sábado, 6 de diciembre de 2014

EL PALACIO DE LA MALMAISON Y SUS BENEFACTORES


A veces, se puede pensar que los edificios tienen algo parecido a un alma, y sólo esperan a que pase alguien por delante de ellos y se ocupe de darles el lustre que se merecen. Es posible que eso ocurriera con este palacete francés.
Se trata de un palacete situado a unos 12 km. de París, rodeado de jardines y de zonas boscosas.
Se sabe que, desde el siglo XIV hasta mediados del XVIII había pertenecido a la familia Goudet. Una estirpe muy relacionada con el mundo militar francés.
Cuando a esta familia le pilló una crisis financiera tuvo que venderla. Parece ser que la adquirió la familia Couteux du Molay, cuya esposa abrió allí un salón literario.
Es posible que, de esa manera, Josefina, la esposa de Napoleón I, llegara a conocer este edificio y se encaprichara de él.
Así, en 1799, cuando Napoleón se hallaba luchando en Egipto, Josefina compró este palacete y se mudó allí.
Aparte de los 325.000 francos que se gastó ella para comprar el edificio, cosa que no gustó nada a Napoleón, cuando volvió de Egipto, luego se gastaron otro tanto en obras de reforma y restauración de sus instalaciones.
Estas obras les fueron encargadas a los arquitectos Charles Percier y Pierre Leonard Fontaine y duraron entre 1800 y 1804.
El lugar pasó de ser un mísero palacete rural sin pretensiones a dotarse de un lujo propio de una pareja que ambicionaba con una corona imperial. La cual consiguió un poco más tarde.

Los arquitectos mencionados, tras su visita a Italia, habían regresado muy influidos por las construcciones romanas que se estaban descubriendo en la villa de Pompeya y las desarrollaron en este edificio.
Percier fue siempre el diseñador de las obras y Fontaine el ejecutor de las mismas. Así, pudieron realizar un proyecto donde se fundían el interior de una villa romana con unas habitaciones más al gusto neoclásico, que era el dominante por esa época.
De esa manera fueron construyendo el gran vestíbulo, al estilo de los atrium romanos, donde el pater familias recibía regularmente a su clientela.
Este daba paso al comedor, una biblioteca bien surtida, varias salas de audiencia y unos salones para escuchar música o jugar al billar.
En el piso de arriba estaban las habitaciones privadas de los Bonaparte, donde se encontraban los dormitorios de la pareja imperial, los de los hijos de Josefina y el de la madre de Napoleón.
En el exterior se hallaba una galería acristalada, donde Josefina se dedicaba a  sus grandes pasiones: la jardinería y las antigüedades.
También se construyó un pequeño teatro para entretener a las visitas importantes que aparecían por  la casa de vez en cuando.
 No es de extrañar que construyeran tantas cosas, pues convirtieron una propiedad de menos de 60Ha en otra que llegó a tener 726 Ha.
El jardín lo diseñó Jean Marie Morel, el mejor especialista de la época en construir jardines de tipo inglés. Algo muy curioso para un emperador que odiaba a muerte a los ingleses.
Este paisajista, aparte del jardín,  les construyó varias instalaciones,  simulando unas casas suizas y una vaquería, algo muy de moda en la época.  
Los mismos arquitectos se hicieron cargo del mobiliario, el cual se ve muy sobrio, pero ciertamente elegante.
Como Josefina era caribeña, quizás echaría de menos la tierra donde se crió. Así que encargó al construcción de un gran invernadero, donde plantó especies de plantas exóticas, aunque siempre tuvo verdadera pasión por las rosas. Para su jardín botánico fue asesorada por algunos expertos que habían viajado con Humboldt.
Supo sacarle algún beneficio al jardín, pues encargó a algunos pintores que dibujaran grabados sobre estas plantas, los cuales llegaron a venderse muy bien.
También se dedicó a criar animales de todos los puntos del globo, como avestruces, llamas, canguros, orangutanes o cebras.
Este palacio, durante la época del Consulado, fue el hogar de los Bonaparte. Más tarde, cuando fueron coronados, ya tuvieron que mudarse al palacio de las Tullerías, más propio de la realeza francesa.
Más tarde, tras el divorcio, este edificio pasó a ser  propiedad exclusiva de Josefina y allí se retiró ella a pasar sus últimos años, tras realizar previamente unas nuevas reformas.
Estas obras las realizó el gran especialista Berthault, gran conocedor de los gustos de la propietaria. Construyó una especie de templo dedicado al Amor, una gruta rocosa y un monumento a la Melancolía.
También construyó un lago interior y aumentó la capacidad del invernadero, el cual podía contener árboles de hasta 5 metros de altura.
Se cree que plantó con éxito unas 200 plantas, absolutamente nuevas en Francia. En cambio, dado el enorme gasto que suponía mantener las especies animales que le habían regalado, tuvo que cederlas a un zoo.
Josefina no tuvo mucha suerte, pues falleció allí mismo, en 1814, con sólo 51 años,  mientras Napoleón se hallaba recluido en la isla de Elba.
Él volvió a vivir allí algún tiempo después, hasta su derrota en Waterloo, que le obligó a exiliarse en la isla de Santa Elena.
Unos años más tarde, en 1842,  esta finca fue adquirida por María Cristina de Borbón, viuda de Fernando VII y madre de Isabel II, la cual se trasladó allí a causa de haber sido obligada a exiliarse por el general Espartero. También fueron a vivir con ella su marido, el duque de Riansares y su numerosa descendencia.
Como esta finca era muy querida por los Bonaparte, en 1861, fue vendida al futuro emperador Napoleón III.
Se encontró la casa en estado de abandono y la llenó con mobiliario procedente de los almacenes reales, junto con objetos de la época de su ilustre pariente.
Ya en 1877, tras la caída de Napoleón III, el Estado francés, lamentablemente, dedicó este bonito edificio a acuartelamiento de tropas y luego lo vendió a una sociedad británica, la cual se dedicó a parcelar el jardín, vendiendo la propiedad por trozos. Por ello, ahora sólo tiene 6 Ha.
Como ya he dicho en un principio, este edificio tiene un cierto carisma que atrae a algunas personas. Eso, posiblemente, fue lo que ocurrió en 1896, cuando el financiero Daniel Iffla se hizo con él.
Dicen que Iffla, que era de origen judío, debía buena parte de su fortuna a sus inversiones en la construcción del ferrocarril en España. Es muy curioso esto, pues se sabe que mucha gente se arruinó con esta inversión, ya que fue  muy poco rentable.

Hay que tener en cuenta que España es un país muy montañoso, que requiere, para este tipo de construcciones,  mayores fondos que otros donde su suelo es más llano.

Por otra parte, parece ser que la ruina vino también por el elevado precio de los billetes, que no estaba en consonancia con el nivel económico, ni las tradiciones de un país, por entonces, muy poco desarrollado.

De hecho, se dice que muchos de los que perdieron sus inversiones con este negocio, fueron los que luego apoyaron la revolución de 1868, liderada entre otros por el general Prim, que obligó a Isabel II a exiliarse.

Volviendo al personaje de Iffla, se puede decir de él que tenía una gran afición por las glorias del gran Bonaparte, dedicándose a adquirir muchos objetos que pertenecieron a éste.

Parece ser que adquirió la Malmaison cuando ya se hallaba en muy mal estado, a punto de ser derribada,  y se gastó una enorme fortuna en su restauración.

Luego,  en 1903, la cedió al Estado francés, con la única condición de que se instalara en ella un museo dedicado a la figura de Napoleón I. Pero ¿quién era este personaje?

Daniel Iffla nació en 1825 en Burdeos, en el seno de una familia de comerciantes judíos. Estudió hasta los 17 años y luego se incorporó a una agencia de Bolsa, propiedad de unos amigos de su padre.

Su buen olfato para los negocios hizo que destacara y fue ascendiendo en la Empresa donde trabajaba.

Siempre se mostró muy crítico con la religión judaica y, sobre todo con los rabinos. Así que no es de extrañar que se casara con una joven católica. Desgraciadamente, su esposa muere antes de dar a luz y esto le marcará de por vida.

Tras quedarse viudo, se dedica a otro tipo de actividades, centrándose en la vida artística, científica y literaria. En esta época consiguió que se antepusiera a su nombre el nombre de Osiris. Es posible que se cambiara el nombre para ocultar su origen judío, pues ese colectivo no estaba muy bien visto en esa época.

Como buen seguidor de Bonaparte, erigió un monumento en Waterloo, rememorando esta batalla, donde combatió uno de sus abuelos.

Otro de sus admirados personajes fue Juana de Arco. En un principio, pretendió comprar su casa en el pueblo de Donremy, pero su dueño, que era, en ese momento, el cura del pueblo, se negó a vendérsela a un judío. No obstante, erigió dos estatuas dedicadas a esta santa. Una en París y otra en Nancy.

En 1889, con ocasión de la Exposición Universal de París, instituyó un premio importante para recompensar actos públicos dignos de mención.

En 1902 donó una fuerte cantidad a la ciudad de Lausana para erigir una estatua dedicada al héroe suizo Guillermo Tell y también pagó la construcción de una sinagoga en dicha ciudad.

También pagó la edificación de 7 sinagogas más en otras tantas ciudades de Francia. Decía estar muy agradecido a la República Francesa por haber dado a la comunidad judía, en 1790, los mismos derechos que a las demás.

Eso sí, en todas las construcciones para las que aporta fondos exige que se coloque un cartel donde se indique su nombre y el de sus amigos y en algunas, impone el arquitecto y los planos para realizar la obra.

También entregó los fondos suficientes para construir 6 fuentes públicas en su villa natal de Burdeos, exigiendo que una de ellas estuviera en su barrio.

No hay que olvidar que, muchos años antes, donó una buena cantidad de fondos para que la gente pobre en diversos barrios de París, pudiera comer.

También dio préstamos sin interés a muchos comerciantes parisinos, los cuales, en muchas ocasiones, renovaba en iguales condiciones.

En 1907, legó a su muerte a su ciudad, la creación de un barco asilo, donde se pudieran refugiar y comer todos los pobres. Estuvo en servicio hasta la II Guerra Mundial, durante la cual fue destruido.

En su testamento, donó buena parte de su inmensa fortuna a obras e instituciones de caridad. También donó fondos para premiar a los escolares más estudiosos.

Legó la parte esencial de sus bienes al Instituyo Pasteur, “para favorecer los descubrimientos científicos, que puedan contribuir al alivio de la Humanidad”. Ha sido el mayor legado recibido por esta Entidad en toda su historia.


Una de sus sobrinas se casó con el famoso compositor Claude Debussy y otra con el actor Sacha Guiltry.

Fue enterrado en el cementerio de Monmartre, en París. Sobre su tumba, su amigo el escultor Antonin Mercié, esculpió una estatua copiada del famoso Moisés de Miguel Ángel. Esta tumba estaba justo en la frontera entre un barrio católico y otro judío.

A su lado estaba la tumba de su esposa. Antes las separaba un muro, pero hoy día, afortunadamente, ya no existe.

En fin, creo que está claro que fue un hombre digno de admiración y todavía lo es hoy en día.

2 comentarios:

  1. Una entrada muy bonita, Aliado, y que demuestra que la historia se encuentra donde menos te la esperas. La pena es que, en Francia, parece que se da más importancia a que se visiten los castillos de la ruta del Loira en vez de estos palacetes aparentemente sin importancia.

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  2. A lo mejor es que no quieren que los europeos recordemos la que lió su "querido" Napoleón I en su intento por "dar a conocer la Revolución Francesa" por todo el continente. Salvo el Reino Unido, claro.

    Saludos y muchas gracias.

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