Sinceramente, estaba preparando
otro artículo, sin embargo, ayer me vino a la memoria este tema, cuando pasé
delante de una farmacia y vi un cartel donde anunciaban un cosmético, junto a
un retrato de una monja. El cual decía algo así como “una crema divina”. Así
que ahora veréis por qué me sonó esa frase.
Empecemos por el principio.
Teofania D’Adamo fue una mujer que vivió en Sicilia, en la primera mitad del
siglo XVII. Por lo visto, se dedicaba a hacer ungüentos y brebajes de todo
tipo.
Parece ser que, como en aquel
tiempo, no existía el divorcio y había muchas mujeres hartas de aguantar a sus
maridos, alguna iría a verla.
Por lo que se ve, ella le dio un preparado,
que, a simple vista, podría ser muy similar al agua, pero que decía ser un cosmético
femenino.
Parece que tuvo mucho éxito y su
clienta enviudó muy pronto. Así que es de suponer que correría la voz, porque
preparó cientos de dosis, amansando una buena fortuna. Se dice que hasta llegó
a tener una amplia red de distribución por toda esa isla. No se descarta que, más
adelante, también se vendiera en la Península Itálica.
Para más escarnio, lo denominó
como “Maná de San Nicolás de Bari”. El mismo santo que ahora se llama San
Nicolás, Santa Claus o, más comúnmente, Papá Noel.
Por lo visto, era un veneno tan efectivo
que la víctima moría a las pocas horas y además era indetectable para los médicos
del momento.
La composición de este veneno
sigue siendo desconocida y yo creo que tampoco hace falta saberlo. Por si
acaso.
Como no es bueno fiarse de todo
el mundo, Teofania fue denunciada por una de sus múltiples clientas.
Por lo visto, esta clienta, quiso
hacer lo mismo que las demás, pero, supongo que, llevada por el nerviosismo, se
equivocó y se puso a comer del plato donde había echado el veneno.
Otras versiones dicen que el
marido le quiso gastar una broma y le cambió su plato de ensalada. No sabemos
si es que ya sospecharía de ella.
Así que, al notar que empezaba a
surtir efecto en su organismo, antes de morir, se puso a confesarlo todo. Eso hizo que el
marido llamara a un médico y éste a las autoridades.
Al enterarse, Teofania, intentó
refugiarse en un convento. O sea, acogerse a la protección de la Iglesia. Sin embargo,
las monjas, al comprender lo que había hecho, la expulsaron del recinto y fue
capturada por las autoridades civiles.
Más tarde, lo confesó todo, tras
ser torturada. Posteriormente, fue condenada a muerte por brujería y ejecutada
en 1633 por medio de la horca, en la plaza mayor de Palermo. Una vez fallecida, fue
descuartizada, como era normal en estos casos.
Parece ser que, durante las
sesiones de tortura, denunció a todos sus cómplices. Algunos de ellos fueron
detenidos y ejecutados ese mismo año, como los casos de Francesca Rapisardi o
Pedro, llamado “Plácido”.
Sin embargo, algunas de sus clientas
fueron de tan elevada condición social que, para evitar el escándalo, parece
ser que fueron detenidas y estranguladas en sus celdas, para que no llegara el
escándalo a perjudicar a sus importantes familias. Otras fueron encerradas de por vida, sin juicio de ningún tipo.
Realmente, ninguna de estas
envenenadoras, de la familia Tofana, mataba a nadie y no se les podía condenar por asesinato. Las verdaderas
asesinas eran las esposas que querían deshacerse de sus maridos.
Digamos que se tomaron demasiado
en serio esa frase que se repite en todas las bodas: “Hasta que la muerte os
separe”.
Ahí no acabó todo. Su hija,
Giulia Tofana, de ahí viene el nombre, que estaba casada, empezó probando esa
sustancia con su marido y se lo cargó, claro está.
Por lo visto, perfeccionó aún más
ese compuesto y ahora lo llamó “Agua de Nápoles”.
Esta vez, las autoridades la
tuvieron bajo vigilancia, así que huyó y se refugió en Roma. Allí se hizo famosa
por dar “soluciones” a las mujeres con matrimonios problemáticos. Incluso,
parece ser que también algunos o algunas lo utilizaron para eliminar amantes
chantajistas.
Aunque también dicen que vendió
su pócima a futuros herederos hartos de esperar para cobrar su herencia.
Incluso, llegó a embotellar este
peligroso compuesto en frascos que decían contener agua bendita. Así que igual
fueron los propios clérigos los que los distribuían. Sin saber de qué se
trataba, claro está.
Se tiene certeza de que se
utilizó en Roma, Nápoles, Perugia y Sicilia, pero no se sabe si se vendió en
otras ciudades, ni cuántas víctimas causó.
De hecho, las botellas que transportaban
este líquido daban para varias dosis. Así que no sería de extrañar que unas,
que ya habían conseguido enviudar, se lo pasaran a otras, que deseaban hacer lo
mismo.
Por lo visto, había también quien
lo daba a su víctima en dosis muy pequeñas, para no levantar sospechas. De esa
manera, sus únicos síntomas eran vómitos, fiebre y malestar generalizado. O
sea, que podría ser cualquier cosa. Deberían ser dosis muy pequeñas, porque se sabe que este compuesto mataba con sólo 4 gotas.
Parece ser que también la
denunció una clienta. No obstante, era tan popular que la gente la escondió en
sus casas, para que no la detuvieran.
Más adelante, también buscó la
protección de una iglesia, donde fue bien acogida. Sin embargo, de pronto, se
propagó un rumor tan rápidamente como la peste. En él se afirmaba que ella
había contaminado el agua potable de las fuentes.
De esa forma, las autoridades,
entraron en esa iglesia y la capturaron. Durante su interrogatorio, mediante
tortura, reconoció haber colaborado en el asesinato de 600 hombres, hasta 1651,
pero sólo en Roma. Así que se desconocen las víctimas habidas en otros lugares
de Italia y países limítrofes.
Esta vez, la policía, capturó a
toda la red. A ella pertenecía también su propia hija, Girolama Spera, y varios
cómplices.
Todos ellos fueron ahorcados en 1659,
en el Campo de las flores, de Roma. Posteriormente, también fueron
descuartizados, como en el caso de Teofania.
Curiosamente, la historia de
estas envenenadoras llega a aparecer, incluso, en la afamada novela “El conde
de Montecristo” (1844), escrita por Alejandro Dumas (padre).
Es más, este autor, afirma que la
receta de ese compuesto la seguían conservando algunas personas en la zona de
Perugia, situada en el centro de Italia.
También, curiosamente, aún opina
alguien que se trató nada más que de un elemento de autodefensa de las mujeres
hacia sus maridos a fin de recuperar su libertad. Incluso, todavía siguen
diciendo algunas que hay muchos “hombres insufribles”. Me parece un alegato
demasiado rebuscado. Cualquier tribunal lo echaría abajo a la primera de
cambio.
Incluso, me la he encontrado en
una página donde dicen querer “visibilizar mujeres que han realizado hazañas
destacables en la historia de la humanidad”.
Por lo visto, durante los interrogatorios,
Giulia, afirmó que sólo pretendía ayudar a las mujeres oprimidas y deprimidas.
También hay quien dice que, en un
principio, no se creyeron eso de que las esposas estaban asesinando a sus
maridos, porque, en esa época, las mujeres se hallaban tan infravaloradas que
no se les ocurría que fueran capaces de cometer esos crímenes.
Para colmo, existe la teoría de
que hasta el propio Mozart podría haber sido envenenado poco a poco con este
veneno.
Esta se basa en que, un día de octubre
de 1791, cuando el famoso compositor paseaba con su esposa por las calles de
Viena, empezó a sentirse mal, con fuertes dolores en el estómago, y le dijo a
su mujer que sospechaba que estaba siendo envenenado. Esto ha servido para
alimentar la imaginación de muchos entusiastas de las conspiraciones.
No se puede decir que sea cierto
o falso, porque no existen pruebas a favor o en contra. Solamente, esa suposición
del propio Mozart, que murió a primeros de diciembre del mismo año.
Sería muy prolijo narrar la
cantidad de envenenamientos que se han dado en la Historia. Así que,
seguramente, le dedicaré otro artículo a este mismo tema.
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