martes, 28 de octubre de 2014

SOFONISBA DE CARTAGO

Esta vez traigo al blog la historia de una reina con una vida que parece de esas que aparecen en los cuentos infantiles. Con la diferencia de que fue real “como la vida misma”.
Estamos a principios del siglo III a. de C. y en el Mediterráneo continua la rivalidad de las dos grandes potencias del momento: Cartago y Roma.
Todavía existe en la zona el recuerdo de la Primera guerra púnica, la cual se dio entre los años 264 a. de C. y 241 a. de C. este primer conflicto, prácticamente, se desarrolló en la isla de Sicilia y territorios cercanos, como las costas del sur de Italia y el actual litoral de Túnez.
 Desde luego, tras ese primer conflicto, las cosas no habían quedado muy claras y los dos rivales se estaban preparando ahora para un segundo conflicto.
El germinal cartaginés Asdrúbal Giscón tenía una bella hija, que, ya, cuando aún era adolescente, la prometieron a Masinisa, rey de la zona occidental de Numidia, en la actual república de Argelia.
Dicen que, a pesar de ser un matrimonio concertado por ambas familias, los dos contrayentes se tenían un gran afecto mutuo.
A pesar de ser un bereber de Numidia, Masinisa, tenía sangre cartaginesa, pues su padre, Gaia, fue hijo de Narva y de una hermana del gran Aníbal.
Por otra parte, Cartago siempre había sido una especie de imperio marítimo y nunca se había molestado en contactar seriamente con las tribus vecinas del norte de África.  
Cuando los visigodos fueron derrotados por los romanos en el territorio de la antigua Hispania, necesitaron buscar nuevas alianzas y no se les ocurrió cosa mejor que intentar atraerse al rey Sífax, que ejercía su poder sobre la otra parte de Numidia, o sea, el Oranesado y el norte de Argelia.
Como los cartagineses eran unos auténticos especialistas en tratos comerciales. No hay que olvidar que eran de la misma rama que los fenicios, pues consiguieron que Sífax, que había sido un ferviente aliado de Roma, se pasara a su bando. El problema es que una de las exigencias de éste fue casarse con la bella Sofonisba.
Los cartagineses lo meditaron a fondo, pero, en principio, les parecía un buen trato, pues necesitaban que Sífax estuviera de su lado, pues ya les había derrotado, anteriormente, un par de veces. Esto provocó que Masinisa, que había sido siempre aliado de Cartago, ahora lo fuera de Roma.
Tal vez también, porque Sífax había conseguido vencer a Masinisa y expulsarle de su reino y, además, porque Masinisa quería vengarse de Cartago al haberle quitado la mano de Sofonisba.
Así que los cartagineses le ofrecieron a Sífax la mano de Sofonisba, como él había exigido.  Más tarde, un ejército formado por las tropas de Asdrúbal Giscón y Sífax, consiguió hacer que retrocediera Escipión, pudiendo así liberar Utica del asedio romano.
De todas formas, como nunca dura mucho la alegría en casa del pobre, según dice
el conocido refrán, pues los ejércitos de Escipión se volvieron a enfrentar con los de Asdrúbal Giscón y Sífax.
En la Batalla de los Grandes Campos, los mercenarios al servicio de Cartago se amotinaron y eso hizo que fueran derrotados totalmente por los romanos y por las fuerzas de Masinisa.

Sífax, en un intento de enardecer a sus tropas, cabalgó solo hacia las filas romanas. Su caballo fue herido y él fue capturado por los romanos, los cuales le llevaron ante Masinisa.
Posteriormente, fue entregado a Escipión el africano, en calidad de prisionero, muriendo  unos años después en una celda.
Sofonisba volvió a casarse con Masinisa, pero Escipión no le perdonó haber sido la esposa de su enemigo, Sífax, así que la reclamó, como prisionera de guerra.
Esta vez, ella le pidió perdón a Masinisa y le juró que siempre había odiado a Sífax. Así que le pidió que no la entregara a los romanos.
Escipión pensaba que ella ejercía una influencia muy negativa sobre Masinisa y que podría convencerle para que se aliara con Cartago y contra Roma. Así que volvió a exigirle que le entregara a su esposa.
Según el historiador Tito Livio, la cosa se puso muy tensa y ella misma le pidió a su marido que la matara, antes de caer en la humillación de tener que pasar a ser un botín de guerra romano.
Masinisa tuvo que tomar una determinación muy dura para él. Mandó un esclavo a Sofonisba con un escrito, donde le mandaba un mensaje amoroso y una copa llena de veneno.
Ella le contestó a Masinisa con otro mensaje donde decía que” habría muerto más fácilmente si no me hubiera casado en mi funeral”. Después, se bebió todo el contenido de la copa.
Tras su suicidio, Masinisa,. se unió a sus aliados romanos y juntos vencieron a Cartago en la trascendental batalla de Zama, en 202 a. de C. con esto terminó la Segunda guerra púnica.
Se podría decir que Cartago, tras esta derrota, estaba acabada, pero no fue así. Como hicieron un tratado con los romanos, donde no les dejaban tener fuerzas armadas, pues dedicaron todos sus recursos al comercio y así se pudieron recuperar fácilmente.
Esto no gustó nada a algunos, como Catón el viejo, el cual defendía continuamente en el Senado romano la postura de que Cartago tenía que ser destruida antes de que volviera a enfrentarse con Roma.
En el 151 a. de C. aprovecharon la excusa de un enfrentamiento entre Cartago y los aliados romanos de Numidia.
El Senado romano movilizó sus tropas y en el 149 a. de C. comenzó la Tercera guerra púnica. Esta acabaría en el 146 a. de C., dando lugar a la completa destrucción de Cartago y su anexión a Roma, como parte de la provincia de África.
Como ya dije anteriormente, esta historia tiene todos los ingredientes de los cuentos tradicionales, sin embargo, fue real.
Algunas veces se ha dicho que, en muchos casos,  la Historia supera a la ficción y éste es uno de ellos.

Espero que os haya gustado. Saludos a todos y espero vuestros comentarios.

lunes, 27 de octubre de 2014

CARLOS I DEL IMPERIO AUSTRO-HÚNGARO

Ahora que se cumple el centenario de la I Guerra Mundial, todo el mundo habla del magnicidio de Sarajevo, donde murieron el heredero del Imperio Austro-Húngaro y su esposa, pero, curiosamente, casi nadie habla de lo que ocurrió después en la dinastía reinante de ese país.
Tras la muerte del heredero,  Francisco Fernando, la sucesión le correspondió al archiduque Carlos, sobrino del emperador.
Fue hijo del archiduque Otto y de la princesa María Josefa Luisa de Sajonia. Como su padre,  se dedicó a la vida militar, pasó su niñez recorriendo el imperio a causa de los frecuentes traslados de aquél. En una de esas guarniciones había nacido Carlos en 1887.
Siguiendo la tradición familiar, ingresó en el Ejército y en 1905 fue destinado, como teniente, a una guarnición de Bohemia.
En 1911 se casó con la princesa Zita de Borbón-Parma con la que tuvo 9 hijos, siendo destinado, desde ese momento, en el Estado Mayor imperial, en Viena.
Como ya he dicho al principio, fue nombrado emperador, en 1916, con 29 años, a la muerte de su tío Francisco José. Aunque dejaron transcurrir 40 días desde la muerte del emperador, la ceremonia de proclamación del nuevo emperador se hizo a la mayor brevedad posible, pues el país estaba atravesando un mal momento, debido a sus fracasos en la guerra y a la escasez de los suministros, debido a la duración de la misma.
Para el nuevo emperador era prioritario conseguir la paz cuanto antes y a cualquier precio. Por eso, se atrevió a iniciar unos discretos contactos con el Gobierno francés, con la mediación de su primo Sixto de Borbón-Parma, que era un oficial del Ejército belga.
El emperador necesitaba acabar cuanto antes con la guerra para poner en marcha una serie de reformas urgentes, y así poder conservar el Imperio.
Su propuesta fue aceptar la devolución de Alsacia y Lorena a Francia y el mantenimiento de la independencia de Bélgica a cambio de una paz duradera y el respeto a las fronteras de los imperios alemán y austro-húngaro. Por supuesto, no les comunicó nada de esto a sus aliados alemanes.
Se cree que el ministro austriaco de Exteriores von Czernin sabía algo de estas negociaciones, pero no del contenido exacto de los escritos entre el emperador y el Gobierno francés de Poincaré.
La primera vez que lo intentaron fue en marzo de 1917, pero, tras una reunión entre los presidentes aliados Ribot, Lloyd George y Sonnino, éste último, que representaba a Italia, se negó, indicando que la proposición era inaceptable.
Hizo otro intento en mayo de 1917, porque sabía que la actitud del rey Víctor Manuel, de Italia era favorable y propuso, como una muestra de su buena fe,  la cesión del Tirol de habla italiana a Italia, pero esta vez se negaron los franceses.
Incluso, envió un mensaje en este sentido al presidente Wilson, de los Estados Unidos, pero tampoco halló ningún país que quisiera servir de intermediario.
Parece ser que durante un arrebato, el ministro, cometió la indiscreción de comentar en público estas negociaciones, diciendo que eran los franceses los que habían pedido la paz, al verse derrotados. Ante esto, el presidente del Gobierno francés, Clemenceau, mostró estas cartas, donde se pudo demostrar que la iniciativa había procedido de Viena. Por ello, el ministro austriaco hubo de dimitir.
Después de esto, los alemanes le exigieron, para probar su alianza, que destinara 6 divisiones austro-húngaras al frente francés y tuvo que aceptarlo.
Otro acontecimiento importante que tuvo lugar durante el reinado de Carlos I, fue  la reunión del 20 de enero de 1917. Allí se dieron cita, en Viena, el ministro alemán de Asuntos Exteriores, el jefe de la Armada alemana, el de la Armada austriaca y el jefe del Estado Mayor de Austria, presididos por el emperador austriaco. Los alemanes propusieron a los austriacos que les cedieran el uso de sus bases navales para apoyar el ataque de sus submarinos a los convoyes británicos, con lo que, según ellos, se aceleraría la derrota del enemigo. El emperador se negó en redondo, argumentado que esto sólo provocaría que los Estados Unidos les declararan la guerra.
Otra propuesta del káiser Guillermo fue que le apoyara para dejar que Lenin, que estaba exiliado en Suiza, viajara a Rusia para aumentar la inestabilidad y provocar la caída del Gobierno ruso. El emperador austriaco no le apoyó, porque, según creía, sería muy peligroso para todos que avanzaran las ideas comunistas en Europa.
Estos intentos desesperados por busca la paz, a pesar de no haber alcanzado la victoria, hicieron que su fama se pusiera en juego y fue menospreciado por los demás gobiernos y por los miembros de su propio ejército.
El socialista radical francés Anatole France calificó varios años después al emperador Carlos I como el único hombre honrado que hubo en esos momentos al frente de un país.
A pesar de que la Rusia bolchevique pactó su salida de la guerra y esto permitió a los Imperios Centrales trasladar casi todas sus tropas hacia el frente occidental, la llegada de los refuerzos de EEUU dio una gran ventaja numérica a la Entente y el Alto Mando alemán le pidió al káiser que capitulara.
A mediados de octubre de 1918, el parlamento de Hungría proclamó su independencia del Imperio y se separó de Austria, aunque seguía reconociendo al emperador como su monarca. No obstante, sus tropas abandonaron el frente italiano.
En varias partes del Imperio, como en Checoeslovaquia, se proclamaron independientes y crearon su República. El ejército austro-húngaro ya se retiraba de todos los frentes.
El gran autor alemán Stefan Zweig dijo: “Carlos quería concluir la guerra lo antes posible con condiciones favorables para ambas partes en conflicto. Si se hubiesen seguido sus ideas, Europa no hubiera conocido las grandes dictaduras. Carlos se encuentra entre las grandes figuras de todos los tiempos”.
El final de la guerra trajo otras muchas cosas. El 3/11/1918 el Imperio Austro-Húngaro firmó el armisticio en Villa Giusti, aceptando las exigencias de los vencedores. Así, tuvieron que ceder a Italia el Trentino y el Alto Adigio. Hungría tuvo que ceder Transilvania a Rumania. La región de Galitzia se cedió a la nueva República de Polonia.
Aparte de ello, la mortandad en la posguerra fue enorme debida al hambre, el frío y una epidemia de gripe que fue muy letal y que los periódicos la llamaron “Gripe española”.
También aumentaron el número de descontentos, lo que se tradujo en revoluciones de tipo proletario en toda Europa central, las cuales hicieron caer varias monarquías.
En un último intento, el Gobierno austriaco pidió que no se castigara a su pueblo, porque sólo los gobernantes habían sido los causantes de la guerra. Sin embargo, las delegaciones de los aliados les contestaron diciendo: “El pueblo austriaco es y seguirá siendo, hasta la firma de la paz, un pueblo enemigo”.
Los partidos de izquierda lo presentaron al emperador como un enemigo del pueblo. El día 9 de noviembre ya dijo él: “Me han amenazado con lanzar las masas obreras sobre Schönbrunn si no renuncio a la Corona… Pero yo no abdicaré, ni huiré”.
El 12/11/1918, justo el día siguiente del final de la I Guerra Mundial. Los socialdemócratas exigieron la abdicación del emperador, al igual que en Alemania, pero él sólo aceptó la suspensión temporal de sus poderes imperiales.
Intentó llegar a un acuerdo con los democristianos de Hauser, pero no lo consiguió. Incluso, el jefe de Policía de Viena le dijo que no podría garantizar su seguridad en el palacio.
El Gobierno austriaco fue a palacio a entrevistarse con el emperador. Le pedían que abdicara o renunciara a la Corona, pero la emperatriz, Zita, se opuso tajantemente.
Carlos quería firmar, para no provocar una guerra civil en su país. Ya a las 3 de las tarde, la emperatriz se convenció de que no había otra salida que renunciar al trono y firmó.
A las 18.30 se despidieron de sus sirvientes, rezaron por última vez en la capilla del palacio y se montaron en un coche para ir hacia su nueva residencia. Allí estuvieron hasta el 23/03/1919, cuando tuvieron que partir de nuevo. Esta vez hacia el exilio en Suiza.

En 1921, fue invitado por algunos grupos monárquicos húngaros a desplazarse hasta allí, para asumir la Corona, pues consideraban que seguía siendo rey de Hungría.
Tras un accidentado viaje, pudo entrevistarse en Budapest con el regente Horthy, a quien no le gustó nada la idea. Al ver que la situación podría degenerar en una guerra civil, a causa de los enfrentamientos entre grupos a favor y en contra del emperador, se marchó poco tiempo después de Hungría.
Lo intentó de nuevo a finales del mismo año, pero ya los ánimos estaban muy revueltos y. además, los miembros de la pequeña Entente colocaron sus tropas alrededor de las fronteras húngaras, para invadir el país si Carlos retomaba el trono.
Por indicación del Reino Unido y Francia, la familia imperial fue trasladada hasta un puerto rumano, donde les recogió un barco de la Armada británica, que les dejó en su nueva residencia, la isla portuguesa de Madeira.
En abril de 1922 sufrió un repentino enfriamiento y, tras una corta permanencia en cama, murió a los pocos días a causa de una neumonía. Allí yace enterrado en la cripta de una iglesia.
En 2004 fue beatificado por el Papa Juan Pablo II, como agradecimiento por sus intentos para alcanzar la paz, durante la I Guerra Mundial, y por sus virtudes cristianas.
Fue un emperador muy querido entre las clases populares del Imperio, pues dedicó una gran parte del presupuesto de la Corte para ayudar a la gente necesitada. El periódico “Arbeiter Zeitung”, órgano de la izquierda socialista austriaca,  lo llegó a calificar como “el emperador del pueblo”.


domingo, 26 de octubre de 2014

LA REINA TEUTA DE ILIRIA

Con este personaje, ya prácticamente desconocido, voy a iniciar un ciclo sobre mujeres importantes de la Antigüedad. Así que no os lo perdáis.
Teuta o Tefta, pues aparece en las fuentes con ambos nombres, fue una reina de la antigua Iliria, por su matrimonio con el rey Agrón. Su nombre significa “la que dirige al pueblo”, aunque algunos dicen que ese no fue su nombre real.
Su marido consiguió reunir todos los territorios de esa zona, donde vivían diversas tribus, y creó algo parecido a un Estado confederado.
Sus dominios abarcaban los territorios de las actuales Albania, y partes de Croacia, Bosnia y Montenegro.
Como el terreno era pobre y rocoso, siempre se habían dedicado al sector naval y, entre otras cosas, a la piratería.
A la muerte de su marido, Agrón, el cual había reinado entre los años 250 a.C. y 231 a.C., ella quedó como tutora hasta la mayoría de edad de su hijastro, Pineo, fruto del primer matrimonio de su marido.
Ella, al llegar al poder, en primer lugar expulsó a los colonos y comerciantes griegos de las costas ilirias. También fomentó, de forma indirecta,  los ataques a las naves mercantes romanas.
Siguió la misma política expansionista de su marido y sus tropas llegaron, incluso, a saquear varias ciudades del sur de Italia y de Sicilia. Eso hizo encender muchas alarmas en Grecia y en Roma.
Sobre todo, en Grecia, que, como todo el mundo sabe, su principal riqueza procedía del comercio marítimo. Lo que allí llamaban la Talasocracia o poder naval.
Conquistaron la importante ciudad de Fenice, donde, según dicen, consiguieron un botín tan importante, que les animó a seguir adelante.
El Senado romano tomó cartas en el asunto y envió dos emisarios para hablar con esta reina. Eran los hermanos Cayo y Lucio Coruncanio.
Una vez llegados a Scodra, en la actual Albania, pudieron hablar con Teuta. De acuerdo con las instrucciones recibidas, le exigieron compensaciones por las pérdidas y el cese inmediato de estas expediciones.
Sin embargo, ella les indicó que, según las leyes ilirias, la piratería era una actividad legal en su país y que no podía interferir en esas prácticas.
Lucio, que debería de ser un poco bocazas, por ser el más joven de los dos, le dijo que Roma cambiaría pronto esas leyes por otras mejores.
Según Polibio de Megalópolis, vino a decirle a la reina: “Los romanos, oh Teuta, tienen la bellísima costumbre de castigar de forma pública los crímenes privados y de socorrer a las víctimas de la injusticia. De manera que, si un dios lo quiere, intentaremos rápida e inexorablemente obligarte a enderezar las normas reales respecto a los ilirios”.
Como es lógico, esas palabras no gustaron nada a la reina, que tenía fama de ser muy arrogante, y mandó matar al deslenguado romano. Luego, embarcó al otro emisario y a su hermano muerto de regreso a Roma.
Como era de esperar, Roma, aprovechó este hecho para declarar en 229 a. de C., lo que sería la Primera Guerra Iliria.
Para bajarle los humos a los ilirios y a su reina, nada menos que enviaron 200 naves, junto con unos 20.000 hombres para invadir su país.
La deserción de algunos generales griegos al servicio de Teuta, como Demetrio de Faros, gobernador de Corfú, provocó que muchas ciudades se rindieran ante los romanos sin ofrecer apenas resistencia.
Así, ya en 227 a. de C. llegaron hasta Scodra, la capital, donde resistía Teuta, y la obligaron a capitular, haciéndole firmar un tratado muy desfavorable para ella.
Le permitieron seguir como reina, pero sólo gobernando un territorio muy pequeño alrededor de la capital. Aparte de ello, le confiscaron sus propiedades, le prohibieron navegar a sus naves más allá de cierta ciudad, le obligaron a pagar un tributo anual y a reconocer la autoridad de Roma sobre ella.
Se creó un protectorado, bajo el amparo de Roma, con el traidor Demetrio de Faros al frente del mismo.

No obstante, unos años más tarde, como Demetrio apreció que los romanos estaban muy entretenidos en otras guerras, concretamente contra los galos del norte de Italia,  aprovechó para retomar la política de Teuta, con la que, según afirman algunos autores, se había casado.
En 222 a. de C. firmó una alianza con Antígono de Macedonia. Juntos lograron derrotar nada menos que a Cleómenes, rey de Esparta. Hay que aclarar que Esparta ya estaba en franca decadencia y no tenía nada que ver con lo que había sido antes.
Tras esta victoria, parece que se animó y, en 220 a. de C., no se le ocurrió otra cosa que atacar una cuantas ciudades griegas bajo protectorado romano, como Pilos.
Siguiendo con su política de ampliación territorial, navegaron por el Egeo hasta las islas Cícladas (esas que diseñaban esas estatuas que hoy día parecen tan modernas) y les exigieron que les rindieran tributo so pena de ser destruidas.
Parece ser que utilizaban la táctica de presentarse ante algunas ciudades y decir que venían a comerciar. Luego, cuando lograban que una serie de personas importantes entraran en sus barcos, se hacían a al mar y pedían a la ciudad un rescate por ellas.
Otras veces iban con jarrones a las ciudades, pero dentro llevaban unas dagas ocultas. Una vez que conseguían pasar las murallas, aprovechaban un descuido de la guardia para atacar y saquear la ciudad.
Todo esto les estaba sentando muy mal en Roma y en 219 a. de C. el Senado envió un ejército al mando de Lucio Emilio Paulo, que era uno de los dos cónsules de ese año.
Los romanos tenían muy claro que no podían permitir tener unos enemigos en la costa adriática, a sus espaldas,  cuando ya se veía venir que los cartagineses iban a iniciar la Segunda Guerra Púnica contra Roma.
Este Lucio Emilio Paulo era un tipo muy peculiar. Os animo a leer su biografía. Incluso, una de sus hijas se casó nada menos que con el célebre Escipión el Africano.
No se debe confundir con otro miembro, posterior,  de su familia, de igual nombre, apodado “Macedónico”, por haber vencido y conquistado toda Grecia tras la crucial batalla de Pidna.
Bueno, pues, Paulo, no tuvo ni para empezar con Demetrio y lo fue asediando hasta que el ilirio huyó a la corte de su amigo el rey Filipo V de Macedonia, donde permaneció durante varios años  hasta su muerte.
Incluso, se permitió animar a Filipo para, tras la victoria de Aníbal en Trasimeno,  atacar a Roma e intentar recuperar sus territorios en Iliria. Eso dio lugar a la Primera Guerra Macedónica.
Incluso, en el 215 a. de C., Filipo envió a unos emisarios a Italia para reunirse con los delegados nombrados por Aníbal. Ambos firmaron un tratado para luchar contra Roma.
El problema es que, a la vuelta a Macedonia, fueron capturados por la armada romana y les confiscaron los documentos. Allí pudieron ver con sorpresa, que se habían aliado con los cartagineses.
En fin, Demetrio, no pudo recuperar su reino, el cual pasó a ser la provincia imperial romana de Iliria.
De Teuta no sabemos mucho más. Algún autor, de manera bastante exagerada,  la ha calificado como la Catalina la Grande de su tiempo.
Cuando surgió el nacionalismo en Albania no dudaron en erigir varias estatuas en su honor. Incluso, hay en la actualidad un club de fútbol albanés que lleva su nombre.


viernes, 24 de octubre de 2014

EL FAMOSO CONCILIO CADAVÉRICO

Esta vez traigo al blog un suceso que, aunque se dio hace muchos siglos todavía sigue avergonzando a los miembros de la Iglesia. De hecho, ni siquiera los historiadores hablan mucho sobre él.
Como supongo que mis lectores estarán deseando enterarse sobre lo que ocurrió en ese famoso Concilio, voy a entrar directamente en el tema.
Durante la Edad Media y, concretamente, en el siglo IX, las relaciones entre el Imperio y la Iglesia nunca fueron muy buenas. El clero quería imponerse sobre el Imperio, pues se veían a sí mismo como los herederos del Imperio Romano. Incluso, mencionaban un documento de Constantino I, donde, según ellos, les cedía todos sus territorios a la Iglesia.
Por otra parte, los emperadores del  Sacro Imperio necesitaban el apoyo de la Iglesia y la coronación a manos del Papa para ser reconocidos por sus súbditos.
Tras la muerte del Papa Juan VIII, el cual había conseguido mantener a raya al Imperio y a los pretendientes de esa corona, fue sucedido en Roma por Esteban V, que no tuvo la fuerte personalidad de su predecesor.
El trono del Imperio estaba vacante y los principales aspirantes eran Guido de Espoleto y Arnulfo de Carintia.
Esteban era partidario de Arnulfo y le llamó a Roma, pero no pudo acudir a causa de una enfermedad grave. Guido aprovechó la ocasión y presionó al Papa para que le coronase. El Pontífice accedió para intentar terminar con el ambiente belicoso del momento.
El Papa murió poco después de la ceremonia, así que había que elegir un nuevo pontífice. El elegido fue Formoso, obispo de Portus, una localidad portuaria cercana a Roma. Corría el año 891 d. C. Precisamente, Formoso había consagrado a Esteban V como Papa.
El nombramiento provocó algunas discusiones, pues el Derecho Canónico, que estaba vigente en aquel m omento, prohibía el traslado de los obispos de unas sedes a otras. Supongo que para que fuera elegido forzosamente un obispo de alguna de las diócesis de Roma.
Formoso tenía fama de haber sido un buen diplomático. Parece ser que le fueron encargadas difíciles negociaciones, llevándolas todas a cabo de una manera exitosa.
Sin embargo, tuvo frecuentes discusiones con el Papa Juan VIII, que, simplemente, lo veía como un peligroso rival. De hecho, le hizo jurar que nunca pisaría  Roma.
En 892, el emperador, Guido, presionó a Formoso para que coronase a su hijo como rey de Roma, para asegurar su sucesión, lo cual tuvo que hacer muy a su pesar.
A finales de abril de ese año, Formoso tuvo que acudir a Rávena para coronar al hijo de Guido, Lamberto. Tenía muy mala opinión de esa familia, los Espoleto, y siempre los consideró muy malos cristianos.
En 893, Formoso, convenció a Arnulfo, rey de Alemania, para que fuera a Italia a fin de quitarle el trono a los Espoleto. Éste mandó tropas, pero no llegó hasta Roma por causas que se desconocen.
En 894 murió el emperador Guido y Formoso se metió entonces en un juego muy peligroso. Volvió a animar a Arnulfo a ir contra Roma para echar del poder a los Espoleto.
Esta vez tuvo más suerte, porque Arnulfo llegó a Roma a finales de  895 y los Espoleto y sus secuaces salieron huyendo al ver el poderío de las tropas germanas.
En 896, Arnulfo, fue coronado emperador por Formoso en el atrio de la antigua Basílica de San Pedro.
Tras esta ceremonia quedaba por convencer a Lamberto para que cediera sus derechos a Arnulfo, como nuevo emperador, sin embargo, su madre, Agiltrude, se negó rotundamente a ello. No debemos perder de vista a este nuevo personaje.
El nuevo emperador decidió ir contra las huestes de Lamberto, pero su enfermedad crónica no se lo permitió. Así que se dio media vuelta y se fue hacia Alemania, dejándolo, como se suele decir, solo ante el peligro.
Esta ocasión fue aprovechada por los Espoleto, los cuales regresaron a Roma para imponerse con sus tropas a Formoso.
No sabemos qué ocurrió realmente. Lo cierto es que el 4 de abril de 896 el Papa Formoso murió. Unos dicen que “de muerte violenta” y otros que fue, simplemente, envenenado. También es cierto que era un poco mayor para esa época. Como era tradicional por entonces, fue enterrado, como los demás Papas, en el atrio de la Basílica de San Pedro.
Su sucesor, Bonifacio VI, sólo duró 15 días en el trono papal. Algo que no era entonces demasiado extraño, pues hubo 11 Papas en 10 años.
El siguiente Papa fue Esteban VI. Así que tanto Lamberto como su protectora madre se dirigieron a él para que organizase un acto que frenase cualquier futuro intento papal de meterse en la política imperial.
La idea fue realizar una especie de juicio, dentro de un concilio eclesiástico, para el cual ya tenían decidido el fallo y, además, querían utilizar una pena muy cruel de los antiguos romanos llamada la “damnatio memoriae”. Algo así como borrarte de todos los registros, como si ese personaje nunca hubiera existido.
Esta pena exigía llevar al acusado ante un tribunal presidido por el Papa Esteban VI, el cual se reunió  en la llamada Basílica Constantiniana.
En 897 hacía unos 9 meses que había muerto Formoso, así que el cuerpo estaba ya en avanzado estado de putrefacción. Así y todo, lo llevaron ante el tribunal, vestido con todos los símbolos papales y lo ataron en un asiento para que su esqueleto no se derrumbara. Evidentemente, las pocas fuentes que comentan el acto hablan de la pestilencia que emanaba del cadáver y de que se podían ver los gusanos en las cuencas de sus ojos.
Parece ser que la sesión duró varias horas y, a pesar de que tuvo una buena defensa por parte de un diácono, se le hicieron graves acusaciones y se le halló culpable.
En la sentencia, entre otras cosas, se decía que había llegado al trono de una forma ilegal y que, por tanto, era un Papa indigno. Así que todo lo que había hecho, como decretos, órdenes y hasta las ordenaciones pasaban a quedar anuladas. Por tanto, decidieron destruir todos sus escritos, revocar todos sus decretos y borrarle de la Historia.
Posteriormente, le arrancaron todos sus vestidos papales, pudiendo verse que todavía llevaba en su cuerpo el cilicio que acostumbraba a llevar en vida. Sólo eso le dejaron. Incluso, le cortaron los 3 dedos con los que solían bendecir a la gente.
Un grupo de soldados tomó el cuerpo del difunto Formoso y lo lanzó a una fosa
común, donde solían ir a parar los cuerpos de los condenados a muerte, tras haber sido ejecutados.
No contentos con ello, algunos partidarios de la familia Espoleto sacaron el cadáver de la fosa y lo lanzaron al río Tíber.
El Papa Esteban VI no perdió el tiempo y ordenó a todos los cargos nombrados por Formoso que dimitieran de los mismos.
Como Formoso también tenía muchos partidarios en Roma, pues siempre fue un hombre muy querido allí, éstos asaltaron en 897 el Vaticano y se llevaron preso al Papa Esteban VI, encerrándole en una celda subterránea y asesinándole un poco más tarde.
Estos acontecimientos nos son conocidos a través de los escritos de Liutprando de Cremona y de Fodoardo de Reims.
Los partidarios de Formoso pusieron en el trono papal a un tal Romano, que murió al poco tiempo, también de forma violenta.

Su sucesor fue Teodoro II, el cual sólo duró 3 semanas, pero le dio tiempo a revocar los decretos de Esteban VI y devolvió sus cargos a los nombrados por Formoso. También rehabilitó a nuestro personaje e hizo quemar las actas de ese cruel concilio.
En cuanto al cadáver de Formoso, se dice que una crecida del Tíber hizo que su cuerpo fuera arrastrado hacia una orilla, donde le encontró un ermitaño y le dio sepultura.
Enterado Teodoro II de esto, dio orden de ir a buscarlo y, tras revestirle con todos sus atributos papales, le devolvieron en una solemne procesión hasta el atrio de San Pedro, donde volvió a ser enterrado.
Algunos autores de la época afirmaban  que las estatuas del Vaticano inclinaron su cabeza al paso de la comitiva fúnebre, como homenaje a este desgraciado Papa.
La llegada de Juan IX al trono papal puso un poco de paz en este tema, pues quemó los documentos que aún quedaban sobre este concilio y perdonó a todos los que habían intervenido en él.
También se dispuso que en adelante fuera válida la elección de los Papas por los obispos y el clero en presencia del senado de Roma y el pueblo.
La situación no quedó del todo clara, pues, su sucesor, Juan IX, a pesar de haber sido nombrado en 898, con el apoyo de Lamberto de Espoleto, ya emperador desde 894, acabó la tarea de su predecesor, convocando un concilio en Rávena, donde rehabilitó al Papa Formoso.
Declaró inválida la elección de Arnulfo como emperador y coronó, en su lugar, a Lamberto.
Un par de Papas más adelante, nos encontramos con la figura de Sergio III, el cual, a pesar de haber sido nombrado obispo por el Papa Formoso, era un ferviente partidario de los Espoleto. Por supuesto, también participó en el execrable concilio de esta entrada.
Al llegar al trono papal, en 904, ordenó la anulación de todos los decretos donde se rehabilitaba la figura de Formoso.
Luego, realizó otro juicio contra Formoso, aunque esta vez no estuvo su cadáver presente ante el tribunal y lo condenaron de nuevo. Lanzándolo de nuevo al Tíber.
Esta vez, su cuerpo se enredó en las redes de unos pescadores y su cadáver fue ocultado durante un tiempo, hasta que pudo ser enterrado definitivamente, a la muerte de Sergio III, en 911,  en su antigua sepultura.
Una de las pocas cosas buenas que hizo Sergio III fue reconstruir la basílica de San Juan de Letrán, la cual había sido derrumbada por un terremoto, justo después del concilio cadavérico. Algunos lo vieron como una manifestación de la ira divina.
En cuanto a los Espoleto, Lamberto murió a causa de una caída de un caballo, aunque otros dicen que murió en una batalla,  y su madre ingresó en un convento, donde murió.


jueves, 23 de octubre de 2014

VICENTE BLASCO IBÁÑEZ, UN HOMBRE AFORTUNADO

Una vez escribió el famoso autor español Mariano José de Larra, también conocido por sus varios seudónimos, como el de Fígaro, que “escribir en España es llorar”.
Más tarde, otro conocido autor español, llamado Luis Cernuda, dijo que “escribir en España no es llorar, sino morir”.
Hoy en día, algunos autores noveles opinan que, en nuestro país, escribir no es llorar, sino algo muy placentero. Lo realmente difícil es publicar. Menos mal que, gracias a Internet, los autores se empiezan a dar a conocer a sus lectores directamente, sin pasar por las respectivas editoriales. Por lo menos, en ese aspecto, parece que hemos avanzado un poco.
Esta vez, traigo al blog a un personaje muy peculiar. Su nombre fue Vicente Blasco Ibáñez y se puede decir que fue uno de los autores españoles que han tenido más éxito en toda la Historia y que vivió muy bien gracias a sus escritos.
Nació en Valencia en 1867, en el seno de una familia aragonesa dedicada al comercio, pocos años del inicio de la I República española.
Ese espíritu rebelde que el guió toda su vida, quizás fue debido a sus recuerdos infantiles. No había cumplido aún los 7 años cuando fue testigo directo de la rebelión cantonal. Precisamente, los insurrectos levantaron una barricada en su propia calle, donde el chiquillo pudo ver pululando por allí a algunos de los jefes del cantón.
Es posible que, influido por ese hecho revolucionario, sus primeras lecturas fueron “La historia de los girondinos”, de Lamartine y “Los miserables” de Víctor Hugo. Obras que hoy en día no se considerarían muy apropiadas para un niño de esa edad.
Debió de ser algo parecido a un superdotado, pues presumía de haber aprobado la carrera de Derecho, estudiando en cada curso sólo 15 días antes de los exámenes y aprobando todas las asignaturas. La verdad es que parece poco creíble, pero, ya se sabe, que hay gente para todo.
Siguiendo con sus aficiones revolucionarias, en su juventud militó en la Masonería y, dado que era profundamente anticlerical, junto con su pandilla se dedicaban a incordiar a todas las manifestaciones religiosas.
Un poco más tarde se afilia al partido republicano y allí descubre que, aparte de escribir bastante bien, también está dotado para la oratoria.
Utiliza su palabra para combatir el conservadurismo propio de su época y esa convicción que tenían los pobres de que no había ninguna manera para mejorar su forma de vida.
Fundó al periódico “La Bandera federal”, el cual utilizó para difundir sus ideas, que podríamos calificar de bastante revolucionarias.
 En una ocasión, cuando visitó Valencia el marqués de Cerralbo, representante del Partido Carlista y senador del reino, boicoteó su estancia allí, promoviendo todo tipo de algaradas. Así que fue buscado por la Justicia y tuvo que exiliarse en París.

El marqués de Cerralbo también fue un personaje muy curioso y, posiblemente, le dedique en el futuro otra de mis entradas. 
La verdad es que este país es muy curioso. En plena guerra carlista, durante la I República española, el partido carlista continuó legalizado y funcionaba como si tal cosa.
La estancia forzosa de Blasco en la capital francesa, entre 1890-91,  le vino bien para conocer la
Literatura que se hacía más allá de nuestras fronteras y, concretamente, el movimiento del Naturalismo.
Esto se puede apreciar muy claramente en su primera novela de tipo valenciano, “Arroz y tartana”, publicada en 1894.
Ese mismo año, fundó el periódico “El pueblo”, el cual utilizó para dar a conocer las ideas del republicanismo federal, que estaba encabezado entonces por Pi y Margall, y luego las suyas propias. Su ideario fue calificado como “blasquismo” por sus duros ataques a los gobiernos de la época de la Restauración.
Es curioso que este periódico, en su primera fase, bajo la batuta de nuestro autor, tuviera una ideología republicana muy radical. Luego,  fue desplazándose hacia una posición más moderada, con la llegada de otros directores y terminó, durante la II República y bajo la dirección de su hijo Sigfrido, apoyando la sublevación militar de 1936. Por lo que fue incautado por el gobierno republicano.
Es preciso mencionar que concibió este diario no sólo para la propaganda política, sino también para acercar la cultura al pueblo, pues también publicó por entregas novelas y cuentos de autores muy reconocidos, como Galdós, Valera, Kipling, Dickens, Maupassant, su admirado Zola, Tolstoi, etc.
Esta aventura empresarial le llevó momentáneamente a la ruina y tuvo que vender su casa para poder pagar sus deudas. Más tarde, cuando se hizo famoso, se pudo construir una casa en la playa de “la Malvarrosa”.
En 1898 publicó su gran obra “La Barraca”, dentro de su ciclo de novelas sobre su región. Esta obra es bastante conocida en España por haber sido emitida por TVE, junto a “Cañas y barro”.
Su actividad revolucionaria era incansable y fue procesado en 1892 por molestar con su grupo a una expedición de peregrinos en viaje hacia Roma. Ese mismo año, publicó una novela tipo folletín increpando a la orden de los Jesuitas.
En 1896 intentó soliviantar a las masas para manifestarse en contra de la guerra de Cuba, aunque todavía no combatía España contra USA, sólo contra los rebeldes cubanos.
Por estos actos fue procesado y condenado de nuevo al exilio en 1896, del cual regresó dos años más tarde, siendo elegido diputado a Cortes en las siguientes 6 legislaturas, hasta  que dejó la política en 1908.
Se dice que, al regresar de la cárcel, muchos partidarios suyos fueron a su casa y allí, desde el balcón de la misma, les dio un discurso, donde al final todos acabaron cantando “La Marsellesa”. En fin, genio y figura…
Entre 1894 y 1906 publicó sus obras más conocidas: Arroz y tartana, Flor de Mayo, La Barraca, etc. Fue siempre un trabajador infatigable. Se dice que escribía 14 horas seguidas y luego se iba a descansar con alguna de sus múltiples amantes.
También en estos años comenzó una nueva actividad. Fundó con un amigo la Editorial Prometeo y se dedicó a publicar novelas de autores clásicos y otros más contemporáneos a precios muy populares, para fomentar la cultura entre las clases obreras.
Volvió a París y allí publicó en 1914 la obra que le dio la fama universal, “Los cuatro jinetes del Apocalipsis”.
Ya cansado, en 1921, se retiró a una casa que poseía en la Costa Azul, concretamente en Niza, para escribir sus últimas novelas, dirigidas a un público más amplio que las anteriores.
Pese a su popularidad, algunos autores afirman que no se le agrupa dentro de la Generación del 98 por  tener sus obras un menor contenido intelectual.
Volviendo a su aspecto político, organizó en Valencia un movimiento de masas, que, seguramente, pondría más de una vez los pelos de punta a los numerosos gobiernos de la Restauración, el cual estaba compuesto por las llamadas “clases trabajadoras”. O sea, las clases arruinadas por la Revolución Industrial: el proletariado y el antiguo artesanado.
Solían reunirse en varios casinos, donde aparte de su labor política, también fomentaban el conocimiento de la cultura.
Aparte de eso, formaban una especie de “milicia” que se movilizaba enseguida por cualquier cosa, pues ellos afirmaban que la soberanía popular había que ejercerla diariamente y no se le podía delegar en nadie.
Consiguieron ser la fuerza política más importante de Valencia hasta la llegada del Frente Popular, durante la II República.
Algunos autores afirman que el éxito de su partido estuvo en que fue un movimiento populista, muy cercano a los intereses de la gente. También intentaron siempre utilizar expresiones populares, organizar todo tipo de fiestas, fomentar las relaciones de barrio, etc.
En 1903 hubo una escisión dentro de su grupo, el PURA, pues su “segundo de a bordo”, Rodrigo Soriano, aspiraba a ocupar el liderazgo de todo el partido. Hubo discusiones de todo tipo y hasta un tiroteo al final de un mitin, con varios muertos y heridos.
Así, en 1905, Blasco se decidió a trasladarse a Madrid, para intentar rebajar la tensión política que se vivía entonces en Valencia.
Otras de las características de su política es que bloquearon cualquier intento de anexión cultural o política de Valencia por parte del nacionalismo catalán.
También intentaron no chocar directamente con los intereses de la burguesía, por ello, les concedieron algunos negocios urbanísticos.
Tras pasar varios líderes por el partido, en 1929 llegó a ocupar ese cargo Sigfrido, hijo menor de nuestro personaje. Por este nombre, podemos adivinar que fue un gran admirador de Wagner y su música. Como le fue dando al partido un tono más conservador, eso hizo que poco a poco se fuera acercando a la CEDA, lo cual le restó muchos votos y provocó su fracaso electoral en 1936.
Un aspecto de Blasco Ibáñez que no es muy conocido consiste en su afición por los duelos. Ya se sabe que en aquella época se retaba a cualquiera por un “quítame allá esas pajas”. Nuestro personaje nunca se acobardó y se batió en duelo contra todo el que le retó. Eso sucedió en muchas ocasiones.
En una ocasión, en 1904, cuando participaba en una manifestación para celebrar el aniversario de la I República y pedir la llegada de otra, se formó un gran alboroto, donde hubo varios heridos, como el mismo Blasco,  y él le echó la culpa del mismo a la propia Policía.
Como esto provocó una gran indignación en el cuerpo, le exigieron que se arrepintiera de lo dicho. Lógicamente, nuestro autor se negó, así que los policías eligieron a un buen tirador, el teniente Alestuei.

Se citaron una mañana en una finca de los alrededores de Madrid. El duelo fue a pistola, lo cual daba una gran ventaja al representante policial.
Blasco disparó el primero y su proyectil fue hacia el aire. Luego lo hizo el policía, el cual falló. El segundo disparo de nuestro autor también se fue al aire. Sin embargo, esta vez el policía apuntó mejor y le disparó al cuerpo, con lo que Blasco cayó al suelo, pero resultó ileso, porque la bala rebotó en la hebilla del cinturón. Con esto terminó el duelo.
Como detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer, no deberíamos olvidar a su primera esposa, María Blasco del Cacho. Perteneció a la burguesía acomodada, siendo su padre presidente de la Audiencia de Castellón. Se conocieron en Valencia, porque ella se refugió allí en casa de unos parientes, huyendo, como otros
muchos de una cruel epidemia de cólera que mató, entre otros, a su padre.
Seguro que su callada labor fue de una gran ayuda para nuestro escritor a pesar de su vida tan aventurera, llena de duelos, amantes, exilio, cárcel, la ruina en varias ocasiones, etc. Juntos tuvieron cuatro hijos y permanecieron casados más de 30 años.
Hacia 1905, cuando Blasco ya era famoso gracias a sus novelas, conoció a una mujer muy distinguida. Su nombre era Elena Ortúzar, a la que él llamó Chita. Se trataba de una hermosa chilena, esposa del agregado cultural de esa embajada. Un hombre mucho mayor que ella.
Como, en un principio, no tuvo mucho éxito con ella, escribió un folletín llamado “La voluntad de vivir”, donde se narraba la vida de una bella sudamericana casada, pero no satisfecha sexualmente, que llevaba a un hombre al suicidio. Poco antes de su publicación, ella
se puso en contacto con nuestro personaje y esa reconciliación hizo que Blasco quemara esta obra en su casa, sin llegar a ser publicada.
Convivieron durante el exilio del escritor en Menton y sólo se casaron en 1925, al enviudar el autor, aunque ella ya era viuda desde 1917.
Pareció una relación un tanto extraña entre una mujer muy católica y adinerada con un autor extremadamente anticlerical, republicano y muy populista.
Chita le acompañó en todos sus viajes, cuando, tras la publicación de “Los cuatro jinetes del Apocalipsis”, su fama se hizo internacional, no habiendo sido superada al día de hoy por ningún otro autor español.
Esta obra contra la I Guerra Mundial, fue un gran éxito, que, sólo en USA, alcanzó la cifra de 1.000.000 de ejemplares vendidos. Hoy en día se considera el primer “best seller” internacional.
Este éxito internacional no podía pasar desapercibido por los productores del entonces incipiente “Séptimo arte”. Me refiero, claro, al cine.
Le llaman desde USA, donde todo el mundo desea conocer al autor de este libro. Da infinidad de conferencias sobre todos los temas imaginables y gana mucho dinero con ellas. Incluso, una cadena de prensa le contrata para que escriba artículos para ella, pagando a precio de oro. De hecho, cuando vuelve a Europa, lo primero que hace es comprarse un Rolls Royce.
En Hollywood firmó la cesión de derechos para filmar una versión en cine mudo de su famosa obra, que fue protagonizada por el luego célebre actor Rodolfo Valentino.
La película fue estrenada en 1921 y no hará falta decir que fue un rotundo éxito de crítica y público.

En 1926 repitió experiencia en el cine con otra obra llamada “La tierra de todos”, la cual fue protagonizada por la famosa estrella, Greta Garbo.
Estos éxitos en el cine le dieron una enorme riqueza y él no se recataba de mostrarla a sus colegas, por lo que recibió muchas críticas. También ganó mucho dinero por sus artículos sobre sus viajes por todo el mundo.
Otra actividad de Blasco digna de mencionar, aunque no estuvo ahí muy afortunado, fue su intento de organizar colonias en Argentina.
Tras un viaje a esas tierras, realizado durante 1909, escribió un libro, donde relataba sus aventuras en ese país. Tanto gustó esa obra al presidente argentino que le invitó a fundar unas colonias en la zona de Río Negro.
A finales de 1911 adquirió una gran parcela de unas 5.000 Ha, donde pensaba fundar una especie de Valencia republicana.
Esto le provocó muchos quebraderos de cabeza, pues, desde el principio, tuvo que sortear muchos problemas. Más adelante, el cambio de gobierno en la provincia argentina de Corrientes y la quiebra de algunos Bancos que financiaban esta empresa, le hizo tener que desplazarse a París para pedir financiación. Durante su estancia en la capital francesa le pilló el estallido de la I Guerra Mundial y, por tanto, le negaron estos préstamos. Así que su colonia se arruinó y los 200 colonos tuvieron que marcharse a otras tierras.
Aprovechó su estancia en Francia para actuar como corresponsal de guerra de varios periódicos, dejando muy claro que estaba a favor de los aliados.
Más tarde, publicó su famosa obra “Crónica de la guerra europea de 1914”, donde relató los hechos de una forma muy naturalista. Incidiendo en aspectos como el imperialismo europeo, el empobrecimiento y el hambre en el continente, el odio entre los diferentes países y la crisis económica, que daría lugar a la aparición en varios países de los gobiernos dictatoriales de tipo fascista. El original de esta obra se perdió, posiblemente por sus ataques a estos regímenes totalitarios.
Como es lógico, aunque ya tenía una edad avanzada, tampoco se cortó un pelo en sus ataques contra el régimen del general Primo de Rivera. Aquí aprovechó en sus escritos para meterse a la vez con el dictador y con el rey.
Tuvo que sufrir varios años de exilio y un día de 1928, cuando estaba escribiendo su última novela, falleció, “al pie del cañón”, en su casa de Fontana Rosa, en Menton (Francia).
Aunque dejó escrito que deseaba ser enterrado en su tierra natal, tuvo que esperar la llegada de la II República para que sus restos fueran trasladados a su amada Valencia, donde recibió sepultura cerca del mar.
El régimen surgido tras la guerra civil quiso borrar su memoria. Incluso, persiguieron a su familia y confiscaron sus bienes, pero no pudo conseguir que la gente se olvidara de este famosísimo representante de la Literatura española.
Igual me ha quedado muy extenso este artículo, no obstante,  espero que os haya gustado.


lunes, 13 de octubre de 2014

EL DESDICHADO REINADO DE GARCÍA ÍÑIGUEZ I DE NAVARRA

Siguiendo con el ciclo de entradas sobre reyes poco conocidos de la Historia de España, hoy me voy a dedicar a la figura de García Íñiguez. Un rey que prometía mucho, pero que, debido a las circunstancias de su época, se estropeó su reinado.
No se conoce bien ni el año, ni el lugar de su nacimiento. Sólo se puede afirmar  que fue en el siglo IX.
Fue hijo del gran Íñigo Arista, una figura esencial en la Historia de Navarra, pues se le considera el iniciador de su monarquía. Incluso, es importante mencionar que una hija de Arista casó con uno de los miembros de la familia Banu Qasi, de Tudela. Lo cual hizo que se estrecharan aún más los lazos de mutua defensa de estos dos reinos, aunque tuvieran religiones diferentes. Así los de Tudela consiguieron un aliado para independizarse de Córdoba y los
de Pamplona otro para independizarse del Imperio carolingio.
Así, en 824, el emperador Ludovico Pío, hijo y sucesor del gran Carlomagno, envió sus tropas a la Península Ibérica para castigar las inquietudes independentistas de los territorios de Navarra y Aragón, ambos en la Marca Hispánica, llamada así por ser la frontera entre sus dominios y los musulmanes.
Estas fuerzas, que iban al mando de los condes Eblo y Aznar, consiguieron penetrar en Pamplona y llevarse un importante botín.
Al retirarse hacia lo que hoy es el territorio francés, justo al pasar por el puerto de Roncesvalles, se reprodujo el caso de la derrota de Roldán en 778.
Las tropas imperiales sufrieron en ese puerto el ataque conjunto de las fuerzas de Íñigo Arista, con sus tropas navarras; Musa ibn Musa, con sus tropas muladíes tudelanas; y García el Malo, con sus tropas del condado de Aragón.
La derrota imperial fue estrepitosa. En cuanto a sus líderes, Aznar, que era vasco y tenía parientes y amigos entre los navarros, fue liberado tras jurar no volver a atacarles. Por otra parte, el conde Eblo, no tuvo la misma suerte, pues fue enviado a Córdoba, en calidad de regalo al emir Abderramán II, a fin de ganar su apoyo ante futuras invasiones de las tropas imperiales. 
Volviendo a nuestro personaje, García Íñiguez I, hijo de Íñigo Arista, sabemos que comienza su reinado en 852, a la muerte de su padre, aunque es posible que interviniera mucho antes, pues, seguramente, tendría que suplir a su padre en muchas ocasiones a causa de la parálisis que le aquejó en los últimos años de su reinado.
En 843 ayudó a su tío, Musa ibn Musa, a luchar por la independencia de los Banu Qasi del emirato de Córdoba. Eso les costó a ambos una amplia derrota, frente a las tropas cordobesas.
En 859, nada menos que los famosos vikingos, desembarcaron en algún lugar de Guipúzcoa y desde allí llegaron hasta Pamplona. El rey les hizo frente, pero fue derrotado y hecho prisionero. Tuvo que pagar un alto rescate para conseguir su liberación.
Al tema de los vikingos en España, seguramente, dedicaré próximamente otra entrada.
Realmente, lo que más le molestó al monarca fue que, a pesar de ser avisados sus parientes y aliados, los Banu Qasi, no quisieron ayudarle. Así que decidió cambiar de aliado, casándose con Leodegundia, hija del rey Ordoño I de Asturias.
Por eso, cuando, más tarde, se produjo un enfrentamiento entre Asturias y los Banu Qasi, los navarros no dudarán en luchar del lado de los asturianos.
Concretamente, en 860, la alianza entre asturianos y navarros consiguió la victoria en la batalla de Albelda, frente a las fuerzas de los Banu Qasi, feudatarias de Córdoba.
Durante su reinado se fomentó el tránsito de los peregrinos hacia Santiago de Compostela, poniendo las bases del llamado “Camino de Santiago”.
Como el rey navarro se decidió por ampliar sus dominios hacia la Rioja, el emir de Córdoba, Muhammad I, se decidió por realizar un ataque preventivo en 860 y arrasar Pamplona.
García volvió a ser derrotado, esta vez a manos de los musulmanes, los cuales le convirtieron en tributario suyo y, además, le exigieron que les cediera a su hijo, Fortún Garcés, para garantizar el pago de esas cantidades.
A pesar de su nombre, Fortún, no tuvo mucha fortuna, pues fue capturado, junto con su hija Oneca, en un pueblo llamado Milagro y tuvo que permanecer unos 20 años como cautivo en la poderosa Córdoba. Tampoco sería muy agraciado físicamente, pues se le apodó “el Tuerto”.
Al morir su padre, en 870, defendiendo el catillo de Aibar del asedio musulmán, no pudo heredar el reino, a causa de su cautiverio. En su lugar, García Jiménez, ocupó el puesto de regente del reino.
Realmente, no se conoce bien la relación entre ellos, aunque algunos autores afirman que el regente era hermano de Íñigo Arista.
Lo único cierto es que, al regreso del desdichado Fortún, procedente de su cautiverio en Córdoba, donde había sido muy bien tratado por los musulmanes, fue encerrado, por orden del regente, en el monasterio de Leire, donde acabó sus días.
Otros autores dicen que fue él quien se retiró voluntariamente a ese monasterio, dado que ya tenía una edad avanzada para esa época y por las presiones de Sancho Garcés I.
El regente dio lugar a una nueva dinastía, llamada Jimena, que dio grandes reyes a Navarra, como Sancho Garcés I.
No me gustaría acabar sin pasar por alto la figura de Oneca Fortúnez, hija de Fortún, que compartió cautiverio con su padre en Córdoba.
Esta figura es muy interesante, pues, en su momento, fue una especie de nexo, que sirvió para emparentar la dinastía califal con los reinos cristianos.
Su belleza fue muy alabada pro los cronistas musulmanes, quizás, por eso, casó, alrededor del 862, con un príncipe de la famosa dinastía Omeya, Abdullah, hijo Muhammad I.
Incluso, algunos afirman que se convirtió al Islam. Lo cierto es que le dio un hijo llamado Muhammad, nacido en 864. También tuvieron dos hijas más.
En 888, su marido se convirtió en el nuevo emir, tras el fallecimiento de su padre, y el hijo de Oneca fue nombrado sucesor al trono.
Como en esta historia no hay nada normal, pues Muhammad no llegó a ocupar el trono, porque fue asesinado por su hermanastro, Al Mutarrif, el cual luego fue ejecutado por orden de su padre.
Así que el nuevo sucesor era un bebé, hijo del asesinado Muhammad, pues nació 3 semanas antes de la muerte de su padre. Este bebé tendría un puesto de honor en las Historia. Sería nada menos que el califa Abderramán III.
Este califa nunca pudo disimular su origen, pues era pelirrojo y con ojos azules, aunque se tenía el pelo a menudo para no parecer un extraño al resto de los musulmanes. Su madre, Muzna, también era del norte de la península.
Como ya mencioné antes que Oneca fue una especie de nexo entre los diferentes reinos peninsulares, hay que mencionar, que, al abandonar su padre el cautiverio en Córdoba, le siguió a Navarra.
Ya, con unos 30 años, casó con su primo el conde Aznar Sánchez de Larraun. Tuvieron 3 hijos. Sancho, del que se supone que moriría joven. Toda Aznárez, que casó con el rey Sancho I Garcés de Pamplona, uniendo así las dos dinastías navarras, Íñiguez y Jimena. Sancha Aznárez casó con Jimeno Garcés, hermano del rey y, posteriormente, sucesor de éste.
Algunos elevan la importancia de Oneca, indicando que, por una parte, fue abuela del califa Abderramán III y, a la vez, también de García Sánchez I de Navarra, del cual descendieron muchos reyes españoles.
Si alguno ha leído mi anterior entrada sobre Sancho I de León, el rey obeso, habrá visto ahí la figura de Toda Aznárez y sus gestiones diplomáticas con su pariente, Abderramán III.
Como habréis podido ver, en aquella época, no eran tan diferentes los moros de los cristianos a pesar de lo que nos hayan enseñado de pequeños en la escuela.
Espero que os haya gustado. Saludos.