domingo, 29 de enero de 2017

LA VIDENTE LUCRECIA DE LEÓN



Esta vez, voy a cambiar de tercio. En principio, tras mirar el título del artículo, se podría pensar que me he pasado del campo de la Historia al de las creencias irracionales. Sin embargo, ya veréis cómo no es así.
Los que han venido leyendo mis artículos, habrán notado que la época de Felipe II fue bastante convulsa. No me refiero solamente a las guerras, las conspiraciones de palacio, el intento de sublevación de su hijo y algunas cosas más.
Sin embargo, hubo otras conspiraciones, que intentaron quitarle en poder en alguno de sus reinos, como, por ejemplo, la del famoso pastelero de Madrigal y alguna otra más.
En esta ocasión, voy a contar otra de esas conspiraciones, cuyos autores la habían disfrazado como si se tratara de otra cosa.
Nuestra protagonista de hoy, Lucrecia de León, nació en Madrid, posiblemente, en 1567 o al año siguiente. Sobre eso, no se ponen de acuerdo los especialistas.
Su familia era muy modesta, siendo su padre un  humilde mercader. Así que su educación fue muy escasa, aunque parece ser que se trataba de una persona muy inteligente.
Muy pronto, la colocaron como sirviente de una familia importante y próxima a la Corte de Felipe II. 
Algunos de sus contemporáneos afirmaban que se parecía a la imagen de Eva en la famosa pintura de Van der Eyck.

Parece ser que muy pronto se hizo famosa a través de sus sueños de los que despertaba dando muchos gritos y despertando a toda su familia.
Más tarde, mientras su padre le decía que no se los contara a nadie, ella lo hacía a cambio de dinero.
Con sólo 12 años tuvo un sueño, donde vio  una procesión mortuoria con los emblemas reales, por las calles de Badajoz. Su padre le preguntó si había visto al rey  muerto y ella le dijo que no. Unos meses más tarde, murió allí la reina y, en principio, fue enterrada en esa misma ciudad.
Tras acertar de lleno, cuando profetizó que, en uno de sus sueños, había visto la derrota de la famosa Armada Invencible, todas las miradas giraron hacia ella.
Es preciso hacer un inciso para decir que, en aquella época, en pleno Renacimiento, todavía existían muchas supersticiones propias de la Edad Media.
De hecho, en muchos lugares de España se utilizaban los curanderos y saludadores. Estos últimos realizaban una actividad muy curiosa. Consistía en recorrer los pueblos al objeto de repartir su salud entre los moradores y animales domésticos, que habitaran en el lugar. No sólo eran hombres, sino que también había mujeres que se dedicaban a ese curioso oficio.
Se cree que no daban abasto cuando circulaba por los pueblos alguna plaga, como la peste o la rabia y los campesinos no sabían cómo salvar su ganado.
Parece ser que decían hablar con el ganado y luego les “convencían” para que se portaran bien con sus dueños. Al final, les santiguaban.
Algunos pensarán que esto es muy antiguo, sin embargo, se sabe que estos personajes, han actuado hasta el siglo XIX en algunos lugares de España.
Otro ejemplo de que el mundo no se había desprendido, por completo, de la cultura medieval es que, en pleno siglo XVI,  se seguían dando clases de Astrología en la propia Universidad de Salamanca.
Volviendo a nuestro personaje de hoy, lo cierto es que su fama se extendió por todas partes y no pasó desapercibida para un tipo llamado Alonso de Mendoza, procedente de una importante familia noble, canónigo de la catedral de Toledo y abad de un convento de la misma ciudad. Parece ser que se la presentó un amigo suyo, llamado Juan de Tebes, también pariente de la chica.
Casualmente, Alonso,  era también el confesor de la dama para la que trabajaba, como sirvienta,  Lucrecia.
Curiosamente, si  observamos la lista de los clérigos, que, por aquella época, estaban destinados en la catedral de Toledo, podremos ver que hay muchos que se apellidaban Mendoza. Me da que eso no es una mera casualidad, sino que, posiblemente, se hallaban ahí, porque era el mayor centro de poder de la Iglesia católica española y, más o menos, todos ellos representaban a un mismo linaje.
Otro aspecto importante de esta historia es que se acababa de conocer el desgraciado incidente del secretario Antonio Pérez y buena parte de la sociedad estaba dividida entre dar su apoyo al monarca o a su antiguo secretario.
No debemos olvidar que en las monedas emitidas a lo largo de nuestra Historia, solía aparecer en el anverso la efigie del monarca de turno y a su alrededor una leyenda, donde figuraba el nombre del rey y al final se podía leer “por la gracia de Dios”.
Supongo que todo esto viene desde que Constantino el Grande hizo esa especie de pacto con la Iglesia cristiana, que se formalizó con el Edicto de Milán, en el 313 d. de C.
Más o menos, el trato era que el monarca de turno le pagaría absolutamente todo a la Iglesia, incluso, les eximiría de todos los impuestos. La contrapartida era que los eclesiásticos tendrían que convencer al pueblo para que obedeciera ciegamente al rey que estuviera sentado en el trono.
Sin embargo, si alguien demostraba que Dios no estaba de parte del rey, eso podría ser muy peligroso. De hecho, en la antigua Roma, si el pueblo llegaba a creer que un emperador no gozaba del favor de los dioses, era, inmediatamente, depuesto o asesinado por el pueblo.
Así que, si los que tenían que convencer al pueblo de todo esto, no estaban a favor del rey, el monarca, podría tener un serio problema, porque la gente se fiaba de lo que le decían los clérigos, a los que veían todos los días, mientras que al rey no solían verlo nunca. La mayoría de ellos sólo se enteraba de que habían cambiado de rey, cuando se cambiaba la efigie que aparecía en las monedas de la época.
No vayáis a pensar que esto de que Dios está detrás de las decisiones de un gobernante es algo tan antiguo. Por ejemplo, en las hebillas de los soldados alemanes, tanto de la Primera, como de la Segunda Guerra Mundial, se podía leer “Gott ist mit uns” (Dios está con nosotros).
Todo este rollo viene porque el canónigo Alonso de Mendoza, que era partidario de Antonio Pérez, cogió bajo su protección a Lucrecia. Él junto a otro clérigo llamado fray Lucas de Allende, que era el confesor de Lucrecia, se dedicaron a tomar nota de todo lo que decía esta chica y, más tarde, por supuesto, lo interpretaban de la manera que más convenía a sus intereses.
En su afán por fastidiar los últimos años del reinado de Felipe II, se aventuraron a interpretar de una manera cada vez radical sus nuevos sueños.
Dicen que el libro de cabecera de Alonso de Mendoza era “La interpretación de los sueños”, de Artemidoro de Éfeso.
Esta vez dijeron que Lucrecia había soñado que, a causa de la mala política de Felipe II, se llegaría al final de España y de la Iglesia Católica. Esto ya eran palabras mayores, así que el rey pidió la intervención, en este caso,  de su fiel Inquisición.
Llegaron a decir que Felipe II acabaría derrotado como el rey visigodo don Rodrigo. Parece ser que decía haber visto en sus sueños que los protestantes atacarían la península por el norte, mientras que los turcos otomanos lo harían por el sur y los ingleses a través de Portugal.
Al mismo tiempo, habría una rebelión general de los moriscos, que aún residían en la península, para facilitar estas invasiones.
Felipe II, al igual que don Rodrigo, huiría y llegaría hasta la ciudad de Toledo, donde moriría. Sólo se salvarían una serie de elegidos, que vivirían escondidos, durante un tiempo en una especie de refugio llamado la Cueva de Sopeña, que todavía nadie sabe dónde está. Se sospecha que podría estar en el término municipal de Villarrubia de Santiago.
Casualmente, el propietario de la zona donde se hallaba esa cueva era Cristóbal de Allende,
hermano del clérigo citado anteriormente. También era el tesorero de lo recaudado entre los miembros de esa nueva congregación. Era una forma de que todo quedara en casa.
Así que la gente crédula, entre los que se hallaban algunos personajes muy importantes, como el afamado arquitecto Juan de Herrera, fundaron la llamada Sociedad de la Nueva Restauración, que, se supone,  la formarían los elegidos para salvarse en esa cueva. Según se dice, este arquitecto, se encargó de acondicionar esa cueva para que pudiera ser utilizada por los que fueran a refugiarse en ella.

Para buscarse aún más enemigos, los intérpretes de sus sueños, se atrevieron a  decir que un nuevo rey reconquistaría el país. Expulsaría a todos los invasores. Incluso, echaría a los moros de Jerusalén y hasta trasladaría la sede papal de Roma a Toledo. Evidentemente, el nuevo Papa, también sería español.
No obstante, Alonso Franco de León,  padre de Lucrecia y natural de Valdepeñas, parecía cada vez más preocupado por el futuro de su hija, pues, según argumentaba, ya había visto a muchos, que se dedicaron a estos mismos menesteres, y acabaron siendo quemados públicamente por la Inquisición.
Sin embargo, su madre, Ana Ordóñez, estaba muy contenta, porque, gracias a los múltiples regalos que recibía su hija, la situación económica de la familia había mejorado mucho.
Lucrecia también se mostraba muy alarmada por los temores de su padre. Seguramente, por ello, visitó a su antiguo confesor, el cual no la trató nada bien, por haber dejado de serlo.
A pesar de ello,  los intérpretes de los sueños de nuestro personaje, se atrevieron a decir que en los mismos aparecía Felipe II como un monarca codicioso y carente de fe. Supongo que eso ya era demasiado para alguien que siempre se había mostrado como el paladín de la defensa de la fe católica.
Incluso, se atrevieron a calificar a Felipe II como un ser inhumano, al que despreciaban tanto en sus vastos reinos, como en su propia familia.
Así que la cólera de Dios hizo que fuera derrotada la Armada Invencible y esa misma haría que fuera derrotado el monarca y reemplazada su dinastía por otra nueva.
Por supuesto, previamente, había profetizado que don Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, que había sido designado por el rey como almirante de esa Armada, moriría antes de que se terminara de organizar esa expedición y eso fue lo que pasó.
Supongo que el rey no querría enfrentarse a la Iglesia Católica, así que le encargaría su defensa a su confesor, fray Diego de  Chaves, una persona con mucho poder dentro de la Corte. Hasta el propio rey tenía que consultarle, antes de autorizar el nombramiento de un nuevo obispo.
No obstante, el tema de las videntes no es contrario a la Iglesia Católica. Algunas de ellas, que vivieron durante la Edad Media, fueron, posteriormente, canonizadas. La diferencia está en que aquellas no se dedicaron a criticar la política de su rey y, en cambio, nuestro personaje o sus intérpretes sí lo que hicieron.
También es necesario aclarar que el canónigo Alonso de Mendoza, que, posiblemente, pertenecía a la familia de los duques del Infantado,  estaba apoyado por el Inquisidor general y arzobispo de Toledo, Gaspar de Quiroga. Precisamente, este último, fue el que puso en libertad al famoso Fray Luis de León. También es el que aparece en el célebre cuadro del Greco "El entierro del conde de Orgaz".
En este momento, entra un nuevo personaje en nuestra narración. Se trata de un antiguo soldado de origen navarro, llamado Miguel de Piedrola Beamonte.
Según lo que narró a los interrogadores de la Inquisición, fue educado por un clérigo, hasta que se enroló en los Tercios y estuvo luchando en Sicilia.
Dijo haber tenido la mala suerte de haber sido capturado por los turcos y llevado hasta la actual Estambul. En varias ocasiones, intentó huir de allí, hasta que lo consiguió.
También dijo haber escrito algunas profecías, que le envió a Felipe II y éste le premió con una renta y el privilegio de poder investigar en los archivos sobre los antiguos reyes de Navarra, pues afirmaba pertenecer a ese linaje.
Entre sus profecías, podemos citar la muerte del príncipe Carlos, la de don Juan de Austria, el fallecimiento del Papa Gregorio XIII y adivinar quién le sustituiría, Sixto V.
Su fama aumentó de tal modo, que a su casa llegaban todos los días un montón de personas, pidiéndole que les adivinase su futuro. Hasta algunos clérigos hablaban de él como de un nuevo profeta.
Sin embargo, un día se atrevió a pronosticar el hundimiento de la Casa de Austria, interpretando que un cuervo volando con el pico manchado de sangre es la imagen de Felipe II, reprimiendo a los portugueses.
Este nuevo personaje ya tenía relación con Lucrecia, porque, en los sueños de ésta, aparecía como el hombre que iba a salir de esa cueva, con los supervivientes de la invasión, para realizar una nueva reconquista y ser proclamado nuevo rey de España, ya que, según decía, pertenecía a la antigua casa real de Navarra.
Lo curioso es que Piedrola y Lucrecia, antes de conocerse personalmente, ya se habían conocido en sueños. Eso me recuerda a la gente que, hoy en día, tiene muchos amigos por Internet, pero que nunca se han visto personalmente.
En 1587, Piedrola, quiso entrevistarse con el rey, para contarle más sobre sus sueños. No sólo no lo consiguió, sino que fue detenido por la Inquisición. Ese mismo año fue procesado y condenado a cadena perpetua para luego ser encarcelado en una de sus cárceles secretas, situada en el interior del castillo toledano de Guadamur. Por entonces, propiedad del conde de Fuensalida. Nunca más se supo de él.
A primeros de mayo  de 1590, el inquisidor de Toledo, don Lope  de Mendoza, recibió la orden de  confiscar todos los documentos que hallase en el domicilio de Alonso de Mendoza. Parece ser que, al principio, quizás por amistad o parentesco con el acusado, se resistió a hacerlo. Sin embargo, unos días después cumplió esas órdenes a rajatabla.
Posteriormente, Alonso, fue condenado a 6 años de cárcel y luego recluido en el monasterio jerónimo de la Sisla, cercano a Toledo donde murió unos años más tarde.
A finales de mayo de ese mismo año ya habían sido encarcelados todas las personas relacionadas con este caso.
Algunos autores afirman que el hecho que desató la persecución de este grupo fue la repentina huida de Antonio Pérez hacia el Reino de Aragón.
La misma Lucrecia, que acababa de comprometerse con Diego de Vitores Texeda y se hallaba embarazada, también fue detenida y sometida a varios interrogatorios. De hecho, dio a luz en prisión.
En 1595 participó en un auto de fe, que se celebró en el patio del convento de Santo Domingo, en Toledo. Allí la vistieron con un sambenito, una vela y una cuerda alrededor del cuello. De hecho, en ese momento se enteró de que no había sido condenada a muerte. Es posible que eso se debiera a que, hasta 1594, año de la muerte de Gaspar de Quiroga, inquisidor general y arzobispo de Toledo, éste los habría protegido a ella y a Alonso de Mendoza.
Seguramente, por ello, aunque fue acusada nada menos que de blasfemia, sedición, falsedad, sacrilegio y algunas cosas más, sólo fue condenada a cien azotes, destierro de Madrid y reclusión durante dos años en un convento. Ni siquiera la azotaron ese día, porque el verdugo no acudió al auto.
Lo curioso es que no la querían en ningún convento, salvo que pagara el alojamiento para ella y su hija. No fue así, porque su padre tampoco quiso ayudarla.
Al final, fue a parar al hospital de San Lázaro, de Toledo, de donde tuvo que ser evacuada, para no ser contagiada por las graves dolencias de los enfermos allí ingresados. Parece ser que este centro estaba especializado en los afectados por la tiña, la lepra o la sarna.
Posteriormente, la ingresaron en el Hospital de San Juan Bautista. Conocido, actualmente, como Hospital de Tavera.
Poco más se puede decir sobre esta extraña mujer. Tras su ingreso en ese centro no se supo más de ella.
Algunos autores piensan que esta rebelión dentro de la Iglesia contra ese monarca pudo venir porque, una de las consecuencias de las varias bancarrotas que hubo durante su reinado, fue que el Estado se quedara con algunos de los impuestos, que tradicionalmente, cobraban los clérigos a sus feligreses.
Lo que está muy claro es que esto no fue un simple grupo de gente, movida por unos motivos exclusivamente religiosos. Fue toda una conspiración a nivel político, que utilizó la interpretación de los sueños de Lucrecia y de Piedrola para atraerse a la gente hacia su bando e intentar deponer del trono a Felipe II.
Eso lo entendió muy bien este rey, porque se sabe que se interesó, personalmente, para que Piedrola no pudiera salir jamás de su encierro, ni tener contacto con nadie, que no fueran sus guardianes en el castillo de Guadamur. Incluso, dio unas claras instrucciones para que se destruyera toda la correspondencia entre el monarca y Piedrola.
Espero que os haya gustado el artículo, aunque esta vez reconozco que me he extendido mucho.

4 comentarios:

  1. Hola. Te agradecería que me comentases de donde has obtenido la información sobre el traslado de Lucrecia al Hospital de Tavera. Gracias

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    1. Eso viene en Wikipedia. Lo que pasa es que aparece con su antiguo nombre, Hospital de San Juan Bautista.
      Siento no haberle contestado antes, pero ha habido un problema y el sistema lleva meses sin avisarme de los nuevos comentarios.
      Muchas gracias por su comentario y saludos.

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