viernes, 30 de octubre de 2015

CAYETANO RIPOLL, ÚLTIMO CONDENADO A MUERTE POR LA IGLESIA ESPAÑOLA



A lo mejor, a alguno le ha parecido sorprendente el título de mi artículo, sin embargo, es totalmente correcto, porque nuestro personaje no fue condenado por la Inquisición, al haber sido suprimida unos años antes.
Como ya he dicho en un artículo anterior, Napoleón suprimió la Inquisición española en 1808. Aunque parezca mentira, los diputados que aprobaron la Constitución de Cádiz tardaron algo más, pues la suprimieron en 1813.
Al regresar Fernando VII a España, una de las primeras cosas que hizo en 1814, fue restaurarla. No obstante, el mismo rey tuvo que suprimirla en 1820, obligado por los liberales que habían tomado el poder, tras el pronunciamiento del general Riego. A partir de ese momento, no volvió nunca más a reestablecerse.
En 1823, tuvo lugar en España la invasión de los Cien Mil Hijos de San Luis. Un grupo compuesto, en su mayoría, por tropas francesas, que vinieron a devolver los poderes absolutistas a Fernando VII, por encargo del grupo de países que formaban la Santa Alianza.
No obstante, como la Inquisición era un organismo muy mal visto a nivel internacional, Fernando VII, no se atrevió a reestablecerla. Incluso, a los miembros de la Santa Alianza, a pesar de que eran muy conservadores, tampoco les gustó nunca esa institución.
Así que, como muchos clérigos la echaban en falta, por predominar entre ellos las ideas más rancias y conservadoras, en algunos lugares se apresuraron a formar las llamadas Juntas de Fe.
Esto era otra forma de llamar a la Inquisición, con la diferencia de que funcionaban no a un nivel nacional, sino a otro mucho más reducido.
Llevados por un espíritu sumamente intolerante, sus principios fueron “la defensa del altar y del trono, el mantenimiento de la unidad religiosa de este país y la salvaguardia de los valores más tradicionales”.
En algunos sitios, como en Barcelona, ciertos canónigos comenzaron a fundar estas Juntas, pero fueron denunciados  por las tropas invasoras, con lo que tuvieron que suprimirlas, por haber “levantado demasiado la liebre”.
En otros casos, como en Valencia, se hizo lo mismo en 1824, pero de una manera más sigilosa y, según parece, no se dieron cuenta.
El fundador fue el canónigo de la catedral de Valencia, José María Despujol, que gobernaba esa sede, al encontrarse, por entonces vacante. Este clérigo había pertenecido a la extinta Inquisición y tenía muy claro que había que ponerla de nuevo en marcha.
Poco después, su decisión fue apoyada tanto por el nuevo arzobispo de Valencia, como por el mismo Nuncio del Vaticano. Incluso, recibió, indirectamente, apoyos del capitán general y hasta del corregidor de Valencia.
Así, con todos estos apoyos, la Junta de Valencia, creció como la mala hierba y no tuvo problemas para procesar a todo el que quiso. Las víctimas más célebres de este tribunal fueron Mariano Cabrerizo, que sólo sufrió pena de cárcel, y, nuestro personaje, el maestro Cayetano Ripoll, que fue ahorcado en público, tras un proceso de todo punto ilegal, por no estar reconocido este tribunal por el Gobierno de España.
También es cierto que contaron con la complicidad de mucha gente en esa zona. Para poder denunciar a las posibles víctimas impunemente, se crearon las sociedades secretas de “Eliana” y “El ángel exterminador”, que decían de Fernando VII que era demasiado progresista.
Las personas que fueron colocadas a la cabeza de esta Junta, en Valencia, aparte del arzobispo, Simón López,  fueron el doctor Miguel Torezano, el fiscal Juan Bautista Falcó y el
secretario, José Royo.
En otros sitios, como Tarragona u Orihuela, se intentaron crear Juntas por el estilo, pero fracasaron al oponerse a ellas las autoridades gubernamentales y exigirles que fueran suprimidas sobre la marcha.
No obstante, aunque el Gobierno, presidido por Calomarde,  no permitió que se formaran nuevas Juntas, en el caso de la de Valencia miró hacia otro lado y no se quiso dar por enterado de su existencia, a pesar de que nunca se escondieron para ejecutar sus sentencias.
Aun así, la mayoría de los obispos, intentaron censurar muchos libros y emitieron sentencias sobre causas de fe. Las cuales podían ser recurridas ante el Tribunal de la Rota,
según una ley promulgada por el rey en 1830.
Estas Juntas continuaron con su labor hasta 1835, año en que fueron prohibidas por un Decreto de la reina regente María Cristina, considerando que estaban haciendo lo mismo que la abolida Inquisición.
Cayetano Antonio Ripoll Pla, que es nuestro personaje de hoy, nació en 1778, en la localidad de Solsona (Lérida).
Se sabe que estudió en el colegio de los Escolapios de esa ciudad y que, al terminar sus estudios, se dedicó al comercio.
Como muchos miles de españoles, luchó contra los franceses, durante la Guerra de la Independencia, llegando a oficial de Infantería,  pero fue cogido prisionero, en 1810, y enviado a Francia.
En el vecino país, se relacionó con gentes de otras religiones, como algunos cuáqueros, con los que entabló amistad, y eso le sirvió para ampliar su mente. Allí abrazó una serie de ideas propias de la Ilustración, como el deísmo. El cual, era una forma de creer en Dios, pero sin seguir los ritos de ninguna religión.
Tras la guerra, regresó a una España llena de analfabetos, que era lo que siempre le había interesado y le sigue interesando, al poder establecido.
Consiguió un puesto de maestro de escuela en una pedanía cercana a Valencia, llamada Ruzafa. Para ello, necesitó el plácet de la Iglesia y lo obtuvo.
A pesar de no meterse nunca con nadie, llamó la atención de ciertos hortelanos que este maestro no hiciera lo mismo que los demás, o sea, comportarse de acuerdo con las normas de la Iglesia católica y, por ello, lo denunciaron al arzobispado. Algunos llegan a afirmar que las denunciantes fueron varias madres de alumnos.
Fue detenido en 1824 y permaneció encerrado durante 2 años en una antigua cárcel inquisitorial de Valencia, donde fue visitado continuamente por teólogos, para que cambiara de actitud. Esta se llamaba de Sant Narcís y se hallaba muy cerca de las actuales Corts Valencianas.
Por supuesto, huelga decir que su puesto como maestro en Ruzafa, desde entonces, lo ocupó un cura, como deseaban los hortelanos.
El presidente de esta Junta de Fe, antiguo inquisidor, envió un informe al arzobispo, donde afirmaba que el preso no creía en ninguno de los dogmas religiosos, ni en los Evangelios, ni en la infalibilidad del Papa y aconsejaba a los niños que no  hicieran, continuamente, la señal de la cruz, aparte de indicarles que no era necesario ir  diariamente a misa para obtener la Salvación.

Parece ser que uno de sus “graves delitos” fue decirles a los niños que, en lugar de utilizar la frase “Ave María”, al entrar en la clase, usaran la de “alabado sea Dios”.
Otros de sus “graves delitos” fueron los de no acudir nunca a misa, no salir a la puerta de su casa, para rendir pleitesía a las procesiones y comer carne el día del Viernes Santo.
Por todo ello, como si continuara existiendo la Inquisición, el Tribunal de la Junta de la Fe, lo condenó a muerte por hereje contumaz y lo entregó, para su ejecución, a la Justicia ordinaria. Por supuesto, no se olvidaron de incautarle sus bienes.
Tampoco hay que olvidar que nunca tuvo un abogado que le defendiera y nunca conoció los cargos que había contra él. Algo muy habitual en la forma de proceder de la Inquisición española.
Lo curioso es que la Audiencia de Valencia, actuando de manera claramente ilegal, aceptó la condena y ejecutó esa sentencia, totalmente ilegal, el 31/07/1826. Algo absolutamente descabellado, porque, ni siquiera enviaron la sentencia de muerte al rey para que la ratificase, como era preceptivo legalmente en todas las causas con tribunales ordinarios. Ni siquiera intervino en esta causa el fiscal de su Majestad, Calabuig.
Me ha llamado mucho la atención sobre la actitud de la Audiencia de Valencia en este caso. La explicación puede estar en que, en ese momento, su presidente era Francisco Javier Borrull y Vilanova, catedrático de Derecho Civil en la Universidad de Valencia. Éste había empezado su carrera siendo Secretario del Secreto del Santo Oficio. Más tarde, fue diputado en las Cortes de Cádiz, donde, en 1810, defendió que la Inquisición era perfectamente compatible con la Constitución de Cádiz.
Sobre este tema, pronunció en 1813 un  discurso, el cual se publicó en Apéndice al Procurador General de la Nación y del Rey, número 4, editado el 18/02/1813.
Otro elemento de cuidado, que pertenecía a esa Audiencia era Josep Antoni Sombiela i Mestre, que tenía las mismas ideas, acerca de la Inquisición, que el anterior, aunque murió en 1825.
Incluso, se permitieron darle todo tipo de publicidad, pues hicieron que el reo recorriera toda la ciudad, a lomos de un burro, desde la cárcel de Sant Narcís, las calles Serranos y
Cavallers, la plaza del Tossal y la calle Bolsería, hasta finalizar en la plaza del Mercado, donde fue insultado por multitud de vecinos.
Parece ser que una de las últimas cosas que dijo fue: “No creo más que en la existencia de un Ser Supremo. Que se cumpla la sentencia”. También: “Muero reconciliado con Dios y con los hombres”.
Tras su ahorcamiento público, a los 48 años, su cadáver fue metido en un tonel,  con llamas pintadas en su cara exterior, lanzado al Turia, apedreado por la multitud y llevado a enterrar a un lugar en el exterior del cementerio. Según dicen algunos, su cuerpo fue inhumado justo enfrente de la puerta y sin ninguna señal.

Otras versiones indican que la cuba, con el cadáver en su interior, fue llevado al antiguo quemadero de la Inquisición, cercano al puente de San José, en Valencia y sus cenizas esparcidas por el campo. A mí me parece que tiene más sentido esta explicación, conociendo los métodos habituales de los inquisidores.
Lo curioso es que los inquisidores, unos meses antes de su ejecución, se encontraron con una importante traba. No encontraban por ninguna parte su partida de bautismo. Así que, si no era católico, ellos no podrían condenarle. Lamentablemente, el documento apareció y pudieron seguir adelante con sus turbios propósitos.
Otra cosa curiosa, que se dio en este caso, es que se enteraron antes de este tema en Europa, que en nuestro propio país.
A nivel internacional, fue un auténtico escándalo. Sin embargo, en España
se acalló por medio de una férrea censura de prensa. No olvidemos que seguía reinando el monarca absolutista Fernando VII, el cual murió en 1833.
Es más, este asunto fue tan escandaloso que el mismo rey tomó cartas en el asunto y censuró a la Audiencia de Valencia, por haber hecho caso al arzobispado. De hecho, fue el último caso de una ejecución en España, efectuada por motivos religiosos.
No obstante, el arzobispo de la ciudad, Simón López, no se retractó en absoluto, afirmando “Dios quiera que sirva de escarmiento para unos y de lección para otros”.
Incluso, según parece, la Iglesia actual no ha abominado de su sangrienta decisión. Antes de morir, el anterior arzobispo, Agustín García Gasco, pidió ser enterrado junto a él, en la catedral de Valencia, y allí fue inhumado.
Otra cosa curiosa de este asunto es que en Valencia y otros lugares le han dedicado una calle a este personaje, pero no así en su lugar de nacimiento, Solsona.

jueves, 29 de octubre de 2015

MARÍA DOLORES LÓPEZ, LA ÚLTIMA QUEMADA POR LA INQUISICIÓN EN SEVILLA



El gran problema de la Inquisición española fue siempre que llegó muy tarde y se fue cuando en toda Europa nadie se acordaba de ella, aunque allí fue bastante peor que la nuestra.
Concretamente, llegó a Castilla en 1478, aunque en la Corona de Aragón ya existía desde hacía mucho tiempo, y quedó totalmente disuelta en 1820, muy a pesar de Fernando VII, que fue obligado a ello por los liberales, a pesar de que la había puesto de nuevo en vigor a su regreso en 1814.
Hay que decir que una de las primeras medidas que había tomado Napoleón, al invadir España,  en 1808, fue derogar la Inquisición, sin embargo, en la España de los patriotas no la suprimieron hasta 1813.
Nuestro personaje de hoy, sólo sabemos que se llamaba María Dolores López y que había nacido en Sevilla, pero no sabemos cuándo.
Sí que sabemos que su familia era muy religiosa, contando con un hermano sacerdote y una hermana monja carmelita descalza.
Parece ser que siempre fue una chica poco acorde con su tiempo. Manifestaba muy a menudo su rebeldía y, según  sus hermanos, nunca fue muy obediente para con sus padres. No obstante, se quedó huérfana de madre a una edad muy temprana.
A los 12 años tuvo la desgracia de quedarse ciega. No sabemos por qué motivo, pero así fue.
Una de las acusaciones que se formularon contra ella es que se fugó de casa y que se solía acostar con su confesor y ella decía que era “para quitarle el frío”. Así estuvo 4 años hasta que el confesor se murió y se quedó sola de nuevo.
Entró en un convento carmelita de Sevilla, para ser destinada luego a Marchena, donde tomó lo que se llamaba el hábito de beata. O sea, una persona que se viste de monja, pero aún no lo es. No pudo realizar los votos, porque la echaron de allí, por tener una mentalidad quizás demasiado abierta o libertina, según  se mire.
Allí, empezó a comentar que tenía visiones, hablando con su ángel de la guarda y hasta con el Niño Jesús, al que ella solía llamar “El Tiñosito”. Eso le dio mucha popularidad.
Parece ser que en Lucena también tuvo relaciones con otro confesor, el cual acabó encarcelado en un alejado monasterio de clausura. Ya empezaban a llamarle la “beata Dolores”.
A su regreso a Sevilla, parece ser que tuvo relaciones sexuales, durante 12 años con otro confesor, llamado Mateo Casillas, el cual la denunció, en 1779, alegando que ella tenía relaciones con el diablo, preparaba brebajes mágicos y hasta que ponía huevos.
Según dicen, uno de los pasatiempos de esta pareja era que él se presentase diariamente en la casa de ella y comenzara por azotarla. Ella lo animaba y le decía que había de hacerlo “en memoria de la Pasión de Cristo”.
Se calcula que, por entonces, tendría unos 30 años y sus vecinos, suponemos que coaccionados, testificaron todos contra ella. No obstante, no hay consenso sobre su edad, porque otros dicen que era ya una anciana. Incluso, otros dan el dato de que era muy morena y que tendría unos 43 años.
Parece ser que, por entonces, se ganaba la vida exclusivamente vendiendo huevos en su domicilio de la calle Dados.
Evidentemente, tras encerrarla, la acusaron de todo lo divino y lo humano, hasta de ser seguidora de la herejía quietista del teólogo español Miguel de Molinos, que se basaba en que no había que hacer absolutamente nada para llegar a Dios y que seguro que a ella ni le sonaría ese nombre. Algo que combatían, especialmente, los jesuitas, porque se parecía bastante al budismo. Al primer confesor con el que se acostó, le echaron la culpa de haberle contagiado estas teorías heréticas.
Debía de tratarse de una mujer muy valiente, a pesar de su ceguera, pues, durante los interrogatorios, nunca quiso retractarse de sus convicciones, ni, por tanto, reconocer sus errores. Así que la consideraron hereje formal. Parece ser que decía: “Aunque los hombres no aprueben mis máximas, no por eso dejan de ser seguras. Cuando Abraham iba a sacrificar a su hijo, todo el mundo le reprobaba su intento; pero él obedecía la voz de Dios. Más Abraham, le replicaban, había oído la voz de Dios mismo: y yo, replicaba, he oído la de sus Ministros, y quien oye a estos oye a Dios”.
Decía que a través de su ceguera, sus flagelaciones y sus ayunos frecuentes, la Virgen había llegado a ser su amiga y juntas habían conseguido sacar a muchas almas inocentes del Purgatorio. Además, de que se había casado en el Cielo con el Niño Jesús, siendo sus padrinos San José y San Agustín.
Tras dos años de interrogatorios, y 567 páginas de sumario, su proceso se llevó a cabo en 1781, pues, ni siquiera Fray Diego de Cádiz, un predicador de merecida fama, había sido capaz de convencerla.
Así dijo que “las dichas deshonestidades, jamás las habría tenido ni tendría por pecado, porque todas las había tenido por especial mandato de Dios”.
También dijo que “cuando hizo voto de castidad, fue para ella voto de no casarse”, por tanto, ella no se veía culpable de nada.
El día 22/08/1781, tras haber sido juzgada, la dejaron dos días en su celda, meditando, con la promesa de que, si se arrepentía, la condenarían a una pena menor. Eso lo calificaron los clérigos de la época, como un extraordinario rasgo de humanidad, por parte de esa Entidad religiosa.
 Así que pasó esos dos días encerrada en una capilla, donde ni siquiera
se prestó a que le tomaran confesión. Incluso, cuando le mencionaron que iba a deshonrar a su familia, ella contestó que ya le daba igual.
No me extraña, porque se conoce un escrito de su hermano, dirigido al Inquisidor General, pidiendo que, aunque se ejecutara a su hermana, no se le diera mucha publicidad, para no perjudicar a su familia.
A los dos días, justo a las 8 de la mañana, se abrió la puerta del Castillo de San Jorge, en Triana, donde la tenían encerrada y allí pudo presenciar el gentío compuesto por miles de personas, que hacían cola desde las 5 de la mañana y que venían a presenciar su ejecución. Incluso, acudieron gentes de los pueblos de alrededor a los cuales tuvo que contener el Ejército, para que no se hundiera el puente de barcas, sobre el Guadalquivir.
La procesión fue encabezada por una cruz negra, procedente de la Parroquia de Santa Ana, seguida por  la Hermandad de San Pedro Mártir y detrás un gran número de religiosos.
Se la llevaron vestida con ropas blancas, con un sombrero con llamas pintadas en él y subida en un asno y, mientras, un predicador del Oratorio de San Felipe Neri dio un sermón para que “vieran la piedad de la Inquisición”.
Luego la metieron dentro de una jaula,  y la llevaron ante  el Tribunal de la Inquisición, reunido en el convento de San Pablo,  el cual estaba a rebosar de público, allí le dijeron que, como no se había arrepentido había sido condenada a muerte y entregada al brazo secular. Ya se sabe que la Iglesia decía que no podía ejercer violencia contra nadie y le dejaba esa dura tarea al Estado.
Lógicamente, no se olvidaron de excomulgarla, ni de incautarse sus bienes, aunque no creo que esta pobre tuviera muchos.
Hay que decir que el antiguo convento de San Pablo, hoy Parroquia de la Magdalena, fue la primera cárcel de la Inquisición sevillana, pero, como tenían tantos presos, tuvieron que mudarse al castillo de Triana. También, como éste se hallaba en un estado casi ruinoso, optaron por mudarse, unos años después, a una nueva sede en la calle Becas. Sevilla fue el primer y el último lugar donde la Inquisición quemó a una persona en España.
Desde luego,  la tomaron con esta pobre mujer, pues la sentencia contra ella tenía nada menos que 157 folios, que tardaron en leer en público desde las 9 de la mañana hasta la 1 de la tarde, turnándose entre varias personas para hacerlo.
Todavía le quedaban rasgos de rebeldía, pues se dice que tuvieron que atarla y amordazarla para que no les insultara continuamente, ni a ellos ni al público. Incluso, el predicador, antes de amordazarla, la amenazó con darle un golpe, si no se callaba, con un enorme crucifijo en la cabeza.
Así que, al terminar, el teniente primero del representante de la Justicia Real le dijo más o menos que, a pesar de que lo habían intentado numerosos personajes doctos, no habían sido capaces de convencerla, así que le esperaba la hoguera.
A última hora, para evitar ser quemada viva, se echó a llorar y pidió una completa confesión, la cual duró unas 3 horas, en la Capilla Real, situada en una esquina de la
calle Sierpes con la plaza de San Francisco, para luego ser llevada al quemadero, que estaba situado en el Prado de San Sebastián, en Sevilla.
Así que, a las 5 de la tarde, tras haberse arrepentido,  la ejecutaron mediante el garrote y luego su cadáver lo colocaron en una hoguera, donde ardió hasta las 9 de la noche. Tras haber sido consumido por las llamas, sus cenizas se esparcieron por el campo.
Hay que decir que, a pesar del enorme calor imperante ese día del mes de agosto en Sevilla, el gentío esperó hasta que saliera para verla morir ejecutada en el garrote y luego consumirse en el fuego. Parece ser que algunos se fueron desilusionados por no haber visto el “espectáculo” de verla quemarse viva, según algunos documentos de la época. No estamos hablando de la Edad Media, sino de una época a finales del siglo XVIII.
Tras su condena hubo otras, dictadas por la Inquisición de Sevilla, pero ya ninguna de ellas fue a muerte, sino solamente condenas de cárcel o destierros.
El ilustre escritor José María Blanco White cuenta en sus memorias que fue testigo de este hecho, cuando sólo tenía 8 años y, según parece, esta burrada, le dejó una huella imborrable para toda la vida. Supongo que a mí me hubiera pasado igual



martes, 27 de octubre de 2015

JUAN DE PAREJA, EL PINTOR ESCLAVO



Confieso que, hasta que en los años 70, leí una curiosa noticia, jamás había oído hablar de esta persona, quizás porque alguien no le quiso dar demasiada notoriedad.
Lo cierto es que la noticia trataba de una subasta, fuera de nuestras fronteras, donde, entre otros, se ponía a la venta  un cuadro del inmortal Velázquez. En este caso, el retratado era una persona llamada Juan de Pareja, el cual parece mostrarnos una pose más propia de un hidalgo. Algo muy común en los retratos de Velázquez, que gustaba disfrazar a los bufones con ropas de nobles.
Igual se reía así de los nobles, que no lo querían ver ni en pintura, al estar muy protegido por el rey Felipe IV.
Precisamente, Juan de Pareja, aparece en el retrato con una camisa, adornada por un cuello llamado valona con encaje de Flandes, prohibida en España en esa época, por considerarla demasiado ostentosa.
Realmente, para la prensa, la noticia estaba en que esta obra había batido todos los records de pujas por una pintura antigua. Se vendió por 2,31 millones de libras de la época, que entonces eran muchos más que los
3,41 millones de euros, que sería su contravalor actual con esa divisa.
No recuerdo exactamente quién fue el comprador, pero sí es cierto que la obra se halla ahora expuesta en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York.
Debe ser que Velázquez sea un pintor muy cotizado en las subastas, pues, ya en 2007, otro
retrato suyo, llamado “Santa Rufina” se vendió en la sala Sotheby’s de Londres por la respetable cifra de 12,47 millones de euros.
Menos mal que esta vez se unieron el Ayuntamiento de Sevilla y la Fundación Focus Abengoa y pudieron pagar ese importe para traerlo a España. Hay que dejar claro que el
Ministerio de Cultura, al frente del cual se hallaba, por entonces, la Sra. Calvo Poyato, aunque se le invitó, no quiso unirse a ese grupo.
No hay que olvidar que esa misma obra ya batió otro récord en 1999, cuando fue vendida en una subasta en Nueva York por 8,9 millones de dólares.
Volviendo a nuestro personaje, la cruda realidad es que Juan de Pareja fue un esclavo, cuyo propietario era nada menos que el famoso pintor Velázquez. No se sabe si lo adquirió mediante compra o a través de una herencia.
Se cree que nació alrededor de 1610 en la localidad de Antequera (Málaga) y era de origen morisco. O sea, descendiente de los últimos moros que se quedaron en España, tras el final de la Reconquista.
Es curioso que siguiera en España en esa época, siendo morisco, pues Felipe III había ordenado la expulsión de todos ellos y esa orden se llevó a cabo entre los años 1609 y 1613.
Según el historiador Antonio Palomino, Velázquez, tenía a Pareja como a una especie de ayudante, para preparar los lienzos y moler los colores, pero nunca le dio ninguna formación pictórica. Parece ser que eso era común y otros pintores también tenían esclavos para estos mismos menesteres.
Concretamente, se sabe que el suegro de Velázquez, Francisco Pacheco, tenía como esclavo a un turco, el cual realizaba el mismo trabajo.
En Sevilla y en toda España, por entonces, era muy corriente tener esclavos. Los había moriscos, quizás procedentes de los que fueron derrotados en la rebelión de las Alpujarras granadinas.
También los había moros, turcos, todos ellos prisioneros de guerra, y hasta procedentes de las Islas Canarias. Incluso, negros que traían los portugueses de sus colonias de África.
Sin embargo, nuestro personaje debería de ser un tipo muy despierto, pues aprendió muy pronto del maestro y pintaba a escondidas de éste.
Hay una célebre anécdota sobre este particular. Como el esclavo sabía que, cuando el rey visitaba el estudio del pintor, acostumbraba a pedirle que le enseñara los cuadros que tenía contra la pared, se le ocurrió una estratagema.
Así, puso uno de sus cuadros contra la pared, junto a los que tenía allí Velázquez. Cuando el monarca pidió que se los enseñaran, él se lanzó de rodillas ante el rey y le dijo que le amparase ante su amo, pues no le había pedido permiso para aprender su arte y había hecho él mismo esa pintura.
Felipe IV, que era un gran aficionado al arte, al ver su obra, se dio cuenta enseguida de la valía del muchacho y ordenó a Velázquez que lo liberara, pues “quien tiene esta habilidad, no puede ser esclavo”.
Lamentablemente, no se tienen muchos datos sobre él, pero, según parece, no se desvinculó del todo de Velázquez, pues se puede ver su firma como testigo en algunos de los pleitos en los que estuvo metido el insigne pintor sevillano.
Se le puede ver, más tarde, claramente vinculado al pintor Juan Bautista Martínez del Mazo, discípulo y yerno de Velázquez.
En 1649 acompañó a Velázquez, en su segundo viaje a Italia. Se supone que allí fue donde realizó el pintor sevillano su célebre retrato, que fue expuesto al año siguiente en el pórtico del Panteón de Roma, con motivo de la fiesta de una congregación de artistas.
Algunos afirman que Velázquez no le dio gran importancia a esa obra e, incluso, había confesado que pintó este cuadro para coger un poco de forma con el pincel, ya que llevaba varios meses sin pintar, a fin de prepararse para realizar más tarde  el célebre retrato de Inocencio X.
Se sabe que el cuadro se quedó en Italia hasta el siglo XVIII, cuando lo compró sir William Hamilton y se lo llevó al Reino Unido.
En este segundo viaje por Italia, Velázquez, ya no fue a aprender, sino que llevaba el encargo del rey de adquirir obras de arte para él y contratar buenos especialistas en el complicado arte del fresco, para decorar los palacios reales.
Hay que recordar que Velázquez siempre tuvo una estrecha relación con Felipe IV y se puede decir que fue uno de sus hombres de confianza.
También es verdad que muchos nuevos autores se dieron a conocer al rey a través de Velázquez.
Otra cosa digna de destacar de Velázquez, en ello se pareció a Mozart, es que siempre luchó para que los artistas fueran considerados profesionales de una actividad intelectual y no simples artesanos, los cuales quedaban situados en un escalón más bajo de la escala social.
A finales de 1650, aún en Italia, Velázquez, le dio la carta de libertad, que sería realmente efectiva en los siguientes 4 años, siempre que no cometiera ningún delito en ese intervalo de tiempo.
En su obra se pueden ver claras influencias de su “maestro” Velázquez, pero también de otros pintores de la época. Es muy posible que ese viaje a Italia le sirviera para
conocer las obras de otros grandes maestros.
En algunas de sus obras, como el retrato del arquitecto José Ratés Dalmau, expuesto en el Museo de Bellas Artes de Valencia, se ve muy clara la influencia de Velázquez, y algunos críticos han llegado a dudar de su autoría por su gran parecido estilístico.
Realmente, imitó de tal manera la técnica de Velázquez que muchos expertos no saben quién pintó algunas de las obras de Pareja.
En sus obras de tema religioso se apartó de la forma de pintar de Velázquez y optó por otra, absolutamente diferente,  más parecida a la Francisco Rizi o Juan Carreño. Es posible que, para ello, fuera influido por la Escuela Madrileña, ciudad a la que se trasladó en 1630.
De hecho, en esta obra aparece un autorretrato suyo, a la izquierda de la imagen, con una nota, donde se indica el autor y el año en que se realizó esta obra, concretamente, 1661. Para esa época, ya había fallecido Velázquez.
Esta obra fue inventariada, en 1746,  en el palacio de la  Granja, procedente de la excelente colección de Isabel de Farnesio.
En el cuadro “El bautismo de Cristo”, propiedad del Museo del Prado, pero depositado en el Museo de Bellas Artes de Huesca, se puede ver cierta influencia del veneciano Tintoretto, por su dominio del color.
También se puede apreciar, en parte, una típica composición barroca, pues se pueden ver representadas unas figuras en unas posiciones muy forzadas. También, dejando la escena principal en un lateral y haciendo que surja la luz del interior del cuadro, donde se puede ver a Dios, hacia fuera, dejando el otro lateral en un claroscuro.
Lo curioso del asunto es que el pintor ha utilizado una técnica más propia del Arte Medieval, que consistía en que el personaje retratado apareciera varias veces en el cuadro en momentos diferentes. Algo ya muy pasado de moda en el siglo XVII.
En esta ocasión, San Juan Bautista, aparece bautizando a Jesús y en el extremo inferior derecho, bautizando también a otros fieles.
Aparte de estos cuadros, también se pueden reseñar el retratro de un padre provincial, en el Museo del Hermitage, la presentación del niño Dios, las imágenes para la capilla de Sata Rita en el convento de lso Recoletos de Madrid, etc.
Lamentablemente, no poseemos más datos sobre Juan de Pareja y sólo resta decir que murió en Madrid en 1670.