo que había hecho. Así que se abandonó totalmente. Ni siquiera quería comer a pesar de que siempre se había destacado por su glotonería.
Incluso, dejó los asuntos de gobierno en manos de su hijo, el futuro Enrique IV, y en los del valido de éste, Juan Pacheco, marqués de Villena.
Juan II ya no quiso saber nada de nadie. Se encerró en sus habitaciones y hasta prohibió la entrada de la reina.
Todo ello, le llevó a la muerte. La cual se produjo en 1454, cuando se hallaba en Valladolid. Hasta sus últimos momentos, estuvo maldiciendo el haber sido rey de Castilla.
No sé si esto tendría algo que ver en el estado mental de la reina, pues, tras quedarse viuda, se fue a vivir a Arévalo y allí dio amplias muestras de locura.
Por eso mismo, más tarde, encerraron a la reina Juana la loca, pensando que habría heredado la locura que padeció su abuela.
 El matrimonio entre Juan II e Isabel de Portugal tuvo dos hijos. Isabel, la futura Isabel la Católica y Alfonso, que, en principio, fue el heredero, pero que murió prematuramente y de una forma muy sospechosa.
Curiosamente, los padres de los famosos Reyes Católicos fueron Juan II de Castilla y Juan II de Aragón.

miércoles, 14 de junio de 2017

EL REY ENRIQUE III EL DOLIENTE

Continuando con el ciclo que había abierto sobre los reyes medievales de Castilla, hoy le toca el turno a Enrique III. Un rey que no es muy conocido.
Nació en Burgos, en octubre 1379, precisamente, el día de San Francisco de Asís, así que supongo que su mala salud se debería a haber pasado mucho frío en esa ciudad. Es una broma, claro.
Espero que no se ofendan mis amigos burgaleses.
Sus padres fueron el rey Juan I de Castilla y su mujer, la infanta Leonor de Aragón. Curiosamente, Leonor, casó con Juan I de Castilla y también fue hermana de Juan I de Aragón.
En un principio, como siempre, por conveniencias políticas, durante su infancia, se le había prometido con una princesa portuguesa. Sin embargo, al enviudar su padre, fue él quien se casó con la prometida de su hijo,  Beatriz de Portugal.
Más tarde, ya con 9 años, se casó o, más bien,  lo casaron, en la catedral de Palencia, con Catalina de Lancaster, que ya tenía 14 años, perteneciente a la depuesta dinastía de Pedro I el cruel de Castilla. Así que de esta forma resolvieron el conflicto sobre las aspiraciones de los herederos de Pedro I el cruel al trono de Castilla. También sirvió para mejorar las relaciones entre Castilla e Inglaterra.
Curiosamente, su suegro, Juan de Gante, al casarse con una hija de Pedro I el cruel, también aspiró, en su momento, a ser coronado  con el nombre de Juan I de Castilla.
A imitación de lo que estaba institucionalizado en Inglaterra, los padres de Catalina, impusieron que al heredero de Castilla se le diera un título especial y así nadie podría discutir su derecho al trono. Se acordó que fuera el de Príncipe de Asturias, que aún continua vigente. Siendo Enrique el primero en ostentar ese título.
Desgraciadamente, como ya he comentado en mi anterior artículo, dedicado a su padre, el rey Juan I, éste murió joven a causa de una caída de caballo en Alcalá de Henares. Así que Enrique llegó al trono con sólo 11 años. Evidentemente, esto fue aprovechado, como siempre, por la nobleza para intentar acumular poder a costa de restárselo al nuevo monarca.
Durante la minoría de edad del nuevo monarca, se acordó que el poder lo tendría un consejo de regencia, compuesto por 8 nobles. Para contrarrestar el ansia de poder de la nobleza, se decidió que 6 de ellos fueran de la baja, mientras que los otros 2 serían de la alta nobleza.
El arzobispo de Toledo, Pedro Tenorio, estaría al frente de ese consejo. Entre los miembros más destacados de ese órgano podemos citar a Fadrique, duque de Benavente y hermanastro de Juan I; Alfonso, marqués de Villena, y Pedro, conde de Trastámara e hijo de Fadrique. Como habréis visto, ciertos títulos y apellidos se repiten una y otra vez. Esa es una explicación del por qué en España siempre han mandado las mismas familias.

Otros autores dicen que lo que ocurrió es que Juan I había decidido nombrar un consejo de regencia, formado sólo por 6 nobles. Lo formaban el marqués de Villena, el arzobispo de Santiago, el maestre de Calatrava, el conde de Niebla y don Juan Hurtado de Mendoza. Aparte de su presidente, el arzobispo de Toledo, Pedro Tenorio.
Cuando el rey visitó Madrid ocurrió un suceso imprevisto. Estando la comitiva real en el interior de la iglesia de San Martín, ésta fue rodeada por tropas del duque de Benavente y del conde de Trastámara. Parece ser que así reflejaron su queja por no haber sido admitidos dentro del consejo de regencia. Así que no tuvieron más remedio que ampliarlo a 8 miembros para incluirlos dentro de ese órgano.
Desgraciadamente, en aquella época, se vivía un gran descontento, debido sobre todo a las malas cosechas y a la inestabilidad económica. Aparte de las epidemias.
Evidentemente, de todo este estado de cosas sacaron provecho ciertas personas, que echaron la culpa de todo ello a los judíos, dado que solían ser los prestamistas de la gente endeudada. Supongo que lo harían para no tener que devolver los préstamos.
Como todo el mundo sabe, hoy en día, los Bancos sólo dan préstamos a quienes creen que pueden devolverlos. En aquella época, supongo que sólo los podrían solicitar los nobles y seguro que ellos eran los que más estaban endeudados con los judíos. Además de la corona y la Iglesia.
Aparte de eso, como siempre suele ocurrir en España, cuando el Estado se endeuda, suele subir los impuestos hasta el infinito, sin pararse a pensar si los ciudadanos podremos o no pagarlos. Esto creó una gran inestabilidad social.
Esta situación fue aprovechada por ciertos tipos, como un predicador, llamado Ferrán Martínez, más conocido como el Arcediano de Écija, que ejercía su labor en Sevilla.
Este miembro del clero se aprovechó del momento para lanzar continuamente desde el púlpito duros reproches contra los judíos. Tanto es así que radicalizó a las masas hasta el punto de que se produjeran bastantes víctimas mortales en los asaltos a las juderías. Cometidos, principalmente, en 1391.
Lógicamente, esto, en lugar de arreglar las cosas, provocó una mayor inestabilidad económica en el reino, pues los judíos eran los que manejaban los mayores capitales y la Hacienda real se fue quedando sin sus principales prestamistas.
La cosa se complicó cuando la alta nobleza quiso recuperar su tradicional papel en el gobierno de Castilla e intentó deponer a los miembros de la baja, que ahora se hallaban colocados en los puestos más altos de la Administración del Estado. Esto provocó casi una guerra civil entre ambos bandos.
Visto el cariz que estaba tomando este asunto, se decidió proclamar la mayoría de edad de Enrique III, para que pudiera reinar, a pesar de que sólo había cumplido 13 años.
Obviamente, la mala salud del monarca hizo pensar a muchos que duraría poco en el cargo. Así que algunos de estos nobles estuvieron moviendo sus hilos para aumentar sus privilegios en la corte.
Sin embargo, este joven, seguramente, bien aconsejado, fue capaz de ir dominando a los miembros rebeldes de la aristocracia.
Seguramente, todos tomaron buena nota cuando vieron que su propio tío, el duque de Benavente, fue encerrado en una prisión. Además, le desposeyó del título y le mantuvo encarcelado hasta su muerte.
Así que el conde de Trastámara, en cuanto pudo, huyó de Castilla, en previsión de que le pudiera ocurrir lo mismo que al primero.
El conde de Noreña intentó hacerse fuerte en Asturias, pero no pudo aguantar la presión del Ejército castellano, y tuvo que exiliarse en Inglaterra.
Es justo mencionar que una de las cosas por las que se sublevó el conde de Noreña es que le habían desposeído de la mayoría de sus territorios para dárselos al que ostentara, en cada momento, la dignidad de Príncipe de Asturias.
Parece ser que estos tres nobles, que tenían en común ser hijos bastardos del rey Enrique II, se habían aprovechado de la minoría de edad del rey para intentar llenarse los bolsillos impunemente.
Así que, contra todo pronóstico, sólo dos años después de haber llegado al trono, este muchachito tan enfermizo, fue capaz de vencer a los rebeldes de la alta nobleza del reino.
Otra de sus primeras medidas, nada más ocupar el trono, fue proteger a los judíos y sus aljamas. Al mismo tiempo, ordenó la captura y  prisión para los culpables de los alborotos contra esta minoría.
Al año siguiente, otro que también pretendió sacar tajada de la pretendida debilidad de este monarca, fue el rey de Portugal, el cual, sin mediar una declaración de guerra, invadió Castilla, tomando la plaza de Badajoz.
Sin embargo, Enrique III, sin pensárselo mucho, ordenó que zarpara inmediatamente la imponente flota de Castilla, con la orden de atacar las costas portuguesas y la flota de ese país.
El ataque castellano se combinó con otro terrestre, que afectó algunas localidades fronterizas, como Miranda do Douro, llegando en su avance hasta Viseu.
Lógicamente, dos años después, el monarca portugués, que también se llamaba Juan I, pidió un armisticio, que supuso la devolución de las plazas conquistadas por los dos bandos y la vuelta a la frontera tradicional entre los dos países.
Aunque parezca increíble, en muy poco tiempo, este animoso rey, había conseguido solucionar muchos problemas que llevaban enquistándose durante varios siglos y comprometían al desarrollo de Castilla.
Había conseguido la paz con Portugal, renovar la amistad con Francia e Inglaterra e, incluso, llevarse bien con Aragón. Así que, de esta manera, los comerciantes castellanos, podrían exportar e importar sin trabas a través del Atlántico y del Mediterráneo.
Ahora quedaba una cosa muy importante, despejar el Estrecho de Gibraltar de piratas berberiscos, para poder navegar tranquilamente por él.
Por ello, decidió enviar a la flota, la cual asedió y consiguió tomar la ciudad de Tetuán, el lugar donde se concentraba la mayor cantidad de piratas.
Incluso, se permitió comenzar la conquista de las Islas Canarias. El mando de la expedición lo entregó a dos caballeros franceses, Juan de Bethencourt y Gadifer de
la Salle.
En 1405, llegó al trono de Granada el belicoso monarca Muhammad VII, el cual comenzó su reinado con una serie de ataques a la zona de Murcia.
Esta vez, el rey castellano, no se pudo poner al frente de las tropas, pues la enfermedad no se lo permitió. Así que se decidió poner al frente de las mismas a su hermano Fernando.
No obstante, la muerte del rey, ocurrida en Toledo el día de Navidad de 1406, suspendió los preparativos para esa campaña. Lo que dio una cierta ventaja al monarca granadino.
Enrique III fue el que creó la figura del corregidor en los ayuntamientos, restándole autonomía a los mismos.
En su afán por tener las mejores relaciones posibles con otros Estados, envió embajadas a Turquía y hasta al lejano reino mongol de Tamerlán. A este último reino envió varias embajadas, la más importante estuvo al mando de Ruy González de Clavijo.
A algunos les podrá parecer una excentricidad que este rey enviara una embajada hasta el rey de los mongoles. La razón es muy sencilla. Los monarcas europeos se habían dado cuenta de que los mongoles eran los únicos que habían sabido vencer en varias ocasiones a los turcos y, al apoyarlos, evitarían que los otomanos conquistaran por completo el Imperio Bizantino, incluida su capital, y, más tarde, se plantaran en territorio europeo. Como ocurrió un poco más tarde, al conquistar Macedonia y partes de Bulgaria y de Serbia.
Parece ser que, en 1402,  el monarca mongol invitó a los embajadores castellanos a presenciar una batalla contra las tropas del sultán Bayaceto I, terror de la Cristiandad. No se contentaron con derrotarle con una facilidad pasmosa, sino que, incluso, apresaron al sultán, el cual murió poco tiempo después.
Incluso, los mongoles, entregaron a los embajadores castellanos, dos damas españolas que se hallaban en poder de los turcos.

Supongo que el monarca castellano se pondría muy contento al conocer las noticias que le traían sus embajadores sobre su nuevo aliado.
Curiosamente, tanto Tamerlán como Enrique III murieron en 1406. Aunque es preciso decir que el primero era ya un anciano, que estaba prácticamente ciego, mientras que el monarca castellano sólo había cumplido los 27 años.
Lamentablemente, a su muerte, se volvió a repetir la situación creada cuando él fue proclamado rey, con el agravante de que el príncipe de Asturias, su hijo mayor, el futuro Juan II, sólo tenía 2 años.
Me imagino que más de uno estará pensando que fue una pena que, para un rey que nos sale bueno durara tan poco. Yo también pienso lo mismo.
Enrique III y Catalina de Lancaster tuvieron tres hijos. La primera fue María, que se casó con el rey Alfonso V de Aragón, al que ya dediqué otro de mis artículos. Esta fue la primera mujer que ostentó el título de princesa de Asturias, por derecho propio, porque antes lo tuvo su madre, como consorte, hasta que, 4 años después,  nació su hermano Juan.
La segunda fue Catalina, que se casó con su primo Enrique de Trastámara, hijo de su tío Fernando I de Antequera, del que también hablé en otro de mis artículos.

Por último, Juan, que reinó bajo el nombre de Juan II de Castilla, del cual hablaré en mi próximo artículo.