Como hoy es el día de la Mujer,
les voy a dedicar esta entrada, en la que voy a intentar dar a conocer a una
gran mujer que, en su momento, tuvo un enorme poder e influencia social y hoy
en día está casi olvidada.
No estoy exagerando lo más
mínimo, pues, aunque murió en el siglo XII, nada menos que la Iglesia católica
le premió trasladando sus restos, en un primer momento, en 1633, hasta el
famoso
castillo de Sant’Angelo, en Roma. Posteriormente, ya en 1645, tuvo el
honor de ser enterrada nada menos que en San Pedro del Vaticano, en una
sepultura construida por el gran Bernini.
Este honor no lo han tenido
muchas mujeres laicas, pues sólo hay dos de ellas enterradas allí. Una es la
reina Cristina de Suecia y la otra es nuestro personaje de hoy.
El gran poeta Petrarca llegó a
escribir de ella: “…conducía con ánimo viril las guerras, imperiosa hacia los
suyos, ferocísima hacia los enemigos, muy liberal para con los amigos…”.
Nació en Mantua en 1046, en el
seno de una familia noble. También fue llamada Matilde de Toscana. Sus parientes
tenían profundas creencias religiosas. Su abuelo, Tedaldo, fundó un monasterio
cerca de Mantua, donde ella pasó muchos ratos durante su infancia.
Sus padres fueron el marqués
Bonifacio III de Toscana y Beatriz de Lotaringia, o sea, ambos pertenecían a la
alta nobleza.
Llegó a poseer una gran zona que
incluía todos los territorios italianos situados al norte de los Estados
pontificios. Sus posesiones controlaban todos los puertos de montaña que podían
dar acceso a Roma. Se encontró en medio de una lucha de poder entre el Papado y
el Imperio y tuvo que optar por el primero, porque no podía ser neutral, pues
podría ser engullido su territorio por alguno de los dos contendientes.
En el siglo XII un monje llamado
Donizone publicó una biografía sobre ella. Allí la elogiaba en múltiples ocasiones
y, sobre todo, su afán por preservar la paz en un mundo tan violento como el
que se vivía en la Edad Media.
Se dice que llegó al poder de una
manera fortuita, pues no era la hija mayor del matrimonio. Además, como su
padre fue muerto en una cacería, cuando ella sólo contaba apenas 6 años, tuvo
que asumir su cargo bajo la tutela de su madre. Hubo muchos rumores de que su
padre podría haber sido asesinado.
Como tuvieron múltiples
problemas, madre e hija se fueron un tiempo a Lorena, la tierra de su madre,
que, además, era prima del emperador. Luego, se apoyaron en la Iglesia y de ahí
nació la relación entre Matilde y el Papado. De hecho, en su sello se decía en latín,
“Matilde, si es algo lo es por la gracia de Dios”.
Se dice que, en un principio,
ansiaba entrar a profesar como monja en un convento, pero el propio Papa la
convenció diciéndole: “La caridad no va en busca de la satisfacción personal”,
para disuadirla a ella y a otros nobles para que no dejaran sus obligaciones
terrenales
Llegó a tener tal influencia que
fue la principal mediadora en el conflicto de las investiduras entre el Imperio
y la Iglesia.
Casó dos veces. Su primera boda
fue con Godofredo el jorobado, duque de la Baja Lotaringia. Este matrimonio
duró entre 1069 y 1076. Más tarde, lo hizo con Güelfo de Baviera.
En ambos casos fue muy infeliz. Además,
también fueron bodas de conveniencia política. En el primer caso, se trató de
un matrimonio con un hombre ya mayor y deforme. En el segundo, se casó con un
joven de 16 años, cuando ella ya tenía unos 40.
Como el emperador Enrique IV se
enfrentó al Papa, fue excomulgado. Esto era muy peligroso, porque cualquiera de
sus súbditos podría deponerlo en cualquier momento, por mandato de la Iglesia.
De hecho, ya habían preparado su
expulsión, pues convocaron en Tibur una Dieta imperial, que es como llamaban
ellos al parlamento formado por los nobles.
En 1077, el emperador decidió
reunirse con el Papa para pedir su perdón. Éste, al conocer la noticia, como no
se fiaba mucho de él, se refugió en el castillo de nuestro personaje, en
Canossa.
Al llegar allí el emperador,
solo, sin ningún tipo de escolta, pidió ser recibido por Gregorio VII. El Papa
se lo estuvo pensando y, mientras, el emperador estuvo esperando a las puertas
del castillo, descalzo y sólo arropado con una capa, a finales de enero, y nevando.
El Pontífice realmente no sabía
qué hacer, pues nunca hubiera esperado esta decisión de su oponente político.
Matilde y el abad de Cluny, Hugo, le convencieron de que le perdonara y así le
recibió para reintegrarle a la Iglesia,
con pleno derecho para seguir siendo el
emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico.
En algunos sitios todavía se cita
el “Paseo a Canossa” como una expresión de petición humillante.
Realmente, el problema radicó en
que tanto el emperador como el Papa querían nombrar a los dignatarios de la Iglesia.
Cuando San Gregorio VII llegó al
Papado lo primero que hizo fue intentar renovar la Iglesia. Así, entre 1074 y
1075 reformó los antiguos edictos que castigaban la inmoralidad de los clérigos
y la simonía, castigando tanto a los clérigos como a los príncipes que los
nombraban.
Al quedar vacante la sede del obispado
de Milán, el emperador nombró un arzobispo, sin consultar previamente con el
Papa, y a éste no le gustó nada. Así que el Papa excomulgó al emperador y éste
intentó que el Pontífice fuera depuesto.
Como ya he dicho anteriormente,
al notar el emperador que estaba perdiendo su poder, peregrinó hasta el
castillo de Canossa, donde se hallaba el Papa, para implorar su perdón. Cosa que
logró.
Aunque parezca mentira, la lucha
siguió más tarde, pero esta vez el ganador fue el emperador. Consiguió eliminar
a los nobles que quisieron deponerle y esta vez nadie movió un dedo contra él. Su nueva excomunión no tuvo ningún efecto.
Convocó una asamblea eclesiástica
en Alemania y logró que se depusiera a Gregorio VII, nombrando un antipapa,
Clemente III, el cual fue llevado a Roma. Coronando allí al emperador.
El Papa Gregorio VII logró huir a
tiempo y esconderse en el castillo de Sant’Angelo. Desde allí pudo comprobar
que muy poca gente se aventuraba a apoyarle. Sin embargo, Matilde sí lo haría y
siempre intentó el diálogo entre las partes.
En 1092, la guerra estaba en su
último año. Las cosas no le habían ido bien a Matilde. Sin embargo, cuando el
emperador ya la daba por ganada, la ciudad de Florencia se rebeló y el emperador
tuvo que abandonar las tierras de Matilde.
Al terminar la guerra se encontró
sin apoyos y además insultada y menospreciada por los partidarios del
emperador, que le acusaban de meterse en cosas propias de hombres.
También le echaron en cara que no
estaba casada y que podría tener alguna relación sexual con el Papa Gregorio
VII y hasta con el obispo de Lucca.
Cuando se sintió ya cansada, se
retiró a vivir a un pequeño pueblo, cerca del monasterio que fundó su familia,
donde había estado tantas veces de pequeña. En ese monasterio benedictino, sus
50 monjes hicieron solemne promesa de rezar por su alma hasta el fin de los
tiempos.
Padeció la enfermedad de la gota,
la cual le dejó inválida y mandó construir frente a su habitación una pequeña
capilla dedicada a Santiago, para poder seguir desde allí la misa.
En 1115 murió ante el obispo de Regio, no habiendo
podido conseguir la paz total entre el Imperio y el Papado, la cual llegó en
1122, con el Concordato de Worms.
Como dije al principio, tras
haber sido enterrada en las abadía de San Benedetto de Polirone, que había sido
fundada por su familia, en 1632 el Papa Urbano VIII, en agradecimiento a su labor
a favor de la Iglesia, pidió que sus restos fueran trasladados a Roma y, más
adelante, a la propia Basílica de San Pedro.
Su figura ha sido elogiada por diversos
autores como Dante, Petrarca, Ariosto, Taso y Pirandello. También fue representada
por Correggio y Parmigianino. Por último la podemos ver en la estatua de bronce
que realizó el famoso Bernini para su tumba en San Pedro.
Muy buen post, Aliado, aunque con tanto poder me preguntó cómo transigió en casarse con dos hombres a los que no amaba.
ResponderEliminarPues, como solía ocurrir entre la monarquía y la nobleza de la época, por puros intereses políticos.
ResponderEliminarSaludos.
Sería hermoso que todo el mundo conociera la verdad sobre su vida
ResponderEliminarSería hermoso que todo el mundo conociera la verdad sobre su vida
ResponderEliminarPrecisamente, con esa intención narré su historia en este artículo.
EliminarMuchas gracias por su comentario y saludos.
Lo primero que leí sobre ella fue que tuvo amoríos con los papas Gregorio VII, Víctor III y Urbano II. Por cierto, son cuatro las mujeres enterradas en la Santa Sede, te faltó la reina Carlota de Chipre y la princesa polaca María Clementina Sobieska.
ResponderEliminarEsos datos los desconocía.
EliminarMuchas gracias y saludos.
Ella fue una mujer valiente,fue una esperada!
ResponderEliminarExacto, una esperada. Biografía completa en El Libro del Amor, segunda parte de la trilogía de Kathleen McGrowan. Felicidades
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