El gran problema de la Inquisición
española fue siempre que llegó muy tarde y se fue cuando en toda Europa nadie
se acordaba de ella, aunque allí fue bastante peor que la nuestra.
Concretamente, llegó a Castilla
en 1478, aunque en la Corona de Aragón ya existía desde hacía mucho tiempo, y
quedó totalmente disuelta en 1820, muy a pesar de Fernando VII, que fue
obligado a ello por los liberales, a pesar de que la había puesto de nuevo en
vigor a su regreso en 1814.
Hay que decir que una de las
primeras medidas que había tomado Napoleón, al invadir España, en 1808, fue derogar la Inquisición, sin embargo, en
la España de los patriotas no la suprimieron hasta 1813.
Nuestro personaje de hoy, sólo
sabemos que se llamaba María Dolores López y que había nacido en Sevilla, pero
no sabemos cuándo.
Sí que sabemos que su familia era
muy religiosa, contando con un hermano sacerdote y una hermana monja carmelita
descalza.
Parece ser que siempre fue una
chica poco acorde con su tiempo. Manifestaba muy a menudo su rebeldía y,
según sus hermanos, nunca fue muy obediente
para con sus padres. No obstante, se quedó huérfana de madre a una edad muy
temprana.
A los 12 años tuvo la desgracia
de quedarse ciega. No sabemos por qué motivo, pero así fue.
Una de las acusaciones que se
formularon contra ella es que se fugó de casa y que se solía acostar con su
confesor y ella decía que era “para quitarle el frío”. Así estuvo 4 años hasta
que el confesor se murió y se quedó sola de nuevo.
Entró en un convento carmelita de
Sevilla, para ser destinada luego a Marchena, donde tomó lo que se llamaba el
hábito de beata. O sea, una persona que se viste de monja, pero aún no lo es.
No pudo realizar los votos, porque la echaron de allí, por tener una mentalidad
quizás demasiado abierta o libertina, según se
mire.
Allí, empezó a comentar que tenía
visiones, hablando con su ángel de la guarda y hasta con el Niño Jesús, al que
ella solía llamar “El Tiñosito”. Eso le dio mucha popularidad.
Parece ser que en Lucena también
tuvo relaciones con otro confesor, el cual acabó encarcelado en un alejado monasterio
de clausura. Ya empezaban a llamarle la “beata Dolores”.
A su regreso a Sevilla, parece
ser que tuvo relaciones sexuales, durante 12 años con otro confesor, llamado
Mateo Casillas, el cual la denunció, en 1779, alegando que ella tenía
relaciones con el diablo, preparaba brebajes mágicos y hasta que ponía huevos.Según dicen, uno de los pasatiempos de esta pareja era que él se presentase diariamente en la casa de ella y comenzara por azotarla. Ella lo animaba y le decía que había de hacerlo “en memoria de la Pasión de Cristo”.
Se calcula que, por entonces, tendría unos 30 años y sus vecinos, suponemos que coaccionados, testificaron todos contra ella. No obstante, no hay consenso sobre su edad, porque otros dicen que era ya una anciana. Incluso, otros dan el dato de que era muy morena y que tendría unos 43 años.
Parece ser que, por entonces, se
ganaba la vida exclusivamente vendiendo huevos en su domicilio de la calle
Dados.
Evidentemente, tras encerrarla,
la acusaron de todo lo divino y lo humano, hasta de ser seguidora de la herejía
quietista del teólogo español Miguel de Molinos, que se basaba en que no había
que hacer absolutamente nada para llegar a Dios y que seguro que a ella ni le
sonaría ese nombre. Algo que combatían, especialmente, los jesuitas, porque se
parecía bastante al budismo. Al primer confesor con el que se acostó, le echaron la
culpa de haberle contagiado estas teorías heréticas.
Decía que a través de su ceguera,
sus flagelaciones y sus ayunos frecuentes, la Virgen había llegado a ser su
amiga y juntas habían conseguido sacar a muchas almas inocentes del Purgatorio.
Además, de que se había casado en el Cielo con el Niño Jesús, siendo sus
padrinos San José y San Agustín.
Tras dos años de interrogatorios,
y 567 páginas de sumario, su proceso se llevó a cabo en 1781, pues, ni siquiera
Fray Diego de Cádiz, un predicador de merecida fama, había sido capaz de
convencerla.
Así dijo que “las dichas deshonestidades,
jamás las habría tenido ni tendría por pecado, porque todas las había tenido
por especial mandato de Dios”.
También dijo que “cuando hizo
voto de castidad, fue para ella voto de no casarse”, por tanto, ella no se veía
culpable de nada.
El día
22/08/1781, tras haber sido juzgada, la dejaron dos días en su celda,
meditando, con la promesa de que, si se arrepentía, la condenarían a una
pena menor. Eso lo calificaron los clérigos de la época, como un extraordinario
rasgo de humanidad, por parte de esa Entidad religiosa.
Así que pasó
esos dos días encerrada en una capilla, donde ni siquiera
No me
extraña, porque se conoce un escrito de su hermano, dirigido al Inquisidor
General, pidiendo que, aunque se ejecutara a su hermana, no se le diera mucha
publicidad, para no perjudicar a su familia.
A los dos días, justo a las 8 de
la mañana, se abrió la puerta del Castillo de San Jorge, en Triana, donde la tenían
encerrada y allí pudo presenciar el gentío compuesto por miles de personas, que
hacían cola desde las 5 de la mañana y que venían a presenciar su ejecución.
Incluso, acudieron gentes de los pueblos de alrededor a los cuales tuvo que
contener el Ejército, para que no se hundiera el puente de barcas, sobre el
Guadalquivir.
La procesión fue encabezada por
una cruz negra, procedente de la Parroquia de Santa Ana, seguida por la Hermandad de San Pedro Mártir y detrás un
gran número de religiosos.
Se la llevaron vestida con ropas
blancas, con un sombrero con llamas pintadas en él y subida en un asno y, mientras, un
predicador del Oratorio de San Felipe Neri dio un sermón para que “vieran la
piedad de la Inquisición”.
Luego la metieron dentro
de una jaula, y la llevaron ante el Tribunal de la Inquisición, reunido en el
convento de San Pablo, el cual estaba a
rebosar de público, allí le dijeron que, como no se había arrepentido había
sido condenada a muerte y entregada al brazo secular. Ya se sabe que la Iglesia
decía que no podía ejercer violencia contra nadie y le dejaba esa dura tarea al
Estado.
Lógicamente, no se olvidaron de excomulgarla, ni de incautarse sus bienes, aunque no creo que esta pobre tuviera muchos.
Lógicamente, no se olvidaron de excomulgarla, ni de incautarse sus bienes, aunque no creo que esta pobre tuviera muchos.
Hay que decir que el antiguo convento de San Pablo, hoy Parroquia de la Magdalena, fue la primera cárcel de la Inquisición sevillana, pero, como tenían tantos presos, tuvieron que mudarse al castillo de Triana. También, como éste se hallaba en un estado casi ruinoso, optaron por mudarse, unos años después, a una nueva sede en la calle Becas. Sevilla fue el primer y el último lugar donde la Inquisición quemó a una persona en España.
Desde luego, la tomaron con esta pobre mujer, pues la
sentencia contra ella tenía nada menos que 157 folios, que tardaron en leer en
público desde las 9 de la mañana hasta la 1 de la tarde, turnándose entre varias
personas para hacerlo.
Todavía le quedaban rasgos de
rebeldía, pues se dice que tuvieron que atarla y amordazarla para que no les
insultara continuamente, ni a ellos ni al público. Incluso, el predicador,
antes de amordazarla, la amenazó con darle un golpe, si no se callaba, con un enorme crucifijo en
la cabeza.
Así que, al terminar, el teniente
primero del representante de la Justicia Real le dijo más o menos que, a pesar
de que lo habían intentado numerosos personajes doctos, no habían sido
capaces de convencerla, así que le esperaba la hoguera.
A última hora, para evitar ser
quemada viva, se echó a llorar y pidió una completa confesión, la cual duró
unas 3 horas, en la Capilla Real, situada en una esquina de la
calle Sierpes
con la plaza de San Francisco, para luego ser llevada al quemadero, que estaba
situado en el Prado de San Sebastián, en Sevilla.
Así que, a las 5 de la tarde,
tras haberse arrepentido, la ejecutaron
mediante el garrote y luego su cadáver lo colocaron en una hoguera, donde ardió
hasta las 9 de la noche. Tras haber sido consumido por las llamas, sus cenizas
se esparcieron por el campo.
Hay que decir que, a pesar del enorme
calor imperante ese día del mes de agosto en Sevilla, el gentío esperó hasta
que saliera para verla morir ejecutada en el garrote y luego consumirse en el
fuego. Parece ser que algunos se fueron desilusionados por no haber visto el “espectáculo”
de verla quemarse viva, según algunos documentos de la época. No estamos hablando de la Edad Media, sino de una época a finales del siglo XVIII.
Tras su condena hubo otras,
dictadas por la Inquisición de Sevilla, pero ya ninguna de ellas fue a muerte,
sino solamente condenas de cárcel o destierros.
El ilustre escritor José María
Blanco White cuenta en sus memorias que fue testigo de este hecho, cuando sólo
tenía 8 años y, según parece, esta burrada, le dejó una huella imborrable para toda la vida. Supongo que a mí me hubiera pasado igual
Me ha encantado. Gracias
ResponderEliminarMuy acertado el artículo. Los que deseen más información sobre aquella Sevilla del XVIII, pueden echar un vistazo a la novela "La beata ciega" de Antonio Miguel Abellán.
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