En el siglo XIII, en plena Edad Media, un fraile
dominico francés, llamado Jean de Mailly, que residía en un convento de su
orden en Metz, escribió una obra muy interesante, Chronica Universalis
Mettensis, publicada en 1254.
He indicado que fue la primera publicada, porque
se tienen noticias de que en 1083, un monje benedictino de la abadía de Mainz o
Maguncia, escribió ya una crónica de estos hechos, pero no fue publicada.
Indicó en la misma que el Papa León IV había muerto en agosto y que le
sustituyó una mujer llamada Juana, la cual ocupó el Pontificado durante 2 años,
5 meses y 4 días.
No obstante, en 1278, nada menos que un
arzobispo, procedente de la orden de predicadores, llamado Martín de Opava, y que
fue confesor de varios Papas, escribió el Pontificum Chronicom et Imperatorum.
Se trataba de una simple
cronología de Papas y emperadores, pero la realizó mediante una técnica muy
novedosa, en ese momento.
Escribió en una columna los nombres de los Papas, con sus años de
pontificado y sus hechos. Enfrente, puso otra columna, donde se podían
leer los nombres de los emperadores del Sacro Imperio, también con los mismos
datos.
Pues, bien, en la columna dedicada a los Papas,
Martín, colocó a Juan VIII, también llamada la Papisa Juana. Para ello, se supone
que se basó en la obra de Jean de Mailly.
Otros dicen que pudo basarse en otra obra del
mismo siglo, “Los siete dones del Espíritu Santo”, publicada en 1260, cuyo
autor fue el fraile inquisidor Esteban de Borbón.
Lo cierto es que, mientras que Jean indica que el
Papa reinó en el siglo XI, Martín afirma que fue en el siglo IX. Concretamente,
entre León IV y Benedicto III.
Otros autores importantes que hablaron de este
tema fueron el franciscano Guillermo de Ockham y el teólogo Jan Hus.
Esta
historia se siguió creyendo como verdadera hasta el siglo XVI. Incluso, algunos
historiadores católicos la habían dado por válida. Hasta el propio Petrarca se
interesó por este tema.
Supongo que en ese siglo ya no les interesaría en Roma que se siguiera
propagando esta narración, porque en el centro de Europa tenían que luchar
contra la Reforma protestante.
Es más, se sabe que esta leyenda se utilizó como
argumento, por parte de los protestantes, para dar a entender que los
Papas no habían tenido tanta dignidad en otros tiempos.
Así, en 1562, un fraile agustino, llamado Onofrio Panvinio, fue el primero que se encargó de refutarla, en su obra “Vida de los Papas” y en el XVII los luteranos le dieron la razón.
Los que se oponen a esta leyenda, indican que no
transcurrió mucho tiempo desde la muerte del Papa León IV hasta la llegada de
Benedicto III y tampoco es probable que reinara en el siglo XI, como indica el
libro de Jean de Mailly.
No obstante, esta leyenda
podría tener cierta verosimilitud, pues ya ha habido otras mujeres que tuvieron
una gran influencia en el Papado y, sin embargo, la Iglesia ha intentado
siempre borrar todas sus huellas, como son los casos de Marozia de Spoleto o de
Olimpia Maidalchini.
También se comenta que a lo largo de la Historia
de la Iglesia ha habido otros casos de mujeres que se disfrazaron de hombres y
que, en calidad de abades, llegaron a gobernar en algunos conventos
Su padre se decía que había sido un predicador inglés, llamado Gerbert, algo no muy extraño en su época, porque los clérigos aún no hacían mucho caso al famoso voto de castidad. Parece ser que este predicador formaba parte de un grupo enviado para evangelizar a los sajones.
Una de las versiones dice que Juana siempre fue
una chica muy inquieta y con muchas ganas de aprender cosas nuevas. El problema
es que en aquella época el conocimiento se hallaba en los monasterios y allí no
podían entrar las mujeres. Así que se disfrazó de fraile y pudo cumplir sus
deseos, teniendo a su alcance toda la sabiduría que se guardaba en esas
preciosas bibliotecas, como la de la famosa abadía de Fulda, donde
aprendió muchas cosas sobre Medicina.
Hay otra versión que ya no es tan seria. En ella se dice que, cuando era
adolescente, se enamoró de un monje y, para irse con él, también se disfrazó de
monje.
Estuvieron juntos en el mismo convento hasta que
los descubrieron. Huyeron y su amante la dejó sola. No obstante, ella siguió
disfrazada de fraile, llamándose Juan el inglés, y siguió ampliando sus
conocimientos.
Incluso, con su falsa
identidad, estudió en varias universidades europeas, donde no podía entrar
ninguna mujer. Hasta estudió en la misma Atenas.
Algunos dicen que visitó en Constantinopla a la emperatriz Teodora, y,
a su regreso, también pasó por la Corte de Carlos el Calvo.
Se me hace absolutamente imposible, salvo que no
se refieran a la emperatriz esposa de Justiniano, porque ésta murió en el 548,
mientras que nuestro personaje nació en el 822.
Posteriormente, se estableció en Roma, donde, muy
rápidamente, gozó de una merecida fama como intelectual y profesora de diversas
materias.
Allí conoció a mucha gente, incluso a los
miembros de la Curia papal, los cuales la presentaron al Pontífice León IV.
Parece ser que a éste le causó muy buena impresión
y le dio el puesto de asesor en asuntos internacionales y notario. Todo ello,
con sólo 26 años.
En aquella época, era muy común que campara la
corrupción a sus anchas por Roma. Así, las grandes familias se peleaban por
colocar a uno de sus miembros como Papa. Por eso, muchos de ellos duraban poco
tiempo en el cargo.
No obstante, como también
era factible que la plebe pudiera elegir a un Papa, es lo que hicieron en el
caso de nuestro personaje y fue todo un acierto, pues trajo una gran
estabilidad, durante el breve tiempo de su Papado.
Ya en el trono Papal, conoció a Lamberto,
embajador de Sajonia y se enamoró de él. Otras fuentes dicen que fue de un
oficial de su Corte.
Parece ser que tuvieron relaciones sexuales y, en
este caso, desgraciadamente, quedó embarazada.
Algunos piensan que su idea fue la de dar a luz
en secreto, pero, lamentablemente, esas cosas son difícilmente predecibles y
esta vez ocurrió que el parto le vino dos meses antes de lo que había
calculado.
El suceso ocurrió cuando presidía una solemne
procesión que iba desde la antigua iglesia de San Pedro hasta la basílica
lateranense.
A esto habría que añadir que, debido al hambre en el campo, los caminos se llenaron de bandidos, que robaban y mataban sin piedad. Así que, los asistentes a esa procesión, contaban con una especie de milagro y se sintieron muy defraudados por lo que vino después.
Al pasar por un lugar situado entre el Coliseo y la basílica de San Clemente, algunos dicen que dio un tropezón, y entonces le vinieron los dolores del parto. Es posible que, por eso, se metiera en un estrecho callejón de esa zona y, se dice, que, por ello, no ha vuelto a pasar ninguna procesión por ese sitio.
Debía tener una gran resistencia, pues, parece
ser, que intentó seguir adelante, para llegar a su destino. Lamentablemente,
rompió aguas en medio del cortejo y todo el mundo pudo ver que el Papa estaba
dando a luz como una mujer.
Después, hay varias versiones. La más aceptada es
que los fieles, que se convirtieron de inmediato en infieles, se pusieron a
apedrear al Papa, hasta que acabaron con ella y con su hijo. Yo me inclino a
pensar que lo hicieron los de su séquito.
Otros dicen que la encerraron de por vida y, sin
embargo, su hijo llegó a ser nombrado Obispo de Ostia. Uno de los partidarios
de esta versión es el famoso Bocaccio.
A partir de este hecho, se cuenta que,
previamente, al nombramiento de
los siguientes Papas, se
producía un ritual consistente en que el candidato había de sentarse en un
trono, con el asiento agujereado, mientras un médico, miembro del clero, se
agachaba y le examinaba los genitales, y, al final, pronunciaba la frase “tiene
dos y cuelgan bien”. Con ello, digamos que pasaba el examen físico para
convertirse en el nuevo Pontífice.Otro dato, que se puede considerar favorable a la verosimilitud de esta narración es que, hasta finales del XVI o comienzos del XVII, hubo un busto de esta Papisa, en el friso de los Papas, situado en la catedral de Siena. Incluso, se indicaba en su rótulo que se trataba de una mujer.
Por otro lado, como al siguiente Papa que subió al Pontificado, con el nombre de Juan, le llamaron, oficialmente, también Juan VIII, pues lo que se dice ahora es que este Papa, como era muy afeminado y no era duro en sus relaciones con los ortodoxos, algunos le llamaron “Papisa”.
Incluso, el gran filósofo Leibniz y la
Enciclopedia de la Ilustración también afirmaron que esta historia se tenía por
entonces como completamente falsa.
Por otra parte, hay numerosos testimonios que
indicaban que, donde ocurrió el parto, se hizo colocar en una pared una especie
de escultura en la que se podía ver a un Papa con un bebé en brazos y con una
leyenda debajo. Parece ser que estuvo allí hasta el siglo XVI, cuando el Papa
Pío V mandó destruirla.
Hasta aquí, he narrado todo lo que se cuenta por
ahí sobre esta leyenda, así que no puedo decir si fue un hecho histórico o no,
pues existen múltiples argumentos, tanto a favor como en contra. Así que
prefiero que cada uno pueda pensar lo que le parezca más oportuno.
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