miércoles, 24 de febrero de 2021

EL CASO DE JOHN SURRATT

 

En mis dos últimos artículos me he referido a los 8 procesados por el asesinato de Lincoln. La mitad de ellos fueron condenados a muerte y la otra mitad a cadena perpetua.


Sin embargo, otro de esos conspiradores se les escapó y voy a narrar su historia en este artículo.

John Harrison Surratt jr., que así era como se llamaba, nació en 1844, en una antigua zona rural, que hoy es un barrio de Washington DC.

Su familia era muy piadosa y fue bautizado en una iglesia católica, que se encuentra muy cerca del edificio del Capitolio. Tuvo un hermano mayor y una hermana menor que él.

Curiosamente, en 1862, John, conoció la noticia de la muerte de su padre, cuando se hallaba estudiando en un seminario diocesano, en Maryland.

A partir de ahí, dejó el seminario y ocupó el puesto de jefe de correos de su lugar de residencia, en Maryland, que había quedado vacante tras la muerte de su padre.

Con la llegada de la guerra, tomó partido por el bando confederado y fue fichado por su servicio de espionaje. Se dedicó a informar sobre los movimientos de tropas federales.

Parece ser que fue el ya mencionado Dr Mudd el que le presentó a Booth. Por su parte, Surratt le presentó al resto de los conspiradores.

Por lo visto, antes de ingresar en el seminario, Surratt, había estado estudiando en una Academia Militar. Allí coincidió con Herold y lo incorporó a su banda.

No sé por qué todos admitieron sin rechistar el liderazgo de Booth. Algunos pensarían que por su fuerte personalidad. Sin embargo, yo me decantaría porque era un tipo con mucho dinero y me parece que los componentes de su banda eran gente con poco futuro.

Así que decidieron que utilizarían como lugar de reunión uno de los salones de la pensión que regentaba Mary Surratt, la madre de John. Un lugar muy discreto, situado en la propia capital.

En 1864, el Ejército Confederado iba perdiendo la guerra y encima se estaba quedando sin efectivos, porque habían sufrido muchas bajas y muchos de los supervivientes estaban presos en campos de concentración del norte.

Durante la guerra se habían producido varios intercambios de prisioneros. Sin embargo, para terminar cuanto antes con este conflicto, el general Grant, prohibió que se produjeran más canjes.

Esto hizo que Booth pensara en secuestrar a Lincoln para canjearlo por miles de prisioneros sudistas y así poder reorganizar el Ejército Confederado.

Lo intentaron un par de veces, pero fallaron, porque Lincoln era famoso por cambiar, constantemente, de planes o tal vez, fue advertido de estos intentos.

Según parece, Booth, estuvo presente en el discurso que dio Lincoln el 11/04/1865, frente a la Casa Blanca. 


Esta vez fue más allá y no sólo defendió la liberación de todos los esclavos, sino también su derecho al voto. Evidentemente, esto no le hizo ninguna gracia a Booth y fue cuando ya pensó en matarle.

Parece ser que, al día siguiente, se reunió con los miembros de su banda y les expuso que había cambiado de planes y que el nuevo objetivo sería matar al presidente. El caso es que nadie se opuso a ello, pero se ve que la idea no le gustó a casi ninguno.

Tras conocer la noticia de la rendición del general Lee en Appomattox, aumentaron sus objetivos. Querían descabezar la Unión, asesinando no sólo al presidente, sino también al vicepresidente y al secretario de Estado.

Era un intento de darle una nueva oportunidad a la Confederación, dado que aún tenía algunas de sus tropas en pie de guerra, las cuales no se rindieron hasta junio de ese año.

Como ya dije, la mañana del 14/04/1865, Booth, fue, como de costumbre, a recoger el correo, que le guardaban en el Teatro Ford. Allí se encontró con un hermano del empresario, el cual le comentó que el presidente y su esposa iban a acudir esa noche al teatro.

No voy a volver a mencionar otra vez los detalles del magnicidio. En cuanto a Powell, consiguió entrar en la habitación donde se hallaba convaleciente Seward, el secretario de Estado. Lo acuchilló varias veces y luego lo dejó, pensando que lo habría matado, pero sobrevivió.

Por lo que se refiere a Azterodt, se sabe que reservó una habitación en el Hotel Kirkwood de la capital, situada en el mismo piso que la de su objetivo, el vicepresidente, Andrew Johnson.

Sin embargo, no fue capaz de hacerlo. Se emborrachó, se fue y tiró el cuchillo que llevaba en mitad de la calle. Luego fue a otro hotel, donde reservó una habitación a la que se fue a dormir hasta el día siguiente.

Volviendo a John Surratt, desconozco el motivo por el que no se hallaba en la capital, sino, según su testimonio, en Elmira, una localidad del Estado de Nueva York.

Se me ocurre pensar que podría estar allí para contactar con algunos miembros del Servicio Secreto Confederado, que eran muy activos en Nueva York y en Canadá.

No obstante, en cuanto conoció la noticia del magnicidio, huyó a Canadá. Lo cual no debió de ser muy difícil, porque no olvidemos que ese Estado hace frontera con Canadá.

Durante su estancia en ese país fue protegido por algunos miembros del clero católico y permaneció escondido hasta que terminó el juicio y fueron ahorcados los condenados a muerte. Entre ellos, su propia madre.

Como ya he dicho, algunos opinan que el Gobierno USA, iba detrás de John, sin embargo, encausó a su madre con la intención de que éste se presentase, pero no lo hizo.

Posteriormente, huyó disfrazado hasta Liverpool, donde le dieron cobijo en un templo católico de esa localidad.

A finales de 1865, llegó a Roma, donde se alistó en la antigua unidad de los zuavos de la Guardia Papal. De hecho, aparece en diversas fotos con ese uniforme de origen argelino, muy de moda en esa época. Incluso, al principio de la guerra civil USA, hubo unidades de zuavos en ambos bandos.

Sin embargo, no gozó mucho de su nueva vida, en la que tenía una identidad falsa. Unos meses después, coincidió con un antiguo amigo suyo, que también se había alistado en los zuavos.

Cuando éste se enteró de que lo estaban buscando, lo denunció tanto a sus mandos militares, como al cónsul de USA ante el Vaticano.

A finales de 1866, fue arrestado en su cuartel, situado en un lugar alejado de la capital, y cuando iba a ser conducido hasta Roma, se escapó, saltando por un acantilado.

Parece ser que se hizo algo de daño, pero consiguió llegar al Reino de Italia, haciéndose pasar por un canadiense, que, al quedarse sin dinero, se alistó en los zuavos y luego fue arrestado por insubordinación.

Desde allí, consiguió llegar hasta Alejandría (Egipto), pero fue detenido y entregado a las autoridades consulares de USA.

Posteriormente, fue extraditado y enviado hasta su país, en un barco de vela de la Armada USA. A su regreso, también fue encarcelado en el viejo Arsenal de la Armada, en Washington DC.

Sin embargo, como era a principios de 1867, ya no había estado de guerra y, al ser un civil, fue juzgado por un tribunal ordinario de su Estado, Maryland. Ciertamente, ya se habían abolido las medidas de guerra, decretadas por el presidente Lincoln, como, por ejemplo, la supresión al derecho al habeas corpus. Precisamente, a causa de esas medidas, muchos, como Booth, le acusaron de ser un dictador.

Año y medio después de que se produjera la ejecución de los implicados en ese complot, entre los que se encontraba su propia madre, John, tuvo que comparecer ante un tribunal ordinario del Estado de Maryland.

Hay que aclarar, que, tras el juicio y la ejecución de esos conspiradores, el Tribunal Supremo USA sentenció que, aunque su país estuviera en guerra, los civiles, tendrían que ser juzgados, como siempre, ante los tribunales ordinarios y no ante los militares. Por supuesto, con el correspondiente jurado.

El juicio fue presidido por el juez federal George P. Fisher y actuó como fiscal un peso pesado del Derecho, llamado Edwards Pierrepont, que, más tarde, llegaría a ser fiscal general del Estado.

Así y todo, no se pudo probar que John formase parte del complot para derrocar al Gobierno. Primero, mediante el secuestro y luego asesinando al presidente Lincoln.

Por ello, aunque el jurado estuvo deliberando nada menos que 70 horas, no pudieron llegar a ningún veredicto. Por tanto, el juez lo declaró inocente y ordenó su inmediata puesta en libertad. Está claro que no hay cómo jugar en “casa”.

Tras su liberación, emigró a Sudamérica, donde probó suerte en varios países, pero no le sonrió la fortuna y regresó a USA.

Posteriormente, se dedicó a la enseñanza en una academia femenina. También comenzó una gira de conferencias.

Parece ser que, en una de ellas, que dio en una localidad de Maryland, reconoció que había pertenecido a esa banda y que participó en los planes para secuestrar a Lincoln, pero desconocía que quisieran matarle.

También afirmó que el Gobierno Confederado no tenía nada que ver en ese asunto, lo cual me parece raro, porque ya existía un precedente.

A principios de marzo de 1864, tuvo lugar una incursión de una especie de comando de tropas de la Unión, al mando de un joven militar, el coronel Ulric Dahlgren. Él y sus tropas llegaron hasta Richmond, la capital de la Confederación, pero cayeron abatidos en una emboscada.

Parece ser que un niño buscó en los bolsillos del fallecido coronel para ver si llevaba algo de valor y se encontró con una cartera, donde había unos documentos. Se los entregó a su maestro y éste, al ver de lo que se trataba, los llevó a las autoridades militares.

Esos documentos eran las órdenes recibidas por el coronel Dahlgren y llevaban la firma de su jefe, el general Kilpatrick. En ellos, le decían que debería asesinar a Jefferson Davis, presidente de la Confederación y a todo su gobierno, que se hallaban en esa ciudad.

Por supuesto, se montó un escándalo considerable, cuando el Gobierno Confederado dio a conocer estos documentos a la prensa y no sería de extrañar que o bien ese Gobierno o el propio Booth, quisieran devolverle la visita al presidente Lincoln. No olvidemos que la guerra civil USA fue la primera guerra total. O sea, que las acciones bélicas no se limitaban a los frentes, sino a todas partes.

Algunos autores afirman que el propio secretario de Guerra, Stanton, fue el que ideó esta operación en Richmond. Es curioso, porque Stanton es un personaje que sale muchas veces en el asunto del magnicidio contra Lincoln.

Así que, como unos días después, John, tenía previsto dar otra conferencia en Washington DC, o sea, en “campo ajeno”, pues ya no pudo darla a causa de las protestas y el mal ambiente que había para recibirle en la capital.

Así que, por si acaso, dejó de impartir conferencias, y ya se dedicó de lleno a la enseñanza en un colegio católico. Por supuesto, situado en su Estado de Maryland.

Curiosamente, se casó con una mujer emparentada con el creador del himno nacional USA, a pesar de que él detestaba a la Unión y fijaron su residencia en Baltimore.

Posteriormente, fue contratado como directivo de una compañía de transporte marítimo de mercancías, radicada en la misma ciudad, y allí estuvo trabajando hasta su jubilación. Vivió en Baltimore, hasta su muerte, en 1916.

Este caso tuvo también efectos en otros ámbitos. Por ejemplo, desde 1850, había una ola de anticatolicismo en USA y, de hecho, se crearon algunos partidos políticos, que tenían esa tendencia.

Desde la fundación de USA, este país había mantenido relaciones diplomáticas con los Estados Pontificios y luego con el Vaticano, pero sólo a nivel consular.

Sin embargo, en 1867, cuando comenzó el juicio contra John Surratt, resurgió ese anticatolicismo y eso llevó a que se aprobara en el Congreso USA la prohibición de relaciones diplomáticas con el Vaticano. Lo hicieron de una forma indirecta, prohibiendo que el Gobierno pudiera enviar fondos a ese consulado.

Se basaban en que la mayoría de los conspiradores eran católicos y en que, además, la Iglesia Católica, protegió durante meses a John y hasta le
permitió alistarse en un regimiento papal. Eso sí, con un nombre falso. Incluso, argumentaron que el Papa había prohibido el culto protestante, que se celebraba en la sede del Consulado de USA.

A partir de esa fecha, entre los dos países sólo hubo contactos a nivel de emisarios que enviaban, temporalmente, uno u otro mandatario, pero no una sede permanente.

Ni siquiera el famoso presidente Kennedy, que fue el primer católico que llegó a presidente en USA, consiguió derogar esa ley. Por cierto, Biden es el segundo presidente católico de toda la historia de USA.

Verdaderamente, la Iglesia Católica, tampoco hizo mucho por atraerse al Gobierno USA. Más bien, fue al contrario. León XIII no entendía que pudiera haber una separación entre la Iglesia y el Estado.

Incluso, consideró como una herejía los intentos de algunos altos prelados de la Iglesia Católica en USA, que pretendían ser más tolerantes en la doctrina a fin de atraerse a un mayor número de personas hacia el Catolicismo.

Por el contrario, en 1922, se montó un buen escándalo, porque en Oregón se aprobó una ley por la que se prohibían las escuelas confesionales, entre las que estaban las de la Iglesia Católica.

No obstante, en 1925, el Tribunal Supremo de USA, sentenció que esa ley era inconstitucional y la abolió en su totalidad.

De hecho, cuando Kennedy se presentó como candidato a la presidencia tuvo que dejar las cosas muy claras: “Yo no soy el candidato católico para la presidencia. Yo soy el candidato del Partido Demócrata a la presidencia, que además es católico.”

Lo cierto es que hasta 1983 no se consiguió derogar esa ley y eso que se calcula que hay un 25% de católicos en USA, pero también hay un 45% de protestantes.

Al final, en enero de 1984, se procedieron a retomar las relaciones diplomáticas entre ambos países y al nombramiento de embajadores. Es posible que algo tuvieran que ver en ello las buenas relaciones existentes entre el presidente Reagan y el Papa Juan Pablo II.

 

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