Seguro que más de uno se habrá
preguntado por qué, en la actualidad, se producen muy pocos fallecimientos en
los partos. Me refiero, lógicamente, a
los países más o menos avanzados.
Hoy vamos a referirnos a una
mujer que, a través de su ejemplo, consiguió salvar muchas vidas en su país,
Francia. Posteriormente, esos conocimientos llegaron a otros países y también
beneficiaron a millones de personas.
Angélique Marguerite Le Boursier
du Coudray nació en 1712 en la ciudad de Clermont-Ferrand, situada en la región
de la Auvernia. Ciudad donde también nació el gran filósofo y matemático Pascal.

Volviendo a nuestro personaje de
hoy, es preciso decir que vino al mundo en el seno de una familia donde había
varios médicos. Así que ella se dedicó también a la misma rama, pero no a la
Medicina, porque en aquel momento no permitían que las mujeres estudiaran esa
carrera.
Como ya mencioné en otro de mis
anteriores artículos, tradicionalmente, se veía a los médicos y a los cirujanos
como dos profesiones diferentes. Así que cada uno de ellos tenía sus centros
propios para que los alumnos pudieran estudiar esas dos carreras.

Sin embargo, poco después, hizo
la misma petición a la Escuela de Cirugía y fracasó en el intento. No obstante,
consiguió que los médicos dieran esa adecuada formación a las parteras,
argumentando que, al no tenerla, podrían poner en peligro las vidas de sus pacientes.
Esto le dio una gran popularidad.
En 1759, cuando ya llevaba
bastantes años de práctica, publicó un libro sobre los conocimientos de esa
especialidad. Increíblemente, el último libro que se había escrito, sobre este
tema, antes que el suyo, había sido publicado casi un siglo antes.
Por aquel entonces, el rey Luis
XV de Francia, andaba muy preocupado a causa de la gran mortalidad infantil.
En cambio, algunos dicen que lo
que más le preocupaba era la escasez de
jóvenes para su Ejército, que, por aquella época, andaba envuelto en varias guerras.

Así que Angélique estuvo nada
menos que 23 años, entre 1760 y 1783, viajando por todos los rincones de su país y mostrando sus
conocimientos a miles de comadronas. Incluso, se permitió enseñar a médicos y
cirujanos. Los que no se opusieron a ello, claro está.
Fue la primera que utilizó una
especie de muñecos de tamaño natural, para explicar, en la práctica, el
nacimiento de los bebés. Estos solían estar realizados con tela, cuero y un
relleno a base de algodón y esponja.
También se hallaban representados
los órganos de la madre, como la vagina, la pelvis, el útero, etc. El cuerpo de
la madre iba colocado sobre un marco de madera, con las piernas reposando sobre
unas piezas de hierro, que las obligaban a estar separadas. Tal y como se
coloca a las parturientas, cuando van a dar a luz.
También está dotado de una serie
de cuerdas para mostrar la ampliación de la vagina y la dilatación del perineo,
cuando el bebé está a punto de nacer.
Para facilitar su estudio, al
modelo le cosieron 21 pequeñas etiquetas a fin de que los estudiantes pudieran
memorizar el nombre y el lugar donde se encontraban los diferentes órganos
femeninos.
En el muñeco que hace de feto se
pueden distinguir unas partes más blandas y otras más duras, como la fontanela,
la columna, los codos o hasta las extremidades. Estando los dedos de éstas bien
diferenciados para que las pudiera distinguir fácilmente la partera al tacto.
Parece ser que, en la
actualidad, algunos de estos muñecos
fueron vistos a través de rayos X y se dieron cuenta de que, en el interior de
la zona donde se representaba el cuerpo de la madre, habían insertado la pelvis
real de una mujer joven.

Parece ser que Angélique se
tomaba muy en serio sus cursos. Estos duraban dos meses, siendo las clases de
lunes a sábado en horario de mañana y tarde. De esa forma, todos sus alumnos
pudieron practicar una y otra vez con “la máquina”, hasta que ella viera que todos
tuvieran la formación adecuada.

Por medio de ese método miles de
parteras e, incluso, cirujanos de toda Francia aprendieron las técnicas más
modernas de la época para aplicarlas en su trabajo y poder salvar así las vidas
de muchos bebés.
No solamente formaba a estos
profesionales para el parto, sino que también les daba clases sobre los órganos
femeninos y el proceso de la reproducción, paso a paso.
Parece ser que también les daba
consejos sobre la forma de tratar a la madre durante el parto. Según ella,
había que darles a entender que no corrían ningún peligro, evitando hablar a
otros al oído por medio de susurros.
Evidentemente, no viajaba sola,
sino que la acompañaban un grupo de personas, que se ocupaban de ayudarla en las
clases y de vender los maniquíes o los manuales a quien estuviera interesado en
ellos.
muchas parteras su
libro de cabecera, durante todo el siglo XVIII.
Evidentemente, tuvo que luchar
contra la mentalidad de algunas parteras, que ejercían su trabajo por medio de
supersticiones y de malas prácticas utilizadas durante siglos. No obstante,
triunfó al lograr que se redujeran las cifras de muertes entre los bebés y
entre sus madres.
Curiosamente, en aquella época, una
partera cobraba menos si el bebé que había ayudado a nacer era una niña, que si
hubiera sido un niño.

Hubo un caso en que una famosa
partera atendió a uno de los partos de la duquesa de Orleans. El bebé nació perfectamente.
Sin embargo, la madre, murió a los pocos días víctima de una infección que le
causó mucha fiebre.
Los médicos que le realizaron la
autopsia realizaron un informe en el que acusaban a la partera de haber dejado
parte de la placenta dentro del útero de la difunta. Ella les contestó
acusándoles de desconocer cómo era una placenta antes y después del parto.
Volviendo a nuestro personaje,
parece ser que se llegaron a realizar cientos de “máquinas” imitando la de
ella. Desgraciadamente, en la actualidad sólo se conserva una, que se halla
depositada en el Museo Flaubert, en Rouen (Francia).
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