martes, 1 de diciembre de 2015

LA LEYENDA DE LA PAPISA JUANA



En el siglo XIII, en plena Edad Media, un fraile dominico francés, llamado Jean de Mailly, que residía en un convento de su orden en Metz, escribió una obra muy interesante, Chronica Universalis Mettensis, publicada en 1254.
En esa obra es donde aparece por vez primera publicada, la historia que vamos a narrar, aunque, hoy en día, la mayoría de los expertos consideran que fue una leyenda, que utilizaron los enemigos de la Iglesia.
He indicado que fue la primera publicada, porque se tienen noticias de que en 1083, un monje benedictino de la abadía de Mainz o Maguncia, escribió ya una crónica de estos hechos, pero no fue publicada. Indicó en la misma que el Papa León IV había muerto en agosto y que le sustituyó una mujer llamada Juana, la cual ocupó el Pontificado durante 2 años, 5 meses y 4 días.
No obstante, en 1278, nada menos que un arzobispo, procedente de la orden de predicadores, llamado Martín de Opava, y que fue confesor de varios Papas, escribió el Pontificum Chronicom et Imperatorum.
Se trataba de una simple cronología de Papas y emperadores, pero la realizó mediante una técnica muy novedosa, en ese momento.
Escribió en una columna los nombres de los Papas, con sus años de pontificado y sus hechos. Enfrente,  puso otra columna, donde se podían leer los nombres de los emperadores del Sacro Imperio, también con los mismos datos.
Pues, bien, en la columna dedicada a los Papas, Martín, colocó a Juan VIII, también llamada la Papisa Juana. Para ello, se supone que se basó en la obra de Jean de Mailly.
Otros dicen que pudo basarse en otra obra del mismo siglo, “Los siete dones del Espíritu Santo”, publicada en 1260, cuyo autor fue el fraile inquisidor Esteban de Borbón.
Como Martín de Opava o Martín el polaco, en su tiempo,  fue una persona con una fama que le precedía, pues su obra tuvo mucho éxito, siendo copiada en diferentes ocasiones y traducida a multitud de idiomas, aunque la mayoría no respetó el formato original.
Lo cierto es que, mientras que Jean indica que el Papa reinó en el siglo XI, Martín afirma que fue en el siglo IX. Concretamente, entre León IV y Benedicto III.
Otros autores importantes que hablaron de este tema fueron el franciscano Guillermo de Ockham y el teólogo Jan Hus.
Esta historia se siguió creyendo como verdadera hasta el siglo XVI. Incluso, algunos historiadores católicos la habían dado por válida. Hasta el propio Petrarca se interesó por este tema.
Supongo que en ese siglo ya no les interesaría en Roma que se siguiera propagando esta narración, porque en el centro de Europa tenían que luchar contra la Reforma protestante.
Es más, se sabe que esta leyenda se utilizó como argumento, por parte de los protestantes,  para dar a entender que los Papas no habían tenido tanta dignidad en otros tiempos.
Parece ser que lo utilizaron tanto en el Cisma de la Iglesia ortodoxa, como en el Concilio de Constanza. Lo curioso es que, en ambos casos, ninguno de los participantes católicos dijo que fuera mentira esta historia.
Así, en 1562, un fraile agustino, llamado Onofrio Panvinio, fue el primero que se encargó de refutarla, en su obra “Vida de los Papas” y en el XVII los luteranos le dieron la razón.
Los que se oponen a esta leyenda, indican que no transcurrió mucho tiempo desde la muerte del Papa León IV hasta la llegada de Benedicto III y tampoco es probable que reinara en el siglo XI, como indica el libro de Jean de Mailly.
No obstante, esta leyenda podría tener cierta verosimilitud, pues ya ha habido otras mujeres que tuvieron una gran influencia en el Papado y, sin embargo, la Iglesia ha intentado siempre borrar todas sus huellas, como son los casos de Marozia de Spoleto o de Olimpia Maidalchini.
También se comenta que a lo largo de la Historia de la Iglesia ha habido otros casos de mujeres que se disfrazaron de hombres y que, en calidad de abades, llegaron a gobernar en algunos conventos
Volviendo a la leyenda, Juana, parece ser que nació en la ciudad alemana de Maguncia, alrededor del año 822. Otros indican que fue, concretamente, en Ingelheim am Rheim, una localidad cercana a Maguncia.
Su padre se decía que había sido un predicador inglés, llamado Gerbert, algo no muy extraño en su época, porque los clérigos aún no hacían mucho caso al famoso voto de castidad. Parece ser que este predicador formaba parte de un grupo enviado para evangelizar a los sajones.
Una de las versiones dice que Juana siempre fue una chica muy inquieta y con muchas ganas de aprender cosas nuevas. El problema es que en aquella época el conocimiento se hallaba en los monasterios y allí no podían entrar las mujeres. Así que se disfrazó de fraile y pudo cumplir sus deseos, teniendo a su alcance toda la sabiduría que se guardaba en esas preciosas bibliotecas, como la de la  famosa abadía de Fulda, donde aprendió muchas cosas sobre Medicina.
Hay otra versión que ya no es tan seria. En ella se dice que, cuando era adolescente, se enamoró de un monje y, para irse con él, también se disfrazó de monje.
Estuvieron juntos en el mismo convento hasta que los descubrieron. Huyeron y su amante la dejó sola. No obstante, ella siguió disfrazada de fraile, llamándose Juan el inglés, y siguió ampliando sus conocimientos.
Incluso, con su falsa identidad, estudió en varias universidades europeas, donde no podía entrar ninguna mujer. Hasta estudió en la misma Atenas.
Algunos dicen que visitó en Constantinopla a la emperatriz Teodora,  y, a su regreso, también pasó por la Corte de Carlos el Calvo.
Se me hace absolutamente imposible, salvo que no se refieran a la emperatriz esposa de Justiniano, porque ésta murió en el 548, mientras que nuestro personaje nació en el 822.
Posteriormente, se estableció en Roma, donde, muy rápidamente, gozó de una merecida fama como intelectual y profesora de diversas materias.
Allí conoció a mucha gente, incluso a los miembros de la Curia papal, los cuales la presentaron al Pontífice León IV.
Parece ser que a éste le causó muy buena impresión y le dio el puesto de asesor en asuntos internacionales y notario. Todo ello, con sólo 26 años.
En aquella época, era muy común que campara la corrupción a sus anchas por Roma. Así, las grandes familias se peleaban por colocar a uno de sus miembros como Papa. Por eso, muchos de ellos duraban poco tiempo en el cargo.
No obstante, como también era factible que la plebe pudiera elegir a un Papa, es lo que hicieron en el caso de nuestro personaje y fue todo un acierto, pues trajo una gran estabilidad, durante el breve tiempo de su Papado.
Ya en el trono Papal, conoció a Lamberto, embajador de Sajonia y se enamoró de él. Otras fuentes dicen que fue de un oficial de su Corte.
Parece ser que tuvieron relaciones sexuales y, en este caso, desgraciadamente, quedó embarazada.
En principio, debido a las amplias vestiduras papales, pudo esconder su estado. Lo curioso es que no pensara en un aborto, para no perjudicar su carrera, pues, según parece, tenía amplios conocimientos de la Medicina de su época.
Algunos piensan que su idea fue la de dar a  luz en secreto, pero, lamentablemente, esas cosas son difícilmente predecibles y esta vez ocurrió que el parto le vino dos meses antes de lo que había calculado.
El suceso ocurrió cuando presidía una solemne procesión que iba desde la antigua iglesia de San Pedro  hasta la basílica lateranense.
Parece ser que acudió mucha gente, porque, Roma y los dominios papales, estaban sufriendo varias plagas, en forma de ataques sarracenos y langostas, que se comían los cultivos.
A esto habría que añadir que, debido al hambre en el campo, los caminos se llenaron de bandidos, que robaban y mataban sin piedad. Así que, los asistentes a esa procesión, contaban con una especie de milagro y se sintieron muy defraudados por lo que vino después.

Al pasar por un lugar situado entre el Coliseo y la basílica de San Clemente, algunos dicen que dio un tropezón, y entonces le vinieron los dolores del parto. Es posible que, por eso, se metiera en un estrecho callejón de esa zona y, se dice, que, por ello, no ha vuelto a pasar ninguna procesión por ese sitio.
Debía tener una gran resistencia, pues, parece ser, que intentó seguir adelante, para llegar a su destino. Lamentablemente, rompió aguas en medio del cortejo y todo el mundo pudo ver que el Papa estaba dando a luz como una mujer.
Después, hay varias versiones. La más aceptada es que los fieles, que se convirtieron de inmediato en infieles, se pusieron a apedrear al Papa, hasta que acabaron con ella y con su hijo. Yo me inclino a pensar que lo hicieron los de su séquito.
Otros dicen que la encerraron de por vida y, sin embargo, su hijo llegó a ser nombrado Obispo de Ostia. Uno de los partidarios de esta versión es el famoso Bocaccio.
A partir de este hecho, se cuenta que, previamente, al nombramiento de
los siguientes Papas, se producía un ritual consistente en que el candidato había de sentarse en un trono, con el asiento agujereado, mientras un médico, miembro del clero, se agachaba y le examinaba los genitales, y, al final, pronunciaba la frase “tiene dos y cuelgan bien”. Con ello, digamos que pasaba el examen físico para convertirse en el nuevo Pontífice.
Realmente, este “trono”, que era de mármol rojo, según parece, procedía de un retrete público de la antigua Roma y se la denominó “silla estercolera”. Otros dicen que se trataba de una especie de bidet, procedente de las ruinas de las Termas de Caracalla. Esta silla dejó de usarse en el siglo XVI, y se envió a los museos vaticanos en el XVIII.
Otro dato, que se puede considerar favorable a la verosimilitud de esta narración es que, hasta finales del XVI o comienzos del XVII, hubo un busto de esta Papisa, en el friso de los Papas, situado en la catedral de Siena. Incluso, se indicaba en su rótulo que se trataba de una mujer.
Fue modificado por el Papa, Clemente VIII, atendiendo a los ruegos del cardenal Baronio y dedicando ese busto a otro Papa llamado Zacarías.
Por otro lado, como al siguiente Papa que subió al Pontificado, con el nombre de Juan, le llamaron, oficialmente, también Juan VIII, pues lo que se dice ahora es que este Papa, como era muy afeminado y no era duro en sus relaciones con los ortodoxos, algunos le llamaron “Papisa”.
Incluso, el gran filósofo Leibniz y la Enciclopedia de la Ilustración también afirmaron que esta historia se tenía por entonces como completamente falsa.
Por otra parte, hay numerosos testimonios que indicaban que, donde ocurrió el parto, se hizo colocar en una pared una especie de escultura en la que se podía ver a un Papa con un bebé en brazos y con una leyenda debajo. Parece ser que estuvo allí hasta el siglo XVI, cuando el Papa Pío V mandó destruirla.
Hasta aquí, he narrado todo lo que se cuenta por ahí sobre esta leyenda, así que no puedo decir si fue un hecho histórico o no, pues existen múltiples argumentos, tanto a favor como en contra. Así que prefiero que cada uno pueda pensar lo que le parezca más oportuno.

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