lunes, 21 de octubre de 2019

EL HEROICO CASO DE EDWIN CHRISTOPHER LANCE


Siempre se ha dicho que sólo se conoce bien a la gente cuando uno está en apuros. Por otra parte, lo normal en una guerra es que la gente se mate sin muchas contemplaciones. No obstante, a veces surgen personas que, movidas por su espíritu humanitario, consiguen lo que no han podido lograr ni siquiera los gobiernos.
Seguramente que todos habréis visto la famosa película “La lista de Schindler” (1993), basada en la vida del empresario alemán Oskar Schindler. En ese caso, este empresario salvó la vida de muchos judíos a base de emplearlos en su fábrica, multiplicando la plantilla mucho más de lo necesario. Lo cual está muy bien, pero obtuvo un beneficio del trabajo de esos refugiados.
Sin embargo, en el caso que traigo hoy al blog, se trató de un personaje que salvó la vida de mucha gente, sin ganar nada a cambio. Creo que su motivación fue solamente el respeto a la vida humana, que ya es mucho en tiempo de guerra. Nadie le obligó a ello. Lo hizo porque quiso y expuso su vida en esta difícil misión.
Evidentemente, hubo muchos casos de diplomáticos y gentes de otras procedencias que hicieron la misma labor, pero hoy sólo voy a hablar de nuestro personaje.
Nuestro hombre se llamaba Edwin Christopher Lance y había nacido en junio de 1893, en una ciudad del Reino Unido.
En su juventud, debió de ser un tipo muy aventurero, pues, nada más estallar la I Guerra Mundial, fue uno de los primeros en alistarse en el regimiento West Yorkshire y en él combatió durante todo ese conflicto bélico. Por ello, fue condecorado con la medalla de servicios distinguidos.
Supongo que no tendría bastante, pues, cuando llegó el armisticio, participó en la Guerra Civil de Rusia, combatiendo en el bando del Ejército Blanco.
Parece ser que fue herido de gravedad, por lo que tuvo que dejar las armas, aunque ya con el grado de capitán.
Posteriormente, estudió ingeniería civil y, tras graduarse, trabajó durante varios años en Argentina y Chile, donde aprendió a hablar perfectamente en español.
Parece ser que en 1926 tuvo su primer contacto con España, pues la empresa donde trabajaba fue contratada para la construcción de una vía férrea que uniría Santander con la costa levantina.
Ya en 1931, volvió para realizar otras obras, durante varios años y aquí se hallaba cuando empezó la guerra. Así que vivió en España tanto la proclamación de la II República como el comienzo de la Guerra Civil.
Como cualquier ciudadano británico en apuros, se dirigió a la embajada de su país en Madrid. Como era el mes de julio, encontró el edificio casi vacío, pues tanto el embajador como el resto de los diplomáticos se hallaban de vacaciones.
Por lo visto, sólo había quedado en la embajada, situada entonces en el número 16 de la calle Fernando el Santo, cercana a la plaza de Colón, un cónsul, llamado H. J. Milane.
Dado que, desde un primer momento, llegó bastante gente hasta las inmediaciones de esta legación buscando refugio, Milane, sin esperar a que le llegaran instrucciones desde Londres, dio orden de abrir las puertas. En esta labor colaboró plenamente nuestro personaje de hoy, que además fue el que sugirió al cónsul la apertura de la embajada.
En un principio, la gente pensó que se trataría de una simple asonada militar y que podría ser derrotada con facilidad, como ocurrió en 1932, con el intento de golpe de Estado del general Sanjurjo.
Sin embargo, en esta ocasión, el Ejército se hallaba dividido. Para colmo, el Gobierno republicano, tuvo la “genial idea” de licenciar a todos los soldados, con lo que disolvió, de facto, el Ejército y, además, repartió armas entre los milicianos de diversos partidos y sindicatos. Suena a broma que en plena guerra se disuelva un Ejército, pero fue así.
De pronto, el Gobierno se quedó paralizado, algo que ya hemos visto que suele suceder, de vez en cuando, en España e, incluso, varios ministros se refugiaron en el Ministerio de Marina, donde parece ser que estaban más seguros.
Por lo visto, en aquel momento, sólo había unos 350 británicos residiendo en Madrid. Sin embargo, tuvieron que dar refugio a unos 600: hombres, mujeres y niños. Hasta a un grupo de monjas irlandesas, que se presentaron sin sus correspondientes hábitos, para eludir la persecución religiosa, que ya se empezaba a sufrir en España.
Evidentemente, enseguida comenzaron a escasear los víveres, pues aquel edificio no estaba preparado para semejante avalancha y, aunque era bastante extenso, no lo suficiente para tanta cantidad de gente, residiendo en su interior, día y noche, y, además, en pleno verano.
Ya en agosto de 1936, se presentó allí un enviado de Londres, el cual nombró a Lance agregado honorario. Esto le permitió seguir realizando sus gestiones ante el Gobierno republicano, pero ya de manera oficial, como diplomático británico.
Así que, de esa manera, siempre con un brazalete con la bandera británica, pudo visitar cárceles y otros lugares, haciendo ver que se trataba de un diplomático británico.
Parece ser que, muy pronto, su labor fue conocida en Burgos, donde se hallaba el cuartel general del bando nacional. Precisamente, por ello, el general Franco, ordenó que no se fusilara a ningún combatiente británico de las Brigadas Internacionales, que cayera prisionero de los nacionales.
Poco a poco, en Madrid fueron faltando las provisiones, pues la ciudad se hallaba rodeada por las tropas nacionales, salvo por la salida hacia Valencia, y, además, las tradicionales zonas agrícolas del país habían quedado en manos del enemigo. Así que en la embajada notaron enseguida la escasez de víveres.
Otra de las múltiples gestiones que hicieron Lance y sus amigos fue convencer al cónsul para ceder la caja fuerte de la embajada a fin de que los que se hallaban perseguidos depositaran allí sus alhajas, como el caso del propio duque de Alba, muy amigo de los británicos.
La verdad es que Lance no debió de pasarlo muy bien, pues un comité de obreros se apoderó de su empresa y lo echaron. Así que, de pronto, se encontró en la calle y sin sueldo.
Posteriormente, el Gobierno británico, les informó que había fletado el barco Devonshire para que recogiera en el puerto de Valencia al mayor número posible de refugiados británicos.
Así que animó a su mujer para que convenciera a otras a fin de viajar hasta Valencia para tomar ese barco, porque los allí refugiados tenían miedo de abandonar la embajada. De esa manera consiguió salvar la vida de muchos de ellos.
Poco después, consiguieron que las autoridades republicanas les cedieran un par de camiones militares con los que transportar a otro grupo de refugiados, según la lista aportada al Gobierno. Todos ellos llegaron sin novedad.
Dado que la represión republicana se recrudeció a partir de noviembre de 1936, cuando el Ejército nacional consiguió rodear Madrid, Lance y el resto del personal diplomático británico facilitaron el asilo para los cientos de refugiados que iban llegando, perseguidos por las milicias republicanas.
No olvidemos que los infames fusilamientos de Paracuellos tuvieron lugar entre los meses de noviembre y diciembre de 1936. No se sabe con certeza, pero se cree que en ellos asesinaron a unas 6.000 personas. Un tercio de ellos eran menores de edad.
Parece ser que Lance también trabajó como traductor de los periodistas ingleses y USA, que llegaron para informar sobre el conflicto. También, de esa forma, Lance, podía enterarse de lo que ocurría de verdad en el frente y así poder informar a la embajada y que ésta hiciera llegar sus noticias al Gobierno británico.
Desafortunadamente, en una de estas visitas al frente de la Ciudad Universitaria, en Madrid, se despistaron y su grupo fue capturado por las tropas nacionales.
Estuvieron a punto de ser fusilados. Menos mal que los oficiales de la Legión se dieron cuenta de que era ingleses. Así que los enviaron al cuartel general, en Burgos, para ser interrogados por el SIPM (Servicio de Información y Policía Militar).
Por lo visto, como Lance era un tipo muy simpático y con mucho don de gentes, consiguió hacer amistad con algunos mandos militares y civiles. Entre ellos, el marqués de Merry del Val, diplomático español, que, junto con el duque de Alba, gestionaron que el Gobierno de Franco fuera reconocido por el británico.
Así que lo soltaron y le encargaron que volviera a Madrid para continuar con su labor de proteger y evacuar a personas con simpatías hacia el bando nacional y que habían quedado emboscadas en la capital. Cosa que hizo en un largo viaje desde Francia hasta Alicante.
En enero de 1937, el Gobierno británico, informó a su embajada, cuya sede se había trasladado a Valencia, junto con el Gobierno republicano, que había fletado otro barco para recoger otra tanda de refugiados en el puerto de Alicante.
Esta vez, Lance, se comprometió aún más e incluyó en esa lista los nombres de algunos españoles, perseguidos por el Gobierno republicano, por ser partidarios del bando nacional. Entre ellos, el arquitecto Casto Fernández Shaw, hijo del famoso escritor, y una de las hijas del
comediógrafo Pedro Muñoz Seca, el cual había sido asesinado por los republicanos en Paracuellos, mientras que ella estaba siendo buscada por los milicianos, presumiblemente, para darle el mismo fin. Parece ser que este último fue uno de los encargos que le pidió Merry del Val.
Afortunadamente, después de muchas vicisitudes, los más de 70 refugiados que iban en la expedición, consiguieron embarcar en esa nave de la Armada británica, que les esperaba en el puerto de Alicante.
A partir de entonces, los grupos fueron más reducidos, pues ya habían evacuado a la mayor parte de los ciudadanos británicos residentes en nuestro país. Así que utilizaron barcos más pequeños. No obstante, Lance siguió evacuando españoles en peligro. Esta vez, los camufló entre camiones cargados de naranjas, que iban a ser exportadas al Reino Unido.
Desgraciadamente, fue detenido cuando faltaba poco menos de un año para final de la guerra. Por lo visto, llevaban tiempo vigilándole, porque sospechaban de él.
En principio, lo encarcelaron en Segorbe (Castellón). Tras un largo interrogatorio, lo llevaron  al barco prisión Uruguay, y de ahí a una checa en Gerona.
Aunque ya habían decidido fusilarle, afortunadamente, llegó a tiempo el cónsul del Reino Unido en Barcelona y consiguió su liberación y su traslado a Londres. Antes de partir, hubo de comprometerse a no regresar nunca más a España.
Realmente, la posición oficial del Reino Unido siempre fue la de alojar en sus sedes diplomáticas y consulares en España, exclusivamente, a los ciudadanos británicos. No obstante, siempre hubo muchas excepciones e, incluso, a muchos les facilitaron documentación falsa como si hubieran nacido en Gibraltar (colonia británica en España), porque no tenían apellidos británicos, sino españoles. Incluso, colaboraron en el traslado de algunos refugiados a otras sedes diplomáticas.
Sin embargo, hubo un caso muy curioso. El general Villalba Riquelme, del que ya hablé en otro de mis artículos.
Había sido ministro de la Guerra, durante el reinado de Alfonso XIII. No obstante, como había sido condecorado por Jorge V, por su labor de apaciguamiento, mientras fue gobernador militar del Campo de Gibraltar y recibió el título británico de Sir, su domicilio fue protegido como si fuera otra sede diplomática británica. Incluso, dispuso de vigilancia armada británica, pues ya habían intentado llevárselo a una cheka para asesinarlo. Así que no le ocurrió absolutamente nada.
En 1965, se publicó en España el libro “El pimpinela de la Guerra española”, escrito por C. E. Lucas Phillips, donde se da cuenta de todas las aventuras de nuestro personaje durante ese conflicto bélico.
La primera edición de ese libro ya había sido publicada en el Reino Unido en 1960. De esa manera, se pudo conocer la gran labor que hizo durante la guerra.
Por ello, en 1961, nuestro personaje vino a Madrid, invitado por el Ayuntamiento, procedente de la isla de Jersey, donde residía desde hacía muchos años. Se le hizo un gran homenaje como agradecimiento a los cientos de vidas que consiguió salvar.
Incluso, en noviembre de ese mismo año, fue recibido por el mismo Franco en su residencia habitual del Palacio del Pardo. 
En ese acto estuvieron presentes centenares de personas de todas las edades. Todas ellas fueron a testimoniarle su gratitud por haberles salvado la vida durante la Guerra Civil.

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