Confieso que hoy no sabía sobre
qué tema escribir, pero he encontrado por ahí una historia que me ha parecido
simpática y es la que me he decidido a narrar.
Éste era un café bastante lujoso,
que se hallaba en la esquina de la calle de Alcalá con la de Virgen de los
peligros y donde mucha gente solía celebrar sus tertulias vespertinas. Entre los
tertulianos más famosos estaban Azorín, Pío Baroja o Manuel Machado.
Evidentemente, nada que ver con
la cafetería de una cadena USA, que, actualmente, ocupa el mismo local
comercial. Uno de esos establecimientos sin una personalidad propia, que hacen
que todas las ciudades parezcan ya iguales, porque casi todos los comercios son
franquicias.
Supongo que tendría hambre y
empezó a hacer saltos y volteretas para que le dieran algo de comer.
Por lo visto, llamó la atención
de uno de los comensales, un hombre de unos 50 años, el cual le dio un pedazo
de carne asada y el animal se puso muy contento.
El que le dio ese regalo fue Gonzalo de Saavedra y Cueto, marqués de Bogaraya, que solía comer en ese establecimiento. Supongo que a casi nadie le sonará ese nombre, aunque en su época fue un personaje muy conocido. Sin embargo, les podrá sonar más el nombre de su padre, Ángel de Saavedra, III duque de Rivas. El autor de aquel drama romántico titulado “Don Álvaro o la fuerza del sino”, estrenado, con mucho éxito, en 1835, el cual es mencionado en todos los manuales de Literatura española.
El marqués de Bogaraya era un hombre polifacético. En su juventud fue oficial de Caballería, pero renunció a la carrera militar tras el destronamiento de Isabel II.
Después se dedicó a la cría, a la
doma de caballos y a la enseñanza de la hípica.
También se dedicó a otras
aficiones, como la música clásica. Parece ser que fue un buen flautista.
Presidió la Sociedad Filarmónica y hasta consiguió que el famoso Camille
Saint-Saëns diera unos cuantos conciertos en España.
Al comienzo del reinado de
Alfonso XII empezó a interesarse por la política, afiliándose al Partido
Conservador. Fue diputado a Cortes, concejal y hasta alcalde de Madrid.
Posteriormente, fue gobernador civil y presidente de la Diputación Provincial
de Madrid.
Por lo visto, a todo el mundo le
pareció un perro muy simpático, así que éste siguió yendo, en días sucesivos, a
ese café y todos le daban algo de comer. De hecho, los clientes hasta discutían
entre ellos, para conseguir que se sentara en su mesa.
Incluso, algunos días, probó
suerte en el Café Suizo, que también se hallaba en la calle de Alcalá, pero en
la acera de enfrente. Evidentemente, entonces no había el tráfico, que hay
ahora y no era tan peligroso cruzar esa calle.
Parece ser que entre sus
proveedoras habituales también se hallaban las obreras de la fábrica de tabacos
de Embajadores, que siempre solían tener alguna golosina para él.
Por lo visto, era un animal muy sociable. Así que mucha gente solía llevarle al hipódromo, que entonces se hallaba donde ahora están los Nuevos Ministerios. También hubo quien lo llevó, en varias ocasiones, al teatro.
Sin embargo, parece ser que su
espectáculo preferido eran las corridas de toros. La plaza de toros de Madrid
estaba donde ahora se halla el Palacio de los Deportes, en la avenida de Felipe
II. Allí tenía su asiento reservado en el tendido 9. Incluso, solía acompañar a
los toreros, cuando se dirigían, montados en un carruaje, hacia la plaza de
toros.
Entre un toro y otro, le gusta
saltar al ruedo y hacer varios saltos y cabriolas, que gustaban mucho al
público, salvo a los puristas. Ya sabemos que los que se las dan de entendidos
de los toros suelen ser gente muy conservadora y no les gustan ningún tipo de novedades.
Como en el Café Fornos se
celebraban muchas tertulias de periodistas y literatos, el nombre del perro
Paco, pronto empezó a aparecer en artículos y novelas. Así que se hizo muy
popular. Incluso, fue mencionado en obras de teatro y en alguna zarzuela. Hasta
apareció en las tiras cómicas de algunos periódicos.
Por no hablar de que hubo cronistas, que detallaban las actividades diarias del can y hasta componían canciones en su honor. Llegaron a inventar la frase: “saber más que el perro Paco”.
Por ello, ya podía entrar en
cualquier establecimiento, pues nadie se atrevía a echarlo, por miedo a una
mala crítica en la prensa. Curiosamente, le dejaban entrar hasta en los
establecimientos, que tenían un cartel en la puerta, donde se prohibía la
entrada a los animales.
Ya sabemos que, en aquella época,
la gente se fiaba de lo que decían los periódicos. No como ocurre ahora, que
dicen que sólo tienen dos verdades: la fecha y el precio.
Dado que en los toros la gente
tiene derecho a protestar, si no les está gustando la faena, que está
realizando el torero. Nuestro personaje, lógicamente, expresaba su descontento
ladrando.
El 21/06/1882 asistió a una novillada. Parece ser que uno de los novilleros, al que llamaban Pepe el de los galápagos no estaba teniendo mucho acierto con el estoque a la hora de matar y estaba realizando una auténtica carnicería.
Así que, ni corto ni perezoso, Paco
saltó al ruedo y eso hizo que el novillero tropezara y cayera al suelo. Por lo
visto, eso no le hizo ninguna gracia y no se le ocurrió otra cosa, que clavarle
el estoque al perro, en mitad de las costillas.
No hará falta decir que el
novillero tuvo que salir corriendo y esconderse, porque el público saltó al
ruedo con la intención de lincharle allí mismo.
Parece ser que el que consiguió
retener a las masas fue un conocido empresario teatral, llamado Felipe Ducazcal.
Éste se llevó al perro para ver si lo pudieran curar, pero no fue posible y
murió.
No obstante, le encargaron a un
especialista que lo disecara y luego su cuerpo fue expuesto en una vitrina por
el jefe de areneros de la plaza, que también era el propietario de una
cafetería en la calle de Alcalá.
Incluso, algo más tarde,
aparecieron unas “Memorias autobiográficas del perro Don Paco”, cuya autoría
algunos atribuyeron al propio rey Alfonso XII.
En 1920, se propuso erigirle una
estatua por suscripción popular. Parece ser que las donaciones alcanzaron una
buena suma, pero quizás no la suficiente. Así que no se hizo.
No obstante, como, muchos años
más tarde, aún se seguía hablando del perro Paco, el Ayuntamiento de Madrid
tomó cartas en el asunto y encargó una estatua al escultor Rodrigo Romero
Pérez. La misma fue ubicada al final de la calle Huertas, en la trasera del
Ministerio de Sanidad, e inaugurada en enero de 2023, con motivo el día de San
Antón, patrón de los animales.
El propio alcalde Martínez Almeida calificó al perro Paco como “uno de los primeros influencer, cuya fama se extendió gracias a la prensa de época”.
Con ello, mucha gente pensó que
así se pagaba una deuda que siempre habían tenido los madrileños con tan ilustre animal.
En la peana de la escultura hay un
cartel, también en bronce, donde se puede leer: “Al perro Paco: perro castizo y
único de la historia local de Madrid, amigo de literatos, artistas y personajes
de finales del siglo XIX”.
Así que espero que os haya gustado esta entrañable historia tanto como a
mí.
TODAS LAS IMÁGENES PROCEDEN
DE WWW.GOOGLE.ES
Me ha gustado mucho la historia de l perro Paco que yo ignoraba, es muy entrañable. Por cierto las tertulias que mencionas eran muy frecuentes entre poetas, literatos y artistas de todo pelaje desde la generación del 98 hasta casi nuestros días en el Café Gijón o Viena Capellanes. Saludos.
ResponderEliminarSoy Fernando de Lezo Armendia, se me olvidó identificarme
ResponderEliminarHabía muchos lugares en Madrid, donde se realizaban tertulias. Por ejemplo, la del sótano del Café Lyon, situado enfrente de la antigua sede de Correos, hoy Ayuntamiento de Madrid.
EliminarB. Días.
ResponderEliminarUna pregunta.
Ese café: No se le llamaba el CAFÉ DE LOS INTELECTUALES o algo así? Es que me suena haber leído algo de ello (para los nombres he sido y soy muy malo)
A lo mejor se refiere al Café Gijón, que está en el Paseo del Prado, donde siempre se han reunido muchos intelectuales.
EliminarPerdón, el Café Gijón está en el Paseo de Recoletos.
EliminarMe ha encantado la historia del perro Paco, y que gran acierto esas dos unicas verdades de la prensa, la fecha y el precio
ResponderEliminarMucchss grscias por esta historta. En cuanto regrese a Madrid voy a renndir homenaje a Don Paco ante su estatua
ResponderEliminarQué peculiar historia la del Perro Paco, Juan. Me ha encantado que le gustara el teatro, como a mí.
ResponderEliminarCiertamente, le gustaba ver el teatro, aunque parece ser que su espectáculo favorito eran los toros.
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