martes, 24 de marzo de 2020

LOS MÉDICOS NAZIS


Hoy he visto la comparecencia del supuesto experto del Ministerio de Sanidad de España, sobre el tema del coronavirus.
Me ha llamado mucho la atención de que, sin ni siquiera pestañear, haya admitido, ante la pregunta de un periodista, que se estaba haciendo una selección entre los pacientes a los que merecía la pena curar y a los que no.
Realmente, el tema es inquietante y, a la vez, carece de sentido. Por no hablar de que, si se confirma, este asunto va en contra de todas las normas de la Ética.
Además, en todas las empresas se mima a sus mejores clientes. Pues bien, estos ancianos son los que más años cotizaron para que funcionara la Seguridad Social y esos sanitarios tuvieran un puesto de trabajo, donde poder ejercer su cometido.
Aparte de que entiendo que están comprometiendo la confianza entre sanitarios y pacientes. La gente va al médico, porque confía que le va a intentar curar. De lo contrario, no irían. Desde luego, si se confirma esto, van a hacer un daño terrible a la Sanidad en España. Por no hablar de que la noticia se ha publicado en otros medios internacionales.
Incluso, en un famoso periódico español se ha publicado un chiste, donde se ve a dos ancianos en una residencia. Uno de ellos le dice al otro: "Antes temíamos a la eugenesia y ahora al triaje".
Evidentemente, yo no entiendo nada de Medicina, pero creo que conozco bastante bien la Historia y, muchas veces, los episodios actuales, me hacen recordar otros del pasado.
De todos es sabido que muchos alemanes han sido siempre muy antisemitas. No hay más que ver los escritos de Martín Lutero o los de Karl Marx. Aunque este último procedía de una familia judía convertida al protestantismo.
Así que el nazismo no hizo otra cosa que apropiarse de esa idea, que flotaba en la mente de muchos alemanes y utilizarla a su favor. Consiguiendo el aplauso de muchos, aunque luego lo negarían a pesar de que se lo hicieran jurar ante 7 Biblias.
Como ya dije en otro de mis artículos, la mayoría de los miembros de los pelotones de ejecución de judíos no eran nazis. Es más, muchos de ellos confesaban haber votado siempre al SPD, partido socialista de Alemania.
Lo cierto es que los alemanes, no sólo los nazis, crearon una infinidad de campos de concentración.
Aparte de los que hubo en territorio alemán, también los hubo en Polonia, Checoslovaquia, Austria, Francia, etc.
Me voy a centrar en el infame campo de Auschwitz, situado al sur de la actual Polonia. Por lo visto, llegó a haber tres campos diferentes en la misma zona, pero con el mismo nombre.
El primero de ellos se construyó a mediados de 1940 y llegó a albergar, continuamente, unas 20.000 personas.

Hay que recalcar que en esos campos no sólo había prisioneros judíos, sino de todo tipo. De hecho, empezaron encerrando en esos lugares a los opositores políticos al régimen nazi. También encerraron a miles de exiliados republicanos españoles.
Como decían que no sabían qué hacer con tanta gente y no les cabían en los campos, en 1941, empezaron a probar,  las infames cámaras de gas. Curiosamente, el gas Zyklon B fue un hallazgo de un investigador alemán, que además era judío, al que ya dediqué otro de mis artículos.
Así que, como decían que no podían admitir a tanta gente en los campos, pues decidieron seleccionar a los recién llegados.

Precisamente, uno de los encargados de esa tarea fue el infame Dr. Mengele, un tipo del que se decía que lo querían mucho los niños, porque siempre les regalaba caramelos.
El colmo del asunto es que se dice que, en plena II Guerra Mundial, una revista científica británica, pidió para él el Premio Nobel de Medicina por sus experimentos con gemelos. Por lo visto, desconocían cómo los hacía.
Si a alguno todavía no le ha parecido suficiente, puedo decirle que Hitler fue nombrado “Hombre del año” por la revista USA, Time y apareció varias veces en sus portadas. Incluso, algunas entidades lo propusieron para el Premio Nobel
de la Paz. Eso fue antes de la guerra, claro está.
Volviendo al tema anterior, la sección segunda del campo, llamada Birkenau, estaba situada a unos pocos kilómetros de la primera y ese ya no era un simple campo de concentración, sino de exterminio. "Albergó", por llamarle de alguna manera, a unos 100.000 prisioneros, de manera continua. Mientras que en sus cámaras de gas mataron a 1.500.000 de prisioneros, aunque nunca se ha sabido la cifra exacta de sus víctimas.
Estos pobres desgraciados solían llegar al campo en vagones ferroviarios de ganado, después de varios días de viaje, donde no les daban ni agua, ni alimentos. Así que muchos llegaban en malas condiciones.
Inmediatamente, los guardianes de los campos, que no todos eran SS, sino, en muchas ocasiones, prisioneros de confianza de los alemanes, les obligaban a bajar de los trenes. Esos guardianes solían ser aún más crueles que los nazis.
Hacían una fila de hombres y otra de mujeres. Los médicos de los campos, según dijeron, siguiendo órdenes de sus superiores, separaban a los que les interesaban y a los que no. Tal y como hacen los dueños de los semilleros con los brotes que parecen tener más posibilidades de crecer y ser más rentables.
Normalmente, los ancianos y las mujeres con hijos pequeños eran separados y enviados a “las duchas”. O sea, a las infames cámaras de gas. Mientras que los hombres y los niños mayores de 14 años eran elegidos para trabajar, mientras aguantaran.
A pesar de que todos los días llegaban miles de nuevos prisioneros, apenas tardaban media hora en hacer esa selección y llevar a las cámaras a los desgraciados, que no habían sido del agrado de los médicos.
Posteriormente, cuando había pasado el efecto del gas, los guardianes del campo, entraban a sacarlos de allí y a quitarles todas las joyas que llevaran encima. Incluidos los dientes de oro.
Curiosamente, estos guardianes, conocidos como Kapos, que no eran otra cosa que prisioneros que se habían prestado para realizar esa labor, pensaban que así salvarían sus vidas. No obstante, cada 6 meses, los SS, ordenaban que también fueran asesinados en las cámaras.
Los prisioneros “afortunados”. O sea, los que habían sido del agrado de los médicos, pasaban a otra nave, donde se les obligaba a bañarse y a raparse, se les marcaba en la piel su número de identificación y se les daba la ropa del campo. Parecido a un pijama a rayas.
No obstante, muchos de esos prisioneros perecieron a causa de los malos tratos, las malas condiciones higiénicas, el excesivo trabajo, la mala alimentación, los experimentos médicos, etc.
No vayamos a pensar que a esto sólo se dedicaba el infame Dr Mengele. Había muchos otros, cuyos nombres son menos conocidos.
Parece ser que uno de los ideólogos de estos médicos fue el Dr. Alfred Ploetz. Un gran partidario de la eugenesia y el autor del término "higiene racial", o sea, matar a todos los que no fueran arios. Sin embargo, no participó en esos experimentos, porque murió al principio de la guerra.
Alfred Trzebinski era un doctor alemán, a pesar de su apellido claramente polaco. Al final de la guerra fue condenado a muerte, por un juzgado de Polonia, y ejecutado por sus experimentos con niños, que les produjo la muerte.
Entre los famosos Juicios de Nürenberg, hubo uno al que denominaron el Juicio de los doctores, en el cual comparecieron 23 personas, entre ellos, 20 médicos.
Se les acusó de llevar a cabo experimentos de todo tipo con los prisioneros, sin el consentimiento de estos, los cuales, en la mayoría de los casos, llevaron a la muerte de los mismos.
Al final del juicio, sólo 7 fueron absueltos, 9 condenados a penas de cárcel (incluidas varias cadenas perpetuas) y 7 condenados a muerte, que fueron ejecutados. Curiosamente, Karl Gebhardt, uno de esos condenados a muerte fue también el presidente de la Cruz Roja alemana.
Me llama la atención del caso de la doctora Herta Oberheuser. Fue una dermatóloga, que entró, voluntariamente, a trabajar en el campo de concentración de Ravensbrück. Ya era miembro del partido nazi, pero no de las SS, porque no admitían a las mujeres.
Se especializó en dermatología y fue ayudante del doctor Karl Gebhardt. Por lo visto, su labor consistía en provocar lesiones en la piel de los prisioneros con todo tipo de objetos, como hierros oxidados, cristales, etc y, simplemente, comprobar lo que ocurría y el tiempo que tardaban en morirse. Incluso, a muchos de esos prisioneros, sobre todo, a las mujeres, les inyectaban gasolina, para que murieran antes.
Parece ser que se quedó hasta el final, aunque varios de sus compañeros ya habían abandonado su trabajo, asqueados por esos experimentos.
Contra todo pronóstico, en 1947, sólo fue condenada a 20 años de cárcel, porque, según dicen, el tribunal tuvo en cuenta su condición de única mujer procesada en ese juicio y no se llegó a creer que hubiera realizado esas atrocidades. 
Es llamativo que no tuvieran en cuenta que la acusada fue condecorada durante la guerra por realizar esos terribles experimentos. 
Sin embargo, parece ser que una de las cosas que le salvó de la horca fue su no pertenencia a las infames SS. Por el contrario, la mayoría de las guardianas de esos campos, que pertenecían a una rama especial de las SS, fueron condenadas y ahorcadas.
Esos 20 años quedaron reducidos a 5, porque en 1952 fue puesta en libertad y además, increíblemente, no se le retiró su licencia para ejercer la Medicina.
Así que, durante unos años, siguió ejerciéndola, como médico de familia. Sin embargo, en 1958, fue reconocida por una de las antiguas prisioneras de su campo y denunciada ante las autoridades. Intentaron que volviera a ser juzgada, pero eso era ilegal. Así que, presionando a las autoridades, consiguieron que le quitaran su licencia para ejercer la Medicina y tuvo que cerrar su clínica en 1960. Luego se trasladó a otra zona de su país y murió en 1978.
No hará falta decir que ellos afirmaban seguir las órdenes de sus superiores. No obstante, al final de la guerra, asi todos esos médicos acabaron ahorcados, mientras que muchos de los que les habían dado esas órdenes se salvaron, porque se las dieron verbalmente y no pudieron probar nada contra ellos.
Por ejemplo, en el caso del psiquiatra Hermann Pfannmüller, que trabajaba en el programa Aktion T4, consistente en matar a los niños que presentaran algún defecto físico o mental, decía lo siguiente: "Estas criaturas, naturalmente, representan para mí, como nazionalsocialista, tan sólo una carga para la salud de nuestro pueblo. No matamos con veneno o inyecciones, porque proporcionaría material inflamable a la prensa extranjeras y a ciertos caballeros de Suiza (la Cruz Roja). No, nuestro método es mucho más simple y más natural, como pueden ver". Por si nadie lo ha adivinado, su método era matarlos de hambre. Pues bien, este tipo se libró de la horca. Es el que aparece debajo de la foto de Karl Marx.
Con esto, no quiero decir que esté en contra de los médicos, todo lo contrario, sino sólo de los que seleccionan a sus pacientes.
Esto ya lo viví, hace varios años, cuando algunos de ellos se negaron a enviar a mi padre desde su residencia al hospital y, en cuanto les mencioné al Juzgado de Guardia, cambiaron radicalmente de actitud.
Nadie tiene atribuciones sobre la vida y la muerte. Me parece encomiable la labor de los sanitarios, que atienden a esos enfermos a riesgo de perder su propia vida.
Pero no entiendo la actitud de los que juzgan que no van a atender a una persona, porque, según ellos, tiene pocas posiblidades de vivir.
Francamente, yo no sería capaz de hacerlo y puedo decir que, en el caso de mi padre, tras haberlo llevado al hospital, vivió durante dos años más.

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viernes, 13 de marzo de 2020

EL PUSILÁNIME REY LUIS II DE BAVIERA


Antes se decía que el conocimiento de la Historia evitaba repetir errores del pasado. Debe de ser que este desconocimiento haga que los políticos actuales estén cometiendo ahora los mismos errores.
Sin embargo, a mí me pasa muy a menudo que algunas de las situaciones actuales me hacen recordar cosas que ocurrieron en el pasado.
Incluso, el gran político y abogado romano Cicerón, solía decir que: “El desconocimiento de lo ocurrido antes que nosotros nos hace comportarnos siempre como unos niños”.
Todo esto viene a cuento por el avance imparable de la enfermedad del coronavirus y la indecisión de tomar medidas, por parte de las autoridades de muchos países.
Hoy traigo al blog a Luis II de Baviera, llamados por algunos “el rey loco”, aunque yo creo que era el más cuerdo de esa familia.
Nació en 1845 en el monumental palacio de Nynphenburg, situado en Munich. No olvidemos que, por entonces, el reino de Baviera era totalmente independiente,
Sus padres fueron el rey Maximiliano II de Baviera y su madre la princesa María de Prusia. Precisamente, Prusia, sería el reino que, posteriormente, unificaría toda Alemania.
Por lo visto, a partir de los 16 años, nuestro personaje, se hizo muy aficionado a las óperas de Wagner. Una afición que le perduró toda su vida.
Algunos dicen que era homosexual, sin embargo, parece ser que siempre estuvo muy enamorado de su prima, la famosa Sissi. Ambos pertenecieron a la dinastía Wittelsbach, reinante, desde hacía varios siglos, en Baviera.
No sé si sería porque estuviera enamorado de Sissi, lo cierto es que, aunque estuvo comprometido con una hermana de ella, llamada Sofía Carlota, nunca llegaron a casarse.
Dado que la mayoría de los bávaros eran católicos, solían aliarse con los austriacos, que también lo eran, para luchar contra el resto de los Estados alemanes. Desgraciadamente, no tuvo mucho éxito con esas alianzas. Incluso, su habitual enemiga, Prusia, le obligó a combatir a su lado en la guerra franco-prusiana
Por lo visto, debió de deprimirse por no acertar con esas alianzas militares, así que decidió irse a vivir al palacio de Linderhorf, alejado de la capital, Munich. Algo que no gustó nada a su Gobierno.
La verdad es que se trató de una dinastía un poco extraña. Resulta que su abuelo, Luis I, tuvo que ceder el trono a su hijo a causa de los escándalos producidos por sus amoríos con la famosa bailarina Lola Montez.
Parece ser que este monarca conoció a esa famosa bailarina irlandesa, cuando ella fue un día a protestar ante el rey por lo mal que la había tratado un empresario teatral.
Dicen que él le preguntó, delante de toda su corte, si su cuerpo era obra de la Naturaleza o del Arte. A lo que ella respondió rompiendo el escote con una tijera para enseñar sus pechos. Obviamente, enseguida se convirtieron en amantes. No sólo eso, sino que ella pretendió interferir en los asuntos políticos de Baviera. Así que eso obligó al monarca a abdicar en su hijo.
Parece ser que fue una mujer con grandes ambiciones. Durante su, posterior, estancia en USA parece ser que hizo fortuna y entre sus grandes ideas estuvo la de dar un golpe de Estado y separar a California de USA.
No obstante, Luis I, fue un monarca muy popular en su reino. Durante su reinado ordenó la construcción de la famosa Gliptoteca, varias basílicas, la Universidad, etc. Incluso, hizo que su país ingresara en la Zollverein o unión aduanera de los Estados alemanes.
Volviendo a nuestro personaje de hoy, Luis II, fue coronado a la muerte de su padre y con sólo 18 años. Así que no se le ocurrió otra cosa que llamar a su gran amigo Richard Wagner, el que luego fuera el compositor preferido de Hitler.
Luis decía que Wagner era el único que le entendía y que era capaz de expresar sus propios pensamientos en forma de música. Entre otras cosas, le dijo: “Ahora que visto la púrpura, emplearé mi poder en endulzar vuestra vida”.
Así que Wagner tomó buena nota y le sacó todo lo que pudo al nuevo monarca. De hecho, le cedió una villa cercana a su palacio de Berg, a donde el monarca le visitaba casi todos los días; le regaló una casa en Munich, le pagó todas las deudas, etc.
Así afirmó el compositor: “Lo increíble se ha vuelto realidad. El Cielo me ha enviado a este rey”. “Me dará cuanto necesite para la representación de mis obras. Soy su dueño absoluto”.
Parece ser que, tras el estreno de Tristán e Isolda, le escribió, al compositor, una nota que decía: “…Te ruego que no renuncies a tu arte en nombre de aquellos a los que proporcionas dichas que sólo Dios podría dispensar. ¡Tú y Dios! Hasta la muerte, hasta el reino de las Tinieblas, sigue admirándote Luis”.
En sus delirios, prometió a Wagner transformar por completo la ciudad de Munich. Fundar el llamado Teatro de los Nibelungos, construir un enorme conservatorio, etc. Esto le llevó a decir: “Mi joven rey y yo hemos resuelto crear para nosotros un mundo aparte…”.
Mientras que el monarca le decía: “…Amigo mío, ¿necesito volverlo a decir? ¡Te seré fiel hasta la muerte! Eres, fuiste y serás toda mi vida, hasta el último suspiro…Te amaba antes de haberte visto. Oír una obra del Amigo es para mí una beatitud tan grande, que no puedo compararla con ninguna otra…”.
Evidentemente, aunque, en un principio, fue muy celebrada la presencia de este músico en la corte de Munich, pronto su figura fue pasto de las luchas políticas.
Mientras unos se quisieron aprovechar de su gran influencia sobre el rey en provecho propio, otros se dedicaron a intentar recortar esa influencia, que hacía que ellos perdieran su tradicional poder.
Incluso, contrataron a algunos periodistas para que le dedicaran algunos de sus incendiarios artículos: “Ese musicastro asalariado, que hace unos años era un capitán de una cuadrilla de
 incendiarios y asesinos, que quiso volar el Palacio Real de Dresde, ahora se propone alejar a nuestro rey de sus amigos, aislándolo y fomentando un partido revolucionario que conducirá a la práctica de sus perversas doctrinas”.
Por lo visto, todo se le puso en contra al rey. Hasta su propia madre le pedía que alejara al músico de la corte. Seguramente, porque, aunque ella era prusiana, estaba viendo que Prusia le estaba comiendo el terreno, en Alemania, a Baviera, que siempre había sido, y lo sigue siendo, mucho más próspera.
Así que, en diciembre de 1865, al rey, no le quedó más remedio que despedir a Wagner con una carta muy sentida.
Aunque Wagner tuvo que dejar el reino de Baviera, Luis II, seguía admirándole hasta tal punto que le envió una buena pensión de su fortuna personal hasta el retiro del músico en un pueblo de Suiza.
De hecho, llegó a escribirle a su prometida, Sofía, la hermana de Sissi: “Tú eres la más amada de todas las mujeres, pero el dios de mi vida es, como sabes, Richard Wagner”. Así que no es de extrañar que rompiera su compromiso con él.
Incluso, en una nota se puede leer que el rey estaba pensando en abdicar para poder continuar al lado de su gran amigo, pero no lo hizo, porque sus relaciones empezaron a ser más distantes.
En una carta a Cósima, la esposa de Wagner, le dice: “Cuento entre las horas más bellas de mi vida las que he pasado al lado del Amigo querido, del más grande e inmortal Maestro, durante las representaciones de su admirable obra. No las olvidaré jamás”.
A partir de 1869 comenzaron las obras de construcción del famoso castillo de Neuschwanstein. Fue proyectado siguiendo los deseos de Luis II, al pie de la letra, y en sus estancias se puede adivinar que todavía vivía bajo la influencia de Wagner.
Incluso, aunque no lo financió totalmente, sí que realizó grandes aportaciones económicas para la construcción y la puesta en marcha del Festspielhaus de Bayreuth, donde cada verano se representan las óperas de Wagner.
Luis II ni siquiera quiso participar en la coronación de su abuelo, Guillermo I, como Kaiser del Imperio alemán. En su lugar, envió a su hermano Otón.
Tras más de 8 años de estar apartados, Wagner y el monarca se reencontraron en el verano de 1875, al inicio del Festival de Bayreuth.
El monarca siguió viviendo en su castillo de Neuschwanstein solo y alejado del mundo. Recordando aquellos días felices cuando conversaba amigablemente con Wagner. Sin realizar sus deberes como gobernante.
En noviembre de 1880, se volvieron a ver, cuando Wagner regresaba de una gira por Italia. Como siempre, le pidió ayuda para representar algunas de sus óperas y la obtuvo.
Lógicamente, esta actitud solitaria del rey, al que no le importaba lo más mínimo la política del reino, no gustaba nada a los políticos. Ni tampoco ese afán derrochador que, cuando peor se hallaba la Hacienda, se le ocurría exigir fondos para construir nuevos palacios o ayudar a su amigo Wagner. Precisamente, el mismo que dijo: “Como hombre y como artista, camino hacia un mundo nuevo”.
La última correspondencia entre ellos se produce en 1883, meses antes de la muerte del célebre compositor, que tuvo lugar en Venecia.
El rey quedó absolutamente devastado, cuando se enteró de la noticia. Ordenó que cerrasen todos sus palacios y se cubrieran de luto.
Curiosamente, las únicas coronas de flores que se colocaron en el coche fúnebre, a pesar de las miles que se habían recibido, fueron las de Luis II.
El rey siguió viviendo solo en su castillo de Neuschwanstein hasta que, a mediados de junio de 1886, el Gobierno bávaro decidió que su tío, el príncipe Luitpoldo, ocupara la regencia.
Así que le llevaron a su palacio de Berg, donde fue recluido, bajo la vigilancia de su médico, el doctor Bernhard von Gudden.
Sólo 3 días después, el 13 de junio, sobre las 23.30, su cadáver apareció ahogado en el lago Starnberg, que estaba situado frente al castillo. Junto a su cuerpo se encontró el de su fiel médico.
Ciertamente, siempre se ha considerado una muerte muy extraña. Unos dicen que fue un suicidio y que, en su intento, se llevó también por delante a su médico.
En cambio, otros piensan que fue un atentado perpetrado por políticos interesados en deshacerse de ese rey tan molesto para sus intereses. Parece ser que Luis siempre fue un gran nadador, así que no parece muy lógico que se ahogara.
Curiosamente, la familia de Sissi, vivió siempre en un castillo situado también en las orillas del mismo lago.
Como ya he dicho, Luis, nunca fue el más loco de la familia. A su muerte, como no tuvo descendencia,  proclamaron como nuevo rey a su hermano Otón I.
Sin embargo, el mismo doctor von Gudden, que era uno de los mejores psiquiatras de la época, ya había diagnosticado, en 1873, la enfermedad mental de Otón I. Así que lo tuvieron encerrado y aislado en una de las alas del palacio de Nymphenburg.
Sin embargo, parece ser que, en cierta ocasión, escapó y se presentó, vestido con ropas de caza, en mitad de una misa en la catedral de Munich, implorando al arzobispo que le perdonara todos sus pecados.
Su última aparición pública tuvo lugar en agosto de 1875, en un desfile militar, que presidió junto a su hermano Luis II.
A partir de 1880, se vio que su estado empeoraba cada vez más. Así que adecuaron una zona del castillo de Fürstenried, próximo a Munich, donde fue encerrado y allí pasó el resto de sus días. En una habitación acolchada, para que no se hiciera daño.
Parece ser que unos funcionarios fueron a leerle su proclamación como nuevo monarca y ni siquiera se enteró de ello. Así que, oficialmente, se dijo que “el rey era melancólico”.
A pesar de que el Ejército bávaro prestó juramento al rey Otón I, nunca llegó a reinar.
En cambio, su tío, Luitpold, llevó la regencia hasta su muerte, en 1912.
Le sucedió en el cargo de regente su hijo Luis, el cual, tras una reforma en la Constitución de Baviera, por la que se depuso a Otón I, fue proclamado rey, con el nombre de Luis III. Este nuevo monarca era primo de los dos anteriores.
Curiosamente, Baviera, tuvo dos reyes hasta la muerte de Otón I, sucedida en 1916, a causa de una obstrucción intestinal. Sólo fue entonces cuando sus súbditos pudieron ver el cuerpo de su rey.
Algunos autores opinan que hubo una confabulación contra estos dos hermanos.
Parece ser que ellos siempre odiaron a Prusia. En cambio, su médico y su tío Luitpold, fueron partidarios de apoyar a ese país, como centro de Alemania. Así que, según dicen, no sería de extrañar que se los quitaran del medio, tal y como convenía a los intereses del canciller Bismarck.
No hay que olvidar que Baviera era una especie de verso suelto dentro de Alemania. En 1870, tras la firma del tratado entre Baviera y la Confederación Alemana del Norte, ese Estado pasaba a formar parte del imperio alemán, pero éste les respetaría sus instituciones. Tales como su servicio exterior, su propio Ejército, su servicio postal y ferroviario, etc.
En Berlín siempre vieron esa jugada de Baviera como una trampa de los católicos austriacos al nuevo Imperio Alemán.
Tampoco se sabe a ciencia cierta qué males aquejaban a ambos hermanos. Parece ser que Luis parecía algún trastorno esquizotípico, mientras que Otón sufría esquizofrenia.
Espero que os haya gustado, aunque reconozco que me ha quedado un poco largo.

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