domingo, 23 de junio de 2019

EL DONCEL DE SIGÜENZA Y LA CASA DE MENDOZA


Hoy voy a tratar un tema del que, ciertamente, se sabe muy poco. Sin embargo, seguro que a todos os suena el personaje al que voy a dedicar mi artículo de hoy.
Su nombre completo fue Martín Vázquez de Arce y se supone que nació alrededor de 1460, aunque también algunos afirman que fue en 1461, pero se desconoce su lugar de nacimiento. Algunos dicen que fue en Sigüenza. Sin embargo, la mayoría de los autores opinan que fue en Guadalajara, donde solía residir su familia.
Ésta pertenecía a la baja nobleza, pero se puede decir que, como, en un principio, no andaban muy sobrados de dinero, pues decidieron trabajar para la Casa de Mendoza. Una de las estirpes más aristocráticas de España. Incluso, en aquel momento, fue una de las más poderosas. No hay más que ver los monumentos que mandaron edificar en esa zona, empezando por el famoso Palacio de los Duques del Infantado, construido en 1483 y situado en la propia ciudad de Guadalajara.
Desgraciadamente, esa provincia, quedó muy machacada por el paso de la Guerra Civil. Así que muchos de sus monumentos resultaron muy afectados por la misma.
Nuestro personaje empezó ejerciendo como paje de los Duques del Infantado. Parece ser que eso le valió para recibir una buena educación.
No obstante, otra de sus labores era garantizar la seguridad de su señor. Así que también fue formado a conciencia en el manejo de las armas. En pocas palabras, se le dio la típica formación que recibía un caballero de su época.
Antes de seguir adelante, es preciso decir que el poderío de los Mendoza venía de haber estado siempre en el lugar y en el momento adecuados. Aparte de haber sabido elegir muy bien el bando al que debían apoyar.
Así que voy a empezar por mencionar la trayectoria de esa estirpe hasta la vida del Doncel.
Se trata de un linaje, cuyo origen se encuentra en la provincia de Álava, en el País Vasco. Concretamente, en un lugar muy cercano a su capital, Vitoria.
Por si alguno no lo sabe, durante varios siglos, se consideraron hidalgos a todos los vascos, por el mero hecho de serlo.
Se sabe que Íñigo López de Mendoza asistió, en 1212, a la célebre batalla de las Navas de Tolosa. Aquella gran victoria de Alfonso VIII contra los musulmanes. Incluso, se dice que Íñigo llegó a romper las cadenas, donde estaban sujetos los esclavos que guardaban la tienda del llamado Miramamolín, que era el jefe de esas tropas musulmanas.
Es curioso, porque también hay otros que se atribuyen esa hazaña. Como Sancho VII de Navarra, del que se decía que medía más de 2 metros de altura. Dicen que, por esa razón, figuran unas cadenas en el escudo de Navarra.
En fin, como todo el mundo sabe, las victorias siempre han tenido muchos “padres”. Mientras que las derrotas siempre han resultado “huérfanas”.
Bueno, ya comprobaréis cómo los nombres de los miembros de esa familia se han repetido a lo largo de los siglos. Por eso mismo, es muy fácil confundirlos.
Casi siempre, la principal función de los Mendoza, fue tener organizado un ejército bien pertrechado, para ponerlo a disposición del monarca de turno, cuando éste se lo requiriese.
De esa manera, empezaron a amasar honores y fortuna, pues, en Castilla, los nobles estaban instalados en las cúpulas de las órdenes militares.
De igual manera, copaban los concejos o ayuntamientos de las villas y hasta representaban a sus respectivos territorios, cuando los reyes convocaban Cortes.
Los Mendoza llegaron a Guadalajara en el siglo XIV y, a través de matrimonios de conveniencia, llegaron a acaparar el poder en esa zona.
Durante la guerra civil entre Pedro I de Castilla y su hermano, el futuro Enrique II, los Mendoza, en un principio, apoyaron al primero.
Sin embargo, tras la deserción temporal del rey, optaron por pasarse al otro bando, que, al final, fue el que resultó vencedor en esa contienda fratricida.
Parece ser que, durante la derrota en la batalla de Nájera, se codearon con la alta nobleza española. Varios de ellos resultaron cautivos y, tras ese amargo episodio, se impulsaron muchas alianzas matrimoniales.
En 1375, Pedro González de Mendoza (no confundir con el cardenal del mismo nombre), obtuvo otro honor para su hijo Diego. El rey le otorgó la mano de María de Castilla, hija ilegítima del monarca. Así que, por vía indirecta, emparentaron con la familia real.
En 1385, su sucesor, Juan I, tuvo la ocurrencia de postularse al trono vacante de Portugal.
Así que plantearon batalla al bando portugués en la localidad de Aljubarrota.
Desgraciadamente, fue una de las derrotas más humillantes que tuvo que soportar Castilla a lo largo de su historia. Tanto fue así que, al ver Pedro González que habían matado el caballo del rey, le ofreció el suyo para que pudiera abandonar el campo de batalla.
Tras declinar la oferta del monarca para montar a la grupa, cayó muerto por las flechas de los arqueros ingleses, aliados de los portugueses en esa batalla. Eso le llevó a ser considerado como todo un héroe.
A finales del siglo XIV, Diego Hurtado de Mendoza, casó, en segundas nupcias, con una rica heredera y eso le hizo añadir tierras de Asturias y Cantabria a sus ya inmensas propiedades por toda la península. Así que, a su muerte, en 1404, fue considerado el hombre más rico de Castilla.
Tras su fallecimiento, uno de sus rivales, de la familia Manrique, aprovechó la ocasión para quedarse con buena parte de los territorios de la familia Mendoza.
Así que su sucesor, el famoso poeta Íñigo López de Mendoza, más conocido por su título de marqués de Santillana, se metió en infinidad de pleitos para recuperar lo que le correspondía.
Para ello, se alió con otras familias nobiliarias de las más importantes de la Castilla del momento. Me refiero a los Guzmán, Álvarez de Toledo y Velasco.
Tomó partido por Juan II, en su eterna lucha contra los infantes de Aragón, hijos de su tío, el rey Fernando I, el de Antequera. De esa forma, consiguió los títulos de marqués de Santillana y conde del Real de Manzanares.
Los miembros de esta familia, no sólo abarcaron una gran cantidad de títulos nobiliarios, sino que también ocuparon puestos muy importantes en la Iglesia, como el caso de Pedro González de Mendoza, más conocido como el Cardenal Mendoza. El cual, solía estar más tiempo en la corte, junto al rey, que en su sacristía. Incluso, llegó a tener dos hijos.
Curiosamente, a uno de ellos le llamó Rodrigo Díaz de Vivar, como al célebre caballero, apodado el Cid. De hecho, los Reyes Católicos le dieron el título de conde del Cid. Uno de los títulos que, actualmente, posee la duquesa del Infantado.
Durante la rebelión nobiliaria contra Enrique IV, se pusieron del lado del rey. Obviamente, esto también les reportó innumerables honores.
En 1474, los Mendoza, se pusieron de parte de los Reyes Católicos, aunque antes habían defendido los derechos de Juana, llamada la Beltraneja.
Lógicamente, pidieron cosas a cambio, como el puesto de cardenal para el clérigo anteriormente mencionado, los territorios que llevaban mucho tiempo reclamando, etc. Incluso, el que entonces ostentaba el título de marqués de Santillana, también fue premiado con el de duque del Infantado.
Por supuesto, a otros miembros de esa extensa familia, también les fueron otorgados varios títulos nobiliarios, con las riquezas que llevaban aparejados estos.
Lo cierto es que, por alguna razón que se me escapa, a la muerte del famoso cardenal Mendoza, le sucedió en la jefatura de la familia Bernardino Fernández de Velasco, condestable de Castilla y residente en Burgos, y no Íñigo López de Mendoza, señor de las propiedades familiares en Guadalajara.
Hasta entonces, la familia había funcionado como un bloque monolítico, obedeciendo ciegamente las decisiones del jefe. A partir de aquí, se crearon una serie de poderes paralelos, que contribuyeron a debilitar el prestigio de la misma.
El famoso poeta y I marqués de Santillana fue el que más influyó en la condena a muerte del valido de Juan II, D. Álvaro de Luna.
Curiosamente, Íñigo López de Mendoza, II Duque del Infantado y III marqués de Santillana, que era descendiente del célebre marqués, casó con María de Luna y Pimentel, que era hija del famoso valido. De esa manera, se reconciliaron las dos familias.
Precisamente, este personaje fue el que ordenó a Juan Guas la construcción del suntuoso Palacio de los duques del Infantado, que aún se puede ver en Guadalajara. También fue el señor del Doncel y de su padre.
Evidentemente, no voy más allá, para no salirme de la época en que vivió nuestro personaje de hoy.
Volviendo al Doncel, sus padres fueron D. Fernando de Arce y Dª. Catalina Vázquez de Sosa. Esta última, parece ser que procedía de una familia de origen portugués. Algunos autores afirman que el padre podría haber estado emparentado con el cardenal Cisneros, por vía materna.
Aunque el padre poseía una casa solariega, que aún existe en Sigüenza, y que luego fue adquirida por los marqueses de Bedmar, parece ser que, en 1455, la familia se trasladó definitivamente a Guadalajara, pues D. Fernando recibió el encargo de ser secretario privado del I duque del Infantado. Incluso, fue nombrado comendador de Montijo.
Por ello, parece ser que el Doncel nació en Guadalajara y no en Sigüenza. Así que ese puesto tan importante le supuso un gran enriquecimiento para su familia.
El hermano del Doncel, primero fue obispo de Burgo de Osma (Soria) y, posteriormente, obispo de Canarias.
Por lo visto, así acapararon grandes riquezas, pues en el testamento de D. Fernando se dice que le dieron un mayorazgo a la hija del Doncel, de la que no sabemos casi nada y hasta compraron una capilla catedralicia, que antes había pertenecido a los poderosos infantes de la Cerda y que, en un principio, estuvo dedicada al famoso Santo Thomas Beckett.
Hay que aclarar que el calificativo de doncel, es totalmente inadecuado para nuestro personaje.
Una de las acepciones de ese término es para los adolescentes, que aún no han tenido pareja femenina. Sin embargo, sabemos que él la tuvo y, como resultado de ello, nació una hija, posiblemente, ilegítima, que se llamó Ana de Arce y Sosa. No obstante, no conocemos la identidad de su madre.
La otra acepción se refiere a los hombres jóvenes, que aún no habían sido nombrados caballeros.
Tampoco parece acertada, pues D. Martín era una persona con una edad ya madura, para su época, donde la esperanza de vida no solía llegar a los 40 años.
Por lo que se ve, ya era miembro de la selecta Orden de Santiago, donde todos sus miembros debían de ser caballeros procedentes de la nobleza. Concretamente, se indica que era comendador de la misma.
Aparte de ello, los caballeros de esa Orden, para ser armados como tales, debían de permanecer recluidos durante un año y un día en el famoso monasterio de Uclés.
Curiosamente, esta Orden empezó llamándose Orden de Cáceres, porque fundada por 13 caballeros de esa ciudad, cambiándose, posteriormente, su nombre al actual.
Fueron hermanos del Doncel, D. Fernando de Arce, unos 15 años mayor que nuestro personaje y que llegó a ser obispo de Canarias; D. Francisco, del que apenas sabemos nada y Dª Mencía, casada con el noble Diego Bravo de Lagunas, con el que tuvo varios hijos.
Parece ser que la hija del Doncel que, según los documentos, se llamaba Ana de Arce de Sosa, aunque en otros sitios aparece como Ana Vázquez de Arce, y sólo llevaba los apellidos de su padre, casó con D. Pedro de Mendoza, señor de Almazán, donde fijaron su residencia.
Sin embargo, como no tuvieron hijos, siguiendo las cláusulas del testamento de su tío, el obispo de Canarias, todos los bienes que le dejó éste en herencia, pasaron a Dª. Mencía, la hermana del Doncel.
Hay que decir que los padres del Doncel, al otorgar testamento, favorecieron más a su hijo, el obispo de Canarias, como agradecimiento por el apoyo financiero que siempre les había dado. Sin embargo, este obispo, fallecido en 1522, legó, en vida, los bienes heredados de sus padres a su sobrina Ana y a sus herederos. En el caso de que no tuviere hijos, ese legado pasaría a su hermana Mencía, como así ocurrió.
Siguiendo el sistema de ordenar los apellidos, que se utilizaba en esa época en Castilla, el Doncel y sus hermanos deberían de haberse apellidado Sosa de Arce, pues solía anteponerse el apellido de la madre. Sin embargo, tanto él como sus hermanos utilizaron Vázquez, como primer apellido, que correspondía al de su abuela materna.
La larga guerra de Granada empezó en 1481 y culminó en 1492, con la toma de la capital del último reino musulmán de España.
Como es natural los Reyes Católicos, movilizaron a todas sus huestes. Los nobles acudieron de muy buen grado, pues no olvidemos que las guerras siempre habían sido su principal fuente de riqueza. Ahí podían conseguir un buen botín y, sobre todo, que el rey les adjudicara nuevas tierras para ampliar sus patrimonios.
Es conocido el caso de Alfonso X el Sabio, un rey que nunca fue partidario de meterse en guerras. Así que, hasta su propio heredero, el futuro Sancho IV, se rebeló contra él, con el apoyo de los nobles.
En el verano de 1486, las tropas cristianas, siempre al o del rey Fernando el Católico, tomaron una serie de ciudades, como Lora Illora, Moclín o Montefrío.
Por tanto, los moros veían que se estaban acercando peligrosamente a la ciudad de Granada.
En octubre del mismo año, los cristianos tuvieron que cruzar la llamada Acequia gorda, un canal de riego, que pasaba por Granada y avanzaba hacia la vega de esa ciudad. Era una corriente de agua, cuyo cauce era casi paralelo al río Genil.
Cuando los castellanos se pusieron a cruzar esa acequia, los moros, que los estaban vigilando, abrieron las compuertas de la misma, produciendo una enorme inundación que se llevó por delante a los invasores.
Uno de ellos era un muchacho de sólo 25 años, llamado Martín Vázquez de Arce, que militaba en la Orden de Santiago.
No sé si sabría nadar, pero se me hace muy difícil que alguien pudiera flotar llevando una coraza tan pesada.
Parece ser que allí murieron otros 20 soldados, aunque, sus compañeros, luego tomaron revancha contra los musulmanes.
Su padre, que también se hallaba en esa campaña, acompañando a su señor, el duque del Infantado, consiguió que recuperaran el cadáver de su hijo. En un principio, lo enterraron en el término de Los Partidores. Un lugar cercano a esa acequia.
Sin embargo, según la crónica de Hernando del Pulgar, lo que ocurrió es que las tropas del obispo de Jaén y del corregidor Francisco de Bobadilla, habían quedado rodeadas por los moros.
Cuando el duque del Infantado vio lo que ocurría, ordenó a sus tropas retroceder para ayudar a los rodeados y fue ahí cuando abrieron las compuertas y se ahogaron el Doncel y unos cuantos caballeros más.
En 1487, su hermano mayor, el obispo de Canarias, pidió permiso al Cabildo catedralicio de Sigüenza para depositar los restos de Martín en la capilla de San Juan y Santa Catalina, que era propiedad de su familia y le fue concedido.
No obstante, parece ser que le otorgaron un permiso temporal, pues en la misma capilla, ya se hallaban los sepulcros de varios miembros de la familia de la Cerda, descendientes de Alfonso X el Sabio. No le otorgaron el permiso definitivo hasta 1490, tres años después de haberlo solicitado.
La citada capilla se encuentra a la derecha del altar mayor y el
encargado de su diseño fue el citado obispo de Canarias. La fachada de la misma fue obra de Francisco de Baeza, mientras que las rejas son obra de Juan Francés.
Así que su padre se hizo cargo del traslado de los restos y ese mismo año redactó un testamento, donde reparte sus bienes entre su hijo mayor y obispo de Canarias; su nieta, hija de Martín, y su propia hija Mencía.
Desde entonces, allí descansan sus restos, junto con los de sus padres, que murieron, respectivamente, en 1504 y 1505, y su hermano el obispo. El sepulcro se realizó en alabastro, posiblemente, procedente de la cercana localidad de Jadraque, donde había unas minas de ese mineral.
Tampoco se conoce al autor del mismo. Sin embargo, muchos autores coinciden en afirmar que lo realizó Sebastián de Almonacid, también llamado de Toledo, o alguien salido de su taller.
Es preciso decir que este artista fue discípulo del flamenco Egas Cueman y perteneció a un grupo de artistas, donde también se hallaban Alonso de Covarrubias, Antón Egas y Juan Guas.
Otras obras de este autor son el retablo de la catedral de Toledo, la capilla del condestable (situada en el mismo templo) y los sepulcros de D. Álvaro de Luna y su esposa, dentro de la misma capilla. Incluso, en la misma catedral de Sigüenza, esculpió un altorrelieve sobre la Piedad, para la tumba de D. Fadrique de Portugal, que fue obispo en esa sede.
La tumba de D. Martín, construida no antes de 1497, se sitúa a la izquierda de la entrada de esa capilla. Está inscrita bajo un arcosolio, que es, simplemente, un arco construido en la cara de un muro, sin salida al otro lado del mismo.
Existen precedentes de este tipo de arcos en las catacumbas de Roma. Ese era el lugar elegido para enterrar a los mártires.
Sobre el arco podemos apreciar una decoración correspondiente al estilo llamado gótico flamígero. Bajo el arco, se puede ver una pintura, de estilo flamenco, relativa a la Pasión de Cristo, que algunos han atribuido a Antonio de Contreras. A los lados hay
pequeñas estatuas, representando a Santiago y a San Andrés. Por lo visto, se trataba de los santos preferidos por esa familia.
Bajo ella, hay una lápida escrita y grabada en la pared con letras góticas, que dice lo siguiente: “Aquí yace Martín Vázquez de Arce, caballero de la Orden de Santiago, que mataron los moros, socorriendo al muy ilustre señor duque del Infantado, su señor, a cierta gente de Jaén, a la Acequia Gorda, en la vega de Granada. Cobró en la hora su cuerpo Fernando de Arce, su padre, y sepultolo en esta capilla año 1486. Este año tomaron la ciudad de Loja, las villas de Illora, Moclín y Montefrío por cercos en que padre e hijo se hallaron”.
En el sepulcro del doncel siempre ha llamado mucho la atención su postura recostada, que me recuerda mucho a los sepulcros etruscos. En sus manos sostiene un libro, que parece estar leyendo. Sobre esto, hay muchas teorías. Unos dicen que era una persona muy culta, otros dicen justamente lo contrario y hasta hay quien afirma que se trata de un libro religioso.
Normalmente, esto fue toda una novedad, pues los caballeros medievales, no solían ser representados con un libro, ya que la mayoría de ellos apenas sabían leer y escribir. Sólo se ven representados con libros las tumbas de los escribanos, los clérigos y las de alguna dama. Como es el caso de la famosa Leonor de Aquitania.
Sin embargo, hay quien afirma que el autor del sepulcro del Doncel pudo inspirarse en el del primer conde de Tendilla o de su esposa, Dª. Elvira de Quiñones, cuyos sepulcros se hallan en la iglesia de San Ginés, de Guadalajara, y a los que también se les representa con sendos libros en las manos.
Incluso, debido a las estrechas relaciones entre la Casa de Mendoza y la familia del Doncel, dicen que es posible que hubieran cedido a algunos de los artistas, que se hallaban edificando su suntuoso palacio, en Guadalajara, para que realizaran el sepulcro del Doncel.
Yo pienso que, en aquella época, lo normal era representar a los fallecidos con las características que adornaron su personalidad. Así que es posible que el Doncel fuera un gran lector y aprovechara cada momento de ocio para leer un libro.
Al mismo tiempo, supongo que su muerte fue un gran trauma para sus familiares y, por eso mismo, ordenaron que fuera representado tal y como fue en vida. Por eso, parece que esté aún vivo y no está representado como su hermano, en actitud orante, o sus padres, que aparecen en la tradicional pose como si estuvieran dormidos sobre su sepulcro.
La escultura representa a la figura del fallecido, llevando un bonete en la cabeza, sobre el pelo que le llega hasta los hombros y vistiendo una esclavina con la cruz de la Orden de
Santiago, popularmente, conocida como “el cangrejo”.
También viste una armadura completa y hasta una cota de malla entre la esclavina y la parte superior de la armadura. En el cinto, lleva una espada y un puñal, como si estuviera descansando tras una larga marcha. El codo derecho está apoyado sobre unas ramas de laurel.
Tiene las piernas estiradas y cruzadas, en un rasgo de gran realismo. A sus pies, se pueden ver las figuras de un paje y un león, símbolos de la inmortalidad.
En la parte inferior del sepulcro se pueden ver, a ambos lados, unos motivos vegetales más propios del arte renacentista. En el centro aparecen las figuras de dos pajes, sujetando el escudo del difunto y, bajo ellos, tres pequeños leones que parecen sostener el peso de ese sepulcro.
Afortunadamente, aunque la Guerra Civil afectó mucho a Sigüenza y, sobre todo, a su catedral, pues en su interior se refugiaron milicianos republicanos, que hicieron frente a las tropas nacionales, esto no afectó a la capilla del Doncel. Aunque sí afectó a otras. Incluso, al altar mayor.
Se han hecho varias restauraciones. La última de ellas hace pocos años, que han logrado devolver la buena imagen que siempre ha tenido este templo. Su construcción comenzó en 1124 por orden del obispo Bernardo de Agen. Curiosamente, se trataba de un clérigo de origen francés.
Esto no es de extrañar, porque, en aquella época, el arzobispo de Toledo, también procedía del país vecino y se trajo a muchos monjes de la Orden cluniacense, a fin de restaurar la Iglesia católica en los territorios reconquistados.
De hecho, éste fue el primer obispo de Sigüenza, pues se ocupó de reconquistar dicha localidad y, más tarde, fue nombrado señor de la misma por el rey Alfonso VII de Castilla.
Parece ser que no tuvo una vida muy tranquila, pues al estar en una zona fronteriza con los reinos musulmanes, tuvo que luchar, frecuentemente, contra estos.
Precisamente, murió en 1152, cuando los combatía en otra localidad cercana a Sigüenza.
Espero que os haya gustado y que no os haya resultado demasiado pesado, aunque reconozco que me ha quedado un poco largo.

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