Seguro que todos sabemos que
sobre la Guerra Civil española se han escrito miles y miles de libros. Incluso,
muchos de ellos con versiones diferentes del conflicto, según la ideología del
autor.
Eso le podrá hacer pensar a más
de uno que ya se ha dicho todo sobre esa infame lucha entre españoles, donde
también acudieron muchos extranjeros.
No obstante, me da la impresión
de que todavía quedan muchas cosas por decir. Algunas de esas dudas se aclararon
tras la apertura de los famosos e impenetrables archivos de la extinta URSS,
pero todavía quedan muchas cosas por saber.
Hoy traigo al blog la historia de
un periodista francés, llamado Louis Delaprée. Siento que me haya quedado este artículo
un poco largo, pero ya veréis cómo merece la pena leerlo hasta el final.
Nuestro personaje de hoy nació en
1902 en un pequeño pueblo del oeste de Francia, cercano a la región de Bretaña.
Parece ser que muy pronto perdió
a su madre y luego también a su padre, que fue llamado a filas, y murió en el frente, durante la I Guerra Mundial .
Así que fue criado por unos
parientes. Parece ser que, durante su infancia, asistió al único colegio de su
localidad, que era de mayoría femenina.
Lo cierto es que no se conocen
muchos de sus datos biográficos. Sólo se sabe que era periodista y también guionista
cinematográfico.
En 1936, al comienzo de la Guerra
Civil, se hallaba trabajando para un periódico parisino de tendencia derechista
llamado “Paris-Soir”. Parece ser que, en aquel momento, era un diario de gran
tirada. Así que su director lo envió a España para, en principio, enviar sus
crónicas desde el bando nacional.
Hay que aclarar que este diario
vespertino había sido comprado pocos años antes por un industrial textil,
llamado Jean Prouvost. Parece ser que era un hombre con poca formación, pero
que se había hecho a sí mismo. Así que su idea del periódico es que fuera
sensacionalista, buscando siempre el toque humano, neutral en lo político y con
muchos artículos sobre deportes. Para esta sección es donde habían contratado a
más periodistas.
De esa manera, pasaron de vender
60.000 ejemplares en 1930 a 1.800.000, en 1937. Lo cual es todo un record.
Según parece, Delaprée, era un
periodista muy popular en Francia. Era un hombre, más o menos, de la burguesía
liberal, que nunca había militado en ningún partido político y que profesaba la
religión católica.
Sus crónicas siempre habían sido
de las que agradaban a todo el mundo, porque no solía meterse en profundidades.
Así que la dirección no opuso ningún reparo, cu ando pidió ser enviado como corresponsal a la Guerra Civil
española, argumentando que tenía origen español,
porque una de sus abuelas era española, aunque no dominara bien nuestro idioma,
ni conociera las costumbres de nuestro país.
Por lo visto, cuando llegó a
Burgos, el 22/07/1936, igual pensaba que seguía estando en la pacífica Francia,
porque se fue varias veces al frente, sin haber pedido permiso antes. Eso y que
en una de sus crónicas denunció el maltrato de los nacionales hacia los
republicanos que tenían encarcelados, dio lugar a su inmediata expulsión.
Este extremo tampoco está nada
claro, porque él tampoco fue uno de esos peri odistas que se quedan en un sitio hasta que les llegan las
noticias, sino que se movía constantemente por cada una de las zonas donde estuvo.
Se dice que, en una ocasión,
salió a dar una vuelta por la noche y fue tiroteado por un grupo de
falangistas, teniendo que correr para salvar su vida. Después de ello, se fue a
la zona republicana, llegando a Barcelona en agosto del mismo año. También allí
se dedicó a moverse por toda la zona controlada por el bando republicano.
Ahí parece que fue cuando empezó
su metamorfosis, desde unos artículos periodísticos, que pretendían agradar a
todos hasta otros en los que denunciaba todo lo que estaba pasando en ese
conflicto, porque lo estaba sufriendo muy de cerca.
Supongo que todos sabréis que la
idea del bando nacional era llegar hasta Madrid y conquistarla cuanto antes,
para así hacerse pronto con todo el país.
Esto no fue así, porque los republicanos
se hicieron con los planes del ataque franquista y pudieron contrarrestar todos
los ataques de las tropas que, en su mayoría, habían llegado de África.
Más tarde, quisieron cerrar el
cerco sobre Madrid. Sin embargo, las fuerzas republicanas no lo podían
consentir, porque su Gobierno había sido evacuado a Valencia y necesitaban que
estuviera en su poder la carretera que unía esa ciudad con Madrid.
Así surgió la infame Batalla del
Jarama, que duró todo el mes de febrero de 1937 y quedó en tablas. Es muy
posible que las Brigadas Internacionales, que acababan de llegar a España,
tuvieran mucho que ver en el fracaso de los planes franquistas.
El caso es que, desde que las
tropas franquistas vieron que no podrían entrar en Madrid, se dedicaron a
bombardearla, produciendo miles de muertos.
Hoy en día, quizás nos pueda
parecer algo normal, sin embargo , esa fue la primera vez que
se bombardeó con
aeronaves una gran ciudad. Así que, en todo el mundo, mucha gente quedó
horrorizada por este espectáculo dantesco. Entre ellos, muchos corresponsales
extranjeros.
Evidentemente, estos bombardeos
nunca fueron como los de la II Guerra Mundial, porque aquí nunca hubo ni tantos
aviones, ni tantas bombas como en el otro gran conflicto.
Lo cierto es que nuestro
personaje, que se hallaba en Madrid, y estaba sufriendo los continuos
bombardeos sobre la capital, solía enviar puntualmente sus crónicas a su diario
parisino.
En ellas, narraba fielmente los
daños provocados por los bombardeos entre la población civil y, especialmente,
el daño inferido a los niños, las víctimas más inocentes de la contienda.
Con ello, se estaba distanciando
de la línea habitual de su periódico, que se basaba en contar las noticias de
una forma muy superficial y tratando de que se viera desde los dos bandos.
Sin embargo, pronto se dio cuenta
de que su redactor-jefe, que además era su amigo, Pierre Lazareff, no se las
estaba publicando. Algo que, como es natural, no le gustó absolutamente nada. Parece
ser que en su redacción pensaron que se había vuelto loco.
De hecho, en uno de sus últimos
escritos le dice que, basándose en su amistad, le podría haber advertido de
ello y así no hubiera tenido que levantarse todos los días a las 5 de la mañana
para enviar sus escritos a la redacción de su periódico.
Incluso, se enfadó más cuando se
enteró que, la dirección de su periódico, en lugar de publicar sus crónicas,
había optado por informar a sus lectores sobre las relaciones entre Eduardo
VIII, el futuro rey del Reino Unido, y su pareja americana. Lo que más tarde
provocó que tuviera que renunciar al trono y se convirtiera, simplemente, en
duque de Windsor.
Parece ser que Delaprée llegó a
publicar algunas de sus crónicas, bajo el seudónimo de Jean Roget, en el
semanario francés Marianne, partidario de los republicanos españoles. Aunque,
se afirma que en esa redacción también le censuraron, parcialmente, algunos de
sus artículos.
Precisamente, el escribir para un
periódico derechista, como Paris-Soir, hizo que fuera sospechoso de
“quintacolumnista”. Eso le molestaba mucho y solía decir que no podía ser un
fascista, porque había sido expulsado de la zona nacional.
Así que, ni corto ni perezoso,
decidió volver a París para discutir con su jefe sobre sus crónicas y, en caso
de que siguiera negándose a publicarlas, renunciar al cargo. Hasta le pensaba
decir que el consulado de Francia en Madrid se comportaba de una forma
abiertamente pro-franquista.
Parece ser que él desconocía que
la dirección de su periódico era partidaria del bando franquista y, más
adelante, se vio mucho más claro conforme avanzaba la guerra.
Como ejemplo, se puede ver que
este periódico siguió funcionando tras la invasión de Francia, durante la II
Guerra Mundial. Incluso, en las dos zonas, la ocupada y la colaboracionista.
Tras su muerte, esos artículos,
que fueron censurados por su periódico, se publicaron en un libro titulado
“Morir en Madrid”.
Lo cierto es que, como ya he
dicho, nuestro personaje decidió volver a Francia para discutir sobre su futuro
con los directivos de su periódico.
Como todos sabemos, es muy
difícil salir de un país en medio de una guerra. Así que supongo que alguien le
recomendaría que tomara un avión, fletado por la Embajada Francesa en Madrid y
que hacía, semanalmente, el trayecto entre Madrid y Toulouse.
Se trataba de un avión Potez 54,
también denominado 540, propiedad del Ejército del Aire francés y que había
sido cedido, provisionalmente, a la conocida compañía Air France, para que
realizara ese trayecto.
Era un modelo de avión, que se
utilizaba como bombardero y para el transporte de tropas. La II República
compró 18 de estos aparatos y sólo combatieron en el lado republicano. Por lo
que no había ninguna posibilidad de confundirlos con otros aparatos del mismo
modelo en el bando nacional.
Esto sólo ocurrió, al principio
del conflicto, pues las bases aéreas quedaron en uno u otro bando y llegaron a
luchar aviones del mismo modelo en bandos diferentes. De ahí viene que los
aviones militares españoles tengan una especie de X en la cola para indicar a
qué bando pertenecen. Esa X se la pusieron los del bando nacional.
Como ya he dicho, esto no ocurrió
con el Potez 54, porque, antes de la guerra, no hubo ninguno de ellos en
servicio dentro de las Fuerzas Aéreas españolas.
Habréis visto que he querido
dejar muy claro este aspecto, antes de proceder a relatar lo que ocurrió y que
no se pudo deber a ninguna confusión.
Al citado avión se le habían
quitado sus emblemas militares, y sólo se le había pintado una bandera de
Francia en la cola y a lo largo del mismo se habían escrito en letras muy
grandes “Ambassade de France”. Así que se puede decir que estaba muy bien
identificado. Además, llevaba una matrícula francesa civil en caracteres muy
grandes.
Tenía prevista su salida para el
día 7 de diciembre de 1936, pero a causa de una avería, el despegue se pospuso para
el día siguiente.
Dentro de aparato sólo había dos
tripulantes. Uno era el piloto y el otro el copiloto. Sin embargo, el pasaje lo
formaban Georges Henny, delegado de la Cruz Roja Internacional; los periodistas
franceses Louis Delaprée y André Chateau, de la agencia de noticias Havas, y dos españolas adolescentes, las hermanas Pleytas.
Curiosamente, éstas relataron a la prensa que el avión ya estaba lleno, pero lo desalojaron para que pudiera viajar el Dr. Henny, que tenía mucha prisa por llegar a su destino.
Parece ser que Henny había
conseguido contactar con las embajadas de Argentina y Noruega en España, las
cuales le aportaron mucha información sobre la represión que se estaba
efectuando en Madrid y, sobre todo, sobre las infames matanzas de Paracuellos
del Jarama, ocurridas en noviembre del mismo año.
Estas chicas también declararon que vieron a uno de esos cazas. Era de color verde y llevaba muy visiblemente las insignias del bando republicano.
Por lo que se refiere a nuestro
personaje, había conseguido hablar con figuras muy importantes del bando
republicano de los cuales también había obtenido información de primera mano.
No sé si se estaba dando cuenta
de que se podría meter en una tramp a, que podría costarle la
vida, porque, en
su última carta a su editor, le decía: “Voy a volver el domingo a menos que
sufra el mismo destino que Guy de Traversay”. Se refería a un periodista
francés al que le pilló la guerra en Mallorca y fue fusilado allí por el bando
nacional.
También, poco después, los
nacionales, fusilaron en Córdoba a otro periodista francés, llamado Renée
Lafont, cuyo cadáver no ha sido encontrado aún. Parece ser que se silenció este
último hecho para no enemistarse con el Gobierno de Francia. Curiosamente, por entonces,
se hallaba presidido por el socialista León Blum, mientras que este periodista
trabajaba para un diario de su partido.
Parece ser que, antes de
marcharse, Delaprée, se despidió del famoso novelista Arturo Barea, con el que
tenía una cierta amistad, y que por entonces era el jefe de prensa y de censura
de la Junta de Defensa de Madrid.
Como ya he mencionado, el 8 de
diciembre, el avión partió del aeropuerto de Barajas (Madrid), volando a media
tarde sobre la vertical del pueblo de Pastrana (Guadalajara).
Cuando se hallaban volando a unos
3.000 metros, se encontraron de frente con un caza y otro que se les puso al
lado. Ambos republicanos. Luego se supo que los pilotos de
los cazas eran soviéticos. Tendría que haber sido un encuentro amistoso. De hecho, Charles Boyer, el piloto francés del Potez 54, que pertenecía a un país neutral, les saludó batiendo las alas de su aeronave.
Sin embargo, al poco rato, uno de
los cazas, hizo una típica maniobra de ataque a un bombardero. Se colocó debajo
de él y ametralló el cuerpo del avión, pero, sospechosamente, no la cabina de
pilotaje.
Como sólo habían herido a los
tripulantes, pero no a los pilotos, estos consiguieron hacer un aterrizaje de
emergencia. Aunque, al final, el avión capotó y volcó sobre un campo de
cereales, situado en ese pueblo. Parece ser que la aeronave se empezó a incendiar , pero, afortunadamente, fueron sacados a tiempo por unos campesinos
que se encontraban en esa zona.
Parece ser que el aparato quedó
volcado con el tren de aterrizaje hacia arriba. Cuando llegaron los primeros
auxilios, se encontraron con tres de los pasajeros heridos de bala y las dos jóvenes con pequeños traumatismos originados por el
impacto. Sin embargo, los dos
pilotos se hallaban ilesos. Éstos se dedicaron a atender a los heridos y les
hicieron una fogata para calentarse. Para ello, parece ser que utilizaron nada
menos que los importantes papeles que llevaba Georges Henny en su carpeta. No
sé si lo veréis también muy sospechoso.
Otros dicen que el doctor Henny
le dio sus dos maletas, donde transportaba sus valiosos informes, al médico que les
atendió en primer lugar y éste los llevó a la Embajada de Francia en Madrid.
No obstante, también se afirma
que, en un principio, los supervivientes, no se fiaron mucho de sus salvadores,
pues igual llegaron a pensar que estos venían a rematar la faena, que no habían
terminado los cazas.
Por lo que se refiere al avión, quedó
destrozado. Otro detalle del mismo es que, durante la Guerra Civil, se vio que
era un aparato totalmente inservible para los bombardeos, pues, debido a su
extrema lentitud, era un blanco fácil para los cazas o la artillería antiaérea.
Así que los franceses ni siquiera se atrevieron a utilizarlo como bombardero
durante la II Guerra Mundial. Igual ya sabían que era totalmente inoperativo,
pero se lo “colocaron” al Gobierno republicano, tal y como hicieron con otras
muchas aeronaves, que se demostró que era auténticas basuras.
Los heridos habían sido
trasladados al Hospital Militar de Gu adalajara.
Ese mismo día, se presentaron
medio centenar de personalidades republicanas en esa ciudad. Supongo que unos
irían a ver qué había pasado y otros a ver por qué no habían conseguido matarles.
Precisamente, uno de ellos fue Koltsov, un importante espía soviético, que
estaba camuflado como periodista del diario Pravda.
Nuestro personaje fue trasladado
a Madrid, porque necesitaba una complicada operación que no le podía ser
realizada en Guadalajara. Su estado era muy grave. Parece ser que había sufrido muchos
daños internos, pues las balas le entraron por la ingle y le destrozaron varios
órganos internos.
Así que, desgraciadamente,
falleció el 11 de diciembre del mismo año, en el antiguo Hospital de San Luis
de los Franceses, situado en la esquina entre las calles Claudio Coello y
Padilla, en Madrid. Una semana después, su cuerpo fue enterrado en París.
Al otro periodista le tuvieron
que amputar una pierna. Mientras que el doctor Henny, tras haber sido operado, pudo recuperarse y abandonar muy pronto nuestro país.
Parece ser que Henny, delegado de
la Cruz Roja Internacional, había llegado a realizar una investigación exhaustiva
sobre una lista de 973 personas, en su mayoría, sacadas de la Cárcel Modelo de
Madrid y que fueron vilmente asesinadas en Paracuellos del Jarama (Madrid).
Incluso, llegó a conocer las fosas en las que habían sido sepultados.
Por lo visto, la Embajada de
Noruega había hecho esas investigaciones, porque dentro de esa lista de
fusilados se hallaba Ricardo de la Cierva Codorniu, abogado que, en aquel
momento, trabajaba para esa sede diplomática. Seguro que todos hemos oído
hablar de su hijo, el famoso historiador Ricardo de la Cierva.
Evidentemente, si este hombre conseguía
llevar estos documentos a su sede central, en Suiza, donde también se hallaba
la Sociedad de Naciones, antecesora de la ONU, pues se podía liar una muy buena
a nivel internacional.
Por una parte, esto no le
interesaba nada al Gobierno de la II República Española, porque disminuiría su
crédito a nivel internacional, ya que muchos países y famosos intelectuales de los mismos dejarían de apoyarle.
Por otra, se descubriría el
verdadero papel de los enviados desde la URSS para asesorar al Gobierno
republicano. Esto provocaría que mucha gente dejara de militar en los partidos
comunistas de cada país y vieran claramente cuál era la actuación de los
delegados de la Unión Soviética.
Así que estaba muy claro que a
nadie le interesaba que este hombre pudiera cumplir su misión y llegar a su
país.Lo que no está muy claro es si querían matar a Henny, a Delaprée o a los dos juntos.
Por supuesto, en un principio, se
dijo que habían sido derribados por unos cazas del bando nacional. Más tarde,
se afirmó que podría haberse debido a un error de la artillería antiaérea. Ya sabemos
que siempre se ha dicho que la verdad es la primera víctima de una guerra.
Sin embargo, ahora se ha sabido
que una copia de esa lista de fusilados fue a la sede central de la Cruz Roja
Internacional, en Ginebra (Suiza). Lo que no está muy claro es por qué no hicieron nada con ella.
Sospecho que, en aquellos momentos, Francia no estaría interesada en meterse en líos con la URSS, pues ya se atisbaba cada vez más cerca la II Guerra Mundial y le convendría tener a los rusos de su parte.
No me gustaría acabar este artículo sin citar algunas frases de Louis Delaprée. Una de ellas tiene carácter premonitorio:
“¡Ay, vieja Europa! Siempre ocupada en tus pequeños juegos y tus grandes intrigas. Dios quiera que toda esa sangre no te ahogue”.
La última de sus crónicas desde Madrid acababa del siguiente modo: “Cristo dijo: Perdonadlos, porque no saben lo que hacen. Me parece que después de la matanza de los inocentes de Madrid, nosotros debemos decir: “No los perdonéis, pues ellos (refiriéndose a los nacionales) sí saben lo que hacen””.
De hecho, el propio Franco reconoció que esos bombardeos indiscriminados se hicieron para atemorizar a la población civil. Habitualmente, sólo se solían bombardear los barrios obreros. Por eso, la mayoría de las oficinas del PCE se mudaron al Barrio de Salamanca, donde no cayó casi ninguna bomba.
“Lo que sigue no es una requisitoria. Es el acta de un secretario judicial. Yo inventarío las ruinas, contabilizo los muertos, peso la sangre derramada. Yo he visto todas las imágenes del Madrid martirizado, que intentaré exponer ante ustedes, aunque, en la mayor parte de las ocasiones, desafía toda descripción. A mí no me preocupa la literatura propagandística ni los informes edulcorados de las cancillerías, yo no obedezco las consignas de ningún partido ni de las Iglesias. Se me puede creer. Pido que se me crea. Éste es mi testimonio. Ustedes mismos juzgarán.”
“Desde hace veinticuatro horas, caminamos pisando sangre y respirando las pavesas. La marea de sangre crece sin cesar, los muros de fuego se acercan. Esta noche, aquí, nadie puede presumir de ver la próxima aurora, la primera mañana del quinto mes de la guerra de España”.
“En la esquina de Alcalá con Gran Vía, una mano me agarra la pierna. Me libro de ella al tiempo que enciendo una cerilla, me inclino sobre el ser que se ha dejado llevar a esa tabla de salvación. Es una mujer joven con la nariz ya afilada por la cercanía de la muerte. No sé dónde está herida, pero tiene la bata roja de sangre. Murmura: "Mire, mire lo que han hecho..." Y su mano esboza un gesto vago. Otra cerilla. "Mire, mire", repite la voz.
La mano exangüe sigue señalándome algo. En un principio, me parece que lo que se extiende por la acera es un charco de sangre. " Mire..." Me inclino de nuevo y, debajo de unos fragmentos de vidrio, veo a un niño pequeño, aplastado. La mano blanca señala al cielo, tomándolo por testigo, y vuelve a caer. Otro fósforo. Mi compañero Flash, del Journal, que me ha alcanzado, se inclina como yo sobre la mujer herida. "Está muerta", dice. Es cierto. El último suspiro y un espasmo de agonía han abierto la bata. Una horrible herida, se diría que hecha con el cuchillo de un sádico, le ha desgarrado el cuerpo desde el seno izquierdo hasta la cadera derecha. Una ambulancia pasa lentamente. La llamamos. ¿Va a bajar alguien? El haz luminoso de una linterna ilumina el cadáver. "Muerta", dice el hombre, escuetamente. "Mañana la recogerán. Primero los heridos." El hombre ve el cadáver del niño, que se encuentra en la calzada y pueden aplastarlo por segunda vez. Entonces, aparta hábilmente con las manos los vidrios rotos, recoge el pequeño cadáver y lo coloca sobre el corazón de la mujer, cerca del seno derecho intacto. Un último destello de la linterna nos muestra la pequeña cabeza infantil sobre el corazón materno y todo vuelve a sumirse en la noche."
“Aprovechando unos minutos de calma, corremos a la Central de Telefónica. Visto desde este observatorio excepcional, el espectáculo es de un horror innombrable. Un círculo de llamas converge hacia la Gran Vía, con una lentitud majestuosa. Vemos cómo los tejados de las casas se incendian y las llamas descienden hasta la planta baja, antes de abatirse pesadamente en medio de un resplandor de chispas y pavesas. Algunos edificios consumidos quedan en pie, como altas figuras siniestras, lamidas por los reflejos del incendio que sigue su labor más lejos. Los bomberos renuncian a echar agua sobre estos miles de hogueras. Además, los aviones enemigos hacen imposible su tarea. Cuando ven que los bomberos apuntan los extintores hacia el fuego, sobrevuelan a muy poca altura de los incendios y dejan caer dos o tres bombas explosivas para que aprendan estos bomberos, que sólo pretenden cumplir con su deber. De este modo mataron a una docena de esos valientes, cayeron de lo alto de las escaleras a las llamas cuando intentaban apagar el incendio del hotel Savoy. Nada puede hacerse. Hay que esperar a que acabe la lluvia de meteoros asesinos, esperar a que haya suficientes muertos y heridos, para que los dioses del general Franco sacien su sed.”
Tras su muerte, el Gobierno de Francia, le nombró Caballero de la Legión de Honor. La mayor condecoración de la República Francesa.
Su periódico envió para ocupar su puesto, como corresponsal en Madrid, al famoso escritor Antoine de Saint-Exupéry.
Curiosamente, las copias de sus artículos, archivadas en la oficina republicana de censura de prensa, situada en los sótanos del edificio de Telefónica, en Madrid, fueron entregadas al periódico comunista francés L’Humanité. El cual publicó algunos de ellos bajo el título “Un hombre muerto denuncia las mentiras de la prensa”. De esa manera, se podían meter con los periódicos derechistas de Francia, al poder mostrar los artículos originales y los censurados, primero en España y luego en su periódico.
Es muy curioso que ese diario comunista denunciara “las mentiras de prensa”, incluso, poniendo carteles con esa frase por todo el centro de París, cuando habían sido unos pilotos llegados desde la URSS, el “santuario comunista”, los que habían derribado ese avión, causando la muerte de nuestro personaje.
Parece ser que otros también utilizaron esos artículos. El Gobierno de la II República financió, junto con L’Humanité la creación de un nuevo periódico francés de tendencia izquierdista y de apoyo a la causa republicana, Ce Soir.
La sombra de nuestro personaje fue aún más allá. Todos sabemos que a finales de abril de 1937 se produjo el famoso Bombardeo de Guernica y el Gobierno de la II República le encargó a Picasso hacer un cuadro sobre el sufrimiento en la Guerra Civil. Como no encontró documentación sobre ese bombardeo, se inspiró en las crónicas de nuestro personaje para relatar ese momento, mediante las figuras que aparecen en su famosa obra.
Parece ser que Picasso leyó esos artículos publicados en L’Humanité, porque era un lector asiduo de ese periódico.
Sin más, con este artículo quiero mostrar mi homenaje a un gran periodista. Un hombre honrado que se jugó primero su carrera y luego su vida por mostrar a sus lectores la verdad de la guerra. Aunque no la quisieron reconocer ni su periódico, ni siquiera el propio Gobierno de Francia.
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