Muchas veces ocurre que nos
proponemos hacer alguna cosa e
intentamos planear concienzudamente nuestros actos. Lo malo es que,
desgraciadamente, suelen surgir imponderables que nos estropean nuestros
planes. Eso es, más o menos, lo que le ocurrió a nuestro personaje de hoy.
Para comprender mejor esta
historia, voy a empezar por hablar del gran almirante Andrea Doria. Un tipo
realmente curioso.
Todos habremos leído las hazañas
que este personaje realizó al servicio de España. Lo que pasa es que,
normalmente, no se dice que, anteriormente, había estado al servicio de Francia
y, lógicamente, combatió contra España.
Comenzó su carrera militar ingresando
en la Guardia Pontifica, que estaba a las órdenes de un tío suyo.
Posteriormente, estuvo al servicio del duque de Urbino.
Más adelante, combatió al
servicio de Francia, en las famosas guerras de Italia, donde el Gran Capitán
hizo un buen papel, como jefe del Ejército español.
En 1512, con sólo 46 años, fue nombrado
almirante de la flota de Génova y ahí empezó a tener tiranteces con sus
antiguos jefes, los franceses.
Llegó a vencer a una flota turca.
En cambio, fracasó en su lucha contra los españoles, los cuales obtuvieron una
gran victoria en Pavía y, además, capturaron al
rey Francisco I de Francia y a
varios de sus hijos y los encarcelaron en Madrid.
Parece ser que, cuando el rey
francés fue liberado, debería de estar mal de dinero. Posiblemente, por eso
mismo, le debía una importante cantidad a Doria. Por otra parte, éste andaba ya
bastante mosqueado, así que, cuando se enteró de que el rey francés lo iba a
sustituir por otro, no tardó en ofrecer sus servicios al emperador Carlos V.
Dicen que para explicar ese
cambio de postura, les contó a los soldados que tenía a su servicio, que se le
había aparecido varias veces un venerable anciano y le había indicado que
debería de luchar a favor de España.
Por otra parte, había llegado a
un pacto con el emperador, mediante el cual, Génova, sólo sería un aliado del Imperio,
mientras que el monarca francés había ocupado la ciudad, como si fuera uno más
de sus territorios. Evidentemente, eso ni se molestó en decírselo a sus
soldados.
Parece ser que el emperador
esperaba que Génova aportara a esa alianza sus numerosos barcos de guerra y los
fondos depositados en sus Bancos.
Supongo que, para probar su
lealtad, su primera misión fue levantar el sitio de Nápoles, que estaba siendo
asediada por los franceses. Cosa que consiguió sin muchos problemas. También
apartó a los galos de su tierra, Génova.
Parece ser que, antes de intentar
expulsar a los franceses, se había dedicado a ponerse en contacto con muchos
nobles genoveses, que se hallaban exiliados. A fin de conseguir su apoyo.
Por otra parte, había
aterrorizado a las clases populares, diciéndoles que los franceses estaban
pensando arruinar el poderío marítimo de Génova y convertirla en una ciudad
llena de agricultores y ganaderos. Supongo que a muchos les temblarían las
piernas al oír estas cosas, pues llevaban generaciones enteras dedicándose al
mar.
Así que, con unas cuantas
galeras, y sólo con unos 500 hombres, desembarcó en la ciudad una noche de
septiembre de 1528. Nada más llegar, se montó una enorme revuelta, la cual hizo
que la guarnición francesa retrocediera al castillo. Poco más tarde, tanto el
gobernador milanés, nombrado por los franceses, como éstos, se rindieron a las
tropas de Andrea Doria.
No se contentó con esto. Encaminó
sus fuerzas hacia la ciudad rival, Savona, la cual presumía de tener una fortaleza
inexpugnable y de atacar a Génova cada vez que le daba la gana. Aparte de que
rivalizaba comercialmente con ella.
Sin embargo, gracias a los conocimientos de un ingeniero
militar español, que se dedicó a construir minas de sitio, no tardaron
demasiado en echar abajo sus murallas y conquistar esa ciudad.
Supongo que, a esas alturas, al emperador
Carlos V, que llevaba muchos años combatiendo en Italia, sin obtener buenos
resultados, al ver esto, se le caería la baba. Así que, para que no se le
escapara este buen fichaje, nombró, inmediatamente, a Doria príncipe de Melfi.
Parece ser que algunos le
aconsejaban al emperador que no se fiara demasiado de este desertor del bando
francés.
De todas maneras, no hay que
olvidar que al muy católico emperador no le había temblado la mano al ordenar
que, muy poco antes, sus tropas saquearan Roma.
Andrea, no tuvo hijos. Así que
adoptó a Giannetino, hijo de su primo Tomás, al cual lo estuvo preparando para
sucederle en sus nuevos dominios.
Parece ser que Andrea era muy
popular, en su tierra, por haber liberado Génova de los franceses, pero no así
su sucesor, que se comportaba como un joven caprichoso y soberbio y no era tan
querido.
No obstante, la carrera de los
Doria, ya al servicio de los españoles, fue, casi siempre, de victoria en
victoria. Incluso, el mismo Giannetino había conseguido capturar en el mar al
célebre corsario turco Dragut, que luego fue el sucesor del famoso Barbarroja.
Supongo que todo esto puso en
guardia a las familias nobles de Génova. Igual no les gustó la idea de que los
Doria tuvieran tanto poder en la ciudad y menospreciaran a los miembros de los
demás clanes importantes.
Además, según dicen algunos
autores, la forma de gobierno de los Doria había dado preferencia a la
burguesía financiera, frente al antiguo poder nobiliario. De hecho, Giannetino
se había casado con la hija de un importante banquero.
Por aquel entonces, las
principales familias de Génova eran los Spinola, los Grimaldi, los Doria y los
Fieschi. Seguro que alguno de estos apellidos os suena de algo.
Concretamente, los Fieschi, era
un linaje aristócrata, que procedía de la época medieval y tenía varios siglos
de existencia. Hubo entre sus miembros nada menos que dos Papas, varios
cardenales, arzobispos, mariscales, etc.
En aquel momento, al frente de
esa familia se hallaba un joven llamado Giovanni Luigi Fieschi, que había
nacido en 1525 y había quedado huérfano muy pronto. Concretamente, su padre
murió cuando él sólo tenía 9 años.
Parece ser que era un tipo muy
ambicioso y no podía consentir que Giannetino sucediera a Andrea, aunque
tuviera que luchar contra el poderío del almirante.
Lo curioso del asunto es que
Sinibaldo, el padre de Giannetino, siempre fue íntimo amigo de Andrea y juntos
consiguieron importantes victorias.
Así que, Fieschi, estudió la forma en que Andrea se había hecho
con el poder en Génova y le pareció tan sencilla, que pensó que él podría hacer
lo mismo.
Se puede decir que esta
sublevación se realizó como un intento de parar el ascenso de la burguesía y el
declive de la nobleza tradicional.
Además, según parece, Andrea, que
pretendía crear una república de carácter aristocrático, había contado con una
serie de clanes nobiliarios, para las tareas de gobierno. Sin embargo, no había
contado con todos. Por supuesto, entre estos últimos estaban los Fieschi. Es
posible que lo hiciera, porque ese linaje era el único de los cuatro más
antiguos de la ciudad, que no se dedicaba al mar, sino que explotaba grandes
fincas agrarias de su propiedad.
Así que, durante un tiempo, el
jefe de la conspiración, se dedicó a buscar aliados y consiguió muchas
adhesiones a su causa. Al menos, verbalmente.
Entre los adheridos estaban
Alejandro Farnesio, que luego sería Papa, con el nombre de Pablo III; Pedro Luis
Farnesio, duque de Piacenza; César Fregosi, Cagnino Gonzaga y otras muchas
personalidades de la época. Casi todos pertenecían al bando que había apoyado a
los franceses.
Hasta el mismo Francisco I se
adhirió a la causa, confiando en reconquistar Génova. Así que le prometió
barcos, dinero y tropas.
Como Andrea había hecho anteriormente,
también buscó sus partidarios entre la burguesía y el pueblo. Así, financió a
los comerciantes del gremio de la seda, uno de los más importantes de la
ciudad.
También prometió que, si
gobernaba, haría prevalecer el mérito de los ciudadanos sobre el linaje de los
mismos. Seguro que ese rollo os suena de algo.
Parece ser que al almirante le
llegó alguna carta de las que se enviaban los conjurados entre sí. Sin embargo,
no le dio demasiada importancia, porque no parecía que se estuviera preparando
ninguna conspiración.
Incluso, el mismo Fieschi, seguía
visitando a los Doria y se comportaba amablemente con ellos, al igual que lo
hacía con los militares españoles residentes en Génova.
Según parece, una de las cosas
que aceleraron los preparativos es que, tras una petición de Fieschi,
Giannetino, no sólo la había denegado, sino que se había burlado públicamente
de él. Lo que se veía entonces como una grave ofensa.
Algunos autores también dicen que
Giannetino había querido seducir a la bella esposa de Fieschi y, además, lo
había hecho delante de todos.
Además, se enteró de que Andrea
estaba enfermo. Así que pensó que, si Giannetino llegaba pronto al poder, una
de sus primeras decisiones podría ser encarcelar a los Fieschi, acusándoles de
conspiración.
Así que Fieschi se dio cuenta de
que era el momento oportuno. Sólo quedaba en Génova una pequeña guarnición de
unos 250 soldados. Incluso, la mayoría de la flota estaba desarmada, por haber
terminado ya las campañas navales.
Su estrategia no fue asaltar la
ciudad desde fuera, sino montar una revuelta desde dentro, apoyada por unos 500
soldados. De esa forma, llegó a reunir unos 10.000 sublevados.
La madrugada del 3 de enero de
1547, uno de sus hombres disparó un cañonazo desde una de sus galeras. Esa era
la señal para iniciar la sublevación.
Los partidarios de Doria vieron
con asombro que los conjurados no sólo eran muchos, sino que habían conseguido
meter infiltrados entre ellos mismos. Esto hizo que se desarrollara todo muy
rápido y que las fortificaciones de la ciudad cayeran muy pronto en manos de los
sublevados.
Así, todas las fuerzas de los
conjurados confluyeron sobre la dársena, donde se hallaba el puerto militar.
Allí, los fieles que les quedaban todavía a los Doria, intentaron resistir todo
lo que pudieron, pero fueron aniquilados.
Giannetino, que había oído el
escándalo nocturno, salió armado apresuradamente de su palacio de Fassolo, acompañado por los miembros de su
guardia. No obstante, cuando los sublevados lo vieron, se echaron sobre él y lo
cosieron a puñaladas, matando allí mismo a él y sus guardias.
Andrea, que siempre fue mucho más
hábil que Giannetino, vio todo lo ocurrido desde una ventana y, sin que lo
vieran, montó en un caballo, que le llevó hasta una montaña, fuera de las
murallas de la ciudad.
Mientras tanto, Fieschi, al que
se le había visto durante la sublevación, vistiendo una pesada coraza de acero
con adornos de oro y con su espada en la mano, no aparecía por ninguna parte.
La gente lo esperaba para
vitorearle por su triunfo, pero nadie sabía dónde estaba. Incluso, Niccola Franco,
ayudante de Andrea Doria, deseaba parlamentar con él para llegar a un cierto
arreglo, sin necesidad de derramar más sangre.
La gente buscaba por todos partes
al conde Fieschi, porque era el único que tenía muy claro lo que habría que
hacer, tras la victoria.
Parece ser que aprovechando la
confusión, unos 300 galeotes turcos, que estaban condenados a remar en las
galeras genovesas, se hicieron con una de esas naves y huyeron hacia mar
abierto, en dirección al norte de África.
En el Senado de Génova también se
vivía una gran confusión. Unos senadores querían otorgar el cargo de dux al
vencedor, mientras que otros ofrecían una amnistía a los sublevados.
Lo cierto es que el conde Fieschi
no aparecía por ninguna parte, ni vivo, ni muerto. Sus partidarios, sin saber
qué hacer, comenzaron a abandonar sus posiciones. Unos huyeron, mientras que
otros regresaron a sus casas.
El entusiasmo de las masas se
tornó en decepción y luego en miedo, pues los Doria seguían siendo una familia
con mucho poder y todavía tenían muchos aliados. Así que, poco a poco, las
calles se fueron quedando vacías y todo el mundo se puso a esperar a ver qué
pasaba.
Al día siguiente se supo lo que
había ocurrido. Giovanni Luigi Fieschi, conde de Lavagna, llevaba una armadura
muy pesada. En cierto momento, fue a penetrar en uno de los barcos. Para ello,
tendría que atravesar una pasarela de madera.
Parece ser que la madera estaba
muy resbaladiza. Así que el conde cayó al mar y, como no pudo salir a flote,
por el peso de la armadura, se ahogó en el fondo del puerto.
A partir de ahí, se desató la
represión de los Doria y sus amigos. El cadáver del conde se extrajo del mar y
se dejó que se pudriera en el puerto, durante dos meses.
Los conspiradores que no pudieron
huir fueron asesinados. Todos los bienes de la familia Fieschi fueron
confiscados.
Las desgracias no habían acabado
aún, para los Fieschi. La viuda del conde, Eleonora Cybo, fue obligada a casarse
con un militar, del que pronto quedó de nuevo viuda y fue obligada a ingresar
en un convento de clausura.
Giulio Cybo, hermano de Eleonora
y casado con Peretta, una hermana de
Giannetino, estaba muy enfadado con los Doria. Entre otras cosas, por no haber
recibido la dote de su esposa, al cual se negaron a pagar los de ese clan
familiar.
También porque Andrea se había
puesto de acuerdo con la madre de Giulio, con la que él se llevaba muy mal, para
que no pudiera disponer de la herencia de su padre, ya difunto.
Así que se alió con varios
genoveses exiliados en Venecia y otros miembros de la familia Fieschi. La idea
era acabar con el poder de los Doria, eliminar al embajador español y a los
partidarios de los españoles.
Esta vez, la conspiración se
pilló a tiempo. Giulio fue detenido y enviado a Milán. Estuvo un tiempo
encarcelado en un castillo, mientras llovían peticiones de clemencia para él,
por parte de las familias más importantes de Italia, como Los Médicis, los
Austria d’Este, etc.
Sin embargo, su propia madre,
Ricciarda Malaspina, no hizo ningún esfuerzo para salvarle la vida. Así que el
joven fue decapitado, en mayo de 1548, con sólo 23 años.