viernes, 26 de junio de 2015

EL ROBO DE LA GIOCONDA



Esta es una historia donde confluyen no un personaje, como siempre, sino varios, pero todos con el mismo afán de hacer negocio con una obra de arte.
Empecemos por el principio. Vicenzo Peruggia era un carpintero italiano. Había nacido en 1881, o sea, tras la unificación italiana, en un pueblo cercano a Varese, en el norte de Italia, cerca de la frontera con Suiza.
Como, supongo, que no tendría trabajo en su país, cosa que les suele ocurrir más bien a los del  sur de Italia, sin embargo,  no olvidemos que este individuo era del norte, pues se fue a Francia y, más concretamente, a París. Por entonces, ya había cumplido los 30 años.
A la empresa para la que trabajaba le salió un contrato con el Museo del Louvre para trabajar una temporada en su sede, precisamente, para mejorar la seguridad de las obras allí expuestas, metiéndolas en urnas de madera y vidrio, pues en 1907 una anarquista había acuchillado un cuadro de Ingres.
No sabemos si Vincenzo era un nacionalista radical italiano, pero, según parece, esa fue una de las razones que le movió para cometer el robo.
Parece ser que alguien le convenció de que era una obra de un autor italiano y que se la había llevado Napoleón a Francia.
La verdad es que Leonardo se hizo muy amigo del rey francés Francisco I y éste, ya en la ancianidad del artista, le acogió en su reino. Puso un palacio a su disposición. Concretamente, el de Clos-Lucé y allí murió.
Leonardo, por alguna razón que desconocemos, nunca se separó de esa pintura y siempre la estuvo retocando hasta el final de sus días.
Cuando murió, su amigo Francisco I, se la quedó como un recuerdo de Leonardo y luego fue a parar al Museo del Louvre.
Volviendo a nuestro personaje principal, el domingo 20/08/1911 se escondió dentro de las instalaciones del museo, sabiendo que el lunes no lo abrirían al público.
Ya el lunes, salió de su escondite y se puso una de las amplias batas blancas que solían usar los empleados de la pinacoteca. Fue hasta la sala donde estaba expuesta la Mona Lisa, la descolgó y se la llevó.
Se fue hasta una escalera interior y, debajo de ella, donde podía estar lejos de las miradas curiosas de los demás empleados, le quitó el marco y el cristal a la pintura y los dejó tirados en el suelo. Luego, colocó la célebre pintura, realizada al óleo sobre una tabla de álamo, bajo su bata blanca y salió del edificio, saludando amablemente a los guardias que había en la puerta y que ya le conocían.
Esa misma mañana llevó la obra a la habitación de la  modesta pensión donde vivía. Es posible que tuviera todo bien calculado, pues unos días antes se había hecho con un baúl con doble fondo y allí escondió esta obra, que no es muy grande. Luego, metió el baúl debajo de la cama, como se hacía antes.
En todo este tiempo, nadie echó en falta esa obra de arte. Sin embargo, el martes, pasó por allí un pintor llamado Louis Beroud, que estaba realizando una copia de la misma y preguntó a los guardias si se la habían llevado. No era de extrañar, porque en aquel momento, se estaban realizando fotos de todas las obras expuestas.
Los vigilantes fueron a preguntar y entonces se dio la alarma en todo el museo. Alguien había robado la famosísima pintura de Leonardo delante de sus narices. Esto no era muy raro, pues llevaban sufriendo una serie de robos desde hacía unos cuantos años.
La policía cerró inmediatamente todas las fronteras del país y vigiló estrechamente los puertos. Entonces no había todavía aeropuertos. No se consiguió nada.
Luego interrogaron a todos los empleados del Museo, incluido Vicenzo, como se hace habitualmente en estos casos, pero tampoco lograron nada.
Pasaron las semanas y la cosa estaba como al principio. Hubo un duro cruce de acusaciones entre la Policía y el Museo. Los periódicos también le sacaron mucho partido a la noticia.
Comenzaron las detenciones de sospechosos. Curiosamente, uno de los detenidos fue el luego célebre pintor español Picasso. También arrestaron al poeta Apollinaire.
Parece ser que un secretario del poeta Apollinaire, que odiaba este museo, había robado unas estatuillas y luego se las había vendido a nuestro pintor. Luego, él alegó en su
 defensa que no sabía que fueran robadas, pero la Policía, aunque le dejó en libertad, no le quitó el ojo de encima.
En este momento le voy a dar entrada al segundo personaje de esta trama. Su nombre era Eduardo Valfierno, un argentino nacido en 1850.
Se trataba de un simple estafador que se las daba de célebre marchante de arte y que tenía una clientela selecta en su agenda.
Era un tipo que siempre había llevado una vida, donde había disfrutado
de todo tipo de lujos, gracias a la fortuna de su padre. Con ese tren de vida, muy pronto se gastó esa fortuna y ahora vivía a base de ir dando tumbos por ahí.
El tercer personaje de esta trama se llamaba Yves Chaudron, el cual era un artista francés, que se dedicaba, sobre todo, a realizar copias de obras de arte renacentistas.
Valfierno, que era un  liante, logró contactar con Chaudron y con Perugia y utilizó a ambos. Al primero, le encargó realizar 6 copias de la célebre Mona Lisa.
Al segundo lo utilizó como tonto útil. Le llenó la cabeza de pájaros sobre el nacionalismo italiano y le convenció para que robara la obra y la mantuviera en su poder hasta que se le avisara. Por supuesto, le prometió que le pagaría muy bien el robo de la misma.
Durante 14 meses, Chaudron, se encargó de realizar las 6 copias, utilizando hasta madera y pinturas propias de ese siglo. Durante ese mismo tiempo, Valfierno, se dedicó a buscar potenciales compradores de esas obras. Por supuesto, diciéndoles a cada uno que era la auténtica.
Valfierno parece que sacó 300.000$USA, como beneficio por cada venta en esta operación y pasó abiertamente de Vicenzo.
Cuando pasaron 2 años y ya no se acordaba casi nadie del caso, Vincenzo, quiso quitarse el cuadro de encima. Así que contactó con un anticuario llamado Alfredo Geri. Le propuso vendérselo por medio millón de liras, cuando las liras valían algo, y, además, le hizo prometer que el cuadro se quedaría en Italia.
La entrega de la obra se realizó en Florencia y, mientras el especialista en Leonardo, Giovanne Poggi, director de la famosa Galeria degli Uffizi, certificó que era el auténtico, la policía, llamada por Geri, detuvo a Vincenzo.
Precisamente, fue juzgado en su propio país y no en Francia. A lo mejor, por eso, el juez de Florencia fue muy benévolo y, atendiendo a las razones nacionalistas para el robo, sólo le condenó a 1 año y 15 días de prisión, que se quedaron en 7 meses y nunca delató a los demás cómplices del robo.
La obra, tras una gira triunfal, que duró dos meses,  por varias ciudades italianas, regresó al Museo del Louvre, de donde había salido.
Por supuesto, Valfierno y Chaudron, no volvieron nunca a Francia, por si acaso, y se establecieron en USA, donde se dedicaron a vender copias de obras famosas a las estrellas que estaban surgiendo entonces en el mundo del cine. Evidentemente, se hicieron muy ricos con esta actividad delictiva.
En 1931, cuando ya veía Valfierno, o a lo mejor algún médico le había avisado que le quedaba poco tiempo de vida, se citó con el periodista Karl Decker, al que le contó con pelos y señales todos los entresijos del robo de la Mona Lisa. A lo mejor, lo hizo para pasar a la historia, cosa que consiguió. La prueba es que todavía estamos hablando de él.
Además, le dio a conocer la identidad de los 5 ciudadanos USA y el brasileño que el pagaron 300.000 $USA por cada copia de la Mona Lisa, algo que va en contra del espíritu de las relaciones comerciales, incluso, las realizadas de modo legal.
La única condición que puso es que se publicara esta historia tras su muerte. No es de extrañar, en vida habría podido tener problemas de todo tipo.
Así fue, el periodista Decker, publicó esa entrevista  en 1932 en el periódico Saturday Evening Post, para escarnio de los compradores de esas obras y del Estado francés.
Se cree que, al morir, tenía una fortuna calculada entre 40 y 60 millones de dólares USA. Esos cuadros fueron revendidos por sus clientes, pero nunca pudieron recuperar la cantidad pagada a Valfierno. Evidentemente, nunca le pudieron denunciar, porque les
habrían acusado de adquirir una obra que todo el mundo sabía que había sido robada en París.
Sobre Vicenzo sólo sabemos que se casó y tuvo una hija. Incluso, volvió a trabajar en París, pero utilizando el nombre de Pietro Peruggia, trabajando como pintor decorador.
Con la llegada de la I Guerra Mundial, los periódicos no volvieron  a publicar más sobre él, que había sido aclamado por las masas con un buen patriota italiano, y se sabe que murió, en territorio francés,  en 1925.
Las falsificaciones fueron de tal calidad que algunos hoy en día se siguen preguntando si la obra que se exhibe en el Museo del Louvre será la auténtica o, quizás, una de las copias realizadas por Chaudron. 
 La historia posterior de la Gioconda está repleta de anécdotas. Durante la II Guerra Mundial fue escondida en diferentes lugares de Francia, hasta que salió a la luz en 1947.

En 1956, un pintor boliviano llamado Ugo Ungaza le lanzó una piedra que le dañó la pintura del codo derecho. Menos mal que pudo arreglarse sin problemas.
En 1963 viajó dentro de un trasatlántico, en un camarote de primera, con destino a USA. Allí fue expuesta en la National Gallery de Washington y el Museo Metropolitan de Nueva York.
En 1974 se trasladó, por vía aérea, nada menos que a Japón, donde se exhibió en el Museo Nacional de Tokyo. A pesar de que se le colocó un cristal protector, una mujer intentó estropear la obra con un spray de pintura roja, pero no pudo conseguirlo. Parece ser que protestaba porque no habían dejado acceder a  los minusválidos a la sala.
Tras su vuelta al Louvre se exhibió tras un cristal antibalas, para protegerla contra todo tipo de locos que intentaran estropearla. Actualmente, está situada en el centro de  una sala dedicada a esta obra.







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