domingo, 16 de agosto de 2015

EL CASO DEL VAMPIRO DE DÜSSELDORF



Esta vez traigo al blog una historia sucedida en Alemania, en un período inmediatamente anterior a la llegada al poder del nazismo.
Entre 1925 y 1930 suceden en la ciudad de Düsseldorf una serie de crímenes para los que la Policía no encuentra explicación, ni tampoco tiene ninguna pista para detener a ningún sospechoso de haber cometido estos delitos.
Como es una historia bastante tétrica, me limitaré a dar algunos detalles, ya que se
me hace muy desagradable meterme a fondo a detallar los hechos.
El 24/08/1929, se celebra en esa ciudad la feria de Flehe, uno de sus barrios, y a las 22.30, en una calle un poco oscura, un hombre muy educado y bien vestido, se acerca a dos hermanas. Se trata de Louise, de 14 años, y de Gertrude, de sólo 5 años.
Le pide a Loiuise que le vaya a comprar un paquete de tabaco, le da el dinero y, mientras tanto, él le promete que cuidará de su hermana.
En cuanto se marcha la mayor, el hombre estrangula fácilmente a la pequeña y luego la degüella con una navaja automática.
Cuando vuelve la mayor con el tabaco, le da un golpe que la tira al suelo. Luego, la estrangula y la apuñala varias veces, para degollarla también, igual que hizo con la otra niña.
Al día siguiente, un caballero de mediana edad y bien educado, se presenta ante una chica llamada Gertrude Schulte, de 26 años y que trabajaba de sirvienta, y la invita a ir con él a la cercana feria de Neuss.
Caminan a través de una zona arbolada, pero desierta. Él aprovecha para proponerle unas relaciones asexuales. Ella se resiste, así que luchan y él aprovecha para sacar una navaja del bolsillo y apuñalarla hasta que la hoja de la misma se rompe. Por este motivo, él salió corriendo y ella pudo sobrevivir al asesino.
La verdad es que sólo pudo dar una descripción muy pobre a la Policía, porque sólo había podido ver que su asaltante era un hombre de unos cuarenta años y que parecía bien educado.
Ante esto, la Policía no sabía por dónde empezar a buscar al asesino, mientras la prensa amarilla aumenta sus beneficios a base de multiplicar la tirada de sus periódicos a causa del temor de la gente.
El 29 de septiembre de ese año, se halló en un bosque el cuerpo de Ida Reuter, de 31 años. Había sido golpeada varias veces con un martillo, además de violada.
El 12 de octubre le ocurrió más o menos lo mismo a otra joven sirvienta llamada Elizabeth Dorrier.

El día 25 del mismo mes, desgraciadamente, les tocó el turno a dos mujeres, cuyos apellidos eran Meurer y Wanders.
El 7 de noviembre se denunció la desaparición de una niña de sólo 5 años, llamada Gertrude Albermann.
Esta vez, el asesino, se permitió el lujo de enviar una carta a un periódico, donde indicaba el lugar exacto donde había enterrado el cadáver.
Efectivamente, en la parte posterior de una fábrica abandonada y debajo de un montón de escombros y ramas se encontró su cuerpo. Como en los casos anteriores, se pudieron apreciar un montón de cuchilladas, marca de estrangulamiento, violación y, además, señales de haberle succionado la sangre, como hacen los vampiros.
Como dicen en las películas que el criminal vuelve al lugar donde ha realizado
 el crimen, pues, según dijo después, entre los curiosos que rodearon esa fábrica se encontraba el culpable. Incluso, se permitió hablar con los agentes que investigaban el crimen.
Unos días después, el criminal, mandó otra carta a un  periódico para indicar dónde había depositado el cadáver de otra de sus víctimas.
Esta vez se trataba de una chica llamada María Hahn, de 20 años, a la cual había matado por el mismo sistema que a las demás, pero, que, además, intentó crucificarla, aunque no pudo dada su poca corpulencia.
En la ciudad no se habla otra cosa y, además, se ofrece una gran suma, como recompensa, por dar algún dato de este criminal. Posiblemente, debido a que Alemania atravesaba una situación económica realmente crítica, la Policía, recibió miles y miles de llamadas de gente que decía saber algo. Tampoco consiguieron dar con el culpable.
En 1930, en una ciudad realmente aterrorizada, donde, en cuanto cae la noche, no se ve un alma por la calle, el asesino lo intenta en varias ocasiones, pero, afortunadamente,  falla en todas.
El 14 de mayo, se encontró con una joven de 21 años, llamada María Budlik, la cual acababa de llegar de su pueblo a la búsqueda de un trabajo en la ciudad.
La chica baja muy despistada del tren y no sabe cómo ir a la residencia femenina, donde se tiene previsto alojarse. Un hombre de mediana edad se acerca a ella y se ofrece a acompañarla, ya que, según se dice, esta ciudad es cada día más peligrosa.
Cuando llegan a un jardín, llamado Volksgarten, él se empeña en entrar, pero ella se niega. Se entabla entre los dos una agria discusión, que termina cuando llega otro hombre, el cual les pregunta si tienen algún problema. El primer hombre aprovecha para salir huyendo de allí.
Este segundo hombre, a la chica, le inspira mucha más confianza que el primero y, por eso, accede a acompañarle para tomar algo en su casa, que les pilla cerca de allí.
Le ofrece a la joven  un bocadillo y un vaso de leche, que consume con suma rapidez. Luego, la lleva en tranvía hasta el bosque de Grafenburg.
Allí, él la coge de la garganta y le intenta arrancar el vestido, pero ella opone resistencia y, al final, no le queda otra que soltarla. Tras esto, ella le promete que no le va a denunciar, ni a informar a la Policía sobre el piso donde han estado. Así que él acaba acompañándola hasta la parada del tranvía, que llevará a la chica a su residencia.
Unos días después, esta chica le escribió a una amiga, contándole lo que la había pasado. Parece ser que, por un error, el cartero se la entrega a otra persona con un apellido parecido. Así que esta destinataria errónea es la que da el aviso a la Policía.
Inmediatamente, se personan en la residencia de la chica y la interrogan. Unos días después, ésta les acompaña  hasta el piso donde estuvo con el criminal.
En ese momento no se encuentra allí, sin embargo, por la descripción, la portera les informa que se trata del inquilino del cuarto piso y les abre la puerta.
No ven nada de particular y, cuando están bajando, se dan de bruces con nuestro personaje, el cual entra en su vivienda y, cuando, más tarde,  intenta salir de allí, con el sombrero bajo para que no se le vea la carta, es detenido por la Policía.
En principio, no tienen nada contra él, aunque sí ven que tiene un abultado expediente delictivo y es conocido por algunos agentes. A partir de los interrogatorios, los agentes empiezan a conocer su verdadera vida.
Peter Kürten, que así se llamaba nuestro personaje de hoy, nació en 1883, en Mülheim, cerca de Colonia.
Procedía de una familia muy pobre. Compuesta por nada menos que 13 hermanos. Su padre que, además de estar mucho tiempo en el paro, era muy aficionado a la bebida,
solía maltratar a su madre y a sus hermanas, incluso abusaba sexualmente de las pequeñas.
A los 9 años se fugó por primera vez de su casa, cometiendo algunos pequeños robos y realizado zoofilia con algunos animales, antes de cortarles el cuello.
También confesó que, en esta época, cuando estaba remando en un río con unos amigos, los empujó fuera de la barca y, cuando uno de ellos fue a salvar al otro, les golpeó para que se ahogaran.
En aquella época, se pensó que había sido un accidente y no se le culpó de nada, pero, cuando fue detenido por sus asesinatos, confesó que los había matado él.
A los 14 años volvió a escaparse de su casa. Entonces solía acosar a algunas jóvenes a las que en algunas ocasiones, incluso, violó y les robó todo lo que pudo.
Más tarde, volvió con su familia y se puso a trabajar como aprendiz en la misma empresa que su padre, pero cometió un robo y lo echaron.
Luego, se fue a Coblenza, donde convivió con una prostituta, que practicaba el sadomasoquismo y le enseñó todos sus trucos.
También nuestro personaje se dedicaba a los pequeños robos, por lo que fue detenido en 1899 y pasó una temporada encarcelado.
A finales de ese año encontró a una joven campesina a la que le pidió sexo a cambio de dinero, a lo que ella aceptó. Lo que no se esperaba ella es que él, durante el acto sexual, iba a intentar estrangularla, pero tuvo suerte, porque esta vez sólo la dejó inconsciente.
A partir de 1900 fue arrestado en varias ocasiones por robo e intento de homicidio. En la cárcel se le consideraba como un hombre muy solitario.
Al salir de la misma, en 1904, no se le ocurre otra cosa que ingresar como soldado en el Ejército. Evidentemente, eso de la disciplina no le gustó nada y desertó en cuanto que pudo.
Luego, se pasó al sector de los pirómanos. Le gustaba pasear junto a las granjas y prender fuego al pasto y a los graneros. Parecer ser que disfrutaba viendo, a cierta distancia,  cómo se abrasaban el ganado o la gente que las habitaba.
Como ya era un elemento de cuidado, en 1905 le cayeron, por robo, nada menos que 7 años de cárcel. Allí se dedicó a envenenar a otros presos, cuando estuvo trabajando en el hospital de la prisión.
En 1912, fue liberado de nuevo, pero entonces volvió a sus orígenes como violador. En una ocasión, cuando molestó a unas jóvenes que salían de un restaurante, un camarero intentó defenderlas y aquél le disparó con un revólver. Eso le costó otro año en la cárcel.
Al año siguiente, se coló en un restaurante de Colonia, el cual estaba vacío, pero encontró allí a la hija de los dueños, de 13 años de edad.
La pilló dormida, le tapó la boca, la degolló y bebió su sangre. Hasta se permitió escribir, con la sangre de la chica, sus iniciales en un pañuelo antes de salir zumbando.
Esta vez, pudo haberse dado otra desgracia, pues unos días antes, el padre de la chica había discutido con su hermano y éste le había amenazado seriamente. Así que se le consideró el principal sospechoso del hecho. Menos mal, que no encontraron ninguna clara evidencia contra él y, tras permanecer algún tiempo en la cárcel, en prisión preventiva, se le dejó en libertad.
Nuestro personaje, se había envalentonado, al ver que no le pillaban. Así que se compró un hacha y atacó a algunos viandantes, excitándose cuando veía correr su sangre.
Esta vez le pillaron cuando trataba de estrangular a dos mujeres y le cayeron 8 años en la cárcel. Durante ese período tuvo lugar la I Guerra Mundial, así que no tuvo que ir al frente. Una pena que se la perdiera, porque allí podría haber matado a mucha gente, sin que nadie le dijera nada. Hasta le habrían puesto alguna medalla.
En 1921, una vez liberado, fijó su nueva residencia en Altenburg, donde contaba a sus vecinos sus falsas aventuras militares durante la guerra.
También conoció allí a su futura esposa, una antigua prostituta, que acababa de salir de la cárcel, por haberle disparado a su novio.
Fue muy curioso, porque Kürten sólo la quería como una especie de criada, porque no la maltrataba, le era infiel y ni siquiera tenía relaciones sexuales con ella.
En 1925, como ya dije en un principio, regresó a Düsseldorf, donde su locura le llevó a cometer todos esos asesinatos y siguió incendiando graneros.
Según su declaración, cuando fue por fin detenido, además de esas mujeres, atacó en febrero a una mujer, cuyo apellido era Kuhn, a la cual la acuchilló en varias ocasiones y luego bebió su sangre, pero ésta tuvo suerte y se recuperó del ataque.  Fue la primera que dijo que su asaltante era un vampiro. Algo que no pasó desapercibido a los periodistas.
No se limitó a atacar a las mujeres. Unos días después se encontró con un mecánico algo borracho, llamado Rudolf Scheer,  al que le dio un montón de puñaladas, matándolo y, luego, bebiendo su sangre.
En marzo, le tocó el desgraciado turno a otra mujer, de mediana edad,  llamada Rase Ohliger, a la cual mató por el mismo método y a la que también violó.
Entre tanto, la Policía, que había sufrido muchas críticas por parte de la prensa,  estaba interrogando a miles de personas, recibiendo llamadas de todas partes y hasta acudió a una médium, para intentar solucionar de alguna forma este caso.
Dado que estaba como una cabra, cuando le interrogaron los agentes, también confesó que, en el caso de María Hahn, desenterró el cadáver para violarla y la volvió a enterrar de nuevo. Ya se sabe que los alemanes son, ante todo, muy amantes de la precisión en los detalles.
No obstante, la Policía seguía una pista falsa, pues, desde el
principio, creyó que todos estos crímenes tenían que haber sido realizados por varios malhechores, cada uno por su cuenta, y no por una sola persona.
Incluso, se dice, que hasta las habituales bandas delictivas de esa ciudad, prestaron ayuda a la Policía, para intentar capturar al asesino.
Los vecinos de nuestro personaje lo veían como un tipo absolutamente normal, que solía trabajar como camionero y que se mostraba muy amable con todos.
Como unos días antes de que le pillaran en su apartamento, María Budlik, había dado a la Policía un retrato robot del asesino, se divulgó su retrato robot por todas partes.
Parece ser que cuando él se enteró, se vio perdido. Así que una tarde se lo contó todo a su mujer, para que ella lo denunciara y pudiera cobrar la famosa recompensa.
Aquí, las versiones no coinciden, pues unas dicen que los agentes lo detuvieron en su apartamento y otras, que su esposa lo denunció y los llevó hasta donde él los estaba esperando tranquilamente.
El 13/04/1931 comenzó, por fin su juicio. Se hallaba custodiado dentro de una jaula de madera, con su mirada amable y cariñosa, como de costumbre.
Según escribieron algunos periodistas asistentes al juicio, gracias a su habitual elegancia en el vestir, tenía el aspecto de un hombre de negocios venido a menos.
Su juicio duró 8 días y, aunque se le acusó de haber cometido 9 asesinatos, él confesó haber realizado 79 asaltos sexuales y no menos de 13 asesinatos. Incluso, dio todo tipo
de detalles para demostrar que era cierto lo que afirmaba.
Parece ser que alguna taquígrafa hubo de ser sustituida durante las sesiones, por sentirse indispuesta.
Así que al jurado no le llevó más de 90 minutos decidirse por declararlo culpable de esos 9 asesinatos.
Parece ser que entabló amistad con un médico psiquiatra, llamado Karl Berg, el cual alegó que el acusado tenía una enfermedad mental, llamada hematodipsia, pero no convenció ni al tribunal, ni al jurado.
Aunque parezca mentira, durante su estancia en la cárcel, recibió miles de cartas. Unas, lógicamente donde le ponían a parir. Sin embargo, otras, procedían de gente que decía admirarle por lo que había hecho. Hasta recibió cartas de mujeres, que deseaban que se casara con ellas. Como dijo aquel famoso torero: “hay gente pa tó”.
Incluso, durante el juicio, nuestro personaje escribió varias cartas
a los familiares de sus víctimas, pidiendo perdón por sus crímenes e intentando disculparse diciendo que “él necesitaba beber sangre al igual que otras personas necesitan beber alcohol”. Digo yo que hubiera sido más sencillo y más pacífico haber acudido a un matadero a comprar sangre. Igual, hasta se la hubieran regalado.
Evidentemente y conforme al Código Penal de Alemania, vigente en ese momento, nuestro personaje fue condenado a muerte.
Yo creo que él lo tomó como una liberación, pues ni siquiera se molestó en encargar a su abogado que apelara la sentencia.
Como el procedimiento habitual de ejecución era por medio de la guillotina, en una ocasión se le ocurrió preguntarle a su amigo, el doctor Berg, si creía que, cuando le cortaran la cabeza, podría escuchar el sonido del torrente de su sangre, al salir de su cuello. Dijo que sería todo un placer para él.
Por fin, el 02/07/1931, se cumplió la sentencia y la cabeza de nuestro personaje fue guillotinada en la prisión de Klingelputz, en Colonia.
Parece ser que su cabeza fue comprada por un millonario de USA para ser diseccionada y momificada y actualmente se expone en un museo privado de ese país.
El psiquiatra, Berg, fue uno de los que, indirectamente, sacó provecho de esta historia. Poco más tarde, escribió su famosa obra “El Sádico”, el cual se vendió muchísimo y es uno de los libros básicos sobre Criminología.
Parece ser que su conducta fue estudiada al detalle y ha servido, posteriormente, para poder detener a muchos asesinos en serie.
No entiendo mucho del tema, pero pienso que, dado que este personaje había pasado muchas veces por las cárceles alemanas, le podría haber estudiado algún psiquiatra y, seguramente, habría ordenado su ingreso en un manicomio. Seguramente, de esa manera, se habrían ahorrado muchos disgustos y muchas vidas humanas.
Hay que tener en cuenta que era un delincuente habitual y no una persona desconocida para la Policía.
De todas formas, entiendo que, tanto el tribunal como el jurado, estarían muy presionados por la prensa y la opinión pública, que no admitirían otra sentencia que la condena a muerte de este reo.
Evidentemente, aún no había llegado Hitler al poder, cosa que hizo dos años después, pero seguro que ya tendría muchos de sus partidarios entre algunos de los jueces alemanes.
Sobre este tema se han escrito muchos libros y se han realizado varias películas. Yo destacaría “M, el vampiro de Düsseldorf”,  que la estrenó el famoso director, Fritz Lang, poco antes de tener lugar la ejecución del reo. También es preciso destacar en ella la insuperable interpretación del famoso actor Peter Lorre.
Espero que os haya gustado, aunque confieso que, posiblemente, esta vez, me he enrollado mucho.

lunes, 10 de agosto de 2015

MASTRO TITTA, EL VERDUGO DE LOS PAPAS



Recuerdo que en una ocasión, cuando se hacía aquello que se llamaban los cursos prematrimoniales o algo así, que, por cierto, desconozco si se siguen haciendo, pues me ocurrió una anécdota muy graciosa.
Como estos cursillos para futuros matrimonios los daban los curas que, se supone, de eso no tenían que saber nada y unos meapilas a su servicio, pues solían ser muy aburridos.
La verdad es que nunca he entendido que los curas se puedan poner a hablar sobre algo que desconocen.
Bueno, si uno va ahora a las clases que dan algunos profesores universitarios, en España, verá que ocurre lo mismo y, además, se les nota mucho.
Volviendo a los cursillos, una tarde, cuando ya me estaba aburriendo más de lo normal el meapilas de turno, le pregunté de pronto que si la Iglesia era muy amante de la vida y si se oponía a la violencia. Me contestó inmediatamente que sí. Así que yo aproveché y le lancé un “torpedo” directamente a la línea de flotación. Simplemente, le pregunté por qué, si todo era como él decía, el Vaticano había abolido la pena de muerte en fecha tan reciente como 1969.
Evidentemente, al tipo le entraron ganas de salir corriendo, porque se quedó absolutamente sin palabras. Seguramente, desconocía este hecho, así que ese día aprendió algo nuevo. Menos mal, para él,  que algunos de los allí reunidos le “echaron un capote” para poder seguir con la charla correspondiente a ese curso. A todo esto, yo pasé un buen rato, divirtiéndome mucho con sólo ver la cara que puso este hombre. Eso sí, abrevió todo lo posible y nos pudimos ir todos a nuestras casas mucho antes de lo previsto.
Bueno, seguro que a la gente que me conoce no le habrá extrañado esta anécdota, porque sabe que, de vez en cuando, suelto alguna pregunta de ese estilo, con un poco de mala uva, para diversión del público asistente.
Para empezar a centrarnos en el tema de este artículo, me parece que sería conveniente explicar brevemente qué fueron los Estados Pontificios.
Tras la caída de Roma y la invasión de la Península Itálica por parte de los lombardos, se quebró allí el poder político y así el dux de Venecia, el duque de Nápoles y el Papa tomaron posesión de sus respectivos territorios. De esa forma, pasó a llamarse Patrimonio de San Pedro a los dominios del Papa.
En un principio, el Papa, reconoció como su soberano al emperador de Constantinopla, que era el sucesor del antiguo emperador de Roma.
El problema es que el rey lombardo ansiaba someter también a Roma y le exigió al Papa que le cediera sus territorios. Éste, llamó a su soberano, el emperador de Constantinopla, pero no movió un dedo para protegerle.
Viendo que iba a perder su sede y sus territorios, el Papa, Esteban II, se dirigió ahora al rey de los francos, Pipino el breve, pidiéndole ayuda contra los lombardos.
Esta vez sí que obtuvo mejores resultados, pues, tras viajar a Francia y entrevistarse con Pipino, éste le otorgó protección militar para sus territorios y, además, le prometió que los territorios conquistados por los lombardos serían para el Papa.
En 754, el Papa ungió a Pipino como emperador en Saint Denis, otorgándole, además, el título de “patricio de los romanos”, que era uno de los que tenían los antiguos emperadores romanos.
Así, tras derrotar Pipino a los lombardos en 754 y 756, éstos tuvieron que cederle al Papa nada menos que 22 ciudades de la llamada “Pentápolis”, más la Emilia, Comacchio y Narni.
Más tarde, en 774, los lombardos lo intentaron de nuevo y el Papa apeló, como aquel antiguo anuncio de TV,  “al primo del Zumosol”, que, en este caso, fue nada menos que Carlomagno, para que les diera otro “repaso” a los lombardos. Cosa que hizo.
Por cierto, siempre me ha llamado la atención que a Pipino el breve se le llamara así debido a su corta estatura, sin embargo, Carlomagno, que era su hijo, medía unos 2 metros. Algo que se pudo comprobar en cierta ocasión en la que se abrió su tumba.
Además, como el nuevo Papa, León III, coronó a Carlomagno, lo que hizo fue romper con su teórico soberano, que era el emperador de Constantinopla y tomar como nuevo soberano al emperador de los francos.
Incluso, los siguientes emperadores se permitieron, a partir de Lotario I, reafirmar el poder imperial sobre el Papa, al controlar los actos políticos y administrativos de éste. Todo esto dio lugar, durante toda la Edad Media,  a muchas fricciones e incluso, guerras, entre los partidarios del emperador y los del Papa. Los llamados güelfos y los gibelinos.
Algunos autores llegan a afirmar que esta lucha dio lugar a una separación entre la Iglesia y el Estado, que llegó a conformar una nueva sociedad en el Renacimiento, algo alejada de la Medieval, donde todo giraba en torno de la figura divina.
Bueno, para no alargarme mucho, puedo decir que los Estados Pontificios sobrevivieron durante muchos siglos, algo extraño en Europa, y tuvieron momentos importantes, como durante el período llamado del Renacimiento.
Incluso, las tropas de Napoleón, que asaltaron Roma, quisieron eliminar estos Estados, pero no lo consiguieron, porque, tras el Congreso de Viena, se le devolvieron al Papa todos sus territorios.
En 1870, se aliaron un revolucionario profesional, llamado Garibaldi, con el rey Víctor Manuel II de Piamonte y Cerdeña, para intentar unificar Italia en un sólo reino.
Puede ser que lo consiguieran, aprovechando que los franceses, que protegían al Papa, tuvieron que ir a luchar contra los prusianos. Lo cierto es que se formó un nuevo reino en Italia y los Estados Pontificios se perdieron, quedando solamente el Estado del Vaticano, muy a pesar del Papa Pío IX, que se llevó un tremendo disgusto que, con el tiempo,  lo llevaría a la tumba. Como ejemplo, todas las cortinas del vaticano estuvieron cerradas, en señal de luto, hasta el día de su muerte. También prohibió a todos los católicos que participaran en cualquiera de las  elecciones que se realizaran en el nuevo país.
Esta situación quedó así, hasta que nada menos que a Benito Mussolini se le ocurrió firmar los Pactos de Letrán, por los que, por fin, Italia y la Ciudad del Vaticano, se reconocían mutuamente como estados independientes y soberanos.
Bueno, dejando aparte los rollos introductorios, vamos
a ir de cabeza al tema. Cuando estábamos estudiando, nos enseñaron lo que hacía la Inquisición, la española y las de los demás países, a la hora de ejecutar a sus reos. Siempre nos explicaban que la Inquisición, por formar parte de la Iglesia, no podía matar, así que encargaba al poder civil que lo hiciera en su lugar. Esto era más o menos así, pero no es del todo cierto y es lo que vamos a ver ahora.
Concretamente, me voy a fijar en la figura de un conocido verdugo vaticano. Su nombre real fue Giovanni Battista Bugatti, aunque todo el mundo lo conoció, en su época, por el apodo de “Mastro Titta”.
Fue un verdugo con una carrera excesivamente larga. No sé si sería porque le iba la marcha o porque la Iglesia no encontró a otro para que hiciera su trabajo.
Ya en 1796, con sólo 17 añitos, fue fichado por el Papa Pío VI, para que ejerciera como verdugo y ejecutara las penas de muerte, que hubieran sido dictadas por sus tribunales eclesiásticos.
Parece ser que, durante sus primeros cinco años en el cargo, no tuvo mucho trabajo, ejecutando sólo a unas seis personas.
Tras la Revolución Francesa, como las tropas republicanas invadieron
estos Estados, se le fue acumulando el trabajo.
Ya no sólo se dedicaba a ejecutar asesinos, sino que también lo hacía con cualquier opositor al poder de Francia. Esto le obligó a realizar ejecuciones casi diariamente. Lo cual es una barbaridad.
Tras su jubilación, ya con 85 años de edad y 69 en su puesto de trabajo, se calcula que realizó 596 ejecuciones, que no está nada mal. No sé ni cómo podría ejecutar a nadie con una edad tan avanzada.
En un principio, utilizó varios medios para llevar a cabo esas ejecuciones. Supongo que serían los admitidos, por entonces,  por la Ley eclesiástica.
Así que unas veces usó el hacha para decapitar. Otras, le tocó utilizar la famosa horca. Aunque, de todos los métodos, el más usado en Roma fue el aplastamiento del cráneo de la víctima, por medio de un golpe con un pesado martillo.
Evidentemente, tras la llegada de los franceses, en Roma se modernizaron y empezaron a utilizar la famosa guillotina, como en muchos otros sitios.
Dicen que solía referirse a los condenados como sus “pacientes” y que les solían dispensar un trato amable. Incluso, les ofrecía tabaco o les daba palabras de aliento, antes de realizar su trabajo. A las ejecuciones les llamaba “tratamiento”.
Una vez llegado el momento de la ejecución, cumplía su cometido de
una manera impasible y luego mostraba al público la cabeza del ajusticiado, tal y como ordenaban las leyes. En ese momento, los padres que solían asistir con sus hijos, les daban a éstos una bofetada para indicarles que no debían acabar como los reos.
Está claro que, según el delito cometido por el reo, se utilizaba un medio más o menos brutal para ejecutarlo. Con los reos que cometían delitos muy graves, una vez ejecutados, se les descuartizaba y se colgaban sus miembros en las esquinas del cadalso.
Eso es lo que hacía en su papel de verdugo. En cambio, diariamente, hacía una vida muy normal. Vivía en el barrio romano del Trastévere, muy cerca del Vaticano, en la zona llamada del Borgo, concretamente, en el número 2 de la Vía del Campanile, donde se dedicaba, junto con su esposa, a pintar paraguas y sombrillas,  los cuales luego vendía a los turistas.
Parece ser que uno de los “apartados de su contrato”, suponiendo
que hubiera firmado uno, es que nunca podía abandonar su barrio, salvo que fuera requerido para realizar su trabajo como verdugo. Dicen que esa era una forma de protegerlo de las venganzas de los familiares y amigos de sus “pacientes”.
Se cuenta que, cada vez que cruzaba el río, vestido con su capa roja, propia de su oficio, se hacía correr la voz de que iba a realizarse una nueva ejecución, para que todo el mundo fuera a presenciarla. Lo cual hacían todos de manera voluntaria, incluso, llevando de la mano a sus propios hijos. Se hizo muy popular la frase: “Maestro Titta passa ponte”.
En 1865, ya con 85 años, el Papa Pío IX, le permitió retirarse. Incluso, le otorgó una buena pensión. Algo inusual, pues lo normal era darle unas tierras y que se alimentara con lo que sacara de ellas.
Tras su jubilación, ya sólo se realizaron 11 nuevas ejecuciones, hasta 1870, o sea, un chollo para su sucesor en ese horrendo cargo. En ese año se produjo la unificación italiana. Precisamente, su sucesor fue un discípulo suyo, Antonio Balducci, que había sido su ayudante desde 1850.
Como ya dicho, en 1929, se firmaron los Pactos de Letrán, por los que se creó el Estado Vaticano. No obstante, a pesar de ser un nuevo Estado, conservó la pena de muerte dentro de su Código Penal y no se produjo su abolición hasta 1969. También es cierto que no se produjeron ejecuciones en esos 40 años.
En el Museo Criminológico de Roma se pueden leer las anotaciones del diario de este verdugo, donde anotaba los detalles de cada una.
Algunos autores, como el famoso Lord Byron, presumieron de haberle visto realizar sus ejecuciones. Concretamente, el británico presenció una triple a mediados de mayo de 1817.
Incluso, el poeta italiano Giuseppe Gioachino Belli le dedicó unos sonetos, compuestos entre 1830 y 1835. Todos ellos alabando su labor durante tantos años.
Con el tiempo, su nombre se ha hecho tan famoso que le han dedicado varias películas y hasta se realizó una comedia musical, donde aparecía la figura de este verdugo.
Nuestro personaje murió en su querida Roma a la edad de 90 años. Una edad muy avanzada, incluso para hoy en día.

miércoles, 5 de agosto de 2015

SANSÓN, EL MÁS FAMOSO DE LOS VERDUGOS



Al leer este título, seguro que más de uno habrá pensado algo raro. Seguramente, se le habrá venido a la memoria el mítico Sansón, que figura en la Biblia. Concretamente, en el Viejo Testamento. Incluso, creo recordar que se le considera uno de los jueces de Israel. Pues se ha equivocado.
En esta ocasión y, como ahora me ha dado por los verdugos, pues me voy a referir a Charles-Henri Sanson, el cual, estoy seguro que a más de uno ni le sonará. Bueno, pues para eso estoy yo aquí.
Sanson fue el apellido de una famosa dinastía francesa de verdugos.  Comenzó con  su bisabuelo Charles-Louis Sanson de Abbeville, que era soldado en el ejército francés y fue nombrado, en 1684, verdugo oficial del reino por Luis XIV.
A su muerte, le dejó el puesto a su hijo Charles, el cual ocupó ese funesto cargo hasta su muerte, en 1726. Ejecutó al famoso bandido cinematográfico Cartouche.
Luego, le sucedió, aunque no inmediatamente, su hijo Charles-Jean-Baptiste, nacido en 1719, pues su padre murió cuando él todavía era muy pequeño.
Aprendió del segundo esposo de su madre, François Prudhomme, que también sería un buen elemento, pues dicen que estaba especializado en torturar a los reos antes de ejecutarlos.
No obstante, Charles-Jean-Baptiste consiguió del rey los cargos de ejecutor de la ciudad, preboste y vizconde de París.
Posteriormente, vino Charles-Henri, nacido en 1739, el mayor de los hijos del anterior, que tuvo nada menos que nueve hermanos. Este es nuestro personaje de hoy, que llegó a ser conocido como “el Señor de París”.
Nació en París y fue hijo de Charles-Jean-Baptiste y de su primera esposa, Madeleine Tronson.
Le quisieron dar una educación muy esmerada y lo enviaron a  estudiar a un convento en Rouen, pero el padre de otro alumno lo descubrió y le obligaron a irse a causa de la profesión de su padre, para que no diera mala fama al centro. Así que tuvo que terminar sus estudios a base de clases particulares, que recibía  en su casa.
Como su padre debería de ganar mucha pasta con su trabajo, lo envió a estudiar a la famosa Universidad de Leiden, la más antigua de Holanda, para estudiar Medicina.
En un principio, no quería seguir con la tradición familiar, pero debido a una parálisis de su padre, tuvo que empezar a ejercer como tal, con sólo 15 años, para poder mantener a su familia. Me gustaría recordar que en el Antiguo Régimen era muy normal
continuar con la profesión paterna y, en ciertos oficios como éste, era completamente obligatorio.
En 1757 ya tuvo que ayudar a su tío, Charles-Gabriel, verdugo en Reims, en la ejecución de Robert François Damiens, que intentó asesinar al rey.
Este tipo de ejecuciones eran muy sangrientas, pues, a los regicidas, les esperaba una muerte atroz. El verdugo le iba desmembrando el cuerpo al reo, bien con la ayuda de 4 caballos o con hachas,  y lo iba quemando con azufre.
Concretamente, esa ejecución duró nada menos que 4 horas, entre los gritos terroríficos que daba el reo y el numeroso público asistente, como nos cuenta el aventurero Casanova en sus memorias.
No vayamos a pensar que las ejecuciones eran detestadas por el pueblo, como se puede ver en las películas. Lo normal es que fuera mucha gente. Incluso, en España, era habitual llevar a los niños a presenciar las ejecuciones y algunos padres luego les daban una paliza para que los niños no acabaran como los reos.
En 1778, ya con 39 años, recibió de manos de su padre, la capa de color rojo, que sólo la llevaba el verdugo principal. Ocupó ese cargo durante sólo 38 años, pero coincidió con los más sangrientos de la historia de Francia. Lo curioso es que sus habilidades fueron válidas tanto para los monárquicos como para los republicanos. Cayó el régimen, pero no él.
Nuestro personaje fue el principal promotor, junto con el doctor Guillotin,  del invento de un constructor alemán de violines y clavicémbalos, llamado Tobías Schmidt.
Defendió este nuevo artilugio ante la Asamblea Francesa, proporcionando su opinión como especialista en la materia y asegurando que de esa manera las ejecuciones serían menos dolorosas, más humanitarias y más rápidas para todos.
No olvidemos que era una costumbre muy habitual que, antes de empezar,  el propio reo le diera una propina al verdugo para que acabara cuanto antes con sus sufrimientos. En la decapitación con hacha se fallaba menos. Sin embargo, en el caso de la espada, muchas veces había que realizar repetidos golpes sobre el cuello del reo, para poder decapitarle. No hará falta imaginar lo que sufriría el afectado y los espectadores. Con la diferencia de que estos últimos siempre podrían irse a otra parte.
Hasta ese momento, el método de ejecución del reo dependía, como todo en la sociedad del Antiguo Régimen, del estamento al que se perteneciera. Si el reo era un villano, le esperaba la conocida horca. En el caso de los nobles, se hacía mediante la decapitación. Por último, en el caso de los asesinos, la ejecución de la pena era mucho más compleja, pues se realizaba en la terrible rueda, donde se le ataba para ir machacándole todos sus huesos. Debía de ser un espectáculo horrible.
La guillotina era ideal para un sistema que presumía de igualitario, pues sería el mismo para todos los ciudadanos y evitaría sufrimientos desagradables al reo y al público. Algunos de sus  contemporáneos la llamaron la “máquina niveladora”.
Parece ser que el autor de la idea no fue ninguno de ellos, sino el Dr.
Antoine Louis, un cirujano perteneciente a la Academia de Cirugía de Francia, que fue el que le encargó su construcción al artesano Schmidt. Por eso, al principio, se la llamó Louison o Louisette.
Parece ser que su diseño estaba basado en el de un artefacto, originario de Italia, pero bastante más simple. Con uno de ellos se ejecutó, en 1632,  al duque de Montmorency, tras haberse rebelado contra su rey y ser vencido por las tropas del cardenal Richelieu.
La primera prueba se realizó en abril de 1792, en el hospital Bicêtre de Paris. Empezaron cortando pacas de paja, después animales vivos y, posteriormente, cadáveres humanos procedentes de este hospital.
Parece ser que produjo muy buena impresión, pues se aprobó su uso en sólo una semana y ya el 25/04/1792, Sanson, pudo probarla al ejecutar a un ladrón y asesino llamado Nicolas Jacques Pelletier, que fue su primera víctima.
Durante su larga carrera llegó a tener hasta 6 ayudantes para realizar su odioso trabajo y, así, se dice que entre el famoso 14/07/1789 y el 21/10/1796, guillotinó la espeluznante cifra de 2.918 personas, incluido el mismo rey Luis XVI, el cual, como buen aficionado a la relojería, unos años antes,  se había permitido dar algún consejo para perfeccionar la cuchilla que efectuaba el corte.

Aunque la cifra parece muy abultada, parece ser que ha sido comprobada. De todas maneras, el máximo record de ejecuciones lo tiene un verdugo turco, llamado Soufikar Bostanci, que ejerció a mediados del siglo XVII, el cual mandó “al otro barrio” a unas 5.000 personas. Además, lo hacía estrangulándolas con sus propias manos, que tiene más mérito que hacer bajar una cuchilla. Se dice que, en algunas ocasiones,  ejecutó a más de 3 personas al día.
En el caso del rey Luis XVI, se cuenta que fue a su ejecución dentro de una carroza de color verde. Se quitó su chaqueta y se desabrochó la camisa, quitándose un pañuelo del cuello.
Unos guardias pretendieron atarle las manos, pero él se revolvió
indignado. Subió al patíbulo, con la ayuda de un amigo y Sanson le cortó la coleta. Luego, su amigo le pidió que se dejase atar las manos, como era la norma en esos casos.
Posteriormente, quiso volverse hacia el pueblo allí congregado, aunque no le dejaron y dijo estas palabras: “¡Pueblo, muero inocente de los delitos de los que se me acusa! Perdono a los que me matan. ¡Que mi sangre no recaiga jamás sobre Francia!”.
Todos los que estaban con él en el patíbulo quedaron admirados de la compostura del rey y así lo narraron en sus memorias. Aproximadamente, a las 10.22, de aquel 21/01/1793 se realizó la ejecución de su sentencia. De ahí viene la fama de este miembro de la familia Sanson.
La verdad es que Sanson, en principio, no estuvo de acuerdo con la idea de ejecutar al rey, aunque nunca fue partidario de la monarquía, pero luego aceptó el encargo. No le quedaba otra que hacerlo. Incluso, se cuenta, que los revolucionarios amenazaron a su familia.
Parece ser que la reacción del público fue diversa, a pesar de la férrea vigilancia, que había alrededor de la plaza, donde se estaba celebrando la ejecución.
De hecho, unos días antes, el Gobierno había traído a París amplios refuerzos militares, por si se montaba alguna sublevación para impedir la muerte del rey.
Lo cierto es que una parte del público se puso a bailar en corro, alrededor del patíbulo, dando vivas a la República. Otros, por el contrario, se dedicaron  a recoger y hasta probar la sangre del rey, que se estaba filtrando entre los huecos del entarimado. También uno de los ayudantes del verdugo, se dedicó a subastar las ropas y el pelo del rey.
Los restos del rey, junto con su cabeza,  fueron colocados por los
guardias en un cesto de mimbre, que metieron en un carro. Más tarde, se dirigieron al cementerio de la Magdalena, donde lo enterraron.
Posteriormente, en 1815, durante el reinado de Luis XVIII, en el período llamado de la Restauración, sus restos, junto con los de su esposa, María Antonieta, también guillotinada,  fueron trasladados a la basílica de Saint Denis, donde reposan la mayoría de los reyes franceses.
Parece ser que se encontraron fácilmente sus cuerpos, pues se habían inhumado en una tumba sin nombre, gracias a que un abogado señalizó el lugar preciso plantando árboles a su alrededor.
Entre su clientela más conocida podemos destacar las figuras de Danton, Hebert,  Robespierre, San Just y Camille Desmoulins. La ejecución de la reina María Antonieta, en 1793, se la dejó a su hijo, Henri, al igual que la de Fouquier Tinville, en 1795.
Curiosamente, en su juventud, Robespierre era un abogado absolutamente contrario a la pena de muerte. Tras la llegada al poder y viéndose rodeada Francia de enemigos por todas partes, optó por eliminar a todo el que le pareciera contario a sus intereses. Una de sus frases era: “El terror no es más que la justicia rápida, severa e inflexible”. Se dice que sólo en un mes se ordenaron 1.300 ejecuciones y en total, sólo en la época del Terror, fueron guillotinadas en Francia unas 40.000 personas.
No obstante, ya durante el período de Luis XVIII, empezó el llamado “terror blanco” por el que los monárquicos se tomaron la venganza y asesinaron a todos los revolucionarios que les dio la gana.  Por ello, a la época de Robespierre se le llama el Terror Rojo.
En Francia, la pena de muerte tiene una historia muy curiosa. En 1791 varios diputados y, entre ellos, el propio Robespierre, abogaron por la abolición de la pena de muerte, pero la proposición no fue aprobada por la Asamblea. Aunque sí que suprimieron los suplicios previos, que tenían que practicar los verdugos.
En 1795, tras la ejecución de Robespierre y algunos de sus partidarios, con la llegada de la nueva constitución, se prohibió parcialmente la pena de muerte, hasta que en 1810 se puso de nuevo totalmente en vigor.
En 1848, se abolió parcialmente esta pena, tras una serie de debates a nivel nacional, donde participaron, incluso,  los famosos escritores Víctor Hugo y Lamartine.
Entre 1906 y 1908 hubo otro gran debate sobre el tema, suscitado por un proyecto de Ley, presentado por el gran político Aristide Briand, por entonces, ministro de Justicia. Lamentablemente, no fue aprobado y la pena continuó en vigor.
Tras la II GM hubo otro gran debate, fomentado por conocidos intelectuales como Albert Camus o Arthur Koestler, pero no produjo ningún efecto.
En 1981, tras la llegada de Mitterrand a la presidencia de la República Francesa, dado que siempre se sintió abolicionista, aprobó una ley para abolir esta pena en Francia. Realmente, aunque estaba en vigor en ese país, la última ejecución se había llevado a cabo en 1977.
Por fin, nada menos que en  2007, el presidente Chirac aprobó una Ley con rango constitucional que afirmaba que “nadie puede ser condenado a la pena de muerte” en Francia.  
Volviendo a nuestro personaje, se dice que Sanson eran muy aficionado a presenciar  autopsias y a cultivar hierbas medicinales. También tocaba el violín y el cello.
Tuvo dos hijos Gabriel y Henri. El primero, realmente, era el más pequeño, pero siempre se consideró su heredero, porque le gustaba más ese oficio. Desgraciadamente, en 1792, en una de las ejecuciones, al mostrar al público una cabeza decapitada, cayó desde el patíbulo a la calle, rompiéndose el cuello y muriendo casi instantáneamente, con sólo 23 años. Así que, según la ley vigente,  le tuvo que suceder su otro hijo, Henri, que no tenía mucha afición y que ya era capitán de la Guardia Nacional en París.
Éste se mantuvo en ese cargo nada menos que 47 años, hasta que le sucedió su hijo Henri Clement, el cual realizó su oficio hasta 1847 y fue el  último miembro de la dinastía Sanson. En ese mismo año se derogó la norma por la que ese cargo tenía que ser ocupado, con carácter obligatorio, por un miembro de esa familia.
A este último miembro de la familia se le atribuyen las “Memorias de los Sanson”, publicadas en varios tomos en 1830, pero, según parece, esta obra fue escrita a medias por Honoré de Balzac, en su juventud, y por un tal François-Louis L`heritier de l’Ain.
Parece ser que en algunas ediciones figura una campana rota, como el emblema de esta familia. “Sans son”, que significa "sin sonido"  en castellano.
Este libro es  una narración de supuestas anécdotas, que les ocurrieron a los miembros de esta familia en los numerosos años que llevaron a cabo su trabajo.
Parece ser que lo publicó el último miembro de la familia Sanson, por estar arruinado a causa de su vicio por el juego.
Se cuenta que Charles-Henri, en una ocasión en que se reunió con el famoso Napoleón, éste le preguntó si podía dormir bien, después de haber matado a tanta gente. Él le respondió, más o menos, que si los emperadores, los reyes y los dictadores podían hacerlo ¿por qué no un verdugo?
También he leído por ahí que le preguntó si él le ejecutaría, si algún día le depusieran del trono, y el verdugo le contestó que no tendría ningún inconveniente en hacerlo. Había que ser muy valiente para hablarle en ese tono a Napoleón.
Para finalizar, nuestro personaje, cuyo nombre completo era “caballero Charles-Henri Sanson de Longval” murió en 1806 y fue enterrado en el conocido cementerio de Montmartre, en París.