En países, como España, donde el pasatiempo
habitual de los españoles es criticar a todo el que levanta un poco más la
cabeza que los demás, a algunos nos satisface leer que en otros países no
ocurre igual y tratan mejor a ciertas personas que han sobresalido del resto.
Esto es lo que ocurrido con
nuestro personaje de hoy, Bertha von Suttner, la cual sigue recibiendo
homenajes al día de hoy y hasta su imagen ha aparecido en algunos billetes de
Banco y monedas.
Nació en Praga en junio de 1843,
en el seno de una familia de la alta sociedad de Bohemia. Su padre fue el
mariscal de campo, consejero militar del emperador y tenía el impresionante
nombre y título de Franz de Paula Joseph
Graf von Kinsky Wchinitz und Tettau. Su madre se llamaba Sophie Wilhelmine von
Körner.
No llegó a conocer a su padre,
pues nació poco después de su muerte. Así que creció con su madre y su hermano,
Arthur Franz.
Tuvo una educación privilegiada
y, además, aprendió varios idiomas. El problema fue que su familia se arruinó a
causa de la afición al juego de su madre.
Precisamente, se empeñó en que su
hija se casara con alguien que tuviera una buena dote, pero ella se negó y
anuló el compromiso ya pactado por su madre.
En 1873, entró a trabajar como institutriz
de los hijos del barón Karl von Suttner, un empresario de Viena.
Se enamoró de uno de los hijos
del industrial, que tenía 7 años menos que ella, así que, cuando se enteraron
sus padres, la echaron de la casa de una forma amistosa, buscándole otro trabajo.
Así, empezó a trabajar, en 1876,
en París, como secretaria del famoso
ingeniero Alfred Nobel, el mismo que fundó los premios que llevan su apellido.
No estuvo mucho tiempo trabajando
con él, pues el rey de Suecia le pidió a Nobel que regresara a su país, sin embargo,
ella no le acompañó.
No obstante, nació entre ellos
una buena amistad, que se manifestó en un intercambio periódico de cartas entre
ambos.
Tras dejar su trabajo, ella
volvió a Viena, donde se casó en secreto con Arthur, el hijo de los Suttner. Por
este motivo, a él, sus padres, le desheredaron.
Así que la pareja se fue al
extranjero para ganarse la vida. Vivieron en el Cáucaso, concretamente en
Georgia, donde se dedicaron a las traducciones y a escribir novelas baratas.
Con la llegada de la guerra
ruso-turca, en 1877-78, la cosa les fue mejor. Él se dedicó a hacer periodismo
de guerra y ella, aparte de dedicarse también al periodismo, escribió una serie
de cuentos y ensayos sobre la vida en Georgia, que fueron publicados en algunos
periódicos de Viena. Eso le empezó a dar cierta popularidad.
En 1885, se reconciliaron con la
familia de su marido y regresaron a Austria, donde la pareja vivió en un
castillo propiedad de su familia.
Ella siguió escribiendo en los periódicos,
pero ahora comenzó a ser una decidida partidaria y luchadora por la paz
mundial.
En 1889, con la publicación de su
manifiesto “¡Abajo las armas!” se convirtió en una de las principales figuras
del movimiento por la paz en el Imperio Austro-Húngaro. Este libro, donde
aparecen las guerras narradas desde el punto de vista de una mujer, tuvo un gran éxito y sería traducido a varios
idiomas. Incluso, posteriormente, se basaron en ella para filmar una película.
Vio cómo se fundó la Unión
Interparlamentaria, por medio de Passy y sus amigos, y pidió fundar una gran
organización pacifista en Austria-Hungría. También fue directora de una editorial.
Ella entiende que, por simple
Ética, los países no deberían de seguir utilizando las guerras para dirimir sus
conflictos y no deberían de producirse nunca más. Para ella, el progreso humano
hará que las guerras ya no sean necesarias. Desgraciadamente, hoy por hoy, vemos
que estaba equivocada. Esperemos que el futuro le dé la razón.
En 1890, cuando residía el matrimonio
en Venecia, ella impulsó la “Sociedad de la Paz de Venecia”. Allí conoció al marqués
Benjamino Pandolfi, el cual le presentó a otros representantes de conferencias
interparlamentarias, los cuales formaron luego la Unión Interparlamentaria.
En 1897, se atrevió a entrevistarse
con el famoso emperador austriaco Francisco José, muy conocido por las películas
de Sissi, y presentarle un manifiesto con miles de firmas pidiendo un Tribunal
Internacional de Justicia, pero, como se vio, no le hizo ningún caso.
Sin embargo, tuvo mucho más
éxito, en 1899, al conseguir que se reunieran varias potencias en la Convención
de La Haya, a fin de negociar, a petición del zar Nicolás II de Rusia, diversos
aspectos sobre la guerra y la paz a nivel internacional.
En 1904, aún le quedaban fuerzas
para viajar al Congreso Internacional de la Mujer, celebrado en Berlín, y luego
se pasó nada menos que 7 meses recorriendo los USA, también asistiendo al Congreso
de la Paz, celebrado en Boston. Tampoco se le olvidó realizar una visita al
presidente USA. Por entonces, Theodore Roosevelt.
En 1905, le otorgaron de manera
unánime y de una forma muy merecida el famoso Premio Nobel de la Paz, por sus
grandes esfuerzos para alcanzar una paz mundial. Le fue entregado en 1906 en el
Parlamento de Noruega, en Oslo, entonces llamada Cristianía.
En 1907, cuando ya se oían a lo
lejos los tambores de guerra, aunque sin sospechar que pudieran dar lugar a la
I Guerra Mundial, asistió a la II Conferencia de Paz de La Haya,
donde se actualizaron
las leyes de guerra. Allí, ella se dedicó a asesorar sobre el armamento internacional
y se opuso a todo tipo de guerra.
En 1910, cuando ya tenía una edad
muy avanzada, se dedicó a escribir y, posteriormente, publicar un volumen con
sus Memorias.
En 1911, pasó a formar parte de
la Fundación Carnegie para la Paz, fundada en USA en 1910 y que actualmente funciona
como de esas organizaciones llamadas “Think Tank”.
Aunque parezca un poco fuerte que
lo diga, afortunadamente, murió, a causa del cáncer, poco antes de que se
iniciara la I Guerra Mundial. Lo cual, de haberlo conocido, supongo que le
habría producido un gran disgusto. Como si su labor, a lo largo de toda su
vida, no hubiera servido para nada.
Precisamente, ella tenía previsto
asistir a la III Conferencia para la Paz, que se celebraría en el próximo otoño
en su ciudad, Viena.
En 1917, el famoso escritor austriaco
Stefan Zweig realizó un homenaje póstumo en su honor en el Congreso internacional
femenino para la comprensión entre los pueblos, celebrado en Suiza.
Como ya dije al principio, ya a pesar
de no haber nacido en la actual Austria, sino en la República Checa, muchas
ciudades de Austria y de Alemania han puesto su nombre a calles y colegios. Hasta han bautizado a un asteroide con su nombre.
También, cuando no existía aún
nuestro euro, Austria, emitió, en 1966, un billete con su efigie en el anverso.
Es interesante señalar que, en el
reverso del mencionado billete figuraba el castillo de Leopoldskron, en
Salzburgo. Este edificio es la sede del Seminario Global de Salzburgo, un lugar
donde todos los años se celebran cursos y seminarios para discutir sobre los
problemas actuales del mundo. Para ello, se reúnen en él políticos y
universitarios de todo el mundo.
No obstante, como en Austria,
según parece se ve que su gente sí es profeta en su tierra, pues, en 2005,
volvieron a utilizar su efigie en su sistema monetario.
Esta vez, le tocó el turno a una
moneda de 2 euros, acuñada en 2005, la cual
tiene en su anverso la efigie de
nuestro personaje de hoy y, en su reverso, se conmemora el 50 aniversario del
tratado por el que los aliados le volvieron a dar la independencia a Austria, tras
la II Guerra Mundial. En esa cara, se puede ver grabadas las firmas de los
representantes de los distintos países en ese acto.
Por último, en 2008, su efigie
volvió a aparecer en una moneda conmemorativa, llamada “Europa Taler 2008”, la
cual es enorme, por su tamaño y peso.
En el anverso de la misma figura
el emperador Maximiliano I vestido con armadura y montado a caballo.
En el reverso, se pueden
contemplar figuras europeas importantes, como Lutero, Vivaldi, Watt y von
Suttner.
Para terminar, debo mencionar
que, para ella, el Derecho a la Paz debería de ser reconocido como inalienable por
la legislación internacional. Es algo necesario en la evolución humana. Eso, en
parte, se ha cumplido.
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