Continuando con el ciclo que
había abierto sobre los reyes medievales de Castilla, hoy le toca el turno a
Enrique III. Un rey que no es muy conocido.
Nació en Burgos, en octubre 1379,
precisamente, el día de San Francisco de Asís, así que supongo que su mala
salud se debería a haber pasado mucho frío en esa ciudad. Es una broma, claro.
Espero
que no se ofendan mis amigos burgaleses.
Sus padres fueron el rey Juan I
de Castilla y su mujer, la infanta Leonor de Aragón. Curiosamente, Leonor, casó
con Juan I de Castilla y también fue hermana de Juan I de Aragón.
En un principio, como siempre,
por conveniencias políticas, durante su infancia, se le había prometido con una
princesa portuguesa. Sin embargo, al enviudar su padre, fue él quien se casó
con la prometida de su hijo, Beatriz de
Portugal.
Más tarde, ya con 9 años, se casó
o, más bien, lo casaron, en la catedral de
Palencia, con Catalina de Lancaster, que ya tenía 14 años, perteneciente a la depuesta
dinastía de Pedro I el cruel de Castilla. Así que de esta forma resolvieron el
conflicto sobre las aspiraciones de los herederos de Pedro I el cruel al trono
de Castilla. También sirvió para mejorar las relaciones entre Castilla e
Inglaterra.
Curiosamente, su suegro, Juan de
Gante, al casarse con una hija de Pedro I el cruel, también aspiró, en su
momento, a ser coronado con el nombre de
Juan I de Castilla.
A imitación de lo que estaba
institucionalizado en Inglaterra, los padres de Catalina, impusieron que al
heredero de Castilla se le diera un título especial y así nadie podría discutir
su derecho al trono. Se acordó que fuera el de Príncipe de Asturias, que aún
continua vigente. Siendo Enrique el primero en ostentar ese título.
Desgraciadamente, como ya he
comentado en mi anterior artículo, dedicado a su padre, el rey Juan I, éste
murió joven a causa de una caída de caballo en Alcalá de Henares. Así que
Enrique llegó al trono con sólo 11 años. Evidentemente, esto fue aprovechado,
como siempre, por la nobleza para intentar acumular poder a costa de restárselo
al nuevo monarca.
Durante la minoría de edad del
nuevo monarca, se acordó que el poder lo tendría un consejo de regencia,
compuesto por 8 nobles. Para contrarrestar el ansia de poder de la nobleza, se
decidió que 6 de ellos fueran de la baja, mientras que los otros 2 serían de la
alta nobleza.
El arzobispo de Toledo, Pedro
Tenorio, estaría al frente de ese consejo. Entre los miembros más destacados de
ese órgano podemos citar a Fadrique, duque de Benavente y hermanastro de Juan
I; Alfonso, marqués de Villena, y Pedro, conde de Trastámara e hijo de
Fadrique. Como habréis visto, ciertos títulos y apellidos se repiten una y otra
vez. Esa es una explicación del por qué en España siempre han mandado las
mismas familias.
Otros autores dicen que lo que
ocurrió es que Juan I había decidido nombrar un consejo de regencia, formado
sólo por 6 nobles. Lo formaban el marqués de Villena, el arzobispo de Santiago,
el maestre de Calatrava, el conde de Niebla y don Juan Hurtado de Mendoza. Aparte
de su presidente, el arzobispo de Toledo, Pedro Tenorio.
Cuando el rey visitó Madrid
ocurrió un suceso imprevisto. Estando la comitiva real en el interior de la iglesia
de San Martín, ésta fue rodeada por tropas del duque de Benavente y del conde
de Trastámara. Parece ser que así reflejaron su queja por no haber sido admitidos
dentro del consejo de regencia. Así que no tuvieron más remedio que ampliarlo a
8 miembros para incluirlos dentro de ese órgano.
Desgraciadamente, en aquella
época, se vivía un gran descontento, debido sobre todo a las malas cosechas y a
la inestabilidad económica. Aparte de las epidemias.
Evidentemente, de todo este
estado de cosas sacaron provecho ciertas personas, que echaron la culpa de todo
ello a los judíos, dado que solían ser los prestamistas de la gente endeudada.
Supongo que lo harían para no tener que devolver los préstamos.
Como todo el mundo sabe, hoy en
día, los Bancos sólo dan préstamos a quienes creen que pueden devolverlos. En aquella
época, supongo que sólo los podrían solicitar los nobles y seguro que ellos
eran los que más estaban endeudados con los judíos. Además de la corona y la
Iglesia.
Aparte de eso, como siempre suele
ocurrir en España, cuando el Estado se endeuda, suele subir los impuestos hasta
el infinito, sin pararse a pensar si los ciudadanos podremos o no pagarlos. Esto
creó una gran inestabilidad social.
Esta situación fue aprovechada
por ciertos tipos, como un predicador, llamado Ferrán Martínez, más conocido
como el Arcediano de Écija, que ejercía su labor en Sevilla.
Este miembro del clero se
aprovechó del momento para lanzar continuamente desde el púlpito duros
reproches contra los judíos. Tanto es así que radicalizó a las masas hasta el
punto de que se produjeran bastantes víctimas mortales en los asaltos a las
juderías. Cometidos, principalmente, en 1391.
Lógicamente, esto, en lugar de
arreglar las cosas, provocó una mayor inestabilidad económica en el reino, pues
los judíos eran los que manejaban los mayores capitales y la Hacienda real se
fue quedando sin sus principales prestamistas.
La cosa se complicó cuando la
alta nobleza quiso recuperar su tradicional papel en el gobierno de Castilla e
intentó deponer a los miembros de la baja, que ahora se hallaban colocados en
los puestos más altos de la Administración del Estado. Esto provocó casi una
guerra civil entre ambos bandos.
Visto el cariz que estaba tomando
este asunto, se decidió proclamar la mayoría de edad de Enrique III, para que
pudiera reinar, a pesar de que sólo había cumplido 13 años.
Obviamente, la mala salud del
monarca hizo pensar a muchos que duraría poco en el cargo. Así que algunos de
estos nobles estuvieron moviendo sus hilos para aumentar sus privilegios en la
corte.
Sin embargo, este joven,
seguramente, bien aconsejado, fue capaz de ir dominando a los miembros rebeldes
de la aristocracia.
Seguramente, todos tomaron buena nota
cuando vieron que su propio tío, el duque de Benavente, fue encerrado en una
prisión. Además, le desposeyó del título y le mantuvo encarcelado hasta su
muerte.
Así que el conde de Trastámara,
en cuanto pudo, huyó de Castilla, en previsión de que le pudiera ocurrir lo mismo
que al primero.
El conde de Noreña intentó hacerse
fuerte en Asturias, pero no pudo aguantar la presión del Ejército castellano, y
tuvo que exiliarse en Inglaterra.
Es justo mencionar que una de las
cosas por las que se sublevó el conde de Noreña es que le habían desposeído de
la mayoría de sus territorios para dárselos al que ostentara, en cada momento,
la dignidad de Príncipe de Asturias.
Parece ser que estos tres nobles,
que tenían en común ser hijos bastardos del rey Enrique II, se habían
aprovechado de la minoría de edad del rey para intentar llenarse los bolsillos
impunemente.
Así que, contra todo pronóstico, sólo
dos años después de haber llegado al trono, este muchachito tan enfermizo, fue
capaz de vencer a los rebeldes de la alta nobleza del reino.
Otra de sus primeras medidas,
nada más ocupar el trono, fue proteger a los judíos y sus aljamas. Al mismo tiempo,
ordenó la captura y prisión para los
culpables de los alborotos contra esta minoría.
Al año siguiente, otro que
también pretendió sacar tajada de la pretendida debilidad de este monarca, fue
el rey de Portugal, el cual, sin mediar una declaración de guerra, invadió
Castilla, tomando la plaza de Badajoz.
Sin embargo, Enrique III, sin
pensárselo mucho, ordenó que zarpara inmediatamente la imponente flota de
Castilla, con la orden de atacar las costas portuguesas y la flota de ese país.
El ataque castellano se combinó con
otro terrestre, que afectó algunas localidades fronterizas, como Miranda do
Douro, llegando en su avance hasta Viseu.
Lógicamente, dos años después, el
monarca portugués, que también se llamaba Juan I, pidió un armisticio, que
supuso la devolución de las plazas conquistadas por los dos bandos y la vuelta
a la frontera tradicional entre los dos países.
Aunque parezca increíble, en muy
poco tiempo, este animoso rey, había conseguido solucionar muchos problemas que
llevaban enquistándose durante varios siglos y comprometían al desarrollo de
Castilla.
Había conseguido la paz con
Portugal, renovar la amistad con Francia e Inglaterra e, incluso, llevarse bien
con Aragón. Así que, de esta manera, los comerciantes castellanos, podrían exportar
e importar sin trabas a través del Atlántico y del Mediterráneo.
Ahora quedaba una cosa muy
importante, despejar el Estrecho de Gibraltar de piratas berberiscos, para
poder navegar tranquilamente por él.
Por ello, decidió enviar a la
flota, la cual asedió y consiguió tomar la ciudad de Tetuán, el lugar donde se concentraba
la mayor cantidad de piratas.
Incluso, se permitió comenzar la conquista
de las Islas Canarias. El mando de la expedición lo entregó a dos caballeros
franceses, Juan de Bethencourt y Gadifer de
la Salle.
En 1405, llegó al trono de
Granada el belicoso monarca Muhammad VII, el cual comenzó su reinado con una
serie de ataques a la zona de Murcia.
Esta vez, el rey castellano, no
se pudo poner al frente de las tropas, pues la enfermedad no se lo permitió. Así
que se decidió poner al frente de las mismas a su hermano Fernando.
No obstante, la muerte del rey,
ocurrida en Toledo el día de Navidad de 1406, suspendió los preparativos para
esa campaña. Lo que dio una cierta ventaja al monarca granadino.
Enrique III fue el que creó la
figura del corregidor en los ayuntamientos, restándole autonomía a los mismos.
En su afán por tener las mejores
relaciones posibles con otros Estados, envió embajadas a Turquía y hasta al
lejano reino mongol de Tamerlán. A este último reino envió varias embajadas, la
más importante estuvo al mando de Ruy González de Clavijo.
A algunos les podrá parecer una excentricidad
que este rey enviara una embajada hasta el rey de los mongoles. La razón es muy
sencilla. Los monarcas europeos se habían dado cuenta de que los mongoles eran los
únicos que habían sabido vencer en varias ocasiones a los turcos y, al
apoyarlos, evitarían que los otomanos conquistaran por completo el Imperio
Bizantino, incluida su capital, y, más tarde, se plantaran en territorio europeo.
Como ocurrió un poco más tarde, al conquistar Macedonia y partes de Bulgaria y
de Serbia.
Parece ser que, en 1402, el monarca mongol invitó a los embajadores castellanos
a presenciar una batalla contra las tropas del sultán Bayaceto I, terror de la
Cristiandad. No se contentaron con derrotarle con una facilidad pasmosa, sino
que, incluso, apresaron al sultán, el cual murió poco tiempo después.
Incluso, los mongoles, entregaron
a los embajadores castellanos, dos damas españolas que se hallaban en poder de los
turcos.
Supongo que el monarca castellano
se pondría muy contento al conocer las noticias que le traían sus embajadores
sobre su nuevo aliado.
Curiosamente, tanto Tamerlán como
Enrique III murieron en 1406. Aunque es preciso decir que el primero era ya un
anciano, que estaba prácticamente ciego, mientras que el monarca castellano
sólo había cumplido los 27 años.
Lamentablemente, a su muerte, se
volvió a repetir la situación creada cuando él fue proclamado rey, con el
agravante de que el príncipe de Asturias, su hijo mayor, el futuro Juan II,
sólo tenía 2 años.
Me imagino que más de uno estará
pensando que fue una pena que, para un rey que nos sale bueno durara tan poco. Yo
también pienso lo mismo.
Enrique III y Catalina de Lancaster
tuvieron tres hijos. La primera fue María, que se casó con el rey Alfonso V de
Aragón, al que ya dediqué otro de mis artículos. Esta fue la primera mujer que
ostentó el título de princesa de Asturias, por derecho propio, porque antes lo tuvo su madre, como consorte, hasta que, 4 años después, nació su hermano Juan.
La segunda fue Catalina, que se casó
con su primo Enrique de Trastámara, hijo de su tío Fernando I de Antequera, del
que también hablé en otro de mis artículos.
Por último, Juan, que reinó bajo
el nombre de Juan II de Castilla, del cual hablaré en mi próximo artículo.
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