Siguiendo con esos casos extraños
de sacerdotes durante la guerra civil, hoy traigo este personaje al blog.
Estamos acostumbrados a oír que,
durante esa contienda, fueron asesinados miles de miembros del clero a manos de
los republicanos. Eso es rotundamente cierto. Pero también lo es que la Iglesia
sólo ha reivindicado, como mártires a sus clérigos asesinados por el bando
republicano, sin embargo, de los asesinados por el bando nacional ni se
mencionan.
Es cierto que, en la zona republicana, hubo una persecución religiosa muy importante,
pero también lo es que, por ejemplo, en el País Vasco, como la II República les
dio, ya en plena guerra civil, un estatuto de autonomía, los vascos lucharon
por ella y se llevaron a sus capellanes al frente. Estos son los que aparecen
en las fotos junto a Julián Besteiro, en la cárcel de Carmona.
También dicen algunos autores que
las tropas requetés que invadieron el País Vasco, tenían órdenes expresas de
sus mandos de matar a todos los clérigos vascos que atraparan y así lo hicieron
en muchos casos.
Bueno, volviendo al tema que
quería tratar hoy, a lo mejor muchos de los que vivimos en Madrid hemos pasado
por la avenida del Padre Huidobro, así que vamos a ver quién fue esta persona. Es
posible que muchos piensen que el caso de este sacerdote no tiene nada que ver
con el de los ejemplos anteriores, pero
yo creo que como todos murieron en idénticas circunstancias, todos deberían de
haber sido reconocidos de igual forma por la Iglesia.
Fernando Huidobro Polanco nació
en Santander en 1903, en el seno de una familia muy conservadora y muy
católica. Debido a la profesión de su padre, ingeniero de Caminos, la familia,
formada por el matrimonio y 9 hermanos, tuvo que sufrir varios traslados.
En 1911 ya se asentaron
definitivamente en Madrid, donde Fernando acabó el Bachillerato. A pesar de que
había decidido ingresar en la Compañía de Jesús, estudió la carrera de Filosofía
y Letras, para no contrariar a su madre.
Aunque ya, desde 1919, pertenecía a los jesuitas, tuvo que acudir al
examen de doctorado vestido de civil, pues, en 1931, corrían malos tiempos para
los clérigos. Uno de los miembros del tribunal examinador era nada menos que
Julián Besteiro, catedrático de la Universidad Central de Madrid y entonces
secretario general del PSOE. Tras contestar en el examen oral sobre las teorías
de Kant, fue calificado como sobresaliente y felicitado por el tribunal.
En 1932, el Gobierno de la II
República, como habían hecho otros anteriormente en España, decretó la
expulsión de los jesuitas. A él le pilló
destinado en el monasterio de Oña (Burgos) y allí se presentó nada menos que el
gobernador civil de la provincia, acompañado por varios miembros de la Guardia
Civil, obligándoles a entrar en un autobús, con el que atravesaron la frontera
francesa.
Su destino fue Bélgica, donde
residió varios años, y Holanda, donde, más adelante, fue nombrado diácono. A
pesar de estar tan lejos de España, se interesa por los asuntos nacionales y
está muy preocupado por la deriva de los acontecimientos en la época
republicana.
El comienzo de la guerra civil le
pilla en un pueblo de Francia y, desde allí, escribe al general de su orden,
pidiendo que le permitan volver a España para ayudar, en lo posible, como
capellán militar.
En agosto le otorgan el permiso y
a finales del mismo mes se halla en Pamplona, desde donde se traslada a
Cáceres, donde radicaba en ese momento el cuartel general de Franco. Ante él se
presenta y es destinado a la IV Bandera de la Legión, que se hallaba por
entonces en Talavera de la Reina (Toledo).
Dicen que, al llegar, no les
produjo buena impresión a los curtidos legionarios, debido a su aspecto muy
juvenil, prácticamente imberbe, con gruesas gafas y pequeña estatura, pero pronto
fue muy querido por todos.
Siempre fue muy elogiado por su
arrojo, especialmente cuando salía de las trincheras, en medio del fuego
cruzado, para atender a un herido o dar la extremaunción a un moribundo.
Era muy popular entre los
soldados, porque, a pesar de tener graduación de oficial, prefería estar entre
ellos y comer el mismo rancho.
Enseguida se habituó a esa vida
de combates y sufrimientos, pues, no olvidemos que los jesuitas son los llamados
“soldados de Cristo”.
Muchos dicen que siempre les
estaba animando, al mismo tiempo que sentía piedad por los que luchaban en el
otro bando, a los que llamaba “sin Dios”.
En muchas ocasiones, animó al
resto de los legionarios alzando su cruz y avanzando el primero hacia las
líneas enemigas. Eso hacía que le siguieran y le admiraran todos. Nunca aceptó llevar
armas.
El 9 de septiembre tuvo su primera
herida de guerra. Estando dentro de un puesto de socorro instalado en la Casa
de Campo, como el tiroteo era incesante, las balas entraron dentro del recinto
e hirieron a los que allí estaban atendiendo a los heridos. El padre fue
alcanzado en una rodilla.
En principio, no aceptó ser
evacuado, por tener que dar asistencia espiritual a los muchos moribundos que
fueron ingresados allí, pero luego fue
trasladado a un centro de Griñón y de
allí a un hospital de Talavera de la Reina.
Después de mucho implorar a los
médicos le dieron el alta en diciembre, aunque quedó cojo. Así y todo, se
reincorporó a su unidad, que ahora luchaba en el Hospital Clínico de Madrid.
Allí le pilló, sin consecuencias
para él, la voladura de los cimientos de este hospital, realizada por los
milicianos.
Después de múltiples combates en
ese frente, el 11/04/1937 el padre resultó muerto en una contraofensiva
republicana.
Hay mucha discusión sobre la
causa de su muerte. La versión oficial ofrecida fue que su cuerpo fue alcanzado
por un proyectil de artillería que explotó en un chalet, utilizado como puesto
de socorro, justo a la entrada de Aravaca, en la famosa Cuesta de las Perdices,
junto a la actual autovía A-6 (Madrid-La Coruña).
Su muerte fue muy sentida entre
todos sus compañeros legionarios y se puede apreciar en las cartas que muchos
de ellos enviaron, por entonces, a sus familias.
Otros dicen que algunos, aunque
elogiaran su valor, no aceptaron nunca sus sermones moralizantes para
apartarles de sus vicios, como el alcohol, el juego, la blasfemia, la
prostitución, etc.
También se menciona que su
actitud contraria hacia el asesinato de los prisioneros republicanos a manos de
los legionarios, no fue bien recibida por muchos. Parece ser que más de una vez
se tuvo que interponer entre unos y otros.
Parece ser que ya en octubre de
1936 se decidió a denunciar por carta estos hechos a las autoridades militares
y al Cuerpo Jurídico Militar.
En algunos de sus párrafos
mencionaba: “el rematar al que arroja armas o se rinde, es siempre un acto
criminal”. O también: “el procedimiento que se sigue está deformando a España y
haciendo que en lugar de ser un pueblo caballerosos y generoso, seamos un pueblo
de verdugos y soplones”. “Nos va dando vergüenza de haber nacido en esta tierra
de crueldad implacable y de odios sin fin”.
No se limitó a escribir al mando
de su División, sino que difundió sus escritos entre la oficialidad y el resto
de los capellanes militares, lo cual, seguro que no les hizo ninguna gracia.
Siguiendo a Paul Preston, en su
libro “El Holocausto español”, nos dice que, más tarde, envió un escrito nada menos que al propio
Franco, donde, entre cosas manifestaba: “Así, se procede a fusilar sobre el
campo de batalla todo prisionero de guerra…”, “… se fusila a los prisioneros
por el mero hecho de ser milicianos, sin oírlos, ni preguntarles nada. Así están cayendo sin duda muchos que
no merecen pena tan grave y que podrían enmendarse y ese es el convencimiento
de los mejores soldados”.
Evidentemente, el capellán
demostró con estos escritos su ingenuidad, pues nunca se le ocurrió que esta
forma de hacer la guerra venía respaldada por las órdenes directas del Alto
Mando. Lógicamente, en el otro bando solían hacer lo mismo.
Fue enterrado en el cementerio de
Boadilla del Monte, asistiendo a su entierro el general de su División, junto a
todo su Estado Mayor, el conde de Argillo (que luego fue consuegro de Franco
por ser padre, entre otros, del marqués
de Villaverde), varios compañeros jesuitas y un grupo de guardias civiles. Es curioso
que no se cite en ese acto ninguna representación de la IV Bandera de la
Legión.
Hoy en día se alza un sencillo
monumento en el lugar donde se cree que murió este sacerdote, pero algunos
dicen que no es el sitio correcto, porque el lugar real se halla dentro de la
actual autovía de La Coruña (A-6).
Lo curioso de este asunto es que
en 1947 la Compañía de Jesús se decidió a pedir la beatificación y canonización
de este personaje. Evidentemente, se daban las mejores circunstancias por las
que este proceso podría avanzar fácilmente y llevar muy pronto a este jesuita a
los altares.
Lo cierto es que, como en el
Vaticano se toman estas cosas con mucha seriedad, durante sus investigaciones
se toparon con algo realmente sorprendente. Estas les llevaron a la conclusión
de que el padre Huidobro no había muerto, como se dijo oficialmente, a causa de
las heridas provocadas por un proyectil de artillería lanzado por el enemigo,
sino por una bala que le impactó en la espalda y procedía, presuntamente y según el recorrido,
de alguien de su
propia unidad. Así que desde Roma se dieron las oportunas instrucciones para
que el proceso se paralizara en seco y ahí sigue.
Evidentemente, no hay que
presumir intencionalidad en disparar contra el capellán, porque, cuando se
forma un tiroteo, aparecen balas por todas partes, pero es muy sospechoso que
quisieran tapar la verdad de su muerte de esa forma tan burda. En la guerra han
ocurrido muchas veces esas muertes accidentales y no hay que rasgarse las
vestiduras por ello.
A primera vista, es un poco raro
que se paralizara este proceso, pero luego, si tenemos en cuenta que estas
canonizaciones de la guerra civil llevaban conjuntamente un componente
pedagógico e ideológico, pues a lo mejor no interesaba a algunos que siguiera
su proceso de canonización, por esos escritos que, seguramente, le levantaron
ampollas a más de uno, y por su discutible muerte, que podría traer algún
disgusto a otros. Así que es posible que, por eso mismo, decidieran dejarlo
como estaba y no tocar más ese asunto.
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En el bando republicano los clerigos fueron asesinados unica y exclusivamente por su fe, es decir, por el solo hecho de ser catolicos. Los asesinados por el bando nacional lo fueron por motivos ajenos a la religion; deberian ser martires de la republica, de la causa comunista, etc pero no de la causa catolica. ¿Capici?
ResponderEliminarPor ese motivo de ser católicos, tendrían que haber asesinado a millones de españoles que lo eran, aunque no fueran clérigos.
ResponderEliminarEvidentemente, los clérigos asesinados por el bando republicano lo fueron por su condición de religiosos.
En cambio, los asesinados por los nacionales lo fueron porque no concebían que unos religiosos estuvieran en el otro bando. Creo que el Vaticano no les dijo nunca nada.
Saludos.
Habria que ver cuantos curas y sacerdotes fueron asesinados por el bando nacional y por que motivos. Volviendo a lo del martirio para ser considerados martires se exigen una serie de condiciones como la de ser asesinados por su fe y la de morir perdonando a sus verdugos. Y, por supuesto, todo debe de estar muy bien documentado sin atisbo de la mas minima duda. El que no haya procesos sobre religiosos republicanos asesinados me induce a pensar que los asesinaron no por su fe sino por su apoyo a la causa republicana. Y entonces podrian ser martires de la republica, del comunismo libertario o del anarcosindicalismo pero no martirees de la iglesia catolica.
ResponderEliminarHay una pelicula de 2011 titulada "Un dios Prohibido" (o desconocido?) que narra la muerte de religiosos en Barbastro. Pelicula con pocos medios y un poco elducorada porque la realidad fué muchisimo mas terrible que lo que se ve en la pantalla. Seria muy interesante saber que paso con los verdugos, si los cogieron y como acabaron.
Un saludo.
Tengo entendido que los vascos apoyaron a última hora a la causa republicana. Quizás la razón fue porque les dio la II República, a última hora, el estatuto de autonomía que llevaban pidiendo durante muchos años.
ResponderEliminarEllos sabían muy bien que el bando nacional nunca se lo daría y por eso la apoyaron. No obstante, tras la toma de Santoña y la entrega de muchos gudaris a los italianos, se rumoreó con que si los otros les aceptaban sus condiciones, se pasarían de bando. Cosa que no ocurrió.
Como los vascos siempre han sido muy católicos y muy conservadores, pues llevaron sus capellanes al frente, al igual que lo hicieron los nacionales.
En la guerra civil se vieron cosas muy raras como esa. Por ejemplo, algunos militares, como Miguel Cabanellas, se sublevaron llevando la bandera republicana. Es más, esa bandera fue oficial en la zona nacional hasta agosto del 36.
Yo creo que los franquistas siempre buscaron la bendición de la Iglesia y el calificativo de Cruzada para la guerra civil y el conocimiento de estos asesinatos les hubiera jorobado la fiesta.
Uno de esos verdugos de curas fue el mismo J L Vilallonga, lo dijo él mismo en sus memorias y en este artículo de 2002:
http://hemeroteca.lavanguardia.com/preview/2002/06/10/pagina-27/33994665/pdf.html?search=gual de torella
Saludos.
No hará falta decir que Franco utilizó continuamente el privilegio que siempre han tenido los reyes de España de presentar ternas de candidatos a obispos al Papa.
ResponderEliminarEvidentemente, los candidatos presentados eran todos del gusto de Franco y no iban a ir levantando la liebre con estas "menudencias".
De hecho, Pablo VI, que siempre se llevó muy mal con Franco no aceptó muchas de esas ternas y así varias diócesis estuvieron durante muchos años sin obispos.
No obstante, para las más importantes, se buscaron la argucia de nombrar obispos auxiliares, que no necesitaban pasar por el requisito de la terna y podrían ser nombrados directamente por el Papa.
Saludos.
La diferencia es que en el bando republicano las autoridades se interpusieron cuando pudieron entre milicianos sedientos de venganza y clérigos o derechistas. Además las violaciones y robos eran producto de grupos de delincuentes descontrolados a los que llegó a castigarse. En el bando fascista todo eso era una estrategia deliberada, incluyendo la permisividad ante casos encerrar a muchachas de izquierdas o apolíticas en una habitación con 40 mercenarios marroquíes para que las violasen hasta la muerte.
ResponderEliminarPero los santos serán los curas a los que unos muertos de hambre mataron por rabia y venganza...
La gran diferencia que siempre hubo entre los dos bandos es que, mientras en el nacional existía un mando centralizado, en el republicano nunca lo hubo. Así, las autoridades republicanas, siempre brillaron por su ausencia y, obviamente, casi nunca se interpusieron delante de los fusiles de los milicianos para evitar que asesinaran a alguien.
EliminarEfectivamente, en el bando nacional, siempre se utilizó la represión, más que otra cosa, porque se veían en desventaja numérica y así conseguían que los milicianos salieran corriendo nada más verlos a lo lejos.
Lo de los 40 marroquíes y las muchachas violadas no sé dónde lo habrá leído. Así que me gustaría que me informara de ello.
Muchas gracias por su comentario y saludos.
El tema del papel de la Iglesia durante la Guerra Civil es mucho más complejo de lo que parece. Lo que sí es cierto es que, desde un principio, la jerarquía de la Iglesia, tomó partido por el bando nacional y hasta bendijo la guerra como "Santa Cruzada", aparte de financiar a ese bando.
EliminarSin embargo, hubo algunos clérigos, que, a título personal, tomaron partido por el bando republicano. Aparte de los que residían en el País Vasco, muchos de los cuales estuvieron junto con las tropas que defendían esa zona de España. Lo que pasa es que, en un momento, los vascos se dieron cuenta de que se habían equivocado de bando e intentaron arreglarlo mediante el Pacto de Santoña, pero ya era demasiado tarde.
Es curioso, pero, en la posguerra, los mismos curas que apoyaron a los nacionales despreciaban a los que habían estado con los republicanos y, supongo que, por eso mismo, nadie se quejó de que fueran encarcelados y en algunos casos fusilados.
Saludos.