viernes, 25 de septiembre de 2020

MARIAN REJEWSKI, EL DESCIFRADOR DE ENIGMA


Seguro que a más de uno le habrá sorprendido el título de este artículo, pero me parece que lo entenderá muy bien, cuando termine de leerlo.
Posiblemente, más de uno me dirá que el que descifró los mensajes enviados por la máquina Enigma fue el británico Alan Turing. Eso, en parte, es cierto. No obstante, ya sabemos que uno de los “defectos” de los británicos es que tienen una memoria muy selectiva y suelen encumbrar solamente a los suyos, en perjuicio de los demás.
Como de costumbre, vayamos al principio. Nuestro personaje de hoy se llamaba Marian Adam Rejewski y nació en la ciudad de Bydgoszcz a la que los alemanes llamaban Bromberg.
Se podría decir que su familia pertenecía a la clase media, pues su padre se dedicaba al comercio del tabaco y gozaba de una cierta posición acomodada.
Curiosamente, en 1905, que fue cuando nació, esa ciudad se hallaba dentro del Imperio alemán. Sin embargo, como todos sabemos, Polonia, sufrió varios repartos territoriales a lo largo de su Historia. De tal modo, que llegó a desaparecer. Así que, antes de la I Guerra Mundial, su territorio estaba dividido entre Alemania, Rusia y el Imperio Austro-Húngaro.
Sin embargo, tras ese infame conflicto, y gracias a muchos, sobre todo, al presidente Wilson, surgieron o resurgieron varias naciones. Entre ellas, Polonia.
Así que en 1920 su ciudad pasó a depender del nuevo Estado de Polonia. Algo que les alegró mucho, porque en su familia siempre se habían considerado polacos.
Al final de la Secundaria, se trasladó a la ciudad de Poznán, en cuya Universidad estudió la carrera de Matemáticas, realizando, posteriormente, un máster en Filosofía.
Durante esos años tuvieron lugar unos hechos, que tuvieron mucha trascendencia en su vida. En 1918, un ingeniero eléctrico alemán, llamado Arthur Scherbius, patentó una máquina a la que llamó Enigma y que servía para enviar mensajes codificados.
Por lo visto, en un principio, se trataba de un cacharro enorme. Luego fue reduciendo su tamaño para que pudiera ser un objeto portátil.
Paradójicamente, los primeros encargos no le llegaron desde los militares, sino de diversas empresas exportadoras y financieras. Sobre todo, de Holanda.
Posteriormente, como el Estado Mayor alemán se acababa de enterar, al final de la I Guerra Mundial, que sus mensajes habían sido descifrados por el otro bando, necesitaba un sistema más seguro para enviar sus mensajes. Así que se decidieron por éste y, aunque era una máquina un poco cara, le hicieron un pedido de unas 30.000
unidades para el Ejército y la Armada. Por ello, Scherbius fabricó dos modelos diferentes: uno para uso civil y otro militar.
Enigma tenía el aspecto de una máquina de escribir metida dentro de una caja de madera, con su teclado y dos filas de bombillas con un total de 26 letras. En su interior, tenía 3 discos rotatorios, los cuales había que girar diariamente y colocarlos en la posición ordenada por el Alto Mando. De esa manera, la máquina emisora y la receptora utilizarían el mismo código. El operador sólo tenía que teclear un mensaje y esas ruedas giratorias harían que cada letra se convirtiera en otra diferente, la cual se encendía en la bombilla correspondiente a esa letra. Eso pensaban que haría casi imposible su desciframiento, pues se calculaba que existían unos 159 trillones de combinaciones.
Por uno de esos azares del destino, el sábado 26/01/1929, llegó una caja a una aduana de Polonia. Lo que realmente mosqueó a ese oficial de aduanas fue que les llegó un escrito de la Embajada de Alemania en Varsovia, pidiéndoles que devolvieran la caja, inmediatamente, a Alemania. Incluso, siendo un sábado, apareció por allí un funcionario de esa embajada reclamando el paquete. Algo muy extraño. Se estaban tomando muchas molestias, pues ese día no trabajaban.
Supongo que alguien se habría equivocado al realizar el envío. Si la hubieran remitido por valija diplomática, los aduaneros polacos, no la habrían abierto.
Sin embargo, con muy bien criterio, el aduanero, se puso en contacto con el Estado Mayor polaco y éste le envió un grupo de militares de la Oficina de Cifra.
Evidentemente, abrieron el paquete y estuvieron estudiando el aparato de cabo a rabo. Incluso, les ayudaron los miembros de una empresa de ingeniería, que solía trabajar para el Ejército. No obstante, no pudieron averiguar mucho, pues se trataba de un modelo diferente al de uso civil. Así que la volvieron a empaquetar y la entregaron al funcionario alemán.
Durante varios años, no sólo los polacos, sino también otras agencias de Inteligencia de los países aliados, estuvieron interceptando miles de mensajes enviados por los alemanes, los cuales no había manera de descifrar.
Así que, en 1929, al capitán Maximiliam Ciezki, jefe de la Oficina de Cifra del Ejército polaco se le ocurrió la feliz idea de impartir un curso de Criptografía a los estudiantes más sobresalientes de la Facultad de Matemáticas para ver si podría fichar a alguno de ellos.
De los 20 que acudieron a ese curso, seleccionados por el profesor Krygowski, sólo se quedó con 3 de ellos y uno de esos tres era nuestro personaje de hoy. Los otros dos fueron Henryk Zygalski y Jerzy Rozycki. Olvidaba mencionar que uno de los requerimientos básicos para hacer el curso era hablar perfectamente alemán. Así que ya os imagináis por dónde iban los tiros.
Curiosamente, no sé si, en principio, a Rejewski no le interesaría ese tema, porque luego se fue a la ciudad alemana de Gotinga a hacer un curso de Matemáticas aplicadas a los actuarios de seguros.
Es posible que, en 1930, la Inteligencia polaca le encontrara un puesto mejor, pues regresó a Poznan y se puso a trabajar como profesor de esa Universidad y también en la Oficina de Cifra del Ejército. Posteriormente, esa oficina fue trasladada a Varsovia.
En esa oficina tuvieron algunos éxitos importantes, pero el Ejército alemán iba perfeccionando el funcionamiento de Enigma y se lo ponía cada vez más difícil.
Para descifrar los mensajes de Enigma era preciso saber cómo funcionaba, averiguar cómo estaban conectados los cables a cada rueda y, por último, saber la clave diaria que había que poner en esos aparatos.
En principio, Marian, sólo solucionó el primer problema. Eso sí, a base de técnicas matemáticas, como la teoría de Galois, consiguió
reducir esos trillones de combinaciones a unas 150.000, que también son muchas, pero menos que al principio. De hecho, ya en 1931, consiguieron descodificar la mayoría de los mensajes interceptados a la Armada alemana. Sin embargo, pronto cambiaron a un modelo más complejo, lo cual impidió que pudieran seguir descifrando los mensajes.
Los investigadores quedaron bloqueados, cuando las ecuaciones formuladas por nuestro personaje empezaron a tener demasiadas incógnitas, que no podían resolver.
Sin embargo, aquí entra en escena el personaje del que hablé en mi anterior artículo. Me refiero a Hans Thilo Schmidt, un alemán que trabajaba para la Inteligencia francesa. Él fue el que, desde finales de 1932, les facilitó los libros de códigos y, posteriormente, llegó a mostrarles un esquema del cableado interior de esas máquinas. De esa manera, se ahorraron varios años de trabajo.
Por lo visto, a partir de 1936, los alemanes aumentaron el nivel de seguridad. No obstante, Rejewski y sus colegas estaban ya más preparados y construyeron un aparato llamado ciclómetro, que calculaba con mucha rapidez las permutaciones realizadas en el sistema.
Así que, de esa forma, ya en 1937, consiguieron leer la inmensa mayoría de los mensajes de los alemanes.
Supongo que los alemanes también estarían un poco nerviosos por la seguridad de sus transmisiones.
Así que, periódicamente, modificaban el sistema. De esa manera, en 1938, consiguieron que los polacos no pudieran leer sus mensajes. No obstante, como Rejewski y sus colegas ya habían comprendido la base de ese sistema, construyeron a toda prisa un aparato al que llamaron la bomba criptológica, que realizaba los cálculos en poco tiempo. Precisamente, en este aparato se basó Alan Turing para construir el suyo, aunque le dotó con algunas modificaciones.
También Zygalski aportó su granito de arena, cuando diseñó unas tarjetas perforadas que llevan su nombre y simplificaron mucho los cálculos.
Sin embargo, a mediados de diciembre de 1938, los alemanes aumentaron el número de rotores de sus máquinas Enigma, lo cual dificultó tanto el desciframiento de sus mensajes, que los polacos tuvieron que diseñar 60 máquinas bombas criptológicas y miles de hojas Zygalski. Desgraciadamente, esto se les fue de las manos, pues superaba, con creces, el presupuesto otorgado a este departamento.
Así que, cuando el Estado Mayor polaco se dio cuenta de que los alemanes pensaban invadirles y no tenían más presupuesto para esas investigaciones, decidieron reunirse con sus colegas franceses y británicos y compartir sus conocimientos para intentar parar a los alemanes. Esa reunión tuvo lugar en julio de 1939. De esa forma, a finales de ese año, los británicos, pudieron empezar a descifrar los mensajes de los alemanes y los franceses sólo unos meses después.
Así que muchos expertos en temas criptográficos opinan que los esfuerzos de estos científicos polacos hicieron que los Aliados ganaran la guerra y que ésta durase entre 2 y 4 años menos.
Parece ser que, cuando se produjo la invasión de Polonia, estos científicos huyeron a Rumania, junto con un par de máquinas Enigma. En un principio, pidieron la protección de la Embajada británica, pero se les negó. Afortunadamente, después, fueron a la francesa, la cual les facilitó la huida hasta Francia.
En ese país, trabajaron conjuntamente con los expertos franceses, logrando volver a descifrar los mensajes alemanes. Evidentemente, tras la invasión de Francia, tuvieron que salir huyendo y se fueron a Argelia.
Aunque algunos de esos técnicos continuaron residiendo en la Francia no ocupada, su labor se hizo mucho más arriesgada, pues, los alemanes, cada vez realizaban más detenciones en esa zona, secuestrando a los detenidos y llevándolos a la zona ocupada.
Así que, para mayor seguridad, la Inteligencia francesa, les dio la orden de evacuación. De esa manera, Rejewski y Zygalski consiguieron huir a España, aunque fueron detenidos por la Policía española y encarcelados. No obstante, después de dos meses, fueron puestos en libertad, gracias a la intermediación de la Cruz Roja. De Madrid fueron a Lisboa y de allí a Gibraltar, donde tomaron un avión militar con destino al Reino Unido.
A partir del verano de 1943, estos dos científicos, se unieron al Estado Mayor de las fuerzas polacas, con base en Gran Bretaña. Allí siguieron descifrando códigos de diversos servicios, como los de la Inteligencia alemana.
Desgraciadamente, Jerzy Rosycki, que fue destinado a Argel, pereció durante el hundimiento del barco francés Lamoricière, cuando se dirigía a Francia. El suceso tuvo lugar en un punto situado al nordeste de la isla de Menorca. Parece ser que se debió a una fuerte tormenta, cuando intentaba auxiliar a otro barco de la misma nacionalidad.
Paradójicamente, como ya sabemos cómo son los anglosajones, tanto los británicos como los USA, aunque se beneficiaron del trabajo de estos científicos polacos, les excluyeron y no les permitieron trabajar con ellos. Sólo les dejaron trabajar en el desciframiento de códigos mucho más simples.
En noviembre de 1946, Rejewski, fue licenciado de su puesto como teniente del Ejército polaco. Así que decidió volver a su país, donde vivían su mujer y sus dos hijos.
Se desconoce el motivo por el que no regresó a su trabajo como profesor en la Universidad de Poznan. Sólo que volvió a su ciudad natal de Bydgoszcz, donde trabajó en una fábrica de cables y luego también como contable en el sindicato de la madera. Siempre vigilado por la Policía polaca.
Parece ser que se jubiló en 1967 y sólo en 1973 se decidió por escribir un libro con sus memorias, contando su labor en el desciframiento del código Ultra, que utilizaban las máquinas Enigma. Así que fue entonces cuando empezaron a reconocer sus méritos y apareció en algunos programas de tv. También entregó su archivo relativo a sus investigaciones sobre Enigma al Instituto de Historia Militar de su país.
Como no deberíamos de olvidar que la invasión de Polonia fue una operación conjunta de los ejércitos alemán y soviético, pues, antes de que eso ocurriera, también, nuestro personaje se dedicó a descifrar los códigos soviéticos. Por lo visto, algo bastante más sencillo que estudiar los de los alemanes. Así que, supongo que a los soviéticos, que fueron los que dominaron ese país en la posguerra, no creo que les gustara mucho que se difundiera que Rejewski y sus colegas les habían estado espiando todo el tiempo.
En los años 70, empezó a sufrir problemas cardiacos y su salud se empezó a deteriorar. En 1978 fue condecorado por el Consejo de Estado de Polonia.
Desgraciadamente, en 1980, murió a causa de un fallo cardiaco y fue enterrado con honores en un cementerio militar en Varsovia.
A partir del año 2.000 se sucedieron los reconocimientos internacionales. Se erigieron varios monumentos en su honor, tanto en su ciudad natal como en Varsovia. También fueron reconocidos sus otros dos compañeros con placas de bronce, erigidas en su honor, en varios lugares. Hasta en el famoso Bletchley Park, lugar desde donde la Inteligencia británica, logró descifrar los mensajes de los alemanes. Allí es donde trabajó Alan Turing.
Incluso, desde entonces, en Polonia, se han ido emitiendo sellos y monedas para recordar la importante labor llevada a cabo por este matemático.
Puestos a reconocer méritos, creo que no deberíamos olvidarnos de un grupo de exiliados republicanos españoles, encabezados por Faustino Antonio Camazón, que ya tenían mucha experiencia en descifrar comunicaciones militares alemanas, realizadas mediante Enigma, pues lo hicieron durante la guerra civil, y los franceses los pusieron a trabajar junto a los expertos polacos.
En España, igual deberían de tomar buena nota de eso los entusiastas de la Ley de la Memoria Histórica. El equipo llamado PC Bruno lo componían 15 polacos, 9 franceses y 7 españoles.
Curiosamente, no hace muchos años, Rejewski, también fue condecorado por la propia OTAN. Obviamente,  no lo pudieron hacer antes, porque Polonia pertenecía al Pacto de Varsovia.
En su momento, el tema fue tan secreto que Churchill guardó los documentos sobre Enigma en una caja fuerte, que sólo la podía abrir él.
Por lo visto, en la posguerra, los británicos, no quisieron difundir que habían descifrado las claves de los mensajes por esa máquina, porque vendieron unas cuantas, a otros países, como Egipto, y así tuvieron la ventaja de poder controlar sus comunicaciones.
Después de leer todo lo anterior, la pregunta que me surge es cómo pudo Hitler invadir casi toda Europa, si los Aliados sabían lo que pensaba hacer y cuándo lo iba a llevar a cabo. Igual a alguno se le ocurre alguna respuesta.

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lunes, 21 de septiembre de 2020

LAS AVENTURAS DEL BARÓN DE KOENING


Hoy traigo al blog a un personaje no muy conocido, pero que influyó mucho en la historia de Europa en el siglo XX.
La verdad es que se trataba de un tipo muy singular. Todo un pícaro que vino a España, nada menos que  a enseñar a los españoles…y lo consiguió. Algo muy llamativo en el país de
los pícaros, donde nadie habla bien de sus vecinos y donde se alaba a los que consiguen defraudar a Hacienda, aunque no se atrevan a erigirles una estatua.
Por supuesto, eso de derribar estatuas es algo muy conocido en España. Lo que pasa es que ahora se dedican a cambiar los nombres de las calles, que es mucho más barato.
En fin, vayamos al grano. Rudolf Stallmann, que es como, realmente, se llamaba nuestro personaje, parece ser que nació en 1871 en Postdam, aunque otros autores afirman que fue en 1867 en Hannover. Ambas localidades situadas en Alemania. Incluso, en la actualidad, hay otros que se han decantado por Berlín, fijando su nacimiento en 1871.
Nació en el seno de una familia de la clase media acomodada, pero, según parece, nunca fue un buen estudiante. Así que se puso a trabajar sin haber acabado ni siquiera el Bachillerato.
Por lo visto, siempre se le dieron muy bien los idiomas. Así que no nos extrañará que hablara algunos, como el español, con mucha fluidez. Eso le valió conseguir trabajo en empresas dedicadas al comercio exterior y le sirvió para conocer mundo.
No obstante, ya en aquella época, era un jugador empedernido. Un vicio que, en muchas ocasiones, le llevó a la ruina.
Sin embargo, a finales del siglo XIX, las relaciones entre Francia y Alemania no pasaban por un buen momento. Así que todo alemán que entrara en Francia era vigilado de cerca por los servicios de Inteligencia. En el caso de nuestro personaje, a los franceses les parecía muy sospechoso el tren de vida que tenía, pues desconocían cuál era su fuente de ingresos.
No debería de extrañarnos este ambiente de desconfianza, por parte de los servicios de Inteligencia de Francia, pues ya habían atrapado a otros espías alemanes y además estaba en curso el famoso Caso Dreyfus, que puso en evidencia a los servicios franceses de contraespionaje. Fue un escándalo tan grande que el Gobierno le quitó ese servicio a los militares para dárselo a la Policía.
Como todos los ludópatas, su vida se centraba en el juego. Así que, nuestro personaje, solía visitar las ciudades que disponían de los mejores casinos y a donde acudían las mayores fortunas de Europa. No hará falta decir que se había convertido en un tahúr, o sea, un especialista en hacer trampas en el juego.
Cuando le acosaban con denuncias, solía irse unos meses de viaje hasta que se olvidaran de él. En cierta ocasión, visitó Venezuela, donde, según dicen, llegó a participar en uno de esos golpes de Estado que se suelen dar, periódicamente, en ese continente. Allí se familiarizó con el uso de las armas, algo que le sería muy útil, unos años después.
En algunos sitios, se dice que se alistó en la Legión Extranjera francesa, pero parece ser que eso no es cierto. Supongo que sería una más de las muchas mentiras propagadas por nuestro personaje. Ciertamente, eso de haber luchado en ese cuerpo militar daba bastante glamour en aquella época.
Por lo visto, en 1898, como se dio cuenta de que estaba siendo vigilado muy de cerca tanto por la Inteligencia, como por la Policía francesa, cambió su nombre por el de barón de Koening. Un título nobiliario inexistente en su país.
De todas maneras, no era un hombre que pudiera pasar desapercibido, debido a que era un tipo alto, rubio, con un grueso bigote y monóculo. El típico aspecto de un oficial prusiano vestido de civil.
Posteriormente, se trasladó a Londres, donde residió durante algún tiempo y donde llegó a hacer muchas amistades, como lord Alfred Douglas, el amante que llevó a la cárcel a Óscar Wilde.
En pocas palabras, la primera parte de su vida se podría resumir en que fue un tipo que vivió de hacer trampas en el juego. Eso le permitió vivir con todo tipo de lujos y viajar por todo el mundo.
Evidentemente, como ya he dicho, le acarreó la persecución policial. Sobre todo, en aquellos sitios, como la Costa Azul, donde pretendían atraer turistas ricos y, para ello, debían espantar a todos los que les pudieran molestar.
Así que eso dio lugar a que el Gobierno francés decretara su inmediata expulsión del país, a pesar de que Renée, su esposa, fuera francesa.
Lógicamente, eso no le gustó nada y volvió en varias ocasiones, pues los mejores casinos estaban en ese país. Así que en cierta ocasión fue detenido y, como vio que los franceses pensaban que, aparte de ser un tahúr podría ser un espía alemán, se ofreció para espiar a favor de Francia. Así y todo, seguía vigente la orden que le prohibía la entrada en ese país.
Incluso, en 1911, se vio envuelto en un caso de estafa realizada a miembros de la alta nobleza alemana, el cual tuvo una gran repercusión mediática. Sin embargo, el juez, no tuvo en cuenta las pruebas presentadas por el fiscal y consiguió salir absuelto.
Ya sabemos todos que la I Guerra Mundial comenzó el 28/07/1914, justo un mes después del infame atentado de Sarajevo.
Por lo visto, Francia no vio necesario que España entrara en la guerra, luchando en su bando, porque consideraban que el Ejército español estaba muy anticuado. Por eso y por el casi nulo desarrollo industrial de España, consideraban
que sería un aliado que apenas aportaría nada a su bando.
Sólo estaban interesados en las materias primas y manufacturas españolas. Tal y como ya expliqué en mi anterior artículo.
Sin embargo, los alemanes, sí que estaban interesados en que España entrara en la guerra en su bando. De hecho, hicieron una buena labor en los cuarteles y consiguieron que la mayoría de los militares fueran germanófilos.
Evidentemente, eso no gustó nada en París. Por un lado, podrían encontrarse con un segundo frente en los Pirineos, aunque eso no les preocupaba demasiado, porque se veían muy superiores a los españoles.
Sin embargo, sí que anularía el tráfico de mercancías españolas de todo tipo muy necesarias en Francia.
Así que en 1915 nos encontramos a nuestro personaje, ya residiendo en Fuenterrabía, hoy Hondarribia. Un lugar muy estratégico, pues se halla cerca de la frontera de Irún y del famoso Casino de San Sebastián.

Lógicamente, no se fue por propio deseo, sino que fue destinado allí por los servicios de Inteligencia franceses, el llamado Deuxième Bureau, para el que trabajaba en ese momento. Desde allí, hacía frecuentes viajes a Madrid, Barcelona o Francia.
Parece ser que participó en la detención de un tal Nicolás Calvo. Se trataba del propietario de un bar en la estación ferroviaria de Irún, que trabajaba para la Inteligencia alemana y manejaba a varias personas, que vivían en Francia, los cuales le daban detalles acerca de los barcos atracados en los puertos franceses del Atlántico y luego los enviaba a Berlín. Evidentemente, esos datos eran muy útiles para los submarinos alemanes, que navegaban por esa zona.
Así que, según parece, los franceses, buscaron una chica atractiva, que lograra convencer a Calvo para que atravesara la frontera. Allí, mediante un engaño, fue detenido y llevado ante un consejo de guerra, junto con otros dos colaboradores suyos, también españoles. Los tres fueron condenados a muerte y fusilados.
Es muy probable que esto no gustara nada entre los carabineros españoles, que guardaban esa frontera, pues un hermano de Calvo pertenecía a ese cuerpo armado.
En los primeros meses de 1918, vemos a nuestro personaje residiendo en Barcelona, desde donde, a veces, se desplazaba a las Islas Baleares.
No hará falta decir que, durante la guerra, Barcelona, fue un nido de espías de todos los países, pues era un centro industrial con una gran importancia estratégica para ambos bandos. Eso ya lo comenté en mis anteriores artículos.
Por lo que se refiere a las Baleares, parece ser que la utilizaron las Armadas de Alemania y del Imperio Austro-Húngaro para aprovisionarse de víveres y combustible y para vigilar los barcos mercantes que entraran o salieran desde el puerto de Barcelona o desde los puertos franceses del Mediterráneo.
Desde esas islas, podían atacar fácilmente a los mercantes, que llevaran productos para el otro bando o tropas o suministros para el Ejército francés.
Por lo visto, uno de los capitanes de submarinos, que más se distinguieron en esas aguas fue el capitán von Trapp, que hundió varios barcos. El mismo que aparece en la famosa película “Sonrisas y lágrimas”.
Así que nuestro personaje llegó a esa ciudad y allí se encontró con dos personajes que ya he mencionado en anteriores artículos. Uno era el llamado barón von Rolland y otro el comisario Bravo Portillo. Una ciudad, donde, aparte de esos espías y su febril actividad industrial, también era un lugar donde había actividades de ocio de todo tipo. Especialmente, las mesas de juego, la actividad favorita del barón de Koening.
Igual, si digo que, en aquella época, Barcelona, se parecía al famoso Chicago de los años 20, creo que me quedo corto.
En esa ciudad catalana había un clima de tensión entre los patronos y los obreros. Los primeros se habían aprovechado de la I Guerra Mundial para llenar sus bolsillos, sin querer repartir esas ganancias con el personal de sus empresas y, cuando los obreros protestaron por los bajos sueldos y la carestía de la vida, los primeros acudieron a las fuerzas policiales y al Ejército para ejercer una feroz represión contra ellos.
Así que esto degeneró en una lucha sin cuartel entre los dos bandos, los cuales utilizaron pistoleros a sueldo para intentar atemorizarse mutuamente.
Por ejemplo, en muchas ocasiones, algunos empresarios, recibieron una carta de alguna organización obrera. En ella le daban un número y le decían que no iba a ser el próximo en ser asesinado, sino que ese era el número de orden que le correspondía para que lo mataran. Como si fuera una cita para ir al médico.
Por ello, muchos empresarios se amilanaron y dejaron de obedecer a sus organizaciones patronales.
Esta vez no les iba a proteger el Ejército, como ocurría en el resto de regiones, porque los militares se habían enemistado con la burguesía catalana a causa de varios asuntos relacionados con el catalanismo.
No obstante, estos consiguieron que la capitanía general de Barcelona permitiera aumentar el número de las milicias somatens y que éstas pudieran actuar no sólo en los pueblos, como siempre habían hecho, sino ahora también en las capitales. Incluso, les dieron armamento y les
formaron militarmente para luchar contra las organizaciones obreras.
También en esta época se dieron las primeras manifestaciones catalanistas, pues se ampararon en que el presidente Wilson afirmó que iba a apoyar la libertad de las minorías sojuzgadas de Europa.
En este contexto surgió un nuevo enfrentamiento entre la CNT, la patronal y las autoridades civiles y militares.
Parece ser que, al final de una primera huelga general, que tuvo lugar en 1919, la CNT salió triunfadora, pues obtuvo casi todas sus pretensiones. Sin embargo, al ver que no habían puesto en libertad a todos sus afiliados que habían sido encarcelados, optó por una segunda huelga. Esta vez, tuvo menos suerte, pues el Gobierno declaró el estado de guerra y encarcelaron a miles de sindicalistas.
De esa forma, el Ejército y la patronal se hicieron los dueños de la situación. De hecho, consiguieron que el Gobierno cesara al gobernador civil y al jefe de la Policía en Barcelona y pusiera a las personas seleccionadas por estos grupos triunfadores.
Como ya dije en otro artículo anterior, Bravo Portillo, tras ser expulsado de la Policía, fue contratado por la patronal y el Gobierno militar para reprimir a los sindicalistas.
El problema es que él y su banda cometieron varios asesinatos demasiado flagrantes y eso le hizo perder el apoyo de los militares y la burguesía. De hecho, hasta consintieron que el Gobierno enviara un nuevo gobernador civil sin esperar a que ellos aprobaran ese nombramiento.
Incluso, ya lo iban a echar de Barcelona, porque los estaba poniendo en evidencia, pero, antes de eso, fue asesinado, cuando volvía a mediodía a su domicilio. La verdad es que nunca se ha aclarado ese asesinato, porque se trataba de una persona que se había granjeado muchas enemistades.
Posteriormente, los empresarios catalanes, contrataron, para ese puesto, al barón von Koenig, a fin de que los defendiera y realizara las acciones que le encargaran.
Sin embargo, siempre hubo algunos empresarios que no estuvieron conformes ni con el barón, ni con tener que plegarse a las órdenes de la Capitanía General de Cataluña.
Así que, después de varios atentados, ocurridos en Barcelona, donde murieron varias personas, los agentes y simpatizantes de los alemanes lograron que, en junio de 1920, se expulsara al barón del territorio nacional. No olvidemos que era un agente de la Inteligencia francesa, mientras que la mayoría de los militares y muchos empresarios eran germanófilos.
Curiosamente, los expertos no se ponen de acuerdo sobre sus actividades en Barcelona. Unos dicen que fue el cabecilla de un grupo escogido de pistoleros, que cometían crímenes, siguiendo las órdenes de la patronal. Mientras que otros sostienen que sólo dirigía una especie de agencia de detectives, que buscaba a las víctimas y señalaba los objetivos a los pistoleros al servicio de la patronal.
No obstante, se sabe que los agentes del barón fueron atacados, en diversas ocasiones, por pistoleros anarquistas. Con el resultado de víctimas por ambos bandos.
Así que se trasladó a Francia y allí estuvo, durante unos años, trabajando bajo el hombre de Rodolphe Lemoine y entrevistándose con todo tipo de gentes, que decían poder aportar información a la Inteligencia francesa a cambio de dinero.
Curiosamente, un buen día, se presentó en la Embajada de Francia en Berlín un tipo llamado Hans Thilo Schmidt. Se trataba de un funcionario alemán, que decía poder aportar muchos secretos oficiales y, especialmente, sobre la máquina Enigma, ya que trabajaba en un departamento próximo al de cifrado y además tenía un hermano, que llegó a ser general del cuerpo de Transmisiones y le contaba muchas de estas cosas.
Schmidt fue uno de los mejores fichajes de la Inteligencia francesa en toda su historia.
Durante varios años, les suministró todo tipo de documentos y códigos para entender los mensajes interceptados por los Aliados, que enviaban los alemanes por medio de la máquina Enigma. Incluso, les dio detalles de cómo era el interior de la misma. Algo que los franceses trasladaron a sus aliados polacos, que iban mucho más avanzados en el estudio de esa máquina.
Estos investigadores polacos fueron, los que, tras la invasión de su país, cedieron una de sus máquinas Enigma a Francia y otra al Reino Unido, para que pudieran descifrar los mensajes de los alemanes.
Así que todavía se me hace mucho más extraña la imprevisible derrota francesa, pues Schmidt les había dicho con antelación cuándo y por dónde les atacarían los alemanes.
Curiosamente, en cierta ocasión Lemoine, fue arrestado en una de sus citas, que iba a tener lugar en Colonia. Sin embargo, aunque cayó en una trampa, logró persuadir a los alemanes para que lo dejaran en libertad con la promesa de que iba a espiar para ellos en Austria. Cosa que, evidentemente, no hizo.
A causa de la derrota francesa, tuvo que huir, como tantos otros, con su familia, a la Francia no ocupada, concretamente a la zona de la Cerdaña, a una localidad muy cercana a la frontera con España. Parece ser que allí se ganaba la vida con la venta de pasaportes y visados falsos para entrar en España.
Tras varios meses de búsqueda, a principios de 1943, fue encontrado y capturado por la Inteligencia alemana. Desde allí lo llevaron a París y fue interrogado día y noche. Parece ser que los alemanes estaban muy interesados en conocer de dónde procedía la filtración de sus mensajes.
Al final, no tuvo más remedio que dar el nombre de Schmidt y también que sus informaciones se las había proporcionado su hermano.
El propio Hitler estaba muy interesado en conocer esa información, así que fue un duro golpe para él, porque el hermano de Schmidt, el general Rudolf Schmidt, era uno de sus militares favoritos. Incluso, acababa de ascenderle y darle el mando de todo un cuerpo de Ejército en el frente ruso, sustituyendo nada menos que al famoso Guderian. Así que fue destituido y sometido a un consejo de guerra.
A pesar de haberle declarado inocente, fue enviado a la reserva hasta el final de la guerra. Posteriormente, fue capturado por los rusos y se pasó casi el resto de su vida encerrado en un Gulag en Siberia.
También fue un mazazo para el almirante Canaris, jefe del Abwehr, el principal servicio de Inteligencia alemán, que era íntimo amigo del general Schmidt.
Evidentemente, también encarcelaron a Hans Thilo Schmidt, pero no lo sometieron a juicio para no crear un gran escándalo. Se desconoce cómo murió. La versión oficial dice que se suicidó en su celda.
Así que ese servicio de Inteligencia le sacó todo lo que pudo al barón y luego lo cedieron a la Gestapo, que también estaba deseando echarle el guante.
Aunque estos policías eran mucho más violentos que aquellos agentes, Lemoine, a pesar de ser ya un anciano, consiguió salir con vida de esos interrogatorios y, tras llevarlo a Berlí
n, lo pusieron en libertad, cuando los rusos se hallaban asediando esa gran ciudad.
Posteriormente, cuando terminó la guerra en Europa, porque en Japón seguiría unos meses más, el barón y su esposa Renée, que era francesa, se dirigieron a las oficinas
del Ejército francés en Alemania para tramitar su visado de regreso a Francia.
Curiosamente, a ella le dieron muy pronto el visado, pero el de él no acababa de llegar. En un primer momento, pensaron que podría ser, porque era alemán de nacimiento.
Paradójicamente, él fue detenido por el servicio de Inteligencia francés, el llamado Deuxième Bureau, para el que trabajó durante tantos años y tanto le debían.
Entonces estaba al mando del mismo un militar llamado Paul Paillole, el cual siempre ha sido visto como un personaje muy controvertido, pues nunca estuvo claro para quién trabajaba. Nuestro personaje ya lo conocía, con anterioridad, y parece que no eran muy amigos.
Así que el barón fue encarcelado e interrogado una y otra vez, porque le acusaban de connivencia con el enemigo y por haber confesado que Schmidt era el que les había facilitado todos esos secretos.
Por lo visto, los interrogadores, se encontraron a un hombre ya anciano, pues había pasado de los 75 y absolutamente derrotado. Ni siquiera contestaba a sus preguntas, sólo se dedicaba a rememorar sus recuerdos, sin prestarles ninguna atención.
Parece ser que así estuvieron durante unos meses hasta que un día entraron en su celda y lo vieron muy enfermo. Lo llevaron a un hospital militar en Baden-Baden y allí murió a mediados de 1946.
Algunos afirman que fue un traidor. En cambio, yo creo que no lo debió de ser, porque, en un principio, cuando fue enterrado en Alemania, se le rindieron honores militares.
Incluso, unos años más tarde, su cadáver fue enviado a Francia y enterrado en un cementerio nacional para héroes de guerra.

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