Recuerdo que en una ocasión,
cuando se hacía aquello que se llamaban los cursos prematrimoniales o algo así,
que, por cierto, desconozco si se siguen haciendo, pues me ocurrió una anécdota
muy graciosa.
Como estos cursillos para futuros
matrimonios los daban los curas que, se supone, de eso no tenían que saber nada
y unos meapilas a su servicio, pues solían ser muy aburridos.
La verdad es que nunca he
entendido que los curas se puedan poner a hablar sobre algo que desconocen.
Bueno, si uno va ahora a las clases que
dan algunos profesores universitarios, en España, verá que ocurre lo mismo y,
además, se les nota mucho.
Volviendo a los cursillos, una
tarde, cuando ya me estaba aburriendo más de lo normal el meapilas de turno, le
pregunté de pronto que si la Iglesia era muy amante de la vida y si se oponía a
la violencia. Me contestó inmediatamente que sí. Así que yo aproveché y le lancé
un “torpedo” directamente a la línea de flotación. Simplemente, le pregunté por
qué, si todo era como él decía, el Vaticano había abolido la pena de muerte en
fecha tan reciente como 1969.
Evidentemente, al tipo le
entraron ganas de salir corriendo, porque se quedó absolutamente sin palabras. Seguramente,
desconocía este hecho, así que ese día aprendió algo nuevo. Menos mal, para él,
que algunos de los allí reunidos le
“echaron un capote” para poder seguir con la charla correspondiente a ese
curso. A todo esto, yo pasé un buen rato, divirtiéndome mucho con sólo ver la
cara que puso este hombre. Eso sí, abrevió todo lo posible y nos pudimos ir
todos a nuestras casas mucho antes de lo previsto.
Bueno, seguro que a la gente que
me conoce no le habrá extrañado esta anécdota, porque sabe que, de vez en
cuando, suelto alguna pregunta de ese estilo, con un poco de mala uva, para
diversión del público asistente.
Para empezar a centrarnos en el
tema de este artículo, me parece que sería conveniente explicar brevemente qué
fueron los Estados Pontificios.
Tras la caída de Roma y la invasión
de la Península Itálica por parte de los lombardos, se quebró allí el poder
político y así el dux de Venecia, el duque de Nápoles y el Papa tomaron posesión
de sus respectivos territorios. De esa forma, pasó a llamarse Patrimonio de San
Pedro a los dominios del Papa.
En un principio, el Papa,
reconoció como su soberano al emperador de Constantinopla, que era el sucesor
del antiguo emperador de Roma.
El problema es que el rey
lombardo ansiaba someter también a Roma y le exigió al Papa que le cediera sus
territorios. Éste, llamó a su soberano, el emperador de Constantinopla, pero no
movió un dedo para protegerle.
Viendo que iba a perder su sede y
sus territorios, el Papa, Esteban II, se dirigió ahora al rey de los francos,
Pipino el breve, pidiéndole ayuda contra los lombardos.
Esta vez sí que obtuvo mejores
resultados, pues, tras viajar a Francia y entrevistarse con Pipino, éste le
otorgó protección militar para sus territorios y, además, le prometió que los territorios
conquistados por los lombardos serían para el Papa.
En 754, el Papa ungió a Pipino
como emperador en Saint Denis, otorgándole, además, el título de “patricio de
los romanos”, que era uno de los que tenían los antiguos emperadores romanos.
Así, tras derrotar Pipino a los
lombardos en 754 y 756, éstos tuvieron que cederle al Papa nada menos que 22
ciudades de la llamada “Pentápolis”, más la Emilia, Comacchio y Narni.
Más tarde, en 774, los lombardos
lo intentaron de nuevo y el Papa apeló, como aquel antiguo anuncio de TV, “al primo del Zumosol”, que, en este caso, fue
nada menos que Carlomagno, para que les diera otro “repaso” a los lombardos. Cosa
que hizo.
Por cierto, siempre me ha llamado
la atención que a Pipino el breve se le llamara así debido a su corta estatura,
sin embargo, Carlomagno, que era su hijo, medía unos 2 metros. Algo que se pudo
comprobar en cierta ocasión en la que se abrió su tumba.
Además, como el nuevo Papa, León
III, coronó a Carlomagno, lo que hizo fue romper con su teórico soberano, que
era el emperador de Constantinopla y tomar como nuevo soberano al emperador de
los francos.
Incluso, los siguientes emperadores
se permitieron, a partir de Lotario I, reafirmar el poder imperial sobre el
Papa, al controlar los actos políticos y administrativos de éste. Todo esto dio
lugar, durante toda la Edad Media, a
muchas fricciones e incluso, guerras, entre los partidarios del emperador y los
del Papa. Los llamados güelfos y los gibelinos.
Algunos autores llegan a afirmar
que esta lucha dio lugar a una separación entre la Iglesia y el Estado, que
llegó a conformar una nueva sociedad en el Renacimiento, algo alejada de la
Medieval, donde todo giraba en torno de la figura divina.
Bueno, para no alargarme mucho,
puedo decir que los Estados Pontificios sobrevivieron durante muchos siglos,
algo extraño en Europa, y tuvieron momentos importantes, como durante el
período llamado del Renacimiento.
Incluso, las tropas de Napoleón,
que asaltaron Roma, quisieron eliminar estos Estados, pero no lo consiguieron,
porque, tras el Congreso de Viena, se le devolvieron al Papa todos sus
territorios.
En 1870, se aliaron un
revolucionario profesional, llamado Garibaldi, con el rey Víctor Manuel II de
Piamonte y Cerdeña, para intentar unificar Italia en un sólo reino.
Puede ser que lo consiguieran,
aprovechando que los franceses, que protegían al Papa, tuvieron que ir a luchar
contra los prusianos. Lo cierto es que se formó un nuevo reino en Italia y los
Estados Pontificios se perdieron, quedando solamente el Estado del Vaticano,
muy a pesar del Papa Pío IX, que se llevó un tremendo disgusto que, con el
tiempo, lo llevaría a la tumba. Como
ejemplo, todas las cortinas del vaticano estuvieron cerradas, en señal de luto,
hasta el día de su muerte. También prohibió a todos los católicos que
participaran en cualquiera de las elecciones
que se realizaran en el nuevo país.
Esta situación quedó así, hasta
que nada menos que a Benito Mussolini se le ocurrió firmar los Pactos de
Letrán, por los que, por fin, Italia y la Ciudad del Vaticano, se reconocían mutuamente
como estados independientes y soberanos.
Bueno, dejando aparte los rollos
introductorios, vamos
a ir de cabeza al tema. Cuando estábamos estudiando, nos
enseñaron lo que hacía la Inquisición, la española y las de los demás países, a
la hora de ejecutar a sus reos. Siempre nos explicaban que la Inquisición, por
formar parte de la Iglesia, no podía matar, así que encargaba al poder civil
que lo hiciera en su lugar. Esto era más o menos así, pero no es del todo
cierto y es lo que vamos a ver ahora.
Concretamente, me voy a fijar en
la figura de un conocido verdugo vaticano. Su nombre real fue Giovanni Battista
Bugatti, aunque todo el mundo lo conoció, en su época, por el apodo de “Mastro
Titta”.
Fue un verdugo con una carrera
excesivamente larga. No sé si sería porque le iba la marcha o porque la Iglesia
no encontró a otro para que hiciera su trabajo.
Ya en 1796, con sólo 17 añitos,
fue fichado por el Papa Pío VI, para que ejerciera como verdugo y ejecutara las
penas de muerte, que hubieran sido dictadas por sus tribunales eclesiásticos.
Parece ser que, durante sus primeros
cinco años en el cargo, no tuvo mucho trabajo, ejecutando sólo a unas seis
personas.
Tras la Revolución Francesa, como
las tropas republicanas invadieron
estos Estados, se le fue acumulando el
trabajo.
Ya no sólo se dedicaba a ejecutar
asesinos, sino que también lo hacía con cualquier opositor al poder de Francia.
Esto le obligó a realizar ejecuciones casi diariamente. Lo cual es una barbaridad.
Tras su jubilación, ya con 85
años de edad y 69 en su puesto de trabajo, se calcula que realizó 596
ejecuciones, que no está nada mal. No sé ni cómo podría ejecutar a nadie con
una edad tan avanzada.
En un principio, utilizó varios
medios para llevar a cabo esas ejecuciones. Supongo que serían los admitidos,
por entonces, por la Ley eclesiástica.
Así que unas veces usó el hacha
para decapitar. Otras, le tocó utilizar la famosa horca. Aunque, de todos los
métodos, el más usado en Roma fue el aplastamiento del cráneo de la víctima,
por medio de un golpe con un pesado martillo.
Evidentemente, tras la llegada de
los franceses, en Roma se modernizaron y empezaron a utilizar la famosa
guillotina, como en muchos otros sitios.
Dicen que solía referirse a los
condenados como sus “pacientes” y que les solían dispensar un trato amable.
Incluso, les ofrecía tabaco o les daba palabras de aliento, antes de realizar
su trabajo. A las ejecuciones les llamaba “tratamiento”.
Una vez llegado el momento de la
ejecución, cumplía su cometido de
una manera impasible y luego mostraba al
público la cabeza del ajusticiado, tal y como ordenaban las leyes. En ese
momento, los padres que solían asistir con sus hijos, les daban a éstos una
bofetada para indicarles que no debían acabar como los reos.
Está claro que, según el delito
cometido por el reo, se utilizaba un medio más o menos brutal para ejecutarlo.
Con los reos que cometían delitos muy graves, una vez ejecutados, se les
descuartizaba y se colgaban sus miembros en las esquinas del cadalso.
Eso es lo que hacía en su papel
de verdugo. En cambio, diariamente, hacía una vida muy normal. Vivía en el
barrio romano del Trastévere, muy cerca del Vaticano, en la zona llamada del
Borgo, concretamente, en el número 2 de la Vía del Campanile, donde se dedicaba,
junto con su esposa, a pintar paraguas y sombrillas, los cuales luego vendía a los turistas.
Parece ser que uno de los
“apartados de su contrato”, suponiendo
que hubiera firmado uno, es que nunca
podía abandonar su barrio, salvo que fuera requerido para realizar su trabajo
como verdugo. Dicen que esa era una forma de protegerlo de las venganzas de los
familiares y amigos de sus “pacientes”.
Se cuenta que, cada vez que
cruzaba el río, vestido con su capa roja, propia de su oficio, se hacía correr
la voz de que iba a realizarse una nueva ejecución, para que todo el mundo
fuera a presenciarla. Lo cual hacían todos de manera voluntaria, incluso,
llevando de la mano a sus propios hijos. Se hizo muy popular la frase: “Maestro
Titta passa ponte”.
En 1865, ya con 85 años, el Papa
Pío IX, le permitió retirarse. Incluso, le otorgó una buena pensión. Algo
inusual, pues lo normal era darle unas tierras y que se alimentara con lo que
sacara de ellas.
Tras su jubilación, ya sólo se
realizaron 11 nuevas ejecuciones, hasta 1870, o sea, un chollo para su sucesor
en ese horrendo cargo. En ese año se produjo la unificación italiana. Precisamente,
su sucesor fue un discípulo suyo, Antonio Balducci, que había sido su ayudante
desde 1850.
Como ya dicho, en 1929, se
firmaron los Pactos de Letrán, por los que se creó el Estado Vaticano. No
obstante, a pesar de ser un nuevo Estado, conservó la pena de muerte dentro de
su Código Penal y no se produjo su abolición hasta 1969. También es cierto que
no se produjeron ejecuciones en esos 40 años.
En el Museo Criminológico de Roma
se pueden leer las anotaciones del diario de este verdugo, donde anotaba los
detalles de cada una.
Algunos autores, como el famoso
Lord Byron, presumieron de haberle visto realizar sus ejecuciones. Concretamente,
el británico presenció una triple a mediados de mayo de 1817.
Incluso, el poeta italiano
Giuseppe Gioachino Belli le dedicó unos sonetos, compuestos entre 1830 y 1835. Todos
ellos alabando su labor durante tantos años.
Con el tiempo, su nombre se ha
hecho tan famoso que le han dedicado varias películas y hasta se realizó una
comedia musical, donde aparecía la figura de este verdugo.
Nuestro personaje murió en su
querida Roma a la edad de 90 años. Una edad muy avanzada, incluso para hoy en
día.
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