viernes, 24 de diciembre de 2021

EL ÁRBOL DE NAVIDAD

 

Como ya estamos en la época navideña, voy a hacer este artículo sobre uno de los objetos más comunes que, seguramente, tenemos ya todos en nuestras casas.

Evidentemente, me refiero al famoso árbol de Navidad, que puede ser un árbol real o hecho en plástico. Este último es el más utilizado, porque suele durar varios años.

Como todos estamos muy influidos por las películas que nos llegan desde USA, muy posiblemente, hayamos pensado que es una costumbre propia de los países anglosajones. ¡Nada más lejos de la realidad!

Empezaremos por hablar de la vida de un clérigo que tuvo mucho que ver en este tema. Me refiero a San Bonifacio de Maguncia.

Realmente, su nombre fue Winfrith o Wynfreth, según cada fuente. Nació alrededor del 672 en un pueblo llamado Crediton, situado en la zona de Devon, al suroeste de Inglaterra.

Parece ser que pertenecía a una rica familia. No obstante, algo le impulsó a ingresar en un monasterio benedictino.

En 716, cuando falleció el abad de su monasterio, fue propuesto para sustituirle. Sin embargo, él prefirió embarcar rumbo a Frisia, al norte de la actual Holanda, con el fin de ejercer de misionero en esas tierras.

Allí se reunió con un misionero llamado Willibrord, que llevaba algunos años intentando convertir al Cristianismo a los habitantes de esa zona y el sur de Alemania.

Sin embargo, parece ser que los misioneros eran vistos, por los
líderes germanos, como unos extranjeros enviados por el Sacro Imperio, con el que se hallaban en guerra, para debilitar la resistencia de esos pueblos.

Es posible que llevaran parte de razón, porque estos misioneros, entre los que se hallaba nuestro personaje, siempre gozaron de la protección de los reyes carolingios.

Por ello, viendo Bonifacio que no eran bien recibidos, tuvo que regresar a su monasterio del que fue elegido abad.

No obstante, en 718, parece ser que se lo pensó mejor y decidió volver para predicar entre los germanos.

Peregrinó hasta Roma, donde fue recibido por el propio Papa Gregorio II. Éste le nombró obispo y le encargó la misión de evangelizar a los pueblos germanos. Como lo hizo el día de San Bonifacio de Tarso, cambió su nombre por el de Bonifacio, en honor a ese mártir romano.

Como ya he dicho, también gozó de la protección de Carlos Martel, líder militar que fundó la dinastía carolingia. El mismo que derrotó y expulsó a los musulmanes de Francia, tras la batalla de Poitiers.

Por lo visto, este líder militar veía a la Iglesia como una institución muy importante para mantener unido el Imperio. De hecho, se ocupó, personalmente, de nombrar como obispos a gente en la que tenía plena confianza a pesar de que nadie le hubiera dado atribuciones para ello.

Lo cierto es que Bonifacio estuvo unos 12 años predicando el Evangelio y convirtiendo a los habitantes de los actuales Estados de Hesse, Turingia y Baviera. Así como fundando iglesias y conventos en esa zona.

Parece ser que, en 723, tuvo lugar una anécdota que se suele contar mucho de este santo y tiene relación con el título de este artículo.

Por lo visto, se enteró de que los habitantes de un pueblo llamado Geismar, situado en la Baja Sajonia, pretendían hacer un sacrificio humano, en la persona de un niño.

Según cuentan, esos germanos acostumbraban a hacer esos sacrificios bajo un árbol al que llamaban el “roble del trueno”.

Bonifacio llegó al lugar acompañado por un grupo de sus feligreses. Era la víspera de la Navidad y había mucha gente alrededor de ese árbol.

Afortunadamente, llegaron justo a tiempo de que se consumara ese infanticidio. Bonifacio se dirigió a los presentes y les dijo que su báculo “romperá el martillo del falso dios, Thor”.

Así fue, cuando el verdugo levantó su martillo de piedra para matar al niño, éste chocó con el báculo y se partió.

Aprovechó la ocasión para enseñarles que aquella noche se conmemoraba el nacimiento de Jesucristo, el cual era más poderoso que sus dioses Thor, Baldur, Odín o Freya.

Así que dijo que, desde ese momento, se habían acabado los sacrificios humanos y que iba a talar ese árbol tan sangriento.

Por lo visto, Bonifacio era un hombre muy corpulento y medía alrededor de 1,90m. Así que, según cuentan, tras darle el primer hachazo al árbol, comenzó una tempestad que lo arrancó con raíces y todo.

Más tarde, con la madera del mismo edificaron un altar en un oratorio dedicado a San Pedro en una localidad cercana a Geismar.

Tras haber sido derribado ese roble, San Bonifacio, vio más allá un pequeño abeto y dijo: “Este pequeño árbol. Este pequeño hijo del bosque, será su árbol esta noche. Esta es la madera de la paz. Es el signo de la vida sin fin, porque sus hojas siempre están verdes”.

“Miren cómo las puntas de sus hojas están dirigidas hacia el
Cielo. Hay que llamarlo el árbol del Niño Jesús. Reúnanse en torno a él. En sus casas y no el bosque. Allí no habrá actos sangrientos, sino regalos amorosos y ritos de bondad”.

Ese fue el comienzo de la tradición alemana de talar un abeto y llevarlo a casa para adornarlo durante la Navidad.

En el 754, cuando ya tenía 80 años, comenzó una nueva predicación entre los frisones. Él y los que lo acompañaban fueron sorprendidos por unos bandidos que los asesinaron. Así llegó a ser un mártir y el santo patrón de Alemania.

Hay que decir que, antes de su conversión al Cristianismo, los germanos estaban muy influidos por la mitología nórdica.

Creían en la existencia de un árbol, al que llamaban Yggdrasil, del que decían que sostenía al mundo. Parece ser que era un fresno, aunque en otros textos afirman que era un tejo.

La copa del árbol era la llamada Asgard, donde moraban los dioses y estaba gobernada por Odín. En el tronco estaba el llamado Midgard, que era donde vivían los hombres, los gigantes y los elfos. Por último, en las raíces está el mundo helado y el Helheimr, el mundo de los muertos.

Así que ya conocemos el origen de la tradición del árbol de Navidad. Ahora veremos cómo llegó a expandirse por todo el mundo.

Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha nació en 1819 en Baviera. Fue el segundo hijo de Ernesto III duque de Sajonia-Coburgo. Parece ser que muy pronto dominó el inglés al mismo nivel que su lengua materna, el alemán.

Como todos sabemos, los miembros de las casas reales europeas suelen estar emparentados. Así que la madre de la reina Victoria de Inglaterra era hermana del padre de Alberto y del rey Leopoldo I de Bélgica. Fue este último el que propuso a la madre de Victoria, que invitase a Ernesto III y sus dos hijos para que les hicieran una visita en Inglaterra. La visita tuvo lugar en mayo de 1836.

En 1837, con sólo 18 años, Victoria fue coronada como nueva reina del Reino Unido. Ya que el anterior monarca, que era su tío, había muerto sin descendencia.

Posteriormente, la pareja decidió casarse. La boda tuvo lugar en febrero de 1840 en la capilla real del palacio de Saint James, en Londres.

Hoy en día, después de las dos guerras mundiales, nos puede extrañar que hubiera una relación tan directa entre las casas reinantes en Inglaterra y algunos territorios de la actual Alemania. Sin embargo, es preciso recordar que siempre tuvieron una relación muy cercana.

En 1688, los británicos expulsaron de Gran Bretaña a su rey Jacobo II, acusándole de que quería restaurar el Catolicismo en ese reino. En su lugar colocaron en el trono a su hija María y a su esposo, Guillermo III, príncipe de Orange-Nassau.

A la muerte de estos, les sucedió la reina Ana, hermana de María y a ésta, Jorge I. Se trataba del duque de Hannover. Un territorio que, tras las guerras napoleónicas, fue convertido en reino. Por tanto, los reyes del Reino Unido fueron también reyes de Hannover hasta la llegada de la reina Victoria, la cual no pudo reinar, porque en ese territorio alemán estaba vigente la Ley Sálica.

Esa es la razón por la que los soberanos británicos proceden de Alemania y muchos de sus nobles tuvieron títulos alemanes hasta la I Guerra Mundial, en que el rey Jorge V ordenó que renunciasen a ellos.

Volviendo al tema de nuestro artículo, parece ser que los primeros que decoraron el Palacio Real británico con un árbol de Navidad fueron el rey Jorge III y su esposa Charlotte, que era de origen alemán. Curiosamente, esa es la reina que dicen que descendía de una mujer de raza negra.

Sin embargo, no fue hasta el reinado de la reina Victoria cuando se popularizó esa costumbre, que trajo su esposo Alberto de Sajonia-Coburgo.

Las familias aprovechaban las horas en que sus hijos dormían para colocar juguetes alrededor del árbol.

También los decoraban como el árbol que sostenía el mundo, siguiendo las costumbres germanas.

Por ello, le colocaban luces en sus ramas, simulando al Sol, la Luna y las estrellas. Además, ese abeto simbolizaba la vida, pues, aunque en invierno la mayoría de los árboles están sin hojas, los abetos siguen teniéndolas.

Por lo visto, la reina Victoria decía que aceptaba esas costumbres alemanas para hacer sentir a su esposo como “en su casa”.

De hecho, tras la muerte de su marido, la reina dijo: “Sin él, estas fiestas resultarán absolutamente distintas”.

Parece ser que la costumbre del árbol de Navidad se popularizó en el Reino Unido, porque la reina Victoria y su marido colocaron el suyo en uno de los salones a donde accedían los personajes de la Corte.

Como era costumbre imitar todo lo que hacían los monarcas, sus cortesanos colocaron también árboles de Navidad en sus casas.

Por otra parte, los monarcas acostumbraron montar árboles de Navidad en la calle para los niños que vivían cerca de su palacio de Windsor. Colgando en ellos infinidad de dulces y regalos.

A partir de 1845, varios periódicos británicos, solían comentar los detalles del árbol de Navidad, que habían instalado la reina Victoria y su marido en el palacio. Eso hizo que estos árboles se hicieran muy populares entre sus súbditos.

Evidentemente, la costumbre pasó a USA, un territorio donde la mayoría de sus colonizadores eran anglosajones y, posteriormente, desde ese país, fueron difundiendo esa costumbre por todo el mundo.

Para terminar, os deseo a todos ¡¡UNAS FELICES NAVIDADES Y UN FELIZ AÑO 2022!!

 

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