jueves, 30 de noviembre de 2023

JUANELO TURRIANO, UN INGENIERO CASI DESCONOCIDO.

 

Hoy voy a dedicar este artículo a un curioso personaje que acudió a España atraído por el poderío de la Casa de Austria, pero que fue injustamente tratado. No sabía que eso de intentar hacer ciencia en España es algo prácticamente imposible.

Juanelo Turriano, que fue el nombre con el que se le conoció en España, nació en 1500 en la ciudad de Cremona, que entonces pertenecía al Ducado de Milán. Parece ser que su verdadero nombre fue Gianello della Torre, aunque también hay algunos que afirman que era Janello Torresani.

Curiosamente, el mismo año que nació el emperador Carlos V en Gante y la misma ciudad de donde era el famoso constructor de violines o luthier, Antonio Stradivari o Stradivarius, que nació en el siglo XVII.

Lo cierto es que no se sabe demasiado de sus primeros años. Sólo que fue hijo de Gherardo Torresani, el cual poseía dos molinos junto al río Po.

Parece ser que siempre estuvo muy interesado por la Ciencia y la Ingeniería. Sin embargo, desconocemos quién le proporcionó esa formación. Algunos dicen que podría haber sido su paisano Giorgio Fondulo, un humanista, médico, matemático, astrólogo, etc, muy famoso en aquella época.

También se sabe que fue amigo del matemático Girolamo Cardano, al que le debemos la resolución de algunos tipos de ecuaciones.

Juanelo se estableció en su ciudad como relojero y en 1529, su gremio, le otorgó la ansiada categoría de maestro.

Parece ser que el emperador Carlos V llegó a conocer a Turriano en 1530, durante su estancia en Milán, camino de su coronación en Bolonia.

Por lo visto, el duque Francisco II Sforza, aliado del emperador, quiso regalarle a éste un valioso reloj, construido por Giovanni Dondi, en el siglo XIV, por encargo del duque Galeazzo Visconti.

A estas alturas, todos sabemos que tantos los Austrias y luego los Borbones, fueron grandes aficionados a la relojería. No hace falta más que darse un paseo por cualquiera de sus palacios en España, y ver la cantidad de relojes que tenían, para darse cuenta de ello.

El duque le debía mucho al emperador, pues, gracias a él, volvió a gobernar en Milán, tras la victoria de las tropas imperiales en la famosa batalla de Pavía.

La derrota francesa fue tan aplastante que, hasta capturaron a Francisco I, rey de Francia, y a uno de sus hijos, los cuales fueron traídos a Madrid y aquí permanecieron hasta que el monarca francés accedió a firmar un tratado de paz con el emperador.

Ese reloj era una verdadera obra de arte, pero llevaba muchos años sin funcionar. Parece ser que, a esas alturas, a nuestro personaje se le tenía por un genio de la relojería. Así que, en 1540, reclamaron la presencia de Turriano en la corte de Milán, para ver si lo podía reparar.

Nuestro personaje, después de revisar ese reloj, dictaminó que no podría repararse, pero se comprometió a construir otro mucho mejor que ese.

No sé si su construcción sería de una gran complejidad, pero lo cierto es que tardó unos 20 años en configurar el mecanismo del reloj y otros tres más en construirlo.

Por lo visto, fue todo un reto para Turriano, pues, hasta esa fecha, todos los relojes se fabricaban para que funcionaran a base de un sistema de contrapesos, pero él no quería hacer lo mismo.

Así que fabricó el suyo nada menos que con unas 2.000 piezas, de las que la mayoría eran engranajes, y tres muelles. Por lo visto, hasta tuvo que crear una máquina que le sirviera para construir esos engranajes tan pequeños.

Parece ser que Juanelo gozó de mucha estima en Milán. Allí hizo muchas influyentes amistades, como la del marqués del Vasto, gobernador de ese territorio, y su sucesor, Ferrante Gonzaga, príncipe de Guastalla.

Tuvo su taller de relojero cerca de la Puerta Nueva, en Milán. También allí se casó con Antonia Sechela y sólo tuvieron una hija, llamada Bárbara.

A causa de las guerras de Italia, Milán, pasó a ser un enclave muy 

estratégico para España. Unos años más tarde, lo fue aún más, cuando se puso en marcha el llamado “Camino español”, por el que se mandaban refuerzos militares a los Países Bajos, sin pisar territorio francés, y cuyo inicio se hallaba en Milán.

Los monarcas hispanos apoyaron el desarrollo industrial de Milán. Impulsaron el embellecimiento de esa ciudad, a base de obras públicas y la convirtieron en un escaparate para luchar contra la Reforma.

De esa manera, coincidieron en esa ciudad los mejores ingenieros y artistas del momento. Tales como los Leoni y Jacome de Trezzo.

Supongo que no sólo llamaría la atención del emperador por su actividad como relojero, sino por sus dotes como ingeniero.

Por ejemplo, diseñó una grúa con la que levantar y desplazar cañones muy pesados. Mucho más eficaz que las yuntas de bueyes.

También trabajó en el campo de la ingeniería hidráulica, proponiendo soluciones de drenaje para la laguna de Venecia.

En 1552, le entregó su famoso reloj al Emperador Carlos V. Parece ser que éste quedó tan satisfecho que le otorgó una pensión anual de 150 ducados, con carácter vitalicio. Un reloj que le hizo muy famoso, porque, aparte de dar la hora, mostraba las posiciones de todos los planetas en cada momento.

Aparte de ese, construyó otros relojes, como el Cristalino. Un reloj de cristal, en el que se podía ver el mecanismo que se movía en su interior.

También participó en la reforma del Monasterio de Yuste, lugar elegido por el emperador para pasar sus últimos días.

Posteriormente, trabajó para Felipe II. Construyó varios autómatas para este monarca, como la figura de un fraile rezando o una mujer tocando el laúd.

El monarca lo nombró matemático mayor de la corte. Por ello, fue uno de los encargados de redactar un informe para el cambio del calendario juliano al gregoriano.

Incluso, llegó a encargarle el diseño de las campanas a instalar en el famoso Monasterio de El Escorial.

Se fue a vivir a Toledo, donde le encargaron la construcción de un sistema de subida de aguas desde el Tajo hasta el Alcázar. Algo bastante complicado, pues hay unos 100 m de altura entre ambos. Anteriormente, existió allí un acueducto romano, pero ya había quedado arruinado.

También hay que decir que, antes que él, varios ingenieros habían intentado realizar esa obra, pero fracasaron en sus intentos.

Juanelo lo consiguió. Sin embargo, el Ayuntamiento de la ciudad de Toledo quiso aprovechar esa agua, pero el Ejército y el monarca se negaron a compartirla con la ciudad. Así que, en el Ayuntamiento, le encargaron hacer otro ingenio parecido para el aprovechamiento de la ciudad. El cual comenzó a funcionar en 1581.

Lo cierto fue que él tuvo que adelantar el dinero para la construcción del primer ingenio, porque una de las condiciones era que sólo se le pagaría cuando entrase en funcionamiento. Algo que tuvo lugar en 1569. Sin embargo, ni el Ayuntamiento, ni el Ejército quisieron pagárselo. Así que se quedó en la miseria.

Se sabe que su ingenio estuvo en marcha hasta 1640. Incluso, se le menciona en algunas obras de Cervantes y de Quevedo.

Desafortunadamente, ya no podemos ver ese ingenio, conocido como el artificio de Juanelo, porque, en el siglo XIX, quedó completamente arruinado y fue demolido. Sin embargo, se puede ver en uno de los famosos cuadros del Greco.

También asesoró al rey sobre la posibilidad de construir un canal en el 
río Jarama y una presa en Colmenar.

Otro de los inventos por los que se recuerda a Turriano fue el llamado Hombre de palo. Parece ser que éste consistía en un autómata, que paseaba por las calles de Toledo y cuyo fin era conseguir limosnas para su creador.

Parece ser que este autómata asustó a algunos y escandalizó a los miembros del poderoso clero toledano. Así que, según dicen, lo quemaron antes de la muerte de Turriano.

No obstante, hay quien dice que su maquinaria fue aprovechada para la construcción de un reloj, instalado en uno de los muros de la catedral de Toledo.

También hay quien dice que ese autómata es una de las figuras que aparece en el célebre cuadro del Greco, titulado “El entierro del conde de Orgaz”. Un suceso ocurrido varios siglos antes.

Murió a los 85 años, en la más absoluta pobreza, porque los reyes y los políticos a los que había servido se olvidaron de él.

Siguiendo sus deseos, fue enterrado en la capilla de Nuestra Señora del Soterraño, dentro del Convento del Carmen Calzado, de Toledo. Un lugar cercano a su ingenio para la subida de aguas a la ciudad. Ese edificio fue demolido. Así que ya no sabemos dónde está su tumba.

Sin embargo, podemos contemplar su rostro en un bonito busto, que se expone en el Museo de Santa Cruz, también en Toledo. Atribuido al gran escultor Pompeo Leoni. 

Parece ser que procede de la Biblioteca del Palacio Arzobispal de la misma ciudad. También sufrió algunos daños, durante la guerra civil, sin embargo, fue restaurado en 1941.

 

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