Hoy voy a hablar de un acontecimiento
que, normalmente, no se refleja en los libros de Historia, pero que dio lugar
al sufrimiento de varios miles de personas.
Quizás, algunos me dirán que
vinieron como enemigos de España, pero, ante eso, he de argumentar que ellos seguramente
no vinieron por su gusto. Además, eran seres humanos iguales que nosotros.
Seguro que a todos nos habrán
enseñado en la escuela que, en 1808, tuvo lugar una batalla en Bailén (Jaén)
entre las tropas de Napoleón Bonaparte y las españolas, comandadas por el
general Castaños.
De hecho, fue un acontecimiento
muy importante a nivel europeo, pues se trataba de la primera derrota
importante del Ejército napoleónico y ello dio lugar a la evacuación del rey
José I y su familia hacia el norte de España y hasta a la suspensión de algunos
asedios, como el de Zaragoza.
Precisamente, en esa batalla combatió en las filas de la Caballería española el que luego fuera uno de los libertadores de Sudamérica, el futuro general José de San Martín. Su actuación en ese combate le valió su ascenso a teniente coronel del Ejército español.
Contra todo pronóstico, el
20/07/1808, las tropas españolas vencieron a las francesas. Hay un cuadro de
Casado del Alisal, que retrata el momento de la rendición. En él podemos ver al
general Castaños, con su habitual uniforme blanco, que saluda a su huraño oponente
quitándose su sombrero bicornio.
Tras esa victoria española, se firmó
el llamado Convenio de Andújar. En uno de sus puntos se estableció que los
20.000 prisioneros franceses serían evacuados hasta los puertos de Sanlúcar y
Rota, desde donde navegarían hasta el puerto francés de Rochefort.
Como era normal en esa época, se
hizo un pacto entre los contendientes por el que los vencidos no volverían a
tomar las armas contra España. Algo que, hoy en día, nos parecería algo
ridículo. Sin embargo, era muy habitual en esa época.
Estoy convencido que más de uno pensará
que le estoy tomando el pelo. Sin embargo, os puedo decir que, en 1883, el
incumplimiento de esa promesa le costó la vida al coronel peruano Leoncio Prado
Gutiérrez a manos de las tropas chilenas. Tal y como se puede ver en esta
ilustración de la época.
Volviendo al tema de hoy, el primer
obstáculo fue que no se encontraron los suficientes barcos para devolver a esos
prisioneros a Francia. Los únicos que podrían llevar a cabo esa misión eran los
británicos, pero ellos no estaban por la labor, ya que no se fiaban de que esos
soldados cumplieran su promesa.
De esa manera, sólo los generales
y los jefes del Estado Mayor pudieron volver con sus equipajes a Francia,
mientras que los oficiales y sus soldados permanecieron en España.
También es preciso decir que esas
tropas francesas venían de saquear Córdoba y cometer todo tipo de desmanes
entre sus habitantes. Así que es normal que no gozaran de las simpatías de los
españoles y de buena parte del Ejército, porque no se habían portado como unos
verdaderos soldados.
Por eso mismo, cuando el general
Dupont llegó al Puerto de Santa María, se encontró con que la gente se amotinó
y le quitó su famoso “equipaje”.
Lógicamente, éste se hallaba
compuesto por todo lo que había saqueado en sus correrías por España. O sea,
dinero, obras de arte, objetos de culto, etc.
Por lo visto, este general
francés se puso un poco chulo y exigió que le devolvieran su equipaje a lo que
el capitán general de Andalucía le respondió: “Deponga VE. Semejantes ilusiones
y conténtese con que la Nación española, por su noble carácter, se abstendrá de
hacer, como dexo dicho, el vil oficio de verdugo”.
Dado que las autoridades
españolas no sabían qué hacer con tantos prisioneros, como ya he mencionado anteriormente,
a los generales y jefes del Estado Mayor se les permitió regresar a Francia. Un
pequeño grupo de soldados fue conducido a las Islas Canarias, donde no les fue
muy mal. De hecho, muchos de ellos encontraron trabajo y hasta se casaron y se
quedaron a vivir en esas islas.
El resto de esas tropas pasó a
ser custodiada en los llamados pontones. Se trataba de una serie de barcos dados
de baja para la navegación, a los que se les habían quitado los palos donde
iban las velas y se hallaban fondeados en la Bahía de Cádiz.
Posteriormente, las autoridades
españolas, decidieron trasladar a los prisioneros al islote de la Cabrera, en
las Islas Baleares.
El primer barco del convoy de
presos, llegó al puerto de Cabrera el 05/05/1809. Poco a poco, fueron llegando
más prisioneros hasta alcanzar los 8.000.
Por lo visto, en un principio,
pensaron que estarían allí muy poco tiempo, pues sólo les dieron suministros
para 3 días.
En un principio, construyeron
unas chozas para guarecerse. Sin embargo, viendo que iban a seguir allí,
hicieron luego otras más resistentes, aunque el terreno les era hostil y además
no tenían ningún tipo de herramientas.
Parece ser que las autoridades
españolas nunca respetaron el pacto para entregar ropa y otros suministros a
los prisioneros. Así que, ya cuando llegaron a esa isla, muchos de ellos iban
descalzos y con los uniformes destrozados.
Parece ser que habían pactado que
cada 4 días llegarían desde Palma de Mallorca los barcos con los suministros
alimenticios, pero eso nunca se cumplió a rajatabla. De hecho, se sabe que, a
causa de uno de esos retrasos, murieron unos 800 hombres a causa del hambre.
Ni
siquiera tenían una fuente de agua potable y nunca se les dio nada de carne.
En su desesperación, unos intentan
cultivar huertos, pero no tienen apenas éxito. Otros intentan recoger mariscos
o huevos de aves marinas en la playa. Incluso, los que hay que mueren, por comer
plantas venenosas.
Por lo visto, para no llamar la
atención de los curiosos, las autoridades de Baleares corrieron la voz de que
esa gente se hallaba allí en cuarentena a causa de una enfermedad muy
contagiosa. Posteriormente, esa malnutrición dio lugar a ciertas enfermedades
como el escorbuto y la sarna, que antes no habían padecido.
Parece ser que, en un principio,
esas epidemias se pudieron atajar por existir médicos y farmacéuticos entre los
prisioneros. Sin embargo, esa situación empeoró tras la evacuación de todos los
oficiales en el verano de 1809. Entre los que se hallaban todos esos
profesionales sanitarios. Por ello, la media de muertos subió hasta los 15 fallecidos
cada día.
En esa situación de precariedad,
llegó a establecerse un mercadillo, donde un ratón llegaba a cotizarse a cambio
de 5 habas. En cambio, una rata ya podía ser una especie de caza mayor y se
pagaban 25 habas por cada una de ellas.
No hay que negar que poseían cierto
espíritu emprendedor. Uno de ellos se dedicaba a tallar figuras de vírgenes con
la poca madera que había en la isla y se la vendía a los marinos que iban a
llevarles los suministros.
También hubo otros cuyas dotes
para los trabajos manuales les llevaron a realizar botones con los huesos de
los cadáveres de sus compañeros, labores con algodón y cestos de mimbre. Todo
eso era comprado por los comerciantes mallorquines y vendido, sacando un buen beneficio
en la península.
Los que no poseían dotes manuales,
pero sí intelectuales, tampoco perdieron el tiempo. Por todos lados, se crearon
escuelas, donde se enseñaban todas las ramas del saber de aquel tiempo.
Incluso, se atrevieron a realizar
funciones de teatro, memorizando obras de Molière y hasta consiguieron
representar diversas óperas.
Es más, llegaron a darse unas
situaciones muy curiosas. Dado que alguno s militares solían
llevar con ellos a
sus esposas o queridas y como allí sólo había unas 15, pues eran algo muy
cotizado. De hecho, algunos de los esposos las vendieron a otros más
adinerados, que, posteriormente, las revendían a otros. Incluso, se dio el caso
de una que fue el premio de una especie de lotería.
Lógicamente, esto provocó el
escándalo de un cura español, que había sido enviado por las autoridades españolas
a esa isla.
Por otra parte, organizaron su
convivencia, basándola en la costumbre a falta de otras normas legales. Al que
pillaban robado, la primera vez, le cortaban las orejas. A la segunda, era
ejecutado y tirado al mar.
No obstante, también es cierto que algunos consiguieron asaltar las naves de aprovisionamiento y escapar por mar.
Lógicamente, como toda unidad
militar, en un principio, obedecieron a sus mandos. Posteriormente, cuando
evacuaron a los oficiales, ya hubo que crear un nuevo orden basado en la gente
más respetada de la comunidad, que no tenían por qué ser suboficiales, sino
que, en muchos casos, eran simples soldados.
No obstante, se dieron algunos
casos de canibalismo. Se conoce el caso de un prisionero de origen polaco, que
declaró haber matado a varios de sus compañeros, para luego comérselos, ya que
no llegaban regularmente los suministros prometidos.
También habría que recordar que,
durante y tras la Guerra de la Independencia, España pasó por una situación de
hambruna brutal, que dio lugar a epidemias y a una enorme mortandad. Todo ello,
agravado, en 1816, por el llamado “Año sin verano”.
No hará falta decir que esta
situación fue aprovechada por comerciantes mallorquines. Hombres sin
escrúpulos, que sólo pensaban en el enriquecimiento personal sin pararse a
pensar que estaban tratando con personas, que vivían en condiciones infrahumanas.
Por ese motivo, muchos de estos
comerciantes, a pesar de estar estrictamente prohibido, les hicieron llegar
piezas para la confección de calzado. Lógicamente, no para los prisioneros, que
seguían descalzos, sino para que esos empresarios los pudieran vender a buen
precio en la península, pagando a los prisioneros una miseria. Por supuesto,
las autoridades españolas conocían este tema, pero se limitaron a mirar hacia
otro lado.
Parece ser que muchos
mallorquines no estaban por la labor de que llegaran los suministros a los
prisioneros. No sé si era porque escaseaban en la propia Mallorca o para hacer
que se murieran de hambre. Lo cierto es que esas barcas de suministros fueron
atacadas dos veces, en mar abierto, durante su viaje a la Cabrera, y confiscada
su carga.
Por fin, tras el tratado de
Valençay, firmado en diciembre de 1813, que permitió el regreso de Fernando
VII, los prisioneros empezaron a atisbar una cierta salida para su comprometida
situación.
Posteriormente, en mayo de 1814,
se permitió que dos goletas francesas se acercaran hasta el islote de la Cabrera
para embarcar a los supervivientes y llevárselos de vuelta a su país.
Hay cifras muy dispares sobre
cuántos prisioneros llegaron y cuántos pudieron ser evacuados de allí. Unos hablan
de unos 14.000 presos de los cuales sólo volvieron unos 3.000. incluso, un
autor los cifra en 3.380.
Por supuesto, a estos prisioneros
no les importó que esas naves francesas llevaran el nuevo pabellón de Luis
XVIII y no la misma bandera tricolor que es la que tiene actualmente Francia.
Por lo visto, unos años después, muy
pocos de estos supervivientes quedaban vivos. Las privaciones y las
enfermedades sufridas durante esos 5 años pasaron factura y a muchos de ellos
les llevó a una temprana muerte. Incluso, se menciona que algunos fueron tratados a su regreso como si fueran espías españoles.
Hoy en día, este episodio es,
prácticamente, desconocido en España. Sin embargo, parece ser que, durante
varias décadas, las madres francesas, amenazaban a sus hijos, cuando se
portaban mal, con enviarlos a Cabrera.
En 2009, hubo un acto de homenaje, durante el cual, se reunieron en esa isla tropas de los dos países, acompañados de las autoridades de ambos Estados.
Ya sé que no es una historia muy
navideña, pero me apetecía contarla. Espero que os haya gustado.
TODAS LAS ILUSTRACIONES PROCEDEN DE WWW.GOOGLE.ES
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