miércoles, 18 de junio de 2014

EL ESCÁNDALO DE LOS CÓDICES MADRILEÑOS DE LEONARDO DA VINCI

Siempre se ha dicho que,  en España, si alguien quiere guardar sus cosas, en un lugar seguro, donde no vaya nadie a leer sus documentos, no tiene más que dejarlos en una biblioteca.
Alguno que haya leído la frase anterior, seguramente, ahora estará diciendo que soy un exagerado o, lo que es peor, estará poniéndome verde.
Es normal, pero me gustaría que, antes de hablar mal de mí, os leáis lo que os voy a contar en esta nueva entrada.
Corría el año 1966 cuando uno de esos raros investigadores americanos, dedicados a la Historia Medieval, que deben de aburrirse muchísimo en su país, porque allí no pueden estudiar nada de eso, pues vino a España a buscar documentación para sus estudios.
Su nombre era Julius Piccus y no se dedicaba en absoluto a los manuscritos de la época renacentista, sino que, en esa ocasión, buscaba documentos sobre baladas medievales, que era su especialidad.
 Por lo visto, en una de sus visitas a la Biblioteca Nacional de Madrid, pidió una serie de documentos y, entre ellos, le pusieron, ni más ni menos que unos manuscritos, compuestos por unas 700 páginas, que enseguida pudo atribuir al gran Leonardo da Vinci.
 La gracia del asunto es que en esa biblioteca nadie sabía dónde los tenían, porque, según parece, habían sido mal catalogados y, a pesar de que varios especialistas los habían buscado con anterioridad, nadie los había encontrado.

Para mayor escarnio patrio, al citado investigador no se le ocurrió otra cosa que dar a conocer su descubrimiento el 13/02/1967, en una rueda de prensa, celebrada en un hotel de Boston. También comunicó que ya existía un acuerdo entre la Universidad de Massachusetts, en Amherst, donde él daba clases, y la Biblioteca Nacional en Madrid, para editar el contenido de esos manuscritos, bajo su supervisión y la de un especialista en Leonardo llamado Ladislao Reti.
La noticia, una vez publicada al día siguiente por el famoso periódico The New York Times, atravesó el océano y fue un motivo de escándalo a nivel internacional.
Como, por aquel entonces, en España predominaba el nacionalismo, tanto el Gobierno como muchos periódicos se lo tomaron casi como una ofensa nacional y, por ejemplo, el ABC pidió en sus páginas “una explicación inteligible”.
En USA, que son más serios y siempre han tenido más pasta que nosotros, enseguida se formó una comisión, nombrada por el Comité Ejecutivo de The Renaissance Society of America, donde figuraban tres grandes expertos en la materia: Paul Oskar Kristeller, Theodore S. Beardsley Jr. y Carlo Pedretti, los cuales se trasladaron inmediatamente a Madrid para investigar este asunto y comprobar si esa historia y esos manuscritos eran verdaderos o falsos.
Obviamente, comenzaron a salir por todas partes, expertos que reivindicaban para ellos el mérito de haber descubierto estos manuscritos.
Así, los mencionados comisionados no tuvieron más remedio que redactar un informe con todo lujo de detalles, el cual se acabó con fecha 01/11/1970.
Parece ser que, con anterioridad al descubrimiento, varios expertos habían intentado encontrar en la Biblioteca Nacional esos manuscritos, pues se tenía noticia de que estaban allí, pero nunca habían podido encontrarlos. La razón estaba en que habían sido clasificados erróneamente y, por eso, nadie pudo hallarlos hasta esa fecha.
Bueno, como yo encuentro mucho más interesante la historia de estos manuscritos, pues pasaré a contarla.
Evidentemente, el autor de los mismos fue el famoso Leonardo da Vinci, el cual murió en 1519, a los 67 años de edad, siendo un protegido del rey Francisco I de Francia.
Legó todos sus libros, instrumental y documentos a su fiel discípulo Francesco Melzi, el cual los conservó con mucho cariño hasta su muerte,  en 1570.
En cambio, su hijo Orazio, no tuvo el mismo cariño por estos documentos y muchos de ellos se perdieron para siempre.
Su padre, Francesco, escribió un Tratado de la Pintura, donde informaba de la existencia de 18 manuscritos de Leonardo. Sin embargo, hasta el descubrimiento de los dos de Madrid, sólo se conocían 6 de ellos.
El famoso escultor Pompeo Leoni, que pasó buena parte de su vida trabajando para el rey Felipe II, atesoró una buena cantidad de documentos de Leonardo. No se sabe si lo hizo por simple afán de coleccionismo o para ofrecérselos a su monarca. Lo cierto es que, en 1608, año de su fallecimiento, estos documentos fueron repartidos entre sus herederos.
Se sabe que uno de los hijos de Pompeo ofreció algunos de estos documentos a Cosme II de Médicis, pero no fueron aceptados por éste, por hacer caso a  sus asesores.
Más tarde, en 1622, el conde Arconati, compró el Codex Atlanticus, que hoy se conserva en Milán.
También se sabe que otra parte del legado documental de Leonardo fue a parar con destino a Inglaterra, donde fue comprado por el conde de Arundel.
Este noble conocía de la existencia de estos manuscritos, porque se lo dijo el, entonces, Príncipe de Gales y futuro Carlos I. Aquel que luego fue decapitado, tras perder la guerra contra el Parlamento inglés.
El príncipe Carlos llegó a España en 1623 con el propósito declarado de pedir la mano de la infanta María, hermana de Felipe IV.
Ese enlace no pudo llevarse a cabo por inconvenientes diplomáticos, no obstante, el príncipe, que era un gran coleccionista de Arte, no perdió el tiempo y aprovechó su estancia para adquirir bastantes cuadros. Incluso, consiguió que Felipe IV, muy a su pesar,  le cediera alguno, como muestra de intentar mejorar las relaciones diplomáticas entre los dos países.
Este príncipe, que era bastante liante y cansino, consiguió entrevistarse con Juan de Espina, un  gran coleccionista de la época, que poseía algunos de estos manuscritos, pero no quiso vendérselos.
Los ingleses intentaron cientos de formas para quedarse con la colección de Espina, pero no hubo manera, porque este hombre era muy acaudalado y no necesitaba vender nada de lo que tenía. Parece ser que la fortuna de este hombre procedía de su padre, que fue uno de los primeros conquistadores de América.
El problema vino cuando a Espina le acusaron de nigromante y fue perseguido por la Inquisición, aparte de ser obligado por ésta a cambiar  varias veces de lugar de residencia.
En 1642, a la muerte de Juan de Espina, la colección pasó a propiedad del rey, por voluntad del difunto.
En el siglo XVIII, con la llegada de Felipe V a España, se creó la Biblioteca Real y todos esos documentos pasaron a ella. Parece ser que en ese momento fue cuando surgió la confusión, pues se le   puso una signatura que no le correspondía y quedaron extraviados entre los 300 km. de estanterías que tiene actualmente esa institución.
Realmente, se sabía que los manuscritos estaban en la biblioteca, pero cuando alguien los pedía, no aparecían por ninguna parte, porque no estaban en su sitio.
En el siglo XIX, pasó a ser, desde 1836, la Biblioteca Nacional, pero sufrió varios traslados, por lo que se sabe que se perdieron algunos documentos de los allí depositados y a estos manuscritos se les perdió la pista.
Se dice que en 1898, el entonces director de la entidad y famoso escritor, Marcelino Menéndez Pelayo, puso a toda la plantilla a buscarlos, sin encontrarlos por ninguna parte, teniendo que suponer que se habrían perdido durante los traslados.
Según explicó, en 1967, Jules Piccus, el hallazgo fue debido a que un día preguntó si había alguna documentación en un salto entre varias signaturas y un funcionario le puso encima de la mesa nada menos que los manuscritos de Leonardo.
Ladislao Reti, por entonces, uno de los mayores expertos mundiales en la obra de Leonardo, compareció también en la rueda de prensa del hotel de Boston y reconoció que los documentos eran auténticos, dándole la mayor importancia al hallazgo de los mismos.
El entonces director de la Biblioteca Nacional, el conocido investigador Miguel Bordonau, dio a los pocos días una rueda de prensa, y salió como pudo de la batería de preguntas que le lanzaron los periodistas.
Según el abochornado director: “no se trataba estrictamente de un descubrimiento, sino de un hallazgo afortunado”, porque ya se sabía de su existencia. Para él, simplemente, se hallaban “traspapelados”, como si se trataran de un simple expediente.
El periódico ABC, uno de los más leídos del momento, aprovechó la noticia y siguió repartiendo “leña” a los responsables de la Biblioteca Nacional. No entiendo con qué objeto. Diciendo que sospechaban que podría haber más errores en esa institución, en lo tocante a la custodia de la documentación que se les había confiado.  Hasta el recordado dibujante Mingote le dedicó varios de sus dibujos a este escándalo.
Más adelante, se fue conociendo que Piccus tenía una buena amistad con el subdirector de la Biblioteca Nacional y fue el que le autorizó a que se llevase unas copias microfilmadas de esos documentos.
En unas declaraciones al desparecido diario “El Alcázar”, Bordonau, afirmó que los manuscritos no habían estado perdidos, sino que se habían mostrado en una exposición realizada en la Biblioteca en 1965. Eso sí, como unos manuscritos, sin identificar su autor.
Al cabo de los años, se invitó a la viuda de Piccus a Madrid, para ver una exposición sobre estos manuscritos. Allí comentó que su marido los había hallado en 1965 y que no se los dieron por error. Eso lo dijo para que no expedientaran a su amigo el subdirector. Lo cierto es que los halló personalmente, porque en esa fecha los funcionarios dejaban más libertad a los investigadores para curiosear en ciertos departamentos.
En 1967, como el escándalo fue a más y hasta hubo protestas anti-USA a las puertas de la Biblioteca Nacional, el Ministerio de Educación rompió el contrato con la Universidad donde trabajaba Piccus y anunció otro con varios países.
Más tarde, tanto el director como el subdirector de la Biblioteca Nacional fueron cesados y hasta al mismo Piccus le retiraron su carnet de investigador para poder investigar en este centro.
Incluso, se mandó hacer una edición en facsímil de los manuscritos y, para ello, tuvieron que ser trasladados a Suiza y escoltados nada menos que por la Guardia Civil.
Lo curioso es que Reti  no fue castigado por este escándalo y le dieron el encargo de dirigir esta edición en facsímil.
No obstante, previamente, Reti tuvo que aceptar la versión del Gobierno de Franco, pro la que los manuscritos habían sido encontrados  por la propia Biblioteca Nacional y expuestos en 1965.
Por supuesto, no hará falta mencionar que ninguno de los protagonistas de esta historia pudo volver a ver esos manuscritos nunca más, salvo en las exposiciones que se hicieron sobre ellos.
En fin, un hecho “memorable” de la cultura española.


17 comentarios:

  1. Aliado, debo felicitarte por una entrada tan instructiva como sorprendente. A partir de ahora voy a sentir que en cualquier rincón de una biblioteca igual se haya escondido algún documento que nos acerque más a la Historia.

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    1. Bueno, eso es lo que hacen habitualmente los investigadores, buscar documentos, donde puedan encontrar algún dato para sus estudios.

      Lo que es imperdonable es que este documento llevara tantos siglos en España y nadie supiera dónde estaba. ¿Es que nadie comprueba nunca en la Biblioteca Nacional si están todos los documentos, pro si alguien se ha llevado alguno?

      Ese investigador USA se lo podría haber llevado tranquilamente, porque no estaba catalogado en ninguna parte y no podríamos haber reivindicado la propiedad del Estado Español sobre el mismo.

      Muchas gracias y saludos.

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  2. Otra cosa más. Estaba recordando que hace muchos años vi en televisión unos documentales sobre los inventos de Leonardo da Vinci; los hacía una cadena de televisión británica, Thames. En esos documentales un batallón del ejército británico ponía en práctica alguno de los inventos de Leonardo, basándose directamente en lo que se encontraban en sus escritos. Cuando no funcionaban se daban cuenta que se habían basado en uno de esos documentos que Leonardo había dejado con algo explicado del revés para evitar que le quitaran sus ideas.

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  3. Tengo entendido que eran diseños teóricos y la mayoría nunca fueron probados. No obstante, creo que algunos sí fueron probados no hace mucho y funcionaron bien.

    Saludos.

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    1. Busca esos documentales, vas a flipar.

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    2. La verdad es que tuvo que ser un escándalo a nivel internacional y no me extrañaría que hubieran caído muchas cabezas a causa de ello.

      Saludos.

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  4. En efecto, en 1967 se anunció oficialmente que en la Biblioteca Nacional de Madrid habían sido descubiertos dos códices de Leonardo que se consideraban perdidos.
    En un catálogo de la Biblioteca Nacional de Madrid impreso en el siglo XIX se lee una referencia a los "autógrafos" de Leonardo. Pero ninguno de los especialistas Interesados pudo obtener Información al respecto, ya que en la signatura indicada no figuraban autógrafos de Leonardo sino un códice del De remedís de Petrarca y unas glosas al Digesto de Justiniano. A fines del siglo XIX el bibliófilo florentino Tammazo de Marins trató inútilmente de encontrar los manuscritos. En la Biblioteca Nacional de Madrid se los consideraba perdidos para siempre.
    En el siglo XX varios estudiosos se dedicaron por su parte a una búsqueda sistemática y sin resultado. Fue en 1964 cuando el francés André Corbeau, eminente especialista en Leonardo de Vinci, afirmó su convicción de que los dos manuscritos se encontraban en la Biblioteca de Madrid y que sólo se trataba de un error del catálogo. Los responsables de la biblioteca procedieron a nuevas investigaciones. A principios de 1965 don Ramón Paz y Remolar, jefe de la Sección de Manuscritos de la Biblioteca Nacional madrileña, tuvo la inmensa sorpresa de encontrar en sus estantes los dos preciosos códices que en el catálogo figuraban con los números Aa 19 y 20, mientras que las signaturas correctas son Aa 119 y 120.

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    1. Para empezar, muchas gracias por tu comentario.

      Bueno, la verdad es que algunos de esos datos sí que los había leído por ahí, pero no había querido extenderme demasiado.

      De todas formas, a pesar de que a mí me da igual quién los encontrara, creo que todavía está en discusión si lo hicieron los propios funcionarios de la Biblioteca Nacional o el investigador extranjero.

      Lo que está muy claro es que el régimen franquista pretendió ocultar este tema de la mejor manera posible. No es de extrañar, porque iba en contra de sus ideales ultranacionalistas.

      Saludos.

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  5. Durante casi tres siglos, los innumerables testimonios que nos dejó Leonardo de sus trabajos científicos y técnicos permanecieron confundidos en un impenetrable fárrago de papeles y de notas de lectura, tan caóticamente organizados y de tan difícil interpretación que hasta fines del siglo XVIII, su fama de artista y de pintor primó notablemente sobre la consideración que merecía como filósofo y hombre de ciencia. El deplorable sino que padecieron, después de la muerte del maestro (1519), todos sus manuscritos impidió que la cultura europea se beneficiara de las ideas y de las audaces soluciones que Leonardo había expuesto. Sabemos que dejó por testamento todos sus manuscritos a su fiel discípulo Francesco Melzi, que le había seguido en su incesante peregrinar hasta su mismo lecho de muerte.¿Cómo se llegó entonces a la actual dispersión de los autógrafos leonardianos, otrora reunidos? Francesco Melzi conservó la preciosa herencia en su casa de Vaprio d'Adda. Al morir en 1570, su hijo y heredero, Orazio Melzi, arrinconó en un granero unas reliquias para él desprovistas de interés. Lelio Gavardi, preceptor de la familia Melzi y colaborador y amigo del célebre impresor veneciano Aldo Manuclo, pudo así apoderarse fácilmente de 13 cuadernos de Leonardo y se los llevó a Florencia para ofrecérselos a Francisco de Médicis con la esperanza de obtener una suma de dinero considerable. Pero el increíble parecer de un consejero del Duque fue: «Nada de esto podría Interesar a Vuestra Excelencia.» No pudiendo llevar a feliz término su proyecto, y viendo que se esfumaba su sueño de hacer fortuna, Gavardi pidió a su amigo Ambroglo Mazzenta, que partía a Milán, que devolviera los cuadernos a Orazio Melzi. Pero éste tampoco quiso recibirlos y, como puede leerse en las memorias de Mazzenta", «se asombró de que me hubiera tomado tales molestias y me regaló los libros». Es entonces cuando entra en escena Pompeo Leoni, de Arezzo, que iba a desempeñar un papel decisivo en la historia de los -manuscritos de Leonardo. Escultor en la corte de Felipe II.de España, Leoni mostró gran Interés por los manuscritos que conservaban los herederos de Francesco Melzi y, prometiendo protección y favores personales, consiguió que le cedieran una gran parte de ellos. Asimismo, logró obtener 10 de los 13 cuadernos que Orazio Melzi había regalado a Mazzenta. Entre 1582 y 1590, esto es en apenas ocho años, la herencia de Leonardo pasó casi totalmente a manos de un nuevo propietario. Deseoso de presentar los documentos de un modo más atractivo, y aun siendo persona incompetente en la materia, Leoni no vaciló en desmembrar varios cuadernos para reagrupar sus páginas en forma de grandes volúmenes. Esta singular «restauración» modificó básicamente la disposición original de los escritos de Leonardo, al borrar de golpe un testimonio inapreciable sobre el orden de composición, la cronología y el número inicial de los cuadernos, y al anticipar ulteriores pérdidas y dispersiones.

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  6. Nada nos permite creer que Leoni tuviera realmente la Intención, declarada a Orazio Melzi, de ofrecer a Felipe II los manuscritos de Leonardo. Al parecer sólo le cedió unos pocos, quedándose con los demás, ya que un gran número de ellos pasó a manos de su yerno y heredero Polldoro Caichi, quien se dedicó abiertamente a comerciar con ellos. Hacia 1622, Caichi vendió al Conde Galeazzo Arconati, de Milán, el gran volumen de las artes secretas de Leonardo, compilado por Leoni, y que hoy conocemos con el nombre de Codex Atlanticus. En 1636, Arconati lo donó, junto con otros manuscritos leonardianos, a la Biblioteca Ambrosiana de Milán. Otra parte de los documentos que poseía Leoni fueron a parar a Inglaterra. Thomas Howard, Conde de Arundel, consiguió adquirir el segundo gran volumen compilado por Leoni, que contenía todos los manuscritos de carácter artístico y que hoy conocemos con el nombre de Colección Windsor por haberse conservado en la Royal Windsor Library. Thomas Howard adquirió otro manuscrito, el actual Códice Arundel 263, que más tarde fue donado por uno de sus herederos a la Royal Society inglesa. Cabe fechar las adquisiciones de Arundel entre 1630 y 1640

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  7. En el siglo XVIII se produjeron nuevos «movimientos» de manuscritosde Leonardo. Hacia 1715 Lord Leicester adquirió el códice que lleva hoy su nombre y se lo llevó a Inglaterra. El Códice Trivulziano (famoso por la larga lista de palabras registradas por Leonardo) volvió hacia 1750 a la Biblioteca Ambrosiana de la que había sido retirado, después de la primitiva donación, por Arconati. A fines de ese siglo volvieron a entrar en circulación los códices que parecían haber encontrado un paradero definitivo. Napoleón Bonaparte, al entrar victorioso en Milán el 15 de mayo de 1796 y en cumplimiento de las órdenes del Directorio, organizó un saqueo sistemático de obras de arte y de cultura.El Códice Atlántico y los manuscritos de la Ambrosiana figuran entre las obras valiosas que fueron enviadas a París. El códice quedó depositado en la Biblioteca Nacional y los otros manuscritos fueron confiados al Instituto de Francia. Una vez terminada la aventura napoleónica, los gobiernos interesados obtuvieron la restitución de los tesoros que les habían sido arrebatados: el Códice Atlántico volvió a Milán pero el Instituto de Francia conservó los otros manuscritos.
    En el siglo XIX las bibliotecas inglesas se enriquecieron con nuevos documentos de Leonardo. En 1876 John Forster donó al South Kensington Museum (que es hoy el Victoria and Albert Museum) tres cuadernos que hoy llevan el nombre del donador. Paralelamente a este noble gesto de generosidad hay un episodio desconcertante.

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  8. Guglielmo Libri, bibliófilo, erudito y uno de los pioneros de la moderna historiografía científica, se interesó por Leonardo y proyectó incluso publicar todos sus escritos inéditos. Libri que entre otras cosas era conde tenía una curiosa debilidad. Así, no pudo resistir a la tentación de sustraer algunas páginas de los manuscritos mientras los consultaba en el Instituto de Francia. La suya no era la manía delestudioso que se considera único destinatario de los originales de un autor al que dedica todos sus desvelos. No, simplemente Libri tenía un talento particular para comerciar con estas reliquias. Y así fue como algunas páginas de los manuscritos de Leonardo fueron a parar a Inglaterra.
    Poco después el pequeño códice sobre el vuelo de los pájaros era comprado por 4.000 liras por el Conde Manzoni, quien más tarde lo cedió al ilustre leonardista Teodoro Sabatchnikof. Los responsables del Instituto de Francia sospecharon inmediatamente de Libri, que era la única persona que había tenido libre acceso a los manuscritos parisienses. Libri negó obstinadamente pero las pruebas contra él eran tan abrumadoras que fue condenado en rebeldía a diez años de reclusión. Las hojas que habían pasado a Inglaterra fueron devueltas al Instituto y Sabatchnikof entregó el Códice sobre el vuelo de los pájarosa la Biblioteca de Turin, donde seconserva actualmente.

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    1. Me parece muy bien que haga comentarios en mi blog, pero no hace falta que los copie tan literalmente de este otro blog:

      http://amigosdeleonardo.blogspot.com.es/2013/01/la-extrana-aventura-de-los-manuscritos.html

      Muchas gracias y saludos.

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  9. Claro que lo he "copiado" de ahí, como que el blog es nuestro, Manuel Domínguez y David García. Son algunos años los que llevamos dedicados a Leonardo. Tambien tenemos una página web, y una obra literaria, sin publicar, pero todo el trabajo está registrado.
    Me alegra saber que hay quien lo lee

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  10. Pues a mí también me alegra que haya quien realice comentarios en mi blog.

    Saludos para Manuel y David y mucho gusto en conoceros.

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  11. De todas formas, me gustaría conocer vuestra opinión sobre el papel de Piccus en todo este jaleo.

    Muchas gracias y saludos.

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  12. Acabo de leer tu interesante entrada y simplemente quiero añadir un aspecto que apenas se esboza en este (y en otros muchos) textos. El entonces director de la BNE, Miguel Bordonau (para más señas mi ilustre abuelo), no era conocedor de semejantes maniobras de unos y otros pero sí conocía la existencia de los manuscritos que después salieron a la luz como "perdidos". En aquellos tiempos yo era muy pequeña y apenas me enteré de la "tormenta mediática" que se desató en torno a la figura de mi abuelo pero sí recuerdo, con pesar, su cese de la BNE. Por fortuna, Miguel Bordonau siempre fue una persona íntegra y de gran valía profesional (lo que corroboraron todos sus colaboradores) y terminó su carrera en el Archivo de Protocolos. Fue una lástima que un suceso como éste empañara de alguna forma su carrera profesional pero quiero reivindicar su figura y su difícil papel en aquella situación absurda e incomprensible.

    Esther Burgos Bordonau

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