viernes, 10 de enero de 2020

LA EXPULSIÓN DE LOS MORISCOS DE ESPAÑA


Supongo que, a estas alturas, todo el mundo sabrá que la Península Ibérica, no sólo España, sufrió en el 711 d. de C. una invasión militar musulmana, llegada del norte de África. Realmente, no era nada extraño, pues hemos sufrido muchas invasiones a lo largo de la Historia. Sin embargo, en este caso, pronto se formó un núcleo de resistencia, que, con el tiempo, fue venciendo a esos invasores.
Ya sé que hay por ahí varias obras donde sus autores no tienen tan claro que España fuera invadida por los musulmanes, como la muy conocida de Ignacio Olagüe, “La revolución islámica en Occidente”.
Aunque otros digan que España no existía en esos siglos, lo cierto es que los reyes que surgieron durante la Reconquista, solían decir que su legitimidad procedía de la anterior monarquía visigótica, como reyes de España.
Lo cierto es que el 02/01/1492, se dio por terminada la Reconquista con la toma de Granada, capital del reino musulmán del mismo nombre.
Aunque mucha gente crea que en esa fecha se expulsó a los musulmanes, eso no fue así. Sólo se expulsó a los judíos que no quisieron convertirse al Cristianismo, pero eso fue por otros motivos.
Algo que después veremos lo que fue una razón de peso para realizar esto. Lo cierto es que, en aquella época, el Derecho y la religión eran dos cosas que estaban muy unidas.
Con la llegada del Renacimiento, en el mundo Occidental, empezaron a separarse la Iglesia y el Estado. Cosa que no ha ocurrido en el mundo musulmán y, en mi opinión, por eso su cultura es más difícil de integrarse con la del mundo occidental.
Volviendo al tema de hoy, en los reinos que había en España, quedaron bastantes miles de descendientes de moriscos. Algunos se fueron integrando en la sociedad, pero, según parece, en la mayoría de los casos no fue así. No hay que olvidar que algunos se fueron, junto con su rey, Boabdil, al norte de África, pero la mayoría se quedaron aquí.
También hay que decir que su comportamiento también dependió del trato que les dispensaron los que se relacionaron con ellos.
Parece ser que fray Hernando de Talavera, confesor de la reina Isabel la Católica y primer arzobispo de Granada, les trató de una forma más comprensiva y tolerante, aunque le habían dado unas órdenes muy concretas para conseguir su conversión tan pronto como fuera posible. Incluso, llegó a aprender árabe para predicarles en su misma lengua.
Es más, apoyó la publicación del primer diccionario español-árabe y se opuso a la instalación de la Inquisición en el antiguo Reino de Granada. Así que se ganó el cariño de los musulmanes residentes en ese reino.
Sin embargo, otros, como el cardenal Cisneros, superior de fray Hernando de Talavera, no fueron tan tolerantes y ya, en 1499, los moriscos, se rebelaron en el barrio granadino del Albaicín. Este cardenal no tuvo tanta paciencia y les obligó a convertirse, porque, en caso de negarse a ello, serían encarcelados y torturados.
Ello dio lugar a varias rebeliones, que se fueron prodigando con el tiempo. Empezando por una en la comarca granadina de las Alpujarras, seguida por otra en Almería. Posteriormente, otra en la zona de Ronda, en Málaga.
Por lo visto, los Reyes Católicos, siempre fueron partidarios de no utilizar la mano dura con estos moriscos, sino, más bien, esperar a que se fueran convirtiendo e integrando, poco a poco, en la sociedad. Más o menos, lo mismo que hicieron con los indígenas de los lugares que iban conquistando en América.
Sin embargo, tras haber tenido que hacer frente a esas rebeliones, cambiaron su postura por una conversión obligatoria o la expulsión de sus reinos.
Incluso, se intentó eliminar su cultura, a base de quemar los libros escritos en árabe, no sólo los religiosos. También les prohibieron que se expresaran en público en ese idioma. Cosa que molestó a muchos de ellos, porque no sabían hablar español.
Es más, se les obligó a vestir como los cristianos, a no llevar sus tradicionales amuletos. Ni practicar la circuncisión. Ni tampoco sacrificar a los animales tal y como indicaba el Islam.
Lo cierto es que la visión que tenían los cristianos de los moriscos era muy diferente, según el estamento a quien se le preguntara. Para los ricos, que los tenían en régimen de semiesclavitud, pues eran muy importantes, ya que enriquecían su patrimonio a muy bajo coste.
Sin embargo, para los pobres, eran un foco de tensión, pues trabajaban con unos salarios mucho menores que ellos y solían tener más hijos. Con lo cual, les hacían una competencia muy desigual y además iban siendo mayoría en muchos pueblos.
Así que, en 1521, durante la rebelión de las Germanías, en el reino de Valencia, que es donde más había, lo primero que hicieron los rebeldes fue obligarles a convertirse y así los ricos ya no podrían tratarlos como esclavos. Lógicamente, esto provocó algunas rebeliones a causa de esas conversiones forzadas.
Por lo visto, en el fondo, los cristianos nunca se fiaron mucho de los moriscos. Los veían como una especie de Quinta Columna, dispuesta a intentar rebelarse en cada momento.
Por otra parte, muchos de esos moriscos, parece ser que soñaban con que viniera una especie de héroe que les salvara de los cristianos y volvieran a gozar de los derechos que habían perdido.
Evidentemente, la conversión tuvo cierto éxito según el grado de islamización de cada zona. En los reinos de Granada y Valencia, donde, en algunas zonas eran mayoría, pues siguieron conservando sus costumbres y su idioma. Sin embargo, en Castilla, donde vivían más repartidos por el reino, su integración se consiguió en un tiempo menor.
Incluso, como muchos de ellos no sabían escribir con nuestro alfabeto, se inventaron lo que luego llegó a llamarse la literatura aljamiada, que consistía en escribir en castellano, pero con los signos árabes. Seguramente, pronto dedicaré otro artículo a ese tema.
Curiosamente, mientras los moriscos sólo utilizaban en la cocina el aceite de oliva, los cristianos usaban, casi en exclusiva, la manteca. No me ha quedado claro si era manteca de cerdo o de leche de vaca.
Así que, en ese proceso de aculturación, les obligaron a vestirse igual que los cristianos, a comer carne de cerdo, a beber vino (haciéndoles creer que ello aumentaría su virilidad) y a utilizar sillas y mesas para comer.
Me da la impresión de que los cristianos tuvieron siempre muy en cuenta esta cita de Cicerón: “Una nación puede sobrevivir a sus locos, y hasta a sus ambiciosos. Pero no podrá sobrevivir a sus traidores. Un enemigo en las puertas es menos temible, porque es conocido y lleva su bandera abiertamente.
Pero el traidor se desplaza libremente entre los que están dentro de las murallas, sus murmullos depravados zumban a través de los callejones, y los oímos en los pasillos del poder. Un traidor no se ve como un traidor; habla con una voz familiar a sus víctimas, y lleva su rostro y sus argumentos; apela a la bajeza que yace anclada en el corazón de los hombres.
Pudre el alma de una nación, trabajando en secreto, desconocido en la noche, socavando los pilares de la ciudad. Contamina el cuerpo político que no puede más resistir. Un asesino es menos peligroso. El traidor es la peste.”
Así que, en principio, les prohibieron portar armas, les obligaron a mudarse hacia zonas alejadas de la costa. También a pagar una serie de impuestos que los cristianos no pagaban. Supongo que lo harían para obligarles a convertirse.
Realmente, no era ninguna novedad, es lo mismo que hicieron los musulmanes, cuando ocuparon la Península. Por eso mismo, hubo tantas conversiones de cristianos al Islam. Los que se conocieron, despectivamente, como “elches”.
Evidentemente, la Inquisición, no se metía con los que profesaban otra religión, sino con los conversos al Cristianismo, que, en su vida privada, profesaban su religión original. Así que, al convertir a estos moriscos, ya se podían meter con ellos, si los pillaban realizando actos propios de la religión musulmana.
Durante el reinado de Felipe II, los piratas berberiscos, aliados de los turcos, fundaron bases en los puertos del norte de África, desde donde solían atacar a las embarcaciones que navegaran por el Mediterráneo. Tal y como le ocurrió a Cervantes, cuando volvía de luchar en la batalla de Lepanto.
Así que algunos de los jefes de los moriscos entraron en contacto con estos piratas a fin de facilitarles sus saqueos y, de paso, intentar que fueran derribando el poderío español. No hay que olvidar que el propio rey Francisco I de Francia, pactó con los turcos y le cedió algunos de sus puertos para luchar contra España.
Hace tiempo, escribí un artículo donde se hablaba de la “esclavitud blanca”. En él, explicaba muy claramente cómo algunos de estos moriscos avisaban a sus amigos, los piratas, sobre cuándo y dónde podrían desembarcar en las costas españolas, para hacer el mayor daño posible y, de paso, obtener la mayor cantidad de botín y esclavos.
Por eso mismo, en la actualidad, si vamos por las costas mediterráneas españolas, no nos extrañará que estén llenas de torres de vigilancia e, incluso, algunos de sus pueblos no se sitúen en la misma costa, sino a una distancia prudencial, tierra adentro.
Incluso, se sabe que los moriscos aragoneses habían contactado con los hugonotes (protestantes franceses) para que, en caso de iniciar una rebelión, les ayudaran a enfrentarse con el Ejército español.
Hasta en Sevilla, en 1580, se desbarató, una conspiración morisca que había contactado con piratas berberiscos.
A partir de 1567, todavía durante el reinado de Felipe II, se tomaron nuevas medidas para aumentar la presión sobre los moriscos a fin de que no se distinguieran de los demás súbditos del reino.
Lo cierto es que los obispos y los predicadores se encontraban muy desalentados, pues habían tenido muy poco éxito en sus intentos para atraer a los moriscos a la fe cristiana.
Desde algunos púlpitos, empezaron a escucharse mensajes como que esta gente debería de ser recluida en ghettos o de que llevaran algún distintivo en su traje o un tatuaje en la cara, que los distinguiera del resto de los súbditos.
Incluso, algunos clérigos se atrevieron a decir que, aunque no hubieran hecho nada, condenaran a todos los jóvenes moriscos a galeras o a trabajar en las peligrosas minas de Almadén, donde se extraía el preciado mercurio.
Era una forma de ir exterminándolos, pues se sabe que una persona no solía aguantar con vida más de 5 años, si era condenada a galeras.
Curiosamente, uno de sus líderes, Francisco Núñez Muley, envió un memorial al rey, donde aparte de mencionar la represión que estaba soportando su pueblo, alegaba que debería de respetarse el uso del idioma árabe, igual que se respeta el gallego o el catalán.
Sin embargo, a los moriscos, esto no les gustó nada, porque, en muchos casos, iba en contra de
las capitulaciones, que, en su momento, firmaron los Reyes Católicos, para acabar con la guerra de Granada. Un conflicto que se prolongó durante 10 años, hasta 1492.
En 1568, Fernando de Córdoba y Válor, uno de los líderes moriscos, que, a partir de entonces, se llamó Aben Humeya, encabezó una rebelión en la comarca granadina de las Alpujarras, en la que llegó a atraer a unos 25.000 fieles seguidores. No hará falta decir que esta rebelión estaba financiada y apoyada por los piratas berberiscos y el Imperio Otomano.
Parece ser que los moriscos cometieron atrocidades de todo tipo, como algunos casos en que asesinaron a algunos sacerdotes a base de explosivos. Por supuesto, los del otro bando, no se quedaron muy atrás.
Así que al monarca no le quedó otra que sustituir a la milicia local por los famosos tercios, traídos a toda prisa desde Italia y al mando del famoso Juan de Austria, hermanastro del rey, que luego sería el triunfador en la batalla de Lepanto.
A partir de 1570, muchos moriscos depusieron las armas e, incluso, huyeron al norte de África. Sin embargo, otros siguieron resistiendo hasta el siguiente año.
Como, realmente, nunca tuvieron claro quiénes eran los leales, tomaron la decisión de deportar a todos los moriscos del Reino de Granada, unas 50.000 personas, y repartirlos entre las dos Castillas y la zona occidental de Andalucía. Sin embargo, algunos consiguieron escapar y, desde entonces, se dedicaron al bandolerismo. Aprovechando que la zona de Granada es muy montañosa y, por tanto, es muy fácil esconderse.
 Al final, en 1581, se tomó la decisión de expulsarlos, durante una reunión del rey con sus nobles en Lisboa. Esta decisión fue ratificada por todos los órganos estatales, menos las Cortes Valencianas, donde había bastantes nobles que afirmaban que perderían mucho, si esto se llevaba a cabo. Pero, realmente, no se realizó por falta de presupuesto.
Con la llegada de Felipe III al trono, su primer valido, el duque de Lerma, que tenía muchos intereses en Valencia y, más aún, entre los moriscos, convenció al monarca para que no los expulsara.
Sin embargo, en el mismo Reino de Valencia, estaba la figura de San Juan de Ribera, que, aparte de ser arzobispo de Valencia, luego fue nombrado también virrey de ese territorio, el cual siempre presionó al rey para que expulsara, inmediatamente, a los moriscos.
Parece ser que el mencionado duque de Lerma, uno de los mayores corruptos de la Historia de España, cambió de
postura, cuando se le autorizó para que, en caso de expulsión, pudiera quedarse con todos los bienes de los moriscos. Está visto que a cada uno hay que hablarle en el único lenguaje que entiende. No olvidemos que fue el que propició el traslado de la capital de España a Valladolid. Casualmente, llevó la corte a una serie de inmuebles, que había comprado previamente.
Al final, como siempre, pagaron justos por pecadores. Así que el 22/09/1609 comenzó la expulsión de los moriscos, empezando por los de Levante, que es donde residían el mayor número de ellos.
El marqués de Caracena, virrey de Valencia, con esa misma fecha, emitió un bando en el que ordenaba su expulsión “por traidores y apóstatas” y sólo les daba 3 días para que se fueran. Por lo visto, en esta operación, también se buscaba reforzar el prestigio de la monarquía española, tras sucesivas derrotas en Flandes.
Parece ser que, en toda España, expulsaron a unos 272.000 moriscos, entre ellos, unos 117.000 del reino de Valencia, que es donde eran más numerosos y donde representaban el 30% de los habitantes de ese territorio.
En Aragón, expulsaron a unos 60.000; en Castilla y Extremadura, a unos 44.000; en Andalucía a unos 29.000; en Murcia, a unos 13.000; Cataluña, unos 3.800 y en Granada, unos 2.000. No obstante, se cree que las cifras llegaron a los 300.000, pues muchos de ellos pudieron escapar, sin control, hacia Francia.
Parece ser que hubo discusiones sobre si también deberían expulsar a los niños, pues no se consideraba que les hubiera dado tiempo de “infectarse” con las ideas musulmanas de sus padres.
No obstante, el virrey recomendó que embarcasen con sus padres, para que no se produjeran motines que ralentizaran el proceso de expulsión.
Aún así, parece ser que varios nobles, entre ellos, la propia virreina, asesorados por algunos clérigos, se dedicaron a secuestrar niños moriscos, que estaban esperando con sus familias a ser embarcados, con el argumento de “haberlos quitado de las garras de Satanás”. A estos, cuando crecieron, los dedicaron a las labores domésticas en sus palacios.
Por lo visto, se produjeron conatos de rebelión, cuando corrió el rumor de que no iban a ser bien recibidos en el norte de África. Así que algunos huyeron hacia las zonas montañosas de Valencia y Alicante y fueron duramente reprimidos.
Incluso, los jefes militares españoles, pagaron a sus soldados con la venta de los niños moriscos como esclavos. Muchos de ellos fueron comprados por nobles y clérigos. Se sabe de algunos casos en que algunos de ellos acabaron como esclavos en Sicilia.
Por lo visto, San Juan de Ribera, era partidario de esclavizar a todos esos niños, aunque la mayoría de ellos fueran menores de 5 años. Sin embargo, en 1610, el Consejo de Estado, se opuso a esa decisión, pues era ilegal que un cristiano esclavizara a otro de la misma religión. Así que ordenaron que los menores de 7 años fueran remitidos a Castilla, donde los párrocos los distribuirían entre familias de su confianza para que los adoctrinaran en la fe cristiana. Algo parecido a las famosas encomiendas para adoctrinar a los indios en América.
Algún tiempo después, parece ser que, tras hacer un recuento de estos niños, se vio que eran casi 2.500. en su mayor parte, entre 8 y 15 años y que algunos ya habían sido marcados a fuego en la cara por sus dueños.
Como siempre hay aduladores alrededor de los reyes, el propio San Juan de Ribera le escribió a Felipe III diciendo que esta operación había sido “la más grande en la defensa de la Corona de España”.
Como ya he dicho anteriormente, esta expulsión fue un golpe muy grande a la pobre demografía de España. En aquel momento, España tendría unos 7.000.000 de habitantes. Así que expulsaron casi un 5% del total.
Los lugares principales de procedencia de los mismos fueron Valencia, donde representaban casi la tercera parte del total de ese reino. También Aragón quedó muy afectada por esta operación, ya que se fueron unos 50.000, casi el 20% del total de ese reino.
Parece ser que también hubo muchos que vivían alrededor de Almagro (Ciudad Real) y en el valle del Ricote (Murcia).
Empezaron embarcando a los moriscos valencianos por considerarlos colaboradores de los piratas. Fueron concentrados en los puertos de Vinaroz, Moncófar, Valencia, Denia y Alicante.
En enero de 1610, expulsaron a los moriscos residentes en Andalucía, Extremadura y Murcia, los cuales embarcaron en Sevilla, Málaga y Cartagena. Entre ellos, los famosos moriscos del pueblo extremeño de Hornachos, de los cuales hablaré en otra ocasión.
A mediados del mismo año, tuvieron que partir los residentes en Castilla, Aragón y Cataluña. Con ello, podría parecer que hubieran terminado.
No obstante, unos pocos miles de moriscos todavía creían estar a salvo por una serie de excepciones que figuraban en el decreto de expulsión. Sin embargo, también fueron expulsados, tras la emisión de nuevos decretos a partir de 1611.
Con lo cual, en 1614, ya se dio por terminada la expulsión de todos los moriscos de los reinos de Felipe III.
Parece ser que la mayoría de los expulsados se asentaron, a partes iguales, en lo que hoy son Marruecos, Argelia y Túnez.
También parece ser que se dieron muchos casos en que los moriscos fueron protegidos por sus vecinos. Hubo casos en que los escondieron, otros en que se produjeron matrimonios mixtos y hasta el propio obispo de Tortosa los protegió, dado que eran feligreses suyos.
Se cree que alrededor de 4.000 moriscos consiguieron quedarse en España y sólo unos pocos consiguieron regresar.
Parece ser que el rey estaba la mar de contento, pues encargó varios cuadros para conmemorar estas expulsiones. Incluso, su hijo y sucesor, Felipe IV, volvió a encargar más obras sobre el mismo tema.
El día de la Anunciación de 1610, Felipe III, salió en procesión, escoltado por su corte al completo, hasta la Basílica de Atocha, en Madrid, para dar gracias “por la singular merced que Dios le hizo revelándole tan con tiempo la traición que los moriscos, turcos y confederados tenían urdida contra su real persona y contra sus reinos y vasallos”.
Por otro lado, dijo: “Su Majestad Divina, quien cuida de este Imperio, quien lo guarda y conserva y que es de este reino y monarquía su principal causa”.

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