Hoy voy a contaros un caso que, a
primera vista, podría tener una cierta explicación, si se hubiera dado durante
la Edad Media o, todo lo más, el siglo XVI. Pues no, lo cierto es que tuvo
lugar a mitad del siglo XIX, repito, en pleno siglo XIX y en el corazón de Europa.
Edgardo Levi Mortara, nuestro personaje
de hoy, nació en la ciudad de Bolonia (Italia), en 1851, en el seno de una
familia judía tradicional. Por aquel entonces, y este es un dato muy
importante, Bolonia se hallaba dentro de los llamados Estados Pontificios. Aún no
había tenido lugar la unificación de Italia.
Sus padres fueron Salomón y
Marianna Padovani Mortara. Edgardo, fue uno de sus ocho hijos y es posible que,
por ello, contrataran por un tiempo a una joven católica, llamada Anna Morisi, para cuidarle, cuando aún era muy pequeño.
Parece ser que, en una ocasión, cinco
años antes, el niño se puso muy enfermo y, como esta chica, que sólo tenía 14
años, se hallaba sola con él y lo vio muy próximo a morir, no se le ocurrió
otra cosa que bautizarle ella misma, en la misma casa.
Algunos autores dicen que esta
forma de proceder era muy común entre los católicos, pues, debido a las altas
tasas de mortalidad infantil, que había en ese momento, era muy normal que
muchos bebés murieran nada más nacer.
El niño no murió y, por alguna
razón, la chica dejó de trabajar allí. Más adelante, parece ser que la chica
confesó que había bautizado al niño. Esta afirmación no cayó en saco roto y
algún cura denunciaría el hecho ante el Santo Oficio.
Así que, ni cortos ni perezosos,
siguiendo la teoría medieval de que un
católico no puede educarse entre judíos, porque se condenaría, se presentaron
en su casa.
Pues bien, la Policía de los
Estados Pontificios, siguiendo las instrucciones directas del Papa Pío IX, se
presentó en la casa del chico, un día de 1858, con la orden de llevárselo, aunque
fuera por la fuerza.
Evidentemente, los policías se
salieron con la suya y se llevaron al niño, en medio de los lloros y gritos de
sus padres y del resto de sus hermanos.
Lo trasladaron a una de las
llamadas Casas de Catecúmenos, donde estuvo interno, y donde, durante varias semanas, ni siquiera pudo recibir
las visitas de sus padres.
Incluso, después de ese plazo, no
pudieron acceder a él sin estar presente un clérigo, durante cada reunión
familiar.
El mismo Papa mostró un interés
personal en este asunto y denegó cualquier petición de la familia para que les devolvieran
a su hijo.
Parece ser que el padre del niño
fue a hablar varias veces con el Papa, sin embargo, éste le dijo que sólo
accedería a su petición a cambio de que la familia se convirtiera al
catolicismo.
Supongo que el padre del chico se
negó, porque, en ese momento, una familia judía que se convirtiera al
catolicismo, estaría mal vista tanto por los católicos, como por sus parientes
judíos. Quedarían marcados para siempre.
El caso es que ese Papa, que
había sido nombrado en 1846, llegó con muchas ideas liberales. Incluso, llegó a
abolir la prohibición de que los judíos no pudieran salir de su judería.
El caso es que en 1848 se organizaron
revoluciones en diversos países europeos. Incluso, el mismo Papa tuvo que huir
de Roma disfrazado y encontró acomodo en el Reino de Nápoles.
Un ejército francés lo volvió a
colocar en el trono y, desde entonces, olvidó sus antiguas ideas liberales, pasando
a ser un Papa tradicional. O sea, un monarca absoluto.
Obviamente, mucha gente aprovechó
el incidente para llevarlo a su terreno. Así, en el reino de Piamonte y
Cerdeña, principal foco de donde surgió la unificación italiana, se decía que
los Estados Pontificios estaban dominados por gente con mentalidad medieval y
sus ciudadanos debían de ser liberados de ellos.
Como los judíos siempre han sido
gente muy organizada, enseguida movieron este asunto a nivel internacional.
Al Papa le llegaron quejas y
peticiones de todos los países, incluidas las enviadas por su aliado, Napoleón
III, el emperador Francisco José de Austria-Hungría y diversos políticos de USA.
Algunos autores afirman que este
asunto fue tenido en cuenta por Napoleón III, cuando decidió retirar sus tropas
de Roma y dejar “tirado” al Papa frente a los unionistas italianos.
Incluso, viajó hasta Roma una
delegación de líderes de organizaciones judías. No lograron convencer al Papa y, además, se permitió decirles que el niño era feliz con ellos y que volvería
a hacerlo, si hiciera falta.
Hasta llegaron a hacer gestiones
ante el Papa los dirigentes de la Banca Rothschild, que siempre fueron sus
tradicionales banqueros.
Los mismos judíos crearon en 1860,
en Francia, la Alianza Israelita Universal, para poder luchar contra estos casos.
En muchos países, como en España,
la prensa dividió al país en dos. Los conservadores estuvieron a favor del Papa
y los liberales en contra.
En 1859, cuando los ejércitos que
unificaban Italia habían conquistado Bolonia, su padre hizo un nuevo intento,
pues ya no eran súbditos del Papa, pero no consiguió nada, al estar el niño en
Roma.
En 1870, cuando los unionistas
conquistaron Roma hicieron un nuevo intento, pero Edgardo ya tenía 19 años y
podía decidir por sí mismo. Así que decidió seguir siendo católico.
Parece ser que entre las tropas
unionistas iba su hermano Ricardo, el cual le rogó que se fuera con él, sin
embargo, Edgardo, le respondió con un “vade
retro”, como si fuera un demonio, al verlo vestido con el uniforme militar.
Este Papa fue el que dictó la
norma de la infalibilidad papal y, además, excomulgó para siempre a la dinastía
Saboya. Mientras tanto, Edgardo, seguía considerando al Papa como su verdadero
padre.
Al año siguiente, durante el cual
falleció su padre, lo enviaron a un colegio en Francia, donde decidió ser monje
agustino. Así que lo enviaron como novicio en el convento de esa Orden de San
Pietro in Vincoli.
Lo curioso es que fue ordenado
con 23 años y adoptó el nombre religioso de Pío. Supongo que como homenaje al
Papa que se lo llevó para educarlo como católico.
Bueno, para ser ordenado
sacerdote, previamente, escapó de Italia hacia Austria, para no ser atrapado y
que, encima, tuviera que hacer el servicio militar.
Los Superiores de su Orden lo
enviaron a predicar a diversas ciudades de Alemania. Concretamente, a las zonas
donde había más judíos, para intentar convertirles, pero no tuvo mucho éxito.
Poco después, empezó a visitar, con
cierta frecuencia, a su familia. Algunos dicen que intentó convertirlos al
catolicismo, pero tampoco lo logró.
También otro dato interesante es
que siempre tuvo una gran facilidad para el estudio de otras lenguas, así le
pudieron enviar a varios países. Dicen que llegó a dominar 6 idiomas.
En 1895, fue al funeral de su
madre, presidido por el rabino judío de Bolonia y donde coincidió con otros familiares
y miembros de la congregación judía. La verdad es que habría sido muy curioso
ver a un cura católico entre tantos judíos. Especialmente, en una época en que no
había muy buenas relaciones entre ambas religiones.
En 1897, lo enviaron a Nueva York
para predicar entre los judíos, nada menos que desde la catedral de San
Patricio. Seguramente, eso no le hizo mucha gracia al arzobispo, el cual argumentó
que estropearía las relaciones entre la Iglesia y el Gobierno USA. Supongo que
no querría que se le alborotara el “gallinero”.
A pesar de que Mortara estaba muy
contento de ser católico e, incluso, estuvo a favor de la canonización del Papa
Pío IX, su caso hizo cambiar muchas cosas en la Iglesia, porque al Papa se le
echaron encima desde todos los países.
Incluso, el conocido periódico
USA, New York Times, le dedicó en diferentes días nada menos que 20 editoriales
a este tema.
También estuvo un tiempo en
España, concretamente, en Oñate (Guipúzcoa), donde estuvo estudiando el idioma
vasco. Dicen que lo hablaba tan bien, que hasta dio sermones en ese idioma. Hasta
el mismo Unamuno dejó escrito que lo había visto predicar en Guernica.
Este caso dio lugar a varias
obras literarias y hasta una obra teatral y unaópera, estrenada en 2010.Este monje agustino falleció en 1940, en la ciudad belga de Lieja, cuando ya iba a cumplir 90 años.
En fechas más cercanas, se conocen más casos de este tipo. Nada menos que, en 1946, el Papa Pío XII, le envió unas instrucciones a su nuncio en Francia, ordenándole que todos los niños que habían dejado sus padres judíos, durante la guerra, al cuidado de familias católicas, se les bautizara inmediatamente, para no devolvérselos a sus padres.
Afortunadamente, el Nuncio vaticano
en Francia, que era nada menos que el futuro Juan XXIII, era un hombre juicioso
y no le hizo caso a esa orden.
Es evidente que algunas de esas
familias católicas, viendo que los nazis les pisaban los talones, habían bautizado
a esos niños judíos, para que no fueran perseguidos por esos fanáticos. De todas
formas, su idea siempre fue devolvérselos a sus padres.
Hoy en día, al menos, en teoría, no podría darse un secuestro, como el que sufrió Mortara, pues, desde el Concilio
Vaticano II, organizado, en principio, por Juan XXIII, ese tipo de secuestro
sería condenable por las normas de la Iglesia católica.
A finales del siglo XX, cuando se
estaba haciendo una campaña para canonizar al Papa Pío IX, varios familiares de
Mortara se manifestaron en contra de ese hecho.
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