Hoy voy a dedicar este artículo a
un monarca aragonés un tanto olvidado hoy
en día, pero con una vida muy curiosa y creo que más de uno disfrutará al
leerla.
Es posible que más de uno haya
notado que me he referido, en el párrafo anterior, a nuestro personaje como un
rey aragonés. Es más que evidente que así lo fue y, desde luego, no lo llamaré
“catalano-aragonés”, como está hoy muy en boga, porque en los manuscritos de la
época, nunca me he encontrado a ningún rey de Aragón con esa denominación.
Supongo que, en todo caso, sería mucho más lógico haberle llamado
valenciano-aragonés o mallorquín-aragonés, pues estoy enumerando unos
territorios que fueron reinos. Si le llamara “catalano-aragonés”, suponiendo
que en esa época hubiera una entidad clara llamada Cataluña, pues lo estaría degradando,
ya que en Cataluña sólo existieron siempre una serie de condados, con mayor o
menor relación unos con otros.
Una vez aclarado este asunto,
paso a comentar la vida de este personaje llamado Alfonso V, el Magnánimo o
también el Sabio.
Nació en 1396 y, aunque los autores
no se han puesto de acuerdo sobre su lugar de nacimiento, la mayoría de ellos
piensa que fue en Medina del Campo (Valladolid).
A algunos les podrá parecer un
poco raro que un rey de Aragón naciera en tierras castellanas, esto tiene muy
fácil explicación. Su padre fue Fernando de Antequera, hermano del rey de
Castilla, el cual todavía no había sido elegido rey de Aragón.
Como ya he dicho antes, su padre
fue el famoso Fernando I de Antequera, llamado así porque conquistó esa ciudad
a los moros.
Su madre fue Leonor de
Alburquerque, llamada por entonces “la rica hembra”, pues había heredado una
gran fortuna de su familia. Así que, tras sumar ésta a la de su marido, se
consideraba a esta pareja los más ricos de Castilla y entre los más ricos de la
Europa de su tiempo.
He querido precisar este punto,
pues, debido a ello, Alfonso, se crio en un ambiente donde no faltó nunca el
lujo y, además, se aficionó pronto a las Artes y las Letras, ya que su familia
se dedicaba, en parte, al mecenazgo.
Además, se supone que también
tuvo cierta relación con su tío, el famoso alquimista Enrique de Villena, el
cual le daría a conocer alguno de sus secretos.
Todo el mundo hablaba de él como
de una persona que siempre vestía muy bien y que, además, gozaba de una gran
simpatía.
En 1406, su familia concertó su
boda, concretamente, con su prima María de Castilla, hija del rey Enrique III y
de Catalina de Lancaster, hermana de Enrique IV de Inglaterra. Al ser muy
jóvenes aún, la boda no se celebró hasta 1415. Concretamente, se casaron en
Valencia.
En 1412, tras el Compromiso de
Caspe, se eligió rey de Aragón a su padre, Fernando, por tanto, como Alfonso era
su hijo mayor, pues se le reconoció como heredero de la Corona de Aragón, que,
por si alguno no lo sabe, no es lo mismo que el reino. La Corona de Aragón
engloba los reinos de Aragón, Valencia, Mallorca, Sicilia, etc, más los
condados catalanes.
Los demás hermanos, que fueron
conocidos desde entonces como los infantes de Aragón, permanecieron en Castilla
para defender los intereses de su familia, los Trastámara, en ese reino.
En 1416 murió su padre y Alfonso
fue proclamado nuevo rey. Desde el principio, tuvo muchos problemas. Por una
parte, se reducían sus partidarios en Castilla y eso era peligroso para poder defender
sus intereses.
También se cebaron con él, desde
el principio, los representantes de los condados catalanes. Ya que su padre no
les aprobó una serie de reivindicaciones en las Cortes de Montblanc, de 1414, pues
ahora probaron con su hijo a ver si había más suerte.
Además, el joven rey, siguió con
la política de su padre, favoreciendo a los maltratados campesinos de la
remensa, algo que no gustó nada a la oligarquía catalana. Incluso, en las
Cortes de Barcelona de 1416, algunos representantes catalanes osaron
desafiarlo.
Alfonso les dio donde más les
dolió. Así que leyó su discurso en castellano y eso no les gustó absolutamente
nada, a pesar de que anunciaba una política favorable a Cataluña.
A pesar de ello, los
representantes de los brazos eclesiásticos y reales de las Cortes, estuvieron de
acuerdo en negociar con el rey las ayudas solicitadas por éste para luchar
contra Génova. No así los nobles, que no quisieron dar su brazo a torcer.
Así que el rey se encaminó a la
próspera ciudad de Valencia para organizar la flota que debería de luchar contra
Génova. Hasta allí llegaron también los representantes catalanes, los cuales le
exigieron una reforma del Gobierno y la expulsión de todos los extranjeros de
la corte real. Se referían, por supuesto, a los castellanos amigos del rey.
La cosa se le puso muy fea,
porque el tema de los extranjeros, como era muy impopular, pues lo apoyaron las
ciudades de Zaragoza y Valencia. Así que tuvo que volver a Barcelona para
celebrar, en 1419, unas nuevas Cortes, donde se expresó en catalán y, además,
tuvieron que discutir, previamente, las reclamaciones de cada condado, antes de
soltarle la pasta.
Al fin, a mediados de 1420,
consiguió embarcar para Italia. Harían escala en Mallorca, para luego ir a
Cerdeña a fin de frenar las apetencias de los genoveses en esa isla y en
Córcega.
Esta política no era nueva, pues
no hay que olvidar que Pedro III ya conquistó Sicilia, en el siglo XIII, para
la Corona de Aragón.
No se le dio muy bien esta
aventura, pues los corsos resistieron muy bien con la ayuda de sus aliados los
genoveses. Así que puso sus ojos en el vecino reino de Nápoles, que le pareció
más sencillo de anexionar.
En Nápoles gobernaba la reina
Juana II de Anjou, con la ayuda de dos viejos condotieros. Como la reina no
había tenido descendencia al reino no se le veía mucho futur
o. Incluso, algunos
nobles napolitanos apoyaron su candidatura como nuevo rey, mientras que otros
apoyaron la de Luis III de Anjou.
En 1421, cuando Luis de Anjou se
cansó de esperar y puso sitio a los dominios de la reina Juana II de Nápoles, a
ésta no se le ocurrió otra cosa que llamar a Alfonso para que le ayudara.
Como pago de su ayuda, le propuso
que le adoptara como hijo y heredero, aparte de nombrarle duque de Calabria.
Así que Alfonso aceptó esa generosa propuesta.
Así que en junio de 1421, ya
entró Alfonso, por primera vez en Nápoles,
donde fue recibido como un héroe
libertador.
No obstante, parece que la reina
Juana no se fiaba mucho de él. Así que no se le ocurrió otra cosa que anular
esa adopción y pasarse al bando contrario, nombrando ahora como heredero a Luis
de Anjou.
Así que a Alfonso no le quedó
otra que volverse a la Península Ibérica, donde residiría los próximos 9 años.
No obstante, aprovechó su pasó por la ciudad de Marsella, aliada de los Anjou, para
saquearla y llevarse el cuerpo de San Luis, que fue obispo de Toulouse.
Cuando llegó a Barcelona, en
1423, no le quedó otra que aceptar las reivindicaciones que le pusieron sobre
la mesa los nobles catalanes y que anteriormente había rechazado.
En esta época se dieron varias
luchas entre la rama aragonesa y la castellana de los Trastámara. Uno de los artífices
principales de esta rivalidad fue el valido Álvaro de Luna.
En 1429, las tropas de Alfonso,
unidas a las navarras de su hermano Juan, el padre de Fernando el Católico,
invadieron Castilla y llegaron hasta Jadraque, en Guadalajara. No llegaron a
combatir contra los castellanos, porque la reina María se interpuso y llegaron
a un acuerdo.
En otra ocasión, Alfonso, pidió
recursos a las Cortes catalanas para luchar contra los castellanos. No sólo no
se los dieron, sino que una representación de estas Cortes se entrevistó con el
valido castellano para informarle que no temiera al rey aragonés, pues no le
iban a aportar nada para hacerle la guerra.
Parece ser que el rey se enteró de
esta traición, y, seguramente, fue una
de las cosas que más le convenció para dejar la península. Así que, en 1432,
dejó sola a su esposa, la reina María, para que se entendiera con ellos.
En 1433, tras el nuevo ataque de
los genoveses al reino de Nápoles, la voluble reina Juana II, le volvió a nombrar
heredero de su reino.
No obstante, esta alianza dio
lugar a otra, en el bando opuesto, compuesta por el Papado, el emperador
Segismundo, Florencia, Venecia y Milán.
Alfonso, esta vez, se lo pensó mucho,
pues esa coalición era demasiado potente. No obstante, esta vez la suerte se
decantó a su favor, cuando, en 1434, murió Luis de Anjou y al año siguiente, la
reina Juana II.
Así que en 1435 puso sitio con sus
naves a la ciudad de Gaeta, pero fue vencido y capturado en Ponza, junto con
sus hermanos Juan y Enrique.
La reina María tuvo que emplearse
a fondo en sus reinos, tras la captura de su marido, sin embargo, consiguió
estabilizarlos.
Un poco más tarde, el duque de
Milán, puso en libertad a Juan, hermano de Alfonso, y fue nombrado por éste
como su lugarteniente para los reinos de Aragón, Mallorca y Valencia. Así,
María, gobernaría en exclusiva en Cataluña.
Mientras tanto, Alfonso, gracias
a su simpatía se ganó la amistad del duque de Milán, que era quien le mantenía
prisionero. Así le puso en libertad y ambos firmaron un acuerdo para quedarse
con el reino de Nápoles.
Tras varios años guerreando en
ese reino, en 1441, pusieron cerco a Nápoles, que se rindió a mediados de 1442,
entrando Alfonso oficialmente en la ciudad en febrero de 1443.
Unos días después, su hijo
natural, Ferrán, fue nombrado duque de Calabria y heredero de ese trono.
No le fue muy mal a Alfonso, aunque
tuvo que reprimir algunas revueltas al comienzo de su reinado.
Se desvinculó por completo de los
problemas de la península y a partir de entonces instaló su corte en Nápoles,
viviendo como un auténtico mecenas de artistas. También influyó para la
circulación de nuevas ideas artísticas entre sus reinos.
También apoyó el nacimiento de 3
de los llamados Estudios Generales, embriones de las Universidades. Concretamente,
los de Catania, Gerona y Barcelona.
Evidentemente, en Nápoles tuvo
varias amantes que, quizás, sería una de las principales razones para que no volviera
a su tierra. Una de ellas fue Lucrezia Alagno.
También intentó afianzar los
territorios aragoneses en Grecia. Eso provocó que los turcos tuvieran algunos
problemas para conquistar esa zona.
No obstante, no fue capaz de
lograr una verdadera alianza de reyes de la Europa occidental para frenar el
avance de los otomanos.
Alfonso murió en 1458 en el
castillo del Ovo, en Nápoles. No tuvo hijos con su esposa, la reina María. Por
ello, su hermano Juan, que ya era rey de Navarra, también llegó a ser rey de
Aragón. Precisamente, fue el padre de Fernando el Católico.
Curiosamente, los padres de los
Reyes Católicos se llamaron de igual forma, Juan II.
En el siglo XVII, el virrey
español en Nápoles tuvo la idea de traerse los restos de este monarca para que
descansaran con los demás de su familia en el monasterio de Poblet. Supongo que
pensaría que así estarían mejor guardados.
Desgraciadamente, como ya es sabido,
con las Desamortizaciones habidas en España, durante el siglo XIX, se abandonaron muchos de estos lugares de
culto, por lo que las tumbas de todos
estos reyes aragoneses fueron violadas y sus cuerpos abandonados entre las
ruinas del monasterio de Poblet.
Al cabo del tiempo, los restos de
todos estos monarcas, fueron más o menos recuperados y reconstruidas sus tumbas
a fin de tener a estos monarcas como procede en un panteón real.
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