Hoy le toca el turno a otro rey
con muy mala prensa. Se desconoce si lo que comentaban de él era real o un invento de sus adversarios políticos.
Este rey nació la víspera de
Reyes de 1425 en la ciudad de Valladolid. Sus padres fueron el rey Juan II de
Castilla y su primera esposa, María de Aragón.
En sus años de infancia tuvo como
paje a Juan Pacheco, que más adelante, cuando llegara al trono, sería su
valido.
En 1440, se casó, también en
Valladolid, con Blanca de Trastámara, futura Blanca II de Navarra. Hija de Juan
II de Aragón y de Blanca I de Navarra.
Este matrimonio ya se había
acordado en 1436, para celebrar la tregua firmada 6 años antes entre Aragón,
Navarra y Castilla. Por entonces, Blanca tenía 12 años y Enrique sólo 11.
Desgraciadamente, este matrimonio
fue anulado en 1453, alegando, el príncipe, no haberse consumado por impotencia
de ambos cónyuges. Así que el arzobispo de Toledo, anuló este matrimonio,
siguiendo las instrucciones del Papa Nicolás V.
Parece ser que se sospechaba de
la homosexualidad de Enrique. Sin embargo, él presentó a algunas prostitutas,
que afirmaron haberse acostado normalmente con el rey. Así que, como todavía
estaban en la época medieval, alguien echó la culpa a un maleficio y se disolvió
el matrimonio.
La historia de Blanca es bastante
triste, porque fue repudiada por su marido y encontró muchas dificultades a su
regreso a Navarra.
Su madre había muerto unos años
antes. Su padre se había vuelto a casar y su nueva esposa no quería a esta
chica. Incluso, sus hermanas tampoco la tenían mucho aprecio.
Sin embargo, su hermano, el
príncipe Carlos de Viana, que se hallaba en guerra con su padre, porque éste no
había respetado el testamento de su madre, donde designaba como heredero a su
hijo, sí se prestó a ayudarla. Incluso, redactó un testamento, donde su última
voluntad era que ella le sucediese en el trono de Navarra, tal y como había
pretendido la madre de ambos.
Su padre, Juan II, intentó que Blanca
se casara con el duque de Berry, para que desapareciera de Navarra, pero ella
se negó a ello.
Más tarde, la obligó a irse a
vivir con su hermana Leonor y su marido, Gastón IV de Foix. Estos la encerraron
en una fortaleza, sita en la actual Francia, donde, al cabo del tiempo, murió
de una forma bastante misteriosa. Sin embargo, tuvo tiempo de redactar un
testamento, donde nombraba heredero al reino de Navarra a su antiguo marido,
nuestro personaje de hoy.
Esto no tuvo ningún efecto. Parece ser que Enrique IV no se enteró de que podría ser el nuevo rey de Navarra. Lo
cierto es que Juan II de Aragón, siguió siendo rey de Aragón y de Navarra hasta
su muerte.
Posteriormente, heredó ese trono
Leonor, la esposa de Gastón IV de Foix, tal y como quería su padre.
Precisamente, esta fue la que había encarcelado a Blanca, hasta su muerte. Por si
os sirve de consuelo, Leonor, murió a los 15 días de haber sido proclamada
reina de Navarra.
Volviendo a nuestro personaje de
hoy, en julio de 1454, fue proclamado como nuevo rey de Castilla y León.
Lo primero que hizo fue
asegurarse la paz con los reinos fronterizos de Navarra y Aragón y, posteriormente,
también con el de Francia.
Más tarde, retomó la Reconquista,
atacando al reino de Granada, al cual, en 1456, ordenó que talaran los árboles
frutales de su vega. Más adelante, tomaron algunas ciudades poco importantes y
ahí se quedó todo su ardor guerrero.
Al igual que su padre, tampoco se
preocupó por las labores de gobierno y le encomendó este trabajo a su gran
amigo Juan Pacheco, marqués de Villena.
Parece ser que el rey, aparte de
no dar ni golpe, era muy aficionado a las costumbres de los musulmanes. De
hecho, su guardia real estaba formada por moros y él mismo solía vestirse con
ropajes propios de los musulmanes.
Esto le granjeó mucha
impopularidad entre la gente. Así que le convencieron para que se casara de
nuevo. Esta vez, la novia sería Juana,
una hermana de Alfonso V de Portugal.
En 1455, se celebró la boda, sin
embargo, ocurrió lo mismo que en el anterior matrimonio. Los reyes no fueron
capaces de consumar el matrimonio.
No obstante, esta vez surgió un nuevo
personaje. Llevaba ya algún tiempo merodeando por la corte un joven apuesto
llamado Beltrán de la Cueva. Algunas malas lenguas decían que ambos cónyuges se
sintieron atraídos por él.
Alguien escribió que “demostraba
tanto amor al rey, que parecía devoción, y tanta devoción a la reina, que
parecía amor”.
Lo cierto es que, por alguna
extraña razón, al marqués de Villena, le sustituyó como valido Beltrán de la
Cueva. Este último llegaría a ser duque de Alburquerque, conde de Ledesma y
hasta gran maestre de la famosa Orden de Santiago. O sea, se dedicó a acaparar títulos,
como siempre hicieron todos los validos.
Algunos autores dicen que la
razón de este cese estuvo en que el monarca se enteró de que los súbditos de Navarra
y Cataluña le habrían ofrecido ser su rey y el marqués de Villena se había
opuesto a ello, no habiéndoselo mencionado, en su momento, a Enrique IV.
En pleno siglo XX, el doctor
Gregorio Marañón, hizo un estudio completo de la momia de este rey y comprobó
que padecía una enfermedad de tipo hormonal. Parece ser que esto se manifiesta
en unas manos y piernas más grandes de lo normal.
Sin embargo, no hace tantos años,
un grupo de investigadores españoles del Hospital Ramón y Cajal, de Madrid, afirmaron que
Enrique IV podría haber sido el verdadero padre de su hija Juana. Para lo cual,
los médicos de la corte habían diseñado una especie de tubo de oro, por donde
introdujeron el semen del rey para inseminar de esa manera a la reina.
Según comentaban varios cronistas
de la época, esa corte, era lo menos parecido a lo que debía ser. Desde el rey
hasta el último de ellos se dedicaban a las relaciones homosexuales y el
adulterio sin recato de ningún tipo. Así que no sería de extrañar que Juana
tuviera como padre a don Beltrán de la Cueva. Se sabe que el mismo monarca tuvo
amantes de ambos sexos.
Tras el cese de Villena, éste se
dedicó a intrigar contra el monarca. Así que se opuso, junto con sus
partidarios a que el rey nombrara como su sucesora a su hija Juana.
Cuando el rey vio que llevaba las
de perder, se reunió con Villena. Parece ser que acordaron que el nuevo sucesor
sería su joven hermano Alfonso, a condición de que se casara con su hija Juana.
Cuando se enteraron su esposa y
su valido le hicieron romper ese pacto y volvió a nombrar a Juana como su sucesora
en el trono de Castilla.
Llegados a este punto, los
partidarios de Alfonso, empezaron a llamar la Beltraneja a la princesa Juana.
En 1465, hicieron la llamada “farsa
de Ávila”. En la plaza de esta ciudad colocaron un muñeco con las vestiduras propias
de un rey. Luego se dedicaron a darle golpes hasta que le quitaron la corona y
sus vestiduras y luego lo patearon. Posteriormente, auparon a don Alfonso, como
si lo proclamaran nuevo rey de Castilla.
Antes esta situación, ambos
bandos se prepararon para una guerra civil
en Castilla. Mientras tanto, Enrique IV, dio el permiso correspondiente para
que el anciano maestre de Calatrava, se casara con su hermana, la futura Isabel
la Católica.
Afortunada o desafortunadamente,
este hombre murió durante el viaje hacia el lugar donde residía la infanta
Isabel. Algunos dicen que fue envenenado con ciertas hierbas. Algo muy
común en
aquella época.
En 1467, ambos ejércitos se enfrentaron
en una batalla en Olmedo. Parece ser que la cosa quedó en tablas, como se dice
en ajedrez.
Sin embargo, al año siguiente,
los seguidores de Alfonso tuvieron un grave revés, pues se les murió su
candidato, posiblemente, también envenenado. Dicen que fue tras haber comido
una trucha.
Así es que sólo les quedaba la
posibilidad de ofrecer la corona a la infanta Isabel. Ella les contestó que no
quería rebelarse contra el rey.
Villena fue a decirle al rey que
los rebeldes depondrían su actitud, si nombraba como heredera a su hermanastra,
la infanta Isabel.
Así que en septiembre de 1468, se
reunieron Enrique IV e Isabel en los Toros de Guisando, Ávila, para firmar un
tratado. Por medio del mismo, se reconocía a
Isabel como su sucesora en el trono. Además, el rey tampoco le podría imponer ningún matrimonio.
No obstante, ella tampoco se podría casar sin el consentimiento del rey.
Sin embargo, a Isabel, le
propusieron una boda con su tío, Alfonso V de Portugal. Ella rechazó este
enlace, aduciendo la gran diferencia de edad entre ambos.
Las conversaciones para llevar a
cabo la boda entre Isabel y Fernando, el
heredero de Aragón, se llevaron a cabo de una forma absolutamente secreta.
En 1469, Fernando, apareció en
Castilla. Venía disfrazado de arriero, acompañando a cuatro caballeros de
Aragón. La cita era en Dueñas, Palencia, donde ya le esperaba Isabel.
El único problema que quedaba
para que tuviera lugar la boda era el cercano parentesco entre ambos.
Parece ser que Pedro Carrillo, arzobispo
de Toledo, mostró una bula papal, donde se permitía ese matrimonio. Posteriormente,
se demostró que era falsa. No obstante, más tarde, el Papa Sixto IV, dio el
visto bueno a ese enlace. Supongo que sería después de haber cobrado, como
solía suceder en estos casos. Así que se casaron.
Evidentemente, esta boda,
realizada sin el consentimiento previo de Enrique IV, violaba el tratado de los
Toros de Guisando. Así que el rey rompió ese tratado y volvió a nombrar a su hija Juana, como su
sucesora en el trono de Castilla .
En 1473, la cosa se estaba
radicalizando. Así que Enrique IV se entrevistó en Segovia con Isabel y se comprometió
a volver a reconocerla como su sucesora.
Sospechosamente, en muy corto
espacio de tiempo murieron el marqués de Villena y el rey Enrique IV.
También es curioso que ambos
fueran enterrados en el Monasterio de Guadalupe. En el caso de Villena es
porque murió cerca de Trujillo. Posteriormente, el cadáver de éste último fue trasladado a una sepultura en
el Monasterio del Parral, en Segovia.
Los cronistas dicen que es muy
posible que ambos fueran envenenados. En el caso del rey, se sabe que se sintió
mal, se acostó y empezó a vomitar sangre, quedándose en los huesos.
Cuando alguien quiso que le
aclarara quién iba a ser su sucesor, el rey no quiso saber nada y murió sin
decidir nada al respecto. Triste final de un rey que pudo tener un reinado
tranquilo y que lo desaprovechó, dejándose llevar sólo por el placer.
A la vista del estado en que
quedó Castilla, tras la muerte de su rey, lo mejor que le pudo pasar, a este
reino como a toda España, fue que Isabel fuera proclamada reina y se casara con
el heredero de la Corona de Aragón.
No obstante, hubieron de pasar 7
largos años de guerra civil, entre los partidarios de Juana, apoyada por el rey
de Portugal, con el que se casó, y los partidarios de Isabel. Como todos
sabemos, al final triunfó esta última y los herederos de la misma consiguieron
reinar en toda España.