Esta vez, y después de una
prolongada e involuntaria ausencia, traigo al blog a un curioso personaje.
Cuando hablamos de la Iglesia, normalmente pensamos que la mayoría de sus
miembros tienen que ser forzosamente conservadores, porque es lo que vemos
normalmente en ellos.
Sin embargo, en este caso, se
trata de un sacerdote al que le pilló la época de la Revolución Francesa y, en
lugar de huir o ser contrario a la misma, como ocurrió con la mayoría de sus
compañeros, este hombre la defendió, llegando a puestos muy importantes dentro
del nuevo Estado republicano.
Henri Grégoire, que es cómo se
llamaba, vino al mundo en 1750 en un pequeño pueblo cerca de Luneville,
Francia.
Nació en el seno de una familia
modesta. Al ser su padre era un humilde sastre, no le pudo dar muchos estudios.
Sin embargo, como estudió con el cura de su pueblo, éste se dio cuenta que era
un chico muy despierto. Así que lo envió con el padre Cherrier, que se dio cuenta de la inteligencia del niño y lo
mandó a un seminario para realizar sus estudios.
Concretamente, estudió en el
seminario jesuita de Nancy, donde coincidió con los hijos de algunos de los
personajes más importantes de esa época.
Pasó por la universidad de los
jesuitas en Pont-à-Mousson, hasta 1763, fecha en que los jesuitas fueron
expulsados de Francia y tuvo que seguir sus estudios en la Universidad de
Nancy.
También pasó un año en el
seminario de Metz. En este mismo
seminario fue ordenado sacerdote en 1775, para ser el párroco de una pequeña
localidad llamada Emberménil, en la disputada región de la Lorena.
Como siempre tuvo mucho interés
por Suiza, viajó a ese país en 1776, aprendiendo Agronomía con verdaderos expertos.
También se afilió a la Sociedad
Filantrópica y Caritativa de Nancy. Por eso, algunos de sus enemigos le tildan
de masón, pues en esa sociedad había muchos masones. Además, los masones
franceses apoyaban que la Iglesia de su país fuera gobernada por el rey de
Francia, igual que ocurre hoy en día en el Reino Unido. Es lo que se llama el
Galicanismo.
Por otra parte, también se
adhirió a la Liga Filantrópica de Estrasburgo, una organización donde había
gente de todas las religiones e incluso grandes personalidades.
También se presentó a un
concurso para idear una forma de mejorar las condiciones de vida de los judíos,
que abundaban por entonces en la Lorena, y lo ganó.
En sus primeros años en su
nuevo destino, como no tenía muchos feligreses, se dedicó preferentemente a la Literatura
y, más en concreto a la poesía, siendo premiado en 1783 por la Academia de
Nancy.
También se dedicó a intentar instruir
a sus feligreses, luchando contra los famosos almanaques de cultivos, pues,
según decía, aportaban informaciones erróneas.
Se fue haciendo famoso y le
invitaron a predicar en las iglesias de algunos pueblos vecinos. Incluso, leyó
un sermón en una iglesia de Luneville para conmemorar la inauguración de una sinagoga
judía en esa ciudad.
Sus prioridades siempre fueron
ayudar a mejorar el rendimiento agrícola y mejorar la educación de los pobres.
Al mismo tiempo, organizó una biblioteca
parroquial, disponible para todos sus feligreses. En la misma colocó
preferentemente libros de Agricultura, Higiene y Artesanía. Incluso trabó
amistad con predicadores protestantes para conocer sus campañas educativas.
En 1789, tras aceptar el rey la
reunión de los Estados Generales, que es como se llamaba al Parlamento y que no
se había reunido en un siglo, le dieron
el encargo de representar a la Iglesia por el territorio de Nancy.
Fue elegido en una reunión,
donde se concentraron unos 400 sacerdotes de la región, en la cual casi todos protestaron
porque los obispos disfrutaban en exclusiva de las riquezas de la Iglesia.
Desde el primer momento, no
disimuló que apoyaba la Revolución y fue uno de los primeros parlamentarios que
se unieron al famoso Tercer Estado. La mayoría de los sacerdotes exigieron una
serie de propuestas políticas y sociales innovadoras, aunque también para
muchos de ellos la parroquia es considerada como la base para la lucha contra
la Ilustración anticlerical. La Iglesia mandó a 291 clérigos a esta asamblea.
Precisamente, presidía una de
estas reuniones, cuando se produjo el célebre asalto a la prisión y castillo de
la Bastilla. Esta sesión duró nada menos que 62 horas.
También propuso en esa reunión que la
Declaración de Derechos Humanos fuera acompañada de otra de Deberes. Se ve que esta
vez no le hicieron caso.
Fue uno de los primeros en
exigir la abolición total de privilegios, el derecho de nacimiento, muy común
en una sociedad estamental como la francesa, y pidiendo el sufragio universal.
Tras decretarse la Constitución
Civil del clero, fue el primer miembro del mismo que prestó juramento al Estado.
Siempre fue reconocido como una persona de carácter fuerte y respetado por
todos.
Más adelante le dieron a elegir
dos sedes para ser obispo de una de ellas. Eligió una de ellas, utilizando el
antiguo título de obispo de Blois, siendo consagrado nada menos que por
Talleyrand.
En septiembre de 1792, durante
la primera sesión de la Convención Nacional, dio un discurso donde expuso su
fervor republicano al pedir la abolición de la monarquía. Más o menos, dijo:
“los reyes son a la moralidad lo que los monstruos a la naturaleza”.
En noviembre del mismo año, se
permitió, en un discurso, exigir, nada menos, que se juzgara a Luis XVI. Algo
muy fuerte en un país, donde muchos pensaban que el rey podía sanar a alguien
con sólo tocarle. Incluso, se permitió escribir al jefe de la Inquisición
española, pidiéndole que suprimiera esa institución.
Más adelante, fue elegido nada menos que presidente de la Convención.
Lo más curioso es que asistía a esas reuniones, siempre ataviado con sus
vestiduras de obispo. Aquí lo vemos en el centro de la imagen.
No asistió al juicio que le
hizo la convención a Luis XVI, porque se hallaba en Saboya, junto con otros
parlamentarios, para negociar su pertenencia a Francia.
Estuvo a favor de la condena al
rey, pero también abogó para que le conmutaran
su pena de muerte por otra consistente en un prolongado encierro. Sin
embargo, los legitimistas monárquicos siempre le echaron en cara su voto a
favor de condenar al rey.
En 1793, el obispo de París fue
obligado a dimitir de su cargo por el Tribunal de la Convención. Nuestro personaje,
que se hallaba fuera de la capital, volvió inmediatamente y se enfrentó al Tribunal,
consiguiendo que dejaran de molestar al obispo y, por supuesto, librándole de
la guillotina, que estaba muy de moda por esa época.
Durante el Terror, él nunca
tuvo miedo alguno, a pesar de que estuvo muchas veces a punto de ser detenido, y siguió vistiendo sus ropajes eclesiásticos y
dando misa en su casa, sin importarle los ataques contra él. Tras la caída de
Robespierre, dio un discurso en el que pidió la reapertura de los templos de
todos los cultos.
Además, compró la mansión de
Robespierre, donde siguió dando una misa diaria, aunque ya no estaba prohibido
el culto.
Fue el primero que acuñó el
término “vandalismo”, que apareció en 3 informes publicados en 1794, “informe sobre
la destrucción traída por el vandalismo”.
Siempre se preocupó por la preservación
del patrimonio cultural y también protegió a escritores y otros artistas.
Retrocediendo un poco en el
tiempo, en 1789, conoció a Julien Raimond, un plantador mulato de Santo
Domingo, que pretendía acceder a la Asamblea Constituyente, para representar a
su grupo.
A partir de entonces, Grégoire,
se hizo un gran abolicionista, publicando libros y panfletos, donde defendió la
igualdad de todos los hombres y se afilió a la Sociedad de amigos de los
negros. Aparte de esto, también defendió siempre la eliminación de todos los
privilegios y el sufragio universal.
Gracias a una moción presentada
por él, en 1791, la Asamblea Nacional Constituyente, aprobó una ley, donde se
reconocía la igualdad de derechos para las personas negras adineradas de las colonias
de Francia.
En 1794 consiguió que se
aprobara la primera abolición de la esclavitud en Francia, que fue anulada por
Napoleón en 1802 y luego vuelta a abolir en 1848.
También se preocupó por la
lengua francesa. Así, en 1794, presentó a la Convención Nacional el “Informe
sobre la necesidad y los medios para aniquilar los dialectos y universalizar el
uso de la lengua francesa”. Algo que, en España, estaría muy mal visto hoy en
día.
Parece que consiguió su
objetivo, pues, en su época, el abate nos informa que en Francia se hablaban
unos 33 dialectos diferentes y actualmente esto ya no existe, al imponer como
idioma de toda la nación el francés parisino. Él argumentaba que lo hacía para
aniquilar las supersticiones y llevar el conocimiento a todos los lugares por
igual.
Las minorías de la época nunca
podrían llegar a nada si no se les enseñaba el mismo idioma y los mismos conocimientos
que a los demás.
Evidentemente, no habría
conseguido nada si, un siglo después, Jules Ferry, no hubiera impuesto la
educación básica, universal y gratuita a nivel nacional. Homologando a toda la
nación con el francés de París.
Tras la puesta en marcha de la
nueva Constitución fue elegido para el Consejo de los Quinientos.
Después del golpe de Estado de
Napoleón, pasó a formar parte del Senado. También fue el presidente de los
consejos nacionales de las iglesias de Francia.
Lo curioso es que este
eclesiástico se opuso ferozmente a la firma del Concordato, en 1801, entre
Napoleón y la Santa Sede y dimitió de su obispado tras la firma del mismo. Él siempre
estuvo a favor de una Iglesia totalmente francesa, o sea, galicana.
También fue uno de los 5 únicos
senadores que se opusieron a que Napoleón organizara un Imperio en Francia y a
la creación de una nueva nobleza. A pesar de ello, fue
premiado, en 1808, con
el título de conde del Imperio y con la medalla de la Legión de Honor.
La caída de Napoleón le trajo
muchas desgracias a nuestro personaje. Los nuevos monárquicos no le perdonaron
su adhesión a la Revolución y consiguieron expulsarle del Instituto de Francia,
organismo del que fue uno de los fundadores, y hacer que se retirara de la
política.
En 1814, publicó “Sobre la
constitución francesa del año 1814”, donde hacía un comentario de la misma
desde el punto de vista de los liberales.
Esto fue tan del agrado de los
mismos, que, en 1819, fue elegido diputado liberal por el departamento de
Isère.
Esta elección fue considerada
demasiado peligrosa por la ultra-conservadora Quíntuple Alianza, pues le
consideraban uno de los regicidas, la cual amenazó al rey francés. Éste se
plegó a las amenazas de esas potencias y cambió la ley electoral para que se
anulara la elección de Grégoire.
Entre 1819 y 1831, año de su
fallecimiento en París, se dedicó a vivir de una forma humilde y tranquila,
dedicándose a la Literatura y manteniendo correspondencia con personalidades de
toda Europa. No hay que olvidar que sabía hablar inglés, italiano, español y un
poco de alemán. Stendhal dijo de él que era el hombre más honesto de Francia.
Él siempre se consideró un
devoto católico. Como se le retiraron todas sus fuentes de ingresos, en su
ancianidad, muy a su pesar, tuvo que vender su admirable biblioteca.
Cuando se sintió ya muy
enfermo, confesó con otro sacerdote también jansenista. Pidió que le
administraran la extremaunción, pero el arzobispo de París se negó a ello y le
exigió que renunciara a su juramento para la Constitución Civil del Clero.
Como a estas alturas, mis
lectores se habrán dado cuenta de que éste no era un hombre común y que siempre
fue muy valiente y tozudo, pues habrán adivinado que se negó a las exigencias
del arzobispo.
No obstante, el abate Baradère,
le dio el viático, sin consultar para nada con el arzobispo, ni con el cura de
su parroquia.
Cuando se conoció en París la
exigencia del arzobispo, todo el mundo se escandalizó y hasta el Gobierno tuvo
que tomar medidas para proteger los templos, pues unos meses antes las masas
habían saqueado una iglesia y hasta el palacio arzobispal.
También se realizó un funeral.
El cura de esa iglesia se ausentó de la misma, siguiendo las instrucciones
precisas que le había dado su arzobispo. No obstante, otros 3 clérigos
realizaron su misa de funeral.
El ataúd de Grégoire, que
llevaba los adornos propios de su antiguo obispado, fue llevado a hombros de
estudiantes hasta el cementerio de Montparnasse. En el cortejo fúnebre se
dieron cita unas 20.000 personas.
En 1989, con motivo del
bicentenario de la Revolución, los restos del abate Grégoire fueron trasladados
nada menos que al Panteón, que es donde se encuentran ahora.
Ya sé que me he enrollado
mucho, pero creo que este personaje se lo merecía, al menos para reparar un
poco de la injusticia que se le hizo en vida.
Hola Aliado, precisamente descubrí tu blog hace unas semanas y lo mantenía vigilado ya que el contenido me pareció original y de calidad, aunque empezaba a pensar que lo habías abandonado y que llegaba tarde, me alegra ver que no es así :)
ResponderEliminarEste episodio que cuentas sobre Grégoire me era desconocido, como otros muchos que he visto en tu blog. Lo he disfrutado mucho.
Un saludo!
Muchas gracias por tus halagos.
EliminarLa verdad es que llevo una temporada sin poder escribir por un problema de ciática, que no permitía ni sentarme frente al PC.
Tengo una lista de unos 125 artículos para escribir, ahora que estoy mejor. Espero que te gusten.
Muchas gracias y saludos.