A estas alturas, todos tenemos
muy claro que en la Guerra Civil se cometieron muchos asesinatos.
Evidentemente, no me refiero a las muertes en el frente, sino a las producidas
en la retaguardia. De hecho, se sabe que, durante ese conflicto, hubo varios
meses en que se produjeron muchas más bajas en la retaguardia que en el propio
frente. Lo cual nos da una idea de que ésta fue una auténtica guerra de
exterminio.
Como se suele decir: “A río
revuelto, ganancia de pescadores”. Yo pienso que eso fue lo que ocurrió ese
conflicto. Varios grupos políticos, que, antes de la guerra, solían pelearse
por la calle, ahora utilizaron, para hacer lo mismo, los grandes medios que
posee un Estado. Por eso, las proporciones de las bajas fueron mucho mayores.
En este caso, me voy a referir a
la muerte de unas súbditas uruguayas, que pertenecían a un país con el que
siempre había tenido buenas relaciones la II República Española. Además,
parece
ser que las relaciones eran inmejorables, porque ambos países tenían regímenes
republicanos. Por eso mismo, no se le quiso dar tanto bombo a este asunto.
Esta vez voy a narrar la vida de
dos mujeres que fueron afectadas por ese verdadero “infierno”, que fue nuestra
guerra civil.
Sus nombres eran Dolores y
Consuelo Aguiar-Mella Díaz. La primera había nacido en Montevideo en 1897 y la
segunda, en la misma ciudad, al año siguiente. Curiosamente, las dos habían
nacido en la misma fecha, un 29 de marzo.
Eran hijas de Santiago
Aguiar-Mella, un abogado e industrial español, que emigró a Uruguay, y allí se
casó con María Consolación Díaz-Zavalla, ciudadana uruguaya y perteneciente a
una familia de potentados de esa nación.
Desgraciadamente, a finales del
siglo XIX, Uruguay, entró en una crisis económica y política, que provocó el
cierre de muchas Empresas, Bancos, revueltas permanentes y hasta la caída del
Gobierno.
Así que los padres decidieron
venirse a España. En 1899, la familia, compuesta por el padre, la madre y sus 6
hijos embarcaron hacia nuestro país.
Residieron en Madrid, ciudad de nacimiento
del padre, el cual montó un despacho para ejercer la abogacía.
En 1905, ingresó a sus hijas como
internas en un Colegio de Escolapias, situado en el barrio de Carabanchel,
también en Madrid, para que no se contagiaran de la tuberculosis, que sufría su
madre. Desgraciadamente, esa enfermedad la llevó a la tumba, en 1907.
Parece ser que Dolores siempre
quiso ser monja, pero no pudo cumplir sus deseos a causa de una enfermedad
renal, que le impidió entrar en un convento. No obstante, realizó unos votos de
castidad.
En 1929, tras la muerte de su
padre, sacó el número 1 en las oposiciones para ingresar en Hacienda. Así que
por la mañana trabajaba en el Ministerio de Hacienda y por las tardes, vivía
con las monjas Escolapias.
Sin embargo, Consuelo, era una
chica más normal. Había terminado Magisterio. Le gustaba vestirse a la moda y
tenía un novio con el que pensaba casarse pronto. Encontró trabajo en las
oficinas del Catastro, en Toledo, donde residió durante unos años.
Parece ser que fue en esa ciudad,
donde conoció a su novio. Un joven que había terminado la carrera de Derecho y
ahora estaba preparando las oposiciones para juez.
Supongo que ese año convocaron
esas oposiciones en Valencia, porque allí es donde había sido evacuado el
Gobierno republicano, tras el inicio del conflicto. Lo cierto es que este chico fue allí para examinarse y,
por algún motivo que desconozco, fue fusilado nada más llegar a esa ciudad.
No obstante, desde el comienzo de
la guerra, Consuelo, se mudó a Madrid, donde residía con sus hermanos. Salía
poco, pero, cuando lo hacía, siempre llevaba su pasaporte en regla y su
brazalete, indicando la bandera de su país.
Por lo que respecta a su hermano
Teófilo, había sido nombrado vicecónsul honorario de Uruguay en Madrid.
Los tres hermanos siempre
tuvieron nacionalidad uruguaya y acostumbraban a llevar consigo su pasaporte
perfectamente en regla.
No hay que olvidar que, desde
1931, año en que se proclamó la II República, habían surgido múltiples actos de
enemistad hacia el clero, que solían consumarse con el incendio de templos
católicos en las principales ciudades.
Parece ser que el 29/07/1936 los
milicianos anarquistas, asaltaron el Colegio de las Escolapias, en Carabanchel,
donde ellas habían estudiado.
Por lo visto, los milicianos, se
habían llevado detenidas a las monjas, pero no a las novicias. Así que a las
hermanas Aguiar-Mella no se les ocurrió otra cosa que esconderlas en casas de
amigos suyos de confianza.
Incluso, el 12 de septiembre,
hicieron unas gestiones para poner a las monjas en libertad y consiguieron que
liberaran a 3 de ellas.
No sé si los milicianos
desconocerían que estas hermanas eran súbditas extranjeras. Lo cierto es que,
en un primer momento, acudieron el 12 de septiembre de 1936 a su casa, para
detener a Dolores, pero no la encontraron allí.
Sin embargo, una semana después, la
detuvieron a las 9 de la mañana del 19 de septiembre, cuando ella les llevaba
leche a las monjas Escolapias.
Parece ser que el suceso tuvo
lugar en la calle Ferraz, cuando la obligaron a entrar a la fuerza en un coche,
pese a que llevaba puesto su brazalete diplomático de Uruguay.
Por lo visto, su hermano Teófilo,
ya se temió lo peor, dado el caos que había en ese momento en Madrid, e hizo
múltiples gestiones para encontrarla.
Por lo visto, a mediodía, se
presentó en casa de la familia Aguiar, un miliciano con un papel, supuestamente
escrito por Dolores, donde pedía que la superiora de las Escolapias, María de
la Yglesia, fuera a declarar para que la dejaran en libertad.
Estaba claro que fue una argucia
tramada por los milicianos, ya que desconocían dónde se habían refugiado esas
monjas.
Por ese motivo, Consuelo, se
desplazó hasta la calle Evaristo San Miguel, cerca de la calle Princesa, donde
sabía que se hallaban escondidas, para pedir a la superiora que la acompañara a
fin de declarar ante un tribunal, a fin de poder liberar a su hermana. Según
parece, la tranquilizó al decirle que no la podrían hacer nada, pues iba
acompañada de una persona con pasaporte diplomático extranjero.
Desgraciadamente, ambas fueron
también detenidas y, según algunos autores, llevadas a la conocida como Checa
de San Miguel, ubicada en la iglesia de San Miguel y situada en la calle
General Ricardos, 15, de Madrid.
Sin embargo, este detalle es un
poco extraño, pues algunos testigos mencionan que fueron detenidas por
milicianos de la CNT-FAI, cuando se sabe que esa Checa pertenecía al PCE. De hecho,
era conocida por ellos como “Cuartel Pasionaria” o Radio del Puente de Toledo.
No es que hubiera allí ninguna emisora
de radio, sino que las sucursales comunistas se
denominaban así.
de radio, sino que las sucursales comunistas se
denominaban así.
Desafortunadamente, las gestiones
de su hermano, Teófilo, no sirvieron para nada, pues los cadáveres de ambas
hermanas, junto con el de la superiora, fueron encontrados, al día siguiente,
en un descampado cercano al Cementerio de San Isidro, de Madrid. Lo único que
pudo hacer su familia fue ir al depósito para hacer el reconocimiento de sus
cadáveres. Lo cual fue bastante complicado, porque sus rostros habían quedado
bastante desfigurados.
Por lo visto, se pudo comprobar
que, antes de morir, ambas mujeres fueron violadas y torturadas.
Realmente, este fue un hecho muy
grave, cometido contra unas ciudadanas de un país amigo del Gobierno
republicano. De hecho, el propio Gobierno español se comprometió a investigar
lo que había ocurrido y el Ministro de Estado, lo que hoy conocemos como
Ministro de Asuntos Exteriores, se dirigió, mediante una nota oficial, pidiendo
disculpas ante el Gobierno de Uruguay.
No obstante, dada la gravedad de
los hechos, la noticia saltó a las primeras páginas de la prensa nacional e
internacional a pesar de la censura de guerra.
Por ello, el Gobierno de Uruguay,
tomó cartas en el asunto. Rompió las relaciones diplomáticas con el Gobierno de
la II República, ayudó a todos sus ciudadanos que quisieran abandonar España y
denunció el caso ante la Sociedad de Naciones. Incluso, dio lugar a que otros
países de Sudamérica también suspendieran sus relaciones con el Gobierno
republicano. Estos gobiernos volverían a retomar sus relaciones con España,
tras el final de la guerra, pero ya con el Gobierno de Franco.
La historia no termina aquí,
porque, ambas hermanas, fueron beatificadas, como mártires, en Roma, por el
Papa Juan Pablo II, el 11/03/2001.
Así que no estaría de más que
también se recordaran a estas víctimas, que ni siquiera eran españolas, tampoco
participaron en la guerra y, sin embargo, fueron asesinadas impunemente en
ella.
TODAS LAS ILUSTRACIONES DE ESTE ARTÍCULO PROCEDEN DE WWW.GOOGLE.ES
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Recomiendo leer «Cuando todo pase» de Diego Fischer
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