sábado, 22 de febrero de 2014

EL JUICIO A LAS AUTORIDADES JAPONESAS TRAS LA II GUERRA MUNDIAL

En una reunión, a primeros de septiembre de 1941, antes del ataque japonés a Pearl Harbour, el Gobierno nipón decidió entrar en guerra con USA, antes que aceptar sus avasalladoras condiciones. Por lo menos, tendrían la oportunidad de defenderse. No obstante, no descartaban la opción de la negociación para solucionar esa situación.
La negociaciones no pudieron arreglar esa situación. Al contrario, cada vez fue la cosa peor. Eso produjo la dimisión del primer ministro, el príncipe Konoye, y su sustitución por el general Tojo. Así el Gobierno se tornó con un tinte más militarista.
A pesar de la gran victoria en Pearl Harbour, continuada con los avances en Filipinas, Malasia e Indonesia, la guerra no transcurrió como estaba previsto y no fueron capaces de doblegar a los USA y el resto de los occidentales. Ni siquiera consiguieron expulsarlos de Asia, que es lo que realmente se pretendía.
Al final de la guerra, los aliados consideraron que los políticos y militares japoneses habían sido los culpables de esa guerra y los llevaron a un tribunal especial. Se formó en 1946 y se llamó Tribunal Penal Militar Internacional para el Lejano Oriente. Lo formaron representantes de diversas naciones, como China, USA, Reino Unido, Francia, URSS, Canadá, Holanda, Filipinas, Australia, etc.
Su presidente fue el juez australiano sir William Flood Webb y el fiscal general fue el USA Joseph Keenan.
Fueron detenidos sin problemas todos los inculpados, aunque varios de ellos se habían suicidado previamente. Algunos ya habían sido juzgados anteriormente, porque habían caído prisioneros en manos de los aliados.
A finales de abril, lograron sentar en el banquillo a 28 inculpados, con el general Tojo, como miembro más conocido del Gobierno japonés, el cual fue ministro de la Guerra y luego primer ministro.
Algunos aliados, como los rusos , británicos, australianos y chinos, habían pedido también la imputación al emperador Hiro Hito, pero Mac Arthur no lo permitió, para evitar desórdenes en el país. Esa decisión fue muy bien vista en Japón.
La situación del país era muy dura. Habían sufrido 3 millones de muertos en la guerra y todavía tenían varios millones de soldados prisioneros en los campos de concentración de varios países. Aparte de eso, había 11 millones de parados, que se dice pronto, y una economía y una industria absolutamente arruinada por los bombardeos de la guerra.
Tras de ello, siguió una depuración a todos los niveles de la Administración, acusándoles de ser cómplices de esa política belicista. En un primer momento, se llegó a una cifra modesta, unos 15.000 depurados, pero tras atender las exigencias de Stalin, se llegó a expulsar de la Administración a más de 200.000.
La política de los aliados se cree que fue respetuosa con la población civil y así, los japoneses, se decidieron a retornar a sus labores habituales con un gobierno que presumía de ser democrático.
Volviendo al Tribunal militar, se utilizaron contra ellos las mismas acusaciones que contra los acusados nazis en Alemania, o sea, crímenes contra la paz, contra la guerra, contra la Humanidad y conspiración.
Tanto acusadores como los 104 abogados defensores que participaron en este Tribunal, tuvieron mayores problemas que los habidos en Alemania. Era difícil condenar al jefe del arma aérea japonesa, cuando todos los días transitaban por las calles de Tokio, que habían sido concienzudamente bombardeadas por los aliados. Por no hablar del lanzamiento de las dos bombas atómicas.
La oficialidad nipona había desenterrado el viejo código del bushido de los samuráis y había tratado con la misma crueldad a sus soldados que a los prisioneros que cayeron en sus manos. Los japoneses consideraban que no podían rendirse, porque perderían su honor y sería preferible la muerte. Por ello, la vida de sus prisioneros no era importante, pues se habían rendido ante ellos.
Durante el proceso se llegaron a conocer los entresijos de las negociaciones entre USA y Japón, celebradas antes de la guerra. Por eso, hoy en día, muchos historiadores piensan que el presidente Roosevelt le apretó tanto las tuercas a Japón que, casi les obligó a entrar en guerra.
Antes de la II Guerra Mundial, Japón, se quiso hacer un lugar entre las naciones colonialistas de la época y, así, invadió diversas zonas de Asia, como China e Indochina. Luego, se buscó unos amigos poderosos y firmó en 1940 un pacto llamado del Eje con Alemania e Italia.
Antes de la entrada de USA en la II GM,  comenzó una política hostil hacia Japón a base de la cancelación de exportaciones de materias primas, petróleo, chatarra, herramientas, etc. También puso pegas a las importaciones llegadas de Japón y embargó los bienes japoneses en USA.
Algunos autores dicen que este conflicto económico entre USA y Japón comenzó ya en 1938, cuando los USA se reunieron con los británicos para planificarlo y quitarse de encima a un competidor en esa zona.
Japón se encontró en un  callejón sin salida, pues al embargo del petróleo le siguió el del caucho y el de las herramientas. Eso haría que su Ejército se quedara en muy breve plazo sin combustible. Así que había que agilizar las negociaciones o decidirse por unos planes de guerra.
Así, el 6 de septiembre, como ya dije en un principio, la decisión tomada por el Gobierno japonés fue exigir por vía diplomática, durante un breve periodo, la cancelación de todas estas medidas o declarar la guerra inmediatamente a USA, Reino Unido y Holanda, las potencias más importantes de esa zona.
Tras el plazo dado por el Gobierno, su primer ministro insistió en ampliarlo y seguir con las conversaciones diplomáticas, pero los militares le obligaron a dimitir en octubre. No obstante, Tojo, les dio un nuevo plazo a los diplomáticos hasta el 30 de noviembre de ese año.
El ministro de Exteriores japonés envió una propuesta al Gobierno USA, donde se ofrecía el abandono de los territorios que Japón había invadido en Indochina a cambio del final del embargo.

Por supuesto, el Gobierno USA, no lo aceptó y pidió muchas cosas, que, evidentemente, sabía que Japón nunca podría aceptar.
En los archivos USA, existe un telegrama enviado por el secretario de Marina, Frank Knox, donde advierte a los jefes de sus unidades de que tomen las medidas oportunas ante un posible ataque de Japón, pues las conversaciones diplomáticas han fracasado.
Según parece, el 29 de noviembre, el emperador reunió a los miembros del Gobierno y a sus asesores y decidieron que la única manera posible de solucionar esta situación era declarar la guerra. El emperador no se opuso a esa decisión. Así, la flota combinada japonesa recibió la orden de atacar, conforme a los planes del Estado Mayor.
Así, el presidente USA, que se había acostado el día antes convencido de la inminencia de un ataque japonés, acogió con satisfacción contenida que se hubieran decidido a atacar la base de Pearl Harbour e, inmediatamente, pidió al Parlamento la declaración de guerra contra Japón.
Argumentamos todo esto, porque, como la opinión pública USA clamó venganza desde que empezó la guerra, no se pueden admitir estas rebuscadas sentencias desde otra óptica que desde la más estricta venganza contra los perdedores. También se proclamó en las 
 conferencias de Teherán, Yalta y Postdam, que los aliados, una vez acabada la guerra castigarían a los presuntos culpables de la misma. En el otro bando, claro.
Los abogados defensores, que eran de USA,  sólo tuvieron 2 semanas para preparar la defensa, argumentaron una y otra vez  que Japón no tuvo otra opción que decidirse por la guerra.
Las dudas sobre la culpabilidad de los reos se evidenciaron en los largos interrogatorios y la duración del juicio. Los jueces sólo pudieran dictar sentencia ya a finales de 1948. Entre tanto, 3 de los 28 encausados había muerto.
Se pronunciaron 7 condenas a muerte, 16 a cadena perpetua y 2 a diversas condenas de prisión. Ninguno de ellos fue absuelto. No se oyó ni un grito, ni un lamento y todos escucharon el fallo judicial con el autocontrol reconocido en los asiáticos. Los condenados a muerte fueron ahorcados un mes después.
En plena guerra de Corea, el discutido general Mac Arthur, decía comprender las razones por las que los japoneses se decidieron por la guerra, pues, a causa de los embargos, les habían bloqueado el acceso de sus industrias a las materias primas y eso les condenaría a un gran retraso económico. Por supuesto, por entonces, ya eran sus aliados.
A partir de los años 50, se indultó a alguno de los encarcelados e, incluso, llegaron a ocupar puestos en los nuevos gobiernos democráticos de Japón.
Lo más curioso de todo este asunto es que nadie quiso saber nada sobre los brutales experimentos del Ejército japonés, realizados durante la II Guerra Mundial e, incluso, anteriormente, durante la invasión de China, con armamento químico y bacteriológico. Sus responsables no fueron jamás condenados por ello. Parece ser que los USA esgrimieron la excusa de que protegiéndolos  podrían aprovechar sus secretos para la guerra fría que acababa de empezar.
Se sabe que algunos de estos científicos fueron interrogados durante mucho tiempo y negociaron así su indulto y el de sus subordinados.
Las nuevas autoridades borraron su historial por completo e, incluso, en algunos casos les declararon oficialmente muertos y les organizaron un entierro falso.
Alguno de ellos, tras haber estado bastante tiempo en USA, al volver a Japón, fue recibido con los máximos honores.



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