viernes, 28 de febrero de 2014

UN HOMBRE FUERA DE LO COMÚN: EL PADRE REVILLA

Hoy en día,  estamos reviviendo en este país aquella tragedia que fue la guerra civil,  entre la gente que ha puesto en vigor eso que llaman la “memoria histórica” y los que se empeñan en canonizar a todos los religiosos que murieron víctima de la persecución religiosa, que se dio en plena guerra, contra los clérigos, me gustaría rememorar la vida de un personaje muy especial. Alguien que se pasó su vida en un ir y venir, de un extremo a otro.
Aunque le llamaban el “padre Revilla” no era ese su verdadero nombre, sino Eloy Gallego Escribano. Es posible que le llamaran así, porque nació en 1880 en un pueblo de Burgos llamado Revilla Vallejera. Una costumbre muy normal entre los militares esa de llamar a la gente por su lugar de nacimiento.
Siguiendo la tradición familiar, pasó por la Academia militar, obteniendo su despacho como oficial en el infausto año de 1898.
Después de pasar por varios destinos, en 1905 estuvo destinado como teniente en Santoña, alcanzando, más tarde el grado de capitán. Parece ser que allí tuvo muchos problemas a causa del encubrimiento de una falta cometida por un soldado, por lo cual fue denunciado y castigado.
Parece ser que la cosa fue a más, porque reclamó ya que le parecía que habían cometido una injusticia
con él. Así que  luego  fue encarcelado  en una prisión militar y, posteriormente, destinado forzoso a una guarnición de Canarias, cuando a esas islas no iban todavía los turistas. Era un típico lugar para exiliados, como pudieron comprobar algunos de nuestros intelectuales más famosos durante la Dictadura de primo de Rivera. En él tuvo un efecto diferente, pues decidió abandonar el Ejército.
Con el paso del tiempo, le sobrevino la vocación religiosa, que le hizo ingresar en la orden de los Capuchinos, en la cual sería ordenado sacerdote en 1917. Parece ser que allí fue donde cambió su apellido por el de Revilla.
En 1919 aprobó las oposiciones para el cuerpo de capellanes militares y volvió a estar dentro del  Ejército.
En 1921, al conocerse las noticias del Desastre de Anual, solicita ser destinado a África, como capellán de la Legión. A pesar de las pegas que le pusieron sus superiores, consiguió lo que quería y se fue a Marruecos.

Empezó a hacerse muy popular entre las tropas y la prensa, porque, para empezar,  se ofreció como voluntario para enterrar los miles de cadáveres españoles, que habían dejado insepultos los moros, durante 2 meses. Ya sabemos que los moros acostumbraban a no enterrar los cuerpos de sus enemigos, porque decían que eran impuros y los dejaban al sol, soportando el ataque
de las rapaces de todo tipo.
En noviembre de 1921 realizó la acción heroica por la que ha sido más recordado. Sucedió que, en un tiroteo,  vio a uno de los legionarios herido y tendido en el suelo. Sin pensárselo y bajo el fuego enemigo, fue a por él y cargándolo a hombros, lo devolvió a sus líneas.
Eso mismo hizo con otro de los soldados, el cual estaba ya herido de muerte y, aunque consiguió llevarlo hasta sus líneas, llegó muerto.
Antes de alcanzar sus líneas, el fraile recibió dos disparos, uno en la zona lumbar y el otro en un brazo, teniendo que ser atendido por los sanitarios en el parapeto español.
El comandante de estas tropas, con un  nombre muy conocido por todos, Francisco Franco, contempló desde la trinchera esta hazaña y no dudó en proponer a este capellán militar para la concesión de una preciada Cruz Laureada de San Fernando.
No hará falta decir que, como entre el clero lo veían como a un excéntrico y el Ejército no quería problemas con los que vestían el hábito, no se la dieron.
Como una de sus grandes preocupaciones fue siempre la liberación de los prisioneros españoles en manos del enemigo, más adelante, no se le ocurrió otra cosa que viajar por el interior de Marruecos para
intentar conseguir su libertad.
Después de múltiples penalidades, consiguió llegar al cuartel general de Abd-el-Krim, en Axdir. Allí se hizo pasar por un representante del gobierno español y pidió que los soldados fueran liberados. Simplemente, le contestaron que tendrían que pagar 4.000.000 Ptas.
Al volver a la zona española, se encontró con que las autoridades no estaban interesadas en pagar ninguna cantidad por la redención de los cautivos. Así que, cuando los soltaron, muchos de ellos ya habían perecido a causa del duro cautiverio.
Parece ser que criticó mucho al Gobierno y al rey por sus responsabilidades en el famoso Desastre de Anual y por la nula intención de rescatar a los prisioneros.
 A causa de sus reiteradas críticas al Gobierno y al Ejército, ya empezó a ser molesto para alguna gente que sentía que podía perder su estatus social. Así que, como notó que podría peligrar su vida, dejó el Ejército y se fue a vivir a Portugal.
A finales de 1932, su amigo el periodista José Rico de Estasén le hizo una larga entrevista, que fue publicando por entregas.  En ella se puede apreciar que no le tenía mucho cariño a la Monarquía y, sin embargo, simpatizaba con la recién llegada II República.
El nefasto 18/07/1936 le pilla en su pueblo cuidando a su anciana madre. Como no se le ocurre otra cosa que denunciar los asesinatos de los falangistas, es detenido y llevado a la cárcel de Burgos.
En septiembre de ese año fue fusil
ado con otros 58 presos más en un pueblo cercano y enterrado en una fosa común, donde fue hallado su cadáver hace pocos años e identificado, porque aún tenía en la mano la cruz que llevó al frente, cuando fue capellán de la Legión.
El caso de este pobre hombre es muy curioso, porque no tiene quien defienda su memoria. Por una parte, las autoridades eclesiásticas no quieren saber nada de él, porque se metió con el bando vencedor y ellos sólo reivindican a los que murieron a manos de los republicanos, por su condición de sacerdotes. En su mismo pueblo se dio el caso de otro sacerdote que fue asesinado por los republicanos y hoy en día la Iglesia lo ha ascendido a los altares.
Por otra parte, aunque fue dos veces miembro del Ejército español, tampoco quieren saber nada de él, porque criticó su proceder en la Guerra de África y luego en la Guerra Civil y, por ello, fue asesinado por los nacionales.
Tampoco los defensores de la famosa Memoria histórica le mencionan en ningún momento, pues ellos se dedican en exclusividad a los muertos de ideología de izquierdas y este no es el caso. Un cadáver que ha aparecido en una fosa con una cruz en la mano no les vale para sus propósitos.

En fin, una historia triste, como otras muchas que ocurrieron durante la guerra civil.

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sábado, 22 de febrero de 2014

EL JUICIO A LAS AUTORIDADES JAPONESAS TRAS LA II GUERRA MUNDIAL

En una reunión, a primeros de septiembre de 1941, antes del ataque japonés a Pearl Harbour, el Gobierno nipón decidió entrar en guerra con USA, antes que aceptar sus avasalladoras condiciones. Por lo menos, tendrían la oportunidad de defenderse. No obstante, no descartaban la opción de la negociación para solucionar esa situación.
La negociaciones no pudieron arreglar esa situación. Al contrario, cada vez fue la cosa peor. Eso produjo la dimisión del primer ministro, el príncipe Konoye, y su sustitución por el general Tojo. Así el Gobierno se tornó con un tinte más militarista.
A pesar de la gran victoria en Pearl Harbour, continuada con los avances en Filipinas, Malasia e Indonesia, la guerra no transcurrió como estaba previsto y no fueron capaces de doblegar a los USA y el resto de los occidentales. Ni siquiera consiguieron expulsarlos de Asia, que es lo que realmente se pretendía.
Al final de la guerra, los aliados consideraron que los políticos y militares japoneses habían sido los culpables de esa guerra y los llevaron a un tribunal especial. Se formó en 1946 y se llamó Tribunal Penal Militar Internacional para el Lejano Oriente. Lo formaron representantes de diversas naciones, como China, USA, Reino Unido, Francia, URSS, Canadá, Holanda, Filipinas, Australia, etc.
Su presidente fue el juez australiano sir William Flood Webb y el fiscal general fue el USA Joseph Keenan.
Fueron detenidos sin problemas todos los inculpados, aunque varios de ellos se habían suicidado previamente. Algunos ya habían sido juzgados anteriormente, porque habían caído prisioneros en manos de los aliados.
A finales de abril, lograron sentar en el banquillo a 28 inculpados, con el general Tojo, como miembro más conocido del Gobierno japonés, el cual fue ministro de la Guerra y luego primer ministro.
Algunos aliados, como los rusos , británicos, australianos y chinos, habían pedido también la imputación al emperador Hiro Hito, pero Mac Arthur no lo permitió, para evitar desórdenes en el país. Esa decisión fue muy bien vista en Japón.
La situación del país era muy dura. Habían sufrido 3 millones de muertos en la guerra y todavía tenían varios millones de soldados prisioneros en los campos de concentración de varios países. Aparte de eso, había 11 millones de parados, que se dice pronto, y una economía y una industria absolutamente arruinada por los bombardeos de la guerra.
Tras de ello, siguió una depuración a todos los niveles de la Administración, acusándoles de ser cómplices de esa política belicista. En un primer momento, se llegó a una cifra modesta, unos 15.000 depurados, pero tras atender las exigencias de Stalin, se llegó a expulsar de la Administración a más de 200.000.
La política de los aliados se cree que fue respetuosa con la población civil y así, los japoneses, se decidieron a retornar a sus labores habituales con un gobierno que presumía de ser democrático.
Volviendo al Tribunal militar, se utilizaron contra ellos las mismas acusaciones que contra los acusados nazis en Alemania, o sea, crímenes contra la paz, contra la guerra, contra la Humanidad y conspiración.
Tanto acusadores como los 104 abogados defensores que participaron en este Tribunal, tuvieron mayores problemas que los habidos en Alemania. Era difícil condenar al jefe del arma aérea japonesa, cuando todos los días transitaban por las calles de Tokio, que habían sido concienzudamente bombardeadas por los aliados. Por no hablar del lanzamiento de las dos bombas atómicas.
La oficialidad nipona había desenterrado el viejo código del bushido de los samuráis y había tratado con la misma crueldad a sus soldados que a los prisioneros que cayeron en sus manos. Los japoneses consideraban que no podían rendirse, porque perderían su honor y sería preferible la muerte. Por ello, la vida de sus prisioneros no era importante, pues se habían rendido ante ellos.
Durante el proceso se llegaron a conocer los entresijos de las negociaciones entre USA y Japón, celebradas antes de la guerra. Por eso, hoy en día, muchos historiadores piensan que el presidente Roosevelt le apretó tanto las tuercas a Japón que, casi les obligó a entrar en guerra.
Antes de la II Guerra Mundial, Japón, se quiso hacer un lugar entre las naciones colonialistas de la época y, así, invadió diversas zonas de Asia, como China e Indochina. Luego, se buscó unos amigos poderosos y firmó en 1940 un pacto llamado del Eje con Alemania e Italia.
Antes de la entrada de USA en la II GM,  comenzó una política hostil hacia Japón a base de la cancelación de exportaciones de materias primas, petróleo, chatarra, herramientas, etc. También puso pegas a las importaciones llegadas de Japón y embargó los bienes japoneses en USA.
Algunos autores dicen que este conflicto económico entre USA y Japón comenzó ya en 1938, cuando los USA se reunieron con los británicos para planificarlo y quitarse de encima a un competidor en esa zona.
Japón se encontró en un  callejón sin salida, pues al embargo del petróleo le siguió el del caucho y el de las herramientas. Eso haría que su Ejército se quedara en muy breve plazo sin combustible. Así que había que agilizar las negociaciones o decidirse por unos planes de guerra.
Así, el 6 de septiembre, como ya dije en un principio, la decisión tomada por el Gobierno japonés fue exigir por vía diplomática, durante un breve periodo, la cancelación de todas estas medidas o declarar la guerra inmediatamente a USA, Reino Unido y Holanda, las potencias más importantes de esa zona.
Tras el plazo dado por el Gobierno, su primer ministro insistió en ampliarlo y seguir con las conversaciones diplomáticas, pero los militares le obligaron a dimitir en octubre. No obstante, Tojo, les dio un nuevo plazo a los diplomáticos hasta el 30 de noviembre de ese año.
El ministro de Exteriores japonés envió una propuesta al Gobierno USA, donde se ofrecía el abandono de los territorios que Japón había invadido en Indochina a cambio del final del embargo.

Por supuesto, el Gobierno USA, no lo aceptó y pidió muchas cosas, que, evidentemente, sabía que Japón nunca podría aceptar.
En los archivos USA, existe un telegrama enviado por el secretario de Marina, Frank Knox, donde advierte a los jefes de sus unidades de que tomen las medidas oportunas ante un posible ataque de Japón, pues las conversaciones diplomáticas han fracasado.
Según parece, el 29 de noviembre, el emperador reunió a los miembros del Gobierno y a sus asesores y decidieron que la única manera posible de solucionar esta situación era declarar la guerra. El emperador no se opuso a esa decisión. Así, la flota combinada japonesa recibió la orden de atacar, conforme a los planes del Estado Mayor.
Así, el presidente USA, que se había acostado el día antes convencido de la inminencia de un ataque japonés, acogió con satisfacción contenida que se hubieran decidido a atacar la base de Pearl Harbour e, inmediatamente, pidió al Parlamento la declaración de guerra contra Japón.
Argumentamos todo esto, porque, como la opinión pública USA clamó venganza desde que empezó la guerra, no se pueden admitir estas rebuscadas sentencias desde otra óptica que desde la más estricta venganza contra los perdedores. También se proclamó en las 
 conferencias de Teherán, Yalta y Postdam, que los aliados, una vez acabada la guerra castigarían a los presuntos culpables de la misma. En el otro bando, claro.
Los abogados defensores, que eran de USA,  sólo tuvieron 2 semanas para preparar la defensa, argumentaron una y otra vez  que Japón no tuvo otra opción que decidirse por la guerra.
Las dudas sobre la culpabilidad de los reos se evidenciaron en los largos interrogatorios y la duración del juicio. Los jueces sólo pudieran dictar sentencia ya a finales de 1948. Entre tanto, 3 de los 28 encausados había muerto.
Se pronunciaron 7 condenas a muerte, 16 a cadena perpetua y 2 a diversas condenas de prisión. Ninguno de ellos fue absuelto. No se oyó ni un grito, ni un lamento y todos escucharon el fallo judicial con el autocontrol reconocido en los asiáticos. Los condenados a muerte fueron ahorcados un mes después.
En plena guerra de Corea, el discutido general Mac Arthur, decía comprender las razones por las que los japoneses se decidieron por la guerra, pues, a causa de los embargos, les habían bloqueado el acceso de sus industrias a las materias primas y eso les condenaría a un gran retraso económico. Por supuesto, por entonces, ya eran sus aliados.
A partir de los años 50, se indultó a alguno de los encarcelados e, incluso, llegaron a ocupar puestos en los nuevos gobiernos democráticos de Japón.
Lo más curioso de todo este asunto es que nadie quiso saber nada sobre los brutales experimentos del Ejército japonés, realizados durante la II Guerra Mundial e, incluso, anteriormente, durante la invasión de China, con armamento químico y bacteriológico. Sus responsables no fueron jamás condenados por ello. Parece ser que los USA esgrimieron la excusa de que protegiéndolos  podrían aprovechar sus secretos para la guerra fría que acababa de empezar.
Se sabe que algunos de estos científicos fueron interrogados durante mucho tiempo y negociaron así su indulto y el de sus subordinados.
Las nuevas autoridades borraron su historial por completo e, incluso, en algunos casos les declararon oficialmente muertos y les organizaron un entierro falso.
Alguno de ellos, tras haber estado bastante tiempo en USA, al volver a Japón, fue recibido con los máximos honores.



viernes, 21 de febrero de 2014

UN ESPAÑOL AL QUE EUROPA LE DEBE MUCHO: EL MARQUÉS DE VILLALOBAR

Hace pocos años, concretamente en 2009, un coleccionista turco, al pasear por un mercado de objetos de segunda mano, en Ankara (Turquía) se encontró, de pronto, en uno de los puestos, una caja a la venta llena de papeles antiguos. Su fino olfato hizo que se parara ante este envase y, tras echar una ojeada dentro de ella, se decidió por comprarla y llevársela a su casa, para revisarla.
Parece ser que no tuvo entonces el tiempo suficiente de revisarla a fondo y la dejó en un trastero.
Unos años después la encontró allí y tuvo tiempo de revisar su contenido. Se quedó de piedra cuando encontró papeles correspondientes a la correspondencia del marqués de Villalobar e, incluso, documentos firmados por el mismo Alfonso XIII.
También hay cartas de una gran cantidad de personas, entre ellas de un tal Herbert Hoover, antes de que fuera presidente de USA, durante el cataclismo bursátil de 1929.
Había más de 4.000 documentos, incluso algunos con el estampillado de “secreto”. Incluso, ejemplares de algunas viejas revistas, como “La libre Belgique”.
Rodrigo de Saavedra y Vinent, II marqués de Villalobar, nació en Madrid, en 1864. Uno de sus abuelos fue el famoso escritor español, conocido en el Romanticismo como el duque de Rivas.
Como siempre fue muy aficionado a las relaciones internacionales, ganó su título en 1887 y ya en 1891 trabajó como agregado a la legación de España en USA. También estuvo en la Feria Colombina de Chicago, en 1893.
En 1900 lo encontramos en la Exposición Universal de París representando los intereses de España y al año siguiente es nombrado secretario de la embajada española en París.
En 1904 pasa a Londres, con el mismo cargo, y luego es ascendido. Allí estuvo hasta 1909.
Tras un corto período como ministro plenipotenciario en Washington, en 1910 es trasladado, con el mismo cargo, a nuestra embajada en Lisboa. Está allí presente durante la revolución que derrocó al monarca portugués.
En 1913 se va, como enviado extraordinario y ministro plenipotenciario, a la embajada en Bélgica. Este traslado es fundamental en su carrera, pues allí es donde realizó un gran papel, por el que hoy en día sigue siendo muy reconocido en ese país.
Es importante, antes de nada, indicar que su labor fue mucho más meritoria por su condición de minusválido, sobre todo, en una época donde no gozaban de tantos avances como ahora.
Siempre tuvo muchas deformidades físicas y, precisamente, en Bélgica, cuando era joven, le construyeron una especie de armazón, con piernas y brazos articulados, para que se pudiera mover libremente.
Se cuenta que el baile de presentación en sociedad de una de las hijas de María Cristina de Habsburgo, también la madre de Alfonso XIII, en mitad de éste se oyó un golpe. Todo el mundo se paró, incluso los músicos. Las miradas convergieron en la figura del marqués, que había caído al suelo y no podía levantarse.
Cuando intentaron ayudarle, dijo simplemente: “tranquilos todos, no me toquen, avisen, por favor,  a mi criado, que sabe cómo se monta todo otra vez”. Este criado es el que se encargaba de ponerle la armadura por la mañana y quitársela cuando se iba a la cama.
Cuando estuvo destinado en Londres participó en las conversaciones con la Casa real británica para realizar la boda entre Alfonso XIII y Victoria Eugenia. Allí también consiguió buenos contactos, como su amistad con el rey Eduardo VIII y otros miembros de la nobleza de ese país.
Durante su estancia en USA trató a menudo con el presidente Taft y con los miembros de su gobierno, a pesar de que las relaciones entre los dos países no eran muy buenas, pues no hacía muchos años que habíamos tenido que cederles las últimas colonias.
En Lisboa no tuvo una actuación muy destacada, pues el Gobierno español había optado por apoyar al monarca portugués, Manuel II, que luego fue depuesto. Además, intentó crear un estado de opinión propicio para una fusión entre los dos países. Algo que no les gustó mucho a nuestros vecinos. No hay que olvidar que en aquella época estaba de moda el Iberismo, que propugnaba la unión entre los dos países.
En 1914, en plena I Guerra Mundial, con la invasión de Bélgica por parte de Alemania, la mayoría de las embajadas se cierran y se van con el Gobierno belga camino del exilio francés. Sólo se quedan los embajadores de España, USA y Holanda. Estos defendieron los intereses de los ciudadanos del resto de los países. También le tocó hacerlo, en 1917, con los intereses de USA, por entrar este país también en la guerra.
Estableció muy buenas relaciones con las autoridades militares alemanas de ocupación y eso evitó que bombardearan Bruselas y Amberes.
También defendió a muchos civiles ante el Gobierno alemán. Algunos tan conocidos como Henri Pirenne.
Al mismo tiempo, actuó coordinadamente con la oficina de auxilio a los cautivos, creada por el mismo Alfonso XIII en España. Su agenda de contactos fue muy valiosa para conseguir este objetivo.
En el caso de Edith Cavell, una enfermera británica acusada de haber ayudado a escapar a los prisioneros que estaban b ajo su custodia, no tuvo mucho éxito.
Se dice que en la noche del 12 al 13 de agosto de 1915 estuvo moviendo cientos de hilos para intentar aplazar su ejecución, incluso a nivel de contactar con el mismo Káiser. Es más, se comenta que, ya a la desesperada,  llegó a coger por la pechera a todo un general alemán y zarandearle para que le hiciera caso, pero no consiguió que la perdonaran.
Sin embargo, tuvo un éxito rotundo cuando luchó para que no pasara hambre la población belga a causa de la I Guerra Mundial. Los británicos habían creado un bloqueo marítimo y los alemanes se empeñaron en alimentar a la población con los productos del país. Todo ello hacía que los alimentos fueran claramente insuficientes para 7 millones de personas, pues Bélgica solía importar buena parte de los alimentos que consumían.
Así que se dedicó a conseguir financiación para traer productos de USA. Luego convenció a los británicos y a los alemanes para no obstaculizaran el paso de esa mercancía.
También hubo de convencerles para que sus tropas no se quedaran con esos alimentos.
Parece ser que uno de sus ayudantes en este empeño fue Herbert Hoover, futuro presidente USA en la época de la caída de la Bolsa, en 1929.
Ambos consiguieron inmiscuir en este proyecto a varios importantes empresarios belgas, los cuales financiaron y distribuyeron estos productos por todo el país.
En las últimas semanas de guerra llegó a coordinar tanto la representación diplomática de varios países como la retirada alemana y el avance de las tropas aliadas. Así, luego, le invitaron a un montón de actos donde se  conmemoraría la victoria y el final de la guerra.
En todo momento tuvo muy buenas relaciones con todos los bandos enfrentados y muchos personajes de la época le recuerdan en sus memorias. Incluso, en la posguerra, cedió una finca de su propiedad al Ayuntamiento de Bruselas para que crear allí un parque.
Poseía diversas condecoraciones de varios países, aparte de ser gentilhombre de cámara de Alfonso XIII.
En 1926, a causa de su frágil salud, murió en Bruselas a consecuencia de una peritonitis. En agradecimiento, el gobierno belga le dedicó todo un funeral de Estado, reservado a las grandes autoridades. Posteriormente, su cuerpo fue trasladado a Madrid.
Hay varios bustos con su efigie dedicados a su memoria y es curioso que haya varias calles en Bélgica con su nombre, pero ninguna en Madrid. Hasta le pusieron, los belgas, su nombre a una orquídea.

Como siempre, es muy triste que una persona que defendió tan eficazmente los intereses de España en el exterior, sea muy conocida en otros países y aquí, simplemente, haya sido siempre ignorada.

martes, 18 de febrero de 2014

LA CRISIS DE 1958 EN FRANCIA

Es curiosa la forma en que los franceses manejan la información y lo bien que nos venden su país, como si fuera, literalmente, el paraíso. Eso ya lo comprobaron los exiliados en carne propia, cuando tuvieron que salir pitando de aquí al final de la guerra civil.
Por otra parte, siempre nos han echado en cara a los españoles que hayamos vivido tanto tiempo soportando una dictadura. Con esta entrada, simplemente, me gustaría demostrar que allí tuvieron una situación política parecida, pero siempre la han llamado de otra forma.
Al llegar a las elecciones de 1956, la situación era complicada, pues, aunque la economía del país iba creciendo, la política no acababa de remontar tras la II Guerra Mundial y, además, en 1954, habían sufrido un gran varapalo al ser derrotados en la famosa guerra de Indochina.
Esta derrota no sólo afectó a Francia, sino también a USA, que le apoyó descaradamente en la guerra. Casi todo el material militar utilizado allí por los franceses les había sido cedido por los USA. Es posible que lo hicieran con objeto de  no tener que mandar sus tropas para defender ante los comunistas el reparto del mundo que hicieron los dirigentes aliados en la reunión de Yalta.
Sólo hay que ver que, tras la retirada francesa, los USA ocuparon inmediatamente su lugar, lo cual dio lugar a la impopular guerra de Vietnam.
Bien, siguiendo con el panorama de 1956, En Francia, los electores no sabían muy bien a quién votar y consideraban demasiado tradicionales a los partidos mayoritarios por lo que no les parecían adecuados para sacarles de ese atolladero.
Aparte de eso, en Argelia había surgido otro movimiento de independencia muy fuerte. Eso era muy preocupante, pues Francia había pensado en mejorar su situación económica a base de explotar aún más a las colonias y no podía permitir ahora que se le rebelaran. De hecho, España no puso ningún reparo a Marruecos para conseguir su independencia, al contrario de lo que hizo Francia.
Como los militares franceses, esos que piensan, más o menos, que son discípulos de Marte,  tuvieron  que soportar esa inexplicable derrota en el territorio asiático, ahora estaban echando el resto en Argelia.
Habían conseguido del Gobierno que les enviara nada menos que unos 400.000 soldados a ese territorio africano, para pacificarlo. Algo un poco extraño para una guerra no declarada. Esta vez sabían que nadie les iba a admitir un fallo.
La situación empeoró tras la publicación de un
libro llamado “La question”, escrito por Henry Alleg, el cual nos va contando en sus páginas cómo fue detenido y torturado salvajemente en Argelia por el Ejército francés. Algo impensable con un ciudadano francés.
Esta obra creó un escándalo sin precedentes en Francia y, como al Gobierno no se le ocurrió otra tontería que prohibir su publicación, pues la cosa se puso peor.
Además, a causa de un error de la aviación francesa, bombardearon un pueblo en Túnez, matando a bastante gente.
Estos acontecimientos hacen que el Gobierno dimita y el presidente de la República, René Coty, busque tenazmente a un sustituto para el cargo de Presidente del Gobierno.
Tras muchas gestiones, consigue que acepte el cargo Pierre Pflimlin, un político muy mal visto por el Ejército a causa de sus ideas pacifistas.
Ahora los militares, conscientes de su fuerza, se erigen, como siempre, en salvadores de la Patria, y nada menos que se atreven a exigirle al presidente Coty que cese a Pflimlin y ponga en su lugar al general De Gaulle.
Las amenazas son muy serias, pues se descubren unos planes para tomar París con  blindados y ocupar las principales ciudades con lanzamiento de paracaidistas.
De Gaulle, en cambio, toma la postura que más le interesa, la cual consiste en no pronunciarse sobre el tema y dejar que el tiempo corra a su favor. Les dice en privado a sus seguidores: “no hay que tomar el poder, basta con recogerlo”.
En Argel, que es donde hay más tropas francesas, se van fraguando planes para conquistar el poder.
No pueden admitir que, tras la publicación del citado libro, se haya nombrado una comisión para vigilarles de cerca.
El nombramiento de Pflimlin se hace efectivo en mayo del 58 y la noticia cae como una bomba en Argel. Allí, un nutrido grupo de colonos toma el palacio del gobernador y el Ejército se suma a la protesta, formando un comité de salvación pública, bajo las órdenes del general Massu.
El 15 de mayo, De Gaulle, ya toma una postura públicamente y se ofrece como candidato a la presidencia. Critica la pasividad del Gobierno y el sistema partidista. Así que pide plenos poderes para acabar con el caos y reformar la política del país.
Como Montesquieu, dice que hay 3 poderes, pero los enumera de una forma diferente. Dice que él tiene el poder moral, el Gobierno tiene el poder legal en París, pero el poder real en ese momento está nada menos que en Argel.
Algunos políticos, como el joven Mitterrand, dicen que el general intenta chantajear a Francia, amenazándola con un posible golpe de estado o, incluso, una guerra civil.
A finales de mayo, a Pflimlin no le queda otra que dimitir y dejar paso a De Gaulle, el cual, antes de aceptarlo, reclama el visto bueno de los sublevados en Argel.
Además, consciente de su fuerza, le exige al presidente Coty plenos poderes durante 6 meses y unos poderes constituyentes para cambiar la constitución  de la IV República. Algo parecido a los dictadores de la antigua Roma.
Así, al presidente Coty y a la Asamblea Nacional no les quedó otra que plegarse a las exigencias del general y a primeros de junio le concedieron esos poderes.
Incluso, según parece, el mismo Coty amenazó con dimitir si la Asamblea no aprobaba el nombramiento de De Gaulle. No obstante, a final de año dimitió el mismo Coty y le sucedió De Gaulle, como nuevo presidente de la República.
En 1959 acabaron la redacción de la nueva constitución de la V República, la cual fue aprobada en un referéndum.
No hará falta indicar que la nueva constitución aumentó los poderes del presidente de la V República, pasando a un primer plano de la política, no como sucede en otros países como Italia o Alemania.
Más tarde, como De Gaulle, que había estado alejado de la política desde 1947, se empeñó en cerrar el conflicto de Argelia a base de reunirse con los bandos implicados en el mismo. Eso no gustó nada ni a los colonos ni al Ejército francés.
Por ello, en 1961, pretendieron dar otro golpe de Estado, pero como esta vez había un militar a la cabeza de la República, el golpe fue derrotado y los golpistas, encarcelados o exiliados.
El gran problema es que las conversaciones de paz demostraron que las comunidades de colonos franceses y los argelinos eran totalmente incompatibles. Así que Francia tuvo que tomar medidas urgentes para evacuar a esa enorme cantidad de gente al territorio europeo, para prevenir posibles masacres.
Aunque fue siempre muy criticado por haber abandonado Argelia, con el tiempo se demostró que fue la mejor solución para ambas naciones, porque Francia ya no era la potencia militar que fue en el pasado.
De Gaulle siempre tuvo una idea de Francia como algo que venía de la Antigüedad y que había que proteger por encima de todo, incluidos los partidos. Consideraba que sólo él tenía la potestad suficiente para hacerlo, pues la había salvado en 1940.

El Gobierno formado por el general en 1958 era de una dudosa legalidad, pero consiguió aunar los esfuerzos de varias fuerzas políticas. También incorporó a su Gabinete a varios tecnócratas, como el futuro presidente Pompidou, que fue su mano derecha y, más tarde, su sucesor.

viernes, 14 de febrero de 2014

CLARA CAMPOAMOR, LA HISTORIA DE UNA LUCHADORA

Hoy confieso que tenía dudas sobre el tema que debía escoger para hacer una entrada en el blog. Todas ellas se me han disipado cuando he entrado en el buscador y he visto que tenían la imagen del día dedicada a este personaje.
La verdad es que llevaba mucho tiempo con ganas de publicar algo acerca de ella, pero, por diversas razones, no me había decidido a hacerlo.
Para mí, Clara Campoamor es un buen ejemplo de una persona modesta, que lucha contra el destino que le ha reservado la vida y se supera continuamente, a pesar de los obstáculos que siempre le pusieron en su camino.
Nació en el barrio de Malasaña en Madrid, en 1888, en el seno de una familia muy modesta, donde, aparentemente, no le esperaría un buen futuro. Además, su padre murió cuando ella sólo tenía 10 años.
Como, en principio, no pudo acceder a una buena formación, realizó muchos trabajos desde los 13 años  hasta que aprobó una oposición para el Cuerpo de Correos, siendo destinada a Zaragoza y luego a San Sebastián.
Ya en aquella época, ganó por oposición una plaza para profesora de Taquigrafía en una escuela para adultos y también entró a trabajar como secretaria en la redacción del  periódico La Tribuna, algo que le permitió conocer a gente de todo tipo, lo que le fue muy importante en su vida. También tradujo algunos libros franceses.
Le animaron a retomar sus estudios y, en muy pocos años, consiguió acabar la Secundaria, en el Instituto Cisneros,  y la carrera de Derecho, poniéndose inmediatamente, en 1925, a ejercer la abogacía, un trabajo donde escaseaban las mujeres. Fue la primera abogada que intervino ante el Supremo.
No olvidemos que hasta 1910, las mujeres no habían tenido libre acceso a la Universidad y debían de pedir permiso a los rectores y éstos debían tener el beneplácito del ministro, para poder estudiar en ella. Esta norma aperturista se la debemos a los ministros Julio Burell y al conde de Romanones.
Se dice que, incluso, para ir dando ejemplo, crearon ex profeso una cátedra para la novelista Emilia Pardo Bazán.
Estuvo muy cercana en sus ideas al PSOE, pero luego se desvinculó de este partido por su colaboración con la Dictadura de Primo de Rivera.
En esa época ingresa en el Ateneo de Madrid y comienza a dar conferencias sobre la libertad y la igualdad entre hombres y mujeres y sobre temas políticos. Además ingresó en 1922 en la Sociedad Española del Abolicionismo, que luchaba contra la prostitución femenina. Allí pronunció muchos discursos, junto a Elisa Soriano y María Martínez Sierra.
En 1928 organizó, junto a otras compañeras de diferentes países, la Federación Internacional de Mujeres de Carreras Jurídicas, con sede en París.
También trabajó junto a Victoria Kent y Matilde Huici en el Tribunal de Menores. Además, en 1930, fundó la Liga Femenina Española por la Paz.
Aparte de ello, también trabajó un tiempo en la delegación española ante la Sociedad de Naciones, en Ginebra.
Es muy posible que hiciera muy buenas amistades en el Ateneo, porque, más adelante, coincidió en una Junta de Gobierno de esa entidad con
Gregorio Marañón, como presidente, Gustavo Pittaluga, como vicepresidente primero, Jiménez de Asúa, como vicepresidente segundo, Manuel Azaña, como depositario… y ella como secretaria tercera.
Como la Dictadura quería manejar a la intelectualidad, cesó a la directiva del Ateneo de Madrid y quiso poner en su lugar a unas personas que les fueran fieles. A Clara la nombraron pro su condición de funcionaria pública, pero como ella rehusó ese cargo, la obligaron a pedir la excedencia de su puesto como funcionaria y le pusieron 100 funcionarios por delante de ella en el escalafón. Parece ser que Victoria Kent, que también había sido tentada por la Dictadura, aceptó ese puesto en el Ateneo.
En aquella época, colaboró en el diario La Libertad, donde tenía una sección llamada “Mujeres de hoy”, donde defendía una mayor proyección de las mujeres en la sociedad.

Igual que se opuso a la Dictadura, hizo lo mismo con la Monarquía y rechazó, en 1927, un premio de la Academia de Jurisprudencia, por llevar aparejada la concesión de la Gran Cruz de Alfonso XIII.
En 1928 ya participó en un Congreso sobre protección de la infancia y ese mismo año fue elegida académica en la Real Academia de Jurisprudencia y además delegada en el Tribunal de Menores.
En 1929 ya tomó contacto con la política, ingresando en Acción Republicana, partido liderado por Azaña.
Al año siguiente, ya como una reputada abogada, fue ponente en el Congreso de la Sección española de la Unión Internacional de Abogados.
Uno de sus éxitos forenses fue la defensa de su hermano Ignacio, junto a otros implicados, en la revuelta que dio lugar a la Sublevación de Jaca. Para varios de sus defendidos se había pedido la pena de muerte, pero ella consiguió que los jueces no dictaran esa sentencia.
En 1930 es admitida en el consejo nacional de Fuerza republicana, una especie de coalición republicana liderada por Azaña.
En 1931, con la llegada de la II República, fue elegida diputada por Madrid por el Partido Radical. Es curioso, porque la votaron los hombres, ya que las mujeres aún no podían votar en España.
Hay que aclarar que su partido, Acción Republicana, no la quiso como candidata y tuvo que abandonarlo para entrar en el Partido Radical, de Alejandro Lerroux. Parece ser que ahí fue cuando ingresó en la Masonería, pues la mayoría de los afiliados a ese partido ya lo eran.
Junto con otros 20 diputados más formó parte de la Comisión Constitucional, encargada de realizar el proyecto de la nueva Constitución republicana.
Fue la primera diputada que habló en unas Cortes y allí defendió de forma vehemente una serie de temas como la legalización del divorcio,  la no discriminación por motivos de sexo, la igualdad legal entre los hijos nacidos dentro y fuera de los matrimonios, etc.
El discutido tema del voto para la mujer tuvo que ser debatido ampliamente por la Cámara. No era la primera vez que este tema se discutía en la Cámara, pues ya, en 1908, el diputado conde de Casa Valencia ya lo defendió argumentando que “las mujeres de España pueden ser reinas, pero no electoras”.
Esto originó un gran debate en las Cortes republicanas, pues los partidos de izquierdas se oponían al voto femenino, argumentando que las mujeres estaban muy influidas
por los consejos de sus párrocos y votarían lo que les dijeran ellos. Aparte de que calificaban a las mujeres como simples histéricas. Así que en el PSOE le opusieron nada menos que a Victoria Kent. Este es un caso muy llamativo de disciplina de partido, pues Victoria también era una ardiente defensora de los derechos de la mujer, pero se plegó a las órdenes de su partido.
Al final, Clara se salió con la suya y el
proyecto de voto femenino se aprobó con el apoyo de los partidos de la derecha y un sector del PSOE. Por cierto, Indalecio Prieto fue el perdedor y eso, como veremos más adelante, no se lo perdonó nunca.
Incluso, a final de 1931, intentaron incluir una enmienda para atenuar el voto femenino, pero no lo consiguieron por un margen muy exiguo.
En 1933 no salió de nuevo diputada y al año siguiente se salió del Partido Radical, porque, según ella,  se estaba derechizando mucho, por su peligroso acercamiento a la CEDA.
En ese año pretendió afiliarse a Izquierda Republicana y, aunque contó con el apoyo de Santiago Casares Quiroga,  que, según parece, era colega suyo en la Masonería, no fue admitida, porque muchos la consideraron culpable por haber perdido las elecciones a causa del voto femenino. De eso ella ya dio cuenta en su libro “Mi pecado mortal. El voto femenino y yo”.
Nada más empezar la Guerra Civil, tomó el camino del exilio, viviendo en París y luego en Buenos Aires.
Curiosamente, según dijo, zarpó de España en un barco alemán hacia Italia, para alcanzar la frontera suiza. Parece ser que Falange hizo gestiones para que la retuvieran en Génova, pero luego le dejaron continuar hasta Lausana.
Como no le fue muy bien, intentó volver a España, pero se encontró con que estaba procesada por haber pertenecido a al Masonería. Algunos autores dicen que volvió a finales de 1947, pero se exilió de nuevo en 1948, antes de que la encarcelaran.
También se dice que le ofrecieron delatar a sus antiguos camaradas masones para no tener que afrontar una condena de 12 años de cárcel. Evidentemente, se opuso a ello y no volvió.
En los años 50 consiguió un trabajo en un bufete de abogados en Suiza y allí trabajó hasta que se quedó ciega. Allí murió en 1972, a consecuencia de un cáncer,  y hasta unos años después, no pudo ser trasladado su cadáver para ser enterrado en España.
El PSOE, quizás, para lavar su conciencia, creó el Premio Clara Campoamor. Una postura curiosa en un partido que siempre le negó la entrada.
Posteriormente, se le han rendido muchos homenajes. Incluso, se ha acuñado una moneda con su efigie y se le ha dado su nombre a un barco del servicio de salvamento marítimo.
Siempre se consideró simplemente una republicana que estaba muy alejada tanto del fascismo como del comunismo.
Durante la Guerra Civil no quiso optar por ninguno de los dos bandos, pues consideraba que había radicales y liberales en los dos.
Fue muy crítica con la información que censuró el Gobierno sobre la revolución de Asturias, de 1934. Incluso, le pidió directamente a Lerroux la presidencia de una fundación dedicada a mantener a los niños que se habían quedado sin padre durante esa revolución.
Clara siempre fue una especie de “verso suelto”, porque nunca les rió las gracias ni a la derecha ni a la izquierda. Sólo aspiró a ser una republicana liberal.
La derecha nunca le perdonó haber sido republicana y masona, aparte de haber luchado a favor de legalizar el divorcio. De hecho, participó, como abogada, en algunos divorcios de gente muy conocida.
La izquierda, esa que la reivindica ahora tanto, no le perdonó haber perdido las elecciones en 1933, ni haber condenado las brutalidades cometidas por los milicianos, con la complicidad del Gobierno republicano.
Por mi parte, no estoy de acuerdo con la excusa de que la izquierda perdió las elecciones de 1933 a causa del voto femenino, porque las mismas mujeres les votaron en 1936 y ganó el Frente Popular.
No fue nunca muy popular en el terreno político, pero tuvo la inteligencia de apoyarse en cada momento en un bando para poder conseguir lo que quería.
Yo creo que esta mujer debería de tener, como mínimo, una calle dedicada a ella en cada ciudad española. Es lo mínimo que deberían de solicitar las mujeres, en prueba de gratitud a quien les dio la posibilidad de participar en la política del país. 


domingo, 9 de febrero de 2014

UN ARTILLERO EXTRAORDINARIO: JOAQUÍN PÉREZ SALAS

Parece que, últimamente, me ha dado por hablar de los artilleros, pero es una mera casualidad, no es otra cosa. A lo mejor, hablo otro día de las varias disoluciones que tuvo que enfrentar ese arma. Seguro que os gustará, porque es algo muy interesante.
Hoy voy a hablar de un hombre muy íntegro llamado Joaquín Pérez Salas. Ya veréis luego porque lo califico de ese modo.
Nació en Sevilla en 1886, dentro de una familia con mucha tradición militar. De hecho, los cinco hermanos se dedicaron al Ejército.
En 1905 ingresó en la academia de Artillería, aunque me parece un poco tarde para lo que se estilaba en esa época. Allí estuvo hasta 1910, cuando empezó su vida como artillero en diferentes destinos, como Valladolid, Valencia, Melilla o Larache. Olvidaba mencionar que fue el número 1 de su promoción, algo muy importante entre los militares.
Estuvo trabajando también en una comisión conjunta entre militares e industriales civiles para la modernización del armamento, pues, no olvidemos que el oficial de Artillería salía de la academia coin un título equivalente a ingeniero industrial y a Pérez Salas se le consideró uno de lso mejores artilleros de su época.
Tras haberse opuesto, como muchos de sus compañeros, a las intenciones de la Dictadura de Primo de Rivera, en relación con el arma de Artillería, fue expulsado del Ejército en 1929, tras la sublevación encabezada por el político Sánchez Guerra.
En 1930 fue readmitido, gracias a una amnistía realizada durante la famosa “Dictablanda” del general Berenguer.
Me llama la atención, que, en su consejo de guerra, por haberse rebelado contra la Dictadura, fuera defendido por el famoso abogado militar Pardo Reina, uno de los que, posteriormente, fundó  la derechista UME. Parece ser que invitó a Pérez Salas a afiliarse, pero se negó.
Al año siguiente, llegó la II República y él le juró lealtad al nuevo régimen, por lo que siguió dedicado a la vida castrense. Se comenta que el Gobierno, debido a su lealtad, le ofreció el cargo de Gobernador civil de Valencia, algo que él no aceptó.
Con la llegada de la Guerra Civil, ocurrió en su familia lo que en otras muchas. De los 5 hermanos militares, cuatro se decidieron por las filas republicanas y un quinto se pasó a las nacionales, donde hizo muy buena carrera, llegando a jubilarse como teniente general.
A finales de agosto, Joaquín, del 36 fue destinado a una variopinta unidad que iba a realizar una ofensiva sobre Córdoba, planeada por el famoso general Miaja, para reducir la presión nacional sobre Madrid. Concretamente, estuvo al mando de la columna Espejo-Castro del Río.
Estuvo muy cerca de tomar Córdoba, pero como el resto de las tropas no lo había conseguido, le dieron la orden de replegarse, aunque se quedaron unos días por la zona.
Por cierto, en ese frente estuvo un tiempo bajo el mando de Hernández Saravia, a quien dediqué hace poco otra entrada en mi blog.
Existe una anécdota, cuando su unidad estuvo situada en el pueblo de Bujalance, que me ha gustado y paso a comentar.
Resulta que este militar sólo se consideraba un profesional leal a su Gobierno, sin pretender entrar en actividades políticas. No obstante, siempre fue muy humano y le indignaban muchas cosas que se cometieron durante la guerra. Una de ellas eran los famosos “paseos”, donde se asesinaba impunemente a la gente que, presuntamente, pertenecían al bando contrario.
En esta ocasión, llegó hasta él una mujer llorando e implorando que hiciera algo, aunque no sabía ni quién era este militar. Parece ser que habían encerrado a su marido y era muy posible que lo fusilaran esa misma noche, sin previo juicio, por supuesto.
Él la escuchó con mucho interés y al terminar le dijo que se tranquilizara y que se fuera a su casa para reunirse con su marido. Según decía la mujer, lo habían encarcelado por el mero hecho de votar a la CEDA, pero no había hecho nunca nada malo. Más o menos, como millares de personas que fueron asesinadas por los dos bandos durante la guerra.
Lo cierto es que nuestro personaje se dirigió al ayuntamiento y allí habló con el alcalde. Este era una persona muy radical. Seguramente sería de la CNT, que fue la que se enseñoreó del pueblo y hasta emitió papel moneda.
Bien, lo cierto es que tuvieron una agria discusión, donde el alcalde se puso a gritar diciendo que a todos los fascistas encerrados los iban a fusilar en los próximos días, mientras que nuestro personaje en su tono habitual, hablando tranquilamente, le exigió
que, si no habían sido juzgados y condenados, les pusiera en libertad inmediatamente.
Al final, el militar se salió con la suya y puso a disposición de la mujer y su marido un coche del ejército para que los llevara hasta Jaén, donde pidieron irse, pues allí vivían unos familiares y se encontrarían más seguros.
El matrimonio se fue pensando que habían hablado con un militar nacional infiltrado dentro del bando republicano, pues no era esa la actitud habitual de los republicanos.
Durante la guerra, se posicionó en contra de todos estos asesinatos y eso le valió que no fuera muy popular entre los colegas de su bando. También prohibió toda propaganda política entre sus tropas y eso no gustó nada a los comunistas, que pidieron más de una vez que fuera cesado.
También se citan en el haber de nuestro personaje la defensa de la zona de Pozoblanco, en marzo de 1937, contra las fuerzas de Queipo de Llano, que, incluso, llegaron a reconquistar algunos pueblos para la República. Esa fue una operación militar alabada por ambos bandos.
Precisamente, sus adversarios consiguieron por fin que fuera cesado, pues se negó a obedecer las órdenes del Alto Mando, que le indicaban que evacuara Pozoblanco, lo cual, a su juicio,  bajaría la moral de sus tropas, pues les había costado mucho mantener esa posición durante tanto tiempo.
Además, se dice que en el bando nacional se le tenía miedo, pues se conocía su habilidad para colocar las piezas artilleras, a fin de que todos los disparos alcanzaran los objetivos previstos.
Esta operación le valió la Placa Laureada de Madrid, la mayor recompensa republicana en ese momento y el odio mortal de Queipo de Llano, aunque alababa sus condiciones militares.
A lo mejor, por las rivalidades entre los militares, es posible que no le gustara que un artillero le ganara una batalla a uno de caballería. Bueno, pensándolo bien, Napoleón también fue artillero y no se le dio nunca mal eso de ganar batallas a los demás.
En mayo de 1938 fue ascendido a coronel y en agosto se le dio el mando del VIII cuerpo de Ejército, una unidad con un nombre muy ampuloso, pero poco efectiva. Por eso, no pudo lograr sus objetivos, aunque defendió a capa y espada la zona de Almadén, para que no cayera en manos nacionales, cosa que logró.
Hay que decir que, cuando le notificaron su ascenso a coronel, él se negó a aceptarlo y fue a ver al subsecretario del ministerio para que, en lugar de su ascenso, le fuera dada la Placa Laureada de Madrid a su unidad, en premio por haber resistido en Pozoblanco. Esta vez no lo consiguió.
En una visita a Azaña, por el que sentía gran admiración, le explicó que, según su punto de vista, para intentar ganar la guerra, había que eliminar los comisarios políticos, que infunden desconfianza entre las tropas y los mandos. También había que poner a mandos profesionales al frente de las unidades. Aparte de reducir éstas, para necesitar menos mandos y poder rellenar las plantillas al completo, cosa que nunca se había conseguido. Lo cierto es que, a esas alturas de la guerra, Azaña había perdido prácticamente todo su poder y era sólo un elemento decorativo en manos de políticos mucho más radicales que él.
Parece ser que algunos mandos republicanos estaban tan hartos de la actividades de los comisarios políticos que enviaron un escrito al Gobierno, con el apoyo de la FAI, para que cesaran al general Rojo de su puesto de jefe del estado Mayor Central y pusieran en su lugar a Pérez Salas, pero no tuvieron éxito.
Al final de la guerra, en marzo de 1939, fue destinado al mando de la Base Naval de Cartagena. Es extraño que un militar del Ejército de Tierra se hiciera cargo de una base de la Armada, pero es que pocos meses antes había tenido lugar en esa ciudad una sublevación militar contra la II República y, posiblemente, no dispondrían en el Gobierno de marinos de absoluta confianza.
Supongo que a él le vino bien este nombramiento, pues había sido condenado a un brutal ostracismo, por oponerse a la politización del Ejército. Una de sus frases preferidas era: “ganaremos la guerra a pesar de los comisarios”.

También se comenta que nunca quiso llevar las insignias del Ejército republicano, por considerar que su bando era el legal y era el otro el que había de cambiarlas.
Siguiendo su línea habitual, pacificó Cartagena y no tomó represalias contra los militares que se habían sublevado anteriormente, aunque tuvo que enfrentarse con los mandos de la brigada comunista que había enviado Negrín para sofocar esta rebelión.
A finales de mes, zarparon de esa base varios barcos llenos de gente con afinidad republicana, previendo la represión posterior de las tropas franquistas. A Joaquín le invitaron muchas veces a irse con ellos,  pero él insistió en quedarse en su puesto. Parece ser que le indicaron que custodiara una serie de obras de arte, que habían sido evacuadas del Museo del Prado y que se habían depositado en los polvorines que había en la ciudad. No hará falta decir que los equipos de expertos enviados desde Madrid a primeros de abril, encontraron estas obras en perfecto estado dentro de esos polvorines, como el de Algameca.
Efectivamente, nada más llegar las tropas franquistas fue encarcelado y acusado de un presunto delito de “rebelión militar”, porque no lo podían acusar de nada más. No hay que olvidar que, al comenzar la guerra, los nacionales se proclamaron como el único ejército legal y condenarían a todo el que se les opusiera. Así que esa argucia legal les valió luego para asesinar a mucha gente, durante la guerra y en la época posterior.
Así que fue encarcelado por los mismos quintacolumnistas que él había liberado al llegar a Cartagena. Primero estuvo recluido en el castillo de San Julián, en Cartagena,  y luego en el cuartel de Jaime I,  en Murcia.
Como fue siempre tan íntegro con sus ideales, rechazó cientos de avales enviados por personas de ideología derechista a quien había protegido. También las proposiciones de conmutación de pena y hasta las gestiones de su hermano Julio, que militaba en el bando nacional.
Un nefasto 4 de agosto de 1939 se cumplió la sentencia de muerte, pronunciada por un consejo de guerra, y, tras haberse descalzado previamente, fue fusilado pisando la tierra española que siempre defendió con todas sus fuerzas. Murió siendo católico, como había vivido siempre, aunque sin practicar una religiosidad exagerada.
Parece ser que se esgrimieron argumentos en su contra, como haber estado implicado en la rebelión contra Primo de Rivera en 1929, la sublevación de Jaca, en 1930, y su buena amistad con Azaña.
No obstante, muchos militares profesionales, como Queipo de Llano,  lamentaron que hubiera seguido fiel a la República, pues siempre fue un militar muy apreciado en el Ejército.

TODAS LAS IMÁGENES PROCEDEN DE WWW.GOOGLE.ES


sábado, 8 de febrero de 2014

UN EXTRAÑO MILITAR REPUBLICANO: JUAN HERNÁNDEZ SARAVIA

Cuando nos explican la Guerra Civil española, normalmente, por aquello de simplificar las cosas, se dice que uno de los bandos era de derecha y muy católico, más que religioso, porque los protestantes nunca estuvieron bien vistos entre los nacionales.
El otro bando era el republicano, también llamado popularmente el de los rojos, por lo menos así les llamaban los habitantes de la zona nacional.
En este último bando, se suponía que la mayoría eran gentes de izquierdas, unos más radicales que otros y, desde luego, poco amantes de la Iglesia católica.
Eso es lo habitual que se enseña cuando uno se aproxima al estudio de la Guerra Civil. A un nivel básico, claro está.
Lo cierto, es que, si profundizamos un poco en el tema, vemos enseg
uida que no todo fue blanco o negro, sino, como en todas las épocas, hubo una gran gama de grises.
Efectivamente, en la zona republicana, se persiguió con mucha saña a la Iglesia católica, incluso en algunos sitios con tanta tradición católica como la provincia de Ávila.
No obstante, en el País Vasco, ocurrió lo contrario, pues como la II República otorgó a esta comunidad el régimen de autonomía,  que ansiaba desde hacía muchos años, lucharon bajo esa bandera. Sin embargo, no perdieron sus tradiciones y sus sacerdotes les acompañaron al frente. Se sabe que muchos de ellos fueron luego asesinados por las tropas franquistas. ¡¡Quién lo iba a pensar de gente que presumía de ser tan católica!!
Todo este rollo introductorio viene a cuento por el personaje que he traído esta vez al blog. Se trata de un militar profesional llamado Juan Hernández Saravia.
Como dice su biografía, nació en Ledesma (Salamanca), en 1880, o sea, que ya andaba por la cincuentena al comenzar la Guerra Civil.
Perteneció, como algunos de sus familiares, al arma de Artillería, y estuvo en contra de la Dictadura de Primo de Rivera, como muchos de sus colegas. No olvidemos que el Dictador fue el protagonista de una de las disoluciones de ese arma.
Esa oposición a la Dictadura y a las medidas que habían tomado contra los artilleros, le valió una condena de 2 años de cárcel y la suspensión de su cargo en el Ejército. Esas medidas  hicieron que muchos
de sus compañeros bascularan hacia la república.
En 1927 abandonó el Ejército, porque le estaban haciendo la vida imposible. Eso hizo que tuviera ya las manos libres para participar en todas las conspiraciones que tuvieran como fin acabar con la Monarquía. De hecho, fue detenido en 1930, aunque fue liberado poco después.
Aunque nunca fue un africanista, estuvo destinado una temporada en Ceuta y Melilla, tras el desastre del famoso Barranco del Lobo, en 1909.
Tuvo que volver a África en 1921, tras otro desastre: el de Annual, donde perdieron la vida incontables soldados españoles. También se sabe que en esa campaña colaboró con las tropas mandadas por un joven general llamado Franco.
Parece ser que conoció a Azaña en Valladolid, en 1925, durante una ocasión en que éste tuvo que formar parte de un tribunal de oposiciones. Por entonces, el futuro presidente de la II República era un jefe de negociado en el Ministerio de Justicia, en Madri
d. Sarabia estaba destinado en una unidad radicada en Medina del Campo y ya participaba en muchas reuniones clandestinas para impulsar la caída de la monarquía y la llegada de la república.
Al llegar el nuevo régimen, como tenía mucha amistad con Azaña, lo nombró jefe de su Gabinete militar, pues éste, en su primera época, compaginó la presidencia del Consejo de Ministros con el Ministerio de la Guerra. De he
cho, vivía en el propio ministerio.
Durante su estancia en ese puesto ocurrieron los famosos sucesos de Casas Viejas. A él le dolió personalmente, pues el jefe de las tropas atacantes, el capitán Rojas, detenido por el asesinato de varios campesinos, era el hermano de su esposa. Por ello, le presentó su dimisión a Azaña, pero no se la quiso aceptar.
En 1933, con la victoria electoral de la derecha y ya con el grado de teniente coronel, se retiró del Ejército y se afilió a la UMRA (Unión militar republicana antifascista). Un organismo creado para parar, en lo posible, la influencia de la derechista UME, en las Fuerzas Armadas.
En 1936, al ganar el Frente Popular, se reincorporó al servicio activo, ocupando la secretaría militar de Azaña, que luego fue, como todos sabemos, presidente de la II República.
Parece ser que en este tiempo actuó como enlace entre el Gobierno y los afiliados a la UMRA destinados en los diferentes cuarteles de España. Así, pudo hacer llegar los mensajes de éstos al Gobierno.
Al llegar el golpe de Estado, los hombres de la UMRA tomaron posiciones en los cuarteles generales y consiguieron que éste no triunfara.
Posteriormente, fue nombrado ministro de la Guerra, pero, a pesar de que inició la formación de un nuevo ejército, no pudo poner un poco de orden en los frentes y dejó el cargo un mes después a Largo Caballero.
Nada más empezar la guerra, una de sus mayores preocupaciones era que una de sus hijas había ido a pasar el verano a casa de una amiga suya a Cádiz, cuyo padre  era el gobernador civil y
allí había quedado atrapada sin poder volver a casa. Gracias a una gestión personal de Azaña, se realizó un canje y la niña pudo volver con su familia en 1937.
A pesar de su edad, fue destinado al Ejército del Sur, en su condición de artillero y, más tarde, jefe del caótico Ejército de Levante.
En este puesto tuvo un gran éxito al conseguir tomar la ciudad de Teruel, la única capital de provincia que perdieron los nacionales en la guerra. Eso le valió el ascenso a general. No nos debería de extrañar que no hubiera llegado antes al generalato, pues los artilleros se comprometen a rechazar todo ascenso que no sea por antigüedad, algo que no ocurre en las otras armas. No sé si en Ingenieros también lo hacían así.
No hará falta decir que eso le sentó muy mal a Franco y a su Estado Mayor, así que puso “toda la carne en el asador” (a pesar del frío reinante en esa zona) para reconquistar la ciudad dos meses después.
A mediados de 1938 fue nombrado comandante en jefe de los ejércitos de la región oriental, incluida toda Cataluña.
Como criticó duramente la labor de suministro de armamento del Estado Mayor, fue apartado del servicio por derrotismo y volvió a trabajar a las órdenes directas de Azaña.
Tras la caída de Cataluña, se fue con Azaña a Francia y ya no volvió más por aquí, muriendo en México en 1962.
Antes de eso, y a pesar de que no pudo salir de Francia durante la II Guerra Mundial, pudo contactar al final de la misma con los exiliados españoles en México.  Así, en 1945, fue nombrado ministro de Defensa en el Gobierno de la II República en el exilio, presidido por Giral. Luego continuó en ese cargo, a partir de 1947, en el Gobierno de Álvaro de Albornoz.  
En 1950, ya con nada menos que 70 años, se atrevió a viajar solo a México, para reunirse con el resto del Gobierno y los demás exiliados.
Hasta ahora, no parece nada extraño. Me he limitado a hablar de la carrera de un militar español que no quiso sublevarse contra la II República y permaneció fiel al Gobierno.
Lo curioso del asunto viene ahora. Como he dicho anteriormente, este hombre nació en la provincia de Salamanca, o sea, Castilla y León, una zona de rancia fe católica.
Como estudió con los jesuitas en Valladolid, se impregnó de ese estilo de vida y, a pesar de ser militar y un ferviente republicano, ingresó en la Orden seglar de los terciarios carmelitas, al igual que su esposa. Para él nunca fue una contradicción ser republicano y religioso a la vez. Lo que me llama mucho la atención es que se llevara tan bien con Azaña que era un anticlerical declarado.
De todas formas, siempre me pareció un poco extraño el proceder de  la familia de este hombre, pues, aunque eran todos fervientes católicos, no les importó comprar un buen “lote” de tierras procedente de la desamortización.
En 1960 fue nombrado vicepresidente del Consejo de Defensa de la II República española y a los dos años murió y fue enterrado en México con su hábito de la orden carmelita y envuelto en la bandera republicana.