jueves, 29 de junio de 2023

LA CUESTIÓN ROMANA

 

De entrada, quiero aclarar que este título nada tiene que ver con el Imperio Romano, sino con algo mucho más actual, como es el Vaticano.

A lo largo de varios siglos, tras la caída del Imperio Romano, los Papas gobernaron sobre una buena parte de lo que hoy es Italia. Todo ello, con el visto bueno de los emperadores del Sacro Imperio Romano-Germánico.

La Iglesia católica lo explica afirmando que, en el 756 d. de C., el rey de los francos, Pipino el breve, donó de forma eterna, al Papa Esteban II, los territorios que formaban la Pentápolis y el Exarcado de Rávena.  Donación confirmada por su hijo, Carlomagno. Con esos territorios formaron el llamado Patrimonio de San Pedro.

Sin embargo, los tiempos cambian, aunque en el Vaticano parecen no querer darse cuenta de ello.

En 1849, se produjo una sublevación en Roma, que dio lugar a la proclamación de la República Romana. Parece ser que una de las causas de ésta fue la negativa del Papa a apoyar la guerra contra Austria, pues decía que no podía apoyar la guerra contra un país católico.

Milán y Venecia se habían sublevado contra el dominio del Imperio Austro-Húngaro y eso hizo que otros estados italianos, como el reino de Cerdeña o el de las Dos Sicilias apoyaran a las ciudades sublevadas.

Tras la proclamación de la República en Roma, el Papa huyó a Gaeta y pidió la ayuda de países católicos. Francia y España enviaron tropas con las que derrotaron y expulsaron a los republicanos de Roma.

En 1861, con la llegada de la unificación italiana, se proclamó el Reino de Italia. El primer parlamento de este nuevo reino, reunido en Turín, decidió que su capital estaría en Roma. Sin embargo, esa ciudad pertenecía a los Estados Pontificios.

En un principio, la idea del nuevo estado italiano no era conquistar esa ciudad de una manera violenta, sino que el Pontífice se aviniera a pactar con ellos. Sin embargo, dieron con un hombre bastante terco. Su nombre era Pío IX y decía que no quería ser algo parecido a un simple “capellán del rey de Italia”.

A éste no se le ocurrió otra cosa que pedir, otra vez, ayuda a las naciones católicas, como Francia, el Imperio Austro-Húngaro o España.

Napoleón III, que quería hacer valer el poderío militar de Francia, fue el único que le envió algunas tropas.

Sin embargo, en 1870, tuvo que reclamarlas para que se incorporasen a la guerra franco-prusiana. Su derrota en ese conflicto dio lugar a su abdicación y exilio.

Ese fue el momento elegido por el Ejército italiano para asediar la ciudad de Roma, que todavía estaba en manos papales.

Como, tanto en Italia como en el Vaticano siempre han sido unos maestros de la diplomacia, las tropas esperaron la decisión de sus gobernantes. Sin embargo, como Pío IX no se apeaba de su postura, decidieron conquistar Roma. Incluso, fue entonces cuando el a proclamó la infalibilidad papal. Aunque ahora nos parezca mentira, nunca había existido ese dogma.

No obstante, el Papa veía la situación tan desesperada que llegó a contactar con los gobiernos alemán y británico para ver si, llegado el caso, le podrían conceder asilo en sus respectivos países.

Dado que las murallas de Roma no estaban preparadas para un largo asedio, ni para los disparos de la Artillería, en sólo 3 horas, lograron abrir una brecha y penetrar en la ciudad. Tampoco se produjeron muchas bajas, 49 por parte italiana y 19 del lado vaticano.

Posteriormente, tras haber realizado un plebiscito, se decidió que la nueva capital de Italia estuviera en Roma.

Evidentemente, esto no gustó nada al Papa, el cual decretó el luto y se declaró prisionero en el Vaticano. Se colgaron banderas con crespones negros y ni siquiera se subieron las persianas de los edificios papales.

Por eso se llama la nobleza negra a los nobles vaticanos, pues, por orden del Papa, todos ellos estaban de luto.

A partir de entonces, todas las ceremonias se desarrollaron en el interior de los edificios vaticanos. Incluso, la proclamación de los Papas sucesores de Pío IX. Ni siquiera daban su tradicional bendición desde los balcones que dan a la Plaza de San Pedro.

Aparte de ello, el Papa excomulgó al rey Víctor Manuel II y el Gobierno italiano le respondió negándose a reconocer los matrimonios realizados por la Iglesia. Lo cual causó estupor en muchos pueblos de Italia. Incluso, desde el Vaticano, se opusieron a que los italianos participasen en cualquier tipo de elecciones en Italia.

Ciertamente, lo que proponía el Gobierno italiano era dar una especie de autonomía al Vaticano y no tratarlo como si fuera otro país. Como lo es en la actualidad.

Así que León XIII, sucesor de Pío IX, continuó con la misma política, aunque también se opuso al avance de ciertas ideologías, como el socialismo, el imperialismo, etc.

A éste le sucedió Pío X, el cual ya quiso recuperar algunas relaciones con el Gobierno italiano. De hecho, apoyó a los italianos que votaban a favor de partidos liberales, pero se opuso a los anticlericales, socialistas y demás, porque consideraba que así se defenderían mejor los intereses de la Iglesia Católica.

Pío X también fue el Pontífice al que el tocó la I Guerra Mundial, desarrollando una importante labor diplomática entre ambos bandos enfrentados.

En 1915, empezó a cambiar la política vaticana con la llegada de Benedicto XV. Animó a los italianos a participar en la política de su país y apoyó la creación del Partido Popular Italiano, de tendencia democristiana.  En 1919, participó en sus primeras elecciones y fue el segundo partido más votado, detrás del socialista.

El año 1922 fue crucial para la resolución de este conflicto. Ese año se produjo la muerte de Benedicto XV, siendo sucedido por Pío XI. Éste comenzó unas negociaciones diplomáticas con el nuevo Gobierno italiano, entonces presidido por Benito Mussolini.

Ciertamente, no había cambiado mucho la opinión del Gobierno italiano hacia el Papado, ya que los liberales eran laicos, mientras que los fascistas eran anticlericales. Sin embargo, se produjo un cambio muy importante: el Estado italiano reconocía al Vaticano como un Estado independiente, al mismo nivel que Italia.

También fue una forma de que la Iglesia Católica, aunque no lo apoyara, tampoco se opusiera al régimen fascista italiano.

Así llegamos, el 11/02/1929, a la firma de los famosos pactos de Letrán, suscritos por el cardenal Gasparri, en nombre del Vaticano, y el propio Mussolini, en nombre del Gobierno italiano. Fueron llamados así, porque se firmaron en el Palacio de Letrán, en Roma.

La importancia de esos pactos es que, con ellos, se creó el Estado del Vaticano, y también se firmó el primer concordato, para definir con exactitud las relaciones entre ambos.

Aparte de ello, el Estado italiano se comprometió a indemnizar al Vaticano por los territorios invadidos durante la unificación de Italia y el reconocimiento internacional de ciertos edificios y palacios propiedad del Vaticano.

Por lo demás, también se acordó que los obispos jurasen lealtad a Italia y que todos los clérigos estuvieran exentos de realizar el servicio militar, aunque volvería a haber capellanes castrenses.

También se puede mencionar que esto dio lugar al reconocimiento del

catolicismo como religión oficial de Italia y a su enseñanza obligatoria en las escuelas. Al mismo tiempo, hizo que los matrimonios eclesiásticos también tuvieran validez civil.

Esto estuvo vigente hasta 1984, cuando el Parlamento italiano decidió que el catolicismo ya no fuera la religión oficial de Italia.

Incluso, el Estado italiano, reflotó el Banco de Roma, propiedad del Vaticano, que, en aquel momento, se hallaba muy endeudado.

El cambio fue tan profundo que un convencido anticlerical, como era Mussolini, se decidió por casarse por la Iglesia con su esposa, bautizar a sus hijos y hacer que estos hicieran la Primera Comunión.

Igual es que habría leído aquella famosa frase del rey Enrique IV de Francia: “París bien vale una misa”.

A partir de entonces, ambas partes se fueron ayudando 

mutuamente.
Incluso, cuando, tras el escándalo del asesinato de Matteotti, al que dediqué otro de mis artículos, el sacerdote Luigi Sturzo, fundador del Partido Popular, quiso aliarse con el Partido Socialista para expulsar del Gobierno a los fascistas, le llegó una orden del Vaticano para que dimitiera de su cargo.

No obstante, el Vaticano fundó otro partido denominado Acción Católica e invitó a todos los feligreses a afiliarse a él. Por otro lado, Mussolini ilegalizó el Partido Popular.

Aun así, siguió habiendo ciertas tiranteces, como cuando, en 1938, el Papa Pío XII publicó su famosa encíclica “Con ardiente preocupación” para criticar lo que estaba ocurriendo en la Alemania gobernada por Hitler.

No obstante, también el Gobierno alemán, presidido por Hitler, firmó, en 1933, otro Concordato con el Vaticano.

Se ve que esta gente conocía muy bien la influencia que tenía y aún tiene la Iglesia católica en el mundo.

Por el contrario, se cuenta que, en cierta ocasión, en medio de la invasión de la URSS, le aconsejaron a Stalin que hiciera una política de acercamiento al Vaticano. Él sólo respondió: “¿cuántas divisiones tiene el Papa?”.

Es curioso que desconociera la influencia de la Iglesia alguien que, en su infancia, había pertenecido a un coro eclesiástico. Incluso, como tenía muy buena voz, le quisieron pagar sus estudios, pero él no lo aceptó.

 

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