domingo, 22 de noviembre de 2020

CASIODORO DE REINA, UN EXTREMEÑO CASI OLVIDADO

 

Normalmente, mucha gente suele suponer que todos los españoles han sido siempre muy católicos y que España no se contagió de la ola de protestantismo que “invadió” casi toda Europa a partir de las ideas de Lutero. Ahora veréis que eso no es cierto.

Nuestro personaje nació en 1520 en Montemolín, una pequeña localidad al sur de Extremadura.

En su juventud ingresó en el convento jerónimo de San Isidoro del Campo, situado en Santiponce (Sevilla). La misma ciudad que en la época romana se llamó Itálica.

Quizás, como estuvo tantos años viviendo en ese lugar, él mismo dice, en algunas de sus obras, que era de Sevilla, pero no es cierto, según veremos más adelante.

Parece ser que hasta allí llegó un tipo al que llamaban Julianillo Hernández. No se trataba de un niño, sino de un pobre hombre jorobado y de baja estatura, que introducía esas Biblias en el doble fondo de los toneles que transportaba.

Por lo visto, había vivido, durante muchos años, en Alemania y allí había conocido a los grandes reformadores protestantes. Así que se dedicó al contrabando de Biblias y otros textos protestantes e introducirlos de esa manera en España. Como el Nuevo Testamento, del teólogo cordobés Juan Pérez de Pineda.

No es de extrañar que llegara hasta Sevilla, pues, en aquella época, era la ciudad más importante y más cosmopolita de España.

Por si alguien no lo recuerda, allí se hallaba la Casa de la Contratación y por el puerto de Sevilla tenían que pasar, obligatoriamente, todos los barcos que fueran o vinieran de América, repletos de riquezas de todo tipo.

Así que esos libros llegaron hasta los monjes de ese convento, los cuales los leyeron con fruición y, de esa forma, muchos de ellos se convirtieron en partidarios del luteranismo.

Precisamente, Casiodoro, parece ser que se convirtió en el guía espiritual, tanto de los frailes, como de los feligreses, que solían acudir a ese convento.

Evidentemente, esto no tardó mucho en saberlo el Tribunal de la Inquisición de Sevilla. Así que, en 1557, empezó a investigarlos y dos años después a ejercer la represión contra esa especie de foco de luteranos. Por lo visto, 22 de los 40 miembros de ese convento fueron acusados de herejía.

Afortunadamente, en 1557, Casiodoro y 12 de sus compañeros, entre ellos, el prior Francisco Farías, el vicario Juan de Molina, el procurador Pedro Pablo, Antonio del Corro, Hernando de León, el prior del monasterio de Écija y Cipriano de Valera, tuvieron tiempo de poder escapar. Supongo que les avisaría a tiempo algún colega suyo que militase en la Inquisición.

Sin embargo, otros muchos no pudieron hacerlo y fueron detenidos y llevados al castillo de Triana, que era donde los encarcelaban.  Ese fue el caso de Julianillo Hernández, el cual fue detenido, torturado salvajemente y, ya en 1560, quemado vivo en la hoguera, junto con otros condenados por el mismo asunto. Como los doctores Egidio (Juan Gil) y Constantino Ponce de la Fuente, aunque el primero hubiera muerto 5 años antes, mientras que el segundo falleció ese mismo año, al poco de haber sido encarcelado.

Así que en ambos casos sólo pudieron quemar sus huesos, que habían sido, previamente, exhumados de sus respectivas tumbas.

Parece ser que unos 40 condenados, entre frailes y feligreses de aquel convento, fueron quemados entre 1559 y 1562.

No puedo precisar dónde tuvieron lugar esos autos de fe, pero sí puedo decir que uno de los quemaderos preferidos por la Inquisición de Sevilla fue el famoso Prado de San Sebastián, donde, hasta mediados de los 70, se estuvo celebrando la famosa Feria de Sevilla.

Casiodoro y algunos de sus compañeros se dirigieron a Ginebra (Suiza), donde gobernaba, de una forma dictatorial, el famoso Calvino. Así que, como no les gustó mucho lo que vieron se alejaron de allí. Casiodoro calificó Ginebra como “una nueva Roma”.

Con esa frase quería dar a entender que no estaba de acuerdo con que los calvinistas mataran a todo aquel que no estuviera de acuerdo con su doctrina. Como fue el caso del español Miguel Servet.

No me extraña que Reina calificara así a la ciudad de Ginebra, pues, en aquella época, Calvino la gobernaba con mano de hierro y, para ello, creó una especie de policía religiosa, parecida a la que ahora existe en algunos países islámicos.

Hoy en día, nos puede parecer increíble en un país, como Suiza, que presume de ser de los más democráticos del mundo, pero eso es lo que pasaba entonces y hay que decirlo.

Precisamente, Casiodoro, tradujo al español la obra “Sobre los herejes”, del francés Sebastián Castellion, que estaba en contra de esas prácticas, indicando que eran contrarias a la doctrina cristiana.

La siguiente etapa de su exilio fue la ciudad alemana de Francfort, donde se integró perfectamente con los protestantes de habla francesa.

En 1559, cuando fue coronada Isabel I de Inglaterra, nuestro personaje se dirigió a Londres, donde se encontró con un grupo de protestantes españoles, que llevaban tiempo residiendo en Inglaterra. Así que fue elegido pastor de esa comunidad y también se casó allí.

Incluso, la misma reina accedió a cederles un templo, en Inglaterra, donde esa comunidad de habla española pudiera celebrar sus ritos litúrgicos. Parece ser que Reina consiguió atraer a Londres a muchos españoles que habían residido en Ginebra y no estaban a gusto con la férrea disciplina impuesta por Calvino. Es más, hasta consiguió atraer a refugiados protestantes, procedentes de Italia y de los Países Bajos.

Por el contrario, Felipe II, puso precio a su cabeza, dado que no consiguió su extradición y mandó espías para intentar asesinarle.

No lograron matarle, pero sí fue objeto de graves calumnias, que le obligaron a dejar esa ciudad y regresar a Francfort.

De hecho, había dos bandos que le perseguían. Uno de ellos, como ya he mencionado, era el de Felipe II, que consiguió captar a Gaspar Zapata, un colaborador habitual de Reina, para que le acusara de algunos pecados muy graves, como la sodomía.

El otro bando era el de Calvino y sus partidarios, que se dedicaban a hacerse con porciones de sus obras, aún sin publicar, para denunciar supuestas herejías que decían haber visto en ellas.

Así que, como ya he dicho anteriormente, estas duras acusaciones le obligaron, en 1564, a huir precipitadamente hacia Amberes (Bélgica). Afortunadamente, tuvo tiempo de esconder sus manuscritos, que luego le fueron enviados por un miembro de su comunidad en Londres.

Durante más de 3 años, estuvo huyendo de sus perseguidores, lo que le obligó a residir en varias ciudades de Europa, como Francfort, Heidelberg, Basilea o Estrasburgo.

En 1562, había comenzado su famosa traducción de la Biblia al español. Actualmente, conocida como la Biblia del oso, porque en su portada se ve a un oso intentando comer la miel de una colmena de abejas. Era la primera vez que se traducía la Biblia al español, desde sus fuentes originales, así que eso no les gustó nada a muchos teólogos.

No sé si sería por ese motivo o por considerarle un “hereje protestante”, la Inquisición de Sevilla, inició un proceso contra él. A raíz de esas investigaciones, sabemos que nació en Montemolín (Badajoz), y, al final, su efigie fue quemada en la hoguera. Fue condenado por heresiarca, o sea, maestro de herejes. Al mismo tiempo, todos sus libros pasaron, inmediatamente, al Índice de libros prohibidos por la Iglesia Católica.

Parece ser que el motivo de imprimir un oso en la portada se debió a que el editor quiso evitar poner un motivo religioso, ya que, en aquella época, no se podían realizar traducciones de la Biblia a lenguas habladas por la gente.

Por lo visto, para escribir esa obra, se basó en antiguos textos hebreos y en la Biblia de Ferrara, para resolver dudas, ya que era una traducción de los textos hebreos al español hablado por los judíos sefardíes.

No obstante, algunos creen que no fue el único autor de esa Biblia, sino que podría haber sido ayudado por otros miembros de su congregación, dado que aprecian diferentes estilos, a lo largo de esa obra.

En 1567, respondió a su condena publicando un libro titulado “Algunas artes de la Santa Inquisición española”, que, como era de esperar, fue traducido, inmediatamente,
a otras lenguas europeas.

Parece ser que los gobernantes de algunas ciudades, como Basilea o Estrasburgo, le denegaron el permiso para publicar esa obra en estas ciudades, dado que había tropas españolas en sus cercanías. Hasta que, por fin, le otorgaron el permiso en la famosa ciudad universitaria de Heidelberg (Alemania).

Parece ser que Casiodoro se reunió con un editor, llamado Oporino, el cual estaba muy interesado en publicar su Biblia. Desgraciadamente, murió antes de hacerlo y tampoco había fondos para proseguir con el empeño.

Como sabía que sus enemigos le seguían espiando, escribió una carta al famoso teólogo calvinista francés Teodoro de Beza, comunicándole que la Biblia sería publicada en Ginebra. Es muy posible que los espías de Felipe II conocieran el contenido de esta carta, porque se sabe que el monarca advirtió a los tribunales de la Inquisición de toda España para que controlasen la llegada de mercancías procedentes de esa ciudad.

No sé si se trataría de una estratagema para despistar a la Inquisición, porque a él nunca se le hubiera ocurrido llevar su Biblia a Ginebra.

Tras muchas vicisitudes, logró que su Biblia se publicara en 1569 en la ciudad de Basilea (Suiza).

Aunque parezca mentira, el personaje que terminó de financiar la publicación de su Biblia fue el banquero calvinista Marcos Pérez, el cual le donó una respetable suma de dinero que le permitió contratar al impresor Thomas Guarin, el cual realizó una primera edición compuesta por 2.600 ejemplares.

Curiosamente, la ilustración del oso y la colmena no era la marca utilizada por Guarin, sino por otro impresor, llamado Apiario. Parece ser que a Casiodoro le gustaba mucho y, como ya no la usaba, no sabemos si se la cedió gratuitamente o tuvo que pagarle por ello.

No obstante, los espías de Felipe II siguieron la pista de esas Biblias y muy pronto descubrieron que habían sido publicadas en Basilea y que habían sido enviadas a Amberes, donde a muchas de ellas les cambiaron su portada por la de un célebre diccionario de esa época.

En 1602, se publicó, en Amsterdam (Países Bajos) la Biblia de Cipriano de Valera, nacido en Fregenal de la Sierra (Badajoz), conocida como Biblia del cántaro, pues en su portada aparecen dos personajes y uno arroja agua desde un cántaro. Según algunos autores, ésta no fue otra cosa que una adaptación de esa Biblia a las utilizadas en Ginebra.

Siempre se ha considerado como una revisión de la primera y, por ello, las Biblias utilizadas, hoy en día, por los protestantes españoles las llaman Reina-Valera. No sólo es utilizada por los luteranos, sino también por miembros de otras confesiones protestantes. Incluso, actualmente, también es utilizada por los protestantes de habla española que viven en USA.

Por lo visto, tras la huida del convento de Santiponce, las vidas de Cipriano y Casiodoro fueron por caminos diferentes. El primero fue un convencido calvinista, mientras que el segundo siempre luchó por la libertad de las creencias de los fieles y no admitió que los censores de Calvino examinaran su obra, antes de su publicación. Así que siempre hubo una clara enemistad entre ambos.

Parece ser que no fue la primera Biblia traducida al español. En 1280, durante el reinado de Alfonso X el sabio, ya se publicó una en español. Sin embargo, se trataba de una traducción desde el latín y no, directamente, desde fuentes primarias, como la Biblia del oso.

También hubo otros intentos de traducción de la Biblia al español, como los del burgalés Francisco de Enzinas, que estaba basada en la obra del francés Sebastián Castellion, un íntimo amigo de Enzinas también la de Juan de Valdés.

Parece ser que, en aquella época, hubo muchos partidarios de traducir la Biblia a las lenguas vernáculas y varios de ellos financiaron esas obras. Uno de esos partidarios fue el valenciano Fadrique Furió Ceriol, humanista, teólogo y alto funcionario de la corte de Felipe II.

Volviendo a nuestro personaje de hoy, en 1585, cuando residía en Amberes (Bélgica) tuvo que salir huyendo de esa ciudad, pues iba a ser conquistada por las tropas de Felipe II.

De ahí, se marchó, de nuevo a Francfort, donde siempre había sido muy bien acogido. De hecho, su esposa era de esa ciudad. Fundó un establecimiento comercial para la venta de paños de seda.

Incluso, en 1580, publicó en esa misma ciudad un catecismo redactado en latín, francés y holandés.

En 1593, fue también elegido pastor de la congregación de esa localidad, pero ya tenía 73 años y no le quedaban muchas fuerzas para ejercer esa labor.

Al año siguiente, murió en esa misma ciudad. Uno de sus hijos le sustituyó en su labor pastoral.

Aparte de la Biblia del oso y el Catecismo, también publicó unos comentarios a los Evangelios de San Juan y San Mateo (1573), la Confesión de fe (1577) e incluso unos estatutos para una sociedad, radicada en Francfort, que ayudaba a los pobres y perseguidos por su fe.

 

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